Capítulo 1:

Jon Nieve

Jon Snow no paró de correr. A pesar de la nieve que caía en su piel, su rostro ardía peor que los baños termales de Winterfell. A su vez, sus piernas quemaban, cada zancada envió una sacudida desde sus pies hasta su cabeza. Su vista solo consistía en débiles siluetas, lo suficiente para esquivar árboles y atravesar pasajes entre angostos troncos.

Aun con todas las dificultades, no se detuvo. La sangre caliente corría como caballos por sus venas, rápidos viajes desde su corazón a cada extremo de su cuerpo; ¿la causa de su rapidez? Las voces en su espalda.

—¡Yo quiero sus piernas!

—¡Me comeré su corazón!

—¡Quien lo atrapa primero tiene el derecho a elegir!

Risas coronaron los gritos. Se oían secas, cargadas de macabra emoción. Jon no necesito voltear para saber que sus perseguidores, salvajes vestidos con pieles y huesos humanos, lo atraparían en cualquier momento. Incluso le lanzaban flechas que pasaban de largo sus piernas y aterrizaban en árboles o la tierra.

—¡Apunta bien, puta inútil!

—¡Corre más rápido, perro idiota!

El bastardo desearía regresar en el tiempo y escuchar las advertencias del maestre Luwin. Cada vez que él y Robb se ponían demasiado osados y discutían sus planes en voz alta, el anciano los sermoneaba sobre los peligros del bosque. «El bosque es peligroso. Los salvajes acechan.». Al contrario, la vieja Tata les sonreía cuando se acercaban, «Los niños traviesos son atrapados por Grumkins.». Tanta experiencia con niños tal vez la hizo conocer de antemano cada travesura infantil.

Jamás imaginó que los salvajes se acercarían tanto a Winterfell. Él solo quería encontrar la estrella arcoíris, una esfera llameante que viajó por el cielo de todo Poniente durante varias lunas; según su padre, su brillo llegó a surcar las tierras de Essos.

«Es un dragón gigante», «El cometa del rey Robert», «El martillo arcoíris», probablemente tuvo cientos de nombres y apodos entre lugareños de todo el mundo. Jon sabía que todos recordarían lo más importante: el momento en que esa luz se partió. El cielo tenía el color de la tinta más oscura, pocos observaban las estrellas ese día, gran parte del interés por el "martillo del rey" se disipó; entonces, como una salpicadura de pintura, múltiples colores pintaron el lienzo: rojo, azul, verde, naranja, amarillo, dorado. En efecto, una escena no distinta a ver un artista derramar todos los colores posibles en su obra.

Jon creyó ver varios fragmentos caer en las cercanías del Bosque de los Lobos. Discutió con Robb para buscarlos. Necesitaba encontrarlos, obtener el legendario metal de estrella. Su medio hermano se negó a acompañarlo, alegó no preocupar a su madre; Jon no tenía una a la que preocupar, si un padre al que impresionar y un nombre que ganar.

Por esa razón, se escabulló a mitad de la noche en el instante que tuvo la oportunidad. Un viaje rápido, pensó, nadie notaria su ausencia, se consoló. Solo se enterarían si faltaba a su entrenamiento con Ser Rodrick en la mañana. Por lo tanto, tiempo suficiente para encontrar la estrella, esconder muchos trozos, llevarse un par y repetir el día siguiente.

Ahora mismo, a punto de morir por caníbales, Jon desearía que Jory lo hubiera atrapado en el acto. Recibir una lección del fiel guardia de su padre, que él lo llevara ante Lord Stark para que lo castigaran. En este punto, lloraría y abrazaría a Lady Catelyn si ella lo rescatara. Aunque eso no pasaría ni siquiera si los Siete en persona se presentaran ante ella, la esposa de su padre lo dejaría morir y sonreiría frente a su cadáver medio comido.

Jon gritó por la flecha que paso sobre su cabeza. Por el rabillo del ojo, vio la sonrisa de un hombre detrás de un árbol; al cambiar de dirección, se encontró un nuevo salvaje escondido. Una cacería, tres lobos que jugaban a las emboscadas con un conejo solitario.

