"DESTROZA ÉSTE CORAZÓN"
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― Madre... Yo... Es la primera vez que yo... ― Tomó del brazo a la mujer que le miraba con frialdad ―. No es mí...
Pero la desesperación en su voz fue silenciada, quizás porque la situación ya estaba fuera del control de las dos, la madre golpeó su mejilla con la palma abierta. Viéndolo venir asomó en sus labios una pequeña sonrisa, una apuesta contra sí misma: había ganado. Ahora dile, consciencia, cuál es la verdad y en dónde se está equivocando... Qué difícil es corregir a una madre, cuando claramente tiene razón.
― Tu padre invirtió los últimos años de su vida en tu educación, en darte toda la atención, tú, su única hija ― Habló la mujer mayor, con ese acento trabado ―. ¡¿Y vuelves con un crío en el vientre de quién sabe quién?! ¡Eres una puta! Agradece que la carne se ha podrido en los huesos de tu padre, agradece que eres hija suya ¡O te muelo a golpes aquí mismo!
La jovencita lloraba, sentada sobre sus propias rodillas, sujetando la mejilla herida, sintiendo cómo sus molares acariciaban tortuosamente la herida interior. Sentía las voces apagadas, y los gritos dejaron de oírse, ella... Llevó su mente al sonido de su corazón, le dolía el pecho, preguntándose por qué tenía que tener a la madre que tenía ¿Por qué no pudo nacer en otra familia? Mientras la observaba, admirando la decepción y el odio que crepitaba en sus ojos.
— ¿Quién te desgració de tal forma? — Le preguntó, tomando la escopeta de la pared, buscando los cartuchos en los cajones —. O se hace responsable o traga plomo ¿Cómo se atreve?
Pero solo recibió un empujón en el pecho con la culata del arma, cayendo al suelo, deshecha y adolorida. Su mamá siempre había sido así, violenta y pasional, aguerrida. Nunca le demostraba al menos un poco de cariño ¿Es que jamás la había querido? Porque debió ser un niño ¿Verdad? Porque su padre se lamentó hasta el último día el no tener un heredero ¿Por qué no nació varón? ¿Por qué tuvo que ser mujer?
En este mundo, no quieren a las niñas...
— Vete a tu cuarto y no te atrevas a salir, tu no llegaste de Italia ¿Oíste? — La señora se ató el pelo y caminó —. Después hablamos de tu desgracia.
— Mamá yo...
— No me hables ¡Obedece guacha de mierda! — Le gritó.
Poco podía hacer, su madre estaba fuera de sí, salió con el arma cargada y los bolsillos llenos de cartuchos. Poco podía hacer, no se había embarazado una hora atrás, como para que ella alcanzará al que donó el material genético para su hijo. No podía desobedecerla.
Todo dolía, la cara, la boca, su pecho, sus piernas... Pero no se comparaba a la sensación de estar sola en el mundo, completamente sola, sin siquiera un aliado cerca, sin siquiera un apoyo, ella sola... Y el bebé que comenzaba a aparecer en su vientre.
Pocos días después, su madre fue a verla de nuevo, más calmada y con una mujer. La sonrisa de las dos era grande y notoria, no sabía por qué ¿Será que le permitirán moverse por ahí? ¿Qué, su madre había aceptado está situación?
— Vamos a solucionar el problema — Dijo su madre —. Está partera sabe cómo quitarte esa cosa de adentro.
— Mi niñita, he hecho esto miles de veces, no tiene que preocuparse — Dijo la señora, sacando una herramienta y plantas —. Para hacer este Juzkv, primero vamos a pedir a la ñuke mapü que proteja a su hija. Acuéstate mi niña.
— ¿Juzk? — Preguntó, obedeciendo.
— Un aborto — Le aclaró su madre —. No vas a echar a perder todo lo que hicimos para crecerte, no por esa cosa.
— ¡Es mi hijo! — Le gritó, parándose de la cama y agarrando su vientre —. No puedes... No puedo abandonarlo.
— ¡Basta! Como si fuera tan fácil tener un hijo, Violeta ¿Por qué no entiendes que intento protegerte? ¿Qué crees que va a decir la gente? ¡Eres mi hija!
