Lo único que querían era conversar a solas, por lo que entraron a la sala multipropósitos, precavidos de que esta tomara en cuenta los deseos de hacerlo.

De cierta manera acabó por volverse tradición que Harry le contara a Draco los nulos avances que había hecho con Ron— "no te martirices más, los idiotas siempre serán idiotas" le respondió para relajarlo un poco (cosa que no funcionó)— además de volver a cuestionar el particular encuentro con Jessica; y Draco, que siempre escuchaba como si fuera la primera vez que lo hacía, le contestaba con una mueca dolida.

Eso de los conejos es extrañísimo —murmuró Draco, una vez Harry acabó—. Si seguimos así, se van a terminar por extinguir… ¿Acaso no será una maniobra del viejo para abaratar los costos de la carne de conejo que sirve en la cena?

—No digas estupideces, Draco (1) Esto es grave.

Draco colocó los ojos en blanco y sacó la cajetilla de cigarros que albergaba las últimas dos unidades. Hace poco que aquel chico de Ravenclaw vendía sus favoritos y ahora temía que volviera a recaer en la adicción que tuvo en cuarto, cuando recién descubrió el vicio.

—Trataba de aligerar el ambiente —se defendió Draco, que le extendió el último cigarro a Harry, quien lo rechazó—. ¿Ocurre alguna otra cosa?

—No, tan solo no quiero fumar.

Raro…

—Hoy no me apetece matarme.

Muy, muy raro.

Ahora fue Harry quien colocó los ojos en blanco y Draco encendió el cigarro mientras se tendía en la alfombra de la pequeña habitación. Harry sacó el mapa del merodeador ansioso por hacer algo, pero al darse cuenta de que no había nada interesante que sacar de ahí (todos sus conocidos se encontraban en lugares previsibles), cambió al libro del príncipe mestizo el cual hace días no tocaba.

—No me viniste a felicitar por mi asombrosa victoria…

Ah… lo siento.

—¿Tan siquiera fuiste al partido? —Draco observó la manera en la que Harry alzaba la mirada y la devolvía al libro. Al ver el gesto negativo que hizo Harry; chasqueó la lengua—. Qué malo, Potter~

Trató de sonar divertido, casi meloso, pero en realidad sintió una fuerte opresión en el pecho que lo hizo entonar aquella frase más serio de lo que pretendía. Harry suspiró, se levantó del asiento y se fue a sentar justo al lado del estómago de Draco, quien seguía acostado en el suelo.

—Han sido días complicados.

Nah, lo entiendo… —reconoció Draco, que se enderezó con la colilla del cigarro cayendo entremedio de las hebras de la alfombra— ya se me pasará. Como sea ¿Qué lees?

Harry le extendió el texto para que Draco lo analizara escéptico.

—Otra vez con ese librito.

—¿De verdad que no tienes ni idea de quien puede ser "el príncipe mestizo"?

—No conozco a nadie tan egocéntrico como para que se pueda apodar a si mismo de esa manera —le contestó Draco, antes de hacer una pausa, inclinarse a la chimenea, tirar las colillas entre las cenizas viejas y acercarse de vuelta al oído de Harry—. Bueno, nadie más que tú, obviamente.

Escuchó el reclamo de Harry y lo ignoró; aun así, volvió a darle una ojeada a la letra en tinta negra. Se le hacía un poco conocida, pero no era un tipo de caligrafía similar a ningún profesor o alumno. Quizás la había visto en un pergamino de alguien de clase. Aunque era ese tipo de letra variante según la inclinación de la pluma y el estado de ánimo del día; se notaba en ciertas páginas furiosas, mientras que en otras más redondeaba.

Sin embargo, dejó de darle vueltas al asunto en cuanto Harry cerró el texto y lo miró. Draco fumó una larga calada, lo mantuvo y obligó a que Harry lo besara. En cuanto fue separado de un empujón, Draco observó con una sonrisa maliciosa como los ojos de Harry se llenaron de lágrimas mientras tosía.

—Hijo de… ni siquiera… son tan buenos.

—Un pequeño castigo —se burló Draco, que se reincorporó rápido, apartó el libro a un lado y apagó el cigarro contra el suelo a pesar de estar a la mitad—. Para que no se te olvide ir a verme en el próximo juego.

—Eres un idiota…

Slytherin contra las ratas amarillas… y si ganamos, cosa que va a suceder…

Harry se limpió la boca con el dorso de la mano y alzó el mentón, para exclamar:

—¡Voy a disfrutar pateándote el trasero!

Draco se echó hacia atrás con los brazos extendidos, incitando a que Harry se le subiera encima. De esa manera, pecho contra pecho, rostro contra rostro, Draco hundió los dedos de la mano izquierda en el pelo de Harry y descansó la mano contraria en la espalda del chico.

