—Bueno, por supuesto que le he contado a Cat Noir la verdad sobre Monarca —replicó Marinette, ligeramente irritada—. ¿Cómo vamos a investigar al nuevo portador de la mariposa si le oculto esa información?
—Sé que es lo lógico —respondió Félix al otro lado del teléfono—. Pero eso es lo único que le has contado, ¿verdad? No le habrás hablado de Adrián… ni de mí, ni de Kagami… ni de nuestra relación con el prodigio del pavo real…
—¡Por supuesto que no! A Cat Noir le confiaría mi vida con los ojos cerrados, pero ese secreto no me pertenece a mí. Además, soy muy consciente de que lo más seguro para Adrián es que nadie llegue a saberlo nunca.
—Bien. Es importante también que seamos discretos con respecto a… lo que le sucedió a mi tía. A la madre de Adrián, quiero decir.
—Lo entiendo, no te preocupes. Además, ahora que Nathalie ha recuperado la salud, no tiene sentido volver a mencionar el tema.
Félix permaneció un momento en silencio, pensando.
—Si quieres ayudar a Adrián —añadió Marinette—, nos vendría realmente bien contar con un poco más de información sobre la señora Tsurugi.
—¿Crees que ella estaba implicada en las actividades de Monarca?
—No lo creo, estoy segura. Pero no tengo pruebas, y tampoco puedo investigarla abiertamente sin desvelar el secreto de Gabriel Agreste. —Félix no dijo nada, y Marinette añadió—. ¿Crees que Kagami accederá a investigar a su propia madre?
—Lo hará, no me cabe duda. Otra cosa es que quiera hacer públicos sus descubrimientos después. Al fin y al cabo, si guardamos silencio sobre Gabriel Agreste, ¿por qué razón no íbamos a mantener en secreto la verdad sobre Tomoe Tsurugi?
Marinette no supo qué responder a esto.
—Te has metido tú sola en una trampa de la que no vas a poder escapar fácilmente, Marinette —le advirtió él.
—Lo sé. Pero es por el bien de Adrián.
—Eso es lo que piensas, y sé que tienes buena intención. Sin embargo, todos los secretos acaban por salir a la luz, tarde o temprano. También los tuyos —le recordó.
Marinette iba a replicar, pero en ese momento llamaron a la puerta de su cuarto.
—Tengo que colgar —dijo—. Seguiremos en contacto.
Cortó la comunicación y se volvió para recibir a Alya, que acababa de entrar en su habitación.
—¡Tengo novedades! —exclamó su amiga con una sonrisa—. He estado investigando a mi sospechosa y… ¿sabes qué? No es más que una anciana que vive vive con un montón de gatos y básicamente se dedica a cuidar de las plantas de su terraza y a jugar al bingo con sus amigas. Bueno, no es que sean novedades muy emocionantes, pero al menos creo que podemos tacharla de la lista. ¿Marinette? —añadió al ver que ella apenas la escuchaba—. ¿Estás bien?
Marinette volvió a la realidasd y le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—Sí, sí, disculpa. Solo estaba… pensando en mis cosas. ¿De qué anciana me estabas hablando?
Alya se sentó junto a ella.
—Pues de una de los sospechosos de la lista de miraculizados. Los que nos encargaste que investigáramos, ¿ya no te acuerdas?
—¡Ah, claro! Esos sospechosos.
Alya la miró fijamente.
—Oye, a ti te pasa algo. ¿Me lo vas a contar, o no?
Marinette se quedó mirándola, pensativa. Atrás habían quedado los tiempos en los que confiaba plenamente en su mejor amiga. Desde la batalla contra Monarca, había tenido que mentir a Alya a menudo o, como mínimo, se había visto obligada a ocultarle información. Por ejemplo, le había contado, como a todo el mundo, que nunca había llegado a descubrir la identidad de Monarca. Y que Gabriel Agreste había sido un héroe.
Y, por descontado, no le había revelado ni una sola palabra acerca de la verdadera naturaleza de Adrián.
Por todo ello, le resultaba extraño que hubiese secretos de los cuales no podía hablar con Alya… pero sí con Félix. Y estaba bastante segura de que no había ganado con el cambio de confidente.
No obstante, su amiga la conocía demasiado bien, y Marinette era consciente de que tenía que darle una respuesta. De modo que le contó lo único que podía compartir con ella, porque no tardaría en ser de dominio público.
—Adrián y yo ya no vamos a ir juntos al mismo instituto —le confió.
