Capítulo II
«¡La trampa más cautivadora! ¡El nido de la magia se llama La sede!»
Cada tienda ofrecía diferentes especies en ropa, desde la de segunda mano hasta los confines de la elegancia nueva.
—¡Aah, es imposible que todo lo bonito sea tan costoso!
Nuevamente Nami se quejó con las telas preciosas en sus manos, siendo ignorada por sus compañeros y los dioses. Usopp y Luffy tenían mejores cosas para entretenerse.
—Mira, Usopp.
Su amigo le dió la atención que buscaba y no esperó a ver lo que planeó el estúpido de Luffy.
—Estilo de las tres siestas.
Usando una bandana oscura, imitó la seriedad que caracterizaba a Zoro y fingió dormir, con una burbuja subiendo y bajando de su nariz.
—¡Es igualito!
Estaban a punto de partir el cielo con sus risas pero la navegante les detuvo los pies, tras un coscorrón amable hacia el narizón.
—No estamos para esto. Si dañan o ensucian algo de aquí, vamos a tener que vender el Going Merry Go.
Solo al tirador del grupo se le cayeron los colores del susto.
La frase de "La belleza cuesta" ya no era algo que dejar pasar dentro de esta isla casi lujosa.
—¡Ay, ya! ¡Qué delicada! —El capitán no tenía reparo, se rió sin remordimientos— Y sobre el barco, ¿Deberíamos volver, no? Hace hambre. Quiero probar la carne prisma.
—Es cierto, ya compré madera y herramientas para el resto del viaje. El Merry va a quedar a prueba de balas. —El orgullo de Usopp lo hacía brillar.
—¡Increíble!
—Seguro Sanji ya regresó sin nosotros. Está comenzando a conocer tus horarios de comida —le respondió Nami al despreocupado pelinegro que se sacaba los mocos.
Esas palabras provocaron una emoción dentro de él, fue el primero que se adelantó.
Las calles seguían siendo una obra visual, una caricia a la creatividad, una trampa a los aficionados del arte y turistas. No existía rincón que no tuviera un detalle.
La alegría de Luffy solo lo hacía pensar en la comida de esta inmensa ciudad ¿De verdad tendría sabor a color? Sonreía ampliamente por la anticipación.
( … )
Y entonces Zoro abrió los ojos.
—Zoooro.
Era el rostro de su capitán sacando su lengua. El espadachín se frotó los ojos.
—¿Ya es de día?
—Apenas son las dos de la tarde. —Nami entraba a la cocina para dejar los artículos comprados, notando una inexplicable ausencia de vida allí.
No eran una tripulación de mil; mas no era excusa, porque le daban calidez al barco dentro de sus paredes, cada uno a su modo. El cocinero pervertido se encargaba de resplandecer en el comedor y ver aquello apagado fue… raro.
—¿Qué? —Se levantó desorientado, como siempre, y miró alrededor del barco— ¿Y la comida?
—¡Eso es lo que me pregunto yo! ¿Y la comida? Perdón, ¿Y Sanji? —El del sombrero estaba a punto de explotar por el hambre, sus rugidos de tripa le ganaban al de un león.
—Pues si no está con ustedes, aquí tampoco.
Usopp los miró a ambos intercambiar silencios y casi se retuerce del susto cuando vió a Luffy gritar.
—¡SANJI!
—¡Que no está! —Zoro se hallaba tan confundido como los demás, aunque realmente era algo secundario, por lo que bostezó.— ¿Nos vamos?
—¡Sí claro y nos morimos de hambre! —El sarcasmo de Nami era obvio.
El capitán, en sus habituales pensamientos ajenos al mundo entero, bajó del Merry de un salto, ¿Qué se supone que debe hacer en estas circunstancias? Es fácil, se respondió solo, ir a buscar a su compañero a como diera lugar.
—¡Hey! —el primero en llamarlo de regreso fue el tirador— ¿A dónde vas? —este se inclinó sobre las barandillas.
—Sanji es nuestro cocinero. Si él no me cocina, no quiero nada.
Contundente. Los demás ya sabían que esto era algo que no podían evitar, no hubo réplicas negativas y lo dejaron ser.
