LVII

Por supuesto, Henry ya la está esperando cuando llega a la casa.

—¿Qué tal te fue? —inquiere con los brazos cruzados y la espalda apoyada contra el marco de la puerta que da al comedor.

Claro está, debido a su «acuerdo», Eleven le hubo confiado su intención de poner en marcha el resto de su plan esa misma mañana. Y, aunque Henry no le ha exigido detalles, sí desea estar al tanto de eventuales complicaciones.

—Bien —Eleven le sonríe—. Creo que… la cosa se solucionará.

Henry asiente y no hace más preguntas. En cambio, sonríe y ofrece:

—¿Te gustaría una taza de chocolate caliente? Joyce me regaló unas galletas cuando fui a comprar nuevos ornamentos para el árbol…

La sonrisa de Eleven es radiante.


Están sentados a la mesa, ya casi terminando las galletitas, cuando Henry habla:

—¿Sabes? Joyce me comentó sobre un tal Snow Ball que se suele celebrar en tu escuela…

Eleven asiente.

—Sí, cada año. —Se lleva la taza a los labios y suspira al saborear el dulce chocolate caliente—. Ah…

—Pero nunca fuiste —comenta Henry con el ceño fruncido.

—No… No tenía con quien ir —admite ella, rememorando su decepción por no haber asistido el año pasado.

—¿Y ahora sí? —le pregunta él, mandando el cuerpo hacia atrás y cruzándose de brazos.

Se encoge de hombros y responde con la verdad:

—Ahora… está Max.

—Oh. ¿Vas a bailar con ella?

—No, yo… Yo no bailo —ríe por lo bajo—. Pero… seguramente iremos juntas.

—Ya veo.

Con esto último, dan la conversación por terminada.


Al día siguiente, Eleven y sus amigos están saliendo del club de audiovisual cuando Mike coloca una mano sobre su hombro.

—Ey, ¿puedo hablar contigo un momento?

Si bien el chico la toma por sorpresa, ella no tiene mayores reparos en acceder:

Okay.

—A solas —agrega Mike ante la atenta mirada de Max, quien ha dejado de andar para esperar a su amiga.

Las dos muchachas intercambian miradas confusas. Max, respetuosa de la privacidad ajena, tan solo se encoge de hombros y echa a andar algunos pasos atrás de Lucas, Dustin y Will.

—¡Nos vemos mañana!

—Adiós… —se despide Eleven antes de volver a fijar la vista en Mike: ahora, los dos se encuentran solos en el pasillo vacío de la escuela—. ¿Sí…?

Mike inspira hondo —su pecho adolescente se hincha notoriamente— y suelta de sopetón:

—¿Te-gustaría-ir-al-baile-conmigo?

Eleven parpadea, confundida.

—Sé que es cursi —añade—, por eso nunca fui, pero, bueno, si tú vas, pues…, no sería tan malo…

—Oh —murmura. Y luego—: Sí, claro.

Esto parece acallar a Mike. Tras una pausa, vuelve a hablar:

—¿Irás? —Suena extremadamente sorprendido, lo cual solo se le hace aún más extraño.

—Sí —repite Eleven, sin comprender por qué Mike actúa como si la cuestión fuera de gran importancia—. Sí, iré.

Mike se balancea sobre sus talones, inquieto.

—¡Genial! —Aprieta los labios—. Bien, entonces… Entonces… —Se lleva una mano detrás de la cabeza y baja la mirada—. Uhm… Me iré ahora, pero… Pero me hace feliz que hayas dicho que sí. Okayadiós

Eleven observa en silencio cómo el chico sale disparado hacia la salida del edificio. Intrigada, permanece en el sitio unos minutos más, contemplativa.

¿Por qué se habrá puesto tan nervioso?, se pregunta.