TW: Maltrato infantil, fisico y psicológico.

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"Una estrella cayó de tu corazon y aterrizó en mis ojos

Grité alto.

Ya que rasgó a través de ellos

Y ahora me ha dejado ciega

Las estrellas, la luna

Todas se han apagado

Me dejaste en la oscuridad" (1)

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Cuando despertaron a eso de las una, con una sequedad apremiante en la boca, Harry intuyó que ninguno de los dos tuvo una buena noche.

Harry se quedó dormido presionado contra el sofá, por lo que el armazón de los lentes se le quedó marcado en la piel y le costaba abrir los ojos por haber llorado tanto. Miró a Remus que continuaba dormitando, en una postura que lucía dolorosa, con el cuello caído, la boca semiabierta y un brazo sobre los hombros de Harry.

Lo agitó con suavidad, a lo que Remus emitió un par de quejidos antes de despertar por completo. Dio un largo bostezo y estiró el cuello.

—¿Qué... hora es?

Harry trató de buscar un reloj colgado en alguna parte de la casa, pero no encontró ninguno. Acabó por conjurar un tempus con la varita.

—Las una y media —contestó—. Dormimos más de tres horas.

—Con razón tengo tanta hambre; no desayuné nada ¿y tú?

—Sí, pero también tengo mucha hambre.

Lupin estiró la mano y desordenó la parte del pelo de Harry que quedó aplastado debido a la siesta. El chico cerró los ojos y al abrirlos se encontró con Lupin y una sonrisa fraternal; esta vez era un gesto entre dormido, pero contento.

A lo mejor era porque se daba cuenta de que todo lo vivido con Harry horas atrás, ocurrió por fin.

—Está decidido entonces. Conozco un sitio para comer muy bueno.

Harry respondió con una sonrisa sincera y Lupin se puso de pie, examinándolo de pies a cabezas.

—¿No te da frío andar con pantalón corto?

—En realidad, pensaba que haría calor.

—Sígueme; debo de tener, ropa que te quede por algún lado.

Harry se levantó del sillón y caminó detrás de Lupin que agitaba la varita. Abrió una pequeña puerta al lado del baño, en donde se encontró con el almacén, que guardaba varias pilas de cajas que tambaleaban. Sacó una que quedaba a los pies de Lupin.

—Eres como talla M ¿verdad? —Harry dijo una vaga afirmación y se arrodilló frente a la caja—. Lamento que no sea ropa muy a la moda, es lo que se usaba cuando era adolescente.

Harry se encontró con una variedad reducida de pantalones de jean. Corte recto, colores neutros o tierra, que lucían cómodos. Leyó la etiqueta de un par, hasta que encontró uno que era de la talla adecuada. Cuando trató de guardar la ropa que sacó, se encontró con el único pantalón de pitillo negro, una chaqueta de cuero y un par de cadenas.

Las miró y trató de conectarlo con Lupin, que lucía un estilo tan casero como si solo se hubiera cambiado de pijama.

—Eran de Sirius, supongo que debí confundirme de caja —aclaró, agachándose al lado de Harry—. Siempre le gustó lucir como un "chico malo" aunque les salía a medias.

Harry acabó por guardar toda la ropa y se cambió el short por un jean café. Le quedaba largo, aunque se ajustaba a la perfección por la cadera, y bastó un hechizo de Lupin, para qué la prenda se acortara lo necesario.

Tras ordenar las cajas, los dos salieron del piso. Bajaron por las escaleras (ya que el mismo Lupin decía que el ascensor, ese mes, tuvo una cantidad excesiva de inconvenientes). En la entrada se quedó, al menos diez minutos charlando con el conserje, quien se mostraba maravillado de encontrarse con él.

Harry volvió a sentirse miserable en cuanto entró en contacto con esa atmosfera lastimera; al igual que Lupin, quien sin pensarlo dos veces, sacó del bolsillo de la chaqueta un cigarrillo. Harry no dijo nada al respecto, a pesar de que se moría de ganas de pedirle uno.

