En medio de la densa nubosidad carente de viento que envuelve unas cumbres nevadas, emerge la figura majestuosa de un ave.

Es una criatura inmensa, con alas tan extensas que parecen los brazos extendidos de un gigante; en su batir de alas desgarra las nubes de su reposo y las esparce en remolinos que se pierden en el blanco horizonte.

A pesar de su gigantesco tamaño, imposible para cualquier otra ave, las formas de sus garras y pico delatan su verdadera identidad.

Es un águila. Es Londrinel, pecho de plata, mensajero de las águilas gigantes, quien regresa de una misión de vuelta con los suyos.

Sobrevolando glaciares y montañas nevadas, Londrinel continúa su vuelo sobre un mar nuboso de blancura y quietud. Avanzando en línea recta, alcanza a divisar a lo lejos unas cumbres rocosas azuladas y purpúreas que sobresalen como castillos flotando en el cielo. Es entonces cuando Londrinel cambia la forma de su vuelo; su batir de alas se hace más pausado y se eleva aún más sobre las nubes, marcando su figura en un perfecto cielo azul.

Así, en pocos minutos, Londrinel detiene su ascenso y se precipita en picada hacia las cumbres a las que muy pocos mortales han alcanzado. Estas formaciones rocosas únicas en el mundo son conocidas como los picos de las cordilleras amatistas, el hogar de las águilas gigantes y, por supuesto, el de Londrinel también.

Sin prestar atención a la atenta mirada de sus hermanos águilas que lo observan desde las paredes de las colosales torres de granito, Londrinel continúa su descenso hacia la base de la más grande de las torres, extendiendo sus enormes alas para contener el aire a su alrededor. Va amortiguando su caída hasta finalmente aterrizar en una gran bahía rocosa a los pies de la gran torre.

De esta forma, Londrinel termina su vuelo y es recibido entonces por otras águilas con un porte semejante al suyo, manteniendo una distancia respetuosa y siendo observado por las agudas miradas de los guardias. Tras un breve examen, le abren el paso a Londrinel, quien continúa su camino dando saltos sobre los peldaños de la larga escalinata en espiral que rodea la gran torre de granito.

Con prisa, Londrinel sigue su ruta sin volar. Una conducta impropia de aquellas poderosas aves que gobiernan los cielos. No obstante, Londrinel no se siente avergonzado de caminar; al contrario, con cada paso que da, el respeto que siente por ese lugar se incrementa. Esta gran torre que ahora asciende es un lugar sagrado para todas las águilas, un lugar al que solo "uno" de todos ellos puede alcanzar volando.

Es a esta gran águila a la que Londrinel busca presentarse.

Finalmente, los peldaños de la escalinata terminan y un gran espacio se abre ante él.

Es la cima de las cimas, la cúspide más alta en toda la cordillera amatista, el punto más elevado en todo el continente. Ahí, el suelo es blanco como la nieve, sin adornos ni otras rocas que sirvan como asientos. Todo es perfectamente plano, como si una espada hubiera cortado la roca misma. Este es el techo celestial, el "nido blanco", el trono del gobernante de esas cumbres.

Frente a la afilada mirada de Londrinel, se encuentra el rey de las águilas. Ahí está Thargodal.

Apenas notando su imponente silueta, Londrinel avanza apresurado hacia su rey y agacha la cabeza hasta tocar el suelo mismo con su pico. Esta es la forma en que las águilas muestran su respeto ante su gobernante.

Sin embargo, Thargodal, que se encontraba de espaldas mirando el horizonte, no se voltea a verle. Solo un silbido ajeno al viento susurra como respuesta.

Londrinel entiende esta señal y de inmediato le da el reporte de su misión. En un lenguaje inentendible para cualquier otra criatura que no sea un águila, Londrinel informa a su rey todo lo que ha visto en su viaje. Ha sobrevolado valles y playas, ciudades y pueblos, ríos y desiertos. Ha volado por todo el continente y sin embargo no ha encontrado aquello que su rey le pidió hallar.

No hay rastro alguno de oscuridad en la tierra.

Por supuesto, hay individuos que causan conflictos entre las criaturas terrestres y a la sombra de la noche, criaturas innombrables rondan por los bosques inexplorados. Pero ninguna de estas presencias es desconocida para las águilas; ellas lo ven todo, están enteradas del día a día de las criaturas que habitan bajo el cielo. Siempre vigilantes de cualquier amenaza, las águilas son los guardianes de la paz en el continente.

El rey Thargodal sabe esto, pues es su voluntad. Entonces, Londrinel se pregunta: ¿Por qué su rey le pidió algo como esto? Siendo Thargodal el más excepcional entre los suyos, cuya vista es tan profunda que puede atravesar nubes y rocas. Tanto que incluso se dice que es capaz de ver el futuro. El mismo rey, desde su trono blanco, debería ser capaz de verlo todo.

Pero ante las dudas que surgen en Londrinel, no hay respuesta. Su rey guarda silencio.

Thargodal no tiene su atención puesta sobre su subdito sino en el horizonte lejano. Un temor crece en su corazón.

Nacido en un sueño recurrente, una visión oscura perturba la paz del monarca. Thargodal, que ha vivido más que ninguno de sus subditos, presiente la oscuridad que se acerca, percibe el peligro, pero oculta en sombras no es capaz de ver la imagen completa de la amenaza.

Los días pasan y la visión lejana va tomando una forma cada vez más inquietante, más nítida. Thargodal siente que se le está acabando el tiempo.

El mediodía del día más largo había llegado, y era hoy. La imagen estaba casi completa. Sin embargo, a pesar de la exhaustiva vigilancia de Thargodal, ninguna señal de peligro se había manifestado en la tierra. Temía lo peor: que el desastre que estaba por ocurrir fuera inevitable.

Thargodal amaba la paz, amaba la paz de su gente más que nada. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para protegerlos. Sin embargo, no podía alarmar a sus súbditos sin motivos. El miedo no debía gobernar a su pueblo, sino el orden.

Así, mientras Thargodal mantenía su espalda hacia Londrinel, estas deliberaciones tenían lugar en su interior.

Repentinamente, sucedió algo inesperado...

En respuesta a los pensamientos del rey, un llamado recorrió el cielo. Se extendió como un relámpago y fue escuchado por todas las águilas. Provenía desde la lejana superficie y ascendía hasta alcanzar el trono blanco de Thargodal.

Londrinel lo escuchó y levantó la cabeza, confundido. El rey Thargodal también lo escuchó y de inmediato fijó su mirada en la dirección del origen de aquel llamado. La mirada del rey atravesó las nubes y los obstáculos materiales, vagando por el continente hasta llegar a la lejana tierra gobernada por los ponis. Allí, observó quién estaba haciendo el llamado, contempló lo que había sucedido, estaba sucediendo y podria suceder en ese lugar. Entonces, Thargodal supo lo que debía hacer a continuación.

