—Garras fuera, Plagg.
Un destello de color verde recorrió el cuerpo del superhéroe, transformándolo de nuevo en Adrián Agreste. Plagg se volvió para mirarlo.
—Adrián… —empezó, pero él alzó la mano, pidiendo silencio, y miró a su alrededor.
Su habitación estaba vacía, y aquello era una novedad aquellos días, pues, hasta aquella misma mañana, su primo Félix había estado alojado con él. Había sido extraño, porque el chico se había mostrado amable y cordial en todo momento, pero Adrián aún no estaba seguro de si debía confiar en él, por mucho que Ladybug hubiese decidido darle otra oportunidad. Por otro lado, sabía que Félix era ahora el portador del prodigio del pavo real y, por tanto, mantenía a su kwami, Duusu, siempre cerca de él. Pero Félix ignoraba que su primo estaba al tanto de ello, así que le había ocultado a Duusu, de la misma manera que Adrián mantenía en secreto la existencia de Plagg.
Pero, obviamente, los dos kwamis eran muy conscientes de la presencia del otro, y se reunían a espaldas de sus respectivos portadores.
Sacudió la cabeza. Cuando se había despedido de Félix hacía apenas unas horas, aún no había decidido si quería volver a tener su enorme habitación solo para él, porque, a pesar de las desavenencias con su primo, lo cierto era que le había parecido agradable tener compañía, para variar. Ahora, sin embargo, agradecía que se hubiese marchado ya.
Suspiró profundamente y se volvió hacia su kwami para dispararle una mirada acusadora.
—Tú lo sabías ya, ¿verdad?
—Sí, pero deja que te explique…
—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —Una idea inquietante cruzó su mente, y añadió—: Espera: ¿desde cuándo lo sabías?
—Solo desde que Ladybug lo descubrió, te lo juro —se apresuró a responder Plagg—. ¿O es que acaso crees que te habría ocultado algo tan importante si lo hubiese averiguado por mi cuenta? —Adrián frunció el ceño, y el kwami añadió—. Todo pasó como ha dicho ella: le prometió a tu padre que te ocultaría la verdad, por tu bien.
—Y tú estuviste de acuerdo…
—¿Qué otra cosa podía hacer? Si lo hubiésemos hecho público… si lo hacemos público… toda tu vida se desmoronará. No es una vida perfecta, claro, pero es mucho mejor que la que tenías antes, ¿no? —Adrián abrió mucho los ojos, y Plagg rectificó, deprisa—: No me refiero a que sea mejor porque tu padre…, en fin, ya sabes…
—Eso era exactamente lo que pretendías decir, Plagg.
—…Sino a que Nathalie ya no está enferma, y tienes a Marinette, y…
—No hace falta que te excuses. Sé que tienes razón.
—…y la nueva decoración de la casa es… Espera, ¿qué has dicho?
Adrián se dejó caer sobre el sofá con un suspiro de cansancio.
—Los dos sabemos que mi padre fue un hombre frío, distante y autoritario. Yo quise creer que solo estaba de duelo, que volvería a ser él mismo tarde o temprano, que estaba tratando de cambiar… y luego Ladybug me dijo que murió como un héroe, así que…
Calló un momento, pensativo. Plagg no dijo nada, pero se posó sobre su hombro con gesto consolador. Adrián lo miró.
—Sé que milady tiene buena intención, pero tú sabes tan bien como yo cómo era mi padre en realidad. ¿Recuerdas que me obligó a abandonar París la noche de la fiesta de fin de curso? Le supliqué que me dejara quedarme aquí, con mis amigos, con Marinette… pero no me escuchó. —Se le quebró la voz, y tuvo que aclararse la garganta antes de continuar—. Y después nos encerró en aquella horrible habitación blanca, ¿te acuerdas? Me hizo sentir… como si yo estuviera loco y me hubiese internado en un hospital psiquiátrico. Y todo este tiempo… el loco era él. Y durante todo el verano he tenido que esforzarme en ver solo las cosas buenas que yo creía que tenía, porque todo el mundo lo veía como un héroe y, en fin, ¿quién era yo para llevarles la contraria? Y porque en el fondo… yo también quería creerlo, ¿sabes? Que había algo bueno en él, muy en el fondo.
—Adrián… —empezó Plagg, pero el chico no había terminado.
