Capitulo X

«El valor de la libertad y el significado de ser»


Los rayos solares de la mañana se colaron como una lluvia luminosa entre las hojas multicolor, formando patrones diversos sobre el pasto húmedo con sombras amenas. La naturaleza por sí sola era amable, ondeando junto al viento dócil; era un día cálido, igual a los anteriores desde que el peso de los grilletes dejó de ser una amenaza. La libertad tenía sabor al azul del cielo, del mar, uno del que gozaron los liberados y los piratas, juntos en carcajadas amistosas y charlas que duraron hasta la madrugada.

Posteriormente, algunos tuvieron que volver a sus tierras. Las despedidas tuvieron una emoción agridulce, reconfortándose con promesas que solo el destino les concedería alguna vez, en el vasto mundo de las aventuras. Un par de lágrimas rodaron pero al final todo terminó en sonrisas de agradecimiento, ¿quién les iba a creer que unos piratas salvaron vidas en un efecto dominó inmenso? Algo que solo se quedaría en risas bajas y memorias.

Estuvieron de acuerdo con que era mejor mantener esos asuntos en silencio.

Y por su parte, Luffy enfocó su energía en disfrutar el resto de Acualila y sus paisajes, buscando a los escarabajos de la zona ¿y qué otra cosa hacer? El doctor que parecía zorro le marcó que, durante unos pocos días, debía llevar un ritmo de descanso antes de retomar el viaje, cosa que en un inicio lo volvió loco y después se rindió, tras comenzar a enamorarse de la cantidad de inexplorados lugares en la isla: ¡un lago tan transparente que pensó que era un agujero en el piso! ¡Frutas en los árboles que tenían la forma de una gema! Y lo mejor de lo anterior, insectos que seguro habían salido de una poesía.

—¡Oye! ¡Zoro! ¡Mira! Una abeja con alas de mariposa. —Estaba apuntando al dulce insecto que se paseó en medio de los chicos.

—Ah, qué alas tan grandes... Y qué curioso, parecen la cúpula de cristal que está en la plaza central ¿no? —Notó la forma similar en la que la luz solar se filtraba en las alas transparentes de la abeja, creando esta ilusión de arcoíris cristalino. Se preguntó quién era la copia del otro.

—Eso es bueno, quiere decir que hay miel cerca. —Sanji miró a su entorno buscando el panal, con la maliciosa idea de hacer un pie de miel a las tres doncellas que, según él, lo esperaban en el Merry.

La abeja se posó en la extensa nariz de Usopp y este juntó los ojos, mirando de cerca al inesperado invitado, comprobando que en efecto estos animales eran de la colorida Acualila. Recordó a Kaya y en lo mucho que le gustaría este tipo de fauna. La atraería a esta ciudad en cuanto volviera a su pueblo.

—Si hay miel entonces yo quiero.

—Sí pero no hagas tonto. Puedes alborotar el panal y te van a lastimar. —Habló Sanji escuchando a Luffy bufar.

—¡Ya estoy bien! ¡Puedo moverme! —Refutó él y Zoro desestabilizó su sistema con un ligero toque con el mango de su katana a la herida que tenía en la mejilla.— ¡Ay-ay-ay! ¡¿Por qué fue eso?!

—¿Haah? ¿No dijiste que estabas bien? —Su sarcasmo lo dijo todo.

Luffy respondió con un zape al brazo de su amigo, que solo estaba cubierto con los vendajes que ya formaban parte de su rutina. A Zoro se le crispó el cabello del ardor que le conllevó este juego.

Sanji se retorció en risas al darse cuenta que su pelo verde parecía una porción de césped recien cortado y Usopp, acostumbrado a estas interacciones, admiró una última vez a la abeja que se fue, revoloteando libremente en un sendero que brillaba gracias al encanto de sus gentiles alas.

A veces olvidaba que esta cotidianidad también era un regalo del mundo.

«En el Going Merry Go...»

Nami no pensó trazar un mapa de la isla pero cuando tomó papel y lápiz su imaginación se había desencadenado por sí sola. Su estructura, sus ambientes, ¿Perder esta oportunidad para dibujarlo? No era concebible. Una vez empezó, ni siquiera Hana pudo sacarla de su concentración, era como ver a una artista en un momento artístico puro. Y qué forma elegante de colocar las líneas, admiró cada detalle. Sentía en el papel lo rocoso de las montañas, la suavidad de los bosques. Una maravilla.

La dejaría a solas en su habitación hasta que quisiera seguir conversando, ahora fue a hablar con la serena BonBon. Quizás podría saber de ella dada la privacidad que les otorgó la ausencia de los chicos. El doctor Beacon partió al mercado a buscar suministros médicos y los piratas a encontrar comida para el desayuno en los árboles.