Siguió a Lupin por cinco minutos sumergidos en un completo silencio. Las calles se angostaban y luego volvían a tornarse gigantescas. De camino hacia donde fueran contó al menos cinco cabinas telefónicas, diez quioscos que exponían el mismo titular muggle (Lupin aprovechó de comprar uno), hasta que se detuvo a la entrada de una cafetería. Entraron con el tintineante sonido de unas campanas encima de la puerta. Lupin apagó el cigarrillo en el cenicero más cercano y regresaron a un mejor estado anímico. Agradeció que las ventanas del local estuvieran por completo cerradas.

Era un sitio minúsculo, en el cual parecían llegar una reducida cantidad de personas. Harry y Lupin se sentaron junto a la ventana, en una mesa alejada del bullicio central.

Una pálida chica regordeta, que mascaba chicle aburrida y con el delantal manchado de café, se acercó a ambos. Harry se quedó embelesado por ese par de ojos azules, a lo que sonrió divertida y le entregó la carta rozando de "accidente" las manos. Harry se sonrojó por instinto y escondió el rostro detrás del menú.

La carta era acotada, a excepción de la sección de bebestibles. Lupin se centró en el trabajo de escoger que iba a comer. En pocos minutos la misma chica se acercó, pero más arreglada, ya que la coleta estaba mejor amarrada y emanaba un olor floral de ella.

—Yo quiero... —comenzó Lupin, en tono de duda—. Una hamburguesa doble, tres porciones de papas fritas y un café grande... ¡Ah cierto! También una ensalada cesar. ¿Y Tú, Harry?

La chica no pareció impresionada ante la cantidad de comida que pidió Lupin y mientras ella escribía la orden, se mordió el labio al escuchar el nombre de Harry.

—Un hot-dog y una coca.

—Entiendo, entonces les traigo la orden, caballero y... Harry.

Al llevarse la carta, Lupin pareció caer al instante en la situación; ya que soltó una risotada y abrió el periódico.

—Aún eres un adolescente, Harry. Tiene bonitos ojos.

—¡N-no me gusta!

—¿Quién dijo algo acerca de gustar? Esa es una palabra con tantos matices —contestó Lupin, encogiéndose de hombros—. La palabra es atracción, recuerdo que cuando salíamos con James siempre era un problema; pero le gustó una única mujer... Lily.

Harry hizo un mohín con los labios y despejó la cabeza. Consideraba que agregarle a su vida el tema del romance, siempre iba a terminar mal. Así había acabado con Cho. Sumado a esto Ginny le parecía cada día más interesante y esa chica de ojos azules que ahora se divertía escogiendo una canción en el tocadiscos.

Sin duda que las mujeres iban a terminar por volverlo más loco.

Se quedó un largo rato con la cabeza en las nubes, hasta que la orden llegó. Harry miró la botella de bebida y le dio un mordisco al hot-dog, encantado por la comida.

—Comer tanto... ¿Viene ligado a lo de ser...—preguntó Harry, bajando la voz a medida que se acercaba al final— un hombre lobo?

—Eh... creo..., la verdad es que ya no me acuerdo. Me mordieron cuando era muy, muy pequeño.

—¿Puedo hacer más preguntas acerca de eso?

Lupin se tragó dos papas fritas y asintió—. Dispara, sé que es un tema que llama la atención.

Harry dio un largo sorbo a la bebida y se concentró. De la radio del local, salía un sonido distorsionado que era opacado por el ruido de los vehículos que pasaban por la avenida principal y el sonido de los platos siendo servidos.

—¿A qué edad fue?

—Cinco, acababa de cumplir cinco años.

Cinco años. A esa edad Harry aprendía las reglas de su vida en la casa de sus tíos. Escapaba de Dudley y los estúpidos amigos del mismo, se aprendía canciones que escuchaba en la radio a escondidas y se metía en problemas por los primeros atisbos de magia.

Cinco años era una edad donde la inocencia aún existía. Recordaba jugar con sus figuras debajo de la escalera, mientras creaba historias acerca de la magia que le decían que no existía. Cinco años, fue cuando tuvo su primer encaprichamiento con una niña del jardín.

—Se lo que piensas, pero en realidad mis primeros años con la enfermedad no fueron tan malos. Temo que en parte era porque de pequeño era del tamaño de un cachorro y mi mamá podía meterme dentro de una caja de zapatos sin problema.

