Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. "Solace" es una historia de fanficsR4nerds. La presente traducción ha sido realizada con su autorización y no tiene fines de lucro.

¡Gracias, Sully!


Capítulo 3

Julio

Casi cinco años después

—¡Mamá! ¡Mamá!

Levanto la vista desde donde estoy tratando cuidadosamente de remendar una media y sonrío cuando veo la pequeña cara sucia de mi sobrina aparecer en la puerta. A mi lado, mi hermana, agobiada por su segundo embarazo, se levanta de la mecedora para encontrarse con su hija.

Detrás de ellas, la institutriz de la niña está parada a la sombra del gran serbal frente a mi puerta principal.

Dejé mi costura y estiré las manos con un suspiro de satisfacción. Es un día demasiado hermoso para pasarlo adentro, y sé que Rosalie necesita caminar de vez en cuando.

Me levanto, asegurándome de que mi costura esté guardada. Recojo una canasta cerca de la entrada mientras salgo para encontrarme con Rosalie y Charlotte.

—¿Vamos a buscar servas? —pregunto, sonriéndole a Charlotte.

Ella asiente y sus rizos dorados rebotan. —¡Sí, sí! —grita, alcanzando la canasta. Se la ofrezco mientras ella se acerca a su institutriz. Rosalie se levanta, estirando su espalda con una pequeña mueca de dolor.

—¿Necesitas sentarte? —le pregunto.

Niega con la cabeza. —Estaré bien para dar un pequeño paseo —me dice—. Déjame ir.

Paso mi brazo por el de ella y nos ponemos en marcha lentamente detrás de su hija.

Charlotte pronto cumplirá cuatro años y tiene la elegancia de su madre y el dominio majestuoso de su padre. Las frecuentes visitas de Rosalie han sido lo único que me ha hecho compañía durante los últimos cinco años desde que enviaron a mi marido a la guerra.

No he recibido noticias suyas. No sé si aún está vivo. Lo que iba a ser una misión de meses se ha convertido en una campaña de casi cinco años. Sólo cuando uno de los mensajeros del duque aparece en mi puerta con nuevos títulos de propiedad para mí y un anuncio de otro ascenso de mi marido, de resto no he sabido nada.

El duque, fiel a su palabra, me instaló en un terreno con sirvientes, pero el aislamiento del primer año casi me vuelve loca. Si no hubiera sido por las visitas de Rosalie, seguramente habría perdido la cabeza.

Las cosas mejoraron después de eso, y aunque Rosalie solamente podía pasar algunas temporadas conmigo, me hice amiga del personal de mi casa.

Delante de nosotros, Charlotte suelta una carcajada cuando ve una rana cerca del estanque.

—Debes ir para el cumpleaños de Charlotte —dice Rosalie, mirándome—. Sé que a veces te resulta difícil salir de casa, pero significaría mucho tenerte con nosotros.

Miro a mi hermana. En los cinco años que llevo viviendo en Rowanberry Manor, casi no he salido. Se ha convertido en un lugar seguro para mí, un lugar que he creado lejos de la crueldad del mundo.

—Iré —le prometo a mi hermana, aunque decirle esto me pone inmediatamente ansiosa. Ella aprieta un poco mi mano.

La última vez que dejé Rowanberry fue cuando nació Charlotte. Podría hacerlo de nuevo para su cumpleaños.

Bajo el sauce, Charlotte se ríe, persigue ranas y olvida las bayas.

—¡Tía!

Levanto la cabeza, dejando a Rosalie sentada en un banco bajo colocado debajo del árbol mientras me dirijo a la orilla del agua.

—Sí, mi pequeño amor —digo, poniéndome en cuclillas junto a mi sobrina.

Ella me tiende sus manos embarradas. —¡Mira!

