Disclaimer: Naruto no me pertenece.

Aclaraciones: Modern Times. Universo Alternativo. Situado en los 80-90.

Advertencias: Abusos. Menciones de secuestros. Padres abusivos. Sangre. Niñez corrompida. Algo de GL. Y parejas crack.


Muchachas de Ojos Tristes


El primer quiebre


Papá era un mentiroso y un hijo de puta.

Pudo mantener todo eso bajo secreto, ser más cuidadoso y de ese modo ella no habría despertado en mitad de la noche ni puesto atención a esos ecos lejanos en medio de la noche tranquila. Ni tampoco habría sentido curiosidad de no encontrarlo dormido en el sofá con el televisor prendido en un canal aburrido o en la cama, buscándolo en todas las partes de la casa para abrir la puerta principal y quedarse quieta, en medio de la oscuridad y observando el cuarto de herramientas que él usaba para su trabajo.

Las luces seguían prendidas. Quiso pensar que estaría ocupado en un proyecto personal o algo por el estilo, no era extraño que decidiera pasar toda la noche fuera. Lo venía haciendo desde que mamá murió.

Estuvo a punto de irse, de regresar a la cama e ignorar lo que fuese que papá estuviera haciendo allá pero el eco de un grito la detuvo, le hizo girar y volver a mirar en la lejana noche.

El aire la puso nerviosa, esa calma nocturna ser perturbada por ecos de fantasmas que se decía era su imaginación, pero que se sentían tan cerca que erizó cada vello de su piel.

Se cubrió la parte de arriba porque solo dormía con una playera enorme y vieja de alguna banda de rock que no conocía y unos pantalones que le llegaban por debajo de la rodilla. Recorrió todo el espacio que le separaba de la comodidad y seguridad de su hogar. No se escuchaba absolutamente nada, ni siquiera el grillar de los grillos o el groar de las ranas.

No había vecinos cerca. Tener poco dinero orilló a su padre a buscar terrenos baratos, pero también lo bastante lejanos que ella y sus hermanos debían caminar largas distancias para llegar a la escuela.

La oscuridad era abrumadora y los guijarros debajo de sus pies le sacaban quejidos pero aguantaba porque sentía que papá podía escucharle incluso cuando no estaba presente.

Estuvo frente a la puerta de madera, bastante degastada y con claras señales de que pronto acabaría carcomida por las termitas. Pensativa sobre si era buena idea tocar y molestarlo, el tener que enfrentarse a su humor inestable o regresar a casa e ignorar todo; pensar que fue su imaginación o que las películas que vio a escondidas de horror eran la fuente de todo esa paranoica que le obligó a estar ahí en esos momentos.

Respiró hondo, con las manos sudando. Tuvo que limpiárselas para sacarse esa sensación de nerviosismo y miedo que le provocaba su propio padre.

Rasa no era un buen hombre ni padre ejemplar. Bebía demasiado alcohol y no tenía paciencia ni sabía cómo criar niños. Por eso ella intentaba que todo estuviera en orden en casa, que ni Kankuro dijera algo que le podría ganarse una paliza o que Gaara no llorara demasiado alto para que su padre no viniera hecho una cólera hasta el cuarto para darle razones verdaderas para llorar.

Agarró valor. Solo daría una mirada para determinar que no había nada por lo cual preocuparse ni imaginarse tantas películas en su cabeza. No era como si papá estuviera haciendo algo ilegal.

La puerta se abrió de golpe, con la luz dándole en la cara. Se quedó helada, confundida. Delante de ella una joven que nunca antes había visto estaba semi desnuda, con la cara llena de lágrimas, mocos y una mueca de absoluto terror.

―Por favor… Ayúdame…

Y luego papá apareció detrás de la muchacha y le brindó un golpe que la hizo sangrar tanto que un poco de ésta salpicó en su cara.

La figura de la desconocida cayó, inerte, frente a ella. Y no podía moverse aun. Empezó a respirar cada vez más rápido, viendo a su padre soltar lo que parecía ser un bate de béisbol que Kankuro dejó abandonado al darse cuenta que apestaba completamente. Se tronó el cuello y la miró fijo.

