OBLIGACIONES DE PRINCESA
De Siddharta Creed
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Capítulo 23
La reina Bulma trabajaba sin descanso junto a un grupo de científicos. Ya tenían reinstaladas veinticinco torres en sus respectivos lugares del cuadrante, algunas se tuvieron que ubicar en otros lugares, debido a que ya no existían los anteriores.
Tenían bajo custodia a quienes enviaron los robots con explosivos a la luna de Sunev, también se había logrado dar con el autor intelectual y varios de sus hombres. Todos, habitantes del planeta Horus, cuyo mandatario era el verdadero blanco de la misión, ya que en su planeta se fraguaba un golpe de estado, por lo que pensaban aprovechar su ausencia para actuar, comenzando por cortar la comunicación exterior, con el fin de causar confusión, y así tomar con libertad el palacio principal.
Plan para el que necesitaban fuera al temido imperio saiyajin, por lo que supuestamente, esperarían a que abandonaran el planeta Sunev, antes de cortar las comunicaciones. Sin embargo, no contaban con el hecho de que los saiyajines notarían movimientos inusuales en la luna, mucho menos, que el mismo príncipe heredero al trono, terminaría involucrado.
Los perpetradores se encontraban en un lío mucho peor del que esperaban, pues, en caso de que no apareciera el príncipe, o peor aún, si aparecían sus restos, la furia del rey sería implacable con ellos y su planeta entero.
A Bulma le importaba un demonio la cuestión política, ella solo quería recuperar a su hijo, y de igual manera, le preocupaba Pan.
Pensaba en la última llamada que tuvo con Gohan, quien ya se encontraba camino a Sunev. El híbrido le había reclamado sin tapujos, señalando como culpable de las desgracias de su familia, al príncipe heredero, a lo que Bulma no tuvo ningún discurso en su defensa, al contrario, le daba la razón en cierta medida, al mismo tiempo que se culpaba por haber arrastrado a su hijo hasta allí. Lamentaba haber sido tan terca, al no permitir que su hijo se marchara cuando le expresó su incomodidad por la situación.
Entre más tiempo pasaba, más crecían las tensiones y rumores, que se regaban entre cuchicheos por el cuadrante entero.
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Las labores domésticas siempre fueron ajenas a su rutina, en cambio ahora, formaban parte de su día a día; contrario a lo que imaginó, no le molestaban en absoluto, al contrario, le ayudaban a mantenerlo alerta y en movimiento.
Terminó de lavar el último tenedor y de inmediato cerró la llave del agua, debía ahorrar en todo, no desperdiciar ni una sola gota, a pesar de que la nave, al igual que las demás, poseía un sistema que purificaba el agua de algunos sistemas, pudiendo ser reutilizada en su mayoría, a excepción de la poca que usaba el retrete, cuya tecnología le permita utilizar un mínimo que se desechaba.
Secó sus manos y se dirigió a tomar un baño, que ya le hacía falta, como cada cuarto día, según habían especificado. Tomó el pequeño pasillo con pasos perezosos, encontrándose con la joven híbrida meneando las caderas al ritmo de una pegajosa canción, mientras limpiaba el piso del pasillo, que apenas tenía una que otra pelusa y cabellos de ambos, pues siempre andaban descalzos, ya que no podían salir, y tampoco entraba polvo del exterior. Sin embargo, Pan insistía en sacudir y limpiar, ya que al igual que al príncipe, le servía para despejarse.
Al verla así, se le ocurrieron otras maneras de mantenerla activa, por lo que pasó de largo, encerrándose en el único baño en la nave. Todo el lugar olía a ella, le fascinaba, al mismo tiempo que le causaba ansiedad. No podía evitar desearla, la atracción le dolía. Fantaseaba con seducirla, pasaba horas imaginando cómo abordarla, terminando siempre con el mismo resultado; ella rechazándolo.
Toda su educación se encontraba basada en su rol de líder, algo que le salía de manera natural, siempre obtuvo lo que quiso, incluso en el plano sexual, donde jamás fue rechazado, donde siempre fungió como el dominante, en todos los aspectos, como se suponía debía ser un guerrero de clase alta, de élite. Algo que causaba fascinación a las hembras saiyajines, como a las de otras razas. Pero con Pan no funcionaba así, mucho menos, si antes ya la había violentado. Era demasiado sentimental, con demasiados prejuicios, demasiado terrícola, y a pesar de eso, no lo consideraba un defecto en ella.
En ocasiones le parecía que ambos eran polos opuestos, y al mismo tiempo tan similares.
Entró a la ducha para aliviar su urgencia, de la única manera que podía hacerlo en esa pequeña prisión. Tenía muy claro que nunca más intentaría tomarla sin consentimiento, le asqueaba la sola idea de pensarlo.
Hubiese preferido haber caído prisionero de algún enemigo, confinado en una celda mohosa y sucia, que en esa cómoda nave, encerrado con ella, envuelto en su olor y su voz, enloqueciendo por no poder tocarla. Para el príncipe Vegeta V, esa era la peor de las tormentas.
Con el chorro agua cayendo sobre sus hombros, cerró los ojos, imaginándola con el vestido saiyajin que usó la noche de la inauguración. Fantaseó con ella, tomándola sobre una de las mesas, ignorando a la multitud a su alrededor, centrado en el gozo de ella entregándose con el mismo ardor, con el mismo amor que él le profesaba.
Ahogó sus gemidos, apurando las caricias de su mano derecha sobre su miembro hinchado, hambriento de la joven que meneaba las caderas a pocos metros, tan cerca y tan lejos de él.
