Marinette y Kagami estaban sentadas en un banco junto a la orilla del Sena. Habían quedado para ir a tomar un zumo, como de costumbre; pero la cafetería estaba llena y decidieron buscar un lugar más solitario para poder hablar con privacidad.
—Entonces…, ¿no habéis encontrado ninguna pista al investigar a los miraculizados? —preguntó Kagami.
Marinette suspiró. Era extraño, pensó, estar hablando con su amiga de esa manera. Como Ladybug y Ryuko, pero sin máscara. En cierto modo, echaba de menos los tiempos en los que eran simplemente Marinette y Kagami, sin más.
—Aún estamos vigilando al último sospechoso pero, sinceramente, no creo que encontremos nada. Estoy empezando a aceptar que era una vía de investigación que no llevaba a ninguna parte.
—Pero teníais que descartarla de todos modos —la consoló Kagami con una sonrisa.
Ella se encogió de hombros.
—Sí, supongo.
Kagami guardó silencio un momento antes de preguntar:
—¿Vais a tomar en cuenta por fin la teoría de Félix? ¿La de que el nuevo portador de la mariposa es alguien cercano a los Agreste?
—Sí, y es por eso por lo que quería hablar contigo. Ya sabes por qué. —Ella inclinó la cabeza, pensativa, y Marinette añadió—: Lo siento, Kagami.
—No, no, es un paso lógico. Lo entiendo perfectamente.
Marinette le dedicó una sonrisa de agradecimiento. Kagami asintió, indicando que estaba preparada para responder a sus preguntas.
—¿Qué sabes de la relación entre tu madre y Gabriel Agreste? —empezó ella—. ¿Iba más allá de lo profesional? —Kagami alzó la cabeza para mirarla con sorpresa, y Marinette se apresuró a aclarar—: No me refiero a una relación… sentimental, sino… hasta qué punto confiaban el uno en el otro. Tengo entendido que los dos querían que Adrián y tú…
—Sí —confirmó ella—. Buscaban una alianza entre familias. Por eso estaban interesados en que nosotros dos fuésemos pareja. —Sacudió la cabeza con disgusto—. Suena un poco… medieval, pero así funcionan aún las cosas en algunos entornos.
—¿Eran… amigos, pues?
Kagami reflexionó.
—Yo no diría tanto. Habían establecido una alianza comercial. Tenían mucho interés en unificar ambos imperios. Oriente y Occidente, tecnología y estética. Eso implica que mantenían muchas reuniones de negocios y trabajaban juntos, codo con codo. Pero no estoy segura de que confiaran realmente el uno en el otro, a decir verdad. Mi madre solía criticar a Gabriel a menudo. Decía que tenía un carácter impulsivo e impredecible, y le molestaba también su falta de autocontrol.
—¿Crees que… conocía su identidad secreta? ¿Y sus actividades como Monarca?
Kagami lo pensó un poco antes de responder.
—Cada vez estoy más convencida de que sí tenía que saberlo —confesó al fin—. Ella dijo a la policía que Monarca hackeó los anillos Alliance, pero tú y yo sabemos que Gabriel Agreste no tenía capacidad ni conocimiento para hacer algo así. Y tampoco Nathalie. Toda la tecnología que utilizaban en la mansión Agreste estaba suministrada por Industrias Tsurugi. No habrían podido elaborar un plan tan complejo sin la colaboración de mi madre.
—Tengo entendido que también dijo a la policía que había perdido un portátil con información importante. ¿Es verdad?
—Sí. Lo perdió durante el tumulto que se formó la noche de la revolución contra Chloé. La he oído mencionarlo alguna vez. Denunció la desaparición del ordenador y ha movido cielo y tierra para encontrarlo, pero no ha habido suerte.
—Quizá fue Gabriel quien lo robó, después de todo, y gracias a él pudo hackear el sistema de los Alliances…
—No, porque el complot de los miraculizados se puso en marcha justo al día siguiente. Y no es algo que pueda hacerse en una sola noche. El lanzamiento de aquel programa, «Alianza Perfecta», llevaba semanas preparándose. Probablemente desde el mismo momento en que se pusieron a la venta los anillos —añadió en voz baja.
—Entonces, crees que Gabriel Agreste y tu madre sí colaboraban juntos… para conseguir nuestros prodigios. El de Cat Noir y el mío. ¿Es así?
Kagami sacudió la cabeza.