En esos momentos Harry se daba cuenta de lo mucho que quería saber de la vida de Lupin; Su familia, que era lo que sentía ser un hombre lobo, donde vivían y un largo etcétera.

Acabó por preguntar otra cosa.

—¿Sabes quién te mordió?

Lupin levantó la mirada con la hamburguesa a punto de ser mordida.

—Fenrir Greyback.

Harry pasó a derramar un poco de bebida sobre la mesa y su respiración se ralentizó.

—Él...

—Mordió a Draco. Ya lo sé.

Lupin lucia tranquilo de no ser por el leve temblor de las manos. Claro que le afectaba hablar de él, de la misma forma que a Draco le inquietaba ese tema.

—El día que viniste con él a Grimmauld Place, me preguntó varias cosas, pero parecía en especial intrigado por la información que tengo de Greyback —dijo, echándole un sinfín de azúcar al café— No se mucho, hace tiempo tuve que hacer un par de asuntos por la orden con los lobos... lo que te puedo decir es que Greyback, es la peor clase de persona que te podrás encontrar. No lo puedo comprender, con lo orgulloso que es, la razón por la que se unió a quien-ya-sabes.

—¿Qué tanto te dijo Draco del tema?

—No puedo decirte, Harry. No creo que sea adecuado. Tal vez deberías preguntarle a él en persona cuando lo veas.

Harry dejó un instante la comida en el plato, vio la hora y a Lupin que empezaba a aliñar la ensalada.

—Draco me invitó a su casa...

—Ahora se queda con los Tonks ¿no? Dora vino el otro día y me lo contó. —Harry asintió con la bombilla atrapada en la boca— Andrómeda y Ted son buena gente, de seguro que te recibirán con los brazos abiertos.

—Sí, bueno... Draco me dijo que te invitara, el martes a la hora de la cena.

—Ya veo, ¿y por eso viniste a hablar conmigo? —dedujo Lupin, riéndose con levedad—. De verdad que te metes en las situaciones más inéditas ¿Sabes que podías mandarme un Patronus con el mensaje? Podía ser el de Arthur, o incluso el tuyo, ¿sabes cómo hacerlo? Puedo enseñarte si quieres.

—Claro, me gustaría aprender... pero quería verte... quería charlar contigo.

Lupin cerró los ojos un instante, momento en que Harry pudo quedarse viendo más el rostro del hombre sin que pareciera extraño. Los pómulos marcados, lo que le hizo rememorar la imagen del Lupin de hace unos meses; se dio cuenta de que ese rasgo era debido a lo flaco que se encontraba. Además de eso contaba demasiadas canas, característica que las personas de su edad no deberían tener.

—Estaría bien volver a ver a Dromeda y Ted... Dora me ha dicho que también querían verme.

—¡Sería grandioso si fueras!

Lupin abrió los ojos y se terminó el café.

—Está bien. Vamos, pero voy a tener que llevarles algún tipo de presente.

Harry se acabó la comida y sonrió encantado. No iba a admitir que, el saber que Lupin lo iba a acompañar, lo aliviaba. Al menos, ahora si se quedaba sin saber qué decir, podría recurrir a Lupin para no sentirse fuera de lugar.

Lupin se terminó la comida en un pestañeo y pidió una enorme copa de helado para ambos. Harry lo veía en el comportamiento y el tipo de ropa que usaba Lupin. A comparación con tercer año, se notaba que estaba mejor económicamente (aunque no explicaba por qué no se cambiaba de piso), y no pudo evitar vincular este hecho con la parte del testamento de Sirius. De seguro que le había dejado el suficiente dinero a Lupin para que pudiera vivir una vida digna.

Cuando acabaron por completo, Lupin pagó la cuenta y la chica de ojos azules le entregó a Harry su número, que se metió al bolsillo del pantalón. Al salir, comenzaron a recorrer las vitrinas cercanas para comprar un regalo. Ni el aire denso era suficiente para contener la emoción de Harry por el martes.