―Temari ―él la llamó y ella sintió tanto miedo de que la próxima a la que golpearía fuera ella―. Ven aquí.

No supo qué hacer. Desobedecerle le haría ganarse una paliza. Pero si obedecía, no sabría qué haría él. Tuvo que avanzar, ignorando el charco de sangre que se extendía del cuerpo de la chica, ese aroma que la puso incómoda en cuanto entró a ese cuarto de herramientas que se veía hecho un desastre, que olía a químicos y que tenía rastros de haberse convertido en una prisión temporal.

―Buena chica ―Rasa se puso a la misma altura que ella, tomándole de los hombros, haciéndola temblar y verle aun con los ojos abiertos.

Tenía miedo.

Luego sintió que le acariciaba el cabello, caricias gentiles que jamás imaginó que volvería a sentir. Era como las que mamá le daban de pequeña, cuando frotaba su otra mano sobre su vientre abultado en la sala en mitad del atardecer.

―Mírame, Temari.

No se atrevió a ignorarle e hizo lo que pidió, mirándole, haciendo todo lo que pidiera para no darle razones. Rasa no tenía una mueca de remordimiento o de desesperación por explicarle lo ocurrido. Ni siquiera parecía verse afectado de haberle quitado la vida a una chica con un bate.

―Esto fue un accidente ―dijo, sacando un pañuelo de sus pantalones. Empezó a quitarle las manchas de sangre―. No quería que te enterarás así. Pero alguien no estaba en cama cuando debía estarlo. Esa chica… ―un suspiró agotador―, esa chica me estuvo coqueteando en el bar anoche. Quise hacer las cosas bien, pero creo que ella tuvo la idea equivocada. Iba a hacer un escándalo. No puedo ir a la cárcel, Temari. ¿Quién los cuidará? Soy la única persona que se preocupa por ustedes…

―Papá… ―le interrumpió, deteniendo esa acción hipócrita de su parte de querer convencerle que realmente eso había pasado. Ella conocía la naturaleza de papá―. La próxima vez ―le miró profundamente―, esfuérzate para que no te descubran.


.


Papá era un hijo de puta pero seguía siendo su progenitor. Y ella no podía acusarlo porque el desgraciado tenía razón.

Era la única persona que podía cuidarlos. Ir a denunciarlo podría ponerlos en peligro, especialmente a sus hermanos menores. A pesar de que se decía que podría hacerse cargo de ambos, era demasiado joven para tomar aquel rol.

No tenía dinero y apenas iba a secundaria.

Solo debía esperar hasta que cumpliera la mayoría de edad, buscar un trabajo que le ayudase a ahorrar y comenzar sus planes. Hasta ese entonces, debía cuidar que nadie descubriera los crímenes de Rasa.


.


―Oi.

Temari levantó la mirada de los huevos fritos que estaba cocinando para ver a Kankuro, quien le observaba igualmente. Ella enarcó una ceja, silenciosamente preguntándole qué carajos quería.

―Tan dulce en las mañanas, como siempre ―masculló éste.

―Más te vale decir algo importante, de eso dependerá que tus huevos no queden quemados.

―Ya ―Kankuro bufó―. Qué genio ―rodeó la cocineta para acercarse a la rubia―. Solo iba a decirte que esas ojeras que tienes no son nada lindas. De ese modo no vas a conseguir novio.

―¿Quién quiere un maldito novio? ―masculló, repentinamente de mal humor―. Los hombres son unos hijos de puta, inútiles que no pueden hacerse cargo de sí mismos y solo piensan con las bolas.

―Hey, hey ―Kankuro se quejó ante los violentos insultos de su hermana mayor―. Calma, apenas son las siete de la mañana. Es demasiado temprano para que nos estés insultando. Dios ―sacó del refrigerador algo de leche, sirviéndola pero sin dejar de mirar a Temari como si estuviera actuando más rara de lo normal.