—¿Cómo, y eso por qué? —se sorprendió Alya—. No os habréis peleado, ¿verdad?
—¡No, no, qué va, para nada! Las cosas van muy bien entre nosotros. Es solo que él se ha dado cuenta de que en realidad no quiere seguir dedicándose al mundo de la moda. Es algo que me apasiona a mí, y que Adrián hacía a causa de su padre, pero no es lo suyo en realidad.
—Sí, creo que me lo has comentado alguna vez —asintió Alya, pensativa—. Y entonces, ¿qué va a hacer?
—Se ha matriculado en la escuela del señor Damocles y la señorita Bustier.
—¿Y te parece… mal? —tanteó Alya.
—No, en absoluto. Creo que será lo mejor para él, y además… tengo la sensación de que los nuevos villanos akumatizados lo tienen en su punto de mira. Quizá es casualidad, pero tal vez lo mejor para él sea… estar en un lugar donde no llame tanto la atención por ser el hijo de Gabriel Agreste.
—Esa deducción es un poco retorcida, Marinette. ¿No crees que estás sacando las cosas de quicio?
Marinette dudó. Dado que no podía revelarle a Alya que Gabriel había sido Monarca, no podía explicarle tampoco por qué temía que la nueva Mariposa tuviese a Adrián como objetivo.
—Tal vez, sí —reconoció—. Pero lo cierto es que estoy preocupada por él, y no sé lo que será mejor para su seguridad. En la escuela Gabrielle Chanel es una celebridad y llama mucho la atención. Pero allí, al menos, estaba yo a su lado para protegerlo. ¿O quizá lo pongo en peligro simplemente por estar con él, porque soy Ladybug? No lo sé.
Alya sonrió y colocó una mano tranquilizadora sobre su hombro.
—Todo saldrá bien —le aseguró—. Puede que no vayas a estar con él todo el tiempo, pero la escuela del señor Damocles está llena de superhéroes también, ¿no lo sabías? —añadió, guiñándole un ojo.
—¿Ah, sí? —se sorprendió ella.
Había estado tan ocupada con tantas cosas que no había tenido tiempo de seguirle la pista a sus antiguos compañeros. Sabía que Alya asistía a un instituto especializado en estudios literarios, para seguir más adelante la carrera de Periodismo. Nino se había matriculado en una escuela técnica para hacer un curso de imagen y sonido. Aún no había decidido si le gustaba más la música o el cine, pero en su nueva escuela podría seguir experimentando con ambas cosas.
—Sí —confirmó Alya—. Allí están Juleka y Rose, y también Iván y Mylene. Y Kim. Y Alix —añadió, alzando las cejas significativamente.
—Oh —murmuró Marinette, interesada.
Alix nunca hacía nada por casualidad. Al matricularse en la escuela del señor Damocles probablemente sabía que Adrián acabaría asistiendo allí también. O quizá lo había hecho simplemente porque no necesitaba estudiar nada en concreto para realizar su trabajo como guardiana del tiempo.
—Así que ya ves —concluyó Alya, sonriendo—. Adrián no estará solo. Si los villanos vuelven a atacarlo, sus amigos lo protegerán. No tienes por qué preocuparte por él.
—Sí —murmuró Marinette, más aliviada—. Gracias, Alya.
Adrián se detuvo un momento frente a la entrada de su nueva escuela. Su guardaespaldas se quedó mirándolo, interrogante, y él le sonrió y le indicó con un gesto que podía marcharse, que estaría bien.
Cuando el coche se alejó, sin embargo, el chico sintió un extraño nudo en el estómago. Se había acostumbrado muy deprisa a ir caminando hasta la escuela, compartiendo risas y besos con Marinette. Ahora que volvía a ir solo al instituto, acompañado de su guardaespaldas, tuvo la inquietante sensación de que, en lugar de avanzar, acababa de dar un paso atrás.
Sacudió la cabeza y trató de centrarse. Había sido estupendo poder ir a la escuela con Marinette aquellos días, pero debía seguir su propio camino. Inspiró hondo y subió las escaleras.
Cuando entró en el edificio, miró a su alrededor. Le sorprendió lo caótico que parecía todo. Las instalaciones estaban aún en obras, y había trabajadores por todas partes, poniendo a punto los últimos detalles para el nuevo curso. El patio estaba lleno de alumnos de diversas edades que charlaban entre ellos. Algunos jugaban al fútbol en la cancha deportiva, y Adrián identificó entre ellos a Kim, su antiguo compañero del colegio Françoise Dupont.
