Sus labios formaron una fina línea al terminar de escuchar el relato completo mientras se removía ansiosa en el lado izquierdo de la cama. Sarada terminó por arrastrarla a su habitación con una mirada suplicante para que no abriera la boca de más en cuanto entraron a la casa.
Ahora estaban una junto a la otra en medio del amplio colchón de la cama con dosel y en completo silencio. Namida todavía seguía procesándolo.
—¿Desde Aspen? —pregunta con incredulidad— ¿Cómo es posible que hayan podido mantenerlo oculto hasta ahora? ¿Alguien más sabe de esto?
—Itachi está al tanto y Shinki nos vio en el club la otra noche. —tragó saliva— Y sospecho que Ryōgi también, pero sigo sin entender porqué no le ha dicho nada a mis hermanos si se supone que les da un reporte semanal de mis movimientos.
Por supuesto que le molestó que desde el primer día en que se mudó a Londres de manera semi-permanente tuviera un séquito de subordinados de Ryōgi siguiendo cada paso que daba en la ciudad, pero desistió de reclamos cuando comprendió que por más que insistiera, su padre y sus hermanos no cambiarían de opinión.
Con el tiempo se acostumbró a ser vigilada de cerca e hizo su vida lo más normal que podía, ignorando hasta cierto punto que el hijo de Konan sabía su ubicación exacta en todo momento.
—Ryōgi es el mejor amigo de mi primo. —comenta Namida encogiéndose de hombros— Supongo que le cubrió las espaldas.
Eso tenía más sentido, admitió la Uchiha.
—Aún así... —sacude la cabeza— Creí que te gustaba Boruto, al menos es lo que todos piensan, incluso la tía Hinata y tu madre esperan un anuncio de compromiso en cualquier momento.
Sarada soltó un suspiro, hundiendo la cabeza contra la almohada y permitiendo que la castaña se recostara junto a ella sin dejar de mirarla expectante.
—De no haber iniciado este embrollo con Kawaki, tal vez... —susurra observando el techo y negó— No puedo hacerle eso a Boruto.
—Sé a lo que te refieres. —asiente Namida apoyando su cabeza contra su hombro— Pero así como fui yo la que los descubrió hoy, cualquiera pudo haberlo hecho, cada vez hay más posibilidades de que lo sepa.
—Lo sé.
—No diré nada. —prometió— Pero si están arriesgándose tanto, deberían hacerlo por algo que valga la pena.
La Uchiha frunció el ceño un poco y afirma con suavidad.
—Yo no... —se muerde el labio inferior y evitó mirarla— Ni siquiera sé lo que estamos haciendo.
Le dolía decirlo en voz alta, pero él no había demostrado interés más allá de un buen polvo. La buscaba a escondidas, hacía de todo por llevársela a la cama y luego le decía cosas hirientes para distanciarse. Sin embargo, también estaban los reclamos cuando se acercaba a alguien más que le devolvían un poco la esperanza de que pudiera tratarse de celos y la manera en la que le consoló en la ducha aquella noche infundiéndole seguridad entre sus brazos.
Sus acciones la confundían. ¿Sentía algo por ella o sólo le entretenía?
—Entonces busca a alguien que no dude. —aconsejó Namida con una sonrisa afectuosa— Quiero que seas feliz, Sarada, ese será uno de mis deseos siempre.
La Hyūga le adoraba como una hermana mayor, era tal vez la persona que más admiraba en el mundo. Lo supo hasta que tuvo la edad suficiente para comprender la magnitud de lo que hizo por ella.
Sarada la había salvado en todos los aspectos posibles. ¿Cómo es que incluso en medio de una tragedia se las había arreglado para hacerlo ver como un juego de niños para evitarle ver a su hermano y a su padre ser masacrados cruelmente?
Recordaba los disparos y lo que sucedió después de que entraron a la casa, pero nada más, y eso podía considerarse suerte con todo lo que pudo haber visto.
—Gracias, ranita.
Namida sonrió al oír aquel apodo con el que su padre solía llamar a la Uchiha cuando era pequeña y que tiempo después la pelinegra comenzó a usar con ella. ¿Cómo no iba a quererla?
—Sarada, tú... lo quieres, ¿verdad?
No hubo respuesta, pero su silencio fue una clara confirmación. Era bastante obvio, por la manera en la que sus ojos brillaron con melancolía y sus labios temblaron luego de intentar encontrar la voz para hablar.
—Me ofrecí a buscarte para decirte que Daisuke llevó a tus amigos a sus habitaciones. —cambió de tema para aliviar la tensión del ambiente— Les diré a los demás que no estás de humor para trasnochar y que prefieres ir a dormir temprano.
Namida le ofreció una sonrisa dulce y se puso de pie con la intención de regresar con los demás, seguro ya debían estarse preguntando porqué tardaban tanto.
—Por cierto, Sarada... —se detuvo antes de salir— No voy a contárselo a nadie, lo prometo.
Y se fue sin más, cerrando la puerta detrás suyo.
La Uchiha se dejó caer de espaldas en la cama con las manos cubriéndole el rostro. Tenían que detenerse o las cosas se les saldrían de las manos. Ahora no sólo su hermano y Shinki sabían su secreto, también Namida y seguramente Ryōgi. Eso sin contar a Chōchō y Yodo, que durante toda la cena no pararon con las miradas acusatorias hacia el Uzumaki.
Ya eran demasiadas personas y cada vez se volvían más descuidados. Como en ese momento, cinco minutos después de la salida de Namida de su habitación y la puerta ya se estaba abriendo de nueva cuenta. Ni siquiera hubo necesidad de preguntar quién entró sin permiso cuando ya sabía la respuesta.
—¿Qué haces aquí? —pregunta sin mirarlo— Creo que hemos corrido suficiente riesgo por hoy.
—Namida no dirá nada. —contesta Kawaki con una tranquilidad envidiable— Ella te idolatra demasiado para delatarte con los demás. Seguro es la más feliz de conocer un secreto tuyo y demostrarte su lealtad al callar.
Sarada resopló, levantándose de la cama para buscar su pijama en el primer cajón de su armario, ignorando deliberadamente la presencia masculina.
—Ryōgi sabe, ¿no? —pregunta mirándole de reojo— Durante la cena me miró de manera extraña cuando hablaste sobre la propiedad que Maxim te vendió.
—Sí, lo sabe. —no quiso entrar más en detalles, no había sido a eso a lo que había venido— Al igual que tus amigas.
—Sí. —se limitó a decir la joven en un hilo de voz.
La observó tomar el cepillo de su tocador y desenredar con cuidado su cabellera larga, tan sedosa que por un momento le provocó pasar sus dedos entre la cortina espesa que lucía como terciopelo negro.
La Uchiha lo vio a través del espejo a la espera de algo, como si supiera que estaba allí para continuar con la discusión que tuvieron justo antes de su momento apasionado en las caballerizas. Y no se equivocaba, porque era el motivo de su visita clandestina.
—¿Al fin me dirás lo que has estado ocultándome? —frunció el entrecejo— Y no intentes evadir la conversación, conozco tus juegos.
Ella desvió la mirada, terminando de cepillar su cabello y girándose sobre sus talones para enfrentarlo.
Kawaki se veía tan imponente como siempre, con sus casi dos metros de altura y su traje de tres piezas hecho a la medida. Él tomó asiento en la orilla de su cama y a pesar de que era ella la que ahora lo miraba desde arriba, la diferencia era mínima. ¿Por qué tenía que ser jodidamente enorme?
—Te has comportado extraña desde ese juego de verdad o reto. —entrecierra los ojos, alcanzando su mano para tirar de ella y acercarla hasta que terminó entre sus piernas— Y sé que no fue por la pregunta que te hizo Mitsuki.
Ella se mordió el labio, no sabiendo si era lo más sensato el decirle la verdad, así que decidió tantear el terreno primero.
