CAPÍTULO 2
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—Estás en tu casa, Candy —declaró Terry, cerrando la puerta de su nuevo apartamento tras de él. Se había mudado de la casa Marlowe hace poco, y terminó en un apartamento del tamaño adecuado para él. Ni muy pequeño, ni muy grande para alguien que vivía solo.
Dejó su bufanda y gorro colgando sobre el perchero, al igual que su chaleco, y con el rabillo del ojo divisó cómo Candy se paseaba lentamente por su hogar. En el restaurante se había preguntado la causa por la cual a Candy le importaba ver dónde vivía, pero tampoco le preguntó.
—Me gusta más este lugar que el anterior. Es mas acogedor, y me parece que así lo percibes tú también —Candy llegó a la conclusión después de ver que sobre la mesa de esquina al lado del sillón, tenía un cuadro de él junto a otros dos jóvenes, pero Candy sólo reconoció a Karen—. Oh, ¿qué ese no es uno de los chicos con los cuáles estudiaste teatro? —Candy señaló al siguiente retrato, donde Terry estaba junto a Harry y Robert—. Pensé que no eran amigos.
—No lo somos —aclaró.
—¿Ah no? —Sonrió con ironía, pues en la foto claramente se veía como ambos se echaban el brazo—. Me parece que se llevan muy bien. Mira, hasta sonríes.
—Nos soportamos, que es diferente.
—Si tú lo dices. —Alzó los hombros y siguió dándole la vuelta a la sala. Le llenaba el alma ver muchas fotografías de él junto a otros compañeros. Se le veía feliz junto a ellos, cumpliendo su sueño de ser actor. Terry había llegado muy lejos, los incontables trofeos en el estante lo comprobaban. Había demostrado que podía seguir adelante, y por unos breves segundos se lamentó que el destino los hubiera separado cruelmente, pues no había podido estar a su lado para verlo triunfar como ella tanto había deseado.
Terry se sentó en el sillón que usualmente utilizaba para leer, y se quedó admirando la figura de ella. Candy se había convertido en una mujer preciosa, aunque todavía parecía conservar su espíritu indomable. Habían pasado años, pero aún su porte no había cambiado... Seguía caminando chistoso con tacones.
Terry soltó una ligera risa al ver cómo el tobillo se le dobló, y rápidamente se recompuso, pretendiendo que nada había pasado.
—¿Qué es tan gracioso? —Ella se volteó a él, frunciendo la nariz, causando que sus pecas se movieran también.
—Nada, nada en lo absoluto, Pecosa. Solo me estaba acordando de que no te he ofrecido nada. ¿Gustas un refresco? ¿Jugo? ¿Té?
—Un té está bien —Candy aceptó. Terry se retiró hacia la cocina al escuchar su respuesta, y Candy, tras ver que él desapareció de la sala, corrió hacia el sofa y se quitó los tacones.
«Me estaban matando...», se quejó, masajeando la planta de sus pies. Estaba acostumbrada a usar zapatos planos, no solo porque así le gustaban, sino por razones de trabajo, pero Annie de alguna manera u otra la había convencido en usarlos para la ocasión.
«Así está mejor», pensó Candy, meneando los dedos de los pies. Subió la mirada, y se sorprendió al ver sobre la mesa de café, un libro forrado con piel.
Se apresuró a él y lo levantó al nivel de sus ojos. Era de la misma colección de libros que él solía leer bajo la sombra del bosque en Escocía, y la misma que le había recitado tantas veces.
—Terry —llamó Candy, entrando a la cocina, dónde vio a Terry vertiendo el té dentro de una tetera.
—¿Hm? —La miró de soslayo, encontrando a su Pecosa abrazada a uno de sus libros de Shakespeare—. Candy, ¿te encogiste dos pulgadas? —bromeó al notar que estaba descalza, pero al ver que ella no le respondió, sintió preocuparse—. ¿Sucede algo?
Candy se acercó a él, y lo miró al rostro, teniendo el brillo de la nostalgia asomándose por sus ojos.
—¿Dónde conseguiste unos iguales?
—Son los mismos de siempre —confirmó el castaño, para sorpresa de Candy—. Fui a la villa, y me traje algunos.