—No lo sé. Es lo único que tiene sentido, la verdad, pero no comprendo por qué. Quiero decir… que no entiendo para qué querría mi madre los prodigios. Ni tampoco por qué estaría interesada en ayudar a Gabriel a conseguirlos. No sé qué ganaba con ello.
Marinette se quedó pensativa un momento.
—Si buscaba los prodigios también —dijo al fin—, y conocía la identidad secreta de Gabriel Agreste… ¿es posible que haya ocupado su lugar como nueva portadora de la mariposa?
Kagami suspiró, y su amiga adivinó que ella también se había hecho aquella pregunta. Y había pensado mucho en la respuesta.
—Es posible, claro, pero el nuevo villano es caótico e impredecible. Ni siquiera se ha presentado, ni se ha molestado en expresar sus demandas, como hizo Gabriel alguna vez. Parece muy… novato. Como un niño con un juguete nuevo. —Marinette asintió. Ella y Cat Noir habían llegado a la misma conclusión—. No es para nada el estilo de mi madre. Ella nunca improvisa, nunca lanza un prototipo antes de asegurarse de que funciona a la perfección. Siempre lo tiene todo bajo control y sabe exactamente lo que quiere y cómo conseguirlo.
»Por otro lado —añadió—, ahora está muy ocupada con otros proyectos. Está colaborando con el ayuntamiento en el proceso de transición ecológica de la ciudad, ¿lo sabías? Toda la tecnología que necesita París para convertirse en una ciudad limpia la está suministrando Industrias Tsurugi.
Kagami hablaba con orgullo del nuevo proyecto de su madre, y también con un ligero tono de esperanza en su voz. Marinette reconoció aquella actitud: era la misma que mostraba Adrián cada vez que su padre parecía realizar una buena acción. El chico nunca había renunciado a creer que hubiese algo de bondad en el fondo del corazón de Gabriel Agreste. Y durante mucho tiempo se había aferrado a aquella esperanza como a una tabla de salvación.
Y ella sentía que no era quién para apagar aquella luz en la mirada de Adrián. Y por eso, entre otras cosas, le había ocultado la dura verdad.
Tal vez la madre de Kagami fuese diferente, después de todo.
Aquello le recordó que aún había otro asunto que quería tratar con su amiga.
—Pero la nueva mariposa parece obsesionada con Adrián —señaló—. ¿Crees que tu madre le guarda rencor por… bueno, por haberte rechazado?
Kagami sonrió levemente.
—Si lo nuestro no funcionó, ella se lo reprochaba más a Gabriel que a Adrián, en realidad. Por no haber sabido controlar a su hijo.
Marinette tardó un poco en comprender lo que estaba insinuando. Cuando lo hizo, miró a su amiga, horrorizada.
—¿Tu madre quería… que el padre de Adrián utilizase su poder sobre él para obligarlo a salir contigo?
—Mi madre opinaba, en realidad —puntualizó Kagami—, que Gabriel no debería necesitar ninguna clase de control mágico sobre su hijo para obligarlo a hacer lo que quería. Que su autoridad paterna debería ser suficiente para que él obedeciese sin rechistar.
Marinette no supo qué decir. Tenía vagos recuerdos de la extraña noche en la que Félix y Kagami le habían relatado la historia de los Agreste a través de aquella desconcertante obra de teatro. Estaba bastante segura de que Félix había dicho durante la representación que Kagami era «una chica como él». Se había preguntado muchas veces desde entonces si estaba insinuando que ambos eran sentihumanos. Su mirada se desvió hacia el anillo con el blasón familiar que siempre lucía Kagami. Nunca se había atrevido a interrogarla al respecto, y ella tampoco había mencionado el tema.
Pero no podía evitar pensar que si, en efecto, el origen de su amiga estaba también en el prodigio del pavo real…, el vínculo entre ambas estirpes, los Agreste y las Tsurugi, era mucho más antiguo y estrecho de lo que ella había imaginado.
Kagami sacudió la cabeza.
—Dudo mucho que mi madre siga interesada en Adrián, ahora que su padre ya no está —opinó por fin—. Y, si aún quisiera que él y yo fuésemos pareja, primero tendría que encarrilarme a mí —añadió con una pícara sonrisa.
Marinette se rió también. Sabía que Félix y Kagami se veían en secreto, puesto que Tomoe no aprobaba su relación; pero, desde que su amiga contaba también con su propio prodigio, le resultaba mucho más sencillo escaparse para reunirse con su novio sin que su madre lo advirtiera.