—No sabía que mataste a Koharu Utatane. —susurra ella, tomándolo desprevenido— Creí que se esfumó de la faz de la tierra.
—Estaba viviendo su vida de retiro en una casita en una isla turca llamada Bozcaada. —echa el rostro atrás para mirar a la joven— Era una anciana, pero me reconoció en cuanto me vio.
Se removió incómoda ante su respuesta y él lo notó.
—¿Qué es lo que te molesta? —enarca una ceja— Estabas allí, viste su insensibilidad al ordenar nuestra muerte para evitar cabos sueltos.
—Sí, también recuerdo que ordenó mi búsqueda, quería usarme para doblegar a papá.
—¿Entonces? —su ceño frunciéndose más si es posible— ¿Qué te irrita tanto? ¿Que no le haya perdonado la vida a alguien que arruinó la mía?
Estaba comenzando a molestarse y ella se dio cuenta por la manera en la que la sujetó de ambas muñecas para que no huyese. ¿En qué momento se había metido en ese embrollo?
—¿Quieres acabar con todo aquel que tuvo que ver con la muerte de tus padres? —se relame los labios, indecisa— Porque si es así... tendrás que matarme a mí también.
—¿De qué estás hablando?
Podía ver la confusión en su mirada, él de verdad no se esperaba que soltara aquello de la nada. Entonces Sarada pensó que tal vez ya era momento de poner tierra de por medio por el bien de ambos. Y si la única forma de conseguirlo era mediante el odio, sería mejor que fuese ahora y no cuando su corazón estuviera completamente ligado al suyo.
Aunque sospechaba que ya lo estaba y de cualquier manera la destruiría.
—Fui yo la que mató a tu padre. —confiesa, en un tono tan bajo que apenas fue capaz de escucharla— Yo jalé del gatillo. Yo lo asesiné.
Él parpadeó desconcertado. ¿Cómo...? Durante todo este tiempo tuvo la creencia de que su padre fue abatido por Sasuke Uchiha y sus hombres.
—Explícate. —exigió al instante.
—Fue después de llevar a Namida con su madre. —susurra desviando la mirada— Estaba... tan molesta porque papá no había ido a buscarme y al mismo tiempo preocupada por el hecho de que pudo haber tenido el mismo destino que el tío Neji...
Hizo una pausa, armándose de valor para terminar el relato y sabiendo que él la miraba expectante.
—Tenía el arma que recogí del sujeto que le disparó a Kaito y al bajar escuché voces en el vestíbulo... recién habían encontrado la manera de entrar en la casa. —sin poder evitarlo, sintió que su cuerpo tembló ligeramente— Entonces los vi. A tu padre hablando en complicidad con Koharu Utatane y Homura Mitokado.
—¿Los tres juntos estaban ahí?
—Planeaban acabar con todos los Hyūga para evitar reclamos futuros sobre la sucesión. —asiente con un suspiro— No había nadie dentro de la casa que pudiera impedir que llegaran al sitio donde todos se escondían. Papá combatía fuera y el tío Naruto no podría con todos y yo...
De nuevo silencio. La luz de la luna iluminaba el interior de la habitación y el aire fresco de la noche entraba por la puerta de su balcón.
—Pensé que sin nadie que diera las órdenes, el resto debía forzarse a una retirada. —se muerde el interior de la mejilla con nerviosismo— Así que salí de mi escondite y disparé. Homura y tu padre no reaccionaron a tiempo, pero Koharu logró conseguir que la bala no alcanzase un punto vital.
—Recuerdo que estaba herida. —murmura Kawaki con seriedad— Al dar la orden de acabar con nosotros, ella intentaba contener una hemorragia en su hombro.
Las partes inconclusas que faltaban sobre lo que sucedió aquel día comenzaban a caer una a una en su sitio. Y Sarada había jugado un papel fundamental, ahora lo sabía, pero seguía sin poder creerlo.
Era una niña de siete años, ¿Cómo era posible siquiera que tuviera la habilidad para hacer algo como eso?
—Dijiste que Koharu te arruinó la vida. —tragó saliva, sin atreverse a verlo todavía— Entonces yo también soy culpable.
Tampoco podía decir que se arrepentía de sus acciones, porque eso sería una completa mentira, de no haberlo hecho probablemente las perdidas que sufrieron habrían sido el doble. Boruto y Himawari no estarían aquí, Namida tampoco.
—¿Por qué me estás diciendo esto?
—Porque tal vez así me odies. —replicó con los labios temblorosos— Quizás es la única manera para que decidas terminar con lo que sea que es esto y podamos continuar con nuestras vidas.
Kawaki sacude la cabeza con una sonrisa llena de ironía, tirando de su brazo con la fuerza suficiente para tumbarla sobre su regazo. Ahora ella lo observaba confundida desde abajo.
—¿Quieres que te odie, bambi?
—Quiero que dejes de intentar meterte en mis bragas. —su vocecita era un maldito estímulo sexual para él— Porque por mucho que quiera, yo no puedo dejar de tropezar con la misma piedra.
La ayudó a acomodarse a horcajadas sobre él y levantó una mano para colocarla sobre su mejilla con un gesto tan suave que a ella le resultó impropio viniendo de su parte.
—¿Por eso te has estado comportando tan rara? —pregunta tomándola por el mentón para obligarla a mirarlo— ¿Esa es la razón por la que me estás evitando con tanto afán?
Ella se remueve contra su torso, ligeramente apenada. Esperaba cualquier tipo de reacción, menos esta.
—¿Puedes culparme? —lo empuja poniendo sus manos en su pecho— Has dicho que lo que más te enorgullece es haber matado a la persona que asesinó a tu madre.
—¿Y tienes idea del porqué?
Sarada negó.
—Porque por mucho tiempo Koharu fue el rostro de mi trauma. —la miró directo a los ojos— No por haber ordenado la ejecución de mi madre, sino por convertir ese recuerdo en mi peor pesadilla.
—No entiendo...
—Que alguien tenga el control de una situación de la que depende tu vida y no puedas hacer nada por cambiarlo es frustrante. —explicó— ¿Tienes idea de cuántas veces me reproché el no ser lo suficientemente habilidoso para defenderme por mí mismo?
Sarada aguardó en silencio, comprendiendo finalmente su postura y sintiéndose un poco identificada aunque no lo dijera en voz alta. Ella también se reprochó el no ser capaz de salvar a los que quería.
—Y sin embargó, tú... —se llevó su mano a los labios y dejó un beso en la yema de sus dedos— No arruinaste mi vida, Sarada. Tú la cambiaste para bien.
La pelinegra retuvo el aliento sin saber qué decir. Por un momento creyó estar desvaneciéndose en sus brazos.
—Mi padre no merecía más que la muerte. —se encoge de hombros— El que ya no esté no me quitó el sueño ni el primer día de su ausencia.
—No te creo.
—Si no lo hubieras asesinado, tal vez todo sería diferente. —frunció el ceño— ¿Te has puesto a pensar en eso?
Ella negó avergonzada. La verdad era que nunca reparó en lo que hubiera sucedido con la vida de los demás de haberlo dejado vivo.
—Los Uzumaki-Hyūga no me hubieran adoptado. —coloca un mechón de cabello oscuro detrás de su oreja con delicadeza— Y por mucho que me cueste admitirlo, es lo mejor que me pudo haber pasado. Así que también eres responsable de eso.
De un momento a otro la conversación se volvió tan íntima que ella temía explotar esa burbuja que se creó a su alrededor. Lo único que quería era aferrarse a su cuerpo y no soltarlo nunca porque a pesar de despertar un torbellino de emociones en su interior, él también era capaz de brindarle esa sensación de protección.
Algo insólito, porque nunca sintió la necesidad de buscar refugio en nadie que no fuera su familia. Ese era un sentimiento nuevo.