Ella alza sus manos y lentamente las retira para revelar una pequeña rana verde. En el momento en que hay suficiente espacio, salta de sus manos, haciéndonos a ambas gritar de sorpresa. Intentamos atraparla, pero salta al agua antes de que podamos agarrar su cuerpo resbaladizo.

Me río, me siento en el suelo y atraigo a Charlotte a mis brazos.

Ella se acurruca contra mí, su suave cabeza acaricia mi pecho.

—Era una rana muy bonita —le digo—, pero creo que debe tener mucha prisa por llegar a casa.

—¿Por qué?— ella pregunta.

Tarareo. —Tal vez tenga una familia a la que regresar.

Realmente no pienso en mis palabras hasta que salen de mi boca. Siento que el peso de ellas se apodera de mí, aunque Charlotte, por supuesto, no entiende lo que acabo de decir sin querer.

Me pregunto si alguna vez volveré a ver a mi marido.

—Cariño. —Miro a Rosalie, quien me observa con una mirada preocupada, y me doy cuenta de que ella también debe haberme escuchado—. Vamos. Deja que tu tía se siente conmigo un rato —dice. Charlotte asiente y se baja de mi regazo. Me levanto, me limpio la falda y me uno a Rosalie en el banco.

En el momento en que me siento, ella toma mi mano entre las suyas y la acaricia suavemente.

—Él volverá —dice suavemente.

La miro. —Pero seguirá siendo un extraño.

Casi cinco años casada con un hombre que apenas recuerdo. Ni siquiera fue hasta meses después de su partida que supe su nombre. Era un extraño que me dejó la primera mañana de nuestra nueva vida juntos.

Rosalie me da unas palmaditas en el dorso de la mano.

—El duque dice que es un buen hombre —dice en voz baja—. También ha ascendido en las filas.

Asiento en silencio. Lo sé únicamente porque cada vez que le ofrecen un ascenso, el duque le anexa a Rowanberry Manor otra parcela de terreno. Lo que una vez fue una cabaña, ahora es una mansión digna de un señor.

—Él volverá a casa y descubrirás que es más maravilloso de lo que tu corazón podría haber soñado. —Rosalie suspira—. Y tendrás cien niños hermosos.

Solté una carcajada y ella me sonrió. Rosalie es muy romántica, a pesar de que su propia vida no resulta tan soñadora como la que está pintando para mí.

Estoy segura de que el duque la ama a su manera, pero su afecto ha decaído considerablemente. Él no es la joya resplandeciente que ella alguna vez creyó que era, ni mi hermana tampoco ha sido la esposa dulce y dócil que él esperaba.

Hay fricciones en su matrimonio, pero hasta ahora han sido mínimas y se curan con las excesivas visitas de Rosalie a Rowanberry.

Nos sentamos un rato más bajo el sauce hasta que el aire se enfría. El sol todavía está en el cielo, pero la noche se acerca y decidimos regresar a la mansión.

Charlotte, en su cansancio, no puede caminar, así que la levanto y la abrazo fuerte contra mi pecho mientras Rosalie camina cuidadosamente a mi lado.

El sol apenas comienza a descender cuando la mansión aparece ante nuestra vista. Hay un carruaje afuera y una gran cantidad de caballos que hacen que mis pies se detengan abruptamente.

Rosalie me mira alarmada, pero mi corazón se acelera en mi pecho, mi agarre se estrecha sobre Charlotte mientras miro la mansión.

Él está en casa.

Un fuerte zumbido comienza en mis oídos y me sudan las palmas de las manos.

Puedo escuchar a los sirvientes llamándose unos a otros mientras se apresuran a darle la bienvenida a casa a mi esposo.

—Bella… —comienza Rosalie. La ignoro. Apenas puedo oírla con lo fuerte que mi corazón late en mis oídos.

Obligo a mis pies a dar un paso adelante, luego otro, y mi corazón se acelera a medida que me acerco a la casa.

Cuando estoy a diez pasos de la puerta principal, se oye un grito cuando alguien dice mi nombre, y luego él está allí, llenando la entrada mientras sus brillantes ojos esmeralda me buscan.