—Porque era mi padre, claro. Pero tú lo sabías —repitió—. Y dejaste que siguiera creyendo en… esa mentira.
—¡Era por tu bien! —trató de defenderse el kwami.
—Sí, eso era lo que decía mi padre también. Cuando me envió lejos, cuando me encerró, cuando me prohibió ver a Marinette… Todo por mi bien. Cómo no.
Plagg sacudió la cabeza con un suspiro.
—Si te sirve de algo, yo le dije a Ladybug que no me parecía buena idea. Ella insistió, pero podría haberla desobedecido de todas maneras, por muy Guardiana que sea. ¿Sabes por qué no lo hice? Porque a mí también me dio la sensación… de que eras más feliz así. Creyendo que, en el fondo, tu padre fue un buen hombre. Y porque, después de todo, dio su vida para salvar a Nathalie, ¿no? Así que quizá sí había algo bueno en él… muy en el fondo.
Adrián se cubrió el rostro con las manos.
—¿Qué voy a hacer ahora, Plagg? —murmuró.
—¿Qué vas a hacer? ¿Vas a contar la verdad a todo el mundo? —Adrián no dijo nada—. Si lo haces, nada volverá a ser igual. Y tal vez tengas que marcharte a Londres con el resto de tu familia. Porque a Nathalie la juzgarán por ser la cómplice de Monarca, y a ti ya nadie volverá a mirarte de la misma manera. —Adrián se estremeció—. Es duro, pero es la verdad. Y sabes que Ladybug tiene razón en eso.
—Pero sería… lo justo, ¿no? Que los parisinos sepan quiénes fueron los villanos. Que estos sean juzgados por sus crímenes.
—Los villanos ya fueron derrotados y no volverán a hacer daño a nadie. Y nadie sabe tampoco quiénes son los héroes, ni les importa.
—No creo que sea lo mismo, Plagg.
—Entonces, ¿qué?
Adrián permaneció en silencio un momento.
—No sé qué debo hacer —confesó por fin, derrotado.
—Date un tiempo para pensarlo —le sugirió Plagg—. Después de todo, en teoría tú no sabes nada, ¿verdad? Esto se lo ha contado Ladybug a Cat Noir… no a Adrián Agreste.
—Supongo que sí —murmuró él.
—Además, tienes que descansar esta noche, ¿recuerdas? Mañana será un gran día. Empiezas una nueva etapa en una nueva escuela… con Marinette.
Adrián se animó un poco. Algunos de sus amigos empezarían el curso en la nueva escuela de la señorita Bustier y el señor Damocles, una escuela pensada para los niños y adolescentes que todavía no sabían qué querían hacer en la vida. Él mismo había considerado seriamente matricularse allí, pero Marinette había conseguido plaza en el instituto Gabrielle Chanel, especializado en moda. Y, dado que aquel era un tema del que entendía bastante y se le daba bien, y además no le gustaba la idea de ir a una escuela diferente a la de su novia, Adrián había decidido apuntarse con ella.
No obstante, también lo había hecho para poder preservar el legado de su padre en años venideros, porque daba por supuesto que era lo que todo el mundo esperaba de él. Pero, ahora que sabía la verdad sobre Gabriel Agreste…, ¿cómo podía siquiera considerar siquiera la idea de seguir sus pasos?
Dejó caer los hombros, abatido. A pesar de las intenciones de Ladybug, ya sentía que todo su mundo se estaba desmoronando a su alrededor.
Pero Plagg tenía razón. Nadie sabía que él lo sabía. Ni Ladybug, ni Nathalie, ni Félix… De modo que podía seguir fingiendo que el ingenuo e inocente Adrián no se enteraba de nada, al menos hasta que decidiese qué debía hacer con aquella información.
Se le encogió el estómago de angustia. Detestaba los secretos, las mentiras, el disimulo y la hipocresía. Había llegado a creer que, una vez derrotado Monarca, todo aquello se había acabado para siempre. Si el supervillano hubiese sido cualquier otra persona, o si Ladybug no le hubiese revelado la verdad aquella noche…, Cat Noir habría aceptado compartir su propia identidad secreta, tal como ella había sugerido. Se estremeció. ¿Qué cara se le habría quedado a Ladybug entonces, al comprobar que su compañero era el hijo de su enemigo? ¿El mismo a quien había mentido acerca de lo sucedido el día de la derrota de Monarca?