—Ya quisieras Potter, ya quisieras…

• ── ◦ ◦ ── •

Llevaba cerca de media hora con la profesora Sinistra, hasta que ya no pudo aguantarlo más.

Harry se lo dijo y ahora Draco asumía el peso de ser cómplice. Si llegaba a suceder algo, él no podría hacer oído sordos y lavarse las manos de la culpa.

—Profesora, le debo contar algo —dijo Draco, a lo que la profesora Sinistra le hizo un gesto con la cabeza para que hablara con total libertad— Bueno… es sobre Jessica: ella es…

— Una mujer lobo —completó Sinistra, que le dio un breve sorbo al té y reposó las manos cruzadas sobre la mesa—. Ya estoy enterada de eso.

—¿Pero cómo? ¿Ella se lo contó?

—Más o menos, cuando le pedí que regrese a tomar las clases extra, me dijo que no las necesitaba porque se encontraba "tan cerca de la luna como siempre había soñado". —Draco miró un minuto al cielo y luego la bola mágica que seguía reluciente en la estantería superior— Me pareció una forma muy bonita y a la vez triste de revelarme la verdad.

Draco escuchó el relato, pero no encontró la relación inmediata. La profesora advirtió la duda, junto al motivo detrás de los labios contraídos, la cabeza ladeada y el silencio pensativo; luego volteó a ver el punto en donde los ojos apuntaban con una media sonrisa.

Querido, ¿sabes el motivo por el cual los hombres lobos también son llamados "esclavos de la luna"?

—Ese término solo lo usan los centauros…

—Si, bueno, ellos lo originaron; aunque varias otras criaturas, como los duendes lo emplean. Pero dime, ¿te haces una idea de la razón?

No debía ser un genio para darse cuenta de esto. Draco arrugó la nariz y por instinto se llevó una mano a la cicatriz que albergaba en medio del rostro. Tan feroz, maligna e inhumana. No contestó, pero no porque no supiera la respuesta, sino porque no se atrevía a pronunciarla.

—Porque se someten mes a mes al poder de la luna —se respondió a sí misma. Draco asumió las palabras en el interior y miró a la profesora, para abrir muchísimo los ojos al notar el brillo lagrimoso reflejado en los ojos de la mujer—. Es bastante triste pensar que Jessica, siempre deseó volverse esclava de algo más poderosa que ella misma.

Draco observó la ilustración del libro. Estudiaban acerca de la plata y no pudo quitarle la mirada a esos grilletes que, el lobo del dibujo, traía puestos junto a una grotesca expresión de dolor. La luna, como siempre, miraba desde atrás; impasible ante la súplica del lobo.

Por más que Jessica hubiese deseado convertirse en esclava de la luna, a esta le daba exactamente lo mismo. A lo mejor, por eso, dolía tanto cada transformación; porque la luna nunca respondería sus intenciones.

• ── ◦ ◦ ── •

La primera alerta vino a la hora del almuerzo: cuando Ron subió al cuarto y no regresó a comer. Harry no le tomó atención.

La segunda vino en herbología, entre ramas de asfódelo y díctamo, Harry se percató de que no hubo ningún desastre proveniente de la mesa que compartía con Lavender. Miró un segundo a Hermione, que se encogió de hombros y luego a Draco, que parecía tan inmerso en cortar las ramas que no se dio por aludido en ningún minuto. Harry le prestó atención, pero se encogió de hombros.

La tercera llegó en la hora del té. Ron no estaba devorando pastelitos ni haciendo el vago por ningún lado. Harry lo advirtió, pero decidió seguir con el plan de quedar en la sala multipropósitos antes del entrenamiento de las cinco. "Quizás le ha sentado algo mal" pensó Harry y tomó sus pergaminos de encantamientos para ponerse a estudiar con Draco.

La cuarta y última alerta vino en la práctica de quidditch. Ron no se presentó y, a pesar de que todo transcurrió con cierta normalidad, tuvieron que simular un par de jugadas con Cormac como guardián suplente.

Harry, que en ese punto ya tenía un muy mal presentimiento, le dio las llaves a Ginny, subió al séptimo piso apresurado, sin siquiera molestarse en cambiarse el equipo de quidditch. Ignoró la curiosidad en el rostro de los estudiantes que lo vieron entrar a la sala común y se dirigió al cuarto nervioso, hasta que sintió un fuerte alivio al ver a Ron sentado, con los ojos puestos en la ventana y una caja presionada contra el pecho.

—¡Ron! ¿Estás bien?

El chico no reaccionó y sacó un chocolate de la caja. Era el último y Harry se dio cuenta de que era uno de los regalos que recibió en San Valentín. El cual dejó bajo la cama con la esperanza de que uno de los elfos domésticos se lo llevara en cualquier momento.