—¿A la villa? —Agrandó sus ojos verdes, sin comprender del todo cómo era que él había entrado al territorio Granchester.
—Mi padre me invitó a pasar un verano con él —reveló.
—¿Quieres decir que el duque y tú...?
—Si.
—Oh, Terry... ¡Soy tan feliz! —exclamó, pegando unos brincos a su vez. Quería llorar de alegría por él, pero se contuvo la emoción y siguió riendo.
Ver cómo Candy se emocionaba por él, hizo que el corazón de Terry se desenfrenara por su cuenta. Hacia mucho tiempo no lo sentía tamborear con tal fuerza, como si quisiera salir de su pecho. Ahora mas que nunca se daba cuenta de que nadie le provocaría lo que ella aún hacía. La amaba con cada poro de su piel, pero... No estaba seguro si ella lo seguía haciendo. A pesar de la evidente alegría que ella expresaba frente a él, no le había dicho nada acerca de sus sentimientos, no cómo él lo había hecho en esa carta.
—¡Está tal y cómo lo recuerdo! —Hojeó las paginas, notando como varias lineas estaban subrayadas con tinta roja. En una de las páginas, en la parte mas baja, había una carita feliz que ella había dibujado—. ¡Mira, Terry, sigue ahí! —Señaló su pequeño garabato—. Se me vienen muchos recuerdos... —Candy suspiró plácidamente—. ¿Tienes más?
—Si, pero están en mi habitación —aclaró Terry.
—¿Dónde queda? —Candy se asomó por la salida de la cocina, mirando hacia la sala, donde divisó dos puertas.
—¿Eh?... La primera a la izquierda —indicó, y sin preguntar nada, Candy se dirigió hacia allí.
Dentro de la habitación de Terence, su perfume llenaba el aire. Candy sin poder evitarlo suspiró, y como si estuviera caminando sobre las nubes, se aproximó al estante de libros. Encontró las otras obras de la misma colección, pero también halló varios paquetes de cartas. Estos se dividían con diferentes cintas. Dos de ellas no habían sido enviadas, estas estaban firmadas para Susanna y para alguien llamado Allen, y estaban atadas por una cinta amarilla. Las que estaban firmadas por Eleanor eran de color azul, las rojas por Karen, las blancas por el duque y... las rosadas eran suyas.
Candy se llevó la mano a la boca al conocer que Terry aún guardaba sus cartas. Todo ese tiempo él las había cuidado... Todas a excepción de una que había sido quemada. Terry había intentado deshacerse de ella, pero al parecer, no había podido.
Se sentó sobre la cama de Terry con movimientos retraídos. Estaba bajo la impresión de perder todas las fuerzas.
Abrió la carta con manos temblorosas, y leyó con dificultad.
Querido Terry,
¡Recibí el boleto del tren y la taquilla para el teatro! Estoy tan contenta que todos me han preguntado qué ha pasado, incluso Albert se ríe de mí cuando le explico cómo todo ha sucedido. Dice que ya se sabe la historia de memoria...
Stair está muy feliz por mi, al igual que Annie y Patty, pero Archie se ve dudoso. Creo que tiene miedo que no vuelva a verlos.
Ya está todo arreglado, me han dado los días libres en el trabajo justo como me has pedido. Por nada me perdería el estreno. Muero de emoción.
Ya falta poco y... Solo quiero decirte que, tan pronto te vea, te diré algo que he querido gritar en voz alta por mucho tiempo.
Con cariño,
Candy
La rubia se desarmó a lágrimas, sabiendo perfectamente cuáles eran aquellas palabras que quería decirle. Por culpa del destino, nunca tuvo la oportunidad de confesárselas.
«Nunca lo supiste, Terry», pensó Candy, llevándose la almohada de él al rostro para sollozar libremente, con el temor de que Terry la escuchara.
Terry acomodó una charola con dos tazas y tetera sobre la mesa del comedor. Vertió un poco de té en ellas y las colocó una enfrente de la otra. Esperaba que esta vez pudieran compartir el té en paz, y no como la última vez que Candy sin querer había derramado todo con un tropezón.
Se aseguró de que todo se viera bien antes de llamar a Candy, pero se vió interrumpido al escuchar que llamaban a su puerta.