El aire sale de mi cuerpo.

Es más grande que cuando se fue, más ancho y más definido. Donde antes sus mejillas eran suaves, ahora hay una barba cobriza que lo hace parecer mucho mayor.

Ya no es el muchacho que se fue. Es un hombre y me mira como si yo fuera una tormenta en el horizonte.

—Bella —dice, y observo cómo su pecho se desinfla ligeramente cuando susurra mi nombre. Se apresura hacia adelante, con zancadas poderosas y fuertes mientras baja las escaleras de la mansión. Antes de que Rosalie pueda tomar a su hija, él está frente a mí, atrayéndome en un abrazo aplastante que me deja sin aliento.

Es la primera vez en mi vida que un hombre me abraza.

Huele a naranja, a humo de leña y a cuero.

Antes de que pueda decir algo, se mueve, sus brazos se acercan a mi rostro y luego sus labios están sobre los míos, firmes y hambrientos, extraños y familiares. Jadeo y su lengua se mete en mi boca, acariciando la mía y provocando una respuesta casi visceral de mi parte.

Se retira, con las manos todavía alrededor de mi cara y su mirada brillante escudriñándome los ojos.

»Bella —dice, con la respiración ligeramente entrecortada.

Tomo mi propio aliento tembloroso. —Bienvenido a casa, Edward.

—¿Tenemos una hija?

Miro a Edward desde donde estoy sentada en el salón. Rosalie llevó a Charlotte a sus habitaciones mientras yo seguía a mi esposo adentro para hablar.

—¿Qué? —pregunto, y luego recuerdo tardíamente a Charlotte—. Ah, no. Es la hija de mi hermana.

Edward asiente y se aleja de mí para servirse una copa de vino. —Bien —dice.

Arrugo la frente. —¿Bien? —insisto.

Me mira sorprendido. —Sí —dice, asintiendo con la cabeza una vez. Puedo sentir mi temperamento saliendo a la superficie. El temperamento que no sabía que tenía hasta que salí del control de mi abuela.

—¿Y por qué sería tan malo tener una hija? —exijo.

Bebe su copa de vino, con los ojos fijos en mí. Cuando termina, se da vuelta para volver a llenar la copa antes de mirarme.

—No hay nada malo en tener una hija —dice después de beber la segunda copa—, de hecho, espero tener muchas hijas contigo. También hijos, si Dios quiere.

Lo miro fijamente, sintiéndome un poco confundida. Deja su copa y camina hacia mí.

»Pero deseo estar aquí para el comienzo de sus vidas. —Se detiene justo antes de mí y sus ojos recorren mi cuerpo—. Y deseo verte llevar a todos nuestros hijos.

Una de sus manos se levanta, descansa sobre mi cadera y su pulgar roza mi estómago mientras habla. Me estremezco de sorpresa, no acostumbrada a su toque.

Veo arrepentimiento pasar por sus ojos cuando me suelta. Quiero tranquilizarlo, pero no tengo las palabras.

La tensión crece en la habitación cuando ambos recordamos que somos unos completos desconocidos.

Antes de que las cosas se pongan demasiado tensas, una de mis criadas entra en la habitación.

—Le pido perdón, mi señora —dice, mirando nerviosamente a Edward—, la cena está lista.

—Gracias, Angela —le digo, atrayendo su atención de nuevo hacia mí. Ella asiente una vez y se retira de la habitación, como si le tuviera miedo de Edward.

¿Ella tiene motivos para tenerlo?

Lo miro al otro lado de la habitación. —¿Tienes hambre? —le pregunto.

Él me mira fijamente. —Sí —dice finalmente. Asiento, recojo toda la dignidad que puedo reunir, enderezo la espalda y salgo de la habitación, esperando que me siga.

Lo hace y lo conduzco hacia el pequeño comedor ubicado en el extremo sur de la mansión.

