Aquí mi participación para el día 5 de la FukuRan Week o "Fukuran's middle-birthday" en Twitter #fukuranMB24


DÍA 5: 5+1 things + "Seduce me" + Dancing

Sedúceme.

Sedúceeeme.

Sedúceme, andaaa.

Quiero ser seducido por ti.

—¡Presidente Fukuzawa Yukichi! —exclamó Ranpo con un evidente tono de fastidio mientras se sentaba a horcajadas sobre un apacible Fukuzawa que se hallaba en el sofá leyendo un libro.

Como respuesta, el hombre colocó un separador entre las páginas para dejar de lado su lectura y, por inercia, llevó las manos hacia la cintura del chico. Tras un año como pareja, aquella delgada silueta conformaba una de sus tantas debilidades.

Fijó la mirada en la de Ranpo, a la espera de una exigencia que jamás llegó.

En su lugar, Ranpo acercó demasiado el rostro, a una distancia que resultaría invasiva para cualquier persona decente.

—¿Sí? Dime —habló Fukuzawa.

—¡Sedúceme! ¡Ya!

Fukuzawa suspiró resignado. No era la primera vez que tenían esa charla.

—¡Vamos! —Ranpo dio saltitos en su lugar. Una extraña forma de berrinche—. Anda, anda, anda, anda.

—Ranpo. —Esperó a que el chico se detuviera—. ¿Por qué insistes tanto con eso?

—¡Porque nunca me sedujiste! ¡Ni siquiera me coqueteaste! ¡Yo tuve que hacer todo el trabajo! —Lo hizo de forma pésima, por cierto, pero a Fukuzawa le pareció una mezcla entre lo sexy y lo adorable, así que funcionó; no fue un coqueteo normal, pero el resultado fue lo importante: ahora eran pareja.

—Aunque ya estamos saliendo, ¿no te parece que soy demasiado grande para eso?

—¡Patrañas!

—Hmmm. —A juicio de Fukuzawa, ese tipo de acciones deberían ser propias de personas en la flor de la juventud y él ya había pasado unas cuántas décadas de eso.

—No me interesa si tienes cuarenta y seis, cincuenta y seis, sesenta y seis, o cien años. —Ranpo tomó una de las manos de Fukuzawa entre las suyas—. Me habría gustado que intentaras venir por mí aunque fuera sólo una vez.

Por lo general, Fukuzawa no consentía las rabietas de Ranpo y se mostraba imparcial a las protestas; sin embargo, ese día, el peso de la tristeza en los ojos verdes que tanto le fascinaban, aplastó algo en el centro del pecho de Fukuzawa.

Conocía a la perfección a su pareja para discernir un berrinche sin importancia de un profundo dolor en el alma y Ranpo, por extraño que pareciese, le habló con el corazón en la mano.

Lo atrajo por la nuca, haciendo que descansara la cabeza en el hueco que se formaba entre el cuello y el hombro. Frotó su espalda para consolarlo con un abrazo firme, donde la calidez era aportada por cada latido y el compás de su respiración.

Si lo analizaba a profundidad, Fukuzawa dejó a Ranpo solo con sus sentimientos durante varios años. Al inicio fue para no hacerle nada inmoral ni quitarle al chico los mejores años de su vida, para que buscara una pareja de su edad, con gustos afines; con el tiempo descubrió que estaban hechos el uno para el otro y no solo correspondía los sentimientos de aquel detective excéntrico, sino que le hizo perder valiosos años en los que pudieron compartir cientos de momentos tan maravillosos como íntimos.

A esas alturas, no podía hacer más que mimarlo complacerlo a su modo, sabía que darle a manos llenas sin medida y en exceso sería un error, pero había encontrado un balance.

No significaba que no contara con ideas que podrían considerarse «cursis»; quizá un término más correcto de llamarlas sería «anticuadas», pero lo último que deseaba era que Ranpo pensara que estaba saliendo con un viejo encimoso.

No obstante, ¿qué pasaría si ese freno metal estuviera arruinando la posibilidad de brindar a su relación nuevos matices como ocurrió en los años donde se negó a aceptar lo que su corazón experimentaba?