Usopp se ofreció a ir en búsqueda del rubio también. ¡Los dos amigos contra la ciudad! Se encaminaron entre un par de risas y Nami los miró en la comodidad del barco.
—Bueno… creo que de todos modos yo haré el almuerzo. No siempre hay que dejar el trabajo a una sola persona. —Se remangó el suéter, entrando a la cocina.
Con la oleada de brisa marina que se asentó sobre la zona, Zoro retomó su siesta y la caminata lenta de los minutos no se detuvo.
Tan solo fue cuestión de unos momentos para que los dos tontos ya estuvieran de regreso en Acualila, sin un plan de por medio.
Los colores seguían vibrantes y la gente tan simpática, pero eso no les brindaba ningún indicio del paradero del cocinero perdido. Las calles encandilaban en su carismática expresión, incluso con el mar de personas yendo y viniendo.
Miró a la derecha: Una cafetería a la disposición. A la izquierda: aceras transitadas y ocupadas.
Luffy arrugó la frente.
—Nadie ha visto por aquí a Sanji —avisó Usopp, alzando la innecesaria obra maestra que dibujó del rubio como apoyo en esta búsqueda.
—Me duele el estómago, no aguanto más.
—¿Buscan a ese hombre? —fue una luz de esperanza la voz de ese desconocido, que de inmediato recibió la atención de ambos.— Yo lo vi yendo hacia allí hace una hora, si eso les ayuda. —Y entonces, este señor de lentes enormes, apuntó entre casas, por un callejón.
—¡Ah, perfecto! ¡Muchas gracias!
Y como fue de esperarse, Luffy no preguntó más y corrió una maratón a esa dirección, siendo respaldado justo por el narizón quien le rogó a los cuatro vientos que tuviera clemencia y lo esperase.
El agradecimiento al buen samaritano de antes duró poco, pues simplemente habían llegado a un… muro. Una pared de ladrillos enormes que creaban una valla elegante en medio del pueblo y la bestialidad de la naturaleza, en el más allá. Los límites de Acualila.
—¿Hm? ¿Qué es esto?
Usopp se reservó las quejas tras compartir el mismo grado de confusión que el del sombrero.
—¿Por qué Sanji vendría aquí? —Se hizo esa pregunta al aire.
—Quizás se perdió por el camino.
—¡Su brújula interna no está rota como la de Zoro!
Inspeccionaron de pies a cabeza. Sin rastros. No les dió tiempo de cuestionar la memoria del desconocido para cuando a Luffy le robó el aire un pequeño saco.
—¡Ajá! ¡Ya te tengo! —se regocijó un hombre de barba con sus malas intenciones tatuadas en la frente.
—¡Wu-Aahh! ¿¡Se apagó el sol!?
—¡Luffy, no es momento para ser tonto! —Le gritó su compañero a nada de colapsar del terror.
Lo vió retorcerse, notando que esto no era una sorpresa o una casualidad ¿Ser guiados intencionalmente a unos rumbos sin salida y terminar emboscados? Ellos cayeron redondos en el vil plan.
Usopp buscó su resortera pero sintió la presencia de alguien más en su espalda.
—Hagan el trabajo fácil. No queremos que la mercancía se eche a perder —se rió un hombre robusto, siendo respaldado por unos cuantos más.
¿Cinco contra dos? Imposible. Esto no era una mala broma. Los quejidos del capitán se hacían fuertes, al tratar de luchar por su libertad.
—"¿¡Por qué a nosotros!? No… ¿¡Por qué siempre a mí!?" —el tirador comenzó a pedirle a todos los dioses de la lista para que su suerte no fuese su enemiga esta vez— "Sanji… ¿¡Dónde estás!?"
Ninguno de sus gritos fueron escuchados.
( … )
El movimiento de un lado a otro lo despertó, porque sentía todo el ajetreo de su entorno, borroso y desagradable. Como si estuviera en un bombeo constante de estímulos, golpeando su cabeza.
Al rubio le constaba parpadear. Sus ojos ardían y tenía muchísima sed. Pensó que estaba en un barco, por el olor húmedo de la madera, hasta que cayó en cuenta que era una carreta cerrada. Cerrada y oscura. Descubrió, además, su ambiente tórrido¹, calcinando su piel.
