Capítulo VIII

«Reunidos de nuevo. Ella es… ¡Una chica misteriosa!»


«En el despertar de la ciudad se encontraron rastros de lo ocurrido en la noche más fatídica de La Sede, Acualila se mantuvo al margen de los estragos que supusieron formaron parte de un complot bien orquestado. Sin pistas de los verdaderos salvadores o destructores de los locales, que ese día tuvieron que frenar las labores habituales, y en cambio dejando la sensación amarga de un asunto inconcluso.

En las primeras horas del día, cuando las calles renacieron de la breve calidez mañarena, hubo tantas preguntas que ninguna respuesta fue tomada en cuenta. Se dejó el caso como algo local, bajo la alfombra; la buena imagen de la isla dependía de lo que no ocurriese ahí.

Se mantuvo a puertas cerradas lo que realmente vieron en la madrugada. Sin una explicación directa, los isleños dedujeron por sí solos lo que habían notado aunque nadie fue testigo en los actos. Chismes recorrieron como una fiebre, diciendo nombres al azar cuando al final, ninguno acertó.

Luffy, a mitad de un desmayo y la conmoción de la zona, encontró el camino de regreso a los bosques, los liberados terminaron por llevarlo a su tripulación cuando escucharon la campana quebrarse. El pirata descansó entre ronquidos victoriosos.

Una anécdota que empezó con el gran campanazo.»

Los muelles tenían más qué contar que lo normal. Un grupo de personas se asomaron por encima, dándose cuenta que los marinos del pueblo transportaban a un grupito de alborotadores sin oficio; criminales sin mayor relevancia.

—¡No, esperen! ¡Tengo derecho a un abogado! ¡Denme un abogado, quiero uno! —Jac, tapado hasta el cuello de vendajes, se retorció en las manos de los oficiales que intentaban no lastimarlo en su recorrido al barco.— ¡Nosotros no destruimos La Sede! ¡Somos víctimas de unos piratas, somos ciudadanos respetables de Acualila!

—Agh, ¿Nosotros tenemos derecho a cerrarle la boca con cinta? —El que lo empujaba comenzó a odiar su empleo.

Celia aguantó sus anhelos de saltar al mar. Tenía la trenza deshecha y la cara de una bulldog histérica pero cooperando, caminando con las manos atadas a la espalda a lo que sería su encierro permanente. Esperaba de todo corazón no acabar en Impel Down o en la misma celda que Jac.

—¡Chase, eres elocuente con las palabras! ¡Alega por nosotros!

Su compañero le regaló una mirada de resignación pasiva, sonriendo de lado, derrotado y sin escapatoria esta vez. El otro entendió que esto no tenía por dónde salir, agachó la cabeza abatido.

—Jacques y Mercelia: Los ladrones del sur. Hisao Watari, o Chase, el cazarrecompensas del oeste. —El jefe de los marinos habló repitiendo lo escrito en un pergamino que se había redactado a primeras horas de la mañana.— Por hurto, destrucción de propiedades privadas, asesinato y ser cómplices de Gideon el pirata boxeador, se nos concede el deber de llevarlos a prisión.

—¡Un momento! —Jac se aferró al beneficio de la duda que le podían dar en estos casos.— Si no le pagamos a los cobradores de Jade Fortune nos van a matar a todos ¡Estábamos trabajando justamente! ¿No? ¡Contratando personas y dándole empleo!

—Jac. —La inconfundible voz de Mister Gideon, gutural y exhausto hizo que su secuaz apretara la mandíbula.— Duerme con un ojo abierto.

Quizás aludió a los cobradores pero el rubio bien sabía que el peligro más cercano era su propio líder. Ya no quiso continuar sus defensas.

Unas mujeres mayores taparon sus labios. Pensaron para sí mismas que eran los causantes del desastre anterior y con todo el sentido del mundo, era un alivio que se los llevaran lejos de Acualila. Nadie necesitaba a gente peligrosa paseando en las mismas calles que ellos. ¡Los marinos siempre están haciendo una buena labor!

—¿Haa? ¿Qué causa tanto interés por allá?

—Tal vez sea comida.

A pesar de que hace unas horas atrás no movía ni el meñique, Luffy no perdía de vista nada. Tanto él y Sanji se encogieron de hombros siguiendo el camino principal, dejando atrás la multitud, que conociendo una ciudad donde las noticias no pasaban a mayores, cualquier tema era digno de ser escuchado.

Un día como si los pecados de alguien no hubieran arremetido en contra del pueblo. Aceras llenas de transeúntes inconscientes pero felices de vivir entre colores y tonos que se iluminan con facilidad debajo del sol adormilado. Es un buen día y nada más, como cualquier otro en Acualila.