Ranpo salió de las oficinas de la agencia con un andar rápido y el rostro deformado con un puchero de inconformidad. Ese día todos sus compañeros decidieron ponerse de acuerdo para quitarle el tiempo hasta pasadas las diez de la noche, cuando su horario normal de salida era a las ocho. A juzgar por la escasez de misterios a resolver, podía asegurar que no le pagarían extra.

Al llegar a la casa que compartía con Fukuzawa, la luz no encendió. Movió el interruptor aledaño a la puerta de entrada varias veces, como si aquello fuera a resolver el problema, a sabiendas de que no lo haría.

¡¿Acaso cortaron el suministro de electricidad?! ¡Pero si Fukuzawa siempre era puntual con los pagos! ¿O esa ocasión le tocaba a él? Es decir, sí que pactaron intercalar pagos de servicios mes a mes, pero hacía más de cincos años que el Presidente se encargaba de los gatos de la casa.

No tendría caso buscar a Fukuzawa. Al ser un hombre de rutinas muy marcadas, a esa hora estaría acostado.

Además, se apresuró a casa por un asunto importante: cuando uno de los dos salía tarde del trabajo, el otro le esperaba para compartir la mesa durante la cena.

«¡¿Acaso hice enojar al Presidente?!» pensó Ranpo, apresurando la conclusión tras juntar todos los datos que se sumaban a la ruptura de la rutina.

Mientras se retiraba los zapatos y la capa en el genkan, sus acciones entraron en piloto automático debido al punto muerto emocional. Era incapaz de discernir entre la culpa que pesaba en su pecho por hacer algo mal –aunque no sabía el qué– y la preocupación que le impedía pensar con claridad.

Si bien Ranpo se caracterizaba por su agilidad reflexiva, no era la primera vez que el juicio le tambaleaba cuando Fukuzawa se involucraba en una situación grave. Como esa. ¿Acaso su relación peligraba? Pero si el día anterior todo estaba como de costumbre y semanas atrás no notó algo particularmente inusual en su novio.

¿Qué estaba pasando?

Los latidos de su corazón marcaban el compás de una sinfonía angustiosa. Incluso si no debía interrumpir el descanso de su pareja, necesitaba hablar con él cuanto antes, así que avanzó despacio entre la penumbra, cuando una mano, salida de la nada, le tomó por la muñeca y tiró de él.

En pocos segundos quedó inmovilizado por un par de brazos fuertes y poderosos que lo rodeaban por la espalda y, antes de ser capaz de proferir cualquier grito o palabra, su boca fue cubierta por la palma de una mano.

Pese a todo, por la sensación térmica, la diferencia de estatura con la persona que lo sujetaba y la tranquila respiración de ésta misma, supo de quién se trataba. Confirmó la identidad del individuo tras evaluar que no fue sometido con la brusquedad necesaria para un secuestro y que no existía señal alguna de rudeza en los brazos que lo capturaron.

—Perdón por esto —habló Fukuzawa, retirando la mano que sellaba los labios de Ranpo—. Quería sorprenderte.

—¡Y vaya sorpresa! ¡Perdí como cinco años de vida del susto! —exclamó Ranpo, girándose sobre los talones sin hacer distancia entre ambos—. ¿Por qué tienes todo tan oscuro? ¿Qué rompiste?

Fukuzawa soltó un bufido a modo de risa antes de hablar.

—Nada, nada. Sólo necesito que cierres los ojos.

—Con esta penumbra no se puede ver nada incluso si no los cierro.

—Pues no nos moveremos de aquí mientras no hagas caso.

—Está bien, está bien. —Ranpo obedeció, de algún modo, su humor mejoró de golpe—. Listo

—Promete que no los abrirás.

—Lo prometo.

—Bien, confiaré en ti —le susurró Fukuzawa al oído, antes de plantarle un beso por detrás de la oreja. A Ranpo le temblaron las rodillas—. Ahora, acompáñame.

Ranpo se dejó guiar. Por la trayectoria supo de inmediato que se dirigían hacia el jardín interior y como no bajó ningún escalón, se encontraban sobre el pasillo de madera donde Fukuzawa solía meditar, a veces, acompañado de un pequeño recipiente con sake caliente.

—Puedes abrir los ojos —dijo Fukuzawa.

