"Este es el evangelio para los caídos
Atrapados en un sueño permanente
Reuniendo sus filosofías
A partir de piezas de recuerdos rotos.
Si me amas, déjame ir
Porque esas palabras son cuchillos
que a menudo dejan cicatrices
Es el miedo de desmoronarse"¹
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Era lunes, y lo que menos quería Harry, por primera vez en la vida, era que la aburrida clase del profesor Binns (Historia de la magia), terminara. Cuando el timbre anunció el fin de las clases del día, Harry se negó a levantarse.
Tenía Oclumancia con Snape, y sinceramente, en lo más profundo de su ser, le daba un poco (y si le preguntaras a Harry te diría lo mismo) de miedo lo que podría llegar a ver Snape.
No comprendía muy bien cómo funcionaba todo ese tema de la Legeremancia; si lograba ver solo los sucesos recientes o inclusive los más antiguos, aquellos de los que Harry ni siquiera se acordaba.
Ron lo miró nervioso, y sin necesidad de preguntar, se llevó las cosas de Harry; sus amigos habían intentado relajarlo, diciéndole que no iba a ser, tan malo, y aquello tampoco lo hizo calmarse.
Bajó a las mazmorras con el corazón encogido en un puño, caminó hasta la sala de pociones, porque Snape no le especificó el lugar donde tendrían sus clases, y esperó un par de segundos antes de tocar la puerta.
—Pasa, Potter.
Sus piernas se movieron y enseguida se quedó mirando la solitaria sala. Nunca se había encontrado ahí cuando no era horario de clases (¿Por qué habría querido hacerlo?), y se dio cuenta de que, sin los estudiantes rondando de un lado a otro, preparando sus pociones, se veía aún más lúgubre.
Frente al escritorio de Snape, se encontraba una silla, que parecería mal acomodada, de no ser porque Harry interpretó al instante que el mismo estaría, en un par de minutos ahí sentado.
—Siéntate —ordenó Snape, que lucía igual de malhumorado que siempre—, espero que estés preparado para tu primera clase de Oclumancia.
Harry observó la silla, y se puso delante de ella, más no se sentó. Snape se volteó en un movimiento altivo, acomodándose las mangas de su ropa.
—Cerrar la mente, es más complicado de lo que piensas, Potter —explicó Snape, en un tono severo que intimidó a Harry—. Requiere de toda tu fuerza de voluntad, confianza y experiencia; pero he de decir que el exceso de confianza, no te servirá mucho si no tienes las otras dos.
Snape, sacó su varita y le volvió a indicar la silla, esta vez Harry si se sentó, mirando los mosaicos del suelo.
No quería hacer eso, tenía secretos que no les había contado ni a sus amigos, y ahora Snape, si lograba escarbar en sus memorias, podía llegar a descubrirlos.
—¿Va a doler? —preguntó Harry, tratando de sonar tan valiente como pudo—. Siempre duele cuando, Voldemort lo hace.
—¡No pronuncies su nombre! —bramó Snape, apuntando a Harry con su varita. Harry tragó en seco y llevó su mano hacia su propia varita que guardaba dentro de la túnica—. Dolerá demasiado, pero no es algo que un Potter no pueda soportar ¿Verdad?
Aquel tono sarcástico y plagado de resentimiento impactó a Harry como una ola de sutil temor; sin embargo, se encontró a si mismo diciendo.
—He soportado cosas peores que una clase contigo.
Snape elevó una ceja y ambos comprendieron que ya era momento de comenzar.
—Legeremence.
Un perro, luego Hermione y Ron que se abrazaban felices en navidad, Lupin tocando la cuchara, Crookshanks en los brazos de Tonks. Harry revivió esos recuerdos como si fuera la primera vez, solo que el sentir la intromisión lo hizo sudar y al término se encontró a Snape mirándolo furioso.
—¡Muy débil! ¡Ejerce algo de resistencia Potter!
—¿Vi-viste lo mismo que yo?
—Ese es el gato de Granger ¿No es así?
Harry asintió, pero cuando quiso volver a recuperar sus energías se encontró de nuevo navegando en sus memorias. Dolía tanto que cayó de rodillas al suelo, temblando y con sus sentidos nublados, mientras su mente rememoraba como Lupin le explicaba que el ambiente olía a manada.