El reloj siguió un curso alentador, lleno de la cotidianidad aceptada, mientras las calles consiguieron fuerzas suficientes en las cenizas de una noche extraña, para quitarse el sueño y empezar la semana. Las reparaciones no se hacen solas.

El campanal y el molino habían sufrido la mayoría de daños. Por una parte, el molino, de entre muchos del sector de agricultura, no sería la mayor de las preocupaciones, sin embargo la torre de la campana era un símbolo de ida y venida. Con esfuerzos y dedicación su torre se volvería a extender en los cielos, menos débil a partir de ahora.

Quién diría que tal campanazo movería tanto la estructura que la madera se rompería hasta despedazarse en el suelo. Los marinos no dieron detalles de cómo sucedió.

Ninguna de estas noticias llegó a oídos de los sombrero de paja. Y no lo harían.

El mercado, por su parte, contaba con mejores cosas que apreciar. La gastronomía local tenía demasiado qué ofrecer al cocinero, emocionado por preparar platos tradicionales, y el capitán, que era el primer cliente hambriento de la lista.

Las voces, los olores y los colores buscaban atraer la mayor atención posible, justo por eso Luffy no tenía idea de a dónde mirar. ¿El puesto de juguetes de madera? ¿El de mangos tricolores? ¿El de fuegos artificiales? Quería llevarse todo, incluso si en sus bolsillos solo había un agujero disponible. Soñar y desear se le hace fácil.

—¡Ah, mira! ¡Carne prisma! Yo la quiero. —Localizó su objetivo y sus pies se precipitaron solos, entre risas y su emoción infantil.

—No corras. El señor Beacon dijo que no desperdicies energías innecesariamente o se te van a abrir las heridas. —La advertencia de Sanji fue inútil, desde luego.

Tuvo que tomarse un momento en pie para leer mejor los ingredientes en su lista de compras. Sonrió al diferenciar las moras lila de lo demás, pensando en que finalmente podría preparar un pastel. Déjà vu. Extraño.

Una figura borrosa captó su atención en medio de su divagación y no tardó en girarse a la izquierda, en donde un callejón nada discreto le hizo preguntarse qué clase de laberinto era Acualila. Cualquier cosa es interesante y los pasadizos son perfectos escondites. Entendió la facilidad con la que los secuestradores trabajaron a saber cuánto tiempo.

Aunque eso no es a lo que venía; ese cuerpo sentado, no familiar, sino conocido. Tristemente conocido porque lo había visto en esa misma posición antes, en una caja oscura y desmotivadora. La mirada de Sanji perdió firmeza.

Luffy se acercó a ver qué tanto tardaba, en lo que su amigo se comenzó a alejar de él en dirección al callejón. No era un sitio atemorizante, a plena luz del día toda la zona era un cuento de hadas.

—¿Qué estás haciendo? ¿Encontraste algo? —Curioso, el chico inclinó la cabeza sosteniéndose el sombrero.

El rubio se puso de rodillas a un lado de la persona, moviendo su mano frente a ella comprobando sus reacciones, lo que le puso los pelos de punta. No hubo movimientos. Sigue respirando, eso lo notó.

—Alguien dejó su maniquí.

—Es una chica parte de los capturados. La vi cuando me llevaban en transporte, pensé que... era un cadáver. —Se apresuró a decir Sanji, buscando signos de lesiones.

—¿Y por qué no se mueve? ¡Debe ser decoración realista!

—Tampoco lo hacía cuando estaba en el molino. —Dejó pasar esos bobos comentarios de su capitán.

Se intercambiaron miradas preguntonas, sin ver respuesta por parte de la desconocida, quien ignoraba en redondo a los dos, o no sabía mostrar señales de vida. Aterrador. A Sanji no le importó ese hecho, su lado más cortés lo orilló a levantarla en su espalda. Ella pesaba tan poco que lograba deducir los días en lo que no había comido, no era una cifra pequeña.

—Terminemos las compras y vayamos con el doctor. —Sentenció el educado cocinero sin tomar en cuenta la opinión de su líder, a pesar de que este último no puso objeción al respecto, a sabiendas que no era opcional.

Bajo el cuidado del rubio, la jóven se dejó caer en su espalda, con los brazos a cada lado y la mirada fuera de órbita, negada a demostrar su descontento o agradecimiento. Leer su expresión era un rompecabezas. No se podía deducir si estaba herida, asustada, feliz o viva, en general.

Luffy se quedó detrás de Sanji solo para verla a ella. Y es que ella, un enigma de cabello esponjoso, no era cosa del otro mundo. Una rara, como si en este mar no existieran los suficientes. Pero algo provocaba cierta inquietud en Luffy ¿Es muda? ¿Es floja? al final no le importó lo suficiente y siguió el camino, sonriente con las manos detrás de la cabeza.