Sin siquiera notarlo, el resto del día se la pasaron en eso. Ojeando objetos y comprando algunos pocos. Se detuvieron en una librería de segunda mano y Lupin incluso insistió en regalarle a Harry una tenida para el martes.

En esos momentos, Harry se imaginaba junto a Sirius. Quien de seguro quería comprar todo lo que le llamaba la atención y Lupin servía de control.

Vio como padres con sus hijos pasaban por el lado, y todos sonreían del mismo modo que Harry y Lupin. Ante ese pensamiento, se aferró a las bolsas de compras y quiso llorar de felicidad. Cada día la familia que encontraba y formaba se ampliaba un poco más.

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"Te extraño, aquí en escocia todo es tan aburrido. Aunque conocí a alguien. A un "alguien".

A veces pienso en ese alguien y me acuerdo de ti. Trato de cuestionarme si entre nosotros hubo esa química especial como la que tengo con ese alguien.

Te extraño, pero ese alguien está aquí; así que me quedaré en Escocia lo que sea necesario.

Aunque lo piense mil veces, no dejo de darme cuenta de que en realidad te amaba, pero tú no. No de la misma forma. Ahora pienso en si te has enamorado... No te culpo u odio.

En fin, te dije que no te podía seguir entregando mi corazón en ese sentido y creo que tomé la mejor decisión. Ese Alguien y yo tenemos algo que hace que mi piel brille.

Espero estés bien. Amigo, hermano... ¿Manada? Somos eso. Te quiere, Pansy. P"

Draco dobló la carta y la guardó de nuevo en el sobre. Vio el teléfono y revisó los últimos mensajes con Adrien.

Pensó en el amor y en lo extraño que sonaba decir eso.

Él era un alguien. Pero no era el mismo alguien que Pansy. Apreciaba la relación que llevaban. Nada de compromisos. Cuando lo necesitaba, Draco se dejaba caer y él lo recibía. Era unilateral, pero así lo prefería. Era egoísta.

Draco siempre fue egoísta con las relaciones.

Eso no lo llamaría amor.

Pensaba en Adrien como un amigo que hacía cosas que no haría con Nott. Cosas que ni con Pansy hizo.

Porque a Pansy la extrañaba, y ella no era un simple alguien.

El amor era una cosa tan extraña.

Desvió los ojos al espejo y lo tomó. Esperaba con ansias que ya fuera la hora de ir a dormir. Extrañaba (más de lo que quería admitir) esas noches, en las que hablaba con Harry acerca de cosas que al día siguiente olvidaría.

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No lo iba a decir en voz alta porque lo harían sentir como un mal agradecido, pero por cierta razón que no comprendía del todo, dormir en la casa (piso) de Lupin, era aún más relajador que las noches de sueño en donde los Weasley.

Les echaba la culpa a los ronquidos de Ron, pero Harry era consciente de que no se trataba de eso. Era otra cosa, más profunda. Una sensación inexplicable.

Lupin lo despertó esa mañana, con una suave sacudida. Al ver que Harry no quería abrir los ojos, se sentó al lado de la cama (Lupin transfiguró el sofá) (Harry concluyó por milésima vez que la magia era asombrosa), y lo esperó con calma.

Olió el tenue aroma del café recién preparado y de pan caliente. Harry poco a poco se reincorporó, mientras se limpiaba el rastro de saliva de la comisura de la boca.

Bue... Bueños... Buenos días —saludó Harry, con la silueta borrosa de Lupin al lado. No recordaba donde dejó los lentes.

Lupin, le entregó las gafas del suelo, para cuando Harry se las puso, Remus posó la mano en el cabello del chico.

Durante la salida de ayer, aprovecharon de ir a una peluquería, en la que ambos hombres se cortaron el pelo y de regreso al piso, Lupin le enseñó a Harry como mandar un Patronus con un mensaje en específico.

Fue un día movido, pero ese era el tipo de jornadas que una persona que no podía quedarse quieta, como lo era Harry, disfrutaba.

—Sin los lentes eres la viva imagen de James —dijo Lupin, pero no con melancolía, era un tono tranquilo—. Buenos días, Harry. ¿Dormiste bien?

Harry asintió y Lupin se puso de pie, con una sonrisa.