«¿Quién podrá ser?», se preguntó, mirando la hora de su reloj. Nunca recibía visitas, y mucho menos a esa hora.
Curioso, abrió la puerta lentamente, solo para revelar a la persona menos esperada. Los ojos de Terry se agrandaron a la vez que su quijada cayó.
—¡Terry, hola! —saludó Karen, abrazándose efusivamente a Terence, mientras que él por su lado se vió demasiado sorprendido como para corresponderle.
—Karen... —pronunció con un hilo de voz.
—No te esperabas mi visita, ¿verdad? —sonrió con picardía.
—Pero... ¿Cuándo volviste? Bueno, ¡eso no importa! Tienes que irte.
—¿No estás feliz de verme? Pensé que me extrañarías... Yo lo hice. —Un poco desilusionada por la bienvenida cortante de su amigo, Karen recostó su cabeza en el hombro de él. La distancia que ella había puesto entre los dos le había parecido eterna, pero necesaria. Pensó que después de tanto tiempo lejos, las cosas serían como antes, pero Terry la estaba rechazando como si fuera una extraña.
—No —Terry se quejó, tomando los hombros de Karen para tratar de apartarla—. No es buen momento, Karen.
—Pero, Terry...
—Terry, ya vi tu colección, pero dime, ¿por qué no está Romeo y...? —Candy se detuvo en seco al enterarse de la presencia de alguien más.
La mirada de Karen se encontro con la verde de Candy, igual de sorprendida que la de ella. No tardó en comprender que ella era la razón por la cual Terry la necesitaba lejos.
—Candy... —susurró la castaña, despegándose de Terry al instante.
—¡Karen! —Candy esbozó una cálida sonrisa, saludándola—. Que gusto verte de nuevo —dijo, tomándola de las manos.
—Si... —Asintió con la cabeza, mirándola a ella y a Terry de ida y vuelta, aún desubicada—. Qué sorpresa verte aquí, Candy. ¿Cómo has estado? —Sonrió de vuelta.
—He estado de maravilla. Acabo de llegar a Nueva York, Terry me invitó a ver la obra que se estrena mañana.
—¿Ah si? Me alegro mucho. Yo también la veré... Acabo de llegar de Florida. —Se soltó del agarre de Candy y juntó las manos frente a su vestido. Miró a Terry de soslayo, y notó que apenas respiraba—. Te contaría más, pero me temo que estoy estorbándolos. Ustedes deben tener mucho de que hablar.
—No, no pasa nada, Karen. ¿Por qué no nos acompañas? Terry acaba de hacer el té —invitó Candy, para sorpresa de los dos castaños.
—Oh no, no quiero estorbar...
—Vamos, Karen, también eres mi amiga. ¡No eres ningún estorbo! ¿Verdad, Terry? —Se volteó a mirarlo con una sonrisa, misma que le hizo imposible a Terry negar la visita de Karen.
—Si —respondió después de suspirar.
—¿Ves? Ven, siéntate —alentó Candy, llevándola a una silla para que quedara a su lado.
—Gracias...
—Iré a buscar otra taza... —avisó Terry, dándole una mirada disimulada a Karen, como si se disculpara con ella.
—Entonces... ¿verás la obra?
—Si, Terry me invitó. Había querido venir a verlo hace mucho, pero... No podía. —Su sonrisa brillante desapareció.
—¿Por que? Sabes, si se trataba de dinero, podías mandarme una carta. Con gusto te hubiera enviado una entrada.
—No, no es por eso... Es mucho mas complicado. Pero ya no importa, ya estoy aquí, y estoy feliz. Apuesto a que Terry será maravilloso, mucho mejor que la primera vez que lo vi actuar. —La imagen de Terry haciendo de el Rey de Francia se le vino a la cabeza. En aquel entonces, Terry solo era un novato, pero ella siempre supo que llegaría muy lejos, que sería una estrella.
—Lo será. Él siempre lo es —dijo sin pensarlo mejor. Se mordió la mejilla ante su confesión, pero al mirar a Candy, ella no parecía haber escuchado algo extraño.
—¿Por qué no estás en la obra, Karen?