Se recostó en las barandillas dispuesta a entender el comportamiento de esta chica, comenzó respirando el aroma limpio de los bosques.

—BonBon. —Como ya estaba notando, al principio no recibió contestación aunque siguió hablando sin perder las esperanzas.— Ya que los sombrero de paja van a irse pronto, ¿Qué piensas hacer ahora?

La pregunta voló por encima de ellas por unos momentos, en donde el mar mecía suavemente el barco. La paciencia de Hana no se veía comprometida cuando hablar con BonBon se trataba, porque entendía que solo requería unos cuantos minutos antes de obtener una palabra. Le parecía tierno imaginarla ordenar sus ideas como una torre de cartas.

—Justo esto —Dijo simplemente mirando al océano, con su cabeza recostada en sus brazos cruzados.

La maestra sonrió divertida. Ok, se lo tomó literal, tal vez debía preguntar de diferente modo.

—Me refiero a que cuando ellos se vayan, ¿Qué pasará contigo a futuro? Ya somos libres. Por ejemplo yo voy a retomar las clases la siguiente semana, estoy emocionada por ver a mis alumnos. —Su emoción se notaba de sobremanera en los ojos, volver a su empleo, su lugar seguro.

BonBon lo pensó mejor, ¿Libre? Es verdad. Ya era... Libre. Quería encontrar respuestas solo contemplado el movimiento incalculable de las olas, perder de vista todo. Hana tuvo que devolverla a la tierra tocándole el hombro.

—¿Volverás con tu familia, cierto?

—No tengo.

Oh, contundente. Algo que compartía con Luffy y Zoro esta señorita era la falta de tacto al hablar. Solía perderse en los rincones de su mente y de pronto decía una palabra que callaba a los presentes, no a propósito.

—Comprendo.

En realidad no. ¿Por qué al charlar junto a ella salían más cosas desmotivadas? Sin nombre, sin familia. Una víctima perfecta a los ojos maliciosos de Gideon y su pandilla. Tragó seco recordando la desconfianza que le tenía por no estar amarrada igual que los demás, ¿La culpaba? Claro que no. Una mente de su clase era la comidilla de los aprovechados como esos secuestradores inmundos.

—Pero ¿Hay algo en lo que seas buena? —No se iba a quedar con el sabor agrio en el paladar, aun podía darle cierto optimismo a la situación.

—Cuidar flores. —Contestó pensativa luego de juntar sus pensamientos y deshacerlos, le cansaba socializar pero aprendió a no ser grosera con sus mayores.— Cocinar, cargar cosas, robar...

Eso último no lo dijo presumiendo y Hana lo entendió. Le dedicó una sonrisa pequeña, no la iba a juzgar.

—¿Qué te parece si empiezas una nueva vida como florista, cocinera? Hay muchos oficios en los que puedes ser buena. —Acarició su espalda y BonBon prestó más atención que antes.— ¿Qué te gustaría hacer con tu libertad?

La mirada gris de la del sombrero se congeló, con todo en su entorno. Esta vez no logró averiguar por una sólida respuesta y su silencio provocó que la sonrisa de Hana se tornara melancólica. La profesora no la molestó luego de eso y sin embargo en BonBon se quedó la duda el resto de las horas.

Libertad.

Un concepto que a simple vista es algo que por derecho los humanos tienen. Las personas eligen qué hacer con esta, ¿Ser piratas, marineros, profesores? Sencillamente, ser libres. Vivir las experiencias que les otorga ese concepto, a través del mundo, de sus pieles y emociones. Que escuchándolo de esa manera es bello, es a lo que llaman albedrío.

—"Tal vez es eso lo que la hacía valiosa para Mister Gideon." —Sacó sus propias conclusiones. Nunca había pensado tanto, a lo mejor era gracias a que alguien se dedicó a preguntar cuestiones que antes no les daba importancia.

La gente decide, piensa, dice lo que guste. Más allá de unas cadenas a las muñecas, pueden disfrutar sus vidas bajo sus propios deseos. Navegar, amar, luchar. Lo precioso de la libertad es eso; explorar hasta donde las capacidades pongan el límite y por suerte, hay quienes llegan a romper esta muralla.

BonBon se replanteo la situación de nuevo.

Entonces, si ella ya era libre ¿Por qué no sabe qué hacer? ¿Por qué este hermoso significado no era igual para ella? ¿Por qué no veía las posibilidades que los demás sí? El grupo liberado regresó a sus hogares, celebraron su independencia, pero BonBon no.

Un sentimiento bello, pero carente de un propósito que le diera sentido. Por eso la suya estaba hueca.