Enfocó sus juguetones pensamientos en imaginarse los platillos que iba a degustar en el almuerzo. Lo más emocionante que le permitían hacer ahora, ¡Sus heridas eran una tortura! Si la insistencia del doctor no hubiera funcionado, estaría arrancándose los vendajes y yendo entre saltos a Grand Line.

Admiró el cielo celeste. Las nubes eran traviesas y formaban figuras, le hizo sonreír saber que esto sería temporal.

—". ( ? ) ."—

—Ah, sí. La tienda de Kellie cerró, por complicidad también.

—¿Haaa? ¿De verdad?

—Hm, hm. —Afirmó uno de ellos asintiendo muchas veces.

Bebieron sus jugos naturales, de un sorbo, hasta que los vasos quedaron vacíos.

—Quién diría que Kellie aceptaría un pago por ayudar a Gideon, para comprar telas y materiales más caros de los que podía costearse. Ella me caía bien... —Este se quitó el resto del jugo del rostro, usando el brazo.

Una noticia local que se perdería con las semanas, detrás de columnas menos trascendentes en la vida de los lugareños. Pasaron de tema de conversación a asuntos alentadores, ya que rememorar recuerdos frescos era como rasgar la herida que aun no cicatrizaba.

La mañana no tenía prisa por dejarle paso a los minutos. En una agradable brisa, las tensiones y malos ratos se habían perdido con la llegada de un nuevo día. La noche resultó en una anécdota, algo que estaría guardado en un baúl añejo, por mucho tiempo.

El Going Merry Go gozaba de la calidez que le brindaban aquellas personas con sus pláticas, risas, buenos actos y convivencia. El barco nunca había estado tan lleno y ruidoso. Fue agradable ver la escena de este modo, pensó Luffy al llegar a la costa.

Una costa tapada por la naturaleza. Un anonimato silencioso que les prestó un sitio alejado de cualquier mano humana, adornada de los colores característicos de Acualila. Una delicia visual hecha de la misma tierra.

Tras saludar a los que yacían frente al barco, Sanji y él subieron a la cubierta, trayendo mil bolsas de compras y buenos anuncios.

—¡Ya llegamos!

Alzó la mano Luffy, siendo recibido por Usopp que le contaba sus ficticias aventuras a los otros liberados, si fuese el trovador del grupo.

Zoro descansaba en las barandillas con vistas al extenso mar y Nami le explicaba a una de las mujeres sobre el mapa de la Gran ruta marítima.

—¡Bienvenidos! ¿Qué tal está la ciudad? ¿Está muy conmocionada?

—Están como si nada. Creo que es porque estaban durmiendo cuando pasó ¡Quién sabe! —Se rió gustoso el capitán sin hacerse una enredadera mental, al fin y al cabo era mejor mantenerse discretos.

Sanji respondió a los saludos también, caminando a la cocina con la invitada en su espalda. Las miradas sobre él se volvieron evidentes, fue difícil ignorar la sombría presencia de esa muchacha, nueva a los ojos de los libertados. Ninguno de ellos dijo nada.

Luffy dio un último vistazo a los dos, desinteresado. Se sentó junto a Zoro para hablar en lo que se acercaba la hora del almuerzo.

—¿Trajiste esas fresas escarlatas, Sanji?

—Sí, un montón. Hoy haré una tarta de moras también, ya quiero poner a prueba la receta que me dio Hana. —El cocinero rebosó felicidad y armonía, subiendo al segundo piso.

Usopp fue el atrevido que soltó la pregunta del millón, apuntando a ella. Esos ojos grises, ajenos... Si ella no hubiera parpadeado, habría dado el grito al cielo pensando que su amigo tenía un cadáver pegado.

—Oye y... ¿Quién es?

—Ah, es alguien que el tuerto capturó también. La traje porque necesita asistencia. —Respondió permitiendo que Usopp se acercara a verla.

—¡Ya veo! Qué bueno que estés aquí. ¿Te perdiste ayer, no es así? Fue una noche muy loca ¡Aunque no es nada porque soy un guerrero nato! ¿No es así?

Se giró a ver la alegría del grupo en la cubierta, en donde le contestaron con gran devoción alzando sus manos y vasos, incluyendo a Luffy. El tirador regresó su vista a la morena, de quien no obtuvo ni un gramo de interés. No quiso ser grosero pero tragó saliva, ocultando su preocupación, ¿Debería darle espacio? El rostro de ella no era una expresión común, en realidad no veía nada, ni molestias o algo que le indicara humanidad.