Los rayos solares entrando por una humilde brecha le daba a entender que todavía era de día, solo que no sabía qué hora exactamente. No podía determinar en qué segundo la bebida malvada hizo efecto y se desmayó. Siguió mirando el panorama en búsqueda de más indicios.
Recorrían una carretera, eso es verdad ¿En qué sector o isla? Le abrumaba la respuesta, y sobre todo estar atado de pies y manos. No era un maldito cerco de matadero…
Intentó dentro de su capacidad romper las cuerdas de sus piernas, era su habilidad más grande. Tristemente su aturdimiento no lo ayudaba en nada, menos con los saltos imprevistos del vehículo, gracias a los baches de la calle. En uno de esos se dió de lleno en la cabeza contra la madera.
Iba a freir en carne viva a los responsables de esta tortura.
Entonces… Cómo llegó ahí; bastante sencillo de intuir. Unas damas maliciosas que encontraron un objetivo sumiso, una bebida carente de buenas intenciones y unas sogas que le quitaban la respiración. Su siguiente pregunta fue: ¿De qué forma podría salir? Le costaba idearse algo ahora. Quería aire limpio, espacio, una contestación simple. Obtenía nada más el ruido de las ruedas pasar encima del sendero y no iba a quedarse allí a saber cuál sería el destino final.
Le costó recostarse sobre la pared. Eso lo alivió unos instantes, antes de recibir un golpe de adrenalina al corazón del pavor. ¿Eso era una persona? Sentada en la esquina, por supuesto, con las rodillas al pecho.
No veía signos vitales desde su posición, pudo llegar a concluir que era una cadáver pequeño, probablemente de un adolescente. Sería su futuro si no llegaba a liberarse, pensó.
—"No puede ser… ¿en dónde acabé?"
—". ( ? ) ."—
—"Maldición. No me puedo liberar… me duele el cuerpo, la cabeza." —se zarandeó esperando que tuviera algún efecto en las cuerdas— "Y yo pensé que Kellie era un ángel… Era una diablita disfrazada. No la voy a perdonar si la veo de nuevo."
Y creyéndose esa mentira, se movió otro poco, solo logrando que el ardor fuese un castigo. No tenía las fuerzas o la mente para saber qué hacer en ese momento.
Se retorció, obstinado. Esta experiencia de pez en red la odiaba y le pedía al cielo, al dios disponible, que le lanzara un milagro, porque la impotencia le daba comezón en los ojos.
—¡Otro! —Una voz de afuera lo obligó a levantar la mirada.
—"¿Otro?"
Las puertas de la carreta se abrieron y sin pensarlo más allá, aventaron a un cuerpo amarrado al interior. A Sanji no le dió suficiente tiempo de ver el exterior o memorizar las caras de sus captores, cerraron de nuevo y la oscuridad volvió, pero la sorpresa fue un dulce amargo que le abrió los ojos de par en par.
Usopp se le quedó viendo con la misma expresión de incredulidad, hasta que chilló bajo su vendas del alivio-terror y el cocinero de enojo perpetuo.
( … )
—Así que —empezó a hablar el líder de parche en su ojo, reluciendo sus dientes chuecos con una tonta sonrisa de maldad— ¿Sombrero de paja?
Luffy estaba muy ocupado viéndolo lleno de ira como para responderle. Hubo risas del tuerto pero no aflojó la tensión.
—Veo que eres estúpido. Seré amable y te repetiré la pregunta: ¿Dónde está tu barco?
Sin contestación. Luego un suspiro de cansada resignación vino del hombre.
Alrededor los ayudantes mantuvieron el silencio, viendo que esto iba para largo de seguirle la corriente al mocoso.
—Vamos a hacer esto rápido. —en un ademán de mano, pidió a uno de sus compañeros lo que era obvio, al menos entre ellos.
—No es por ser el moralista del grupo pero…
El líder se volvió peligrosamente lento al sujeto de lentes oscuros, quien tragó duro e intentó no parecer en contra del trabajo.
—Mister Gideon, es un niño.
—Un niño que tiene 30 millones de berries de recompensa.