No podía darse el lujo de tardar, tenían limitado el tiempo en la ducha, por lo que se concentró en su placer, mezclado con las fantasías de lo que deseaba hacerle en ese preciso instante.
El cosquilleo en su miembro le provocó un escalofrío al momento de lograr el tan ansiado orgasmo. Suspiró, procurando no hacer ruido, con la vista perdida en su semilla que se mezclaba con el agua.
Deseaba ser rescatado de esa tormentosa prisión, al mismo tiempo que ansiaba todo lo contrario.
Si en algún momento creyó haberla sacado de su mente, ahora podía asegurar que eso jamás sucedió. Al parecer, nunca terminaría de pagar por su crimen, nunca lograría encontrar la paz, tal vez, porque no sentía merecerlo. Tenía plena conciencia de que ninguna noble acción, repararía lo que rompió en el pasado.
Abrió el cancel de la ducha, tomó la toalla que le correspondía y procedió a secar su cuerpo, con la vista perdida en la toalla de Pan, pasándole por la cabeza, la idea de secarse con ella. Desistió negando con la cabeza, conformándose con hundir su rostro en la tela de algodón color blanca, envidiando cada fibra que tenía la dicha de acariciar la tentadora piel de la híbrida.
Aspiró profundo antes de salir del baño, meditando en los diez años de autocontrol, que ahora le parecían una burla, como si no hubiese tenido suficiente para desintoxicarse de ese sentimiento que le dañaba.
Aún no comprendía cómo una jovencita inexperta lo había engatusado de tal manera. Tal vez por ser la única en negársele, lo más probable. Él estaba consciente de que fue por capricho como comenzó todo, después, al conocerla y encontrar grandes similitudes entre ellos, comenzó sentir empatía por ella, también respeto, porque a pesar de las circunstancias en las que ella quedaba en desventaja, tuvo las agallas para enfrentarlo.
Aquel sentimiento que le despertó hace años palidecía con este nuevo, porque comprendía que la mujer, lo cautivaba de manera que la joven nunca lo hizo.
No fue amor, fue culpa, empatía y cariño. Ella era muy joven, tenía casi dieciocho años cuando la dejó ir.
«Culpa».
Un sentimiento tan fuerte como el amor, le hizo sentir miserable por robarle los años donde se termina de conocer a uno mismo. ¿Quién era él para cortarle las alas? La quiso, sí, pero ahora amaba a la mujer en la que se había convertido, estaba seguro de ello.
«Ella no debe saberlo».
Giró la perilla y salió con su pose de siempre, con la máscara más ajustada que en otras ocasiones, consciente de que Pan tenía la llave en su sonrisa para desmoronarla.
Salió evitando mirarla a los ojos, le apenaba haberse masturbado pensando en ella, a tan solo unos pocos metros de distancia. Su cabello húmedo caía hacia los lados de su rostro, lo que le ayudaba a esquivar la curiosa mirada de la mujer con la que se encontraba prisionero.
Se dirigió hacia el sillón donde dormía, deseando que las horas pasaran rápido, sin embargo, Pan tenía otros planes.
—Su alteza —la escuchó hablarle con esa voz suave que lo atormentaba. Suspiró levemente antes de girar la cabeza.
—Veo que usted también se aburre. Le propongo algo.
Trunks levantó una ceja, poniendo su típica mueca de arrogancia.
—¿Qué propones, mujer? —preguntó, fingiendo poco interés.
Pan le mostró una sonrisa divertida, pasó frente a él con prisa, presionando el botón que desplegaba la pantalla donde se entretenía cuando necesitaba descansar del tedioso trabajo de reparación. Sacó de un cajón un aparato que el príncipe reconoció de inmediato, ya que él mismo poseía uno, pero de última generación.
—Algún día le haré comer tierra en batalla. Pero antes —fanfarroneó entregándole un control—, le daré una paliza de manera virtual.
Trunks aceptó el control con cierta duda, tenía tiempo sin jugar contra alguien, pues no era muy diestro en eso, razón por la que dejó de retar a Goten en los pocos tiempos de ocio que compartían.
—¿Acaso ustedes los semi dioses no tienen los mismos pasatiempos que los mortales? —preguntó retándolo. Sabía bien que a pesar del estatus del príncipe, tenía costumbres algo fuera de lo común para alguien de la realeza saiyajin. Especialmente, cuando usaba disfraces para salir a actuar como cualquier mortal más, disfrutando de las cosas simples y llanas, alejado de su extenuante y privilegiado estilo de vida.
—No tienes cara de ser muy hábil en esto.
—¿Eso cree? —tomó asiento al lado del príncipe, tirando la cobija y almohada al piso—. Si yo gano, usted y su real trasero bailaran al ritmo de mi música, la próxima vez que lave los trastes sucios.
—¿Mi real trasero? —soltó una carcajada, disfrutando de la nueva interacción que tenía con su ex mujer, la que se suponía que ya no era una chiquilla, pero a veces se comportaba como tal. Se preguntó qué hubiese pasado, si desde un inicio, su relación se hubiera dado de esa manera; tan espontánea y natural.
—No pienso hacer semejante vulgaridad —opinó petulante.
—¿Acaso teme perder, su alteza?
El príncipe estrechó la mirada, pensando en sus opciones. Le agradaba saber que la joven conservaba ese espíritu altanero que le hizo ganarse su respeto.
—¿Yo temerte? —sonrió maliciosamente, dispuesto a seguirle el juego—. Imitaré ese ridículo ritual de apareamiento terrícola… pero, si yo gano, sabrás tu castigo en su momento.