—Vamos, apura que el desayuno ya está listo y Arthur viene a las diez a buscarte.

Alargó un bostezo y se levantó de la cama. Cuando pasó por el pasillo al baño, Harry se percató del calendario que poseía varias fechas concretas marcadas en rojo. Una era el viernes. Harry no comprendió del todo la razón de eso, pero tampoco preguntó.

No valía la pena preguntarse tantas cosas cuando el estómago le rugía de hambre.

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El viernes cayó luna llena.

Recordó como el día anterior la pasó de maravilla con Lupin y se preguntó como pasaba ahora las lunas llenas. Solo. En el pasado era acompañado por Sirius (como Canuto) y el lobo se tranquilizaba.

No evitó relacionarlo con Draco. Esa noche, cuando estuvo junto a Hermione atrapados en la casa de los gritos. Recordaba el pelaje brillante de Draco, que lo observaba casi como si deseara sonreír. Se notaba tan suave, tan largo... Harry tuvo ganas de presionar los dedos en el pelo blanco y comprobar la teoría.

La canción que se llamaba Harry. Que a veces el chico recordaba acostado en la cama con una mueca contenta.

Hace un año que, durante esa misma fechas, Draco acabó perdido, cerca de la casa de sus tíos. Recordó la noticia de que iba a pasar el resto del verano en Grimmauld Place n.º 12, con música de los back Street boys de fondo, y las anécdotas de la época de sus padres dichas desde la boca de Sirius.

Recordó cómo fue expulsado de Hogwarts. La audiencia en donde Madame Bones lo apoyó sin saber que al año siguiente ella estaría muerta.

Recordó, recordó, recordó...

Le pareció asombroso la manera en la que las cosas podían cambiar.

Hace un año, en pleno julio, Harry odiaba a Draco y Draco odiaba a Harry. O tal vez no era odio. De cualquier modo, Harry pensaba que Draco era una molestia.

Ahora, se encontraba deseoso de volver a verlo.

Abrió la ventana, sin preocuparse por las polillas o zancudos que podían entrar, y se quedó admirando la luna llena. La habitación se sumergía en la oscuridad, pero no porque fuera demasiado tarde, sino porque Ron no lo acompañaba en el cuarto y a Harry le daba pereza encender la luz.

La brisa dio en contra. Sin dejar de pensar en Draco. En Lupin. En Greyback. En lobos. En recuerdos buenos y otros no tanto.

—Draco... —suspiró Harry, trazando con los dedos la forma de la cicatriz en la frente.

Draco le (re)hizo la cicatriz más afilada— lo que coincidía con la propia personalidad de Draco— y por la angustia del momento, esta gozaba de unos picos temblorosos. Con el simple hecho de rozar esa marca, se acordó del rostro temeroso de Draco mientras lo curaba.

Metió la mano al bolsillo del pantalón y leyó la caligrafía apoltronada de la chica de ojos azules. Lo pensó un instante, antes de partir el papel en varios trozos y dejar que el viento se los llevara.

Vio los papeles volar hasta que se perdieron de su vista entre los maizales.

—Harry, a comer —avisó Ginny, desde la puerta.

Se volteó y la vio tan bonita—tan idílica— con las pecas marcadas por el sol, menuda y con la memoria de las tiras del bikini marcadas por el bronceado.

—Ya voy.

Ginny se fue de la puerta y Harry devolvió los ojos a la luna.

El pelaje del lobo de Draco brillaba como la luna. Y esa noche, la luna se veía tan hermosa, que no podía dejar de pensar en cómo lo afrontaba Draco.

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"Regulus no para de molestarme. No entiendo que es lo que pretende, pero ya me está cansando.

De seguro que conspira contra nosotros (yo, Sirius, Lupin...) al menos eso es lo que dice Sirius; le tengo que creer, es su hermano.

Se la pasa en la biblioteca entre esos gigantescos libros. No suelo entrar mucho, pero cuando voy, Lunático siempre me advierte de su presencia; según él, Regulus huele a dulces caros, voy a suponer que se refiere a bombones de chocolate rellenos de licor, porque valen una millonada y son exquisitos... aunque Remus nunca ha mencionado el sabor.