Extendió sus alas y lanzó un potente clamor desde su trono. La sorpresa invadió a Londrinel ante este cambio repentino, pero su asombro duró poco. Su rey se dio la vuelta y lo observó severo, sin ningún rastro de duda, coronado por el rocío de la luz de las estrellas y el brillo del medio dia, Thargodal le hablo.

Las nuevas órdenes que llegaron a él eran claras e innegables.

"Todas las águilas deben reunirse de inmediato. La medianoche se acerca..."


En los alrededores del castillo de Twilight...

Sunburst trotaba despacio por el camino, con unos papeles flotando a su alrededor mientras revisaba detenidamente los planes del presupuesto escolar para el nuevo período académico.

"... si reducimos la cantidad de viajes escolares en el primer trimestre y nos concentramos en obras sociales localizadas en una sola ciudad, es posible que podamos ahorrar suficientes fondos como para financiar los gastos para las reparaciones en el biohuerto. Por otro lado, podríamos pedir un préstamo al ayuntamiento, pero la tasa de interés es demasiado alta cuando se trata de reparaciones. Si fuera una construcción totalmente nueva, podríamos obtener un plan de cuotas de hasta 10 años..."

No había nadie acompañando a Sunburst, así que se encontraba "conversando" solo, como era habitual para quienes lo conocían. Sin embargo, su habilidad para leer múltiples documentos sin apartar la mirada, estando en movimiento, era asombrosa.

El despreocupado unicornio continuó su andar por el camino. Estaba yendo al encuentro con Starlight, ya que tenía una reunión con ella en la tarde. Aunque estas reuniones fuera de la escuela solían tratar temas cotidianos, esta vez tendría que tocar "asuntos académicos muy serios", como el "terrible hecho" de que el orden de los anexos del presupuesto escolar del próximo período no coincidía con el índice del documento impreso, o el "desconcertante caso" de que las propuestas de financiación tenían gráficos mucho menos detallados de lo esperado.

Estos hallazgos habían preocupado a Sunburst, quien constantemente revisaba el trabajo de Starlight. Si Twilight estuviera allí, seguramente apoyaría con firmeza esa convicción. Aunque, considerando lo festivo que era el día, podría considerarse poco oportuno...

"... tal vez deba pedirle a Starlight que revisemos de nuevo el presupuesto escolar mañana. No creo que esté bien así como..."

Sunburst se detuvo a mitad de su divagación. Su habilidad para caminar mientras leía le alertó de un obstáculo por delante.

Al levantar la vista, se encontró con algo "inesperado". Un poco más adelante se encontraba el castillo, protegido por la barrera mágica en caso de ataque. Fuera de la barrera estaba el remolque de Trixie y una pegaso de pelaje gris.

Extrañado por lo que podría estar ocurriendo, Sunburst apresuró el paso.

"¿Qué está sucediendo?" preguntó Sunburst al acercarse al remolque.

La pegaso, que hasta ese momento parecía encontrarse alegre canturreando alguna canción, se volteó rápidamente.

"Oh, Sr. Sunburst, ¡qué gusto verlo! No se preocupe, ya todo está bajo control. El último orquídea-pulpo en Ponyville ya ha sido capturado y aislado totalmente", respondió Derpy Hooves con su familiar tono despreocupado y mirada distraída.

"¿Un orquídea pulpo? ¡Aquí!" respondió alarmado Sunburst.

"Sí, justo ¡aquí!" respondió orgullosa Derpy, mostrando el gran frasco que tenía directo en la cara de Sunburst.

El horror no tardó en saludarlo. Un feroz orquídea pulpo embistió contra la pared de vidrio del frasco donde estaba prisionero. Aunque no lo rompió, la impresión de este acto, estando tan cerca de Sunburst, hizo que el unicornio pegara un grito ahogado y cayera de espaldas, espantado.

"No, no, tranquila. No debes tener miedo. Los ponis somos tus amigos. Vamos a llevarte a ti y a los otros a un nuevo y maravilloso hogar..." susurraba Derpy al orquídea-pulpo encerrado. Un momento después comenzó a mecer el frasco entre sus brazos y a canturrear una canción de cuna.

Observando esta inquietante escena, Sunburst se levantó del suelo aún con un escalofrío recorriendo su espalda. Ya empezaba a tener una idea de lo que había pasado, pero... ¿Por qué el remolque de Trixie se encontraba estacionado ahí?

Antes de que pudiera formular una nueva pregunta a la distraída pegaso, un extraño ruido llamó su atención no muy lejos de él.

A solo unos pasos se encontraba un extraño bulto azul que también estaba meciéndose. No lo había notado antes porque pensó que se trataba de una bolsa de basura por lo sucio que se veía. Pero ahora que lo tenía más cerca, empezaba a notar que tenía la forma de un animal... o más bien la de un poni.

Atraído quizá por la fascinación del peligro, Sunburst avanzó hacia el misterioso bulto. Conforme más se acercaba, más empezaba a presentir que se estaba acercando a algo muy peligroso.

"Eso no puede estar pasando... Eso no puede estar pasando... Eso no puede estar pasando..." murmuraba la voz que provenía del bulto.

Sunburst se congeló al reconocer la voz de la poni que estaba susurrando. No creía que fuera posible que se tratara de ella dado el aspecto que tenía, pero sus sentidos no le estaban engañando. Consciente del potencial peligro, comenzó a retroceder intentando no llamar la atención.

Pero no fue suficientemente pronto. Una de las orejas de la poni se agitó alertándola de la presencia de Sunburst.

Un asustado Sunburst observó cómo la cabeza de Trixie se giraba lentamente hacia él, con ojos tan abiertos que dolía solo verlos. Trixie reconoció de inmediato a Sunburst.

"¡SUNBURST!" gritó Trixie en un alarido antes de ir corriendo veloz hacia él. "¡Gran amigo, cuanto me alegra verte aquí! Te he mencionado lo mucho que Starlight te estima. Yo también te estimo. ¡Eres un poni muy inteligente! Y por eso me preguntaba... ¿Sabes cómo destruir la barrera mágica del castillo?"

Sunburst no sabía qué responder. Trixie se había acercado a él y le había preguntado con un tono de voz endulzado y actitud coqueta. Sin embargo, esto contrastaba con su decaída figura: ojerosa, con su melena hecha un desastre y un aliento a sidra fermentada que emanaba de ella.