Se acercó al verlo tan tranquilo. Tenía la mirada perdida y una sonrisa boba en los labios, mientras saboreaba el chocolate.

—Ron… ¿Te sientes bien?

El chico se volteó hacia Harry y asintió.

Estupendamente.

—Es que, te noto algo raro.

Lo que más le sorprendía a Harry era esa actitud para nada hostil que Ron mantenía en ese instante con él. Ron depositó la caja en el suelo y dejó escapar un suspiro.

—¿Por qué? ¿Estoy como siempre? Ah, Harry, creo que estoy enamorado.

—¿Perdona?

—Ella es tan hermosa. El pelo tan largo y ¿has olido el perfume que usa? Como chicloso, como… ah… ¿Crees que también le gustaré?

—Bueno, llevan saliendo desde principios de año así que…

Ron frunció el cejo y arrugó la nariz

—¿¡De quien estás hablando?!

—De Lavender ¿no?

—¡Serás imbécil! Amo a Romilda Vane, ella es preciosa.

Harry no comprendió nada, fue a la cama y tomó la carta que venía con el obsequio. Una foto de Romilda que lanzaba un beso. En efecto sintió el olor chicloso que albergaba esa caja y luego solo unió cabos.

—Maldita sea, Draco tenía razón.

Ron se cruzó de brazos— ¡¿Qué tiene que ver el hijo de puta de Malfoy!? ¡Mira! ¡Se que no te importa mi amor por Romilda! Así que vete y déjame solo.

Los efectos de las pociones de amor eran curiosos. Sin duda lo eran. Harry alzó una ceja y tomó a Ron del brazo que se dejó agarrar manso como un gato que gruñía pero no mordía. Se le veía a kilómetros que la cantidad de pócima utilizaba había sido excesiva, porque Ron suspiraba cada dos por tres, drogado hasta las cejas.

—Solo digo que Draco tenía razón porque me dijo que Romilda se moría por hablar contigo. Hoy es tu día de suerte, Ron.

—¿Cómo? ¿De verdad? ¿Me la presentarías?

—¡Si! ¡Vamos ahora mismo!

Ron asintió vigoroso, hincho el pecho y salió del cuarto.

Lavender que aguardaba por él en el sofá, se acercó a Harry y trato de abrazar a Ron, que la desconoció por completo. La chica ahogó un llanto afligido y se fue a encerrar al cuarto de chicas, mientras Harry se rascaba la nuca sin saber cómo reaccionar.

Sabía que la única persona que podía ayudarlo con pociones de amor era Slughorn, el único problema era que, desde que Harry intentó instarlo a decirle información acerca de los recuerdos de Tom, el profesor lo comenzó a ignorar; pero, tan pronto volvió a mirar a su amigo, asintió. Ya se le ocurriría algo. Bajó las escaleras con los murmullos enamorados de Ron acerca de Romilda de fondo y llegó a las puertas de los aposentos del profesor.

Tocó varias veces la puerta, hasta que Slughorn salió. Al ver a Harry, arrugó la frente con tanta fuerza que le pareció sorprendente como el hombre podía llegar a lucir más viejo de lo que era.

—Ah, Potter, lo siento; tengo cosas que atender… —trató de excusarse Slughorn, mientras cerraba la puerta—Nos vemos mañana.

—¡Espere, profesor! —le pidió Harry que colocó la mano libre en la abertura de la puerta—. ¡Se trata de mi amigo: Ron! Esta bajo los efectos de una poción de amor.

El profesor se enderezó y le dirigió la atención a Ron, que le sonrió con soltura. El profesor se lo pensó un segundo antes de abrir la puerta resignado.

—¡Wenby! ¡Amigo! ¿Qué te ocurrió?

Ron rio ante el llamado del profesor y comenzó a deambular por la sala.

—Parece ser un caso severo… normalmente la amortentia se debe administrar en dosis pequeñas, como una gota —habló el profesor, acostumbrado a dar explicaciones—. ¿Qué fue lo que comió?

—Una caja entera de chocolates rellenos.

Ah… —suspiró Slughorn, que rebuscaba en la alacena— estas chicas, de verdad, no piensan las consecuencias de sus acciones. Lo peor de la Amortentia, es que es excesivamente adictiva: es normal que se haya acabado la caja.

Harry se aproximó a Slughorn, con la actitud de un perro arrepentido.

—Profesor, sobre lo ocurrido hace un par de meses…

—¡Todo olvidado, Potter! La curiosidad en su justa medida es provechosa, pero debes administrarla bien.

Harry sonrió y forzó una sonrisa, aunque sabía que una vez que Ron se recuperara, retomaría en la búsqueda de sacarle toda la verdad a Slughorn.