La mesa está cargada con un poco más de abundancia de lo habitual. Fuentes de puerros y cebollas doradas se encuentran junto a pasteles de carne y estofado de cerdo. Hay un montón de tortas de cebada y al menos tres tipos de potajes. Me muevo para tomar asiento en mi lugar habitual, la cabecera de la mesa, pero luego hago una pausa, mirando a Edward. Él me está mirando en silencio, esperando a ver qué hago.

Sintiéndome un poco impetuosa, tiro de la silla y tomo asiento, haciendo contacto visual con él todo el tiempo.

Cubre una pequeña sonrisa mientras toma asiento a mi izquierda.

Antes de que pueda decir algo, otros hombres entran en la habitación, buscando ansiosamente comida. Reconozco sus uniformes y me doy cuenta de que deben ser sus hombres.

Casi de inmediato me siento avergonzada por el asiento que he tomado, y me muevo para levantarme, pero Edward les indica a todos los hombres que tomen asiento alrededor de la mesa. Veo sus ojos moverse entre él y yo, y siento que mis mejillas se calientan.

Finalmente, Rosalie baja y ocupa el último lugar libre, tres más allá de mí. Desearía que estuviera más cerca, pero a ella no parece importarle mientras se sienta en la mesa.

Como duquesa, mi hermana nos supera a todos, pero nadie parece estar demasiado preocupado por eso mientras ella se ríe y comienza a buscar comida.

Los hombres de Edward siguen su ejemplo y comienzan a servirse su propia comida. Puedo sentir los ojos de Edward sobre mí, esperando que comience antes de que él también lo haga. Me obligo a no mirarlo mientras lleno mi plato.

—Es maravilloso sentarse a disfrutar de una comida civilizada —bromea uno de los hombres, asintiendo graciosamente con la cabeza.

Asiento en respuesta. —Estamos felices de recibirlos a todos —digo en voz baja. Sinceramente, desearía que todos desaparecieran. Ya extraño el silencio habitual de Rowanberry.

—Estoy segura de que todos estos años de ausencia han dejado muchas historias —dice Rosalie, escaneando la mesa con los ojos. Caen sobre mi marido y, aunque sigue siendo dulce y recatada, reconozco el tono tenso de su voz mientras habla—. ¿No nos deleitarás con cuentos de tus aventuras?

Siento a Edward ponerse rígido a mi lado, siento la tensión en su cuerpo mientras ella habla. Instintivamente, quiero acercarme, protegerlo de la pregunta que claramente lo incomoda, pero una parte de mí está un poco satisfecha de verlo así. Se lo tiene merecido por marcharse durante cinco años sin avisarle a su esposa.

—Seguramente no querrá aburrirse con historias de guerra —dice Edward. Aunque no lo conozco bien, incluso yo puedo escuchar la tensión en su voz.

—Vamos, general —insiste Rosalie—, entretennos.

Algo cambia en Edward. Puedo sentir su enojo y molestia, y está dirigido a mi muy terca hermana.

Antes de que pueda pensar mejor en ello, me inclino hacia adelante. —¿General? —pregunto, y la mirada de Edward se eleva hacia mí—. No sabía que te habían nombrado general.

Su molestia desaparece, seguida de su sorpresa. —Sí —dice después de un momento—. Fue una promoción reciente.

Lo dice sin pensarlo, pero incluso yo sé que es un rango impresionante. Edward tuvo mucho más éxito en su campaña de lo que me hicieron creer.

Afortunadamente, uno de los hombres de Edward llama la atención de la mayoría de la mesa, su fuerte voz resuena mientras le cuenta a Rosalie una historia de su tiempo fuera.

Lo ignoro, mi atención está en mi plato mientras trato de que no sea obvio que realmente estoy prestando atención a Edward.

Quiero saber quién es este hombre, porque está claro que no es el chico que me dejó hace casi cinco años.