Cuando logró sacar a Snape, esta vez por cuenta propia, el hombre en lugar de irritación tenía cierto aspecto burlesco.
—Tenía mis dudas, pero al final los rumores eran verdad —mencionó apoyándose contra el escritorio—. Asqueroso, de cualquier modo.
—¡Ellos no son asquerosos! —contestó Harry, poniéndose de pie tembloroso.
—Antinaturales: Un hombre lobo y un cobarde sangre pura.
—¡Sirius no es cobarde!
Harry lo apuntó con su varita al mismo tiempo en que Snape, arrugaba su nariz asqueado, Harry, en cambio, poseía una rabian contenida y si no quería que las cosas se torcieran aún más, optó por guardar su varita y salir del aula de pociones sin mirar atrás.
Ron y Hermione, lo miraron sorprendidos al verlo llegar a la sala común antes de lo previsto, aun así, y a pesar de los llamados de sus amigos, Harry enrabiado subió las escaleras, se acostó en la cama con un profundo dolor de cabeza, y unas gigantescas ganas de darle un puñetazo a Snape.
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—¡Espero que hayas traído tu escoba, Draco! —dijo Urquhart, el capitán del equipo de quidditch, apenas interceptó a Draco la mañana del martes—, estuve al pendiente y ¡Umbridge nos dijo que podías volver a jugar en enero!
Draco observó al chico que le recordaba a Goyle, por su musculoso cuerpo, la cabeza casi rapada, y la sonrisa socarrona en sus labios.
Escuchar los claros ánimos de Urquhart en la mañana, a Draco le ponía nervioso, en especial cuando lo único que deseaba era sentarse en el comedor y devorar toda la comida que le ponían delante. Caminó apurado hasta sentarse en su puesto habitual, con Urquhart pegado a él como una lapa.
—No quiero jugar, Urquhart —contestó Draco, sacando tres tostadas—, pregúntale a otra persona.
—¡Pero si ahora que Potter ya no está, tenemos todas las de ganar! —bufó Urquhart.
El chico, al ver toda la comida que Draco se servía en el plato, no pudo evitar el impulso de quitarle una tostada que estaba a punto de llevarse a la boca. Draco lo miró irritado, pero el chico pareció no advertir nada, ya que la mordió con toda la satisfacción del mundo.
— Según chengo entengdido vag a jugar lag hergmanita de log wegleg.
Con la boca llena, Draco solo pudo extraer fragmentos de la conversación, pero comprendió al instante que Ginny, iba a sustituir a Harry durante los partidos que quedaban del año.
De cualquier modo, Draco consideraba que su único propósito para jugar quidditch era ganarle a Potter y, si el chico no estaba ahí para enfrentarse a Él, el juego perdía casi toda su gracia.
—No quiero jugar, Urquhart y punto —contestó Draco apartando al chico de su plato—, ahora puedes irte.
—¡Vamos Draco, eres el mejor buscador que tiene Slytherin! —añadió Zabini, metiéndose en la conversación—, ¿No es así?
Urquhart asintió con la cabeza y se sentó en el puesto conjunto a Draco, el cual le guardaba a Pansy, y sin permiso se sirvió un generoso bol con más cereales que leche.
—¿Por qué no pueden respetar mi decisión de no querer jugar? —cuestionó Draco, entrando en un irremediable malhumor, algo que se potenció al escuchar las súplicas de Nott a su lado—, Harper sé las arregló muy bien al sustituirme.
Ante su mención, el muchacho se levantó de su puesto y se acercó al núcleo de la conversación. En pocos minutos, Draco era incordiado por todo el equipo de quidditch, que le suplicaba que retomara su puesto como buscador.
—Tú eres más flaco, y ágil, —señaló Harper—, a mí me va mejor el puesto de cazador.
—¡Aunque has crecido bastante, de seguro que con un poco de práctica vuelves a ser una flecha! —exclamó Nott—, me sorprende lo delgado que te mantienes, a pesar de todo lo que comes.
—¡Vamos Draco, sin ti no es igual!
—¡DRACO! ¡DRACO!
Draco se levantó de golpe de la mesa, con la cara roja de vergüenza al sentir que todo el comedor ahora estaba al pendiente de su decisión. Sus amigos sonreían burlescos, y Pansy, que recién llegaba, lucia algo confundida por la situación.
—¡DIJE QUE NO VOY A JUGAR!