—Necesitaba un descanso, así que fui a Florida y me quedé con mi abuelo. Claro que pienso volver pero... En esos momentos ya no estaba pasándola tan bien.
—¿Por que? —Candy se preocupó al ver cómo la mirada de Karen se había apagado. Ella compartía la misma pasión por el teatro, pero algo la había hecho alejarse.
—¿De que me perdi? —Terry interrumpió la conversación una vez regresó a la mesa.
—Estaba por contarle a Candy sobre mis vacaciones en Florida.
—Cierto, ¿cómo te fue? —preguntó Terry, llevándose la taza a los labios. Karen y él habían perdido el contacto desde que ella había decidido no enviarle cartas, entonces, queria saber algo de ella.
—Pues yo diría que muy bien... —Sonrió con picardía—. En mis planes estaba descansar, ir a la playa, dedicarme un tiempo a mi misma después de... —Karen miró de reojo a Terry, quien había levantado la cabeza de golpe, asustado con lo último que diría—, ejem, tanto trabajar. Pero, pasó algo que no estaba buscando.
—¿Qué encontraste? —La curiosidad de Candy se le adelantó, interrumpiendo a Karen.
—Mi abuelo tuvo un paciente con el que me topé en su consultorio. Aquella vez no hablamos mucho, pero comenzó a venir más seguido, y según mi abuelo, a causa de razones tontas. Me formaba una plática, y los segundos se convertían en minutos, y los minutos en horas...
—Estaba yendo al medico con la excusa de verte a ti —Terry acertó riendo, pues, estando en el lugar del joven, él también hubiera fingido estar enfermo con tal de que cierta enfermera lo atendiera.
—¡Que astuto! —Candy se carcajeo. Habia pasado por experiencias similares con sus amigos cuando estos se disfrazaban de enfermos nada más para hablar con ella durante horas de trabajo.
—Precisamente. Mi abuelo y yo nos dimos cuenta de ello, pero... No me molestó. De hecho, lo esperaba al día siguiente. —Karen se mordió el labio con una mirada traviesa—. Me pidió cortejarme, y yo le dije que si.
Terry agrandó los ojos. Karen se había enamorado de alguien más durante sus vacaciones. Estar alejada de él al final le hizo bien, y sintió un alivio al saberlo.
—¡Es toda una historia romántica! Encontraste el amor en el lugar y momento menos esperado... —dijo Candy, sin querer conectando con la mirada de Terry. Los dos se desviaron como si aún fueran unos inexpertos adolescentes.
Karen giró los ojos al verlos actuar de ese modo. Por un momento, sintió ganas de empujarlos sobre el otro para que hubiera algún contacto de una vez.
Candy apretó los labios ante la incomodidad momentánea, y miró a su alrededor en búsqueda de algo con lo que pudiera sacar conversación.
—Estas tazas son preciosas... —felicitó en voz baja, mirando las tazas delicadamente pintadas, pero que no compartían el mismo diseño. Era como si hubiesen sido compradas al azar—. ¿Por qué son todas diferentes?
—Así las colecciono.
—Todo comenzó como un chiste entre...
—Karen —Terry se apresuró a interrumpirla. No quería hablar de ello, y Karen, a diferencia de Candy, lo entendió.
—Lo siento.
—¿Qué chiste? —Candy pestañeó en silencio, a lo que Terry y Karen se intercambiaron miradas. La Pecosa llegó a la conclusión de que algo había de ese chiste que Terry quería callar. De seguro tenia algo que ver con algo doloroso de su pasado.
—Dile, Terry.
—No es nada —Terry espetó, sirviéndose otra taza de té con el cuerpo tenso.
Candy llevó su mirada preocupada hacia Karen, pero esta sólo dejó ir un suspiro en vez de una respuesta.
—Creo que mejor me retiro. —Karen se puso de pie, sorprendiendo a Terry y a Candy.
—Acabas de llegar, Karen —dijo Candy, a lo que Terry se quedó callado. Su humor había cambiado notablemente—. Sigamos hablando.
—Gracias, Candy, pero eres la invitada de Terry, no yo. Terry —se dirigió al castaño—, acompáñame a la salida, ¿si?