"Heee, Trixie, es inesperado tenerte aquí... pero, uhmm..." respondió entre cortado Sunburst, que intentaba apartar la mirada de Trixie. La unicornio tenía una inquietante sonrisa de oreja a oreja. "...creo que es simplemente imposible romper la barrera porque..."

"¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!" explotó Trixie furiosa en un alarido, haciendo retroceder de un salto a Sunburst. "¡NO ME VENGAS QUE ES IMPOSIBLE, ACABO DE VERLO HACE UN RATO!"

"¿Verlo? Espera... ¿dices que viste cómo era destruida la barrera mágica?" preguntó sorprendido Sunburst.

"¡NO, SOLO LO VI, YO FUI QUIEN LO ORDENÓ, FUERON A MIS FANTASMAS LOS QUE ROMPIERON LA BARRERA! Y TODO IBAN BIEN HASTA QUE APARECIÓ ESA MANTÍCORA ENDEMONIADA Y LO ARRUINÓ TODO... ¡YO estaba tan cerca de entrar al castillo..." la voz de Trixie empezó a quebrarse y unas lágrimas comenzaron a salir de sus ojos, parecía que ya no estaba hablando con él.

Sunburst no entendía nada de lo que decía Trixie. Buscando ayuda, miró a la otra poni que estaba ahí.

"¡Hooo, hooo, yo lo vi todo, la mantícora se puso a bailar con ella, ¡fue muy gracioso!" rió Derpy recordando, estirando sus alas.

Sunburst ahora estaba más confundido que antes.

"Ehhmm, Trixie, realmente no estoy seguro de lo que está pasando aquí... quizá deberías primero calmarte un poco y contarme..."

"¡¿CALMARME?! ¿CÓMO QUIERES QUE ME CALME?" explotó Trixie. "¡STARLIGHT ESTÁ AHÍ DENTRO APUNTO DE TOMAR LA PEOR DECISIÓN DE SU VIDA POR MI CULPA Y TÚ ME PIDES QUE ME CALME!"

Sunburst, nuevamente confundido, volvió su mirada a Derpy, pero esta vez la pegaso se encogió de hombros.

Al notar la confusión en Sunburst, de repente la expresión de Trixie se hizo más amarga.

"HOOO, YA VEO, YA SÉ LO QUE ESTÁS PENSANDO, PIENSAS QUE TRIXIE ESTÁ INVENTANDO TODO LO QUE DICE, ¿VERDAD?" continuó la unicornio, que ahora tenía una mirada llena de rabia. "¡ASI QUE ESTO ES LO QUE REALMENTE PIENSAS DE MÍ, SUNBURST, BIEN! ¡NO NECESITO TU AYUDA, LA GRAN Y PODEROSA TRIXIE PUEDE SALVAR A SU MEJOR AMIGA POR SÍ SOLA!"

Con furia, Trixie se retiró a su remolque, mientras un estruendo se dejaba escuchar desde su interior, seguido de objetos volando por los aires.

Sunburst, aún conmocionado por el estado de Trixie, comenzó a alejarse aún más del remolque. Por un momento pensó en volver a su casa, pero se detuvo. No podía dejar las cosas así como estaban, además, no sabía qué podría estar pasando en el castillo para que Starlight no se hubiera enterado de lo que estaba pasando fuera.

"¿Desde hace cuánto está la barrera activa?" preguntó Sunburst a la pegaso que jugueteaba con su frasco, sentada al lado de la barrera mágica.

"Ummm, creo que desde hace unos 5 minutos..." respondió Derpy algo pensativa.

"¡¿5 minutos?!"

"O fueron 50... realmente no estoy segura, se apagó y luego se prendió hace poco, justo después de que la manticora se fuera de vacaciones y antes de que la señorita Trixie se pusiera tan triste."

Sunburst no sabía qué responder a eso último. Definitivamente, tenía que entrar y averiguar qué rayos estaba pasando ahí dentro.

Decidido, Sunburst sacó un cristal de su capa. El cristal titiló un momento y una magia envolvió su cuerpo; la tonalidad de la magia era la misma de la barrera que protegía al castillo.

Sin problemas, Sunburst atravesó la barrera.

"Ho ho, señor Sunburst, ¿puedo acompañarlo? 'Bun-Bun' parece algo deshidratada."

"¿Hee, 'Bun-Bun'?" preguntó Sunburst.

"¡Sí, 'Bun-Bun'!" exclamó Derpy alegre, mostrando su frasco de nuevo.

Dentro del frasco, 'Bun-Bun' (Royalinda el orquídea-pulpo) había dejado de moverse, se había hecho un ovillo y ahora tenía el aspecto de una flor seca.

"Ahh, cierto... tienes razón, tenemos que hacer algo con ella," respondió Sunburst, distraído. Tenía demasiado en la cabeza y no había pensado en ser acompañado por Derpy. Pero si ella estaba permitiéndole el paso, ¿no debería hacer lo mismo por Trixie, a pesar de su estado?

Sunburst dudó por un instante.

"¿Ocurre algo, señor Sunburst?"

"Hee, no es nada. ¡Vamos!" respondió Sunburst, envolviendo a Derpy también en su magia. Juntos atravesaron la barrera y se dirigieron hacia el castillo.

Ya en las escalinatas, Sunburst echó una última mirada al remolque de Trixie. El alboroto que se desataba en su interior no había cambiado. Asi, sin pensarlo más, abrió las puertas e ingresó al castillo de Twilight.


"¡SUBDIRECTOR SUNBURST!" resonó un coro de voces al unísono.

Apenas Sunburst había vuelto a cerrar las puertas del castillo, fue recibido por los Young Six, quienes rodearon rápidamente al subdirector. Se podía percibir una mezcla de ansiedad y alivio en los ojos de todos ellos.

"¡Chicos! ¿Qué están haciendo aquí?" exclamó sorprendido Sunburst al verlos.

"¡NO FUE NUESTRA CULPA, SUBDIRECTOR SUNBURST! ¡ÍBAMOS A CUIDAR EL CASTILLO! ¡LA DIRECTORA NOS LO PIDIO! ¡LA CONSEJERA TRIXIE ESTÁ LOCA! ¡EL SISTEMA DE SEGURIDAD ES UN DESASTRE! ¿VIERON LA PLAYERA QUE ESTABA USANDO LA MANTICORA?" Las voces de los Young Six se superponían unas con otras, dificultando la comprensión de lo que decían. Pronto, Sunburst comenzó a sentirse abrumado por todo el escándalo.

"¡CHICOS!" gritó Sunburst, liberando la presión sobre él.

Inmediatamente, los Young Six retrocedieron y se callaron, a excepción de Silverstream, que seguía hablando sobre la moda de la manticora. Sin embargo, también se calló después de que Smolder llamara su atención.

