Cuando Ladybug llegó al punto de reunión, comprobó con cierta inquietud que Cat Noir no se encontraba allí. «¿Y si se ha dormido?», pensó. «O, peor aún…, ¿y si ha cambiado de idea? Quizá no debería…»

Un carraspeo interrumpió sus pensamientos, sobresaltándola ligeramente. Cuando se dio la vuelta, se encontró con Cat Noir, que la contemplaba con una sonrisa tímida.

—Buenas noches, milady —la saludó.

Ella sonrió a su vez.

—Buenas noches, gatito.

Cat Noir le ofreció entonces una rosa roja.

—Para ti —le dijo.

Ladybug se quedó un momento mirándolo con sorpresa, sin saber qué decir. Cat Noir titubeó, inseguro de pronto.

—Es decir…, si la quieres claro —tartamudeó—. Si piensas… si piensas que no es apropiado o que… no sé, quizá me he dejado llevar y tal vez… tal vez he malinterpretado…

Ladybug se sintió conmovida. Y también un poco culpable, porque había rechazado sus rosas tantas veces en el pasado que era un milagro que el pobre chico se hubiese atrevido a ofrecerle una más aquella noche.

—Todo está bien —lo tranquilizó con una dulce sonrisa—. No has malinterpretado nada, Cat Noir. Y tu rosa… me gusta mucho.

Él la miró con cierta sorpresa.

—¿De verdad?

—De verdad —le aseguró ella.

Tomó la flor que le entregaba y lo recompensó con un suave beso en los labios. Después la sostuvo entre las manos, sin saber muy bien qué hacer con ella. Su primer impulso había sido colocársela en el pelo, detrás de la oreja. Pero ya había hecho aquel gesto una vez, como Marinette, y no podía arriesgarse a que Cat Noir atase cabos.

Se ruborizó un poco al recordar aquella noche loca que habían protagonizado los dos. Se habían dejado llevar al principio y todo había fluido de forma natural entre ellos, y había sido divertido y maravilloso… hasta que tuvo que acabar.

Suspiró para sus adentros. Aquello también tendría que acabar, se dijo.

—¿Estás bien? —le preguntó Cat Noir, al detectar su cambio de humor.

Ladybug volvió a la realidad y sacudió la cabeza.

—Sí, no es nada. —Le sonrió—. Muchas gracias por acudir a la cita, gatito. Soy consciente de que es muy tarde y te estoy robando horas de sueño.

—¡Para nada! Los gatos somos criaturas nocturnas y… espera, ¿has dicho que es una cita?

Ladybug se ruborizó todavía más.

—Bueno, sé que esto es complicado, porque tenemos que mantenerlo en secreto, y además hay otras personas… o las había, quiero decir… Y, por otro lado, está el asunto de la identidad secreta…, por no hablar del hecho de que te rechacé un montón de veces, así que es natural que tú no quieras… Me refiero a que, si no te sientes cómodo, comprendo perfectamente…

—Ladybug —le cortó él con suavidad.

Ella lo miró, un poco aturdida, y Cat Noir tuvo una extraña sensación de dejà vu, porque Marinette también solía enredarse con explicaciones enrevesadas cuando se ponía nerviosa. Trató de apartarla de su mente. No debía pensar en ella. No aquella noche, al menos. No habría sido justo para Ladybug.

—Te he traído una rosa —le recordó—. Roja —especificó—. A juego con tu traje… y con tus mejillas —añadió con una sonrisa pícara.

Ladybug se llevó las manos a la cara, consciente de que tenía las mejillas ardiendo. Se rio con nerviosismo.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo en que es… una cita? —quiso asegurarse.

Cat Noir la tomó por la cintura y la atrajo hacia sí.

—¿Qué otra cosa podría ser, si no? —le planteó.

Podría ser cualquier otra cosa, se dijo ella, pensando en todas las situaciones extrañas por las que habían pasado los dos. Algunas habían incluido hasta besos, pero ninguna de ellas había sido una cita, en realidad.

Pero no dijo nada, porque él se inclinaba para besarla, y Ladybug le echó los brazos al cuello y alzó la cabeza para buscar sus labios.

Se besaron durante unos instantes, hasta que ella, temerosa de que alguien los descubriera a pesar de lo tardío de la hora, lo arrastró hasta un rincón en sombras detrás de una chimenea. Allí volvieron a abrazarse y siguieron besándose, casi sin aliento.

Ladybug se sentía entre abrumada y maravillada, pero, sobre todo, muy sorprendida. Los besos de Cat Noir eran tiernos y dulces, y él la sostenía entre sus brazos con infinita delicadeza, como si fuera lo más valioso del mundo. Y las sensaciones que despertaba en su interior eran muchísimo más intensas de lo que ella había anticipado. De hecho, había más mariposas en su estómago que en la antigua guarida de Hawk Moth.

«Estoy enamorada», admitió por fin ante sí misma. «Muy… muy… enamorada».

Pero no se atrevió a decirlo en voz alta, aunque tenía la confesión en la punta de la lengua. Y se veía perfectamente capaz de hacerlo, porque con Cat Noir podía hablar de cualquier cosa. Pero no quería confundirlo más y, por otro lado, si aquello no iba a durar…, ¿qué sentido tenía reforzarlo con palabras mayores?

Se apartó un poco de él, turbada. Cat Noir le acarició el cabello y ella cerró los ojos para disfrutar del contacto.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó entonces él.