— ¡Yo también soy madre, de este niño! Y voy a proteger su vida... No me lo quites, por favor, perdónalo, no tiene culpa — Ella se alejó lentamente.
La mujer, hizo una seña a la partera, y ella sonrió, saliendo de la habitación y a la espera que volvieran a llamarla.
— ¿Cómo te atreves a humillarme frente a otro? — Gruñó —. ¡Bien! Vas a darte cuenta sola, ser madre soltera a tu edad Jah ¿No te gustó hacer cosas de grandes? Asume, yo intenté ayudarte.
Las palabras de su madre caían en un pozo profundo y ya sin fondo ¿Esperaba que cayera en desesperación? ¿Qué suplicara perdón? ¿Qué llorara por su cariño? No sentía nada de eso, el amor por su hijo era lo único que la mantenía viva ¿Por qué renunciaría a ese amor? El niño en su vientre era su única felicidad. El dinero, el cariño parental, el amor... Renunció a todo, está bien... Todo estaría bien, porque era un cascaron que protegía a su hijito.
— Escucha, trae al infeliz — Dijo, después de un rato insultándola —. Vuelve antes que tu estado sea evidente — La agarró del pelo y le miró a los ojos, sin dejar que su mirada escapara —. Todo esto es tú culpa... Te conviene, si quieres quedarte con el niño — Suspiró, intentando calmarse —. Vuelve con el que te hizo esto.
— Pero y si... ¿Si no está? — Su voz se quebró al recordarlo.
No iba a estar, porque él la abandonó.
— ¡Lo solucionaremos de cualquier modo! — Dijo, aun agarrándola del pelo, puso la otra mano en su vientre —. Lo solucionaremos, lo quieras tú o no.
Después de la obvia amenaza, Violeta siguió sobre la alfombra de su cuarto, con mucho miedo para moverse... Arrastrando las frazadas sobre ella, sentía frío, aunque estuviera en verano. El bebé en su vientre era una cosita pequeña y frágil, un poco... Solo un poco más, y estaría firme en su interior. Todo lo que estaba pasando, no era culpa de su existencia, era culpa de ella, que mezcló su cuerpo con el de otro.
— Bebé... Tú fuiste hecho con todo el amor que puede existir en el mundo — Repitió en voz alta, recordándose a sí misma —. Tú eres mi luz, y con mi amor, será suficiente... Viviremos los dos o los dos moriremos, no voy a dejarte.
Los días pasaron, no volvió a ver a su madre, tampoco pudo salir de su cuarto, y el ama de llaves de la hacienda le dejaba la comida afuera de la puerta. Increíblemente, la comida era siempre abundante y saludable, como si estuviera recibiendo cuidado prenatal, solo que no era así. Sabía que no podía ser así.
Cuando los golpes desaparecieron de su rostro, y cuando se sintió con fuerzas, hizo su equipaje. En Italia tuvo un amigo, con un problema... Un problema muy grave, no sentía atracción hacia las mujeres.
Su plan era simple, este chico huiría de Italia, en dónde lo juzgaban, lo presentaría a su madre y los casaría, lo que dejaría en paz a ambas familias, le daría libertad de hacer lo que quisiera, siempre y cuando le diera una firma. Le explicó a grandes rasgos lo que ella esperaba, mediante el telégrafo, y él estuvo de acuerdo.
...Pero no fue necesario llegar tan lejos, ya en las Canarias, desahuciado, con sus últimas fuerzas, Alonzo de Portinari firmó un acta de matrimonio. El muchacho había contraído la gripe, estaba enfermo y en cama, le pedía que volviera cuanto antes. No podía seguir expuesta a la gripe y el miedo caló en sus huesos, recordando que no era solo su vida la que estaba en juego, se fue, en el mismo barco que había llegado.
Después de unas semanas de viaje, se quedó en un hotel en Buenos Aires. Argentina cumplía cien años, pese a la guerra, celebraban a lo grande, lleno de lujos y el embellecimiento casi obsesivo. Sin embargo, no pudo relajarse.
Su vientre estaba hinchado, día con día, las náuseas habían pasado, pero se sentía cansada casi todo el tiempo, sus piernas estaban hinchadas, y su cintura se veía cada vez más y más ancha.