Ranpo levantó los párpados con un movimiento sutil. Frente a él se hallaba dibujado un cuadro que cualquiera esperaría ver en una novela de romance o en una película de la misma categoría.

A un escaso metro de él se encontraba una mesa para dos, que exhibía platillos finos preparados con cuidado y dispuestos con precisión; al centro, una langosta descansaba sobre un lechos de hojas verdes, a cada lado de ésta, un par de filetes bañados en una salsa que elevaba el apetito por su color y aroma, también había verduras frescas que aportaban un toque de color.

La iluminación la componían un par de velas altas sobre la mesa, otras tantas al interior del pasillo y alrededor del pequeño estanque y el karesansui* del jardín que Fukuzawa cuidaba con esmero como parte de un pasatiempo adquirido a la entrada de sus cuarenta años.

Por un lado se podía ver sobre un soporte, una cubeta metálica envuelta en una tela de bordes decorados, que resguardaba en su interior hielo y una sofisticada botella de vidrio verde identificada con una etiqueta blanca de detalles dorados.

En lo que Ranpo procesaba lo que sus ojos veían, Fukuzawa añadió el toque final a la escena poniendo play a una grabadora que anticipó con baterías y música instrumental suave.

Ranpo giró el rostro cuando Fukuzawa regresó a su lado. Si ese hombre ya le parecía apuesto y distinguido de manera habitual, algo en su interior se agitó con violencia al ver las ropas tradicionales japonesas cambiadas por un traje sastre negro de tres piezas, donde el moño y el chaleco contrastaban por su tonalidad gris clara.

Sabía que Fukuzawa contaba sólo con un traje formal para cuando debía asistir a ciertos eventos de gobierno, y era de corbata. El que tenía puesto ahora podría ser confundido con uno de novio si añadiera un boutonniere sobre la solapa izquierda. Sin mencionar que llevaba el cabello recogido en una coleta baja.

Ranpo desconocía la cara que debía tener en ese instante, pero Fukuzawa le devolvía un gesto de ternura, como si las líneas de expresión se le disolvieran bajo el cálido abrazo del afecto. Aquellos ojos azules, normalmente vigilantes y atentos, se tornaron suaves y una sonrisa delicada se dibujó en sus labios.

De un momento a otro, Ranpo se abalanzó hacia su pareja, enterrando el rostro en el pecho. Fukuzawa le rodeó los hombros con un brazo y con la mano libre le revolvió los cabellos, antes de acariciarle una oreja.

—Tienes las orejas completamente rojas.

—¡¿De quién crees que es la culpa?! —exclamó Ranpo, sin despegar el rostro de su sitio.

—Si me declaro culpable, ¿tomarás asiento? No podemos quedarnos aquí toda la noche o se enfriará la comida.

Cualquier persona que viera el momento diría que Ranpo se acomodó en la silla a regañadientes, como un niño obligado a comer; sin embargo, Fukuzawa era consciente de que se encontraba nervioso, el tono rojizo que le coloreaba el rostro no era el único indicio de ello, también lo eran el tamborileo de dedos sobre una de sus rodillas y los movimientos arrítmicos de sus piernas.

Ranpo se sintió teletransportado al lugar en el que estaba, pues no recordó el momento exacto en el que se sentó. Se limitó a girar el rostro hacia su pareja.

—¿Tú no vas a venir?

—Tienes que probar un poco de todo —respondió Fukuzawa, acomodándose del otro lado de la mesa—, no acepto un «no» por respuesta, ¿entendido?

Ranpo asintió. Para su sorpresa, todos los platillos dejaban un regusto dulce en la boca, ya fuese por la preparación en sí o porque se acompañaban con alguna salsa o aderezo con notas afrutadas.

Después de la cena, Fukuzawa destapó la botella con cuidado. El «pop» que se escuchó cuando el corcho abandonó la boquilla de vidrio regresó a Ranpo a la realidad.

—Presidente, a mí no me gusta el alcohol —dijo—. Es amargo.

—Será un pequeño brindis —agregó Fukuzawa, sirviendo dos copas delgadas y altas de cristal hasta la mitad antes de ofrecer una al chico—. Sólo un trago, ¿está bien?