Al menos, Regulus ya me molesta. No entiendo por qué no puedo dejar de pensar en él cuando lo tengo cerca. Al menos Evans me distrae con su hermoso pelo y esa sonrisa preciosa.

Remus dice que Lily huele como flores, lo que es comprensible. La amo tanto y estoy seguro de que ella me ama, aunque lo niega.

Regulus, es una molestia, ¿Por qué me como la cabeza pensando en él? No entiendo la razón por la que acabo de dedicarle una entrada en mi diario que habla de ese imbécil.

V̶o̶y̶ ̶a̶ ̶i̶r̶ ̶a̶ ̶l̶a̶ ̶b̶i̶b̶l̶o̶t̶e̶c̶a̶.̶"

Harry se quedó con esa nota en mente un largo rato, preguntando como había sido Regulus. Lo hacía porque no podía pegar el ojo debido a Draco y Lupin.

Abrió el baúl y tomó el anuario, si sacaba rápidas cuentas, Regulus era uno o dos años menor que Sirius. Ahí lo encontró, en la generación del 79'. La postura en la que se mostraba el chico era idéntica a la que Slughorn le enseñó.

Era una postura que lucía ser dolorosa. En sí, la expresión del agraciado chico se veía demacrada, cansada y como si el alma hubiese dejado ese cuerpo hace tiempo.

"Regulus Black. Buscador de Slytherin"

Harry cambió de página, para encontrarse con la página dedicada a los jugadores de Quidditch de Slytherin. Regulus abarcaba toda la página, con la snitch en la mano diestra y una brillante sonrisa.

Todo apuntaba en que la única oportunidad en la que era feliz era cuando jugaba quidditch.

¿Y ese era James?

Harry no entendía cómo funcionaba los anuarios. Quien escogía las imágenes para poner ahí, pero el partido en donde Regulus sujetaba la snitch era contra Gryffindor, y con los ojos en la cámara que acompañaba con una deslumbrante sonrisa, pronto el chico se volteó donde su padre, para sacarle la lengua.

Era rarísimo. Lo normal sería que hubiesen puesto una imagen de Regulus en un partido más actual.

Bueno, de todas formas Regulus estaba muerto, igual que Sirius. Pero el fallecimiento del chico siempre le despertaba una curiosidad muy difícil de ignorar.

Lo que sí pudo concluir con rapidez es que, a pesar de las reiteradas menciones a un supuesto odio por parte de James contra Regulus; su comportamiento no eran ni de enemigos o rivales.

—¿Harry?... ¿Qué... haces? —cuestionó Ron adormilado—. ¿Todo bien?

—Sí, tú sigue durmiendo...

Ah... bueno.

Harry metió el anuario al baúl y se metió a la cama con la cabeza llenas de dudas.

¿Cómo se suponía que iba a dormir en ese estado?

Los lobos aullaron a la distancia.

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La mano de su madre soltó el cinturón y sacó la varita del bolsillo dentro del chal. La dejó tirada en el húmedo suelo, con la espalda ensangrentada por los recientes cortes, la respiración entrecortada y la sangre que se acumulaba debajo de ella.

Aun con todo, de esos inmensos ojos verdes, no salía ni una misera lágrima. No podía darle el placer de que viera cuanto le afectaba ese trato inhumano.

Vio como la mujer recogió los apuntes y se los desparramaba en el suelo. La única iluminación provenía de la puerta entreabierta, de donde los ojos llorosos de su hermano menor la dejaban al expuesto.

—¡Espero que esto te sirva para que dejes de hacer esta porquería! —señaló su madre, rasgando uno de los apuntes en dos—. Eres una chica lista, Jessica, pero débil. Si no sirves para ser bruja, al menos te convendría preocuparte más por gustarle a los hombres que escogemos por ti. ¿Cómo se te ocurre? Dejarnos en vergüenza frente a los Travers... ¡Deberías estar agradecida de que ellos estén dispuestos a que su hijo se comprometa contigo!

—¡Madre! ¡Es mi vida! ¡No pienso casarme con un tipo por estatus! —reclamó Jessica, al tratar de ponerse de pie—. El abuelo... él...