Instintivamente, todos pusieron sus ojos en Ocellus, quien dio un paso al frente.

"Hablo en nombre de todos cuando digo que lamentamos profundamente todo lo ocurrido esta mañana. Realmente no fue nuestra intención que las cosas salieran así," dijo Ocellus con voz cansada.

Sunburst aún se encontraba perdido, así que simplemente hizo la pregunta obvia.

"¿Y qué ocurrió esta mañana, Ocellus?"

"Bueno... es una historia algo complicada..." respondió Ocellus, dudosa. A sus espaldas, sus compañeros asentían con una expresión similar a la de ella.

"Bien, si es así entonces..." comenzó a decir Sunburst, pero fue interrumpido.

A su lado, Derpy había jalado su capa, llamando su atención.

"Señor Sunburst, 'Bun-Bun' no se siente bien," dijo Derpy, mirando preocupada el frasco donde estaba Royalinda. El estado del orquídea-pulpo había empeorado, tenía un aspecto aún más marchito que antes, casi parecía una nuez seca.

"Ahh... Creo que será mejor que vayamos a otro lugar para conversarlo con más detalle. Pero antes que nada... ¿Dónde está Starlight?" preguntó Sunburst a los Young Six, ahora con una mirada grave.

"Está en una reunión con el Canciller Neighsay," respondió Gallus de inmediato.

"¿Ahora?" preguntó Sunburst extrañado.

"Su reunión comenzó hace unas horas, ya debería estar terminando," recordó Ocellus.

"No recuerdo que Starlight tuviera agendada una reunión con el Canciller Neighsay para esta mañana..." se cuestionó Sunburst, intentando recordar.

"La directora dijo que la reunion que había surgido recientemente. Y que ABSOLUTAMENTE NADIE debía molestarla hasta que terminara..." recordó Smolder en voz alta las palabras que Starlight les había dicho esa mañana.

Sunburst, pensativo, se sintió muy extrañado. No era común que Starlight fuera tan excluyente en sus reuniones, ni que estas fueran tan largas, salvo algunas excepciones... Pero lo que más le preocupó fue que lo que decían los Young Six encajaba con lo que había dicho Trixie hace un momento. ¿Acaso ella era la causa de la reunión con el Canciller? ¿Por qué Starlight no le enviaria una carta para informarle de la emergencia?

Sunburst, más que nunca, necesitaba saber lo que había pasado.

"Vayamos a la sala de reuniones. Y cuéntenme todo sin omitir un detalle," ordenó Sunburst, sumamente serio.


"Interesante..."

Aún prisionera en su frasco de vidrio, Royalinda escuchaba atenta la acalorada reunión que estaba teniendo Sunburst con los Young Six. Muchas de las cosas que se decían eran detalles que ya sabía que habían ocurrido esa mañana, sin embargo, había varios aspectos de la conversación que le resultaban desconocidos y sumamente intrigantes.

Por supuesto, Royalinda no era la única desconcertada por esas novedades...

"Ohhh..." murmuró la pegaso con una expresión despistada que había logrado atraparla y que aún sostenía el frasco donde estaba. Se llamaba Derpy, y momentos antes, había recibido de ella agua y alimento, a pesar de las quejas de los otros ponis. A Royalinda eso no le importaba; para ella, la bondad de los ponis era su mayor defecto y la causa de su perdición.

Aunque anotó mentalmente el nombre de la pegaso. Esa poni sufriría menos que los otros...

En efecto, Royalinda no había abandonado aún sus planes de dominación absoluta. No obstante, seguía firme en su objetivo principal.

"Trixie..." murmuró mentalmente Royalinda.

"Trixie" era el nombre que todos en la reunión pronunciaban. Había muchas preguntas en el aire que surgían a partir de él. Pero todas tenían respuestas obvias para la inteligente Royalinda; sin embargo, había otras que ella misma se formulaba y no era capaz de responder.

¿Cómo era posible que, a pesar de todo lo ocurrido esa mañana, la dueña del castillo no hubiera reaccionado en absoluto? Más aún, temprano en la mañana había percibido una actividad sospechosa en el castillo. ¿Tendría alguna relación con lo que estaba pasando ahora con los ponis?

Así reflexionaba Royalinda, intrigada por estos enigmas, más aún por la existencia de Starlight, la poni por la cual Trixie estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para alcanzar...

"Brrrr..." un murmullo susurrante se desprendió del interior del frasco que sostenía Derpy. Los celos de Royalinda emergian como burbujas de rabia desde su boca.

Royalinda ya lo sabía. Pero ahora estaba más segura; si quería que Trixie sufriera, Starlight sería la primera en su lista.

Trazando un nuevo plan, Royalinda, desde su frasco, observaba atenta a su próxima víctima.


Poco después, frente al castillo de Twilight...

"Glu, glu, glu... Ahhhhh", exhaló Trixie aliviada al terminar de beber de una pequeña botella de color rojo. Una vez más, se había recuperado y su magia fluía con fuerza de nuevo. Satisfecha, la unicornio tiró la botella a un lado y tomó varias más del ancestral cofre que tenía delante suyo.

"Dos, tres o cuatro estarán bien... Si con eso será suficiente, Trixie. ¡Esta vez todo será diferente! ¡Ja, ja, ja!" Hablando consigo misma y entre risas, Trixie proyectaba una imagen de desenfreno que difícilmente traería tranquilidad a quien la viera.

Precisamente los Young Six que la vigilaban desde arriba en un balcon del castillo sentían eso mismo.

"¿Y bien? ¿Qué tal les fue?" preguntó Smolder, que acababa de unirse con ellos volando desde el interior del castillo.

"Ocellus intentó disculparse con ella, pero la consejera le respondió en un tono 'no amistoso'", respondió Gallus, moviendo sus garras para dar a entender el sarcasmo. En efecto, eso había pasado, pero decir eso era poco dado el tono áspero con el que Trixie había respondido a las disculpas de Ocellus, ahora la cambiante se encontraba muy seria, observando a la consejera.

"Vaya..." respondió Smolder, rascándose detrás de la cabeza. "Entonces... ¿Qué más piensan hacer?"

"Nada, supongo que esperar. Ahora que el subdirector Sunburst está aquí, él se encargará de todo. ¿Dejaste a ese monstruo en el congelador?" preguntó Gallus, cambiando de tema y adoptando un tono más serio al referirse a Royalinda.

"Sí, junto con el helado de avena de la directora. No entiendo qué pensaba el subdirector al traer esa cosa aquí".

"Diseccionarlo, espero. No quisiera ver otro ataque de pánico de Sandbar. ¿Está él mejor?"

"Sí, Yona y Silverstream se quedaron a cuidarlo en la enfermería. Eso y el subdirector fue a..."