Pero no, el infortunio no contentábase con eso. Le llegó una encomienda desde Italia. Era un acta de matrimonio, ocurrido en España...
Lo supo de inmediato: Murió.
Su preciado amigo... Murió. Ella se convertiría en viuda ante los ojos de su familia, ante los ojos de todos. Aunque él ya no existiera en este mundo, le había salvado de un destino terrible, ser una madre soltera era... una deshonra.
Apretó el anillo de compromiso, de plata y amatista. Y miró desconcertada, la dorada argolla de matrimonio. Su corazón palpitaba como un caballo desbocado al comprender la situación...
— Bebé... Tú y yo sabemos que no es tu padre, pero ¿No prefieres a un papá héroe de guerra? — Se acarició el vientre —. Ahora soy viuda, y tú eres huérfano... pero siempre vas a saber que mi esposo, quién te dio un apellido, fue una buena persona... El mejor de... Todas las personas.
Luego lloró. Lloró. Y siguió llorando por dos días más, recordando a un tal Alonzo de Portinari, un hombre joven de buena familia, que se enlistó en la guerra para demostrar valía, pero que volvió lesionado al convento, las hermanas del Sagrado Corazón lo trataron y curaron, y fueron las hermanas clarisas las que lo recibieron. Allí hospedaba ella.
Excelente muchacho, decían todas, y esperaban que él escogiera una esposa. En el convento había 5 señoritas de buenas familias y buena educación que serían la esposa perfecta... Pero Portinari se comportó con total liviandad ante los esfuerzos de las hermanas.
Los dos se conocieron un año antes de acabar la carrera, y él fue el primero en darse cuenta, que ella estaba enamorada de alguien. Tenía la "suerte" que él no había logrado. Luego de recuperar sus heridas, se fue, le dijo que acudiría a su ayuda, fuera cual fuera su necesidad.
Y aquí estaba, necesitando su apellido, su figura... Llorando por su muerte, y porque, pese a todo, había sido un hombre caballeroso hasta el final.
Entonces, cuando vistió el negro perpetuo y se preparó para marchar con la noticia a su madre, se dio cuenta de algo... En el libro del hotel, había un "Fernández-Carriedo" ¿Era... Él?
No pudo evitarlo, su corazón se estremeció con el solo hecho de escuchar su apellido ¿Y si esperaba unos días más? Lo cierto era... Que había hecho todo para tener un padre para su hijo, pero... ¿Por qué no buscar al padre de verdad? Quizás todo había sido un mal entendido, y ella había juzgado mal, quizás algo había sucedido, algo que estaba fuera del control de su amado.
¿Qué podía hacer? Estuvo ahí cuando leyeron el testamento de su padre... Ella no, no tenía dinero...
El guardador de todos los bienes, sería un amigo abogado de su padre, no podría vender, regalar o separar las propiedades, solo podía administrarlas. Por otra parte, a su esposa le legó el título de la casa, La nombró obvia guardiana de su hija. Y ella, Violeta, fue nombrada única heredera de toda la fortuna de Carlos González, la que podría hacer usufructo al cumplir 45 años o, a los 18 si se casaba, entonces todos los bienes pasarían a ser de la pareja, y de sus descendientes.
Violeta se fue en el momento justo, antes que los buitres llegarán con peticiones de matrimonio. Gente de dinero, con claras intenciones de estirar sus manos hacia la fortuna.
Saliendo de su ensoñación, se encontró frente a frente ante un personaje que no esperaba. No era el padre de su hijo, pero... Era lo más cercano a él.
— Violeta... Dios mío ¡Tanto tiempo! — Se acercó él de inmediato —. Gracias al cielo que tenés buena cara, lucís hermosa ¿Qué pasó? Martín dijo que tomaron caminos diferentes...
— Yo... ¿Qué estás haciendo aquí, Sebastián? — Preguntó ella, dudosa —. ¿Acaso Martín...?
— ¡Sí! — Él tomó su brazo y la guió por el salón —. Vení también, el chico está acá, no me digas que se pelearon, mirá, no sé, nunca me ha quedado claro su historia
— No, no, no peleamos, pero ya sabes... ¿Y tú, qué tal estás?