—¡Está muerto! —dijo la mujer sin dudar—, y tú sabes bien por qué. —La mujer apuntó con la varita en la mano los papeles repartidos y los prendió fuego—. Tu memoria es espectacular, espero que recuerdes esta conversación el resto de tu vida... Mañana vendrán y espero unas disculpas apropiadas, ¡niña estúpida! Te pondrás la ropa que te diga y de ser necesario te arrodillaras frente al Señor Travers. ¿Comprendes?

Jessica no la miró y su mamá se acercó. Los zapatos de tacón resonaban contra el suelo de piedra. Agarró a Jessica por el cabello y la obligó a que levantara los ojos.

—¡Quiero escucharlo de tu boca! ¿Vas a obedecer o prefieres que continúe recalcando el mensaje? Tenemos toda la noche para nosotras.

La niña tembló, aunque continuó sin llorar. Soltó de un manotazo a su madre; tomó la polera rasgada y se la puso a duras penas. Cada acción le dolía demasiado, pero se las arregló para ponerse de pie.

—No... no pienso seguir con esta basura de familia.

Tomó el bolso y se fue con prisas del sótano. Los ojos de su hermano se clavaron en ella; ambos eran demasiado distintos. Él rubio como su padre y Jessica castaña como el de ella.

Ni siquiera compartían la línea familiar completa.

Ni siquiera compartían el mismo peso del legado.

Jessica lo empujó para que se apartara del pasillo y abrió con abrupta fuerza la puerta de la casa. La espalda, que aún le goteaba sangre, manchaba la polera que traía, pero era lo último que le interesaba. Debía escapar de esa casa.

Lo único que su medio hermano y ella compartían eran esos infatigables ojos grandes y verdes; heredados de la misma mujer que se dedicaba a azotarle la espalda. Los ojos de su hermano, en ningún minuto se separaron del cuerpo adolorido de Jessica.

—¡No te vayas, Jessi! ¡Por favor!

El niño se aferró a la escuálida pierna de Jessica. Rompió a llorar, y ella lo tomó del cuello de la camisa.

—¡Cierra el pico! Eres fuerte, ¡No llores! ¡Nunca debes volver a llorar! ¡No frente a ella!

Un sollozo escapó de los labios del chico.

—Jessi... te lo pido... no me dejes.

Frankie, te quiero ¿vale? Pero no puedo. No puedo más.

—Jessi...

Sin que su hermano lo notara, le apuntó con la varita y lo hizo desmayar. Salió de la casa hacia el impenetrable bosque del frente. Su madre se quedó de pie en la entrada, con los brazos cruzados, en el porte arrogante que esperaba por ella.

Estaba segura de que regresaría: como siempre. Sin el valor para aventurarse más allá del bosque el cual, a ambos hermanos, se les fue prohibido el paso.

No obstante, Jessica había cambiado. Porque continuó avanzando, mientras ignoraba los gritos de su madre.

Dentro de ese bolso siempre cargaba las únicas tres cosas que le importaban de verdad en la vida.

El libro de su abuelo.

La bufanda de Draco.

Y la varita, por las dudas.

Sacó este último objeto y trató de ignorar la fatiga que sentía por la sangre—limpia, pura, mágica—, que le brotaba de las heridas.

Asimismo ignoraba el hambre que poco a poco consumía a Jessica por completo, primero la grasa inexistente, hasta llegar a los músculos. Dolía mucho, los rugidos y la manera en la que ella era consciente, de que esas heridas tardarían en sanar debido a esa inanición que llevaba encima desde hace días.

Cada músculo que el cuerpo devoraba en busca de energía, Jessica, durante el punto más bajo, deseó que llegara pronto el turno del corazón.

No necesitaba alumbrar porque la luna llena le acompañaba los pasos cortos y tranquilos.

Se cayó en la parte de una ladera, vio las rodillas rasmilladas. Se volteó para percatarse de que el vecindario ya no se avistaba.

Sobrevivir. Ella debía continuar.

Deseaba que el tiempo ahora fuera más rápido, además de una cama cómoda, calentita, con un té de Jazmín y un libro entre las piernas. Aun así, Jessica sabía que esa era la debilidad de los sangre pura; el conformismo. Continuó paso a paso.