Pan abrió ligeramente la boca, luego tragó saliva con disimulo, procurando no demostrar que había pensado en doble sentido.
«¿Qué clase de castigo me pondría?»
Si él ganaba, tendría un cheque en blanco para cobrárselo cuando quisiera, y el híbrido no tenía fama de ser inocente. Tal vez exageraba en su suposición, probablemente le pediría alguna tontería, igual a la suya, o tal vez no. Las mejillas se le encendieron de solo imaginarlo.
—¿A qué le temes, Pan? —lo escuchó a su lado. La estaba poniendo a prueba, hasta podía notar su sonrisa disimulada.
—Si no es nada pervertido, acepto —respondió avergonzada, debía poner las cartas sobre la mesa.
—Una apuesta es algo serio, mujer depravada —contestó fingiendo inocencia.
—¿Depravada? —levantó las cejas con indignación, mordiéndose la lengua, con ganas de enumerarle todas las cosas que él le había enseñado en la adolescencia, pero eso solo incrementaría la llama. Por lo que optó por bajar la tensión sexual que ella misma había comenzado—. Bien, le sugiero que prepare su real trasero para menearlo… bailando —desvió la mirada hacia la consola para encenderla, recriminando a su traicionero inconsciente.
«No me dejaré vencer», pensó el príncipe, decidido a ganar esa apuesta.
Lamentablemente, los videojuegos de combate no eran lo suyo, muy al contrario de cuando se encontraba en uno real. No obstante, se esforzó, presionando botones aleatoriamente, tomando ventaja en algunas ocasiones, en las que terminó comiendo polvo. Su personaje recibió más heridas de las que él llegó a tener entrenando con su padre, inclusive perdió la cabeza, con todo y la espina dorsal en dos ocasiones.
Al final, Pan terminó ganando ocho rondas de diez, en las que disfrutó de moler a golpes, al avatar escogido por su contrincante. El estómago le dolió de tanto reírse a costillas del heredero, quien, a pesar de su derrota, también lo pasaba bastante bien. Al juego se habían unido muy pocas galletas saladas y una botella de vino que Pan conservaba de un viaje.
La botella reposaba vacía sobre el suelo, al lado del príncipe, quien no parecía mostrar signos de embriaguez, muy al contrario de Pan, que no dejaba de festejar su triunfo.
—Imagino lo que pretende. Le aseguro que no cambiaré el castigo —aclaró antes de beber un trago más. Nunca había bebido más de tres copas seguidas, y en ese rato, ya llevaba cuatro y media.
—Nunca he faltado a mi palabra. Te consta —dijo esto último en una especie de susurro ronco, dejando su copa vacía al lado de la botella.
De pronto, la escena la transportó a la época que compartieron juntos, cuando podían charlar y bromear como una pareja normal, olvidando los verdaderos motivos de su unión.
—¿Alguna vez ha bailado? —preguntó Pan, encendiendo su aparato de sonido.
—Los saiyajines tenemos otro tipo de cortejo para copular —respondió burlón.
La joven negó con la cabeza, eligiendo una pieza suave para comenzar con su lección, sabía que el orgulloso príncipe se rehusaría con una melodía movida.
—Usted, al igual que yo, tiene sangre terrícola en sus venas. Y no… bailar no es un ritual de apareamiento —aclaró entre risas bajas, extendiéndole una mano—. Es una falta de respeto dejar con la mano extendida a una dama.
El príncipe arrugó el ceño, observando hacia los lados. —¿Cuál dama? —preguntó con altivez, sin poder ocultar por mucho tiempo, la sonrisa divertida que solo ella podía arrancarle.
—Vamos, no busque excusas. Creí que le gustaban los retos.
Sin replicar, el príncipe se levantó del sillón, tomando la mano de Pan, dejándose guiar por la mujer mandona y alegre, que sabía sacar al muchacho jovial que vivía dentro de él. Olvidó su arrogancia y vergüenza por un momento, al fin de cuentas, nadie lo vería realizando esos ridículos movimientos, y peor aún, vistiendo esa pantalonera femenina que le quedaba corta.
—Así —le indicó, llevando las manos del príncipe hacia su pequeña cintura, posando las de ella sobre los hombros del heredero, con sus pechos pegados al cuerpo masculino. Una vez lista, Pan comenzó a mecerse al compás de la melodía, seguida por el embobado heredero, quien hacía un esfuerzo sobre humano, para controlar las enormes ganas de apretarla contra sí, limitándose a aspirar el dulce aroma de su cabello.
Si antes le parecía bonita, ahora, ya una mujer, le robaba el aliento. Tenía muy claro que Pan le atraía más como adulta, que como adolescente, siempre lo supo, pero hasta ahora lo podía comprobar.
La evasiva que jugó los días previos, se fue la mierda con ese baile terrícola, ya no podía mantener la postura de príncipe esquivo con ella, cada vez le costaba más trabajo sostenerse, y Pan no ayudaba mucho con su trato tan ameno, tan familiar, siempre buscando hacer plática, comentando sobre la universidad, sobre su trabajo, sus amigas; cualquier cosa, excepto Anthon, del cual no hablaba nada. No sabía qué pensar al respecto, tal vez lo hacía porque, al igual que él, no le gustaba ventilar su vida privada, pues, tampoco habló de él cuando entrenaban en Sunev.