—¿Qué estás pensando?

Miro a Edward, sorprendida de encontrarlo hablándome directamente.

—Nada —digo rápidamente y luego me vuelvo hacia mi plato. Tomo una tarta de higos con los dedos y le doy un mordisco. No me ciño en los modales en la mesa con los que me criaron y una parte de mí está horrorizada por mi mala educación.

Pero una parte de mí está encantada con este pequeño acto de desafío.

El higo es dulce y la corteza es hojaldrada y se me pega a los labios con la llovizna de miel. Intento lamer mis labios, pero antes de que pueda, Edward levanta su mano, su pulgar se acerca y roza mi boca. Mi respiración se detiene cuando él frota mis labios, su mirada enfocada en sus acciones.

Cinco años me dieron muchas cosas, pero lo único que no aprendí fue a sentirme cómoda con los hombres. Sin mi marido, me había quedado sin ningún tipo de contacto íntimo.

No sé cómo reaccionar, pero mi respiración se vuelve superficial.

Cuando Edward me suelta, me doy cuenta de que estoy temblando.

Agacho la cabeza y agarro una servilleta para limpiarme la boca mientras intento calmar el temblor de mi cuerpo. No sé cómo puedo sentir tanto miedo en mi cuerpo y no en mi mente.

En lugar de concentrarme en el miedo que recorre mi corazón, o en la mirada confusa en el rostro de mi esposo, vuelvo mi atención hacia el resto de la mesa, fingiendo que me importa lo que se dice.

Una vez más agradezco a mi hermana que mantiene la mesa entretenida con su encanto. A pesar de sí mismos, los hombres de Edward se esfuerzan por complacer a Rosalie, y ella los entretiene a todos con gracia.

Me quita una inmensa presión.

Después de cenar, muchos de los hombres se excusan para beber en el jardín. El mundo todavía está cálido por el sol del verano a pesar de que está oscuro, y los hombres parecen ansiosos por aprovecharlo. Rosalie, agotada por su noche de entretenimiento, se excusa para irse a la cama, dejándome con Edward.

Quiero escapar de él, correr a mi habitación, esconderme y tratar de decidir qué hacer.

Pero no hay forma de huir de él.

Todavía estamos sentados a la mesa mientras los sirvientes entran para recoger los platos. El silencio es pesado, incómodo. No puedo más.

—Me voy a retirar —susurro, frotándome la boca una vez más con un paño antes de levantarme.

Edward se pone de pie automáticamente y mis ojos lo recorren con cautela. —Me pregunto si podrías mostrarme nuestra habitación.

Nuestra habitación.

Mi respiración vuelve a ser superficial y, por un momento, quedo paralizada.

Luego asiento, alejándome de la mesa, y Edward se pone a mi lado.

Guardamos silencio mientras lo llevo escaleras arriba hasta nuestra habitación.

La habitación a la que ni una sola vez había pensado que Edward ocuparía algún día.

Dentro de las grandes puertas dobles, la habitación es cómoda, aunque no demasiado lujosa. La cama con dosel es alta y está cubierta con cortinas color esmeralda que combinan con los tapices con escenas del bosque en las paredes. Hay una pequeña chimenea frente a la cama y, junto a ella, una mesa y sillas de madera de color rojo oscuro donde a menudo tomo mi desayuno. Es una gran habitación para alguien como yo, aunque si se que comparara con la de Rosalie en la casa del duque, es bastante modesta.

Me vuelvo ansiosamente hacia Edward, de repente cautelosa por saber qué piensa de ello.

Entra en la habitación y yo le miro la espalda mientras observa todos los detalles. He visto la habitación de Rosalie y sé que a la mía le faltan una serie de baratijas y adecuaciones que Rosalie considera esenciales en su régimen de belleza. Como estoy mayoritariamente aislada, no se me ocurrió tenerlas.