—No los echo de menos. A mis padres biológicos, quiero decir. —se aclaró la garganta— Y no te odio a ti, Sarada. ¿Cómo podría hacerlo si mi deseo de tenerte cerca es más fuerte?
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas al escucharle. ¿Por qué tenía que decirle ese tipo de cosas? ¿Es que no entendía que no quería seguir ilusionándose con una posibilidad de estar juntos?
Aún así permitió que sus manos acariciaran los costados de su cuerpo y le sacaran el pequeño top sin mangas por la cabeza. Sabía que no deberían estar haciendo esto después de ser pillados un par de horas atrás, pero ni siquiera el sentido común los detuvo.
Escuchó la tela de su falda rasgarse minutos después, pero no le importó, estaba más concentrada en fundir sus labios con los suyos mientras se las arreglaba para sacarle la ropa a él. El saco del traje aterrizó en su alfombra y los pequeños botones de su camisa blanca saltaron por todos lados cuando se la arrancó de un tirón.
Parecían desesperados por sentirse piel a piel.
—Joder, nena, acabo de tenerte y ya te necesito otra vez. —susurró contra su boca, recorriendo su espalda desnuda con las manos— Estás volviéndome loco.
Ella lo empujó hacia atrás hasta que su espalda tocó el colchón y una de sus manos se escabulló entre sus cuerpos para desabrocharle los pantalones y sacar su miembro. Al parecer, él no era el único impaciente, porque segundos después se empaló a si misma sin tanta demora.
Kawaki la dejó tomar el mando de la situación. Tener a Sarada Uchiha cabalgando sobre él con el cabello azabache cubriendo parte de su rostro y sus pechos desnudos rebotando frente a sus ojos era la jodida imagen más erótica que existe. Era preciosa, toda ella, hasta el más pequeño rasgo.
Sus labios llenos y enrojecidos estaban entreabiertos y por ellos escapaban suspiros de placer con cada movimiento de sus caderas. La muy maldita ni siquiera hacía nada por disimular la sonrisa de genuino orgullo cada que intentaba reprimir un gruñido.
—¿Te gusta? —susurró ella con la voz agitada, aumentando la velocidad en sus caderas y tomándolo del mentón con brusquedad— ¿Te gusta cómo te monto?
—Me encanta.
Sarada se agachó lo suficiente para deslizar la lengua por su garganta y terminó por tomar ambas manos masculinas para colocarlas sobre sus pechos sin dejar de moverse sobre él con entusiasmo.
Él apretó los dientes, sintiendo que el momento se acercaba para ambos, lo supo por la manera en la que su coño lo estaba apretando. Jodida mierda, ¿en qué momento se había convertido en un demonio sexual de esa proporción? No podía pensar, no podía hilar un mísero pensamiento que no estuviera relacionado con ella y la manera en la que succionaba su polla.
Tras alcanzar su orgasmo, Kawaki la arrastró contra su pecho mientras sus respiraciones volvían a la normalidad. Sarada acomodó su rostro en el hueco de su cuello y aspiró el aroma varonil que tanto le fascinaba. Él rodeó su cintura con un brazo y con el otro los cubría a ambos con una sábana.
Esa noche había luna llena y podían verla desde la cama, eso fue lo que hicieron durante los siguientes minutos donde el silencio inundó la habitación.
—Debo parecer tan patética... —susurró ella, con la mejilla apoyada sobre su pecho, pero no había molestia en su voz— Sigo cayendo una y otra vez aún cuando las cosas están claras entre nosotros.
—¿Qué está claro? —pregunta él, frunciendo el ceño.
Sarada no respondió, en cambio levantó el rostro para mirarlo y de inmediato quedó prendado de sus preciosos ojos oscuros.
—Que no tendré más que esto. —los señaló a ambos— Polvos pasajeros, es todo.
—Sarada...
—No, está bien. —sonríe con los labios apretados— Ya estoy haciéndome a la idea, supongo.
Quería decirle que si aceptaba seguir con esto, no habría nada que no pudiera darle, que todo lo que pidiera lo tendría.
—No tiene porqué ser así. —frunce el ceño— Podemos continuar justo como estamos. Yo iría a Londres cada fin de semana y tú podrías acompañarme en mis viajes de negocios.
—Pero todo a escondidas, ¿no? —sonríe con ironía, sentándose en la cama, intentando poner distancia de por medio— Permaneciendo en la línea sin compromisos.
Sólo consiguió silencio de parte suya.
—¿Por qué te importa tanto ponerle una etiqueta a esto? —espeta imitándola al ponerse de pie— Las cosas funcionan bien así.
—Porque se siente como si no mereciera tener más que una relación entre cuatro paredes. —de nuevo ahí estaban las lágrimas— ¿Acaso no merezco que luchen por mí? ¿No valgo la pena el riesgo?
De nuevo silencio. Y esos breves segundos en los que no dijo nada fueron suficiente respuesta.
—Vete. —pidió en un susurro— Ya obtuviste lo que querías, ahora lárgate.
Muy en el fondo, tenía la esperanza de que se detuviera antes de salir de la habitación y regresara para tomarla en brazos con la promesa de intentarlo, pero una vez más decidió callar.
Lo vio recoger su ropa en completo silencio y tras una última mirada se fue de la habitación.
Se sintió como la persona más estúpida del planeta, porque lo que sucedía era tan evidente y aún así no era capaz de aceptarlo. Kawaki no la quería, jamás lo haría.
Al menos no lo suficiente.
(...)
A mitad del desayuno, Celine interrumpió a Sarada para sorpresa de los demás y dejó en la mesa frente a ella una cajita blanca con un moño dorado en la tapa. Esta vez, la Uchiha no pareció tan sorprendida como la última vez que le enviaron un obsequio.
—¿Qué es? —pregunta Himawari entusiasmada, provocando la suave risa de su madre.
—Por la envoltura, creo que es Bvlgari. —comenta Kaede inclinándose hacia adelante para ver mejor— ¡Ábrelo!
—¿Qué tengo qué hacer para que nadie acepte una mierda de regalos en la entrada? —dice Sasuke en voz alta, provocando que su esposa lo golpeara con el codo en el costado.
—Están cortejando a tu hija, ya resígnate, porque será algo recurrente. —lo reprende la matriarca Uchiha— ¿No es mejor que lo hagan en tus narices que a tus espaldas?
Si supieran, pensó Kawaki. Pero aunque quisiera jactarse de ello, lo único que sentía en ese momento era la sangre fluyendo furiosamente por sus venas, intentando contenerse para no hacer trizas la estúpida caja que todo mundo inspeccionaba con expectación. Incluidos los amigos de la pelinegra.
—¿Lo abrirás ya o qué? —pregunta Mitsuki con impaciencia.
Sarada puso los ojos en blanco y levantó la tapa con cuidado luego de deshacer el moño con sus hábiles dedos. Dentro había un reloj Serpenti Tubogas distintivo de la marca, la correa de oro amarillo de dos vueltas y la caja en forma de gota tenía incrustaciones de diamantes en los bordes y un llamativo color esmeralda de fondo detrás de las manecillas.
—Guau, es muy bonito. —exclama Namida despertando la curiosidad de los demás.
En la parte interior de la tapa había una tarjeta como la última vez y después de leerla, una pequeña sonrisa cargada de ironía y vergüenza apareció en sus labios. En esta ocasión la Uchiha se aseguró de mantenerla lejos de la vista de Mitsuki, que ya comenzaba a levantarse de su silla. Sin embargo, fue Tenten quien casualmente pasaba detrás de su asiento la que terminó por leer en voz alta.
«Cuenta conmigo los minutos para nuestro reencuentro, pajarito.
-K»
—¡Qué romántico! —chilló Karin enternecida— ¡Ay, el amor juvenil!