Con eso la plática concluyó. Por todo el comedor se extendió la voz de Draco, e hizo que el equipo de quidditch comprendiera, definitivamente, que Draco no iba a jugar. Urquhart se levantó del puesto de Pansy, cabizbajo y nervioso, mientras era seguido por el resto de sus amigos en un sepulcral silencio. Draco, en cambio, examinó a Pansy que lo miraba asombrada, antes de sentarse a su lado.
Volvieron a sentarse y, no tardó demasiado tiempo, en que distintas charlas se mezclaran entre sí para retomar el típico bullicio del comedor. Draco desayunó con humor de perros, ignorando las insistentes preguntas de sus amigos, y para cuando su estómago le pidió que dejara de comer, se escabulló tan rápido como pudo.
No quería jugar y eso que, en el verano, se dio el lujo de montar una vez en escoba, justo antes de que la carta ensangrentada le llegara, no obstante cuando se elevó un par de metros en el cielo, fue como si el cielo se lo quisiera tragar; él nunca había sufrido de vértigo, pero por un motivo desconocido, cada vez le apetecía menos montar en escoba.
A esto le sumaba el hecho de que, sin Harry, la competencia perdía un cincuenta por ciento de su interés, y que prefería comenzar a investigar sobre sus nuevos descubrimientos cuanto antes.
Por más que hubiese intentado suprimir su creciente curiosidad, las preguntas eran una constante. Las palabras de la carta de Greyback, no se le iban a borrar de la noche a la mañana, y mucho menos cuanto estos acrónimos significaban un sistema de poder que desconocía. Era una nomenclatura, que le intrigaba y asustaba, a partes iguales.
Por su significado y la relevancia que este le traía a su futuro.
El tema: "hombres lobo", se transformó en un tabú tan pronto como tuvo su primera transformación, ya que consideraba que con el conocimiento que obtuvo en tercero, acerca de la licantropía, era suficiente para sobrellevar su nueva vida.
Ahora se daba cuenta, que detrás de esa pequeña fachada se encontraba un pozo gigantesco de cosas, que en su tiempo, ignoró (o más bien nunca le enseñaron), y Draco, lamentablemente, odiaba ser considerado un necio.
De cualquier manera, el temor permanencia como una incansable voz que se apegaba a su subconsciente, recordándole lo estúpido que estaba siendo al querer indagar más sobre su mayor debilidad (¿De qué le serviría todo ese conocimiento, si no para darse cuenta de que era un verdadero monstruo?)
Por eso mismo, se detuvo frente a la puerta de la biblioteca indeciso. Tenía un par de opciones, pero ninguna le convencía al completo, miró el reloj en busca de un pretexto para largarse, aun cuando era consciente de que le quedaba más de media hora para su primera clase. Terminó por armarse de valentía, y ver en la nómina de la biblioteca donde se encontraba la estantería con artículos sobre su enfermedad, hallándose con el detalle de que, aparte de unas leves menciones, solo poseían un libro del tema.
Era bastante más delgado de lo que esperaba, sin llegar a superar trescientas páginas, con la carátula casi nueva, aunque con cada página empolvada debido a la falta de uso, vio los registros de pedido y se percató que el último (y único); había sido en 1974.
Se sentó en su mesa favorita. La biblioteca durante las primeras horas de la mañana estaba casi vacía, con algunos estudiantes de séptimo, ojerosos y estresados mientras leían sus apuntes para los EXTASÍS.
Abrió el libro, ojeó el índice con la sensación de estar haciendo algo prohibido; era un texto que hablaba de los hombres lobos de forma superficial, pero al menos si tocaba temas que en el resto no, incluso había un capítulo dedicado a todo el debate de si denominar a los licántropos como "ser" o "bestia", hasta que al final todo concluyó con ponerlo entre medio.
Draco aún era humano y mago antes que licántropo, por lo que se decepcionó al saber que no era considerado un "ser" por completo (aunque sentía que todos los días perdía un poco de su humanidad) (¡Sin embargo, eso no le quitaba su facultad de ser un humano cuando no era lobo!)
Se percató que un par de capítulos tenía una que otra pequeña mancha de chocolate, que cualquier persona normal ni siquiera se hubiese percatado de no ser porque Draco, con su olfato super-desarrollado, olía el dulce.