—¡Adrián! ¡Adrián! —lo llamó entonces una voz conocida.
El chico se volvió y sonrió al descubrir a Rose y Juleka, que se acercaban a él.
—Adrián, ¿qué haces aquí? —preguntó la primera, encantada de volver a verlo—. ¿Has venido a visitarnos?
—No, yo… he cambiado de escuela —respondió él con sencillez—. Así que ahora volveremos a ser compañeros otra vez.
—¡Ah, eso es maravilloso! —exclamó Rose, batiendo palmas. Pero frunció el ceño de pronto—. Espera, ¿y Marinette? No será… que vosotros dos habéis roto, ¿verdad? —concluyó, horrorizada.
Juleka murmuró algo ininteligible. Adrián les dedicó una sonrisa tranquilizadora.
—No, no, para nada. Lo único que pasa es que Marinette tenía muy claro lo que quería hacer con su vida, y yo no. Así que ella seguirá estudiando moda, que es su pasión, y yo, pues… estaré una temporada por aquí, a ver si me aclaro un poco.
—¡Adrián! —lo llamaron de nuevo desde el otro extremo del patio.
Y apenas unos momentos más tarde, Iván y Mylene estaban también con ellos. Luego se unió Alix al grupo, y también Kim, que interrumpió un momento su partido para saludar. Arropado por sus antiguos amigos, Adrián se sintió por fin mucho mejor. Casi como en casa.
Lo llevaron en procesión por las instalaciones. Le enseñaron la biblioteca, el gimnasio, la sala de arte y las aulas donde los alumnos trabajaban por grupos en distintos proyectos.
—Aquí no hay horarios —explicó Mylène—. La mayoría de los profesores están disponibles para consultarles dudas, pero no dan clases, exactamente. Bueno, algunos imparten talleres de diferentes tipos, y si quieres, te apuntas, y si no, no pasa nada.
Adrián asistía a sus explicaciones un tanto perplejo. A él, que había pasado toda su vida sometido a estrictos horarios que había que cumplir al milímetro, todo aquello le resultaba muy irreal. De hecho, se sentía tan abrumado que durante las primeras horas se limitó a dejarse arrastrar de un lado para otro, acompañando a sus amigos sin más. Ellos se fueron deteniendo en un sitio y en otro, curioseándolo todo, como abejas libando de flor en flor. Pero Adrián se dio cuenta de que no parecían mostrar verdadero interés en nada en particular. Y no pudo evitar preguntarse si aquella escuela sin reglas, sin guías, sin objetivos… sería lo mejor para orientarlos en su camino.
Un rato después, se encontró en el patio, solo. Se había separado de sus compañeros con la excusa de ir al servicio, pero lo cierto era que necesitaba pensar.
Se sentó en un banco y observó desde lejos a los distintos grupos de alumnos. Algunos jugaban al balón prisionero. Alix hacía grafitis sobre uno de los muros. Más allá, otro grupo había puesto una radio a tope y ensayaba una coreografía de hip-hop.
—Esto no parece una escuela —murmuró para sí mismo.
—Parece más bien un jardín de infancia, ¿verdad? —dijo de pronto una voz a su lado.
Adrián giró la cabeza, sorprendido. A su lado se había sentado una chica de cabello castaño muy corto y ojos color avellana. Cuando ella le sonrió, él tuvo la sensación de que le resultaba familiar.
—Hola. ¿Nos conocemos? —preguntó.
—No lo creo —respondió ella—. Me he trasladado a París con mi familia hace poco.
Hizo una pausa, y Adrián esperó que dijera algo así como «Pero yo sí te conozco a ti, ¡eres el famoso Adrián Agreste!». Sin embargo, la chica se limitó a encogerse de hombros y añadir:
—Tengo una cara muy común.
—Eso será, sí —murmuró él—. ¿Tú también eres nueva aquí?
Se dio cuenta enseguida de que era una pregunta muy tonta: la escuela acababa de abrir sus puertas, así que todos los alumnos eran nuevos. Pero ella lo entendió a la primera.
—Sí, hoy es mi primer día. Mis padres solo me dejan venir los viernes.
—¿Ah, sí? —se sorprendió él—. ¿Y eso?
Ella le sonrió.
—Es una larga historia. Y probablemente aburrida.
Esta vez fue Adrián el que se encogió de hombros.
—No tengo nada mejor que hacer.
Ella se rió.