No obstante, el hecho de que Tomoe Tsurugi ya no considerase a Adrián Agreste un buen partido para su hija no significaba que él no siguiese en peligro. Marinette se puso seria al recordarlo.
—Entonces, si no es tu madre… ¿quién puede estar tan obsesionado como para atacar a Adrián una y otra vez?
Kagami se encogió de hombros.
—No lo sé, y también estoy preocupada. Félix y yo sabemos que lo protegerás, pero… ¿podrás hacerlo, ahora que vais a escuelas diferentes?
Marinette se sobresaltó ligeramente. No le había contado a Kagami que Adrián había cambiado de escuela. Tampoco que ya no estaban saliendo juntos.
Aquello no se lo había dicho a nadie, en realidad. Ni siquiera a Alya, ni a sus padres. Lo cierto era que ella misma necesitaba tiempo para digerirlo, antes de compartirlo con el resto del mundo.
La única persona con la que lo había hablado, aparte de Tikki, era Cat Noir.
—¿Cómo sabes…?
—Aún hablo con Adrián, de vez en cuando —respondió ella con una leve sonrisa—. Aunque ya no coincidamos en clase de esgrima, seguimos siendo amigos.
Marinette bajó la cabeza.
—Todavía le gusta la esgrima —le contó—. Pero es algo que hacía porque su padre quería, en realidad, y ahora está intentando averiguar… qué es exactamente lo que ha elegido por voluntad propia, y qué cosas hacía por imposición. Es posible que vuelva a los entrenamientos cuando se haya aclarado un poco. Pero, si lo hace, será porque lo quiere de verdad.
Kagami dejó vagar su mirada por las aguas del Sena, pensativa.
—Félix me ha contado lo difícil que fue para él verse… «liberado». De pronto se encontró con que podía hacer todo lo que quisiera, sin ataduras. Nunca había experimentado nada igual. Fue una época muy confusa de su vida y tomó algunas decisiones de las que no se siente orgulloso.
—¿Crees que para Adrián será igual? —preguntó Marinette, preocupada, evocando sus primeros encontronazos con el díscolo primo de su ex novio.
—No lo creo, porque tiene un temperamento muy diferente. Pero es normal que esté confuso. De todas formas, yo en tu lugar no me preocuparía —añadió con una sonrisa—. Adrián se ha visto obligado toda su vida a hacer lo que otros querían que hiciese. Pero, en los momentos en los que ha tenido claro lo que deseaba, no ha dudado en enfrentarse a su padre para conseguirlo. Como cuando decidió que quería ir al colegio y hacer amigos. O cuando se enamoró de ti.
Marinette enrojeció y bajó la vista, muy avergonzada. Sabía que Kagami había sufrido mucho por la elección de Adrián, y se preguntó qué diría cuando descubriese que ya no estaban juntos.
«Cada cosa a su momento», pensó. Trató de centrarse.
—Con todo lo que me cuentas, parece poco probable que tu madre sea la nueva portadora de la mariposa —concluyó—. Pero, si colaboró con Gabriel Agreste…, si estaba al tanto de sus actividades…, es posible que tenga información interesante. No te estoy pidiendo que la espíes —se apresuró a matizar—. Pero, si descubres alguna cosa…
—No te preocupes —la tranquilizó ella—. Sé lo que está en juego. Si descubro alguna pista sobre el prodigio de la mariposa, te lo haré saber.
Marinette asintió, más tranquila.
Adrián echaba de menos a Marinette. Todos los días, cuando volvía a casa después de la escuela, sentía la tentación de llamarla, pero siempre terminaba descartando la idea. No quería agobiarla ni presionarla; dado que no se habían peleado, sino que habían quedado como amigos, suponía que ella estaba muy ocupada y que se pondría en contacto con él cuando le apeteciera charlar un poco.
O quizá necesitase poner algo de distancia entre los dos. A Adrián le dolía aquella posibilidad, pero sabía que debía respetar su decisión.
Le había sentado bien la charla con Ladybug, porque no había sido capaz de contarle a nadie más que había roto con Marinette. Ni siquiera se lo había dicho a Nathalie; no porque no confiara en ella, sino porque una parte de él no quería aceptar todavía que su historia de amor se hubiese acabado. Había dado por hecho que sería solo un paréntesis hasta que derrotasen a su nuevo enemigo, pero ¿y si Ladybug tenía razón y pasaban años hasta que eso sucediese?