Desconocía quien era la otra persona que había pedido ese texto, pero se preguntaba si también compartía el mismo problema suyo o solo solicitó el libro, para realizar alguna tarea escolar.
En el momento en que, solamente le quedaban diez minutos a su clase de herbología, se dirigió donde la bibliotecaria, pidió el libro y ella examinó el título antes de entregárselo. Draco guardó el texto dentro de su bolso y se fue corriendo a su clase, porque ya iba atrasado.
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"Los licántropos, o mejor conocidos como hombres (mujeres) lobos, son humanos que poseen la enfermedad de la licantropía, la cual, obligatoriamente, fue dada a través de un mordisco de otro licántropo ya convertido.
Se desconoce el origen de la enfermedad, pero distintos relatos nos conducen a la antigua Grecia con el rey Licaón, quien fue transformado en un hombre lobo como forma de venganza de un brujo o bruja (probablemente un pocionero), que logró engañarlo.
Los hombres lobo se clasifican como una criatura XXXXX en su estado lobezno, significando un peligro para cualquier ser humano, debido a que los licántropos, nada más atacan a humanos cuando están transformados en bestias..."
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Para cuando Jessica apareció en la clase extra de astronomía, ya había comenzado. Draco, miró a la niña disculparse e irse directo a su puesto conjunto, con la cabeza gacha y evitando el contacto visual.
Jessica, a pesar de las prendas enormes que siempre utilizaba, parecía más escuálida en la realidad que en su recuerdo, con su rebajado flequillo que cubría casi la totalidad de su ojo izquierdo. Draco la examinó un par de minutos, antes de volver a su tarea habitual de escribir los nombres de las constelaciones que observaba en su lámina.
De vez en cuando, Jessi le daba pequeñas miradas curiosas, aunque desviaba la vista tan pronto se percataba que Draco se daba cuenta. Esa actitud tímida era impropia de la niña, la cual según la percepción de Draco, ya debería haberle dirigido al menos un: Hola.
Como se lo esperaba, las clases de astronomía, tenía en ese segundo semestre, menos de la mitad de los pocos estudiantes que al principio, quedando con, únicamente, los suficientes interesados en el área y que se podían contar con los dedos de sus dos manos (al menos no era sola una). Como si esto no importara, la profesora Sinistra, no flaqueaba en su entusiasta actitud, que se potenció al reconocer en los telescopios a sus alumnos fieles.
—Hola, Jessi —saludó Draco, después de encontrar la mirada infraganti de la niña, por quinta vez—, ¿Qué tal las vacaciones?
—¡Draco, hola! —respondió la chica, tratando de lucir indiferente—, bien supongo...
Draco alzó una ceja, y dejó su trabajo de lado, para girar su taburete directamente hacia Jessica. La chica sin poder soportar esa actitud se volteó y le dedicó a Draco una media sonrisa.
—¿Sucedió algo?
—No es nada. Una tontería mía —aseguró Jessica—, ya sabes cosas de niñas.
Trató de sonar como si esa "tontería" no le afectara. Draco, que a pesar de su aspecto indiferente era bastante perceptivo, logrando leer entre líneas que era algo importante, tal vez no para él, ni para el ministro o el mundo, pero que a Jessica le carcomía por dentro.
Era consciente que peguntando a la niña de forma directa no iba a conseguir nada, así que luego de pensarlo por un par de minutos, se acordó del pañuelo de Jessica que había traído consigo para entregárselo tan pronto la viera.
—Te traje tu pañuelo —dijo, sacando la tela del bolsillo de su pantalón—, me olvidé de entregártelo antes.
—¡Muchas Gracias! Me había olvidado de que aún lo tenías. —Jessica agarró el pañuelo. Draco se dio cuenta de las uñas mordidas de la niña—. Lo siento, tengo tu bufanda en mi baúl.
—No importa, Quédatela; Te la regalo.
Jessica volvió a sonreír y luego de un par de minutos de silencioso trabajo decidió contar:
—Hoy cumplo catorce ¿te acuerdas de que te dije que era en enero? —Draco soltó una ahogada exclamación de vergüenza— Fuiste el único que me obsequió algo, ja, ja.
Aquello no tenía nada de gracioso y Draco no sabía qué responder al respecto, al final de cuentas, lo que más destacaba de sus cumpleaños era la inmensa pila de regalos que en cada cumpleaños recibía.