No era una chica dulce ni la más comprensiva. Siempre respondía con palabras venenosas y tenía un humor negro que le ocasionaba ganarse miradas juzgadoras, además de ser alguien de boca floja que no le temblaba la consciencia por dar a conocer su honesta opinión. Tal como ahora.

―¿Has estado leyendo esa basura de feminismo de nuevo?

―No tengo que leer en un libro que los hombres son idiotas ―dijo Temari, apagando la mecha y llevando el sartén a la mesa―. Contigo lo compruebo a diario.

―¡¿Hah?!


.


El timbre sonó y de inmediato cogió todas sus pertenencias para marcharse. No le importaban los chismes de sus compañeras o las actividades de clubes. Solo quería irse. Esquivó a cualquier estudiante que salía de las aulas, con los cuadernos pegados a su pecho y dando pasos veloces. Miraba de vez en cuando a su reloj de mano, escuchando a los entrenadores de los clubs deportivos gritar instrucciones y a las chicas reír, pasando a su costado, arreglándose en el pasillo y echándose labial rosado en los labios.

Bajó por las escaleras sin mirar a nadie. Chocó varias veces con figuras sin rostro que ella no puso atención ni mucho menos respondió a los quejidos. No tenía tiempo para eso.

Solo hasta que salió de la escuela es que alguien le detuvo. Alguien demasiado persistente que no le temía ni a ella ni al enojo silencioso que se dejaba observar detrás de sus ojos. Era tan denso cómo para captar que no le importaba.

―¡Temari-san!

Esa fue la señal de que acelerara más el paso pero él era tan necio que pudo escucharle correr detrás de ella.

―¡Temari-san! ―odiaba que le llamara así. Siempre generaba que todos le dieran miradas y comenzaran a cuchichear.

Incluso muchas veces las compañeras de clase le decían a Temari que debía darle una oportunidad a Daimaru.

―¿Qué? ―paró en seco al muchacho de corto cabello castaño que apenas pudo frenar.

Él puso una sonrisa enorme, con ese ridículo sonrojo en las mejillas que a Temari le hizo tener que apretar los labios para no espantarlo.

―¿Te acompaño a casa?

―No ―rechazó claramente, girando. No le daría tiempo de detenerla otra vez.

―¡P-Pero ya es tarde! ―Daimaru no captaba el mensaje, y aunque Temari el dijera directamente que no estaba interesada en tener novio ni mucho menos a tenerlo a él como pareja o una especie de perro faldero, éste parecía no entenderlo―. No puedo dejarte ir sola.

―He ido a mi casa sola casi toda mi vida. Y nunca he tenido problemas ―le dio una mirada fastidiada por encima del hombro, llena de desprecio―. Puedo cuidarme perfectamente. Piérdete.

―¡Temari-san, no seas cruel!

Intentó caminar por otra ruta pero ni así se lo quitó. Temari estuvo tentada a tomar una piedra en el camino y amenazarle con ésta y que la dejara en paz. Más cuanto quiso hacerlo, el papel grabado en el poste de madera la hizo detenerse.

―Ah, Temari-san, eres tan rápida, como siempre. ¿No has pensado en unirte al club de atletismo? Estoy segura que ganarías las competencias. ¡Claro! No es que piense que te vería súper linda con el uniforme y… ―Daimaru llegó al lado de la rubia, sonriendo aliviado de que ésta no siguiera corriendo de él. Probablemente era su día de suerte y ésta vez Temari aceptaría salir con él, más cuando la halló completamente enfocada en un punto que obviamente no era Daimaru, éste miró también a ese anuncio de persona perdida―. Oh, sí, esa chica.

―¿La conoces? ―preguntó Temari sin despegar los ojos de la fotografía en blanco y negro, notablemente arrugada, ya fuera por el Sol o por las lluvias de la temporada. Las letras no se leían completamente, salvo el "Se busca" y la recompensa que la familia daba en caso de que alguien tuviera información.

―No ―Daimaru negó―. Pero hay muchos en casi todo el pueblo. Incluso en las noticias locales salió que está perdida desde hace un mes.

―¿Un mes?