—¿Ya no quieres ir al nuevo instituto? —preguntó Plagg con suavidad.
Adrián suspiró.
—Ya no estoy seguro de haber tomado la decisión correcta, Plagg —confesó—. Pero lo cierto es que elegí esa escuela en gran parte para poder estar con Marinette… y eso no va a cambiar. Es una gran oportunidad para ella y está muy ilusionada, así que… haré lo posible por apoyarla. Todo este drama familiar no tiene por qué afectarla a ella, ¿no crees? Y, mientras tanto…, pensaré cómo voy a gestionar todo esto.
No hablaron mucho más del tema, porque Adrián necesitaba asimilarlo todo. Se fue a la cama en silencio, pero casi no durmió aquella noche, recreando en su memoria la conversación que había mantenido con Ladybug, rememorando todo lo que había sucedido durante aquel extraño verano y revisando los recuerdos que tenía del último año que había pasado junto a su padre bajo una nueva luz, la de la certeza de que, durante todo aquel tiempo, Gabriel Agreste había sido el enemigo a quien él y Ladybug se habían esforzado tanto por derrotar.
Cuando llegó por fin el amanecer, Adrián apenas había pegado ojo. Pero no le importó, porque agradeció poder levantarse de la cama por fin y ponerse en marcha.
Además, recordó de pronto, más animado, en un rato se reuniría de nuevo con Marinette.
La llamó, como cada mañana, para asegurarse de que no se le pegaban las sábanas. Ella respondió al instante.
—¡Buenos días! —lo saludó, con voz cantarina. El chico sonrió sin poderlo evitar.
—Buenos días. ¿Lista para el primer día de clases?
Marinette se puso nerviosa de repente.
—¡No! Quiero decir… ¿Sí? Ayer revisé la mochila varias veces para asegurarme de que lo tenía todo preparado, pero ahora que lo pienso… ¿metí el estuche? ¿Y la tableta? ¡Ay, no me acuerdo! ¿Y si…?
—Cálmate, seguro que está todo bien —la tranquilizó él.
Ella le dirigió una mirada repleta de cariño. Entonces reparó en las ojeras y la palidez del chico.
—Adrián, ¿te encuentras bien? Tienes mala cara…
—Es posible. Es que no he dormido muy bien…, por los nervios, ya sabes.
Marinette sonrió, y esta vez fue ella quien trató de darle ánimos a él.
—No te preocupes, ya verás como todo va a salir bien. ¿Nos vemos en un rato, entonces?
—Sí, pasaré a recogerte en… ¿veinte minutos? Aún tengo que desayunar.
—Yo también, así que… ¡perfecto!
—¿Estás segura de que no quieres que vayamos en coche?
—¡No, ni hablar! Prefiero pasear. Así calmamos un poco los nervios, ¿no te parece? Y podemos pasar un rato juntos antes de que empiecen las clases —añadió con timidez.
Adrián sonrió de nuevo y pensó que Plagg tenía razón: su vida era mucho más luminosa desde que Marinette estaba a su lado para compartirla con él, aunque su padre ya no estuviese… o precisamente por eso. Se estremeció ante este último e inquietante pensamiento, y se preguntó qué sucedería si llegara a saberse la verdad sobre Gabriel Agreste… y cómo afectaría a su propia relación con Marinette.
—Adrián, ¿qué te pasa? Te has puesto serio de repente. ¿He dicho algo que te ha molestado?
—¡No, no, para nada! Es que me acabo de acordar… de que no he guardado mi tableta en la cartera. Voy a solucionarlo. Te veo luego, ¿vale? Te quiero —añadió con calidez.
—Te quiero —respondió ella, sonriendo.
Cortaron la comunicación. Adrián se duchó, se vistió y terminó de prepararlo todo. Después se reunió en la cocina con Nathalie, que ya estaba sentada ante su café matinal, repasando el horario del día en su propia tableta. La mesa del desayuno ya estaba servida. Ahora era su guardaespaldas el que cocinaba, y Adrián pensó de pronto que no echaba de menos las tortitas de su padre.
Y se preguntó si realmente lo echaba de menos a él, en el fondo. O si solo se había convencido a sí mismo de que lo hacía.
—Buenos días —saludó a media voz.
Nathalie alzó la mirada y le sonrió. Hasta aquella mañana, a la hora del desayuno se habían reunido allí también su tía Amélie y su primo Félix. Ahora estaban ellos dos solos, Adrián y Nathalie, y la ausencia de Gabriel Agreste resultaba mucho más evidente.