—Bueno. —A Ranpo no terminó de gustarle la idea, pero había prometido que comería de todo, aunque la bebida no debería entrar en ese tipo de acuerdo—. Pero será sólo un trago —advirtió, poniendo delante el dedo índice.

—Por nosotros. Porque estamos aquí —mencionó Fukuzawa.

Aquel par de frases, simples y poco cursis, bastaron para que a Ranpo se le erizara la piel. Por alguna razón, la voz de su novio le estaba resultando más electrizante de lo normal; tanto, que en lugar de responder, se llevó a los labios la bebida cristalina y burbujeante, descubriendo en ella un sabor azucarado, discreto y delicioso.

Su primer sorbo se convirtió en dos, luego a tres, y cuatro. En un par de tragos vació la copa.

—¿Qué tal? —preguntó Fukuzawa, atento a la sorpresa de su muchacho.

—Está… Está rico. —A Ranpo no le pareció que tuviera alcohol—. Sabe a soda. A una soda muy fina.

—Es champagne.

—Oh, me gusta el champagne. —Acercó la copa vacía a Fukuzawa—. Quiero más.

—Por supuesto. —Esta vez, dejando de lado el decoro y la etiqueta, la llenó.

Ranpo apuró el contenido sin más.

—No lo tomes tan rápido —advirtió Fukuzawa, sin llegar a reprenderlo con el tono que empleó—. Aunque no se sienta, tiene doce grados de alcohol y tú no acostumbras tomar ni una sola gota.

Para la tercera copa, Ranpo evitó beber como si se tratara de agua; aún dudaba en tener precaución con algo de tan buen sabor.

Tras una charla amena y que Ranpo vaciara la botella casi por su cuenta, Fukuzawa se puso en pie junto a la melodía que estaba esperando. Acto seguido, ofreció una mano al chico.

—¿Me harías el honor?

—¿Sabes bailar? —preguntó Ranpo. Un destello de asombro iluminó sus pupilas, mezclado con una pizca de incredulidad—. ¿De verdad? ¿Tú?

—No soy un experto. Conozco un par de pasos.

—Eh, bueno, yo no…

—No te preocupes —interrumpió, buscando brindar seguridad a Ranpo como había hecho siempre—, te enseñaré sobre la marcha.

Ranpo se preguntó por enésima vez si está soñando, pero su cuerpo reaccionó por cuenta propia y extendió la mano. Apenas se levantó, tropezó al dar el primer paso. Con un brazo, Fukuzawa lo sostuvo por la cintura para que no cayera.

—¿A-ah? Esto… —Ranpo se llevó una mano a la frente—. No sé por qué, pero me cuesta un poco mantenerme en pie.

—¿Cómo sientes la cabeza?

—Un pequeño hormigueo.

—Por eso te dije que no bebieras tan rápido. Son síntomas de embriaguez.

—Se siente… extraño —Ranpo era capaz de emitir palabras claras, aunque con pausas que no eran propias de su discurso normal—, un poco divertido.

Con calma, Fukuzawa ayudó a Ranpo a caminar, alejándose lo suficiente de la mesa y quedando frente a frente.

—Sostente de mi cuello. —Ranpo obedeció la indicación—. Da un paso a la izquierda, cierra un poco el otro pie. Ahora da un paso a la derecha, cierra. Y repite. Eso es.

Fukuzawa sabía que no podía hacer más porque Ranpo tenía el ritmo de un cangrejo confundido y estaba ebrio, pero eso era más que suficiente. Él lo disfrutaba. ¿Cómo no hacerlo? Si Ranpo le dedicaba esa sonrisa bobalicona, indiscutiblemente enamorada, que desde hacía mucho se había convertido en su debilidad.

A cada segundo que pasaba, el ambiente se tornaba más íntimo y Fukuzawa no podía evitar dejarse llevar por la delicia de tener a Ranpo entre sus brazos. Con ambas manos exploraba la fina curvatura de la espalda del chico, como si quisiera memorizar su contorno, pese a que conocía a la perfección cada centímetro de su piel desnuda.

Con una suave presión en los dedos, Fukuzawa apretó a Ranpo contra su cuerpo, deteniendo así el baile. Ranpo se sentía más mareado que antes, aunque no por la bebida, sino por la esencia de Fukuzawa. Ese olor almizclado ligero y de toque amaderados era una droga para él a esas alturas; brindaba calidez a sus sentidos, caricias a su alma y consuelo a cada uno de sus pensamientos más incontrolables y caóticos.