―Sí. Creo que su familia es rica y eso. Uhm ―Daimaru se acercó al papel, entornando los ojos para tratar de leer bien lo escrito ahí―. Se llama Hinata Hyuga. Perdida en el mes de agosto del presente año. Señas particulares… Uhm… ―se acercaba más―. No, no puedo leer nada. Todo está hecho una mierda ―él se encogió de hombros―. No es algo extraño, muchas chicas han desaparecido este año. Quizá solo escaparon de casa y no les dijeron a sus padres. Eso siempre dice mi papá. Además, siempre son de otras ciudades, nunca de aquí. Como ella. Dijeron que es de Kioto. ¿Qué haría una chica de Kioto tan lejos? Sobre todo en este lugar del que todos queremos largarnos…

Temari arrancó el papel y se lo echó a la mochila, alejándose de ahí. Ni siquiera volteó cuando Daimaru volvió a gritarle y pedirle una cita que claramente rechazó.


.


Esa noche Rasa cenó con ellos. Obviamente durante toda la comida estuvieron callados, sin ánimos de comentar nada. Temari trató de cocinar algo mejor para no recibir quejas de su padre sobre comprar mejores cosas con el dinero que le daba. Agradecía que Gaara estuviera enfocado en terminarse los alimentos que en darle esas miradas resentidas a su padre que siempre generaban discusiones sobre la mesa.

―Hay una chica perdida ―dijo.

Y ni siquiera pensó que era una mala idea.

Temari detalló la reacción de su padre. Pero nada. Ese hombre era un maldito psicópata. Simplemente se llevaba a la boca el arroz que preparó sin poner especial interés a lo que decía. Cualquier soltaría una exclamación de sorpresa o desearía que la encontraran pronto. Pero no su familia. Rasa les había pegado esa antipatía, haciéndola sentir como si fuera una cualidad más del comportamiento humano.

―¿Ah, sí? ―apenas levantó la mirada del plato―. Qué mal.

―Probablemente huyó de casa ―participó Kankuro, formando con los pedazos de carne una figura deforme.

Temari quiso golpearle debajo de la mesa por andar jugando con la comida.

―Es algo que las chicas de ahora hacen ―terminó por completa su padre―. Y eso las vuelve en presas fáciles.

―¿Al menos hay recompensa? ―Kankuró desvió la atención. Una sonrisa se formaba en sus labios―. Puede que si la encontremos nos volvamos ricos.

―Velo por ti mismo ―Temari arrojó el papel arrugado a la comida de su hermano, quien se quejó y le gruñó una maldición entre dientes, pero aun así tomando el papel―. Creo que es de una familia rica.

―Wow ―Kankuro alzaba las cejas, interesado―. Mucho dinero. Sus padres deben amarla ―luego enseñó la foto―. Es una mocosa ―le dio otro vistazo más detallado―. Seguramente tiene la misma edad que tú, Gaara. Dime, ¿de casualidad no la tienes como rehén en tu armario?

―Kankuro ―regañó Temari al castaño, fulminándole por hacer ese tipo de bromas.

Gaara era un niño silencioso, taciturno. Era raro que pasara tiempo con ellos, especialmente cuando Rasa estaba cerca. Esos dos no podían ni verse en pintura. A Rasa le gustaba culparle de haber sido el principal responsable de toda la tragedia en la familia, como si eso fuera a remediar los errores cometidos por su progenitor. Temari siempre buscaba hacerle entender a su hermanito que podía confiar en ella, decirle lo que deseara, pero solo Gaara le daba una mirada con esos ojos aguamarina remarcados por sus ojeras tempranas para cerrarle la puerta en la nariz y dejarla no solo afuera de su habitación, sino también de todo lo relacionado a él.

―Perdí el apetito ―masculló el pequeño pelirrojo, arrastrando la silla y perdiéndose en la oscuridad de la casa.

Temari le dio una patada a Kankuro por debajo de la mesa y Rasa continuó comiendo como si nada.


.


Rasa fue al mercado esa mañana. Y eso era sospechoso.