El profesor sacó una botella polvorienta de la estantería y sirvió en un vaso un líquido rosa, la cual le entregó a Ron. El chico se negó a beberla en un principio, pero luego de varios intentos, decidió tomar un poco.

Como si la vida le llegara al cuerpo, Ron comenzó a fruncir el cejo con cada sorbo. Al final, tosió y miró a Harry junto al profesor.

—¿Qué me ocurrió?

—Un grave caso de poción de amor —le contestó Slughorn, que se llevó el vaso hasta el fregadero—. Welby, de no ser por Potter… solo Merlín sabría qué habría sucedido.

Ron levantó la mirada del suelo y la dirigió hacia Harry. Sin saber muy bien cómo reaccionar, se aplastó el pelo.

Gracias, Harry.

Harry le sonrió como respuesta y pronto los dos chicos salieron de la sala del profesor. Todo el camino de vuelta a la sala común, Ron se mantuvo en silencio y una vez llegaron a ¿la habitación tomó la caja de chocolates.

—Estas chicas me van a terminar matando.

Harry se rio con levedad, sacó el resto de los chocolates, antes de tirar una por la ventana y quemarlas en el aire. Era mejor ser precavido. Le entregó otra a Ron, que la miró antes de zarandearla para sentir que estaba llena de chocolate.

—Qué desperdicio…

—Ya no pienso comer ni una.

—No mientas, nunca tuviste la atención de comerlas—le respondió Ron, que imitó a Harry. Tan pronto la caja se incendió, un olor a chocolate inundó la habitación—. Demonios, ¿Qué mierda? ¿Cuántas son?

—Ni idea, pero ninguna acertó con mi sabor favorito.

Frutilla, menta, naranja, amargos y blancos. Harry y Ron destruyeron cada caja, hasta que no quedó ninguna; momento en que volvió a llenarse ese cuarto con el silencio incómodo de ambos.

Ron, en ese momento, abrió la caja de su mesilla de noche, donde siempre albergaba comida y le aventó una barrita de chocolate a Harry.

—Relleno de mantequilla de maní —le dijo Ron, con las manos en los bolsillos.

—Mis favoritos…

—Si, Harry, lo sé.

Sin agregar otra cosa, Ron le dedicó una última sonrisa y salió de la habitación. Harry abrió el dulce y lo mordió, al mismo tiempo en que examinaba la mesita de noche de Ron, para darse cuenta de que Ron albergaba una colección de barias barritas rellenas de chocolate de maní y otra rellenas de caramelo.

Sin duda, Ron se comportaba de manera curiosa, porque Harry sabía de antemano que su amigo era alérgico al maní.

• ── ◦ ◦ ── •

—¿Para cuándo?

—Pronto, padre.

—No soy demasiado paciente, lo sabes bien, hijo.

Thomas metió las manos en los bolsillos y le entregó la carta a Greyback que le dio una rápida leída antes de dársela a la chica a un costado, quien la agarró ansiosa, solo para embriagarse del casi imperceptible olor que emanaba el comunicado.

—Padre, esta es una oportunidad por la que hay que ser paciente. Si lo que mi hermana dice es cierto, estamos demasiado cerca de lo que imaginamos.

Greyback se lo pensó, mientras agitaba el contenido de la copa de vino.

—Padre, ayudaré a que cumpla la misión, pero las barreras han cambiado. Ya no son tan fáciles de derribar como lo fueron hace un par de años. Va a salir todo bien, te lo aseguro con mi vida.

La chica se despegó de la hora de pape, solo para sentir las caricias de la mano de Greyback en su pelo. Sonrió encantada y se sentó en las piernas del hombre, abrazada a él.

—¿Tanto confías en ella?

—Tengo mis dudas, pero… confío en la elección de mi hermana.

Greyback recibió un beso en la mejilla de la mujer y le apartó un mechón de pelo del rostro. Esta, aun con la carta entre las manos, hizo el ademán de querer hablar, no obstante Greyback las detuvo llevándolas a los labios, donde posó las puntas de los dedos encima.

Al separarlas la chica cerró los ojos y se quedó apoyada en el pecho de Greyback.

—Es cierto, hija; solo por ti, me jugaría la vida.

• ── ◦ ◦ ── •

Notas:

1) Esta frase mientras editaba me recodó al meme: "No digas mamadas, Mary Jane" xD, me hizo tanta gracia que preferí mantenerla JJSJS.

Hola!

Lamento la actualización un poco más tardía de lo habitual. Esta última semana he estado algo ocupada, pero logré hacerme el tiempo para editar el capítulo.

No se me ocurrió canción que quedara con el capítulo, así que la deje sin uno. Esta semana, lamentablemente, no hay recomendación musical.

The Machine