—Te obsequié tu propio pañuelo, eso no cuenta como un regalo.
—Me refiero a la bufanda.
Algo en esa chica le recordaba a Pansy, que iba más allá del color negro de su cabello; tal vez era la forma tan cordial de decir cosas tristes y dejar a las personas sin saber qué decir.
Se preguntó qué es lo que haría su amiga en una situación como aquella, sin embargo, se encontró con que, Pansy, en primer lugar, evitaría meterse en un contexto similar, por lo que ahora Draco, se hallaba igual de perdido que en un principio.
Pasaron el resto de la casa comentando cosas de astronomía, con la cabeza de Draco en busca de soluciones para que la niña se sintiera mejor, hasta que encontró una que le pareció lo suficiente buena como para curar un poco la herida emocional de Jessi.
En ese punto, ya tuvo que admitir que consideraba a Jessica como una amiga, porque si no lo hacía antes de pronunciar lo siguiente, quedaría como un hipócrita consigo mismo.
—¿Te gustaría ir el sábado a Hogsmeade?
La chica, que ordenaba sus utensilios de la clase, lo miró con una sonrisa enorme que se formó en su rostro.
—¿Pero no hay partido el sábado?
—Ya no estoy en el equipo de Quidditch.
La chica terminó por aceptar la invitación muy emocionada, y Draco ocultó su incipiente sonrojo a medida que iba guardando sus cosas. Ambos bajaron de la torre de astronomía con la niña contando las mil y una cosas que quería hacer en Hogsmeade, con Él.
Al fin había vuelto la niña parlanchina que conocía.
Por primera vez, Draco decidió acompañarla hasta lo más cerca que pudo de la sala común (porque Jessica insistió que la ubicación exacta del lugar era uno de los secretos mejores guardados de Hufflepuff), no fue cuando los dos se despidieron que Draco pudo apreciar algo que hizo su corazón palpitar de miedo.
Jessica, por una desconocida razón, debajo del mechón de cabello que cubría su ojo izquierdo tenía un hematoma tan inmenso que no se lo podría haber hecho ella misma.
En ese momento Draco por fin cayó en cuenta de que, hasta las personas más buenas y puras de corazón, tenían dolorosos recuerdos que querían ocultar.
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Harry se quedó examinando por un largo rato la carta de Dumbledore, debatiéndose en si abrirla o no.
La habitación estaba vacía, y se mantendría en ese estado hasta dentro de una hora más, ya que Neville estaba en sus clases extra de herbología, Seamus con Dean, trataban de evitar pasar tiempo ahí, si podían y Ron tenía entrenamiento. Sumado a esto, Hermione comenzó a estudiar como una demente para los TIMOS, por lo que decidió iniciar su último semestre pasando todas las tardes encerrada en la biblioteca, con unos cuantos chocolates, largos pergaminos y una torre de libros interminables.
Se sentó en el balcón y luego regresó a la cama, dejando la carta encima de su mesilla de noche, ojeó un par de revistas viejas de Ron, paseándose dentro del cuarto como si fuera un león enjaulado. Volvió a ver el sobre sellado, con un mohín en los labios.
"Vamos Harry, solo tienes que escucharlo" Se dijo a sí mismo "Pero y si... no lo sé, si se trata de Malfoy, no debería ser malo ¿No?"
Ese impropio temor lo empezó a poner enfermo, sostuvo el sobre por un minuto antes de romper, ferozmente, el sello. Dejó caer el papel, sabiendo que esta se elevaría con gracia.
—¡Al fin me abres, Harry! ¡Por lo menos me hiciste caso en las indicaciones que te dije! —exclamó la carta, transformando el borde inferior del sobre en una imitación de la barba de Dumbledore—. En fin, supongo que estarás preguntándote por qué tanto misterios con el asunto de Draco ¿No es así? En sí, solo quería recalcarte la importancia de un par de cosas de las cuales, tal vez ya tenías en cuenta, además de darte un par de información para tus clases de Oclumancia.
»Draco fue mordido el año pasado y desde entonces sigue lidiando con la enfermedad, así que lo más sensato es no presionarlo con el tema, porque de por sí, es complicado lidiar con las cosas naturales de un adolescente de vuestra edad. Necesito que lo dejes tranquilo, y de ser posible no te relaciones demasiado con Él ¿la razón?, es sencilla, mutuamente, en este momento, ambos suponen un peligro el uno con el otro, porque él es un licántropo y tú, Harry, ya debes saber que ver cosas relacionadas con Voldemort no es bueno
Harry se relamió los labios y asintió, aun sabiendo que no hablaba, de verdad, con Dumbledore.