Una sacudida atacó su pierna, el aire abandonó su cuerpo por un segundo y luego apareció el dolor. Se desmoronó en la nieve, esta entró en su boca, lo que le impidió aullar por las descargas de agonía que recorrían su cuerpo.

—¡Vuelve a gritar mi puntería! ¡Te reto! —La arquera del norte sonó victoriosa.

El niño rasgó con sus dedos la tierra, penosos esfuerzos de alejarse de las risas que más se acercaban. Sus guantes, al igual que gran parte de su ropa, estaban empapados; puede que el húmedo frio calara en su cuerpo pero no sentía su picor. Todo ardía, su piel podría estar en llamas y no sabía si lloraba o gritaba.

Todo se detuvo con la llegada de curiosos sonidos. Los caníbales se quedaron callados, al igual que Jon quien levantó la cabeza. Frente a ellos, un ser en extraño ropaje les devolvía la mirada; en su mano derecha, un largo bastón con ganchos y picos en cada extremo se agitaba. El responsable de los sonidos: cascabeles y tintineos por demás extraños.

Una inusual armadura, set completo no de acero sino capas de cueros endurecidos, tintes rojizos con verde, un casco/mascara con picos y un color más claro que las plantas de menta; su escudo combinaba el rojo, amarillo y verde al igual que su capa. Eso creó la imagen de un alto guerrero casi bestial, una existencia que intimido a los habitantes de más allá del muro, por la forma en que casi temblaban.

El hombre enmascarado extendió su arma, señaló a los salvajes. El suave silbido resonó con su movimiento. Entonces, volvió a agitarlo, esta vez en dirección al bosque. El mensaje se hizo con un garrote pero tenía la nitidez de una espada, «Deja al niño y váyanse.»

La respuesta consistió en viento, mudez y silencio por parte de todos. Pasado unos segundos, un salvaje estalló en carcajadas, seguido por sus compañeros.

—¡Más carne para el fuego! ¡Matémoslo de una vez! —proclamó la mujer arquera, su postura con el aire de una reina sucia y andrajosa.

Los dos hombres se lanzaron con sus armas, hachas largas hechas más para talar troncos que para la guerra. En un segundo, el guerrero de verde arrojó su escudo. El caníbal no espero dicho acto porque recibió el golpe en la boca, cayó rendido como saco de piedras. Eso no detuvo a su compañero, filo en alto sujeto con ambas manos; su adversario se hizo a un lado, esquivó el tajo descendente y con un giro, uso el gancho inferior para atrapar su pie, con un jalón lo hizo caer. En un segundo, alzó su garrote y lo azotó contra el rostro del hombre caído.

La mujer salvaje había cargado su flecha al ver a sus aliados perder. Sin perder tiempo, el salvador enmascarado saltó y rodó hacia su escudo. Se salvó de una flecha que aterrizó en la nieve, la segunda fue rápidamente disparada y se clavó en el escudo con un fuerte crujido.

Con jadeos furiosos, la mujer del muro continúo con sus flechas que impactaban en el escudo. Al final, había cuatro proyectiles clavados en la dura superficie y el salvador de armadura estaba de pie frente a ella. Se alzó con su gran altura, un ser intimidante y demoniaco gracias a su casco.

Desde el suelo, Jon parpadeó con fuerza. No quitó la mirada de la mujer caníbal, ella temblaba de puro pánico. Incluso sacó un cuchillo que amagó a utilizar. Antes de poder hacerlo, se paralizó con ojos bien abiertos. Su mirada estaba arriba, no parecía mirar al hombre sino a algo superior a él. Un parpadeo luego, ella saltó hacia atrás, se revolcó por la nieve y tierra como cerdo en su escape. «¡Monstruos! ¡Demonios!», gritó balbuceos sin sentido, Jon apenas pudo comprender dos palabras.

Las manchas oscuras llenaron su vista. Su cabeza tambaleó. Con dificultad, movió su mano hacia la flecha que sobresalía en su pantorrilla. Blanco y rojo, una imagen que no difería de tomates triturados en harina.

—Niño... —la voz sonaba suprimida, grave pero rasposa. Producto de la máscara, sin duda.

Alzó la mirada y lo vio. El cuero de su armadora lucia rasposo, rugoso como la piel de lagarto león. Pequeñas aberturas estaban en su máscara pero ocultaban el color de sus ojos.