—¿A eso le llamas romántico? —farfulla Daiki con repulsión— Cualquiera puede comprar un maldito reloj.
—No cualquiera. —susurra Renga en voz baja para que sólo Hōki lo escuchara.
El castaño se mordió el interior de la mejilla. ¿Cómo iba a competir con algo así? Sarada estaba acostumbrada a recibir todo tipo de obsequios y gestos románticos, iba a ser muy difícil sorprenderla con algo.
—Como sea, a Sarada no le gusta, ¿verdad? —pregunta esta vez directamente a su hermana con una sonrisa confiada.
—A ti qué te importa, chismoso. —responde la joven de mala gana— Si me gusta o no, es mi problema.
—No se peleen, niños. —interviene Sakura llamándoles la atención— Sarada, intenta no ser tan borde. Y Daiki, deja de molestar a tu hermana.
Ambos pusieron los ojos en blanco y antes de que comenzara una nueva discusión escucharon a alguien llamar a la puerta principal. Segundos después, por el umbral del comedor apareció la persona que menos esperaron ver:
Menma Uzumaki.
—¡Tío! —chilla Himawari encantada, poniéndose de pie para correr a su encuentro.
El hombre de cabello oscuro y ojos zafiros recibió a su sobrina con un abrazo cariñoso, permitiendo que rodeara su torso con sus delgados brazos.
—¿Y ese quién es? —susurra Chōchō por lo bajo a su amiga rubia— Es un madurito sexy.
—¡Cállate! —la golpea Yodo con el zapato debajo de la mesa.
—Hola, Menma. —saludó Sakura con una sonrisa— ¿Desayunas con nosotros?
—Si a tu esposo no le molesta...
—Sí me molesta, pero qué más da, ya estás aquí. —contesta Sasuke de mal humor.
Sakura resopló. Ni siquiera con el pasar de los años su marido dejó esa rivalidad de lado.
—¿Cómo está mi tío favorito en todo el mundo? —sonríe Sarada con malicia, levantándose de su asiento para enganchar su brazo con el suyo— Siéntate conmigo, por favor.
A Sasuke casi le revienta la vena que se le marcó en la frente al ver a su hija siendo tan amigable con ese imbécil. Y saber que sólo lo estaba haciendo para molestarlo era peor.
—¿Desde cuándo es su tío favorito? —pregunta Mitsuki en voz baja.
—No lo es. —responde Boruto con una sonrisa— Sólo lo hace para molestar a su padre.
Hasta hace poco, ninguno sabía la razón por la que parecía haber ciertas rencillas entre ellos, sólo eran testigos de comentarios malintencionados. La mayoría por parte del Uchiha.
Fue un par de años atrás cuando las mujeres finalmente revelaron que se trataba de líos de faldas. Al parecer Sakura Uchiha tuvo un amor adolescente con Menma e incluso estuvieron comprometidos.
—Por cierto, te enviaré entradas para mi presentación en Dublín. —menciona la pelinegra en tono alegre— Porque irás, ¿verdad?
—Por supuesto.
—Genial, serás mi invitado de honor.
El Uzumaki mayor suelta una risita ronca y niega con la cabeza dejándose guiar hacia el sitio donde antes estaba sentada la chica. Ahora que la volvía a ver después de un par de años, se dio cuenta de su cambio físico, ya era toda una bella mujercita.
—Cada día te pareces más a tu madre. —dice él, con una sonrisa irresistible que a Chōchō le puso a temblar las piernas al tenerlo tan cerca— Deja algo de belleza para las demás.
—No es mi culpa que los genes no favorezcan a todo el mundo. —responde encogiéndose de hombros— ¿Cómo estuvo tu viaje?
—Fugaz. —contesta sin despegar la vista de la pequeña cajita de regalo sobre la mesa— ¿Es el cumpleaños de alguien?
—Un pretendiente de Sarada. —comenta Hinata a su cuñado— Le ha enviado flores y ahora un bonito reloj.
—No me sorprende en lo absoluto. —comenta el Uzumaki pelinegro— Tienes muchos chicos detrás de ti, ¿eh?
—Ninguno que valga la pena. —dice como si nada, continuando con su desayuno.
—Ya aparecerá alguien. —le guiña el ojo— No te conformes con poco.
Sin poder evitarlo, la mirada oscura de Sarada se detuvo en la grisácea de Kawaki y de nuevo se convenció de que lo que le ofrecía no era suficiente.
—Sí, supongo que tienes razón.
(...)
—Este sitio es enorme. —exclamó Renga sin dejar de apreciar la inmensidad del centro comercial más lujoso de Palermo.
En el lugar había únicamente tiendas exclusivas de ropa de alta costura y joyería. Ni en sus sueños más locos se imaginó que algún día pudieran poner un pie allí.
—La familia Uchiha organiza una gala de beneficencia cada año. —explica Himawari caminando delante de ellos— Esta vez, la madre de Sarada decidió que sería una mascarada.
—Y por lo tanto, tenemos que conseguirles atuendos a todos. —añade Kaede con entusiasmo— Esto es emocionante, ¿verdad, Sarada?
—Ajá.
La Uchiha parecía perdida en sus pensamientos, cosa que no pasó desapercibida para Chōchō y Yodo, que caminaban junto a ella sin poder disimular su preocupación.
—¿Estás bien? —pregunta la rubia entrelazando su brazo con el de la pelinegra— Te ves fatal.
—¿Qué fue lo que hizo Asmodeo ahora? —inquiere la Akimichi en tono molesto— ¿Sigue comportándose como un imbécil?
—¿Asmodeo? —se ríe Yodo sin poder evitarlo.
—Sí, el maldito demonio de la lujuria. —contesta la morena como si hubiera sido una brillante descripción— Aunque, él es peor, es lucifer en persona...
—No quiero hablar de él ahora. —interrumpe Sarada con fastidio— En realidad, no quiero hablar de él nunca más.
—¡Eso es, chica! —apoya Chōchō con una sonrisa radiante— Es hora de expandir tus horizontes, en especial ahora que veo los galanes de los que estás rodeada.
La Uchiha pone los ojos en blanco y estuvo a punto de decir algo hasta que Namida y Himawari la obligaron a entrar en una tienda de vestidos.
—Debemos darnos prisa, recuerda el evento de hoy en el hipódromo. —menciona la castaña guiándola a los probadores.
—¿Qué evento? —pregunta Hako a la pelinegra con timidez— No mencionaste nada al respecto.
—Lo olvidé. —resopla ella— El caballo de mi padre compite hoy.
—Se hacen apuestas y todo lo recaudado se suma al monto de mañana. —agrega Kaede— ¿No es emocionante? Iremos en cuanto terminemos con las compras.
Hōki observa con cautela el comportamiento de la Uchiha, reparando en la poca importancia que le daba a esa clase de eventos sociales. No parecía tan entusiasmada como el resto de sus amigas.
—Creo que el azul luce bien en ti. —dice al verla tocando la tela de un vestido en su maniquí— Aunque... creo que todos los colores te lucen.
—Y seguro tú te verás bien en traje. —hace un gesto pensativo— ¿Qué color prefieres?
—Oh, no, no puedo costear nada de este lugar. —sacude la cabeza apenado— Tal vez uno de renta...
—No seas ridículo, nadie les está pidiendo dinero. —menciona en voz alta para que sus cinco amigos la escucharan— Sólo escojan algo que les guste y ya.
—Pero Sarada... —niega Yodo con un susurro— Estos vestidos deben costar miles de dólares.
—No lo sé, nunca veo los precios. —se encoge de hombros y llama la atención de una de las dependientas— Llévese a los chicos y consígales un traje de su medida, los necesitamos para mañana temprano.
La chica asiente efusivamente y los guía al otro extremo de la tienda hasta la sección de caballeros. Fue entonces que Himawari y Kaede tomaron las riendas de la situación, pidiendo que trajeran frente a ellas la última colección de vestidos de gala.