Ella lo supo en cuanto vio a los Travers, la locura en los ojos de la familia. La marca tenebrosa en el brazo del Señor Travers, los golpes que la Señora Travers ocultaba con maquillaje, el chico (con quien querían comprometerla), era ya un adulto, feo y viejo como el padre de Frankie, que portaba la misma marca tenebrosa.

Ese hombre la vio de forma vomitiva, el cual esperaba a que llegara el minuto en que Jessica se volviera mujer, en el ámbito biológico, para seguir el maldito linaje. No podía permitirlo, sería menospreciar todo su esfuerzo. Todas las lágrimas que soltó para no quedarse estancada en la mediocridad.

Le importaba poco ser la heredera de la casa.

Continuó respiración a respiración.

Entonces unas pisadas silenciosas se acercaron a Jessica. Llegó a un pequeño claro del bosque, donde la luna llena alumbraba el pasto. Jessica buscó el origen del sonido, abrazada a la mochila, hizo oídos sordos al mareo por la pérdida de sangre.

Entre los arbustos salió un lobo fino, con el pelaje sedoso negro. Jessica apuntó con la varita hacia el lobo, que no le quitaba los ojos encima del raquítico cuerpo.

Se le unieron dos, después cuatro, hasta que llegaron a ser más de una decena. Dejó de respirar, con el rezo atrapado en la garganta.

Sin embargo, el lobo de enfrente atesoraba unos ojos especiales, junto a una belleza única. Rebosaba vida, brillaba luz a pesar de ser tan negro como una piedra de ónix y le trasmitió un sosiego abrumador.

La bestia corrió hacia ella y se abalanzó sobre Jessica, que no tuvo tiempo de reaccionar. Sintió como el lobo le rasgaba la parte superior de la polera y no le dejaba escapar. Lamió una gota de sangre que le resbaló de la espalda.

Jessica no gritó o suplicó ayuda. Porque ese lobo la dominaba de una manera perturbadora.

Lo último que logró diferenciar Jessica fue la luna brillante y un profundo dolor que provino del delgado muslo derecho; arañó el lomo del lobo atacante encima de ella.

El resto de los lobos rodearon a Jessica, quien querían probar de la carne juvenil, pero su atacante no los dejó. Los obligó a que mostraran el cuello y ellos obedecieron. Sintió como el cuerpo era cargado por el lobo que mandaba.

Al final, Jessica comenzó a llorar, porque en ese momento lo comprendió.

Que la humanidad se le escapó del cuerpo.

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Notas:

1) Cosmic Love: Florence + The Machine.

Hola...

Les dije que tenía planes para Jessica... Aunque no dije que tipos de planes.

El ciclo se repite con Jessica. Supongo que ya deben saber de quién se trata el lobo negro, aunque, de cualquier modo, se va a revelar pronto.

Este capítulo, para mí es un antes y después en el desarrollo de la historia, por lo que amerita una nota más extensa, o quizás, solo estoy buscando un pretexto para extenderme.

Antes que todo, ¡Muchas gracias por leer! Me parece una locura que este fic que comencé como un simple "What if" haya alcanzado la repercusión de ahora.

No lo he estado muy bien en mi vida, por temas relacionados con la ansiedad y estrés(además del instituto y cambios bastantes heavy), pero siempre que leo un comentario o un voto, sonrío al saber que de verdad hay gente que me lee. Sin duda, ese sentimiento no tiene precio alguno y me motiva a continuar escribiendo.

Ya relacionado con el capítulo, estoy muy feliz por la acogida que tuvo Jessi en la historia; y hasta yo misma me muestro impresionada por su evolución en la historia. Ahora no me queda más que esperar a ver su reacción ante los eventos de sexto año...

Para concluir, reitero mis agradecimientos y repito en voz alta: "NO ME RENDIRÉ", se como termina este fic (en mi cabeza y mis mil apuntes ya tengo todo planeado), solo toca escribirlo. Estoy deseosa de llegar ahí, pero se muy bien que eso significa trabajo. Y trataré de dar mi mejor esfuerzo.

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