Sinopsis:
El mundo es un lugar enorme, que está repleto de islas como de misterios que nadie puede cuantificar, pero el mar vio cómo fue creado y es quien sabe cómo terminará.
No se debe perder la esperanza, incluso si se cree que se está perdido. Mientras permanezcamos en este mundo, el mar siempre nos mantendrá conectados, nos mostrará el camino y nos guiará hacia donde debemos estar.
Ese lugar es donde nuestras personas preciosas nos esperan.
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Su cuerpo salió disparado hacia atrás hasta chocar contra el robusto tronco de un árbol después de recibir de lleno el golpe de su mentora. El aire salió de sus pulmones con violencia antes de caer al piso como una muñeca de trapo, luchando por respirar.
—Ponte de pie —ordenó la mujer con voz imponente, demostrando que no le tenía piedad. Ella no la necesitaba de todos modos—. Si esto es todo lo que tienes para ofrecer, ¡no me hagas perder el tiempo!
—Aún no… —murmuró la chica en el suelo.
Ella apretó sus dientes fuertemente, aguantando el dolor de su cuerpo mientras se ponía de pie de forma temblorosa. Sus músculos gritaban por el esfuerzo ejercido, por el maltrato recibido, mas haría oídos sordos a sus súplicas de descanso. Todavía tenía más por hacer, no podía rendirse tan fácilmente. Tenía que fortalecer su cuerpo para que estuviera a la par de su sólida determinación.
—¡No te oigo!
—¡Aún no he terminado! —gritó con renovada convicción.
Arremetió contra su mentora una vez más, con sus ojos brillando con el objetivo que la hacía levantarse y continuar. La mujer voluptuosa sonrió con el orgullo inundando su pecho mientras sus puños se volvían de un negro metálico, lista para continuar con la sesión de entrenamiento.
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En las ruinas del reino de Shikkearu, en la isla Kuraigana, se estaba librando una gran pelea entre la niebla nocturna.
Roronoa Zoro frenó la gran espada de su adversario justo a tiempo antes de que alcanzara a cortarlo en su costado desprotegido, acto seguido repelió el ataque al empujarlo con su fuerza y contraatacó rápidamente con sus propias katanas. Posicionó sus armas para realizar una de sus técnicas especiales para tomar ventaja, sin embargo, fue rápidamente contrarrestado con una copia de otra de sus propias técnicas por parte de los enemigos. Logró esquivar el ataque a tiempo, pero era claro que aún no podía seguir los rápidos movimientos tanto como él quisiera; debía aprender la técnica de observación —el kenbunshoku haki— cuanto antes o sus peculiares oponentes lo sobrepasarían en cualquier momento.
Los humandrills eran una especie peculiar de babuinos que habían aprendido a imitar a los humanos. Si vivían cerca de humanos pacíficos, ellos serían pacíficos; si vivían cerca de humanos violentos, ellos los imitarían. Hace algunos años, en la isla Kuraigana, donde vivía un grupo de esta especie, ocurrió una gran guerra que acabó en la ruina del reino. Al presenciar tal grado de violencia de parte de los humanos, los humandrills aprendieron a usar armas y se convirtieron en bestias sanguinarias; eran los guerreros del bosque.
Estos guerreros eran los adversarios de Zoro desde que había comenzado su intensivo entrenamiento, con quienes no podía darse el lujo de relajarse ya que si lo hacía perdería la vida bajo sus propias técnicas imitadas por los babuinos.
Sentado en lo alto de un escombro que antaño había formado parte de la pared de una torre, "Taka no me" Mihawk observaba la batalla de su —por el momento— pupilo.
Seis meses habían transcurrido desde que el joven pirata le pidió que le enseñara a ser un mejor espadachín, dejando de lado su orgullo y humillándose ante su enemigo al rogar por aceptación. A pesar de que al principio había tenido grandes expectativas sobre el muchacho y se había dejado eclipsar por sus valores como espadachín, verlo postrarse ante él lo había decepcionado. Su insistencia y determinación lo hicieron reflexionar sobre qué lo motivaba a comportarse así, y cambió de parecer cuando finalmente llegó a la conclusión de que lo hacía para volverse fuerte por alguien más.
Él aceptó su petición y ahora podía decir con seguridad que durante el periodo que había pasado bajo su entrenamiento, Zoro había respondido de buena manera a sus expectativas y no lo había decepcionado.
En este momento, el peli-verde se enfrentaba al líder de los babuinos, quien había copiado a la perfección el estilo de lucha del Shichibukai, mientras debía estar pendiente de los ataques de los demás primates que no tenían piedad contra él. Seguía el ritmo de sus adversarios, con esfuerzo de su parte, pero aun así lo hacía. Sin embargo, no tardaría mucho en llegar a su límite; el tiempo que llevaba entrenando y el número de oponentes lo estaban comenzando a desgastar. Pero él no se rendiría fácilmente, tenía una meta clara que cumplir.
Con un par de movimientos más de sus katanas, Zoro logró quitarse de encima a los humandrills y se preparó para su siguiente ataque, mas se detuvo al reconocer un patrón en ellos que solo hacían cuando Mihawk estaba cerca.
Los babuinos se petrificaron en su lugar al ver al gran espadachín ponerse de pie y saltar desde su alta posición hacia el suelo. Ellos no esperaron un segundo más para escapar y salieron corriendo hacia el bosque al no ser capaces de soportar la poderosa aura del hombre. El entrenamiento había terminado por hoy.