—Supongo que así son las cosas aquí. —susurra Chōchō desconcertada hacia su amiga rubia— Movilizan toda una tienda con un chasquido de dedos.
—Cosas de ricos, supongo. —se encoge de hombros, observando a las otras amigas de la pelinegra dando instrucciones a las dependientas— No tenía idea de que la vida de Sarada fuera así...
—Lo que me preocupa es su estado mental. —se ríe Chōchō— ¿Quién en su sano juicio deja de lado este mundo para irse a la aburrida vida en Londres? Comienzo a creer que está chiflada.
Hubieran seguido hablando al respecto, de no ser por Namida que se acercó a ellas para tirar de sus brazos en dirección a los probadores.
—Ustedes también necesitan un vestido. —dijo la castaña con una sonrisa dulce— Además, ocupamos su ayuda para evitar que Sarada escape de aquí.
—¿Quién querría huir de este sitio? —se ríe la Akimichi— Es un sueño hecho realidad.
—Sarada. —resopla haciendo un mohín— Suele fastidiarse muy rápido.
—Creí que le gustaba ir de compras. —agregó Hako mordiéndose el labio inferior.
Todavía recordaba el montón de bolsas que había llevado aquella ocasión en Harrods en compañía del Uzumaki de ojos grises.
—Ella es la hija de puta más presuntuosa que conozco. —se ríe Kaede uniéndose a la conversación— Hace que le envíen las nuevas colecciones de la temporada y así pueda escoger sin salir de su casa.
Hako abrió y cerró la boca sin saber qué decir. Ella trabajaba en una tienda de alta costura, por supuesto que tenían clientes a los que les enviaban dependientas a sus domicilios con lo nuevo de la temporada, pero eran servicios muy exclusivos, únicamente para personajes políticos, de la realeza o alguno que otro caso especial.
¿Qué tanto poder y alcance tenía la familia de Sarada?
—Muy bien, manos a la obra. —continuó diciendo la hija de Konan— Tenemos dos horas para encontrar los vestidos perfectos.
—Chicas, vengan a ver esto. —llamó Himawari, con voz trémula— ¿Ven lo mismo que yo?
Sarada estaba de pie en el centro del probador, con un vestido puesto y mirándose al espejo con ojo crítico.
—Envuélvalo y envíelo. —le dijo a la chica de pie junto a ella— No necesito ver más.
—Es el primer vestido que te pruebas. —exclama Namida parpadeando desconcertada al verla quitárselo ahí mismo sin importar que todas estuvieran presentes— Al menos deberías ver más opciones.
—Cualquiera me quedaría bien, sólo estaría perdiendo mi tiempo. —se encoge de hombros, pasando sobre su cabeza el vestido que traía puesto— Hasta un costal de papas se ve espectacular en mí.
—Aún así... —insiste Himawari— ¿Y zapatos nuevos?
—Tengo muchos en casa que ni siquiera he usado, seguro algunos le quedarán bien. —comenta con desinterés— Además...
Ni siquiera terminó de decir algo más cuando el sonido de su móvil la interrumpió. La oyeron resoplar y decir las instrucciones para llegar al sitio donde estaban en ese momento antes de colgar.
—¿Quién viene? —pregunta Kaede enarcando una ceja.
Sarada resopló visiblemente agobiada y tomó su bolso de las manos de Namida para después girarse a ver a las seis chicas frente suyo.
—Tengo que irme. —dice haciendo una mueca, preparándose para los reclamos de parte de todas— Hay un asunto que debo resolver.
—¡Pero si acabamos de llegar! —chilla Himawari indignada— ¿Qué es tan importante para dejarnos aquí botadas?
—Sólo serán un par de horas. —suelta un suspiro— Las veré en el hipódromo.
—¿Lo prometes? —pide Namida haciendo un puchero adorable— No hemos pasado mucho tiempo juntas desde que llegaste.
—Lo compensaré, ranita, lo prometo. —le guiña un ojo— Pero ya me están esperando...
Chōchō estaba preparada para atravesarse en su camino para impedir que se fuera, al parecer tanto ella como Yodo pensaban que la persona con la que iba a reunirse se trataba del innombrable. Sin embargo, una fugaz mirada hacia el exterior de la tienda les bastó para desistir.
El hombre que esperaba fuera de la tienda con el móvil en la oreja era alguien que no habían visto desde que llegaron. Tenía una cabellera rebelde castaña y unos bonitos ojos verdes que miraban en su dirección a la expectativa.
—¿Y ese bombón quién es? —pregunta la morena en voz baja, pero fue escuchada por Namida.
—Es Shinki, sobrino de la tía Temari, supongo que no lo habían visto antes. —les hizo saber, un tanto desconcertada por verle allí— No esperaba que viniera.
—Oh, no, no lo hemos visto por la casa del tío Shikamaru. —contesta Chōchō sin dejar de mirarlo— Tampoco he podido encontrarme con Shikadai, la última vez que lo vi teníamos quince, he de confesar que lo echo de menos.
—Si tienes suerte lo verás hoy en el evento...
Himawari se había quedado plantada en su sitio sin poder reaccionar y de manera inconsciente su ceño comenzó a fruncirse . ¿Qué hacia Shinki allí y por qué venía a buscar a Sarada? Y lo más importante de todo, ¿por qué a ella le importaba? Debería darle igual que se fueran juntos, pero una sensación de molestia despertó en su interior.
Observaron a la Uchiha encaminarse a la salida de la tienda con algo de prisa y en cuanto salió por la puerta, el castaño le cedió el paso con una mano tocando la parte baja de su espalda para guiarla hacia el aparcamiento.
Mientras tanto, Sarada dejó que el hombre le abriera la puerta de su vehículo y entró en el asiento de copiloto en absoluto silencio. De pronto el sonido de su móvil la hizo mirar la pantalla y resopló con fastidio, había olvidado la cita con el nutriólogo, ahora tendría que reprogramarla hasta que regresara a Londres.
—Habla. —exclamó Shinki en cuanto apagó la alarma de la agenda.
—¿Qué esperas que te diga? —dijo en un hilo de voz, observando por la ventana junto a ella en cuanto comenzaron a moverse— Sólo... sucedió.
—¿Cuándo?
—La noche que nos quedamos atrapados en la casa de Aspen. —confesó haciéndose un ovillo en su asiento— Y no se había terminado hasta ayer, después de que Namida nos vio en las caballerizas.
Shinki sacude la cabeza con reprobación, escuchando sin interrumpir el relato completo sobre su tórrido romance desde que comenzó hasta la discusión que tuvieron la noche pasada.
—Al paso que van, tarde o temprano se sabrá. —la mira de reojo— ¿Acaso están dementes?
—¿Por qué? —frunce el ceño— ¿Es porque no es Boruto? Porque todos estaban felices de imaginar un futuro con nosotros juntos.
—Es porque son hermanos. —dice como si fuera obvio— ¿Sabes cuántas veces he oído a Boruto decir que te propondrá matrimonio cuando sea el momento correcto? Miles. ¿Sabes cuántas veces he oído decir a Kawaki que no le interesa nadie más que para follar? Miles, también.
Sarada se refriega el rostro con las manos presa de la frustración.
—¿Y lo que yo siento no importa? —pregunta exasperada, ganándose una mirada alarmada del castaño.
—Por supuesto que importa. —contesta al instante— Lo que me preocupa son las consecuencias cuando todo esto salga a la luz.
Hubo un par de minutos en los que ninguno dijo nada, ambos sumidos en un silencio sepulcral hasta que la suave voz de la pelinegra rompió la burbuja.
—¿Qué se supone que debo hacer? —resopla cubriéndose la cara con las manos.
—En primera, deja de follártelo en baños públicos o en las caballerizas.