Ahora, mientras veo a Edward recorrer la habitación, me pregunto qué tipo de vida llevaré ahora. ¿Se esperará de mí que me vea y me comporte de cierta manera?

La idea me marea.

Edward se vuelve hacia mí y me doy cuenta de que sus ojos coinciden con las cortinas de la cama.

—Estás temblando —observa.

Me rodeo con las manos, tratando de mantenerme estable. —Ningún hombre ha entrado nunca en esta habitación —le digo, observando su reacción.

Una de sus cejas se levanta, como sorprendido, y mira alrededor de la habitación nuevamente. —Entonces has sido fiel mientras estuve fuera.

Sus palabras no son acusatorias, pero así las tomo yo. Provocan un ataque de justa ira en mí y dejo caer las manos a mi alrededor.

—¿Por qué no habría sido fiel? —siseo. Se gira para mirarme—. ¿Lo fuiste tú?

Parece divertido por mi temperamento. —Estaba en medio de una guerra —dice con voz seca—. ¿Qué oportunidad crees que tuve para romper mis votos matrimoniales?

Frunzo el ceño. —Esa no es respuesta —señalo, petulante.

—¿Me estás acusando de romper nuestros votos matrimoniales? —su voz es baja y peligrosa y, por un momento, dudo.

Pero luego mi boca traidora sigue sin mi permiso. —¿Los hombres no consideran que esos votos sean opcionales? —Pienso en el matrimonio de mi hermana y en las amantes que tiene el duque.

Edward camina hacia mí, sus largos pasos lo llevan hacia mí demasiado rápido.

—¿Qué quieres escuchar? —exige, su cuerpo demasiado grande está muy cerca de mí—. ¿Quieres escuchar acerca de las atrocidades que cometí, las noches en las que lloré en carne viva, anhelando estar en los brazos de la esposa que tuve que abandonar inmediatamente después de nuestra boda? ¿Quieres escuchar acerca de lo que soñaba? En ti, ¿y cómo fuiste el único rayo de esperanza que me ayudó a superar la carnicería?

Las lágrimas brotan rápidamente de mis ojos y caen por mis mejillas mientras sus palabras me golpean. Se aleja de mí y sacude la cabeza.

»La idea de que alguna vez podría mirar a otra mujer... —gime—. Te hice una promesa y esa promesa me salvó la vida, una y otra vez. —Se gira para mirarme—. Ese voto me trajo a casa.

Mis lágrimas fluyen, implacables e imparables. No tengo palabras y la culpa se instala pesadamente en mi estómago cuando me mira esperanzado.

Como si estuviera esperando que le confiese mi amor eterno.

No puedo, las palabras no vienen, y por un momento, veo que eso lo aplasta.

Se aleja de mí y contengo un sollozo.

—Necesito un trago —dice, y antes de que pueda detenerlo, sale del dormitorio. Me quedo ahí parada, llorando por sentimientos que ni siquiera comprendo.

* El serbal (rowan en inglés) es un árbol que fácilmente puede alcanzar los 15 metros de altura. Su fruto es muy rico y se conoce como bayas de serbal o simplemente serbas (rowanberry). De ahí es de donde sale el nombre de la propiedad de Edward y Bella.


Nota de la traductora: Pues bien, regresó, pero tras casi 5 años de silencio absoluto (se casaron un diciembre y él regresa un mes de julio). Son dos desconocidos que ahora deben compartir casa, y él quiere hijos.

Muchas gracias por tus comentarios y apoyo, me estás haciendo modificar mi programación, pero no me importa.

Muchas gracias por comentar a: Smedina, miop, rosycanul10, Lady Grigori, Clau, Nanny Swan, krisr0405, Moni Belmudes, Lizdayanna, E-Chan, ceciliamonzon5, saraipineda44, AnnieOR, Kriss21, Ali-Lu Kuran Hale, malicaro, Lily, Liliana Diaz, Noriitha, quequeta2007, Lectora de Fics y sandy5.

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