Intento hablar, su boca se movió pero la saliva cayó. No sentía sus labios, estaba seguro que perdió el control de su rostro. Casi chilló al ver a los dos salvajes antes inconscientes levantarse. Un brillo rojizo quemó sus retinas, el calor intenso lo obligo a bajar la nariz y la inconciencia lo reclamo.

Su rostro sentía una superficie cómoda. A su vez, una mano acariciaba sus rizos oscuros, dedos largos y delgados, algo ásperos pero aun suaves.

Recuperó la consciencia poco a poco, débiles parpadeos que se adaptaron a la escasa luz. Se retorció, su nariz captó la fragancia de humo y ceniza. Al adaptarse a su entorno, visualizó la reconocida mascara, los ojos huecos que le devolvían la vista.

Su cabeza estaba en el regazo de su salvador. Él acariciaba su cabello. Lo dejó dormir a su lado. Trató de levantarse pero el dolor en su pierna impidió toda clase de movimiento. Notó que la flecha fue retirada, su pantalón arremangado y vendas cubrían el sitio de la herida.

—No podrás caminar bien por un tiempo —La voz difusa de su salvador resonó—. Limpie la herida, la cure y aplique ungüentos. Muévete con cuidado para no abrir los puntos.

Jon tragó saliva. La voz imposibilitaba saber la edad, podría ser un guerrero mayor a Ser Rodrik, o un joven aventurero de porte idéntico a Jory. No obstante, actuó con incuestionable amabilidad, lo ayudó a sentarse y se mantuvo cerca por si caía.

—Usted me salvo... Se lo agradezco, ¿Ser…? —Jon no sabía la forma de dirigirse a él.

—Hice lo que tenía que hacer. Ellos eran bestias sin razón que amenazaron con comer a un niño, ya lo hicieron antes por los huesos en su ropa —Ese tono rasposo y la confesión carente de emoción le provocó escalofríos—. Obtuvieron lo que merecieron.

El silencio volvió al interior de la cueva. Jon se removió, lanzó breves vistazos a su alrededor. Vio las paredes heladas, pintadas por algo de musgo. Una fogata frente a ellos, lugar donde un conejo se asaba. No necesito girar la cabeza para ver que el hombre de armadura no se movía, no había diferencia con una estatua de las tumbas de los Stark.

—Hay un castillo cerca de aquí, uno gigante, tiene banderas de un lobo —declaró el salvador con lentitud—. ¿Vienes de ahí?

—S-Si, ese es Winterfell, el castillo de la casa Stark.

—¿Y nosotros estamos…?

—En el norte, la tierra más vasta de Poniente.

La mudez los corono nuevamente. El bastardo apretó los puños. El hecho de no saber qué clase de rostro se ocultaba bajo esa mascara, que tipo de expresiones, lo atemorizaba. La salvaje no se equivocó al huir atemorizada, su salvador bien podría ser un demonio.

—¿Podrías explicarme de eso…? ¿Winterfell? ¿Poniente? ¿Stark? —Su volumen fue bajo, grave. Habló entre líneas, como si desconociera las palabras—. ¿Podrías explicarme todo? Temo que no sé dónde estoy.

Los dedos de Jon se aflojaron. Parpadeó varias veces, tal vez para descifrar que resguardaba la mascará. ¿Él sonreiría? ¿Él parecería tímido? ¿Él frunciría el ceño? No supo que hacer, así que busco en su mente las palabras que el maestre Luwin tanto busco inculcarle.

Narró la historia de los siete reinos, desde la conquista del famoso Aegon I Targaryen hasta la caída de su dinastía con Aerys II Targaryen. En ningún momento lo interrumpieron, por lo que no supo cuando detenerse. Así que, con la garganta cada vez más seca, terminó por presentarse y hablar sobre su familia detrás de los muros del castillo, principalmente de Robb y su padre.

—¿Por qué escapaste? —Esa pregunta lo descolocó un poco—. Tienes un padre y un hermano que se preocupan por ti, por no hablar de tu madre. ¿No crees que ellos estarán locos de preocupación ahora?

—Nunca conocí a mi madre, Ser. Tiene razón en que mi padre y hermano estarán preocupados, pero yo estoy más desesperado. —respondió con sequedad.