—Y en mi habitación.
—Dios mío. —se ríe con incredulidad— ¿El muy bastardo se cuela en tu cuarto por las noches? Admiro sus cojones gigantescos para hacerlo en las narices de tu padre y hermanos.
—El riesgo de que nos descubran es excitante, ¿qué más puedo decir?
Shinki termina soltando una ronca carcajada, deteniéndose en la heladería favorita de la pelinegra con la intención de pedir en la nueva modalidad de autoservicio.
—Siempre pensé que serías una descarada, pero me has dejado sorprendido.
—Oh, vamos, no es como si fueras un santo. —pone los ojos en blanco— Tú podrías ser mi siguiente víctima, ten cuidado.
De nuevo, Shinki no pudo evitar reírse.
—Podríamos intentarlo. —se encoge de hombros— Supongo que no hay riesgo de que te enamores de mí si ya estás enamorada de alguien más.
—Oh, cállate. —lo golpea en el hombro, recibiendo su cono de helado sabor frambuesa— Ya llegará tu momento y no tendré piedad.
Él se aclaró la garganta y su sonrisa de pronto se borró, eso hizo que Sarada abriera mucho los ojos.
—Pero ya hay alguien, ¿verdad? —exclama sorprendida— No puedo creerlo, ¿Quién es?
—Nadie. —contesta de inmediato— Estamos hablando de ti.
—De acuerdo, me lo dirás cuando entres en la etapa de la aceptación. —sonríe de medio lado y se gira en el asiento para verlo— ¿Ya lo hicieron? ¿Es buena y por eso te tiene hechizado?
—Nadie se engancha sólo por un beso, es ridículo...
—¡Ajá! ¡Te pillé!
Él puso los ojos en blanco.
—Tus hermanos tienen razón, eres un grano en el culo.
—¿Te gusta mucho? —alza ambas cejas, ignorando su comentario malintencionado— ¿Podría ser una relación formal? Oh, vamos, dime algo. Yo ya te hablé sobre mi patética situación.
—¿Y qué somos ahora? —se burla él— ¿Amigos íntimos que se cuentan sus aventuras sexuales y amorosas?
—Me gusta la idea. —menciona con una sonrisa coqueta— No puedo hablar con Itachi sobre mis fantasías sexuales, eso sería bizarro.
—Estaba bromeando.
—Yo no, así que acostúmbrate a oír guarradas...
Entraron al aparcamiento del hipódromo. Tres horas transcurrieron desde que se despidió de las chicas en el centro comercial las cuales se sintieron como un parpadeo. Supuso que ellas ya debían estar allí al igual que el resto, incluida su familia.
—¿Cuál será nuestra excusa para llegar juntos? —pregunta la pelinegra con complicidad— ¿Les decimos que tuvimos una cita?
—Prefiero conservar mis bolas, gracias.
—Cobarde. —le saca la lengua antes de bajarse del vehículo sin descuidar en ningún momento su cono de helado— Bien, lo dejaremos a la imaginación del resto, me gusta ver el mundo arder.
¿Cuándo no?, pensó Shinki, siguiéndola hacia la entrada del edifico para después ofrecerle su brazo al inicio de las escaleras y esperando de verdad no tener que dar explicaciones sobre su pequeña escapada.
Aunque para su pesar, eran los últimos en llegar y esa fue la razón por la que tan pronto ingresaron en el palco del hipódromo las miradas se volcaron sobre ellos. En el sitio no sólo estaban sus familias y amigos, también personalidades importantes de la ciudad. Empresarios, políticos y miembros de la alta sociedad.
Y para colmo, no es como si Sarada no llamara la atención. Justo esa tarde decidió usar algo a lo que la mayoría no estaban acostumbrados, llevaba puesto un vestido rosa pastel sin mangas y con tirantes finos, era ajustado al torso con escote fruncido y falda suelta que le llegaba un poco más abajo de la rodilla. Explotó al máximo su feminidad luciendo delicada y tierna.
Su cabellera larga y sedosa caía lisa por su espalda y tenía atado un listón del mismo color del vestido formando un moño impecable.
Kawaki reparó en su aspecto de pies a cabeza, fingiendo desinterés al mismo tiempo que intentaba poner atención en lo que sea que el embajador francés le estaba diciendo. Sin embargo, su mirada estaba puesta en ella. En esa maldita mujer que se esforzaba por no salir de su cabeza.
—¿Dónde estaban ustedes dos? —pregunta Sakura enarcando una ceja— Kaede nos dijo que abandonaste a tus amigos en el centro comercial.
—Pues qué cotilla. —puso los ojos en blanco, saludando a su madre con un beso en la mejilla— Acompañé a Shinki a una reunión de negocios que requería de ayuda femenina.
—¿Ayuda femenina? —se burla Mitsuki deteniéndose a su lado— ¿De qué clase?
—Una joven encantadora siempre logra cautivar y ablandar a cualquier viejo amargado. —se jacta con suficiencia— ¿Ya empezó?
—No, aún puedes apostar. —comenta Boruto apareciendo detrás suyo— ¿Debo sentirme celoso de que hayas cambiado de mejor amigo? Ustedes dos... parecen cómplices de algo.
—No es nada. —niega con suavidad, captando a su padre en una esquina de la sala con la mirada puesta en ella— Si me permiten, voy a apaciguar a la fiera...
Sakura sonrió por lo bajo al ver a su hija alejándose para ir en busca de Sasuke, quien la recibió con una ceja levantada, pero aún así permitió que se colgara de su brazo mientras se unía a la conversación con el alcalde de la ciudad.
—Tiene usted una hija encantadora, señor Uchiha. —halagó el hombre.
—Muchas gracias. —se adelanta a contestar Sarada estrechando la mano del sujeto y la de su esposa— Pero yo soy la afortunada de tener un padre tan maravilloso.
Sasuke se abstuvo de entornar los ojos. ¿Desde cuándo se comportaba tan dulce frente a todos?
—Voy a presentarte a nuestro hijo. —comenta la mujer de aspecto elegante y cabellera castaña atada perfectamente en un moño alto— Son casi de la misma edad, seguro se llevarían bien, es muy guapo
—Oh, me encantaría. —sonríe de manera entusiasta— Creo que estoy lista para convertirme en una esposa, ¿verdad, papá?
—Claro. —fuerza una sonrisa de labios apretados— Si nos permiten, voy a llevar a mi hija a que haga su apuesta, es muy torpe con los números.
—Es normal, no puedo ser bonita e inteligente. —replica dejándose llevar lejos de la pareja que no dejaron de observarlos hasta que desaparecieron de su vista.
Una vez que estuvieron cerca de la ventanilla de apuestas, su padre la detuvo tomándola por el brazo y con el ceño profundamente fruncido.
—¿A qué se deben todas esas insinuaciones de boda? —estrecha la mirada hacia ella— No es la primera en los últimos días.
—Itsuki me habló de la situación con los búlgaros. —se cruza de brazos— ¿Cuándo pensabas decirme que un matrimonio habría arreglado todo el asunto? Pude haber aceptado.
—No está a discusión. —dijo con su habitual seriedad— Y ni siquiera pienses en ir a proponérselo personalmente o yo mismo me encargo de volarle los sesos antes de que se le ocurra aceptar.
No iba a negar que al principio eso sonaba como una fantástica idea, pero ya ni siquiera había pensado en ello con la misma determinación que al principio. Sasuke la vio negar con suavidad, pero tenía un semblante pensativo.
El joven que atendía la ventanilla de apuestas se quedó con la palabra en la boca cuando giró su rostro para prestarle atención y se sintió estúpido por balbucear incoherencias ante semejante espécimen femenino.
—Veinte mil a Ángel, número 7, a nombre de Sarada Uchiha. —dice a punto de sacar su cartera, pero su padre se adelantó dejando un fajo de billetes frente al chico— Nunca dejarás que pague mis apuestas, ¿eh?