"¿Chicos, qué es eso que tiene la consejera?" interrumpió Ocellus, apuntando a la distancia donde Trixie levantaba su cofre de pociones y lo devolvía a su remolque.

"¿La colección privada de sidra de manzana de la consejera?" respondió Gallus divertido.

"No es broma, Gallus. Ese cofre se veía muy sospechoso, y definitivamente lo que acaba de beber la consejera no era sidra", respondió muy seria Ocellus hacia sus compañeros. "Parecía ser un cofre de... pociones arcanas".

Gallus y Smolder se miraron entre sí confundidos.

"No entendemos mucho de esas cosas, Ocellus. ¿Dices que la consejera está bebiendo algo ilegal?" preguntó Smolder, extrañada.

"¡No ilegal, arcano! Bueno, tal vez sí sea algo ilegal, dado el color que tenía la poción... Realmente no entiendo en qué está metida la consejera, pero no es bueno", respondió muy preocupada Ocellus, volviendo su mirada de nuevo a la distante Trixie.

"No es lo único 'no bueno' que ha hecho..." murmuró Gallus molesto.

Una luz titiló sobre el castillo, llamando la atención de los Young Six, quienes no pudieron evitar alzar la mirada. La barrera mágica que había protegido el castillo de Twilight hasta entonces estaba dando sus últimos destellos, apagada por los anteriores esfuerzos de Trixie y vuelta a encender al reiniciar el sistema de seguridad. Ahora, a la barrera solo le quedaban minutos de funcionamiento antes de apagarse por última vez.

Por supuesto, esto era lo que Ocellus había intentado decirle a Trixie poco antes sin éxito alguno.

La barrera continuó titilando unos segundos más antes de estabilizarse de nuevo.

Abajo, fuera de la barrera, Trixie no se percató en lo más mínimo de aquella única oportunidad; se encontraba demasiado concentrada urgando entre las cajas de su remolque.

"¡AJÁ, AQUÍ ESTÁ!" exclamó Trixie en un arranque de euforia.

Desde el balcon, los Young Six volvieron la mirada hacia abajo, donde estaba Trixie, quien salió de su remolque con un objeto difícil de describir. Tenía el aspecto de un gran trombón; sin embargo, lo rudimentario de su forma y las extrañas plumas que lo adornaban hacían pensar que era más bien la pieza extraviada de algún museo o un extravagante pájaro disecado.

Trixie, quien lo llevaba puesto en su cuello, se mostraba radiante de emoción. Era evidente que estaba decidida a usarlo.

"¡AHORA TODOS CONOCERAN LA CÓLERA DE LA GRAN Y PODEROSA TRIXIE!" proclamó la unicornio, levantando sus cascos hacia el cielo desafiante. A continuación, tocó aquel instrumento desconocido.

"HUUUMMMMMMMM..."

Un sonido semejante al mugido de una vaca resonó por todo el lugar. Largo y tendido, el mugido barrió la planicie y llegó a escucharse hasta en Ponyville y más allá. Así continuó, silenciando cualquier otro ruido hasta que por fin se perdió, elevándose hasta lo más alto del cielo.

Los Young Six, sobrecogidos por aquel sonido, se taparon los oídos inconscientemente. Estaban muy desconcertados y no sabían qué podría haber hecho Trixie esta vez. Expectantes, esperaron cualquier señal de peligro que pudiera manifestarse. Sin embargo...

Nada pasaba.

"¡PRONTO LAS GRANDES ÁGUILAS DEL CIELO LLEGARÁN Y TODOS USTEDES LAMENTARÁN HABERSE PUESTO EN MI CAMINO!" gritó Trixie a los Young Six, con sus extremidades superiores extendidas hacia el cielo, aunque más parecía estar diciéndolo para sí misma.

Ocellus y los demás se miraron entre sí, extrañados y buscaron alguna señal de las supuestas águilas en el cielo. No encontraron nada salvo lo que parecia una bandada de palomas en la lejania.

Pasaron varios minutos más... y no había águilas.

"¡EN CUALQUIER MOMENTO!" recalco Trixie con voz potente, aún manteniendo su expectante posición. Los Young Six, por su parte, ya no se sentían tan preocupados y solo miraban a Trixie.

Así pasaron más de cinco minutos...

Ocellus finalmente rompió el silencio.

"¡Consejera Trixie, por favor, no se esfuerce más! ¡La directora Starlight seguro ya terminó su reunión y se reunirá con usted en breve!"

Trixie no respondió al mensaje de Ocellus, aún permanecía quieta y sonriente mirando al cielo como si esperara un milagro, así continuó rígida bajo el sol del mediodía.

"Quizá el calor la ha afectado un poco..." murmuró Gallus a Smolder, girando su garra al lado de su cabeza, quien no pudo evitar reír un poco. Ocellus, en cambio, se mantuvo seria, observando...

Después de una larga espera y sin aviso alguno, Trixie tiró a un lado el gran instrumento que había tocado y comenzó a patear hacia el aire en una demostración de frustración y rabia pura. Así continuó por un largo rato, y no terminó allí, ya que después de eso se tiró al suelo y comenzó a revolcarse en él, en un aparente esfuerzo de castigar a la misma tierra con su propio cuerpo.

Observando aquella escena desde el balcón, Ocellus no dijo nada. Incluso Gallus y Smolder, que se estaban riendo al principio, también se callaron.

No era divertido, era triste.

En medio de aquel deplorable espectáculo, la barrera mágica finalmente cedió y se desvaneció definitivamente. Sin embargo, eso ya no tenía importancia a esas alturas.

Ocellus suspiró cansada.

"Bueno... será mejor que bajemos y le abramos la puerta... espero que eso la calme un poco".

Smolder y Gallus asintieron sin palabras, poco entusiasmados con esa idea.


Dentro del castillo, en el congelador de la cocina, un frasco de vidrio colocado junto a una pila de latas de helado de avena se encontraba vacío.

No muy lejos, un rastro de agua derretida corría por el suelo hasta llegar a la puerta entreabierta de la habitación.


Tirado a un lado del camino hacia el castillo de Twilight, el cuerno clama-aguilas yacía en el suelo. Este artefacto mágico tenía el supuesto poder de convocar a las águilas del cielo y ponerlas bajo el control de quien lo tocara.

Precisamente con ese objetivo había sido usado recientemente, y los resultados de ese mismo intento lo habían llevado a terminar en el lugar donde estaba ahora.

No muy lejos del cuerno clama-aguilas, Trixie se encontraba en el suelo, revolcándose en su propia rabia y miseria, causada por todos los infortunios que le habían ocurrido hasta el momento. Maldecía a los elementos, maldecía su suerte e incluso maldecía su propia magia. Verdaderamente grande era la frustración que estaba sintiendo.