—¿Por qué, Jon? —El desconocido se acercó un poco. Aun sentado era más alto— ¿Por qué te arriesgaste así? Abandonar tu castillo, correr por este bosque lleno de lobos. Hubieras muerto. ¿Por qué, Jon? Ayúdame a entender.

La mano de su salvador se extendió, toco su barbilla y acarició su mejilla. El bastardo intentó apartar la mirada. Al parecer, el gesto tuvo como objetivo impedir eso; por mucho que se esforzara, él lo obligó a mantenerse así. Por resultado, fue obligado a mirar esos huecos vacíos con ínfimas rejillas. Ahora pudo captar el color de sus ojos: verdes.

—La estrella… la necesito —Jon murmuró con dientes apretados—. Todos en Poniente la vieron, ¿usted también, no? Esa cosa se rompió. Estoy seguro que vi pedazos caer cerca de Winterfell. Con unos trozos tendría… podría crear una espada de metal de estrella, un arma igual a Albor de Ser Arthur Dayne. Si yo la consigo...—Jon tragó saliva. Uso su mano para apartarse de su salvador y bajar la cabeza. No quería que él viera sus lágrimas—. Jamás volveré a ser una vergüenza para padre… No me recordaran como una mancha en su honor.

El bastardo de Eddard Stark mordió su mejilla hasta sacar sangre. Odiaba lo vulnerable que sonaba. Odiaba saber que su salvador llevaba lástima en su rostro.

—Siento decepcionarte. No hay metal de estrella aquí —El extraño posó sus manos en el suelo. Su vista siguió clavada en Jon—. Nunca hubo una estrella. Esa cosa del cielo ni siquiera era una estrella.

—¿Qué?

La sangre de Jon Snow vibró. Una repentina oleada de inestabilidad casi lo hace caer contra el suelo. Lo que escuchó debería ser imposible, delirios de un hombre tonto que ni siquiera se dignaba a revelar su cara.

—Mientes. Estas mintiendo —Jon maldijo en su mente por no poder levantarse y lucir más intimidante—. Todos en Poniente lo vieron. Desde Dorne hasta el Norte. ¡Incluso Essos!

No hubo más palabras luego de eso. El hombre de verde volvió a ser una estatua, no movió ni un centímetro. El bastardo de Ned rasgó sus palmas con sus uñas.

—¿Cómo estás tan seguro? Dices que no era una estrella, ¿qué es entonces?

—Dragones.

El niño dio lentos parpadeos. Un bufido escapó de su boca, no contuvo las risitas que lo siguieron. Esas emociones murieron al ver la fiel imitación de estatua en la que su salvador permanecía.

—Ser… los dragones llevan muertos más de cien años —afirmó con un ceño fruncido—. Aegon III Targaryen tuvo la última cría; los maestres escribieron que era un dragón deforme, su tamaño no supero a un gato. Son criaturas extintas, Ser.

El misterioso caballero no ofreció respuesta. En cambio, retrocedió, aun sentado, para tomar su bastón. Los campaneos aparecieron de nuevo.

—Jon… si dices que los dragones están extintos —La cabeza se inclinó hacia arriba. Su voz ganó volumen—. ¿Quién está detrás de ti?

El bastardo de Winterfell chasqueó la lengua, casi liberó otra risa. Sin embargo, toda clase de réplica murió en su garganta al percibir particulares sonidos en su espalda. Un cuerpo serpenteaba, lo sabía por el siseo de la roca contra la piel. Cada vez lo oía más fuerte. Después sus cabellos volaron, un aliento cálido revoloteo sus rizos.

Al girar la cabeza, cayó sentado. Se arrastró sin quitarle los ojos de encima a la bestia. Quería más que nada alejarse del monstruo, un ser gigante que lo observó como si fuera un oso. No pudo hacerlo porque las manos de su salvador lo atraparon, impidieron que se retorciera y lo obligaron a estar quieto.

Una criatura reptil, cubierto de escamas claras idénticas a la madera pero con rasgos del cobre. Su cabeza tenía una corona de aletas marrones y rojizas, una nariz puntiaguda y chata bajo dos enormes cuernos.

—Jon Snow… él es Brincanube —Los dedos del caballero apretaron los hombros de Jon. Una forma de devolverlo a la realidad—. Brincanube… este es nuestro nuevo amigo.