—¿Listo para tu primer día? —le preguntó ella.
El chico se sentó junto a su lado con sentimientos encontrados. Lo mejor que había pasado aquel verano era el hecho de que Nathalie estaba completamente curada. Tenía mucho mejor aspecto, había recuperado la vitalidad y la fuerza de antaño y ya podía caminar por sí misma, sin necesidad de aquel horrible exoesqueleto que la había mantenido en pie durante los últimos tiempos. Y eso sí era algo que debía agradecerle a su padre.
Adrián nunca había llegado a descubrir la naturaleza de la misteriosa enfermedad que casi se había llevado a Nathalie, una enfermedad tan parecida a la que había acabado con la vida de su madre que sentía escalofríos cada vez que lo recordaba. Le había parecido que Ladybug sí tenía algo más de información sobre aquel tema, pero por alguna razón había decidido no compartirla con Cat Noir. La propia Nathalie tampoco le había dado muchos detalles. Adrián ya se había dado cuenta de que no le gustaba hablar de ello, así que no la había presionado.
Ahora que él no tenía a nadie más, Nathalie había iniciado los trámites para convertirse en su tutora legal. La otra opción era su tía, pero eso implicaría que Adrián tendría que irse a vivir a Londres, con ella y con Félix, y todos habían acordado que era mejor que se quedase en París, porque era lo que el chico prefería también. Alzó la mirada para observarla, pensativo. Quería mucho a Nathalie pero, ahora que sabía que había luchado junto a Hawk Moth como Mayura, ya no podía verla de la misma manera. Ladybug le había contado que hacía ya tiempo que no colaboraba en las actividades secretas de Gabriel Agreste, pero ¿cuándo había dejado de hacerlo? Ya estaba enferma cuando había sido akumatizada como Safari. ¿La había akumatizado su padre contra su voluntad, entonces?
Sacudió la cabeza. Eran cosas que no podía preguntarle sin desvelar todo lo que sabía.
—¿Adrián? ¿Estás bien?
Él parpadeó y trató de sonreír. Nathalie era serena y amable, y sólida como una roca, una tabla de salvación a la que Adrián siempre había podido aferrarse cuando estaba a punto de ahogarse.
Pero también había sido Mayura. La misma persona que había borrado de la existencia a Sentibug con un simple chasquido de dedos, sin parpadear siquiera.
Se estremeció. Le iba a costar mucho tiempo superponer ambas identidades: Gabriel Agreste y Monarca, Nathalie y Mayura, y asimilar que los dos adultos en los que más confiaba, aquellos que debían cuidar de él… habían sido también los mismos villanos contra los que había estado luchando junto a Ladybug.
Se esforzó por sonreír.
—Sí, sí, es solo que… estoy un poco nervioso. Por lo de la escuela nueva y todo eso.
—Te irá muy bien —lo tranquilizó ella—. Tu padre aprendió allí las bases de su profesión.
Adrián alzó la mirada, sorprendido.
—¿Mi padre… estudió en el instituto Gabrielle Chanel?
—Sí, ¿no lo sabías? Por supuesto que tenía un gran talento, pero sus estudios de moda le ayudaron a sistematizarlo y a dirigir sus esfuerzos en la dirección adecuada. Y gracias a eso, años más tarde Audrey Bourgeois descubrió su valía y lo ayudó a fundar su imperio.
—Eso sí lo sabía —asintió él, pensativo—. Chloé lo comentó alguna vez.
Nathalie colocó su mano sobre la de él.
—¿Estás pensando en seguir los pasos de tu padre? ¿Y crear tu propia marca de moda? Porque, si es así, sabes que cuentas con mi apoyo. Tanto si en un futuro quieres tomar las riendas de su empresa… como fundar la tuya propia.
—No, no, yo… no soy diseñador, eso se lo dejo a Marinette. Lo cierto es que aún no tengo muy claro lo que quiero hacer. Estudiar en la escuela Gabrielle Chanel… es lo que mi padre habría querido que hiciese, ¿no?
Nathalie le dirigió una mirada cargada de preocupación.
—Pero tú no tienes por qué seguir ese camino, si no es el tuyo. Esto ya lo hemos hablado antes, Adrián. Tú no tienes por qué ser como tu padre.