Ambos esperaron a que el chico le entregara un boleto con todos los parámetros de la apuesta después de recibir el dinero.
—Sólo las que sé que no puedes ganar. —contesta él con un semblante imperturbable.
—¿Y cómo estás tan seguro?
Ella ya sabía que no estaba refiriéndose específicamente a la carrera, pero aún así no dijo nada.
—Porque Ángel no ganará hoy. —comenta con seguridad— Bastará con un segundo o tercer lugar, ya sabes que la casa nunca pierde.
A veces olvidaba que su padre era el hombre más astuto que conocía. La carrera ya estaba arreglada y aún así generaría ganancias suficientes para alardear de un gran cheque que se agregaría al monto final que se recaudaría en la gala de beneficencia a favor de la fundación de salud mental infantil que su madre apoyaba cada año.
—¿Hay algo que quieras decirme, Sarada? —pregunta Sasuke estrechando la mirada.
—No. —dijo en un hilo de voz con un tinte inseguro, algo que no pasó desapercibido por su padre.
Por un momento, sólo por un milisegundo vio de reojo hacia un punto en la habitación y casi se atragantó cuando de manera inesperada hizo contacto visual con Kawaki, que a pesar de encontrarse entre el gentío y en medio de una conversación no dejaba de observarla.
Sasuke en ningún momento despegó la mirada del rostro de su hija, analizando cada una de sus reacciones y tras un par de segundos negó con la cabeza.
No era posible que su padre lo supiera, ¿verdad? Quería pensar que no, pero muy en el fondo conocía la respuesta, a su padre no se le escapaba nada y tenía ojos en todas partes. Y su mirada severa se lo confirmó.
—Tú harías lo que fuera por mamá. —no era una pregunta, sino una afirmación— Serías capaz de lo imposible por ella.
Él se quedó en silencio, sus palabras le tomaron desprevenido.
—No voy a apostar por alguien que no haga lo mismo por mí. —le mira a los ojos— Así que por ahora, sigues siendo mi número uno, papá cabezota.
Sasuke suspira, levantando la mano para colocar un mechón oscuro detrás de su oreja con una delicadeza que pocas veces se veía en él.
—Déjame ocuparme de esto. —pidió ella en un susurro— No te metas, por favor.
—Si te veo llorar, lo mato. —advierte, sin una pizca de gracia— Y no estoy bromeando, Sarada, sabes que lo haré.
Ella lo creía, de verdad era capaz de hacerlo. Por eso mismo evitó mencionar algún detalle de la tortuosa relación que tenía con Kawaki, de cualquier manera ya todo había terminado. No tenía caso crear más tensión de la que ya había. Y tampoco le interesaba cómo y cuándo fue que lo supo.
—¿Ellos también... —no hubo necesidad de que terminara la oración, fue suficiente con ver a sus cuatro hermanos a la distancia hablando entre si.
—Son unos novatos a comparación mío. —niega el Uchiha— Pero lo descubrirán pronto.
Sarada soltó un suspiro. Era consciente de que sucedería en algún momento, tarde o temprano lo sabrían.
—Atiende a tus amigos. —señala con la cabeza hacia donde estaban ellos— Estás siendo una mala anfitriona.
Ahí estaba, le ofrecía una salida del momento incómodo en el que pronto se sumirían si continuaban hablando de ese tema.
—Te veo después, ¿vale?
Él asiente, observándola alejarse y se preguntó si debía intervenir, porque si sus fuentes no se equivocaban, aquel embrollo terminaría mal para su hija.
(...)
Podía jurar por lo más sagrado del mundo que jamás había tenido sentimientos negativos hacia la persona que consideraba su mejor amiga, pero en ese momento en el que la vio entrar a la sala, tan perfecta e increíblemente hermosa como siempre, no pudo evitar sentir cierto desazón.
Sarada había llegado después de varias horas haciendo no sé qué y de inmediato la atención de todos estaba sobre ella. Podía oír los cuchicheos a su alrededor sobre lo bonita que era la única hija de Sasuke Uchiha y lo orgullosos que debían estar en su familia por su exitosa carrera artística en el ballet.
Sin embargo, no era eso lo que despertó su incomodidad, sino la naturalidad con la que entró del brazo de Shinki a la sala.
Himawari nunca se había sentido más insegura que en ese momento. Es decir, ¿cómo un estúpido beso iba significar algo para él cuando estaba acostumbrado a rodearse de mujeres más hermosas que ella?
Tal vez Sarada no tuviera una intención más allá de la amistad, pero otras chicas sí, sólo bastaba ver la manera en la que lo veían algunas de las que se encontraban allí. Era joven, guapo y rico, el sueño de cualquier chica.
Y lo peor de todo es que le estaba importando cuando se suponía que no debía ser así. ¿No era que moría de amor por Shikadai? ¿Entonces por qué sentía esto por alguien con el que sólo compartió un beso?
Hasta hace unos días estaba sufriendo de amor por un corazón roto y ahora no podía sacarse de la cabeza a otro hombre. Cada que ponía sus ojos sobre ella su corazón bombeada en su pecho como si estuviera a punto de explotar y sus piernas se volvían de gelatina bajo su mirada.
Aún tenía sentimientos por Shikadai, tampoco podía desenamorarse de la noche a la mañana, pero el que estuviera sintiendo cosas por su primo jamás formó parte del plan.
Y entonces vio a Sarada atravesar la sala a toda velocidad para tomar al castaño del brazo y arrastrarlo hacia un rincón del lugar. La pelinegra parecía aturdida después de abandonar su sitio junto a su padre y lo que sea que le estuviera diciendo a Shinki en secreto hizo que el semblante de él se desencajara.
—Vas a romper la copa si la sigues apretando así. —dijo Namida a su lado— ¿Te sucede algo?
La Uzumaki apenas notó que ejercía demasiada fuerza sobre la copa de cristal vacía y la cual terminó dejando encima de la bandeja de uno de los meseros antes de tomar otra y beberla de golpe.
—Estoy bien. —le contesta a su prima, sin despegar la mirada de esos dos y los apunto con la cabeza para que la castaña los observara también— ¿No te parecen sospechosos?
Namida enarca una de sus cejas oscuras al verles y sacude la cabeza restándole importancia.
—Ya deberías estar acostumbrada a que ellos siempre estén involucrados en algo. —comenta la más joven— Tu hermano, Mitsuki y Shikadai también forman parte de esa complicidad.
—Pero ahora sólo son ellos dos. —frunce ligeramente el ceño— ¿No se te hace un poco raro?
—Supéralo, Hima. —responde la castaña encogiéndose de hombros— Nunca seremos parte de su club de secretos, ha sido así desde que tengo memoria.
La de ojos azules soltó un suspiro de resignación. ¿Por qué de pronto le molestaba que estuvieran secreteándose en un rincón? Namida tenía razón, eso solía ser frecuente desde que eran niños.
Pero aún así...
Ambas vieron a Sarada alejarse esta vez para reunirse con su compañero de baile y sus otros amigos, los cuales parecían estar visiblemente sorprendidos con todo el movimiento del lugar.
La Uchiha se aseguró de aparentar absoluta tranquilidad aunque internamente quisiera escabullirse.
—¿La están pasando bien? —les pregunta a sus amigos— Sé que debe ser abrumador estar entre tanta gente aburrida, pero...
—¿Bromeas? —exclamó Chōchō emocionada— Hemos visto al protagonista de mi película favorita pasar hace un rato y...
—No sabía que tu familia se codeaba con los altos mandos, Sarada. —comenta Yodo señalando a los hombres pertenecientes a la política y a la milicia que hablaban con sus padres en ese momento— ¿Ese es el presidente de la república Italiana?