El dragón bajó su cabeza con lentitud, su altura llegaba por poco al techo de la cueva. Pestañeaba desigual, grandes piedras obsidiana sumergidos en charcos de oro. Peor aún, por sus labios inferiores sobresalían dientes, una vaga forma que aparentaba una sonrisa.

—¿Cómo es posible…? —Jon susurró, una voz seca igual que su garganta. Los dedos del caballero se entrelazaron con los suyos, elevaron sus manos y las llevaron al hocico de Brincanube—. ¿Es usted un Targaryen…?

Jon Snow pensó en el rumoreado príncipe de Essos, aquel que escapó del martillo del rey Robert con su madre embarazada de su hermanita. Dentro de aquella mascara demoniaca, imaginó la belleza etérea del cabello plata dorado y los ojos violetas. Borró esa idea al recordar los ojos verdes que vio.

Un resoplido de Brincanube lo despertó. El "amigo" del Ser olfateaba sus dedos, bajó una mano guía pudo rascar y acariciar la barbilla. Por resultado, Brincanube comenzó a gruñir, sonidos bajos que relaciono con los ronroneos de un gato al ser acariciado.

Aquí estaba, una de las bestias que hace trescientos años conquisto Poniente con fuego y sangre. Un ser temible, masacró caballeros y reyes por igual. Demonios, monstruos, máquinas de guerra vivientes, los maestres les dieron muchos títulos. A diferencia de los escritos, Brincanube sonreía y se notaba alegre. Esas emociones se esfumaron como una vela apagada cuando el dragón alzó la cabeza, sus pupilas redondas se rasgaron y su atención cayó en la entrada de su refugio.

Pezuñas de caballos, gruñidos furiosos que delataban la energía de los animales. Junto a ellos, las voces de hombres los secundaban, «Aquí termina el rastro, Lord Stark.». La partida de búsqueda lo encontró, solo consiguió captar unas pocas palabras entre todas las que decían.

Para Jon, una cosa destaco ante todo. Su padre lo halló, el señor de Winterfell entraría en cualquier momento, vería de frente a su salvador y al dragón. No podía dejar que eso sucediera. Cualquier cosa relacionada con Targaryen sería llevada a la corte del rey Robert para ser exterminada.

—Jon… sube a mi espalda —Él sonó suave. Le mostró su espalda roja—. Brincanube se queda aquí. Te llevare a tu padre.

Eddard Stark

Su atención no se alejó de la cueva. Las huellas en el barro y la nieve los guiaron, sumado al olor que atrajo a los perros. En efecto, en la cueva residía su hijo, en compañía del "monstruo de fuego" que quemo a los salvajes, lo más probable.

Jamás confiaría en la palabra de una mujer salvaje, más a considerar el estado errático en que la encontraron. Ella deliró sobre un demonio con cuernos, alguien que asesinó a sus amantes e inmoló sus cuerpos; vio los restos, carne carbonizada no muy diferente a los restos de la corte del anterior rey. Según el testimonio de la salvaje, dos bestias salvaron al "niño que intentaron atrapar".

Obviamente, entendió el mensaje tácito. La mujer practicaba el canibalismo, evidencia suficiente había en los huesos humanos sobre sus pieles. Iba a ejecutarla acorde a la ley del Norte pero ella intentó atacarlo, Jory cortó su cuello en defensa de su señor.

Ahora se inclinó a dudar de sí mismo. Efectivamente, hay huellas humanas pero Jory vio algo que desconcertó a muchos. Huellas aparecían de la nada, se marcaban en la tierra a pocos metros de la entrada; pies enormes, tal vez equiparables a los místicos mamuts del otro lado del muro, un ser gigante caminó hasta adentrarse en la cueva y ese ser tenía alas.

Fuego y alas, solo una criatura encajaba en esa descripción. En antaño, una familia memorable, hasta que su loco rey quemó a su padre y ejecutó hermano, y su príncipe heredero secuestró a su hermana; en resultado, la mitad de los reinos se alzaron en rebelión.

Dejó de lado los pensamientos inútiles y saltó de su caballo. Ahora no serviría de nada pensar en cosas imposibles; los dragones murieron y nada los traería de vuelta. Debía rescatar a su hijo, reprenderlo duramente por preocuparlos para después volver a Winterfell, donde todo volvería a la normalidad.