»Por consiguiente, voy a pedirte que pongas todo tu esfuerzo en la clase de Oclumancia, para que logres impedirle (al menos retrasar), la conexión que tiene contigo. Para ir finalizando, lamento la distancia que mantengo contigo, pero si todo sale bien a final del año, voy a poder revelarte la razón de todo este misterio.
» Esperando tu más sincera comprensión; Albus Dumbledore, director del colegio Hogwarts de magia y hechicería.
La carta comenzó a devorarse a sí misma, hasta que solo quedaron los trozos del papel regados por el suelo. Se quedó un momento pensando en toda la información que Dumbledore acababa de darle, comprendiendo al fin, todo el peso que se suponía ejercía en Draco.
Era cierto, si Snape tenía razón; exclusivamente unas pocas personas eran conscientes de la situación de Draco y, aunque su padre fuera mortifago, Voldemort no debería tener noción sobre este detalle, o al menos, no la historia completa. Así que, si llegaba a tener algún tipo de vínculo extraordinario con Voldemort, mientras hablaba con Draco, podía ponerlo en la guillotina.
Harry comenzó a recoger los fragmentos de la carta, para luego salir de la habitación y meterlos dentro de las brasas de la chimenea. Suspiró aliviado al por fin saber que Dumbledore, no estaba enfadado con él o algo por el estilo. Solo que eso de la ley del hielo, era algo necesario.
El problema comenzó cuando se sentó en el sofá, y sintió como esa ansiedad volvía a aturdirle los sentidos. Pasó de no tener hambre a sentir uno voraz; apretó sus muslos y analizó su alrededor, unos pocos estudiantes rondaban por la sala común, haciendo deberes encima de la mesa o platicando al lado de la ventana.
La soledad lo atacó, haciéndolo sentir miserable, un sentimiento que odiaba poseer.
Salió de la sala común, directo a la biblioteca, donde en la primera mesa se hallaba Hermione, leyendo un libro más grueso que su brazo. Harry se sentó a su lado, recibiendo una mirada serena, algo que logró calmar sus nervios.
Al menos hasta que, en la última mesa de toda la corrida de mesas identificó el pelo de Draco. No entendía como lo hacía, pero siempre se encontraba en los mismos lugares que él, sin siquiera planearlo. Lo comenzó a vigilar, mientras revisaba un par de libros, pero sin terminar ninguno, se cruzaron miradas "accidentales" en algunas ocasiones, pero Draco parecía más interesado en lo que fuera que leía, que en Harry.
Así trascurrió una hora, para cuando fueron las siete, Draco se levantó de su asiento y se fue de la biblioteca, como si no hubiera visto a Harry en ningún momento.
Hermione bostezó y terminó por darle un texto, considerablemente, más pequeño que el que ella leía, para que se entretuviera. Harry leyó el primer capítulo antes de determinar que, jugar con el encrespado y gigante cabello de su amiga era demasiado entretenido.
O al menos lo que lograba desestresarlo en ese momento.
—Harry ¿puedes pasarme más tinta?, este frasco ya se me terminó —pidió Hermione, y Harry acotó sin decir nada—, también podrías dejar de jugar con mi pelo ¡Me lo estás enredando!
Sus manos se paralizaron alrededor de un rulo, y quitó la mano. Hermione solo pensaba que Harry la estaba acompañando porque no tenía nada que hacer, al menos no por ahora, que todavía no tenían ninguna clase con Umbridge.
La realidad era distinta, porque Harry nada más quería pasar el resto de tiempo ahí, con ella, para poder resistir el impulso de ir a comprar cigarrillos y fumar una caja entera, en una hora.
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1) The is Gospel. Panic at the Disco
Hola!
En realidad, mientras hacia un recuento del progreso de la historia, me percaté que me faltaban los capitulos 22 y 23, en borradores. Siento que este capítulo es mas una introducción a todo lo que sigue adelante.
Que tiene que ver demasiado con los lobos. Estoy emocionada de ver sus reacciones.
THE_MACHINE