Solicitó nuevamente sus puños de latón y esta vez se los entregaron. Amenazó alegremente al pelinegro con estos, colocándolos en cada mano, aunque todavía no había reacción de su parte, negándose a colaborar con estas personas en todo aspecto.
Le hubiera encantado darle algo más que palabras con sus puños, de no ser por sus brazos de goma amarrados a él. Nunca pensó que su gomosidad estaría en su contra de esta manera.
—30 millones. ¿Haces honor a tu fuerza?
Primer golpe, al lado izquierdo del rostro. Los demás sintieron el dolor también, escuchando ese puñetazo directo.
Luffy reconoció el ardor de su mejilla. Esto no debería pasar, pensó, dejando salir aire que no sabía que contenía.
—¿De qué te sorprendes? —Burlesco, el tal Mister Gideon lanzó una carcajada y le mostró sus armas en los nudillos.— Son de roca de mar, ya sé lidiar con los de tu clase —señaló orgulloso.
El pequeño pirata no le tenía miedo a esto. Mantenía su boca cerrada, en una cómica pero decidida línea recta. Primero muerto antes de entregar el Merry y sus pertenencias a estos odiosos ladrones.
A su desgracia, esto comenzaba a ser divertido a los ojos de su captor.
( … )
—Aahh, nada como una buena caminata para aliviar los nervios... —Un ambiente de calma infinita y brisa fresca hizo sonreír a Nami igual que una monja en pleno catarsis, hasta que pateó una roca del camino.— ¡Esto no sirve! ¿¡Dónde se metieron estos inútiles!?
Zoro no quiso decirle nada, no hacía falta. En estas circunstancias le daba prioridad a buscar indicios de sus compañeros y el cejas raras, antes que avivar las llamas enfurecidas de ella.
Detrás de la belleza de la ciudad principal de Acualila, se abría paso la zona industrial en grandes estructuras de hierro y menos colores que todo lo ya visto. Un fuerte contraste que chocó en los dos.
—Seguro se perdieron y están metidos en problemas —siguió resoplando la navegante, a punto de colapsar, de no ser porque aún tenía pendientes que hacer en este mundo.
—De ser así, ya alguien habría visto a un loco de sombrero correteando por ahí —Zoro quiso dar su perspectiva, mientras examinaba las calles pálidas y el mar de obreros entrando y saliendo de los edificios.
—Eso... Es verdad. ¿Encontraron algo interesante que ver que los entretuvo tanto?
—No creo que al cejitas le haya dado por venir aquí en primer lugar, no hay nada que le pueda interesar, a menos...
—¡Aagh! ¡¿Por qué los hombres son tan fáciles de arrastrar?! —Nami se llevó las manos a la cabeza, exasperada, inquieta.
El ruido galopante del trabajo alrededor aumentaba su estrés. El lugar no era la bendición que mostraban en la entrada de la isla. El olor a tierra y metal combinaban bien en el sitio menos glamoroso, uno donde el espectáculo visual de colores se convertía en martillazos y aceite derramado.
«Zona industrial de Acualila: La sede.»
Fue el nombre que leyeron en el cartel al pasar.
La calle principal vivía de los desfiles de las carretas obreras, abarrotadas de materiales y vaciadas en Acualila, en un constante flujo de movimiento.
A Nami no le nació cruzar a la otra acera. Por ninguna razón sentía algo intimidante viniendo de este ambiente activo y escandaloso. Desentonó en su apariencia más delicada.
—Estamos aquí —apuntó Zoro al mapa desgastado de la parada.— En el sector de los metales.
La chica parpadeó y se acercó. Incluso en un entorno caótico como este, existía un orden; sector de los metales, de pintura, ganado, agricultura, textiles... Y lo que hacía falta para poner en alto a la ciudad de los colores.
—¿Eso quiere decir que aquí también pueden pulir espadas?
—No estamos aquí por tus katanas, buscamos a los demás. —No vió al espadachín apretar la mandíbula pero sí la información que les otorgaba la hoja de abajo.— «En La sede nos encargamos del mantenimiento de Acualila, los productos de calidad son nuestra responsabilidad. La campana del centro nos indica la salida y la entrada de los trabajos, sin excepciones.»