Ranpo recargó la cabeza en el pecho de su amado y dejó que las fosas nasales se le llenaran de el aroma que le encantaba. Intentó retomar los pasos aprendidos de manera torpe, sin advertir que el movimiento existía sólo dentro de su cabeza.

Con el cese de la melodía, Fukuzawa supo que era momento de recoger todo e ir a descansar; no obstante, al bajar la mirada y toparse con un Ranpo sonrojado, cuyos ojos eran el vivo reflejo del afecto y la fascinación, no dudó ni un segundo en ir por sus labios.

Pese a que Ranpo era quien solía iniciar el contacto físico, Fukuzawa cada vez se sorprendía más por ser el primero en caer ante la tentación y llenarlo de besos. Besos, que en principio eran cuidadosos, casi castos y que profesaban un amor sin igual.

Al poco tiempo, ese tierno roce de labios se tornó efusivo, húmedo y pasional, con la lengua reclamando aquella dulce boca en la que ahogaba su aliento.

Cuando la rodilla de Ranpo se restregó sobre la pierna de Fukuzawa, éste último supo lo que debía hacer gracias a la experiencia de ocasiones anteriores. Tomó al chico por la cadera para separarlo del suelo y lo sostuvo por los muslos cuando las piernas lo rodearon.

—Uhm, Fukuzawa —dijo Ranpo sin regular del todo la respiración.

—¿Sucede algo?

—Ha pasado un tiempo desde que lo hicimos. Hay que aprovechar que esto ya se puso caliente.

Las palabras fueron como un balde de agua helada para Fukuzawa. Ranpo se limitó a inclinar la cabeza, lo que había en el interior aún burbujeaba a causa del champagne.

—Vaya forma de romper el ambiente —externó Fukuzawa, seguido de un suspiro resignado.

—Eso nunca te ha detenido.

«Tienes razón» pensó Fukuzawa, pues no era la primera vez que ocurría. Ranpo era demasiado directo para su propio bien. Para el de ambos.

—Vamos. ¡Vamos! —exigió Ranpo, intentando zarandear a su pareja por los hombros.

—Vale, vale —accedió Fukuzawa—. Pero, ¿te sientes bien? ¿No crees que deberíamos dejarlo para cuando…?

Stop! —interrumpió—. Sé lo que vas a decir y no. No estoy ebrio. —Intentó aflojar el moño del traje mientras hablaba. Los dedos torpes no ayudaban a cumplir el cometido—. Sólo estoy descoordinado… y necesito un par de indicaciones.

—Oh, ¿también quieres que te enseñe cómo sacarme la ropa? —Intentó avivar de nuevo la llama a su modo.

—Sería un conocimiento inútil. —Ante la interrogante en el rostro de Fukuzawa, tuvo que explicarse mejor, esta vez, empleando un tono más coqueto y meloso—. Hasta donde he descubierto, lo único que necesito es abrirme el primer botón de la camisa y la ropa te sale casi por cuenta propia.

Fukuzawa echó hacia un lado el rostro para sucumbir mejor ante la trayectoria de besos que le recorrían la línea de la mandíbula. Con un pequeño empujón hacia arriba acomodó mejor a Ranpo, colocando las manos en su trasero.

—Creo que te estoy malcriando demasiado.

—¿Voy a recibir una lección? —preguntó Ranpo con un ronroneo cerca del oído de su pareja, al tiempo en que experimentaba un firme apretón de glúteos.

—Hn. Y una muy dura.

Entonces, se apresuraron a la intimidad de la habitación que compartían, donde la noche tenía aún más por ofrecer.

A partir de ese día, Ranpo pidió que hiciera eso más seguido y Fukuzawa adquirió un pasatiempo para mantener la mente activa: idear nuevas formas de seducir a Ranpo.


*Karesansui: también conocido como jardín seco o jardín de rocas, es un estilo de jardín japonés que utiliza grava, arena y rocas. Suele ser diseñado para la meditación y se basa en principios estéticos como la simetría y el equilibrio.