El joven espadachín abandonó su postura de batalla y tomó grandes bocanadas de aire para apaciguar su agitada respiración, destensando cada uno de sus músculos agarrotados. Él sabía que los humandrills regresarían para su próxima sesión y lo harían más fuertes que antes, esa era su naturaleza; mientras él iba mejorando en sus técnicas e incrementando su fuerza, ellos lo hacían a la par suya para imitarlo. Eran buenos adversarios para alguien que quería superarse continuamente como él.
Una vez que sintió que su cuerpo había tenido un respiro suficiente, se giró para pedirle a Mihawk que continuaran con el entrenamiento y le enseñara un nuevo movimiento, en cambio, se encontró con la espalda del mayor que se estaba alejando sin mediar palabras.
—¡Oye, regresa! ¡Aún puedo seguir! —exclamó, luego se maldijo por el tono jadeante y exhausto que había salido de su boca.
—Claramente no puedes —respondió con su tranquilidad habitual, parando su andar para encararlo—. Tengo un asunto que atender. Deberías tomarte este tiempo para descansar y ocuparte de tus heridas.
Zoro gruñó disconforme en respuesta, más ofuscado de que lo enviaran a descansar que porque Mihawk se ausentara; esto ocurría algunas veces cuando el mayor debía ocuparse de sus obligaciones como Shichibukai o de asuntos personales que no explicaba. Le restó importancia, con la clara intención de hacer oídos sordos a la sugerencia de su mentor, se iba a ir por su lado para continuar su entrenamiento por su cuenta, pero la voz del hombre lo hizo detenerse al dar solo un par de pasos.
—Creo que es mejor que me acompañes —cambió de opinión el de ojos ámbar.
—¿Por qué, tan de repente?
—Solo ven.
El joven se quedó en su lugar unos segundos, observando a su maestro alejarse mientras intentaba descifrar el trasfondo de sus acciones repentinas. Tal vez era parte del entrenamiento y quería hacerle algún tipo de demostración; si era así, con gusto iría.
—Por ese camino no es.
Zoro se detuvo en seco y sintió el rostro caliente de vergüenza al escuchar la voz cargada sutilmente de burla de Mihawk, ni siquiera lo estaba viendo y de igual manera sabía que se había desviado de su trayectoria.
—Maldito —murmuró enfurruñado y apretando los puños al escucharlo jactarse exhalando una risa.
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Cuando Zoro aceptó acompañar a su mentor, no había tenido en cuenta un detalle muy importante al tomar tal decisión: el medio de transporte que utilizarían.
Y es que navegar desde la isla Kuraigana hasta la isla de destino, en el pequeño bote con forma de ataúd de Mihawk, no había sido una experiencia gratificante para él, más bien incómoda. Por supuesto, como el bote solo era utilizado únicamente por el Shichibukai —quien indiscutiblemente ocupó su puesto—, no había espacio para él. Tuvo que arreglárselas y acomodarse en el pequeño espacio libre junto al mástil. Aunque tampoco podía quejarse al respecto ya que, debido al cansancio que tenía encima después de horas de luchar, durmió prácticamente todo el viaje, únicamente despertándose en dos ocasiones.
La primera vez que se despertó fue pasada la medianoche, donde se encontró a Mihawk en la misma posición de cuando iniciaron su viaje. Al parecer, el hombre dormitaba en intervalos cortos para verificar el rumbo de su bote, aun así, mantenía su guardia en alto por si se cruzaban con barcos indeseados.
En esa ocasión, después de dar un gran bostezo, Zoro le cuestionó hacia dónde se dirigían. Mihawk le respondió con su usual forma taciturna que iban a una isla que estaba bajo su nombre a recoger el pago por dicha protección. Solo pasaron un par de segundos antes de que el joven pirata se diera por satisfecho con la respuesta, y cayera presa del sueño una vez más.
La siguiente vez que Zoro despertó, esta vez completamente, fue cuando arribaron a su destino a mediodía. El clima de la isla desconocida para él era muy agradable incluso con el brillante sol en lo alto de un despejado cielo celeste. El viaje les tomó toda la noche del día anterior y gran parte de la mañana de ese día, aunque para Zoro solo parecieron dos minutos —lo que tardó en dormirse en ambas ocasiones—.
El integrante de los Sombrero de Paja saltó al muelle, y una vez de pie se estiró completamente para destensar sus músculos agarrotados por la incómoda posición en la que permanecieron por tanto tiempo. Para finalizar, acomodó sus katanas en su sitio mientras observaba a su alrededor, encontrándose con las personas del puerto que iban de un lado a otro ensimismados en sus tareas de la vida cotidiana.
Para cuando Mihawk terminó de atracar su bote y se dispuso a hablar con su aprendiz, éste ya no estaba a su lado, ni en ningún lugar a la vista. Rápidamente entendió que se había perdido una vez más y simplemente suspiró en derrota ante esta mala costumbre —inconsciente— del joven pirata.
Estuvo unos segundos debatiendo internamente si debía ir en su búsqueda, pero decidió que se encargaría más tarde y le restó importancia, dejando el tema de lado al reconocer una figura que se acercaba alegre para recibirlo.
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