LV
Eleven y Max se internan en el bosque cercano, haciendo caso omiso de la fina llovizna de otoño. Solo se detienen cuando Eleven considera que están lo suficientemente lejos de todo y todos, y lo único que se oye es el canto de los pájaros que aún no han atinado a emigrar ni a refugiarse. Detrás de sí, Max examina sus alrededores.
—¿Tan secreto es lo que tienes para decirme que ni siquiera podías hacerlo en la escuela o en tu casa? —La ironía, al menos, no delata irritación alguna.
Con lentitud, Eleven se gira hacia ella. Abre la boca y vuelve a cerrarla sin emitir palabra. Sus dedos, trémulos, se tropiezan los unos contra los otros.
—Sí… —dice al fin—. Lo es.
Max frunce el ceño y se acomoda mejor la mochila que cuelga de su hombro derecho.
—Te escucho.
Eleven aprieta los labios, intentando recordar el guion que ha ensayado para esta conversación.
—¿Recuerdas… cuando te dije que mi nombre era «Eleven»? ¿Y que no se lo contases a nadie?
Su amiga asiente, si bien la confusión no abandona sus facciones.
—Hay… una razón para eso. Ven.
Eleven se acerca a un tronco caído cercano y toma asiento; Max la imita.
Y entonces, se lo dice: le cuenta sobre su madre, sobre los experimentos, sobre papá…
Le cuenta, también, sobre Henry, aunque solo a grandes rasgos: no es, en realidad, su primo, sino que fue él quien la hubo salvado de ese lugar. No quiere, pues, asustarla ni revelar en demasía los secretos de la persona que le ha dado una nueva vida. Sus habilidades, por ejemplo, es algo que se rehúsa a revelar.
Max permanece en silencio durante todo el relato, su atención fija en ella. Cuando finalmente acaba, Eleven se fija en su rostro: completamente inexpresivo.
El silencio que se crea es incómodo, mas decide que debe saber lo que Max está pensando. Entonces, se lo pregunta:
—¿Qué… piensas?
Max suspira y enarca las cejas. Su boca se abre levemente, como si estuviese buscando las palabras. Eleven se muerde el labio inferior y aprieta los puños.
—Esa… sí que es una buena historia.
Eleven se tensa, su entrecejo fruncido.
—Pero no entiendo por qué necesitas mentirm…
—No —suplica, haciendo una mueca—. No es así, Max. Yo… Yo te dije la verdad.
—¿Me estás diciendo que tienes superpoderes, El? —la increpa su amiga con una expresión incrédula—. No me tomes por tonta. —Se levanta—. ¡Mike, Lucas, Dustin, Will, salgan de su escondite…! —exclama—. ¡La broma se terminó, salgan y…!
—No es una broma —Eleven insiste a la par que se levanta y la sigue—. Max, por favor…
—Sí, claro —bufa su amiga—. ¿En serio creíste que caería en tu broma? Vamos, El, sé que eres más inteligente que eso…
Eleven cierra los ojos.
—¿Te gustaría… que te lo probase? —farfulla.
Esto, efectivamente, acalla a su amiga. Y entonces:
—¿Probármelo? El, no puedes…
—Sí puedo —retruca ella, volviendo a abrir los ojos y mirándola con seriedad—. Puedo probártelo.
La sonrisa de Max es sumamente condescendiente, mas Eleven no se deja amilanar.
—¿En serio? ¿En serio? —replica con tono receloso.
Eleven asiente y extiende su mano hacia ella.
—Puedo… leer tu mente. Puedo… mostrarte cosas. Y puedo… mover cosas. Con la mente.
Max enarca una ceja y lanza una mirada significativa al tronco sobre el que habían estado sentadas momentos antes. Luego, vuelve a clavar la vista en ella. Eleven le ofrece una sonrisa conciliadora y voltea.
Levanta la mano.
Cierra los ojos.
Y el tronco se eleva por los aires.