Desde el balcón del castillo, Ocellus, Gallus y Smolder observaban con lástima esta escena. No necesitaban preguntarse qué había pasado; era evidente que otro intento de su consejera escolar por ingresar al Castillo de la Amistad había fallado.

Un esfuerzo completamente inútil e innecesario.

Disponiéndose a bajar y abrir las puertas del castillo, Gallus habló a sus amigos: "Con una actitud como esa, el viento jamás estará a favor de esa pony", sentenció el joven grifo, reprobando el infantil berrinche de Trixie.

"Yo no estaría tan segura. ¡Miren!" exclamó alarmada Smolder, apuntando hacia el cielo.

Al levantar su vista, Gallus y Ocellus observaron algo inaudito. Lo que minutos atrás parecía ser solo una bandada de palomas volando en el horizonte ahora era una visión sobrecogedora que oscurecía el firmamento. Llegando en oleadas, decenas de siluetas de gigantescas aves se proyectaban entre las nubes como aviones que arribaban hacia su objetivo.

Pronto, las siluetas tomaron una nueva formación y comenzaron a rodear desde el cielo al Castillo de la Amistad en una espiral inquietante que crecía a cada momento.

Entonces, repentinamente, un agudo grito de batalla azotó el aire. Tanto los que estaban en el cielo como aquellos que estaban en el suelo contemplando aquel espectáculo fueron estremecidos por aquel llamado. Conejos, pájaros, insectos, todos los que tenían ojos y oídos, rápidamente se pusieron a cubierto en sus madrigueras o refugios. Nadie en su sano juicio se quedaría a presenciar la llegada de la terrible cólera que se precipitaba desde arriba.

Una a una, las figuras de las gigantescas aves emergieron de entre las nubes, descendiendo en una corriente imparable.

Gallus, que no creía lo que sus ojos estaban viendo, balbuceaba: "¿Acaso son...?"

"Llegan las águilas. ¡Llegan las águilas!" gritó Smolder en pánico.

"Pero no son ..." intentó responder Ocellus contrariada, sin embargo, sus compañeros la tomaron de inmediato y la llevaron al interior del castillo.

Afuera, Trixie, que no era ajena a lo que ocurría a su alrededor, solo se quedó sentada observando el temible desfile que se acercaba hacia ella.

Había estado asustada al principio, pero fue solo un breve momento; ahora se encontraba completamente llena de toda la dicha y alegría que podía caber en ella. Atrás había quedado toda la frustración y enojo que había sentido hasta hace poco.

Excitada, se puso de pie sin miedo alguno. Pues ella sabía la verdad. Ella era la causa del arribo de aquellas poderosas criaturas. Ella los había llamado con su poderoso amuleto. Solo ella podía responder a este giro de acontecimientos con una sonrisa triunfal.

"¡Sí! ¡Sí! VENGAN A MÍ, PODEROSOS GUARDIANES DE LAS MONTAÑAS. BENDITO SEA EL VIENTO QUE LOS HA TRAÍDO HASTA MÍ. ¡VENGAN E INCLÍNENSE ANTE SU AMA, LA GRAN Y PODEROSA TRIXIE!" con estas palabras, Trixie relinchaba eufórica hacia el cielo, dando la bienvenida a las gigantescas águilas y bendiciendo el viento que hacía poco había maldecido.

Como respuesta a aquel saludo, la primera y más grande de todas las águilas descendió directamente ante la poni que los había invocado. Como una casa que caía desde el cielo, la enorme figura del ave pisó el suelo con un estruendo que hizo saltar por los aires a Trixie misma.

Pero eso último no le importó en lo más mínimo. Incluso se emocionó aún más. Sin perder un segundo, Trixie corrió hacia el recién llegado y dio un cálido abrazo a la robusta pata del ave. Lo abrazaba como si fuera su propio hijo. Sí, así era, él era su hijo. Fruto de su talento y habilidad.

Así pensaba la orgullosa unicornio al estar convencida de tener entre sus cascos a Thargodal, el rey de las águilas gigantes de las cordilleras amatistas que rodeaban por el este a Equestria. Grande era la fama de la poderosa águila monarca, conocido desde la tierra norte de los Yaks hasta los desiertos ardientes en el sur.

Leyendas y canciones se hacían en honor a Thargodal. Trixie las había escuchado todas. De cómo la poderosa águila había luchado contra dragones malignos y cazado a terribles bestias que atormentaron los mares.

Trixie solo podía idolatrar aquella pata, preguntándose cuánta envidia podrían tener los demás ponis al enterarse de lo cerca que habían estado de aquella leyenda viviente.

Casi se sentía tentada de besar aquella majestuosa extremidad, pero no lo hizo, no quería ofenderlo.

"Uhmm... vaya, para ser la más poderosa de todas las aves de Equestria, tienes muchos callos en tus patas... y también tienes muy descuidadas tus garras, deberías visitar a un podólogo. Pero no te preocupes, me gusta todo de ti. Cuando uno es así de poderoso, no necesita verse bello para ser especial ..." así hablaba afectuosa Trixie haciendo mimos, recostada sobre la pata de Thargodal, sin prestar atención al resto de águilas que ya habían descendido.

"...sabes, siempre quise conocerte desde que era una potra. Todas esas historias sobre ti, yo creo que eres alguien muy especial, que conoces mucho del mundo... uhmm, no quiero sonar rara, pero... ¿crees que yo también soy especial?" preguntó Trixie repentinamente, levantando su mirada conmovida. Había una luz inocente en sus ojos que rogaba por la respuesta de su ídolo. Esta era una pregunta honesta que venía desde lo más profundo de su pequeño corazón de poni.

"CLO! CLO! CLO! CLO! CLO! CLO! CLO!" fue la respuesta inesperada y contradictoria que recibió.

Con la mente en blanco, Trixie se quedó paralizada por aquella impropia respuesta. Dio varios pasos atrás de inmediato y escudriñó a su alrededor.

Toda la euforia y pasión que había sentido se desvaneció tan rápidamente como la angustia que había experimentado antes de la llegada de las grandes aves que la rodeaban. Peor aún, esa misma angustia volvió a llenarla, acompañada de una creciente sensación de traición.

"Tú... tú... ¡TÚ NO ERES THARGODAL!" gritó Trixie, casi al borde de las lágrimas, con el corazón roto por el engaño.

Había sido tan ingenua.

Frente a ella y a su alrededor, no se encontraban las honorables y majestuosas águilas de las Montañas Amatista.

En cambio, se encontraba ante una bandada de aves negras y descarnadas, parecidas a pavos pero con miradas feroces y depredadoras.