—"Ah, ya entiendo." —Pensó en sus viajes imaginarios como si hubiera conseguido la equis en el mapa.— "Es porque no me interesa vivir."

—". ( ? ) ."—

Nunca tuvo recuerdos de su infancia, de antes o después de lo que sea que haya pasado en su camino hasta aquí. Esas imágenes en su mente, que parecían películas entrecortadas vistas desde la perspectiva de un simple espectador, no eran suyas. No se sentían suyas. Sus manos, sus pies, su cabeza llena de lana, nada de eso era suyo. Entonces ¿de quién o quiénes eran?

Otra pregunta que le costaba responder.

El ambiente llegaba a ser demasiado grande para caminar en él o demasiado pequeño para respirar, pero siempre fue ajeno a ella. Un mundo hostil del que no pertenecía y no era un secreto. No lograba conectar con nada de esta tierra agresiva, a pesar de intentarlo.

Era complicado entender a las personas que se dignaban a dirigirle la palabra. Sus frases sin sentido no la conmovieron, no la molestaron, y se supone que debe existir una reacción de su parte ¿Verdad? Le resultaba difícil explicar que las voces de la gente alrededor sonaban ahogadas y faltas de vida.

A los orgullosos no les gusta que les digan que no los escuchas.

Pocas son las memorias que se quedaron resguardadas, a veces aparecían de pronto y luego se desvanecían. Qué curioso esa forma en la que su cerebro intentaba recordarle que aun estaba viva. Muchas ocasiones olvidó que era parte del mundo y debía regresar de la luna.

¿La luna? Sí, de ahí venía. Oh vaya, qué sitio más agradable y solitario, donde no hablaba con nadie y el eco del espacio la envolvía tiernamente, hasta adormecer su conciencia.

Hey. —El pirata, uno de sus tantos dueños, aventó un cubo de agua en la cubierta y por supuesto que no sería él quien recogiera el desorden.— Baja de la luna y limpíalo. —Escuchó la manera en la que sus labios se extendieron en una socarrona sonrisa.

Solía estar en la nubes, en la luna, en otro planeta pero nunca en el mismo sitio que los otros.

Ella sin más remedio se colocaba de rodillas a remover cualquier suciedad del piso, incluso si las escobas, trapos y cepillos resultaban inmensos en sus manos infantiles. Su infancia fue como cualquier día de la semana; servir.

A los adultos les encanta mandar porque se creen inteligentes. Eso lo aprendió con el paso de los años hasta que fue lo suficientemente alta para cocinar sin quemarse intentando agarrar los sartenes.

Su comida causaba diversos sentimientos en sus dueños; algunos se limitaban a comer y el resto tiraba con todo y mesa, recalcando que era una tonta sin valor ni futuro de seguir así. ¿Cuántas alfombras y comedores no limpió con una amenaza de muerte al fondo? Y pocos son los jefes que se atrevieron a empuñar una espada frente a ella. Habladores por naturaleza.

Hubo excepciones.

Por más que la mayoría de las instancias BonBon ignoró los dolores pasajeros como una quemadura, un corte, un golpe, que al final quedaban señales de moretones y luego solo desaparecía, las heridas malintencionadas no eran sencillas de dejar pasar. Esas que traspasaron lentamente su piel y tocaban el hueso, no fueron por accidente ni por gusto, al menos no el de ella.

Los humanos, seres libres de decidir qué hacer, decidieron infligir dolor.

Ven aquí. —Una señora de copa en mano y la bufanda de un animal silvestre, la llamó. Su mano libre sostenía fragante su cigarrillo que le quedaba poco uso.— Nunca te he visto llorar, ¿quieres intentarlo?

Y la parte caliente del cigarro acabó apagándose en el dorso de la mano de BonBon. Hubo un ardor inicial y le picaba pero las lágrimas que quería ver su jefa no aparecieron. La señora soltó un suspiro de decepción.

No fue el primer intento. Lo peor es que jamás tuvo un ápice de expresión en su rostro. La tenía entumida, en una máscara eterna de indiferencia.

¡Espabila, BonBon!

Y de repente se encontraba en una isla de cientos de colores rodeada de personas que les gustaba celebrar sus albedríos. ¿Cómo acabó ahí? Ah, eso sí lo recuerda: Su antiguo dueño quedó en bancarrota y la vendió a un tuerto que le prometió darle un objetivo a su libertad.

( ... )

Después de un día cálido, el frío de la noche arribó precipitándose con la ida de los últimos rayos del sol. La ciudad durmiente le permitió al silencio apoderarse de los rincones de la isla, en cantos gentiles de los grillos y la llegada de un viento gélido que danzaba un tenue vals.