Era una posibilidad demasiado dolorosa como para considerarla en serio, por lo que Adrián procuró centrarse en otras cosas. Por primera vez desde la muerte de su padre, empezó a echar de menos aquella abarrotada agenda que lo tenía ocupado a todas horas, arrastrado de una actividad a otra, sin tiempo para pensar en nada. Ahora tenía demasiados ratos libres en los que lo único que podía hacer era echar de menos a Marinette.
Decidió, por tanto, dedicarse a la misión que Ladybug le había encomendado: investigar a su propia familia para tratar de averiguar quién podía haber robado el prodigio de la mariposa el día en que Monarca había sido derrotado. Sería difícil interrogar a Nathalie al respecto si tenía que fingir que él, como Adrián, no estaba al corriente de todo lo que había sucedido. Pero tendría que intentarlo de todos modos.
En primer lugar, no obstante, se encerró en su habitación para llevar a cabo una tarea que tenía que haber realizado desde el mismo momento en que Ladybug le había revelado la identidad de Monarca: poner por escrito todo cuanto sabía sobre él.
Hacía tiempo que se había dado cuenta de que su padre, una gran celebridad en el mundo entero, era en realidad un desconocido para él. Había dado por sentado muchas de las cosas que creía saber acerca de Gabriel Agreste y, ahora que la imagen que tenía de él se había roto en mil pedazos, necesitaba sustituirla con otra cosa. Con la verdad, a ser posible.
Repasó lo que sabía de su vida: Gabriel Agreste era de origen humilde. Había estudiado en la escuela Gabrielle Chanel y su vida había cambiado cuando Audrey Bourgeois, directora de una prestigiosa revista de moda de fama mundial, se había fijado en él. Poco antes había conocido también a Émilie, una chica de buena familia, y ambos se habían enamorado. Todo lo demás, Adrián ya lo conocía: fama, fortuna, matrimonio y felicidad familiar… hasta que Émilie había caído enferma.
Pero ahora se daba cuenta de había muchas cosas que no sabía. Por ejemplo: ¿cómo, cuándo y dónde se había hecho Gabriel con el prodigio de la mariposa… y con el del pavo real? ¿Por qué había comenzado a buscarlos, en primer lugar? ¿Había contratado a Nathalie para ello? ¿Cuánto tiempo hacía que conocía a Tomoe Tsurugi, y cuál era exactamente la relación entre ambas familias? Nathalie estaba al tanto de las actividades de su padre como Monarca, y posiblemente Tomoe también. ¿Y los Bourgeois? ¿Estarían implicados? ¿Cuántas personas del entorno de Gabriel Agreste eran o habían sido cómplices de Monarca? ¿Y si todo aquello no había sido obra de un único supervillano solitario… sino que se trataba de una enorme conspiración?
Por otro lado, si la única intención de Gabriel había sido devolver la vida a su esposa… ¿sería posible que su tía Amélie, que obviamente también estaría interesada en recuperar a su hermana, hubiese sido su cómplice también? Eso explicaría, tal vez, que Félix estuviese siempre tan bien informado…
Compartió sus pensamientos con Ladybug aquella noche, en su punto de reunión habitual. Ella le contó a su vez lo que había averiguado tras su conversación con Kagami.
—¿Crees entonces que pudieron haber sido varias personas? —planteó—. ¿Gabriel, Tomoe, Nathalie o incluso más gente?
Cat Noir se encogió de hombros.
—Yo no lo descartaría —respondió—. Y puedes incluir en la lista de sospechosos a los Bourgeois y a Amélie, la tía de Adrián.
Ladybug lo miró de reojo. Su compañero había hablado con voz neutra, pero tenía la vista baja y los hombros caídos en señal de abatimiento.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó con delicadeza.
Él alzó la mirada, volviendo a la realidad.
—¿Disculpa?
—Pareces triste hoy —le dijo ella—. Sigues pensando en tu chica, ¿verdad?
Cat Noir suspiró. Aún echaba de menos a Marinette, por descontado, pero era la tarea que tenía entre manos lo que había enturbiado su humor. No le resultaba agradable rebuscar entre los trapos sucios de su propia familia y descubrir que sus raíces estaban aún más podridas de lo que había imaginado.
Pero estaba dispuesto a seguir haciéndolo, fueran cuales fuesen las consecuencias. Se había cansado ya de ser el último en enterarse de las cosas, de que le ocultaran la información por su propio bien y de que no le permitieran tomar sus propias decisiones.