Temari era quien realizaba las compras, algo que su progenitor consideraba era una de sus obligaciones, siendo el típico machista. Le miró por la ventana, la silueta de la Ford vieja desapareciendo en el horizonte con el atardecer pintado.

Luego la mirada se le perdió en cuarto de herramientas. Desde hace años que no se paraba ahí ni quería ponerse a pensar en qué hacía Rasa en esos momentos de encierro. Era mejor fingir demencia, ignorar el hecho de que las manos de Rasa estaban manchadas con sangre juvenil.

Constantemente se repetía que debía ser paciente. Cruzaba la secundaria. Quizá cuando la terminara alguien pudiera darle un trabajo de medio de tiempo, o el gobierno pudiera ayudarla si delataba a su padre. Sin embargo la duda siempre le embargaba, obligándola a detenerse y mejorar los planes.

Temari salió de la casa, sintiendo que un dejavu reproducirse en sus ojos. La única diferencia era que no iba a lo desconocido como la primera vez. Temía descubrir el nuevo rostro de la víctima de Rasa. ¿Sería una de las tantas chicas perdidas cuyos letreros de búsqueda se hallaban colgados en cada poste del pueblo? ¿Serían mayores que ella o tendrían su misma edad? Tal idea la hizo sentir nauseas.

Decidió terminar con esa incertidumbre, disgustándole sentirse de tal manera, como si fuera una mocosa, tan llorona que no dejaba de quejarse por todo.

Temari abrió la puerta, encontrándola sin llave. Para ser alguien que comete crímenes, Rasa era demasiado relajado en cuanto a la seguridad de un lugar lleno de evidencias como aquel; sería tan sencillo tomar una de las herramientas, meterlo en una bolsa de plástico y llevarlo a la comisaría de policía más cercana.

Para su alivio ―sin percatarse de la sensación dejar de oprimirle el pecho hasta en esos momentos― todo lucía impecable, como si nada hubiera sido tocado ni siquiera una vez. El piso no tenía manchas de sangre ni nada indicaba que alguien fuese torturado en esas cuatro paredes.

―Probablemente algo de remordimiento le pegó ―susurró, aspirando el aire sin encontrar un rastro de sangre.

Cerró la puerta detrás de sí y regresó a casa. Temari aún tenía que preparar la cena y hacerse cargo de un par de cosas. Desconocía por cuánto tiempo Rasa estaría afuera, pero sentir la casa para ellos la hizo saborear la libertad, por lo que fue hasta la consola que alguna vez le perteneció a su tío y puso un disco de Elvis.


.


Era verano, un día soleado, con una humedad que hacía al mundo sentir una enorme desesperación por quedarse lo más cerca posible del ventilador. Cocinar en esos días o estar bajo el Sol era una tortura que no estaba dispuesta a atravesar, por lo cual llenó casi toda la nevera con cosas heladas y fáciles de ingerir.

Las vacaciones llegaron y Temari se sintió aliviada de no tener que lidiar por al menos un mes con estúpidos chicos que no lograban aceptar un rechazo claro y conciso.

No había nadie más en la casa salvo ella y hoy tocaba ir a la lavandería a llevar las sábanas, poner los futones afuera y sacudirlos para que les diera el Sol. La idea le hacía sentirse tan cansada de solo pensar en la distancia que tendría que recorrer, llevando consigo unas enormes bolsas negras, siendo ella la única que cargara todo aquel peso.

Fue a cada habitación, sacando todo aquello que ella consideraba estaba sucio o era necesarios deshacerse lo más pronto posible. Ni siquiera respeto la privacidad de sus hermanos. En el cuarto de Kankuro tuvo que taparse la nariz por el exceso de testosterona, echando casi todo a la canasta que llevaba consigo, tentada a usar pinzas para no tener contacto directo. Ignoró los posters de mujeres desnudos desplegados en la pared, casi rodando los ojos por tener a un adolescente hipnotizado por un par de tetas grandes como hermano.