El chico inclinó la cabeza.
—Eso me ha dicho también Marinette, pero yo tengo la sensación…, de que es lo que todo el mundo espera de mí. Porque mi padre fue un gran hombre, y un héroe —añadió con amargura; y detectó que Nathalie desviaba la mirada con cierto remordimiento—. Pero yo… no soy nadie, no he hecho otra cosa en toda mi vida que hacer lo que él quería que hiciese.
—Aún estás a tiempo de cambiar de rumbo, Adrián —le aseguró ella con firmeza—. ¿Quieres que te inscriba en la escuela del señor Damocles? —Él se volvió para mirarla, desconcertado—. Estoy segura de que no habrá ningún problema, y no pasa nada si te pierdes los primeros días de clase.
Adrián reflexionó. Entonces evocó la conversación que acababa de mantener con Marinette, lo ilusionada que estaba ella ante la perspectiva de iniciar aquella nueva etapa juntos, y llegó a la conclusión de que, mientras no supiese cuál era su camino, ayudaría a Marinette a cumplir su sueño.
Negó con la cabeza.
—Es igual, ya está hecho —respondió—. Además, será bonito estar en la misma escuela que Marinette. Esa es la razón principal por la que he decidido matricularme allí —confesó en voz baja—, y no tanto por seguir los pasos de mi padre. ¿Está mal?
Nathalie le sonrió con cariño.
—Por supuesto que no —le aseguró—. Es posible que tardes un poco en encontrar tu propio camino, pero lo harás, no me cabe duda. Mientras tanto, toma las decisiones que te hagan feliz. Si tu corazón te dice que quiere seguir junto a Marinette, entonces allí es donde debes estar.
Adrián sintió una súbita oleada de agradecimiento hacia ella. Pero reprimió el impulso de abrazarla, como habría hecho apenas un día antes, porque ya no podía olvidar todo lo que ella y su padre habían hecho bajo su otra identidad.
Todo lo que ella y su padre le habían ocultado.
De modo que se limitó a sonreír.
—Gracias, Nathalie —respondió, y se levantó para marcharse.
—Espera, Adrián —lo detuvo ella—. No has desayunado nada.
Él se dio cuenta entonces de que, en efecto, no había tocado su plato todavía.
—No tengo hambre —respondió—. Deben de ser los nervios. Pero no te preocupes, he quedado con Marinette en la panadería. Desayunaré algo por el camino.
Nathalie asintió, conforme.
—¡Buena suerte! Y saluda a Marinette de mi parte.
Adrián sonrió otra vez. Una de las muchas cosas que habían cambiado en aquella casa con la muerte de su padre era que ahora Marinette era muy bienvenida allí. El chico no podía olvidar que Gabriel había tratado de separarlos por todos los medios porque consideraba que ella no era lo bastante buena para su hijo. Suspiró para sus adentros. Cuanto más lo pensaba, más le cuadraba que su padre hubiese sido un villano, y no el héroe que todo el mundo pensaba que era.
Y lo peor era que, en el fondo, él lo sabía también. Por más que hubiese tratado de convencerse de lo contrario.
Se reunió con Marinette en la puerta de la panadería. Compartieron un beso y ella le tendió un paquete que olía deliciosamente bien.
—De parte de mis padres —anunció, y las tripas de Adrián lo celebraron ruidosamente.
El chico se puso colorado, pero Marinette se rió.
—¿Tanta hambre tienes?
—Siempre tengo hueco en el estómago para las delicias de tus padres, ya lo sabes —respondió él con una sonrisa—. Transmíteles, por favor, mi eterno agradecimiento.
Caminaron juntos hacia su nueva escuela, tomados de la mano, mientras compartían los croissants. Adrián estaba más silencioso de lo habitual porque tenía mucho en qué pensar. Se sintió tentado de compartir sus dudas con Marinette, pero descartó la idea. Ella estaba muy ilusionada y no quería estropearle su gran día.
El instituto Gabrielle Chanel estaba a veinte minutos caminando desde su casa, más lejos que su antiguo colegio. Pero era un paseo agradable junto al río, y llegaron antes de darse cuenta. Se detuvieron ante el edificio, antiguo y señorial, y cruzaron una mirada emocionada.
—¿Lista para el primer día del resto de tu vida, joven promesa de la moda? —dijo él, medio en broma, medio en serio.