—Estoy mejor, en realidad —respondió con una media sonrisa—. Me viene bien investigar. Así tengo otras cosas en qué pensar.
—A mí me pasa igual —suspiró Ladybug.
Cruzaron una mirada repleta de cariño y complicidad.
—Oye, ¿te apetece que vayamos a tomar un helado? —sugirió entonces ella—. Así paseamos y nos despejamos un poco.
—Me parece una gran idea —aceptó Cat Noir.
No tardaron mucho en localizar el puesto de André, el heladero, que se alegró mucho de verlos.
—¡Ah, mis superhéroes favoritos! ¿Habéis venido a por un helado? Por favor, decidme que queréis un helado —imploró.
Ladybug y Cat Noir cruzaron una mirada de desconcierto.
—Pues… sí, por eso veníamos —dijo él—. ¿Por qué otra razón, si no?
André pareció aliviado.
—Claro, claro… Enseguida os sirvo.
Le tendió un cucurucho a cada uno, pero ellos notaron que se mostraba inseguro.
—¿Pasa algo, André? —preguntó Ladybug con suavidad.
—¡Nada en absoluto! —respondió él con una risa nerviosa—. Es solo que… he cambiado la receta un poco. Me diréis qué os parece, ¿verdad?
—¡Claro que sí! —dijo Cat Noir con una amplia sonrisa—. ¿De qué se trata? ¿Un nuevo sabor?
—No, no, es más bien… —André vaciló un poco antes de continuar—. ¿Vosotros sabíais que los helados son malos para el cambio climático? —soltó de sopetón.
Los superhéroes pestañearon, confusos.
—¿Los helados? ¿Por qué?
—Al parecer tiene que ver con las vacas —suspiró él—. Sus… gases… calientan la atmósfera o algo por el estilo. ¡Así que he sustituido la leche de vaca de los helados por leche de soja! —anunció con una tensa sonrisa—. ¡Y ahora mis helados son mucho más ecológicos y sostenibles! ¡Y aptos para veganos, también!
—¡Eso es una gran noticia! —exclamó Ladybug—. ¡Todos te lo agradecemos en nombre del planeta!
La sonrisa de André se apagó un poco.
—Bueno, no ha sido idea mía en realidad… —admitió, un tanto avergonzado—. Es por la nueva ordenanza municipal para reducir los alimentos de origen animal.
Ladybug lo miró sin comprender, pero Cat Noir lo entendió enseguida.
—¿Han prohibido el uso de leche de vaca? —se sorprendió.
—No, no, qué va, qué cosas dices —se apresuró a aclarar el heladero—. No está prohibido, solo hay… un nuevo impuesto. —Suspiró—. No lo puedo pagar, y por eso he tenido que cambiar la receta. Pero es por el bien del planeta, ¿verdad? —concluyó, sonriendo de nuevo.
Ladybug y Cat Noir se despidieron de él y se alejaron del puesto, saboreando sus helados. Tardaron un poco en animarse a compartir su opinión.
—No saben… como los de antes —dijo Ladybug por fin.
—No —reconoció Cat Noir—. Diría incluso que son menos… dulces. ¿Tú crees que también hay un nuevo impuesto al azúcar?
Ella se encogió de hombros sin saber qué responder.
Siguieron caminando en silencio por la calle, lamiendo los helados, cada vez con menos entusiasmo. Finalmente Cat Noir contempló lo que quedaba del suyo con tristeza y suspiró. Cruzó una mirada con Ladybug, que parecía estar pensando lo mismo.
Los dos echaron un vistazo al puesto de André y, tras asegurarse de que el heladero no estaba mirando, arrojaron a la papelera lo que quedaba de los helados. Descubrieron que en el interior había no menos de una docena de cucuruchos sin terminar, con los restos del helado, ya derretido, mezclándose en el fondo en una amalgama de colores.
Cruzaron una mirada.
—Es por el bien del planeta, supongo —murmuró Ladybug.
NOTA: Disculpad que haya tardado tanto en actualizar; estuve de viaje el fin de semana pasado y no tuve tiempo de terminar el capítulo para dejarlo publicado antes de marcharme. No sé si podré escribir el próximo para este fin de semana, pero, si no es así, no tardaré mucho más, espero. Y aunque la trama avanza lenta y en episodios cortos, voy colocando todas las piezas en el tablero. ¡Muchas gracias por vuestra paciencia!