—Es raro, ¿verdad? Pasamos de hacer un montón de cosas a venir aquí a… perder el tiempo. Pero probablemente nosotros lo necesitemos más que ellos —añadió, señalando al resto de los estudiantes del patio.
Adrián frunció el ceño.
—¿Nosotros? —repitió.
La chica asintió.
—Tienes esa mirada, ¿sabes? Como de haber pasado toda tu vida haciendo lo que otros esperaban de ti. Sin tomar nunca tus propias decisiones. Sin tiempo para plantearte qué querías hacer en la vida. De todas formas, otras personas ya lo habían decidido todo por ti. —Adrián la miró con sorpresa, pero no dijo nada—. Apuesto lo que quieras a que los demás no han tenido esa presión. Han tenido todo el tiempo del mundo para decidir qué querían hacer con su vida. Han estudiado distintas materias en la escuela, han tenido la oportunidad de elegir sus aficiones y seguro que sus familias los habrían apoyado en cualquier cosa a la que decidiesen dedicarse. Sin embargo, están aquí. Porque no quieren madurar. —Adrián frunció el ceño, pensativo—. Tú y yo, en cambio, crecimos demasiado deprisa. Viviendo una vida de adultos, preparándonos para asumir responsabilidades que no nos correspondían. Sin tiempo para jugar, para explorar, para tener amigos y aficiones. Y por eso estamos aquí. Para recuperar lo que se nos ha negado durante todo este tiempo. Algo que ellos han tenido desde siempre.
Adrián se sintió en la obligación de defender a sus amigos.
—Bueno…, algunas personas tienen una vocación desde muy jóvenes. Otras no son tan afortunadas y necesitan un poco más de tiempo para encontrarla.
—¿Y crees que así lo conseguirán? —preguntó ella, señalando a Kim, que hacía el tonto en el fondo del patio, arrancando risas a su alrededor.
—Supongo que no —reconoció Adrián.
La chica sonrió.
—Me llamo Cérise —se presentó.
—Yo soy Adrián —dijo él. Ella asintió con una sonrisa, pero no reaccionó de ninguna otra manera, y el chico se preguntó si realmente sería posible que no lo conociera—. Bueno, ¿y cuál es tu historia? Esa tan larga y aburrida.
Cérise se rió y, una vez más, él se vio sacudido por una extraña sensación de familiaridad.
—Bueno, soy la hija mayor de un matrimonio de empresarios de éxito —resumió—. Y toda mi vida me han estado preparando para tomar las riendas de su imperio. La mejor educación en los colegios más exclusivos, ya sabes. Un horario repleto de materias extra: idiomas, música, deportes… Nada de lo cual había sido elegido por mí.
—Eso me suena —murmuró Adrián, abatido.
—Sin tiempo para hacer amigos o tener algo parecido a una afición que pudiese practicar por gusto —prosiguió ella—. Tampoco me preguntaron nunca si quería tomar el relevo del legado familiar. Por fortuna, tengo una hermana menor… que habría estado encantada de ocupar mi lugar. Ella sí vale para esto, ¿sabes? Pero mis padres me eligieron a mí porque soy la mayor. Así que mi hermana pudo disfrutar de la vida que yo quería: en un colegio diferente, con amigos, tiempo libre… Pero ella no lo valoraba y estaba celosa de mí. Hemos pasado media vida peleándonos por esto, hasta que por fin el año pasado comprendimos que podíamos ser aliadas. Así que hablamos seriamente con nuestros padres y les dijimos la verdad: que yo no quería ser la heredera de la empresa, y que mi hermana estaría encantada de cumplir ese rol.
—¿Y qué pasó? —preguntó Adrián con interés.
—Que mi padre me preguntó qué quería hacer yo… y no supe qué responder. Porque nunca me lo había planteado, ¿sabes? Solo tenía claro que mi camino, fuera el que fuese…, no era el que ellos habían trazado para mí.
Adrián no pudo permanecer callado más tiempo.
—¡Es exactamente lo que me pasó a mí! Mi padre lo decidía todo por mí. Y ahora… ya no está, y de pronto siento que soy libre para seguir mi propio camino… y no sé a dónde ir.
—Siento lo de tu padre —dijo Cérise con delicadeza—. Y espero que puedas descubrir muy pronto cuál es tu verdadera vocación.
—Seguro que sí, gracias —respondió Adrián—. Pero, entonces, ¿te permitieron tus padres renunciar a su plan? ¿Por eso estás aquí?
Cérise se encogió de hombros.