¿Tal vez debía pasar más tiempo con Jon? Lejos de los ojos de su esposa; sabía muy bien del resentimiento de Catelyn pero nunca pensó que Jon se sentiría tan solo como para hacer una estupidez así y llamar su atención.

—¡Lord Stark! —Jory gritó con su postura tensa. Al mirarlo, vio su espada alzada—. ¡Alguien sale!

Sus guardias alzaron sus armas; lanceros en posición, espadas fuertemente apretadas. Medios yelmos, cotas de malla sobre gambesones oscuros y pieles de abrigo. Esperaban un ataque frontal, salvajes enloquecidos como mucho. Se aferró a la idea de encontrar a su hijo pero aceptó que había pocas posibilidades de no luchar por su vida.

Segundo a segundo, una silueta emergió en la oscuridad. Una cornamenta, picos que surgían sin dirección aparente, dos más sobresalían de su boca, no muy diferente a un jabalí. El demonio dio varios pasos, sus soldados exudaron alivio al comprobar que no se trataba de un monstruo sino un elaborado yelmo multicolor.

El porte de la criatura exudaba calma, su mano derecha cargaba un largo bastón con ganchos y picos, la otra la escondía en su espalda. Lord Stark dio un paso al frente, cualquier orden en su mente murió al ver la mata de cabellos negros que sobresalía del hombro acorazado.

—¡Jon!

Reconocería ese pelo oscuro donde fuera, idéntico al de su difunta hermana. Su grito alertó al extraño, por la forma en que se tensó. No podía asustarlo más; hasta que demostrara lo contrario, el hombre de extraña armadura no podía ser otra cosa que un enemigo. Quería a su hijo en sus brazos, no en los de un "demonio de fuego".

Unos susurros salieron de la mascará, Ned no pudo oírlos. Para su sorpresa, él se agachó para dejar a su hijo con delicadeza. Había vendas en su pequeña pierna, fue herido y atendido.

Se movió torpemente, sin duda por el dolor; a Eddard le recordó la primera vez que vio un potrillo con solo segundos en el mundo de los vivos. No le permitió caminar más porque apenas se separaron lo suficiente, corrió hacia Jon para abrazarlo y levantarlo. Volvió a la seguridad de sus guardias, sin dejar de acariciar la cabeza de su hijo y susurrar palabras de consuelo.

—¿Quién eres? —Ned por fin pregunto. En sus brazos aún estaba Jon, quien no aflojó su abrazo pero miraba al desconocido, igual que todos.

—Soy un aliado, Lord Stark —Una vaga respuesta con un tono todavía más vago. Difícil de percibir su edad, gracias a la obstrucción de su cara; bien podrían hablar a través de una pared—. Su hijo me habló de usted, lo salve de caníbales y cure su herida. No buscaba recompensas de ningún tipo, hice lo que cualquiera debería haber hecho.

Muchos asintieron al escuchar esas palabras, principalmente los más jóvenes, soldados verdes que desconocían las formas de trabajar en el sur. Ned no era tan ingenuo; pasó mucho tiempo en el sur y disfrutó de la crianza del honorable Jon Arryn pero jamás olvidaría las maldades sureñas de Tywin Lannister y la Araña.

—Dices ser un aliado pero no das tu nombre ni muestras tu rostro —Jon apretó su ropa. Frunció el ceño—. Si dices la verdad y no solo salvaste a mi hijo, sino que lo curaste, tendrás un eterno amigo en Winterfell. Necesito conocer al hombre que salvo a mi hijo. Si no buscas recompensas en oro, ven con nosotros a mi castillo y arreglaremos algo para que seas reconocido, mereces serlo.

La mayoría de soldados Stark ya bajaron sus armas, con excepción de los que estaban a los lados de Eddard. Al llegar al claro, hicieron un registro de los alrededores para buscar trampas o cosas de naturaleza similar.

En resumen, si hubiera un escuadrón de hombres al ataque, solo podían provenir de la cueva. Jon estaba en sus brazos y no gritó indicios de trampa. Por ahora, el salvador de su hijo parecía ser un hombre honrado.