Después de la lección de baile, la que para su gusto fue demasiado breve, Pan se alejó de pronto, cambiando el ritmo a uno mucho más movido
—No, no, no. La apuesta implicaba la próxima vez que lavara la cocina —reclamó el príncipe.
—Tiene que entrenar —dijo Pan, dando un par de vueltas al ritmo de la música, parando en seco en la tercera, con pasos torpes que fueron detenidos, gracias a que el príncipe la detuvo en un abrazo.
—No es buena idea que lo hagas ebria. No pienso limpiar tu vómito —sentenció sentándola de nuevo, para luego apagar la música—. Quédate aquí —le ordenó, llevándose las copas y la botella, para luego regresar con un vaso de agua.
—Gracias —recibió el vaso, recordaba esa faceta amable de él, algo que le agradaba mucho. Luego agregó con un puchero—: No estoy ebria.
Trunks se burló, tomando asiento a su lado. Lo disfrutaba de una manera tan única, que le importaba una mierda salirse de su burbuja de frialdad, con ella le era muy difícil sostener su típica pose osca.
—Extraño el ramen —comentó Pan, ofreciéndole el vaso a Trunks, quien levantó las cejas extrañado, decidiéndose por aceptarlo y beber un trago del mismo lugar donde ella había puesto los labios. Lo más cerca de besarlos en años.
—¿Extraña algo, su alteza?
Por unos segundos meditó su respuesta. ¿Qué podía extrañar más de lo que extrañó su cercanía? Una respuesta difícil.
–Extraño el cielo del planeta Vejita —respondió de la manera más honesta. Recordando la ocasión en la que bajó de su nave después de entrenar con su escuadrón, y al voltear hacia arriba, la vio levitando junto a Bra. Ambas regresaban de entrenar en la ciénaga sur, lo supo al verlas sucias del lodo verdoso que es típico de ese lugar, y a pesar de eso, la imagen de Pan resplandecía con el cielo de su querido planeta como fondo. Fue una de esas ocasiones, en las que su corazón se regocijó de tenerla como compañera, ya comenzaba a provocarle sentimientos más intensos que el puro deseo.
—Tiene un cielo hermoso. También extraño sus colores —secundó Pan.
—¿Por qué no regresaste? Tus abuelos paternos viven allí.
—No lo sé —respondió agachando la cabeza.
—¿Es por mí? ¿Aún me guardas rencor? —inquirió conteniendo sus emociones. Le afectaba profundamente que ella conservara las malas experiencias en su memoria, por encima de las positivas. Porque a él le constaba que también vivieron momentos de dicha en los últimos meses, de eso no tenía duda.
—Es por mi padre. Él no quiere que tenga nada que ver con la cultura saiyajin —confesó, haciendo una mueca de niña regañada.
Trunks se mordió la lengua, tragándose las ganas de opinar sobre Gohan. Una cosa era el problema entre ellos, y otra, su herencia saiyajin, de lo que debería estar orgulloso.
—¿No extrañas a tu prometido? Nunca hablas de él —escupió finalmente.
—Sí —musitó casi en un suspiro, inconscientemente negando con la cabeza.
—¿Sí? Tu lenguaje corporal dice lo contrario —opinó poniéndose de pie—. Ya es tarde, mañana debemos continuar reparando el panel.
—Príncipe —susurró pensativa. No entendía el estado de ánimo del híbrido. A veces le parecía contradictoria su conducta; esquivo, pero sin ser grosero, otras veces comunicativo y más amable de lo que le conocía. Como si tuviese dos personalidades —. No quiero que piense que soy frívola —agregó, sonriendo de manera inconsciente al verlo retornar, tomando asiento de nuevo.
—Pan —aspiró hondo, antes de continuar con un tono más bajo de lo que acostumbraba—. ¿Cuáles son las verdaderas razones detrás de tu compromiso?
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La búsqueda de los híbridos se extendió por todo el cuadrante, incluyendo a la patrulla galáctica en el caso. Los rumores sobre la desaparición del heredero y la terrícola ya corrían libremente por varios planetas, creando diversas teorías que iban desde que ya estaban convertidos en polvo, y la favorita de muchos; que ambos decidieron huir, comenzando una vida juntos, alejados de los formalismos del imperio, en una romántica aventura. Versión de mayor aceptación por la población civil de planetas no guerreros. No obstante, para quienes conocían bien a la pareja, sabían que esa descabellada historia, era completamente imposible.
A quien le causaba menos gracia todo ese alboroto sin sentido, era a Anthon, quien tenía otra versión macabra de la historia, con mucho más sentido, desde su punto de vista.
El terrícola prácticamente no dormía, monitoreaba constantemente a los escuadrones de búsqueda, comunicándose cada cierto tiempo con Goten, para enterarse de las novedades. No confiaba en los saiyajines, mucho menos en el príncipe, no creía posible que alguien de su estatus, tuviese buenas intenciones.
Se talló los ojos, le ardían por pasar la noche en vela, buscando alguna señal en el radar. Se negaba a creer que se hubiese esfumado la nave de su amada. Le parecía sumamente sospechoso, ya que la nave del heredero sí había aparecido.
Comenzaba a delirar con la idea de que el príncipe pudo haber planeado el supuesto ataque, dejando su nave como señuelo, raptando a Pan en la nave de ella.
Conocía a su prometida desde que ambos eran niños, razón por la que temía que hubiese sido manipulada, orillada con alguna artimaña para salir del planeta sin avisar. Le parecía muy extraño todo el asunto de la explosión de la luna, demasiado conveniente para el príncipe, y de hecho, se lo había comentado a Goten, recibiendo como respuesta un tajante: «El príncipe no necesita recurrir a eso».