La siguiente fue la de Gaara. Suspiró al no poder entrar. Al pelirrojo no le gustaba que alguien entrar a su habitación, especialmente si no estaba presente. Pero Temari debía hacer limpieza, dudaba de que Gaara le hiciera caso si se lo pedía directamente. Sacó un par de alambres que venía usando como una llave maestra para entrar, algo que no era complicado considerando que la casa ya era vieja y los seguros en las puertas estaban oxidados.

A comparación de Kankuro, Gaara era más ordenado y limpio. Eso la hacía sentir orgullosa, esperando que en el futuro Gaara fuera lo menos podrido de esa familia disfuncional.

Todo estaba en perfecto orden. Desde los pocos libros que él tenía en su escritorio, la cama hecha, nada de ropa desordenada a la vista y el piso de madera sin una mota de polvo.

Por lo general Gaara mantenía las prendas que usaba más de dos veces dentro del armario, ya fuera porque no le gustara molestarla o la idea de hablarle le resultaba fastidiosa. Temari solo se limitaba a recogerlas, lavarlas y regresarlas al mismo sitio para que su hermano no se percatara de nada, aunque eso era casi imposible por lo observador que era.

Abrió las puertas del armario de par en par y unos ojos aperlados, apenas visibles entre toda esa oscuridad, le miraron.

La canasta que Temari traía se cayó al piso y toda expresión se congeló al ver a la niña hecha ovillo en el armario, con moretones en los brazos, pálida, labios resecos y un aroma que indicaba que llevaba demasiado tiempo sin recibir un baño.


.


Era la niña del cartel.

La de la familia rica.

La que su padre decía que escapó de casa.

La misma que halló en el armario de Gaara con apenas un vestido cubriéndola.

Ni siquiera supo cómo se movió o las acciones de sus manos, pero tomó a la niña hasta el baño, tallando la suciedad de cada una de sus extremidades, ignorando los quejidos de ella cada vez que frotaba la esponja en la maltratada piel.

Rasa tuvo que ver con eso. Era lo que Temari se repetía. Probablemente lo vio como un negocio. Una manera fácil de obtener dinero. Sin duda un nuevo nivel dentro de su historial criminal.

Nunca esperó que Rasa secuestrara a niñas. La miró bien. Mierda. Tenía la misma edad de Gaara. Quizá unos meses los diferenciaban pero seguía siendo una niña. Bajó la mirada. El agua se teñía de rojo. Ella detuvo cualquier movimiento, temerosa de que hubiera abierto una herida importante, pero nada de la blanca piel mostraba una nueva abertura.

―L-Lo siento… ―susurró la menor por primera vez y el eco de su voz, llena de miedo y confusión, rebotó en el azulejo para llegar a Temari e instalarse en su cabeza para siempre―. Yo… No quería… No… Lo siento…

Ella miraba a otro lado, notablemente incómoda y avergonzada. Solo hasta que Temari notó la tensión las piernas fuertemente apretadas contra sí lo entendió.

Estaba menstruando.


.


Bajó las escaleras en cuanto escuchó el motor de la camioneta apagarse. La noche cubría los cielos y la poca iluminación de afuera apenas lograba dibujar la calmada expresión de Rasa que cambió drásticamente cuando le propinó una abofeteada que le hizo tumbar las bolsas de papel que llevaba en los brazos.

―¡Es una maldita niña! ―le gritó―. ¡Secuestraste a una maldita niña! ―empezaba a respirar agitadamente, molesta con él, por tener esos malsanos deseos que la asqueaban porque no solo tenía que encubrirlo, dormir cada noche, imaginándose lo que él estaría haciendo en las autopistas desoladas, viendo a qué nueva víctima elegir y traerla a casa, a escondidas, como si no supiera lo que estaba haciendo―. ¡Te dije que fuera más cuidadoso, que no dejaras que te descubrieran! ¡Que yo te descubriera! ¡No necesito saber lo que haces en tu cuarto secreto!

Miró hacia abajo. Había un paquete de toallas sanitarias. Apretó los puños al punto de sentir que la sangre no llegaba hasta ahí. Tomó el paquete.

Los ojos de Temari se tiñeron con más desdén.

―Maldito enfermo ―escupió, entrando a la casa, dejando atrás la figura silenciosa de su padre.