LI
Tras haber tomado un baño y haberse puesto una camisa y unos pantalones limpios, Eleven corre escaleras abajo para no hacer esperar demasiado a Henry.
—Perdón por tardar —se disculpa y, para su sorpresa, en lugar de encontrarlo de pie hacia el límite del patio (donde usualmente la espera), lo halla sentado a la sombra de uno de los árboles—. ¿Henry…?
Él le sonríe y da una suave palmadita en la porción de pasto a su lado: una clara invitación a sentarse. Eleven la acepta sin dudar.
Una vez que está sentada a su lado, gira la cabeza hacia él:
—¿Hen…?
—Me gustaría saber —empieza él, sus ojos fijos en las nubes grises que anuncian una tormenta próxima a ocurrir— por qué me desobedeciste.
Eleven se paraliza e intenta en vano articular alguna palabra, alguna explicación que lo contente…
Insatisfecho con su silencio, voltea al fin, y su mirada es gélida al clavarse en la suya.
—¿Vas a fingir que no sabes de lo que hablo, Eleven?
Eso la desarma: Henry luce genuinamente… decepcionado. Eleven se muerde el labio inferior y aparta la vista.
—No podía… no hacer nada.
Henry suspira y manda la cabeza hacia atrás.
—¿Qué hiciste exactamente? Dímelo todo.
Ella así lo hace.
Sus ojos advierten el rápido movimiento de su manzana de Adán, una clara manifestación de su aprensión.
—¿En qué estabas pensando? —sisea Henry tras oír todo su relato.
Eleven, quien no sabe nada acerca de preguntas retóricas, responde con sinceridad:
—En Max.
Henry bufa y se lleva una mano a la frente antes de soltar, entre dientes:
—En Max. ¿Y no pensaste en ti misma, en mí, en nosotros, Eleven? Argh.
—Claro que sí —retruca ella—. Por eso… no dejé que me viera…
—¡Corriste un riesgo enorme, Eleven! —le espeta Henry, ya incapaz de disimular su preocupación—. ¿Y si se hubiese dado cuenta de que eras tú? ¿Si hubiese notado tu postura, tu expresión concentrada, tu nariz sangrando…? ¿Te parece que no habría advertido algo raro, al menos?
—Sí —repite Eleven—. Y por eso… me oculté. Nadie me vio, nadie…
—No tienes manera de saber eso a ciencia cierta —insiste Henry, claramente sulfurado—. ¿Y si hubiese habido alguien más mirándote desde lejos? La escuela está repleta de chicos de todas las edades cuyo pasatiempo es entrometerse en lo que no deben. —No pasa por alto la connotación de sus palabras—. Si alguien te hubiese visto, ¿tendrías manera de saberlo, siquiera?
Eleven abre la boca para hablar, mas se ve obligada a cerrarla de vuelta al instante. Eso no se le había ocurrido. No, claro que no: en su apuro, solo hubo dado una rápida mirada a sus alrededores. Si hubiese habido alguien más lejos…
Baja la cabeza.
—Lo siento —musita.
—Eleven…
—Lo siento, pero ¡no podía…! —farfulla, levantando la vista—. ¡No podía…! ¡Max…! ¡Ella…!
Nota que está hiperventilando; una de las manos de Henry encuentra un lugar sobre su hombro en cuestión de segundos.
—Eleven, tranquilízate. Está bien. Vamos a hablarlo con tranquilidad, ¿de acuerdo?
Asiente, porque no cree que sus pulmones cooperen como para soltar palabra alguna en este momento.
—Bien —dice entonces Henry—. Ya escuché tu versión de los hechos. Ahora voy a decirte lo que pienso que sucedió, ¿está bien? —Ella asiente nuevamente—. De acuerdo, lo que creo que pasó es esto: no me tomaste en serio.
Ante sus palabras, ella frunce el ceño, y ya está empezando a negar con la cabeza cuando Henry suelta su hombro y le enseña la palma de la mano en un gesto que claramente busca detener su argumentación.
—Pensaste que los riesgos eran aceptables —continúa— porque no tomaste en serio los peligros que te describí. Ahora, es posible que esto sea mi culpa: tras todo lo que has… lo que hemos atravesado, he hecho mi mejor intento por protegerte no solo de cualquier daño físico, sino también psicológico.
»Es por eso que, tal vez, lejos de esa vida que alguna vez llevaste, tu mente ha empezado a suavizar recuerdos que te habrían infundido el miedo necesario para evitar este tipo de comportamientos temerarios.
—¿Qué… quieres decir? —lo interroga al fin, confundida.
Finalmente, Henry sonríe, pero es una sonrisa débil, insegura, triste.
—Quiero decir, Eleven —concluye— que, por tu propio bien, debo dejar de ocultarte la verdad.