— Bien, bien, mejor que nunca — Sonrió —. Me gustaría que nos visitaras estos días. Ahora voy a ver a mi hermano ¿Venís?
Ella negó, con una sonrisa encantadora. Pero aún así lo siguió un buen tramo, hasta un hotel diferente, mientras conversaban del pasado.
Sebastián le intentaba sacar la verdad, lo sabía, pero no podía hacer otra cosa que ocultar respuestas con behemencia, mientras el rubio hablaba de su familia.
— Uno de mis tíos estaba entre la espada y la pared, y el otro postrado en cama, peleó en la guerra, pero derribaron su avión.
— Oh no, eso es... terrible — dijo, preocupada, cruzando las manos sobre su pecho —. Lo tendré presente en mis oraciones, lo prometo.
— ¿Te casaste? — Preguntó Sebas, mirando los anillos en su dedo —. ¿Vos? No, jajajaja ¿Me tomás el pelo Violeta? No han pasado ni siete meses desde que nos graduamos...
— Alonzo Portinari ¿Recuerdas? — Ella suspiró —. Fui a Italia con él, pero... Murió de la gripe.
— Ah, dale, que mal, sos tan joven y ya viuda, Violeta — Él se rascó la mejilla.
Los dos se quedaron conversando un poco más, en el jardín, había varias personas, por lo que nadie reparó en ellos. Sebastián se sentía mal por ella, Violeta podía notarlo.
—...Y yo que pensé que vos ibas a estar acá hoy — Sebas se rascó la mejilla —. Pensé que te iba a escoger a ti.
— ¿De qué hablas? — Ella parpadeó, un poco mareada, sentía calor horrible. Le dolía la cabeza.
— El matrimonio, pero... Esperá ¿Alonzo Portinari? — Sebastián frunció el ceño —. Violeta... Alonzo Portinari es sodomita ¿Por qué te casarías con él...?
— Eso es... — Se detuvo abruptamente, completamente tensa y sorprendida.
Ahí estaba Martín, sonriendo, del brazo de una jovencita. No había que ser muy inteligente para saber lo que estaban celebrando, si sus familias estaban reunidas, si Sebas estaba hablando del matrimonio... Toda pequeña esperanza desapareció en un instante y tuvo una oleada de inconsciencia repentina, por alguna razón, su consciencia...
— ¡Violeta! — Dijo en voz alta el rubio.
"Cállate, no grites", quería decir, pero el mareo se sentía peor, tenía que salir de ahí lo más rápido posible. Sebas la llevó hasta una silla y le tiró viento con su abanico. No quería generar conmoción, o llamar la atención de forma indeseada.
— Tengo que irme, me sentí mal de pronto... — Ella, intentó levantarse.
—...Estás embarazada — Aseguró el rubio, sorprendido por el vientre levemente abultado —. ¿Quién...?
— Sebastián, tengo que irme — Pidió, al borde de los nervios —. Necesito descansar un poco, todo esto es... Nuevo para mí.
Él asintió, la ayudó a pararse, y caminaron juntos hasta la calle, en dónde pasó un coche. Subió ella, subió él detrás.
A este paso, ella no se libraba de los hermanos.
— Abriré tú vestido un poco, y soltaré el corsé que usás — Dijo, manos a la obra —. Descubrimientos recientes, dicen que apretar la barriga es perjudicial para los niños no natos.
— Gracias... — Suspiró, sintiendo aire en su espalda.
— No me di cuenta que estabas embarazada — Admitió el de los ojos miel —. ¿Por eso te casaste con un hombre que nunca podrá quererte? Te merecés algo mejor.
— Gracias, gracias Sebastián, me siento mejor — Admitió.
— ¡Por supuesto! Ya le llega aire al niño — Él sonrió, luego suspiró —. ¿...Quién te desgració así, Violeta?, ¿Fue por la fuerza? Decime quién se atrevió y con Martín lo molemos a palos, que hijo de puta sin vergüenza. Ese no es hombre.