—Tendremos un problema con eso —anunció el enmascarado tras dar varios pasos y guardar su garrote en la espalda. Algunos se tensaron. Por su parte, Lord Stark mantuvo porte firme, ahora separados por escasos metros—. No podrás agradecerle a un hombre.

Sus manos habían viajado a su cabeza a mitad de discurso. Entonces, en un solo movimiento, retiro su cornudo yelmo. Lo que vio lo impactó, parpadeó varias veces e intento comprenderlo mejor; muchos compartieron sus gestos.

Hebras de una tonalidad rojo fuerte, resplandecientes cuan cobre pulido. Ella y Catelyn lucían muy similares, no en altura por lo menos. Ahora que estaban frente a frente, vio que ella lo superaba por varios centímetros; pensó estar ante un hombre alto, resulto ser una mujer extremadamente alta, un poco más baja que su amigo, Robert I Baratheon.

Ella sonreía, contenta por ver el asombro mal disimulado en todos. Incluso rio con sus ojos puestos en el incrédulo Jon. Sus pómulos afilados presentaban una bella expresión y sus ojos verdes bosque lo hicieron recordar a Howland Reed.

—Tendrás que agradecerle a una mujer, Lord Stark —su voz, ahora sin el yelmo, resonó con claridad. No perdió su sonrisa conforme los miraba—. ¿Siente que puede con la tarea?

—Se lo agradezco, mi señora —A diferencia del Sur, a Ned no le disgustaba del todo una mujer guerrera, Maege Mormont y sus hijas aseguraron eso— ¿Puedo saber su nombre?

—Valka Haddock, nacida Jorgenson.

Dos nombres, uno por nacimiento y el otro por casamiento. La sangre noble corría por las venas de Valka, al menos según ella. No recordaba ningún noble llamado así, ya sea en el Norte u otro reino de Poniente.

—Lo lamento, Lady Valka. No reconozco a ninguna de sus familias —Ned les hizo un gesto a sus dos guardias. Todos caminaron unos pasos para acercarse. Nunca fue bueno para juzgar la edad de los demás pero apostaría que ella sería mayor por una década—. ¿De qué parte de Poniente es?

Valka arrugó el rostro. Con solo ver esa expresión, labios fruncidos y cejas juntas, Ned entendió que ella es el tipo de mujer por la que muchos pelearían, el mejor ejemplo, su amigo rey de Poniente. Rodó los ojos para alejar los pensamientos, pensó en su esposa y alzó mejor a Jon. No le serviría de nada pensar en cosas tontas.

—Temo que estoy pérdida, Lord Stark. Yo y mi… amigo tuvimos un problema en nuestro viaje —Ned sintió a Jon tensarse en sus brazos. Apretó su abrazo—. Estamos varados aquí… Agradecería protección y consejo de su parte, Lord Stark. Siento que podríamos ayudarnos mutuamente, vera mi presencia muy beneficiosa.

Incuestionable, recta, serena y casi alegre. Esas palabras describirían a la perfección el semblante de Lady Valka. Tal seguridad pintó una sonrisa en el rostro de Ned.

—¿Puedo preguntar la razón de eso?

—Tengo la sensación que en poco tiempo, todo el Norte, tal vez todo Poniente, será invadido por… "plagas", no muy diferentes a lobos u osos —relató ella con una sonrisa. Nuevamente, sintió la inquietud de Jon en sus brazos—. ¡Son criaturas amables si les da la oportunidad! Habrá una gran variedad; pueden trabajar de guardianes, caballos, mensajeros, ¡sus usos son incontables, Lord Stark! ¡Y yo soy una experta en entenderlos!

—La forma en que describes esta… "plaga" es nada menos que milagrosa, Lady Valka. —Ned se forzó a mantener la sonrisa. El entusiasmo de la dama lo incomodo un poco; desde Lyanna no había visto una mujer similar.

Lady Haddock permaneció en silencio pocos instantes. Los miró fijamente, luego volvió a sacar su garrote. Sus soldados amagaron en sacar sus espadas pero él los detuvo con un gesto de su mano. El débil sonido de los tintineos inundó el claro.