Su mente le jugaba crueles imágenes, en las que Pan terminaba como prisionera del heredero, sometida a los caprichos de un ser que consideraba demasiado narcisista y egoísta. Temía que la golpeara, o que incluso, llegara a atentar contra su vida.
Esperaba equivocarse.
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«¿Crees que Anthon merezca una unión por lástima?» Las palabras del príncipe rondaban en su cabeza.
Tuvo que escucharlo de la voz de otro para meditar al respecto, se avergonzaba de sí misma, y lo peor de todo, que el comentario viniera de quien menos esperaba, lo que en parte le agradaba, pues reflejaba el crecimiento interno del heredero.
Le aliviaba haber confesado parte de su situación, reconocer en voz alta que la enfermedad de la madre de Anthon, influyó en gran parte para que ella aceptara la propuesta de matrimonio. Por su puesto, sin mencionar sobre la confusión de sus sentimientos hacia su prometido que, para fortuna de ella, el príncipe no preguntó al respecto.
Le sorprendía que el príncipe señalara lo injusto de la situación para Anthon, en vez de regañarla o lamentarse por ella. Sentía que, en ese aspecto, el príncipe le daba una gran lección.
Por primera vez, se cuestionó el daño que podía causarle al desposarlo por lástima, y no solo a él, también a ella misma. Se cuestionó sobre su futuro, sobre la posibilidad de que el cariño que sentía por el terrícola se estancara, sin evolucionar.
«¿Qué será de mí? ¿Y si aparece otro hombre que me atraiga?»
El príncipe le provocaba algo, lo que ella atribuía al intenso pasado que vivió a su lado. Tenía muy reciente el último encuentro con Anthon, donde al acostarse con él, se perdió en los recuerdos apasionados en brazos del heredero. No le quiso dar importancia en ese momento, pero pronto sería su esposa, y entonces entendió que era injusto para ambos ese tipo de infidelidad, aunque fuese solo de pensamiento.
Anthon le despertaba ternura, respeto, admiración, amor; un amor muy diferente al que él le profesaba, un amor fraternal. Muy distinto al que sintió por su novio de juventud, Terrence, aquel efímero amor, por el que sí tuvo noches de desvelo, soñando despierta, por el que suspiraba después de cada beso, por el que se emocionaba cada vez que anticipaba un encuentro sexual con él, al que deseó con pasión. Anthon no le provocaba eso, ahora estaba segura de que jamás sucedería eso.
Se fue a dormir, pensando en ordenar sus sentimientos. Le gustaba demasiado la especie de amistad que comenzaba a forjar con el príncipe, a quien la mayoría de las personas veían tan lejano, tan intocable, lo que le inflaba el ego, a pesar de su carácter sencillo, tal vez por su naturaleza saiyajin.
A pesar de las confusiones en su cabeza, logró dormir plácidamente, despertando de buen humor al día siguiente, con energías para continuar trabajando.
Encontró unos pocos pedazos de tocino en el fondo de la nevera, aun en buen estado. Decidió cocinarlos con el resto de lo que tenía planeado preparar. Muy pronto se quedarían sin proteína fresca, pero tenían alimento no perecedero, lo suficiente para sobrevivir antes de quedarse sin oxígeno, siempre y cuando, respetaran su plan de racionamiento.
El olor a tocino lo despertó antes de lo acostumbrado, encontrándose con la híbrida colocando platos y cubiertos en la pequeña barra donde solían comer. Llevaba el cabello recogido en una media cola, con algunos mechones que se le escapaban a los lados de su cabeza, los que ella insistía en acomodar detrás de las orejas, en lo que parecía ser, una batalla infinita.
La mujer vestía una playera suelta de color blanco y unos pantaloncillos cortos que dejaban ver sus piernas redondeadas. Podía adivinar que no llevaba sujetador, lo sabía, porque en todo ese tiempo no pudo evitar notarlo, especialmente, cuando vestía camisolas deportivas. En algunas ocasiones, podía llegar a notar los botones erizados debajo de la cruel tela que los cubría, justo como en ese preciso instante, donde la vio concentrada en lo que hacía, sin percatarse que era devorada con la mirada azulada del guerrero.
—Buen día, alteza —hizo una pequeña reverencia, invitándolo a comer donde siempre.
Ninguno mencionó nada sobre la noche anterior, se dedicaron a tomar sus alimentos hablando sobre lo que repararían en las próximas horas. Por un instante, Trunks creyó que Pan olvidaría la apuesta; no deseaba hacer semejante ridículo, pero al mismo tiempo, se debatía entre recordárselo por honor, o simplemente dejarlo pasar, pues se trataba de algo sin importancia, finalmente, se decidió por la segunda opción.
De inmediato comenzaron a trabajar en los componentes dañados, con Pan liderando la misión. Era poco lo que el príncipe podía hacer, ya que no contaba con los conocimientos de la híbrida, por lo que la mayoría de las ocasiones le auxiliaba pasándole herramientas, limpiando el hollín de las tabletas quemadas, separando las piezas dañadas, sacando con mucho cuidado los diminutos tornillos. El resto del tiempo, solo le quedaba observar y aprender.
No recordaba ninguna ocasión en la que no supiera qué hacer, desde que tenía memoria, se caracterizaba por contar con una mente veloz que se anticipaba a las situaciones, encontrando siempre una ruta por la cual conducirse. Eso, hasta que llegó Pan a su vida, sacándolo por completo de su zona de confort, regresándole inseguridades que creyó superadas.