El Merry roncaba, crujiendo cada que el agua le mecía igual que una cuna. La tripulación yacía en profundos sueños, cómodos bajo el cuidado de sus mantas pero uno de estos era la excepción; Luffy salió a la cubierta dándose cuenta que la luna aunque bonita, su luz era como un cubo de hielo sobre la piel desnuda.

Se frotó los brazos y sus dientes castañearon solos. Esto le pasaba por sucumbir a los antojos nocturnos y la verdad no había rastro de arrepentimiento en su sonrisa descarada. Quería un poco de ese postre de melocotón en forma de corazón que Sanji estaba reservando para el día siguiente y que pensó que su capitán no lo vio. A su mala suerte, Luffy lo olió desde los camarotes horas antes y no iba a tener piedad con la comida.

Caminó de puntillas unos cuantos pasos hasta que la figura fantasmal de BonBon lo distrajo. El sigilo de ella era tan efectivo que solía sorprenderse al verla a su lado, le preguntó en broma si es que salía de la tierra una vez. En este caso el sombrero de orejas que no se quitaba formó una sombra graciosa sobre la cubierta y eso hizo que levantara la cabeza. Ahí la encontró, sentada en las barandillas admirando las partículas del aire, o a saber qué. Luffy no la había visto abandonar del Merry desde que llegó, con un milagro paseaba cerca y poco más.

Se atrevió a ir con ella, por mera curiosidad, o quizás a fastidiarla. Un diablito en su hombro le pedía asustarla y observar las reacciones que haría. Imaginarla abriendo los ojos, soltar un chillido, ¡eso sonaba divertido! Las veces en la que lo intentó no obtuvo los resultados esperados. Lo recibía ese rostro apático como si tuviera un signo de interrogación en la cabeza.

Levantó las manos y cuando iba a dar el susto de gracia, BonBon se giró. Él quedó con los brazos suspendidos de la impresión.

—¡Qué casualidad verte aquí! —Se rió gustoso de poder relajarse con la chica.— ¿No puedes dormir? Ya sé, Zoro ronca mucho. Escuché a Hana decir que se asustó porque pensó que venía un tractor ayer ¡me reí tanto que se me salieron los mocos!

BonBon lo miró reír sosteniéndose el estómago. Lo único que se escucharon fueron las carcajadas del pirata entre todo este ambiente noctámbulo, el brillo lunar le iluminó el rostro y la sonrisa más grande que ha visto en una persona.

A ella le parecía intrigante la forma de sus gestos, era tan expresivo que la ayudó muchas veces a identificar algunas emociones.

—¡Ay, no puedo!... Bien, bien. Entonces... —Luffy recuperó aire y se quitó la lágrima fugitiva.— ¿Qué piensas hacer cuando nos vayamos? El Merry no va a estar, así que no te vas a seguir sentando aquí ¡partiremos a Grand Line! —Tomó asiento a su lado. Él mirando a la cubierta y ella al bosque.

La chica comenzó a cuestionarse si en realidad le tocaría algo en un futuro, del que todos le hablaron. Asumiendo que quería llegar a ese punto cuando, al no tener familia, pasado ni nombre, su propósito se veía afectado ¿Qué quedaría de su existencia si se esfumara ahora mismo? ¿Un sombrero incoloro?

Vivir por vivir, caminar sin dirección. Una apariencia lastimera, de la que no era consciente en su totalidad.

—¿Tú qué harás?

—¿Yo? —Al capitán le pareció una sorpresa que ella, en especial, quisiera saber sus metas, porque siempre se veía desinteresada ante cualquier hecho, pero contento respondió.— ¡El rey de los piratas! Y seré el hombre más libre de todos. Podré hacer lo que yo quiera, viajaré alrededor del mundo ¡comeré mucha carne!

Un deseo que era propio de un soñador nato como Luffy. Él era el sol, brillaba sin ayuda de nadie y a donde fuese, su presencia significaba luz, calidez, reconfort. Ella aprendió en cuestión de días a escucharlo, a su tripulación, admirar la individualidad que caracterizaba a todos.

Si pudiera sentir envidia... Pero estas cosas causaron el efecto contrario. La nada absoluta, seguido de una chispa de "¿y qué pasaría si yo pudiera ser igual a ellos?" Volvió en sí luego de una reflexión interna, tras notar que él le tocaba el cabello, igual que lo haría a una oveja.

—Me da risa tu cabello. Si fuera rosa, sería un algodón de azúcar. —Usó sus dedos para desmenuzar las hebras. Una planta de algodón violeta oscuro, le gustó la experiencia.

—Creo que solo moriré.

El silencio nocturno se sintió como la cima de una montaña inhóspita y congelada, que le dejó petrificado en su sitio, sin derecho a reaccionar a tiempo.

To be continued…