—Oh, sí, mi padre lo apoyó en su candidatura... —contesta con desinterés, fingiendo que no estaba buscando una excusa para salir de allí— Por cierto, ¿encontraron su atuendo para mañana?
Chōchō fue la encargada de ponerla al tanto, los chicos tenían trajes elegantes y nuevos con los que se veían guapísimos, mientras no paraba de alabar la alta costura, los zapatos bellísimos y los accesorios finos que consiguieron al final.
—Siento estar tan... distante. —se disculpa la pelinegra— Se supone que el objetivo de este viaje era pasar tiempo juntas, pero últimamente mi cabeza está en otro sitio y...
—No tienes porqué disculparte. —dice Yodo acariciando su brazo— Entendemos por lo que estás pasando, debe ser difícil para ti tener que ver a ese idiota todos los días y dormir bajo el mismo techo.
Y eso que no les había contado todo lo que sucedió desde que llegó a casa, de lo contrario su reacción hubiera sido peor.
—Oye, Sarada... —escucharon detrás de ellas, era Renga— Sé que aún falta mucho, pero el GP de Gran Bretaña en el circuito Silverstone es a finales de Septiembre y quisiera saber si...
—Quiere que le consigas entradas. —terminó Hako por él, golpeándolo en el brazo— Muy abusivo de tu parte, ¿no te basta con que nos haya invitado a venir hasta aquí?
—No le hagas caso. —murmura Hōki apenado por la imprudencia de su mejor amigo— No tienes que hacerlo, Hako tiene razón...
—No es problema. —contesta la Uchiha encogiéndose de hombros— Veré que Itachi les consiga entradas.
No estaban acostumbrados a la manera en la que se movían las cosas en ese mundo. En los últimos dos días que transcurrieron desde que llegaron a Italia se dieron cuenta de que todo se conseguía con un simple chasquear de dedos, algo inimaginable para personas comunes como ellos.
Nadie allí veían precios, ni dificultades para obtener lo que fuese, simplemente lo pedían y lo tenían al poco tiempo.
—Después de la gala benéfica todo volverá a la normalidad, no más eventos tediosos como este. —les hace saber a los cinco— Los llevaré a conocer la ciudad, navegar en yate o cualquier cosa que quieran hacer en su semana de vacaciones.
—¿Bromeas? La estamos pasando genial aquí. —comenta Chōchō guiñándole un ojo— Jamás imaginé poder venir a un sitio como este.
—Con el tiempo se vuelve aburrido, créeme. —suspira, volviéndose hacia la pista con unos pequeños binoculares— Ya está a punto de comenzar.
—¿A quién le apostaste? —pregunta Hōki colocándose a su lado, ganándose una mirada de complicidad de su mejor amiga.
—El número 7 es el caballo de mi padre. —señala hacia abajo al impresionante Pura Sangre Inglés de pelaje oscuro— Lo compró hace poco menos de un año, y lo nombró Ángel en honor a mi madre.
—¿Ángel? —cuestiona Yodo echando un vistazo por si misma.
—Así suele llamarla. —dijo con una sonrisa disimulada— Aposté por él, pero dudo que gane el primer lugar, es su primera carrera.
Fingió que no conocía el resultado antes de tiempo, eso sería muy decepcionante para los demás. Pero así eran las cosas, uno de los tantos negocios de su padre eran las apuestas, no sólo en el casino.
La carrera dio inicio y todos en el palco tomaron asiento con entusiasmo y a la expectativa. Sus amigos parecían estar pasándola bien, sin embargo, ella sólo podía pensar en los problemas que se avecinarían en un futuro cercano.
(...)
Mitsuki no paró de acribillarlo con preguntas desde que entró en la sala, insistía en saber la razón por la que él y Sarada habían llegado juntos y ya comenzaba a exasperarse. Aunado a eso, estaban las miradas interrogantes de parte de Kawaki.
¿Por qué lucía tan molesto? ¿No se suponía que no tenía ninguna clase de sentimiento por Sarada? Por lo increíblemente idiota que se había comportado con ella no era difícil de llegar a esa conclusión.
—¿Apostaste? —pregunta una suave voz femenina llamando su atención.
Su cuerpo se tensó de inmediato al ver a Himawari Uzumaki acercarse lo suficiente a él para que sus brazos se rozaran. Había estado evitándola desde aquella noche, cosa que resultó fácil porque siempre estaban acompañados de más personas, pero en ese momento todos se hallaban en sus propios asuntos.
—No es lo mío. —contesta resistiéndose a mirar sus bonitos ojos azules y los labios llenos en los que no había podido dejar de pensar desde que los besó.
—Supongo que no tienes interés en este evento. —se encoge de hombros— A juzgar por la poca importancia que le has dado al llegar tarde.
—¿Tu también? —sonríe de medio lado con incredulidad— ¿Boruto te envió para sacar información?
—¿Qué?
—No puedo decir nada, ni siquiera a ti. —dijo metiéndose las manos dentro de los bolsillos de su pantalón— Si quieres saber, pregúntale a ella.
Himawari frunció el ceño. ¿A qué se refería? ¿Qué era eso que ocultaban con tanto ahínco aún de los otros?
—¿Te gusta Sarada? —preguntó de repente, tomándolo por sorpresa.
Fue hasta ese momento que él se atrevió a mirarla de reojo, la chica tenía los brazos cruzados a la altura de su pecho, haciendo resaltar la curvatura de sus senos cubiertos apenas por el escote recto de su vestido azul sin mangas. Se veía preciosa, tuvo que admitir.
—¿Disculpa?
—Me oíste. —replicó sin perderse ninguna de sus reacciones— Sería muy cruel de tu parte sabiendo lo que mi hermano siente por ella.
—No deberías decirme esto a mí. —escupió, sacudiendo la cabeza sin poder creerse su reclamo— De cualquier manera, ¿preguntas por tu hermano o por ti?
—¿A qué te refieres? —balbucea ella alejándose sólo un poco, intentando que su nerviosismo no se notase— Por supuesto que no es por mí.
—No estarás celosa, ¿verdad, muñeca? —la mira enarcando una ceja— Porque según recuerdo, fuiste tú la que me utilizó para darle celos a alguien.
—Te dije que eso no era cierto.
—Y yo no te creí. —responde con un semblante estoico— ¿O es que fui una especie de rebote, acaso?
La Uzumaki profundizó el ceño más de lo que podría ser humanamente posible y Shinki reprimió una sonrisa burlona, juró que podía explotar en cualquier momento. Y eso... le divirtió por unos segundos.
—Eres un imbécil. —masculla la joven apretando los dientes.
—Oh, espera... —continuó diciendo con ironía— No intentabas darle celos conmigo, yo sólo fui un daño colateral.
—Ya te dije que...
—¿Quién es? —pregunta dejándola sin palabras— ¿De quién estás tan enamorada que tuviste que recurrir a besarme para intentar olvidarte de él?
La pelinegra abrió y cerró la boca sin saber qué decir exactamente, pero al final Shinki sólo volvió a sonreír con ironía y la dejó allí sin esperar su respuesta.
¿Qué esperaba que dijera? ¿Que estuvo meses revolcándose con su primo? Era bastante obvio que no iba a tomárselo bien. Tal vez sea mejor así, él se iría a Ámsterdam en unos pocos días y ella regresaría a Japón con la esperanza de borrar de su mente los últimos meses, pero en especial los últimos días.
Salió de su estupor cuando escuchó gritos de entusiasmo y supuso entonces que la carrera había terminado oficialmente. El caballo de los Uchiha no ganó el primero, pero alcanzó un lugar en el podio de todos modos con su segundo puesto.
Y cuando Kaede se acercó entusiasmada para ultimar los detalles de los preparativos de mañana no fue capaz de fingir la misma ilusión que antes porque ahora no sabía cómo sentirse al respecto.