—Su nombre es Brincanube... mi mejor amigo durante veinte años. Es un buen chico, pregúntele a Jon, él ya lo conoció —El bastón de Valka estaba en alto. Sus palabras fueron demasiado suaves, silenciosas y vulnerables. Poco a poco, el arma tocó el suelo y ella se apoyó en el—. Se lo suplico, Lord Stark… Piense en esto como mi recompensa, si así lo desea. Yo salve a su hijo, a cambio, quiero que lo conozca… sin asustarse.

Silenciosos segundos transcurrieron, imaginó que un oso de las nieves de cinco metros saldría de la cueva. La manera de hablar de Valka insinuaba un animal increíble, una nueva especie quizá. En su mente apareció un boceto de miles de animales en uno solo, producto de los delirios de un demente maestre de la ciudadela.

Todas esas ideas se esfumaron en el momento que la figura de Brincanube comenzó a ser visible en la oscuridad de la cueva. Ese tamaño sumamente superior a cualquier animal que vio en toda su vida, los cuernos y por sobre todo, las alas que se hundían en la nieve; todos los indicios daban una sola respuesta: dragón.

Sus oídos captaron los impactos en la nieve. Al girar un poco la cabeza, vio que algunos de sus hombres habían soltado sus armas. Sus rostros pálidos, no por frio, un duro impacto de ver a la criatura acercarse cada vez más.

Ned dio un paso atrás. Las ordenes estaban en su boca, «Huir. Huir. Huir». Los dragones ya no deberían existir, criaturas muertas de una dinastía manchada. Esos planes acabaron por la voz de Jon.

—Padre... por favor, no te asustes.

El niño no tembló, como Ned sabía que muchos harían. A diferencia de sus guardias, no se ahogaba en su saliva ni retrocedía. Jon simplemente lo miraba con una extraña calma mientras apretaba con sus pequeñas manos sus brazos. Él quería transmitirle ese sentimiento e impedir una tragedia.

El dragón se colocó detrás de Valka. Al principio, pensó en un monstruo que los acecharía con hambre y dientes babeantes, conceptos erróneos pues Brincanube sonreía al observarlos con el pecho en alto. Jamás creyó ver a un animal expresar tantas emociones fácilmente reconocibles: orgullo, inteligencia, confianza, cautela. Una existencia increíble de presenciar.

Valka sonrió, con su mano libre acarició el largo cuello de su amigo quien se inclinó y apoyó en su toque. Los gruñidos emanaron del reptil, suaves ronroneos con una sonrisa en aumento.

—Lord Stark… ¿todavía podré ir con ustedes? —La voz de Valka atrapó a Ned. Él observó la sonrisa tímida de la mujer—. Aun cuando mi amigo es algo… ¿inusual?

Ned le devolvió la mirada a Valka. Varias objeciones se formularon en sus labios. El rey odia a los Targaryen y todo lo relacionado con ellos, un dragón es sinónimo de Targaryen. La existencia de una sola de esas máquinas de guerra enloquecería a todos los reinos, e insinuó que pronto Poniente rebozaría de ellas. Millones de razones existían para negarle la ayuda a Valka Haddock. Pese a ello, una sola razón le bastaba para ayudarla.

—Salvaste a mi hijo... hare lo posible por ayudarle, Lady Valka.

Brincanube soltó un suave gruñido, un feliz gesto afirmativo. La dama, por su parte, rio y sonrió con ojos cerrados. Su hijo susurro un suave «Gracias» en su cuello.

La búsqueda terminó pero los problemas estaban lejos de hacerlo.

Nota:

No tengo mucho que decir. Estaba aburrido, tenía tiempo y pensé en estas dos franquicias que me gustan mucho. Busque para leer crossovers de HTTYD y ASOIAF pero sorprendentemente son muy pocos.

No entendí porque, así que decidí crear esto. Pensé en algo que cambiara el enfoque principal. Lo normal en un fic así sería que todo empezara con Hipo, ¿no? Pues aquí empezamos con Valka. ¿Aparecerán más de Berk (Hipo, Astrid, etcétera)? Si, aparecerán pero a su tiempo.

Algo importante que destacare es que las cosas del mundo de "Como entrenar a tu dragón" serán distintas a lo que vimos en las películas. Seamos realistas, esas son películas muy buenas pero dirigidas hacia niños. "Canción de Fuego y Hielo" no es para niños.