Marinette se rió, y Adrián sintió que se derretía. Le encantaba hacerla reír. Era adicto a su risa, de hecho. Pensó vagamente que le recordaba un poco a la de Ladybug, pero desechó aquella idea.
Subieron las escaleras tomados de la mano, y se adentraron en el hall, sobrecogidos. Había mucha gente, la mayoría de ellos alumnos mayores, y algunos nuevos que parecían tan despistados como ellos. Pero todos parecían muy elegantes y sofisticados, y Adrián sintió que Marinette bajaba la cabeza, intimidada. Le oprimió la mano con suavidad.
—Todo va a salir bien —le recordó, y se le ocurrió entonces que aquella era exactamente su misión en la vida, o al menos, en aquella etapa de su vida: apoyar a Marinette para que nada ni nadie la hiciera tropezar en el camino que había elegido.
Se le daba bien eso, pensó de pronto. Después de todo, su tarea como Cat Noir siempre había consistido en asegurarse de que Ladybug vencía al final. «Como en una carrera de relevos», recordó.
—¡Ooooh, no me lo puedo creer! —se oyó entonces una voz tras ellos—. ¿Eres Adrián Agreste? ¿El hijo de Gabriel Agreste?
—¡No! ¿De verdad?
—¿En nuestra escuela?
—¡Adrián! ¡Adrián! ¿Me firmas un autógrafo?
La pareja trató de alejarse de la gente que los había rodeado de repente, murmurando excusas y luchando por abrirse paso con educación, pero con firmeza.
—A ver, a ver, no los atosiguéis —dijo entonces una chica de mayor edad.
Acudió al rescate de Adrián y Marinette y se las arregló para dispersar a la multitud y conducirlos hasta un pasillo más apartado.
—Sois nuevos, ¿verdad? No os preocupéis, os acompañaré hasta vuestra clase. No hagáis caso de esta gente. Se acostumbrarán a veros todos los días y dejaréis de llamarles la atención.
—Muchas gracias —respondió Adrián, visiblemente aliviado—. Es nuestro primer día y estamos un poco despistados.
—Le pasa a todo el mundo —replicó ella con simpatía—. Me llamo Narcisa, por cierto. Narcisa Gialla. Soy delegada de clase de tercer curso y hoy me encargo de orientar a los nuevos.
Tenía el cabello negro, peinado en una media melena, y unos ojos azules que los examinaban en profundidad tras unas gafas de pasta. Vestía vaqueros y una chaqueta de color oscuro. Mostraba un aire muy profesional, como si llevase allí toda la vida, y Adrián tuvo la sensación de que la conocía de algo.
—¿Nos hemos visto antes? —preguntó.
Narcisa descartó la idea con un gesto.
—No lo creo, o lo recordaría —rió—. Pero yo sí sé quién eres, naturalmente. Siento mucho lo de tu padre —añadió, poniéndose seria.
Adrián agradeció el gesto, aunque él mismo aún no sabía cómo sentirse con respecto a su propia pérdida.
—Soy una gran admiradora suya, y de su legado —continuó ella—. Y también de tu trabajo, Marinette —añadió de pronto, sonriendo.
Ella abrió mucho los ojos, sorprendida.
—¿Me conoces?
—Oh, naturalmente. Tú ganaste un concurso de diseño convocado por Gabriel Agreste, con un sombrero que se exhibió en un desfile de moda al que asistió la mismísima Audrey Bourgeois. —Marinette enrojeció ligeramente, y Narcisa prosiguió—. Y también diseñaste la cubierta del último álbum de Jagged Stone. ¿No es así?
—S-sí.
—Sé que mucha gente te conoce por ser la novia de Adrián Agreste, pero créeme, yo valoro el talento de las nuevas artistas y sé que vales mucho por ti misma. Y que lo vas a demostrar con creces en esta escuela, así que… ¡bienvenida! Sed muy bienvenidos los dos —concluyó con una amplia sonrisa.
Adrián y Marinette cruzaron una mirada, sonriendo a su vez.
NOTA: ¡Un capítulo más! Aún estoy distribuyendo todas las piezas de esta nueva historia, pero no tardaremos en pasar a la acción. De momento podré seguir actualizando el fic con regularidad, así que espero que os guste este nuevo capítulo. ¡La semana que viene, si nada se tuerce, habrá otro! Muchas gracias por leer 😊