Tenía palabras atoradas que deseaba escupir, en su mayoría, reproches hacia su manía de sacrificarse en beneficio de otros. Sin embargo, prefirió callar, no solo porque no era el momento para eso, sino porque ella no le había pedido su opinión al respecto.
—¡Ya solo falta una pieza! —exclamó Pan, sobando su nuca. Le dolía el cuello por permanecer horas agachada.
—En realidad seis —la corrigió Trunks, señalando las que reposaban a su lado.
—Sé que tiene seis componentes dañados, pero ya solo es una tarjeta — respondió de manera alegre. Cada vez que avanzaban, se sentía motivada. Hasta ahora, no había querido admitir en voz alta que temía fallar, pero en el fondo, le aterraba saber que tenía la responsabilidad de la vida de ambos en sus manos.
Continuaron con su rutina hasta quedarles solo dos componentes por sustituir, después de eso, Pan decidió salir de la nave, utilizando su traje espacial. Quería cerciorarse de que no se le hubiese escapado ninguna fisura en la primera revisión.
Tardó un rato más revisando a conciencia, pensando en la manera de terminar de romper el hielo con el príncipe. Era más que curiosidad, casi una necesidad de saber con quién estuvo unida, también, porque desde que lo volvió a ver, le regresó aquel lejano recuerdo, de él hablándole mientras ella perdía sangre, en el ataque al planeta Vejita. Quería saber si fue verdad lo que escuchó, o un invento de su cabeza; pero para eso, debía encontrar el momento preciso antes de preguntarle.
—¿Tiene hambre? —preguntó soltando las herramientas.
—Un poco.
—Podemos adelantar la hora de la cena —dijo haciendo los instrumentos hacia un lado—. Además, su real alteza tiene una deuda qué pagar –agregó con una sonrisa burlona.
—Por supuesto que no lo olvido —respondió petulante, mordiéndose la lengua. Ya había dado por terminado ese tema.
—Calentaré los alimentos, comience a preparar su real trasero, tengo planeada una canción con un ritmo muy pegajoso, no se le dificultará.
—Hablas mucho, comamos primero —dijo haciendo a un lado los materiales con los que habían estado trabajando, con una sonrisa que le pareció sospechosa a Pan.
—No sé qué planea, pero le aseguro que usted lavará los platos al ritmo de mi música.
El príncipe levantó una ceja, esperando sus alimentos, sin dejar de lado su pose altanera.
Una vez servida la sopa instantánea, comenzaron a comer en una competencia de miradas retadoras, como si estuviesen a punto de entrar a una batalla amistosa. En poco tiempo, había una pequeña pila de trastes sucios esperando al príncipe, quien se levantó decidió, con una pequeña sonrisa de medio lado, mientras que Pan subía el volumen a su tableta personal, de donde había escogido la melodía con la que el príncipe pagaría su apuesta.
—¿Qué espera para comenzar? —preguntó con las manos sobre las caderas y una amplia sonrisa de triunfo.
—Espero a que tomes las tablas que terminamos y corras a colocarlas debajo del panel central.
—Primero tengo que…
—Te prohíbo que dudes de mi palabra. Yo cumpliré —negó con el dedo índice y pose autoritaria.
Pan entrecerró la mirada. —No caeré en su treta.
—¿Cuál treta? El acuerdo era que yo imitara tus ridículos movimientos. En ningún momento acordamos que fuese contigo presente —respondió cruzando los brazos, con los labios cerrados en una sonrisa burlesca—. Por cierto, tu canción terminará y no quiero faltar a mi palabra, anda —hizo un gesto con las manos, apurándola de manera engreída.
—¡Eso es trampa! —exclamó azotando un pie.
—Ya eres grande para berrinches, debiste establecer los términos en su momento —se acercó a ella, depositando en sus manos dos tabletas junto con la caja de herramientas, para después empujarla sin llegar a ser brusco, hasta la puerta que daba hacia la cabina.
Una vez que Pan cruzó el umbral, el príncipe puso el seguro, corriendo hacia los platos sucios, con estruendosas carcajadas que se escuchaban hasta la cabina de manejo, donde Pan no tuvo otra opción que esperar. Podía romper la puerta si quisiera, pero no dañaría más su nave, tampoco se pondría a desarmar la puerta con sus herramientas, sería tiempo perdido.
Del otro lado de la puerta de acero inoxidable, el príncipe comenzó a lavar los platos y tenedores, junto con dos vasos y el sartén donde la mujer había cocinado las verduras de lata que agregó a la incipiente sopa. Conocía la canción de fondo, estaba de moda entre los civiles de varios planetas, por lo que no solo la había escuchado, sino que sabía de memoria el coro, pero no se atrevería a cantarlo, ni siquiera a tararearlo, ya que encontraba demasiado empalagosa la letra.
Comenzó moviendo un pie, algo que había hecho discretamente en uno que otro evento público, donde daban espectáculos musicales, llenos de luces directo al escenario.
Sonrió tontamente, el puchero en el rostro adulto de Pan le hacía sentir como un joven de nuevo. Esas acciones de la híbrida le refrescaban los ánimos, transportándolo a una época, donde solía darse el lujo de tener pasatiempos mundanos que ahora solo quedaban en sus recuerdos.
De pronto, se dio cuenta que necesitaba más de eso, las obligaciones lo estaban envejeciendo antes de tiempo, él no quería eso. Apenas se encontraba en la mitad de su juventud, según su conteo de células S, envejecería al mismo ritmo que un saiyajin de sangre pura, gracias a la bendita genética de la raza guerrera, que se aferraba en cada célula híbrida de su ser, tal como sucedía en ella.