Trató de sonreír por mero instinto, sus labios se vinieron arriba lentamente, chuecos.

—Él es el mentiroso de la tripulación. Es un buen tipo —a Sanji, por su parte, no le suponía un obstáculo, sonrió de mejor forma y entró a la cocina.

Dejó a Usopp preguntándose si debería enojarse por la fatídica presentación o no. Bien, no llegaba a deducir si esta desconocida resultaría en un peligro ¡No reaccionó! Aunque tomando en cuenta lo que pudo pasarle en su estadía con Gideon, hasta él terminaría desquiciado.

Volvió junto a sus nuevos amigos, retomando los relatos del capitán Usopp que no le teme a una peculiar invitada.

( ... )

Lavando los platos recordó los días en donde el Baratie era un caos controlado, con esas carcajadas rompe suelos y el sonido desmedido de voces contando tantas cosas que al final ninguna hallaba su sentido. Buenos momentos guardados en sus memorias más personales.

El gentío fuera de la cocina le despertó esas vivencias, se sentía en casa y aunque el Merry se volvió su hogar, esta parte era diferente y conmovedora. Se sentía como un anciano pensando así.

Detuvo el agua y tomó un trapo seco, secándose las manos. Ollas y cubiertos listos, ¿Qué más? Miró a la invitada en la misma posición en la que la había dejado en el asiento.

No se ha movido.

Humanamente imposible, pensó. ¿Cómo es que alguien podía camuflarse así? Su figura no era pequeña, ahora no culpaba a Luffy por decir que era un maniquí. En todo el rato que lavó ollas, esta mujer no provocó ningún disturbio en su radar ¿Una especie de ninja?

Esta chica permaneció con la mirada a la mesa, no sabía decir si al plato de comida o a nada en general; todo de ella se resumía en un vacío, no del aterrador, sino de uno apático. No podía deducir si sus pensamientos se inclinaban a lo bueno o lo malo. Bien podían temerle a lo desconocido, él en cambio encontraba fascinante la capacidad natural de verse apacible con su entorno.

—¿No quieres comer? —Su voz fue clara y suave.

Se atrevió a acercarse a la mesa, quería contar algunas fresas del tazón para un postre. Sin respuestas. Suspiró soltando humo del cigarro y no insistió. Una mujer como esta era una con la que debía ser paciente y darle la libertad de ser quien diera el primer paso, si eso costaba minutos de silencio puro donde no pasaba la mayor cosa.

—¡Sanji! ¿Ya estás preparando el postre? Luffy está rodando de lo lleno que está pero sigue preguntando por eso. Es un fastidio. —Nami, abriendo la puerta y mirando al interior del cuarto, ignoró los corazones voladores del cocinero y se enfocó en la obvia presencia de la mesa.— Por cierto... ¿Ella es parte de los secuestrados, no?

—¡Aah, sí! Quería que el señor Beacon la revisara. Incluso si no tiene heridas externas, eso me consta. —Los ojos enamorados de Sanji se volvieron tranquilos, ahora le quitaba de una en una las hojas a la fruta rojiza y las cortaba en dos.

—Entiendo. —Terminó diciendo la pelirroja, mirando sin pudor a la imperturbable joven.— Soy Nami, ¿Y tú? —Aun así quiso entablar palabras, esperando resolver dudas.

Silencio. No subió la cabeza ni para verle a los ojos.

Sanji les daba la espalda a ambas, continuando su labor y Nami notó que la comida frente a ella era todo su campo de visión. Volvió a su compañero, este esbozaba una tibia sonrisa, no en la forma en la que siempre demostraba su eterno amor a la navegante.

La pelirroja quería decir algo cruel pero valiente, demasiado evidente para ambos. ¿Sanji se compadeció de esta pobre alma gracias a su caballerosidad? Comenzaba a creer que no.

—"¿Qué le pasa a esta chica?"

La misma pregunta que se formuló Usopp anteriormente.

—¿Y dónde estaba? —Se sintió mal estar hablando del asunto si de un perro callejero se tratara.

—En el mercado. Creo que se separó del grupo ayer y terminó ahí, había mucho alboroto como para que los demás estuvieran pendientes de quién está o no. —Confirmó Sanji dejando la fresa picada y al sentir que el tazón carecía de peso, miró por sobre el hombro.

Nami y él parpadearon. Ella comía, los cielos se abrieron. Sostenía los pedazos de la fruta escarlata en las manos, se lo llevó la boca masticando a un ritmo cómicamente lento.

Resoplando al unísono, y sin entender por qué, ambos compañeros sintieron una oleada de alivio del que no sabían que urgían.

To be continued…