—Permiso —Terry se disculpó con Candy y se retiró de la mesa, siguiendo los pasos de Karen. Ninguno dijo nada hasta estar seguros de estar lejos de la rubia—. Karen...
—Algún día tendrás que hablar de él.
—No tengo por qué hacerlo.
—A mi también me duele, pero tienes que superarlo. Candy está aquí, sé que ella te va a escuchar... Ella te sigue queriendo. Estoy feliz por ti —confesó con una pequeña sonrisa.
—Y yo lo estoy por ti —Terry correspondió, ya con una expresión más relajada—. Espero que me lo presentes, eh. Tengo que dar mi aprobación.
—¡Que tonto eres! —Le propinó un gran pellizco, de esos que Terry no extrañaba para nada.
—¿Terry? —Candy llamó, buscándolo desde el comedor.
—Ey —Karen llamó la atención del castaño, quien había reaccionado ante la voz de Candy. Karen levantó su dedo índice y lo señaló a manera de advertencia—. Ni se te ocurra volver a dejarla ir, ¿comprendes? No quiero volver a verte perdido.
—No lo haré —aseguró.
—Más te vale. —Se abrazó a él, y esta vez, Terry hizo lo mismo.
—Gracias, Karen.
—Ya, vuelve con tu Julieta. No es de caballeros dejar esperar. Buenas noches.
—Buenas noches —murmuró antes de cerrar la puerta. Se quedó unos segundos frente a esta, pensando en los deseos de Karen. Quería para él la felicidad con alguien a quien amaba, y él deseaba lo mismo para ella. Después de todo, podía comprenderla.
«Lamento no haber podido corresponderte, Karen, pero nunca fui para nadie más... Ahora parece que has encontrado a tu persona, cómo yo he encontrado la mía».
—¡Terry! Por un momento creí que me dejarías toda la noche aquí sentada —comentó Candy, con una enorme sonrisa.
Su visión fue lo suficientemente como para contagiarlo de aquella sonrisa, pero luego, un temor reconocido lo invadió. Había sentido lo mismo cuando era un estudiante en el Saint-Paul, el temor de no ser amado de vuelta. Candy era el amor de su vida, sin embargo, eso no significaba que él era el de ella.
—¿Todo bien?
—Si —Terry asintió—. Pecosa, eres una dama, ¿verdad?
—¿Qué? ¡Claro que sí! —Saltó de la silla, cruzando los brazos para destacar lo ofendida que estaba.
—Pues en ese caso, como buen caballero inglés, te llevaré a tu hotel. ¿Vamos? —Ofreció su brazo, y su Pecosa, divertida aceptó—. Pero querrás ponerte tus zapatos.
—¡Oh! —Miró hacia sus pies descalzos y luego hacia los tacones que había dejado tirados. Corrió hacia ellos para colocárselos, pero justo al hacerlo, su rostro iluminado cambió a uno de dolor. Dicho gesto causó en Terry una sonora carcajada.
—¿Qué pasa, Pecosa? ¿No aguantas tus zapatos de tortura? —mofó.
—Cállate, Terry, no molestan para nada. ¡Es como caminar en una nube! —Alzó la nariz, y fue hasta entonces que Terry supo cuánto había extrañado ese gesto de ella.
—¿De verdad? —Le dio un empujoncito, haciendo que Candy diera un paso fuerte hacia enfrente.
—¡Ay! ¡Terry! —Candy soltó un quejido, contradiciendo sus palabras anteriores.
—Ya, lo siento. —Se dobló un poco frente a ella, y sin aviso previo, la levantó en vilo. Candy se sorprendió ante encontrarse a sí misma sobre los brazos de Terry—. Debe cuidar sus pies, señorita Pecosa. ¿Sino cómo piensa bailar conmigo mañana?
—Terry... —Sonrió y bajó la cabeza tras ver que su vista se hacía borrosa. Estaba en los brazos de su amado, algo que creyó nunca volver a sentir.
«Te amo más de lo que te amé la última vez que estuvimos juntos. Quiero estar así siempre, a tu lado, rodeada por tu calor, con mi corazón latiendo cada día más fuerte por ti. ¿Tú sentirás lo mismo?».
Continuara...
꧁•°✿𑁍✿°•꧂