—Tiene sentido que un pueblo tan pomposo requiera estos cuidados.
—La belleza lleva trabajo —terminó diciendo la navegante, retomando el rumbo con Zoro a su lado.
Veían chispas salir de cada martillazo y cientos de personas tejer montañas de hilos de fantasía, con resultados cuanto menos profesionales y de excelente experiencia. No dudaron en que de aquí venía la magia visual.
Se entretuvieron tanto que no supieron cuál de los sectores les daba la bienvenida, pero el olor a las frutas lilas definitivamente era imposible de olvidar. Y aún sin rastros de sus amigos, como si el aire se los hubiera llevado en un soplido.
—¿Zoro el cazarrecompensas?
—¿Hm? —el nombrado se giró y un extraño de sombrero le saludó soltando el humo de su cigarro.— ¿Quién eres?
—Chase. —Su confianza al responder se vió acompañada de una sonrisa de lado, al levantarse el sombrero, revelando sus ojos interesados.— Yo también soy cazarrecompensas, por si quieres saber. Por cierto, ¿Qué hace alguien de tu calibre en la humilde sede? ¿Buscas trabajo?
—De hecho, a mi capitán. —no tenía por qué mentir ahora aunque no quería dar muchos detalles a un posible rival.
—Aah, entonces es verdad que te hiciste pirata. Qué raro, alguien como tú se haría con mucho dinero usando sus habilidades en este lado del charco.
El supuesto Chase volvió a disparar humo, en lo que se recostaba en la pared de madera detrás suya. Zoro le siguió el juego, notando una vibra extraña, más allá de la desconfianza por ser alguien recién conocido.
—¿A qué te refieres?
—Cazar piratas está bien, pero hay otras personas que valen igual o más que ellos.
—¿Tienen problemas con la ley también?... Ah, en realidad no me importa ser un justiciero. No tiene nada que ver conmigo. —se rascó la cabeza, a punto de dar una negativa al ofrecimiento.
—No tiene que ver con justicia, son del tipo civiles.
El peliverde juntó levemente las cejas. Esta conversación comenzaba a volverse indescifrable. ¿Civiles? Personas comunes, que no han hecho un daño mayor al mundo, y de ser así, no podía entender de qué forma estas cazas son de alto valor. Su mirada misma cargó con la pregunta: ¿Por qué?
Chase se rió entre dientes tras notar la inmensa curiosidad del espadachín.
De fondo, nadie se enfocó en ellos. La sede siguió su curso natural, incluso después de que las respuestas dadas fueron un shock discreto en Zoro.
Nami volvió con su compañero, esta vez sosteniendo una bolsa de banderillas de carne.
—¿Alguna noticia? Pensé que esto sería útil para Luffy, puede oler comida a kilómetros —explicó ella antes de abrir los ojos, gracias al rostro pensativo de su contrario.— ¿Sucede algo?
—Nami, ¿Te has puesto a pensar que este pueblo es demasiado bonito para los turistas?
—Acualila es un sitio turístico y de exportación, ¿cuál es tu punto?
—Que es una trampa visual. —volvió a decir con más firmeza, levantando la cabeza.— Me encontré con un sujeto que caza personas, no solo a piratas y eso es lo raro. Me dijo entre líneas que hay un negocio respecto a eso, aquí.
La joven intentó, por sus medios, comprender el parafraseo pero no quiso llegar a su propia conclusión, dejó que él terminara, un poco asustada.
—Secuestro.
Esa palabra le congeló los sentidos, a ambos. Se miraron expectantes², dejando que los ruidos explosivos de La sede los regresaran al mundo.
—Espera, ¿Es en serio?
—Y falta más. Los venden, no sé a quienes, pero si este es el caso ¿No es un problema que tres de nosotros no estén y uno de ellos tenga una recompensa grande?
Instintivamente la respiración de la navegante dejó de funcionar. Se tapó la boca, sin apartar la vista del peliverde.
El sol empezó a bajar. La llegada de la tarde era algo secundario.
—No puede ser...
—Hay que encontrarlos. —Sentenció el hombre, apretando una de sus katanas.
To be continued…
Diccionario
¹ Tórrido: Caluroso.
² Expectante: Quedar alerta.