Estas enormes aves tenían pechos grises y abultados, en donde sobresalían las protuberantes verrugas carnosas de sus cuellos. Sus cabezas coloradas estaban fuertemente marcadas por profundas ojeras azules y cejas negras. Sus largos picos, afilados como garras, tenían un color amarillo enfermizo. Eran bestias con un aspecto auténticamente malsano y avaricioso.

Entonces, Trixie descubrió con horror toda la suciedad y el polvo que se había pegado a su pelaje al abrazar la enorme pata de la descarada ave que tenía delante. En un arrebato de pánico, se lanzó al verde césped y comenzó a rodar en busca de desprenderse de toda esa inmundicia.

La enorme ave emitió un cacareo burlón.

Después de un rato, Trixie se puso de pie nuevamente. No estaba más limpia, pero su consternación se había ido.

Ahora, estaba furiosa.

"¡Tú, gran ave sobrealimentada, ¿quién rayos eres?! ¡¿Quiénes son todos ustedes?!" gritó Trixie llena de ira hacia las aves que la rodeaban, una mirada divertida fue la respuesta de la bestia frente a ella.

Entonces una voz llegó a ella desde atrás.

"¡CONSEJERA TRIXIE, HUYA! ¡SON PAVO-HALCONES! ¡ESE ES FATHUNGRY!"

Trixie se volvió y prestó atención a las puertas del castillo. Allí se encontraban Gallus, quien gritaba a todo pulmón mientras hacía señas, junto a sus compañeros, para que ingresara al lugar.

"¿Fathungry?" se respondió a sí misma Trixie, confundida.

Lamentablemente, para la grandiosa y poderosa Trixie, eso era cierto.

Trixie no había invocado a Thargodal, señor de los vientos y líder de las excelsas águilas gigantes.

Trixie había convocado a Fathungry, terror de las cosechas y cabecilla de los infames pavo-halcones gigantes.

Los pavo-halcones eran aves oportunistas y rapaces con hábitos migratorios entre el sur y el norte de ese mundo, capaces de atravesar los océanos en sus largos vuelos y siempre dejando detrás de sí un rastro de desolación, similar al de las langostas. Eran considerados un desastre natural viviente para todos los granjeros. Aunque su dieta normal consistía en vegetales, en muchas ocasiones preferían alimentos más vivos.

Sí, los pavo-halcones se alimentaban de ponis, y a diferencia de otros depredadores, no necesitaban una excusa para hacerlo.

El terrible Fathungry observaba a la indefensa Trixie con la misma diversión que tendría un ave de corral al ver a un gusano en el suelo.

"¡¿QUÉ ME MIRAS TANTO?!" respondió Trixie con desagrado ante esa mirada.

Entonces, el enorme cuello de Fathungry se estiró y en un movimiento rápido se agitó como si fuera un látigo, veloz el pico del ave gigante descendió directo sobre Trixie.

Dando un alarido, la unicornio apenas pudo reaccionar, esquivando por poco el impacto donde cayó el picotazo de Fathungry; la tierra salpicó junto con el césped del suelo, como si un meteoro acabara de caer allí mismo.

Consternada, Trixie observó cómo la cabeza de Fathungry, cubierta de polvo y tierra, aún la observaba con aquella mirada avariciosa.

Trixie jamás había escuchado de Fathungry, pero sí sabía qué clase de calaña eran los pavo-halcones.

Ella no se quedaría de cascos cruzados.

Entonces, sorprendiendo a Fathungry, Trixie se puso de pie, encarando al ave. Su orgullo como gran hechicera y defensora de Equestria la obligaba a enfrentarse a la bestia.

Claro que esta actitud imprudente y fantasiosa era más producto de los efectos de la poción roja que había bebido momentos atrás.

"¡TE ATREVES A ATACAR A LA GRAN Y PODEROSA TRIXIE! ¡SENTIRÁS MI IRA!" agitando sus cascos en el aire, Trixie disparó un rayo de magia directo a la cabeza de Fathungry.

La gran ave no esquivó el ataque. Lo recibió de lleno y de inmediato una gran nube de polvo se levantó.

Segura de haber amedrentado al líder de los pavo-halcones, Trixie agitó su capa en una pose soberbia. No obstante, pronto notó algo inusual.

La nube de polvo que se había levantado con su ataque no desaparecía; de hecho, comenzaba a tomar una forma más sólida y amenazante. El viento empujó el polvo restante y una figura inesperada se reveló.

Era enorme, una construcción con forma de carpa había aparecido donde debería estar el lastimado cuerpo de Fathungry. Sorprendida, Trixie retrocedió e intrigada observó atentamente qué podría ser aquello. Llamarlo solo 'carpa' era decir poco; viendo de cerca su sombrío aspecto, uno notaba que tenía el mismo color que el polvo; sus paredes estaban llenas de patrones grises y difuminados que se mezclaban con su entorno, también tenía extensiones que se elevaban como púas a sus costados, dándole un aspecto amenazante; quizás más bien, uno debería pensar que eran plumas.

Repentinamente, la carpa se estremeció desde su base.

Una de las paredes de la supuesta carpa se estiró al cielo y tomó la forma de un ala.

"¿Pero qué...?" balbuceó Trixie.

La otra pared de la carpa se estiró y también tomó la forma de otra ala.

Por fin, Trixie comenzó a entender qué era aquello.

La parte frontal de la carpa comenzó a contraerse como si un gusano estuviera a punto de abrirse paso en una piel infectada.

Entonces, como una explosión, la grotesca cabeza de Fathungry emergió de aquella forma falsa que había tomado.

"CLO! CLO! CLO! CLO!" se burló el líder de los pavo-halcón.

Horrorizada, Trixie retrocedió aún más.

Fathungry, ya de pie, se levantaba orgulloso e indemne del anterior ataque de Trixie. Tenía algunas plumas flojas, pero eso no le importaba.

Lo importante era que ya conocía la fuerza de esa poni. Antes había sido precavido en su ataque, demasiado delicado... sin embargo. Ahora la diversión estaba asegurada.

El terrible Fathungry volvió a estirar su cuello, con sus ojos apuntando sobre Trixie; la unicornio pudo sentir en su piel el peligro que transmitía esa mirada.

En menos de un parpadeo, el pico de Fathungry descendió sobre Trixie a una velocidad imposible de esquivar. Trixie, guiada por sus instintos de supervivencia, levantó involuntariamente una barrera mágica a su alrededor.

Un destello de luz estalló.

La cabeza de Trixie fue golpeada por un dolor cegador; el ataque de Fathungry no rompió su defensa, pero la presión que sentía era semejante a tener un Yak encima.

Transcurrido el impacto, Trixie se tambaleó por un instante, pero afortunadamente su barrera mágica no cedió.