Un ligero contoneo de caderas se unió al movimiento rítmico de su pie izquierdo, dejándose llevar por la cadencia de las notas musicales, igualando los movimientos que Pan solía hacer al bailar. A pesar de lo ridículo de la situación, lo disfrutaba; solo ella podía hacerlo gozar al comportarse como un terrícola común y corriente, lo que siempre evitó ser. Si no la conociera, pensaría que la mujer utilizaba algún tipo de hechicería.
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Los pasos del rey se escucharon retumbando por el pasillo, haciendo eco en cada paso que daba. Nadie se atrevía a mencionar en su presencia, la posibilidad de que el heredero pudiese estar muerto, ni siquiera su hermano Tarble lo insinuaba, pues ya con quince días sin ninguna novedad, comenzaba a dudar de que su sobrino pudiese sobrevivir, mucho menos, si se encontraba herido y sangrando.
La capa del rey ondeaba ruidosamente de un lado a otro, transmitiendo la frustración y angustia en cada uno de sus movimientos. Podía palpar el dolor que tanto él, como su reina, debían estar experimentado en esos crudos momentos.
Recordaba una sola ocasión en que lo vio en ese estado, el mismo día que Freezer lo obligó a ejecutar a su hijo y la madre de éste. No quería ni pensar en lo que pudiese suceder de encontrarlo sin vida. Ni siquiera la reina Bulma sería capaz de contenerlo en su sed de venganza, arrasando con pueblos enteros, como la época, en la que fue juguete del frío tirano.
Conocía a su hermano mayor, su naturaleza y motivaciones para haber cambiado la forma de sustento de su reino, y lo endeble de su raciocinio cuando de su familia se trataba. No podía juzgarlo, él mismo perdería la cabeza si una de sus hijas hubiese desaparecido sin dejar rastro alguno.
—¿Alguna novedad? —preguntó, guardándose el temor que le producía el estado de humor que se cargaba su hermano mayor.
Lo escuchó gruñir como respuesta, por lo que decidió no insistir, limitándose a comunicarle la situación en su planeta, omitiendo aquello que pudiese estresarlo más.
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El sonido del sistema de ventilación se escuchaba como un ronroneo suave por toda la nave, creando un efecto arrullador. Estaban a poco de lograr entablar comunicación con el exterior, y por ende, salvar sus vidas. Lo que les llenaba de motivos para continuar con entusiasmo, por lo que habían decidido tomar un descanso más largo, pues el cansancio y la rutina les entorpecía su meticulosa tarea.
El sueño comenzaba a vencer al príncipe, quien observaba a través de una ventanilla, donde contemplaba los destellos azules que se colaban en la oscura caverna, creando hermosos patrones con el reflejo de los cristales en las paredes. Cansado de observar, estiró los brazos y caminó hacia su tendido. Hasta ahora, no le había molestado el pequeño espacio donde se encontraba confinado, ni la cobija de calidad mediana, ni siquiera el atuendo ridículo y la falta de aduladores sirviéndolo. No obstante, estaba seguro que de estar en compañía de cualquier otro ser, esos detalles hubiesen resaltado de inmediato, teniéndolo de mal humor todo el tiempo.
«Después de todo, ese ritual no es tan desagradable», sonrió recordando aquella bochornosa escena que, para su alivio, permanecería solo en su memoria.
Con ese pensamiento en su mente, se entregó al sopor.
Horas después, despertaron con nuevas energías para continuar con su trabajo. Pan había descubierto unos cables quemados, justo detrás de una tablilla llena de diminutos componentes. Esa la dejaría hasta el final, debido a su complejidad, por el entramado de sus cables y lo diminuto de las piezas, las cuales eran ensambladas con robots, que utilizaban milimétrica precisión programada.
Las horas con esa eterna rutina pasaron de pronto, ya tenían dieciocho días encerrados, a casi una semana de quedarse sin oxígeno. Trabajar hasta el hartazgo los estaba consumiendo de a poco, no tanto por el hecho de trabajar, sino porque su labor consistía en permanecer horas postrados en la misma posición.
Por algo, esa labor la llevaban a cabo robots en las fábricas.
Pan se encontraba frustrada y enojada consigo misma, con su terquedad, que ahora los tenía atrasados. Todo, porque había decidido posponer su descanso, forzando su vista y su agotado cerebro, a más horas de trabajo continuo, lo que ocasionó, que terminara quemando por accidente, una sección que ya se encontraba terminada.
Por su parte, el príncipe le ayudaba revisando y ensamblando cada delicada pieza, debajo del panel central, donde ahora cabía, gracias a que había bajado de peso por la falta de comida y entrenamiento. Aun así, se le dificultaba mucho acomodarse dentro del estrecho espacio, donde Pan cabía mejor, pero ella se encontraba ocupada reparando las piezas con sus menudas manos, más hábiles para manipular los pequeños objetos, que las de él.
A pesar de los ánimos decaídos, no disminuía a cordialidad entre ellos, quienes bromeaban de vez en cuando, compartiendo momentos agradables entre charlas triviales.
Esos días de confinamiento con el heredero, terminaron por convencerla del cambio en el saiyajin con el que vivió. Ambos crecieron en esos años, ambos progresaron a su manera, él más que ella, de eso podía estar segura, pues ella misma admitía que cometía una estupidez al haberse comprometido con Anthon, a quien debía extrañar y llorar, pero en lugar de eso, admiraba a hurtadillas los músculos del príncipe, especialmente, su trasero cuando se volteaba.