—Más o menos. Nos mudamos todos a París, y mi hermana y yo nos matriculamos en una importante escuela de estudios empresariales. No es exactamente lo mío, pero tampoco tenía pensada una alternativa que pudiese plantearles a mis padres. Entonces oí hablar de esta escuela. Y tengo permiso para asistir solo un día a la semana, al menos mientras no sepa qué otra cosa hacer con mi vida. Debo decir —añadió, mirando a su alrededor— que no es exactamente lo que esperaba.
—No, ¿verdad? Al menos parece que aquí la gente se lo pasa muy bien.
—Sí, pero no te ayudan a encontrar tu propio camino, simplemente te dejan hacer lo que te dé la gana. Pero, si aún no has descubierto qué es lo que quieres hacer en la vida, ¿qué sentido tiene eso?
Adrián reflexionó.
—Mi novia me propuso una vez que hiciésemos un ejercicio —rememoró—. Consistía en cerrar los ojos e imaginar cómo seríamos con diez años más, o incluso veinte. Cómo nos visualizábamos a nosotros mismos. Qué estábamos haciendo, en qué trabajábamos. Cómo imaginábamos que sería nuestra vida ideal.
—¿Ah, sí? ¿Y a qué conclusión llegasteis?
—Bueno, teníamos claro que estaríamos casados y con un montón de niños —sonrió él—. Y ella sabía exactamente a qué iba a dedicarse. Pero yo no era capaz de ver más allá de la casa y los niños. Quiero decir que lo único que podía soñar era que pasaba el resto de mi vida con ella.
—¡Oh, qué romántico! —exclamó Cérise. A Adrián le pareció detectar un levísimo tono burlón en su voz. Pero ella le sonreía ampliamente, por lo que pensó que lo había imaginado—. Quizá quieras dedicarte a eso, ¿no? A cuidar de vuestra casa y vuestros hijos.
Adrián sacudió la cabeza.
—No me parece mal plan, pero estoy seguro de que también tiene que haber algo más. He estudiado un montón de cosas y todo se me da bien, porque trabajo mucho. Todo me interesa, pero nada me apasiona. Sé que sería bueno en mi trabajo, si fuese capaz de elegir alguno. Y de verdad me gustaría probarlo.
Cérise reflexionó.
—Bueno, quizá podamos empezar por lo de la casa y los niños. ¿Te gustan las tareas domésticas?
—No lo sé —respondió él con sinceridad—. En mi casa siempre había otra persona que hacía esas cosas por mí.
—También en la mía. Pero, si tu sueño es crear un hogar junto a tu novia, ¿no crees que sería buena idea empezar por ahí? ¿Sabes limpiar, cuidar de los bebés, cocinar…?
—Nada de eso. Pero me encantaría aprender a cocinar —añadió de pronto.
—¡Pues es un buen punto de partida! Yo tampoco sé cocinar. Hay un taller de cocina, ¿qué te parece si nos apuntamos? Aprendemos a cocinar, y si resulta que nos gusta, podemos dedicarnos en el futuro a ser chefs profesionales, abrir un restaurante… Y, si no, al menos habremos aprendido algu útil para nuestras futuras familias.
Adrián la miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Cérise, es una idea brillante!
Ella sonrió.
—¿De verdad te lo parece? ¡Pues entonces vamos a buscar el taller de cocina! Quizá hasta nos dé tiempo de prepararnos el almuerzo…
Se levantaron y se dirigieron juntos al tablón de anuncios donde estaba la lista de las actividades disponibles. Mientras caminaba junto a Cérise, Adrián pensó que su primer día en la nueva escuela no podía haber empezado mejor. Había hecho una nueva amiga que, a diferencia de todos los demás, incluida Marinette, comprendía exactamente cómo se sentía, porque ella había pasado por la misma experiencia. Y no lo trataba como a una celebridad, sino como a un chico normal que estaba muy perdido y que solo quería encontrar su misión en la vida.
«Parece que por fin estoy avanzando por el camino correcto», pensó.
NOTA: Parece que, en los materiales filtrados, la identidad de Lila que asiste al colegio del señor Damocles tenía nombre y apellido y un aspecto determinado. Pero como eso al final no ha salido en la serie (todavía), utilizaré la identidad de Cérise, con la que Lila acudía a la otra escuela donde era delegada. Así que ahora Cérise se ha hecho amiga de Adrián en su nuevo instituto y Narcisa estará muy cerca de Marinette en la escuela de moda. ¿Qué andará tramando?