La chilena de corta estatura sintió cómo su corazón se destruía sin remedio. A veces la ignorancia es felicidad, abre un camino al "quizás", a una posibilidad, a la esperanza. Saber, hace que las cosas tomen un rumbo real.
— Peor — Admitió ella, con las mejillas rojas —. Pensé que me amaba... Es una suerte, que este niño, sea fruto del amor.
Los ojos del rioplatense se abrieron con sorpresa ante palabras tan románticas. Un deje de tristeza al final, no había vuelta atrás. Violeta supo de inmediato que Sebastián le tendría lastima, iría con Martín, le comentaría la situación, pensando que podría ayudar. Y no era así, lo mejor era hacerle entender que todo estaba bien, y evitar su conmiseración. Debía irse antes que decidieran visitarla.
— Yo quiero a este bebé — Dijo, decidida —. Además, ya estoy casada, así que nadie me verá a mal, no tienes por qué preocuparte jajajaja.
— No es tan sencillo Violeta... — Se quitó los anteojos y la miró.
Ella desvió la mirada de inmediato. Se parecían horriblemente, eran tan parecidos, que daba pavor. Intentó no comportarse extraña, pero provocó todo lo contrario, ya que el rubio frente suyo frunció el ceño.
— Soy la legítima heredera de los bienes de mi padre, soy inmensamente rica — Dijo, con una risa nerviosa —. Cómo puedes ver, nada me va a faltar... Si vuelvo a casarme, te invitaré al matrimonio.
Llegaron al hotel, y Sebastián dio unas monedas al cochero y pidió que lo esperara, luego la ayudó a bajar, Violeta seguía tan ligera como una pluma, lo que preocupó a su médico interno.
— ¿Segura que estás bien? — Preguntó, arreglándose el cabello —. Voy a dejarte mi dirección, y la de mi oficina, si querés ayuda o charlar, vení a verme.
— Sí, gracias — Ella tomó el papelito y sonrió —. Que amable eres.
Apenas el coche se fue, ella subió los pisos hasta su hotel, aún tenía reservación para dos días más, pero prefería marchar antes.
Una vez que Martín supiera sobre su vida... ¿Qué iba a hacer, eh? ¿La buscaría? No, seguro que no. Mientras perforaban su billete de tren, sintió cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, corrió al vagón de primera clase y se encerró en el pequeño cuarto personal, no saldría de allí hasta cruzar los Andes. Porque solo lloraba, solo podía llorar, todo aquello que no lloró en Italia, lo lloró en ese pequeño cuarto, abrazándose a sí misma, con manos temblorosas, se prometió no volver a amar a nadie más. Dios sabía cuánto amó, lo ingenua y torpe que fue.
Las hermanas tenían razón, una vida al servicio de Dios, era lo mejor. En un corazón lleno del amor de Dios, ningún hombre entraría. Y ella no debió dejar que un hombre entrara.
...Pero incluso ahora que estaba destrozada por dentro, quería recordar las leves caricias que él solía darle. La hacía sentir acompañada, en el mundo no estaba sola, él estaba allí. Su risa boba, sus manos traviesas y la forma en que la miraba... Lo quería ¡Lo quería todo de regreso! Y ya no tenía nada, no había nada más para volver.
No tenía un hogar para darle a ese niño que en pocos meses nacería...
Frío. El fuego de su pecho que se alimentaba a base de recuerdos, comenzó a enfriarse. No había nada más que quemar, una enorme capa de hollín viejo se solidificaba alrededor de su corazón.
Y de pronto "toc-toc".
― ¿Bebé, fuiste tú? ― Preguntó sorprendida, sentándose en la cama.
Se secó las lágrimas de la cara y puso ambas manos debajo de su chaleco, sobre la blusa que apenas cubría su vientre, sentía como si burbujas explotaran en su interior, pero sabía que no eran burbujas, era algo más...
― ¿Estás queriendo demostrar lo grande y fuerte que eres? ― Preguntó, atónita al recibir una nueva respuesta ―. Eres mi única compañía.
El único amor posible, era el que ese nenito en su vientre le daría. Quizás por eso, su corazón aún latía con un poco de calor.
Sin embargo, el ruin crujido de las vías del tren deteniéndose, la sacaron completamente de sus pensamientos...
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