A Fathungry esto también le pareció muy afortunado. Él quería jugar más.

Desorientada, Trixie apenas pudo ver el segundo ataque.

Una garra impactó de frente en la barrera de Trixie, mandándola a volar por los aires. Fathungry, quien la había pateado con su pata derecha, vio cómo Trixie, encerrada en su burbuja de magia, surcaba el cielo hasta la colina más cercana.

"¡HAAAA HAAAAUUUUUU!" Trixie surcaba el cielo en medio de un alarido. Aunque potente, el segundo golpe de Fathungry fue mucho menos dañino que el anterior, dándole tiempo a la unicornio a recuperarse. Aun en el aire, Trixie pensó por un instante en bajar la barrera y teletransportarse a cualquier parte lejos de ahí. Pero cuando bajó la cabeza debajo suyo para ver qué tan cerca del suelo estaba, sus esperanzas de escape se esfumaron.

Un pelotón de pavo-halcónes la esperaba.

Antes de que pudiera pensar en algo más, un pavo-halcón se elevó de un salto, dándole alcance en pleno aire.

Trixie gimió dentro de su barrera por el nuevo impacto. De un cabezazo, el pavo-halcón la lanzó en una nueva dirección hacia la otra colina.

En la otra colina a la que fue enviada, Trixie observó desesperada otro pelotón de pavo-halcónes esperándola.

Otro golpe de dolor recorrió la cabeza de Trixie.

Luego otro... y otro.

A la distancia, Fathungry observaba con malicia cómo Trixie era torturada, siendo usada como una pelota de fútbol por sus subordinados.

"CLO! CLO! CLO! CLO!" se burló nuevamente el líder de los pavo-halcón. Todo esto le resultaba muy divertido.

Un estruendo repentino llamó la atención de Fathungry, haciendo que girara la cabeza de inmediato. No muy lejos, el grupo de pavo-halcónes que había asignado para vigilar las puertas del castillo parecía haber encontrado algo. No estaba seguro de qué podría tratarse, pero era muy probable que sus subordinados hubieran descubierto más juguetes.

Fathungry lanzó otro cacareo, ahora también acompañado por los otros pavo-halcónes que lo rodeaban. Todo esto le resultaba verdaderamente divertido.

Esa tarde, el gran clan de rapaces pavo-halcónes sobrevolaba cerca de las ciénagas del Bosque Everfree cuando escucharon el llamado del cuerno clama-aguilas. Había sido algo inesperado, y aunque normalmente evitarían involucrarse en situaciones que implicaran a las águilas, sus mayores rivales en los cielos, decidieron acudir al llamado. Fathungry, su líder, encabezó aquel vuelo. Estaba algo cansado de la monotonía de la migración anual, y ese inesperado llamado parecía ser la oportuna respuesta al aburrimiento que lo había estado atormentando.

De haber sabido que terminaría frente al castillo de una princesa poni, habría traído al resto de la bandada para derribarlo.

"Huuuuuuu Pur Pur", un lamento grave atravesó la pradera, interrumpiendo la diversión de Fathungry. El líder de los pavo-halcónes giró su mirada hacia donde sus subordinados estaban jugando con Trixie.

La diversión llegó a su fin.

Rodeada por los pavo-halcónes, el cuerpo de Trixie descansaba en el suelo. Aunque no estaba herida, se hallaba casi inconsciente. El estrés del continuo ataque de los pavo-halcónes había agotado su concentración y superado su resistencia. Exhausta, había desvanecido su barrera mágica y caído a merced de las grandes aves.

Podrían haberla eliminado en ese momento, pero habían recibido órdenes claras de Fathungry.

Trixie era su juguete.

Atrapada en plena caída por uno de los pavo-halcónes, Trixie fue depositada en el suelo. No sin antes ser despojada de toda su ropa, la cual ahora era masticada como chicle por su captor.

Ignorando a sus subordinados y con el aire propio de su especie, Fathungry se acercó a Trixie. Al llegar, la examinó detenidamente con la mirada. No era la mirada de alguien preocupado por su semejante; lejos de eso, era la avariciosa mirada de un glotón evaluando una deliciosa comida, indeciso entre devorarla de un bocado o saborearla pieza por pieza.

Una morbosa idea cruzó por la cabeza de Fathungry. Ya se había decidido qué hacer a continuación.

En medio de un silencio sepulcral, el afilado pico de Fathungry descendió hacia Trixie, abriéndose lentamente en su descenso, como las cuchillas de una tijera a punto de cortar un delicado papel.

Pero, justo cuando el pico de Fathungry estaba tan cerca de alcanzar la melena de Trixie, se detuvo.

"Pur, pur, pur", un cacareo vergonzoso comenzó a escucharse alrededor.

Molesto, Fathungry levantó la cabeza y pronto dio con el responsable.

Uno de sus subordinados, aquel que le había quitado la ropa a Trixie, se encontraba masticando eufórico su botín.

Fathungry no recordaba bien su nombre. ¿Se llamaba Drygut? Eso no importaba. Lo que importaba era que sus subordinados no debían olvidar quién estaba al mando. El gran Fathungry mandaba, y cuando Fathungry comía, NADIE debía interrumpirlo.

Con una patada certera, Fathungry golpeó el buche de su subordinado, castigándolo por su insolencia. El desafortunado pavo-halcón emitió un grito y cayó al suelo aleteando patéticamente, parecía que ni siquiera se había dado cuenta de lo que lo había golpeado.

Fathungry tomó una postura más arrogante y extendió sus alas, mostrándose ante los demás como una advertencia clara de lo que les esperaría a aquellos que osaran desafiarlo.

Después de pavonearse un rato ante sus subordinados, quienes no paraban de agachar la cabeza y cacarear serviles, Fathungry decidió regresar donde Trixie para continuar con su asunto pendiente.

No obstante, se detuvo a mitad de camino. Algo más llamó su atención.

Bajo sus cayosas patas, la capa y el sombrero de Trixie yacían esparcidos. El pavo-halcón que Fathungry había golpeado antes los había escupido en ese momento. Pero eso no fue lo que llamó la atención de Fathungry.

Unas brillantes perlas rojas brotaban de las ropas de Trixie.

Intrigado, Fathungry agachó la cabeza. Pronto descubrió que no eran perlas rojas, sino unos ítems mágicos conocidos como pociones. Aunque artefactos como esos no tenían valor alguno para los de su especie... algo en el brillo de esas pociones parecía alimentar su curiosidad.

Sin pensarlo mucho más, Fathungry picoteó una de las pociones rojas y tragó su contenido.

En una luz cegadora de entendimiento, la mente de Fathungry fue engullida por una emoción indescriptible.