No podía negar que el heredero poseía una especie de carisma varonil que atraía como imán, no por nada, la prensa buscaba siempre tener su fotografía en primera plana, cosa que ocurría en escasas ocasiones, debido a lo inaccesible que solía ser.
«¿Qué pasa conmigo?»
Se cuestionaba cada vez que se perdía en los músculos masculinos cuando él no la observaba. Si bien, era endemoniadamente atractivo, ella no era el tipo de mujer que sucumbía ante frivolidades, mucho menos, cuando su novio se encontraba sufriendo por no saber de ella.
«Es la pasión, eso es».
Una cosa tenía muy clara desde hace tiempo, a su relación le hacía falta picante, y a estas alturas, estaba segura de que no la encontraría por más que se esforzara. Ni siquiera, con el tiempo libre que tendría ahora que ya finalizó su proyecto.
Antes no le importaba, pues valoraba más los sentimientos de su pareja, pero ahora, temía que la falta de pasión terminara por derrumbar la fantasía.
No se trataba solo de amor, también debía haber pasión, ambos conviviendo de la mano. Amor se podía tener por sus padres, por su carrera, sus amigas, sus abuelos.
«Lo quiero, lo amo como se ama a un hermano».
¿Por qué no podía tener ambas cosas en una relación?
Con el príncipe tuvo pasión por una corta temporada, muy intensa pasión sin amor, incluso con miedo, pues la sombra del monstruo permaneció hasta el día que ella se marchó a la Tierra.
«A las saiyajines no nos afecta como a las terrícolas, al contrario, haber pasado por esa situación nos vuelve más fuertes. No superarlo, es muestra de debilidad en nuestra cultura». Le había dicho Yassai, después de la ceremonia que desencadenó los fatídicos acontecimientos de aquella noche, donde la abusó transformado en súper saiyajin.
Tal vez por eso, ella tenía la voluntad de levantarse, verlo de otra manera y seguir adelante, incluso, tenerle afecto, deseándolo como lo hacía ahora, aunque fuese por una vez más, solo para quitarse ese antojo que le quemaba.
Llegó la hora de dormir, y en vez de conciliar el sueño, Pan decidió salir de su cama, caminó hacia la alacena, donde almacenaba la poca comida que quedaba. Tomó una botella de licor que había estado evitando, por lo fuerte de su contenido.
Desvió la vista hacia el sillón, donde el príncipe se movía bajo la cobija. También se encontraba despierto.
—¿Me acompaña? —se sentó a un lado de él, ofreciéndole un vaso.
Trunks se irguió, sentándose y aceptando el trago. —¿Tampoco puedes dormir?
—Imagino que estar confinado en este pequeño espacio, debe de ser una tortura para alguien como usted —dejó escapar un leve suspiro, para luego agregar con cierta nostalgia—, acostumbrado a tener una alcoba más grande que esta nave.
«No tan agonizante como tenerte cerca de mí, sin derecho a nada», pensó Trunks.
—No tanto como hubiese imaginado —respondió, haciendo una graciosa mueca, luego de comprobar lo fuerte del licor.
—¿Lo dice por mí? —preguntó casi en un susurró tímido.
Trunks asintió con la cabeza.
El estómago le revoloteó a Pan, inconscientemente, su cuerpo reaccionó con un escalofrío cálido, recorriéndole como una carga eléctrica que le invadió por todo su cuerpo. Sensación que recordaba haber vivido cuando comenzó a salir con su primer novio, Terrence.
«Me gusta, el príncipe me gusta».
Se suponía que el heredero no debería provocarle ese tipo de sensaciones, era parte de su pasado, solo eso.
—Saldremos pronto de aquí —aseguró Pan, sin poder demostrar el mismo entusiasmo que tuvo en los primeros días.
—Me da la impresión de que no crees en tus palabras.
—Arruinar la tablilla me bajó la moral —confesó con amargura en sus palabras—, por eso no podía dormir —bebió un trago más.
—No morirás aquí. Yo te ayudaré, vivirás muchos años más.
Ya no estaba tan segura de poder terminar a tiempo. Moría de cansancio, al mismo tiempo que la ansiedad le impedía dormir, tampoco tenía las energías para continuar reparando nada.
Bebieron un poco más, hasta que Pan le arrebató el vaso al príncipe, depositándolo al lado del otro a medio llenar, después, simplemente se lanzó a los labios del hombre, dejando de lado la sensatez que le inculcó su padre.
El contacto entre sus labios fue torpe al comienzo, con el mismo nerviosismo que se tiene al ser muy joven, como si nunca antes se hubiesen besado.
Con timidez, Pan rodeó el cuello masculino con sus brazos, siendo imitada por el heredero, quien la aprisionó por la cintura, pegándola a su cuerpo, sincronizando la danza entre sus lenguas, una vez que reconocieron el sabor del otro.
Fin del capítulo.
Este capítulo me salió más largo de lo que esperaba, y es porque alrededor de las 4 primeras páginas, pertenecían al capítulo pasado, pero olvidé incluirlas en la pasada actualización. Al final ya no pude recortarlo más, porque se rompía la continuidad de lo que quiero contar aquí.
No sé si lo notaron, el nombre del primer novio de Pan es Terrence, y su actual novio se llama Anthon, casi Anthony. Me inspiré en Candy Candy, uno de mis animes de la infancia.
Sin más por el momento, me despido por hoy y, no olviden dejar su valioso comentario.
Nos leemos luego.