Ladybug abrió los ojos, desconcertada.

—¿Ahora?

—Sí. Quiero decir, estoy muy a gusto aquí, contigo, pero el caso es que he estado pensando adónde te podría llevar en esta… ¿primera cita? —planteó, dubitativo. Ella asintió, confirmando sus palabras, y él continuó, más seguro—: Y está complicado, porque se supone que debemos mantenerlo en secreto, así que no podemos ir al cine, ni a tomar un helado, ni siquiera pasear por ahí, de la mano… También pensé en organizar una cena romántica en los tejados, pero es… un poco tarde para cenar ahora mismo, y por otro lado… ¿y si alguno de los héroes tiene insomnio y le da por salir a dar una vuelta?

Se quedó mirándola, expectante. Ladybug no entendía lo que esperaba de ella.

—¿Qué?

—¿Tú tienes alguna idea? ¿Sobre a dónde podemos ir, o qué podemos hacer… juntos?

Ella inclinó la cabeza, reflexionando.

—La verdad es que no lo había pensado. Ni siquiera estaba segura de que acudirías a la cita —confesó en voz baja.

—¿Qué? —se sorprendió Cat Noir—. ¿Por qué pensabas eso? Habíamos quedado para vernos, ¿no? ¿Por qué iba a darte plantón sin avisar?

«Porque yo me he enamorado de ti, pero tú no quieres volver a enamorarte de mí», pensó ella. «Y probablemente haces muy bien».

Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Lo cierto era que a veces se sentía con Cat Noir como en los primeros tiempos con Adrián, cuando ella era muy consciente de sus propios sentimientos y sabía, en el fondo, que nunca serían correspondidos.

Pero no era lo mismo, se dijo. En primer lugar, porque Adrián sí había terminado por enamorarse de ella. Y porque, de todos modos, Cat Noir no era Adrián. Y las cosas con su mejor amigo siempre serían diferentes. Con él, para empezar, siempre sería capaz de sincerarse y confesarle sus verdaderos sentimientos. Y así no se vería envuelta en situaciones extrañas como, por ejemplo, que él le pidiese ayuda para conquistar a otra chica.

Se le ocurrió entonces una idea.

—¡Creo que sé lo que podemos hacer! —exclamó con una radiante sonrisa.

Cat Noir alzó una ceja, intrigado, pero ella no le dio más pistas.

Así, entre risas cómplices, lo condujo por los tejados hasta su destino. Cuando Cat Noir aterrizó a su lado en el tejado y reconoció el edificio, se le iluminó el rostro con una sonrisa.

—¡La pista de hielo! Ahora mismo está cerrada y no hay nadie dentro. ¡Muy bien pensado, milady!

Ella ya había localizado una claraboya que se podía abrir desde fuera. Así, los dos superhéroes se colaron en el interior.

Aterrizaron con suavidad sobre la pista y miraron a su alrededor. Como habían anticipado, todo estaba silencioso y vacío. Cat Noir se volvió hacia Ladybug, interrogante. Ella ya tenía en la mano un magicaron y le sonreía con picardía.

Él le devolvió la sonrisa. Rebuscó en sus bolsillos hasta dar con el trozo de queso que le concedería poderes de hielo. Cruzaron una mirada y pronunciaron las palabras a la vez:

—¡A transformarse!

Momentos después, patinaban juntos por la pista de hielo. Empezaron calentando un poco, probando sus poderes y cruzando la pista de un lado a otro, juntos o por separado. Después, Cat Noir comenzó a hacer piruetas cada vez más atrevidas para impresionar a Ladybug, o para hacerla reír, o ambas cosas. Ella aceptó el reto y lo imitó. Y pronto estaban inmersos en una competición amistosa que incluyó carreras, saltos e increíbles acrobacias… y, sobre todo, muchas risas.

Por fin, Ladybug se detuvo, agotada pero sonriente. Tenía las mejillas arreboladas y las coletas un poco sueltas, y Cat Noir pensó por un momento que jamás la había visto tan hermosa. Ella se dio cuenta de que él la estaba mirando y le dedicó una mueca burlona.

—¿Qué pasa, gatito? ¿Aún no has tenido suficiente?

Esperaba que él replicara con alguno de sus chistes. Pero se dio cuenta entonces de que estaba extraordinariamente serio, y la sonrisa de Ladybug se debilitó.

—¿Para… pasa algo malo?

Cat Noir negó con la cabeza.

—En absoluto —respondió.

Le tendió la mano y ella se la tomó. Y entonces él comenzó a guiarla por la pista con suavidad. Ladybug, intrigada, se dejó llevar.

No tardó en darse cuenta de que estaban bailando sin música. Cat Noir se deslizaba sobre el hielo siguiendo un compás que solo él parecía escuchar, y su compañera, que había aprendido a sincronizarse con él bajo cualquier circunstancia, no tuvo problema en seguir sus pasos.

Bailaron un vals silencioso por toda la pista de hielo. Cat Noir la llevaba entre sus brazos, la hacía girar sobre sí misma, la levantaba en el aire y la volvía a recoger. Ladybug se sentía tan a gusto que, por una vez, no tuvo la menor tentación de disputarle el liderazgo.

Por fin se quedaron abrazados en medio de la pista, girando sobre las puntas de sus patines. Ladybug apoyó la cabeza sobre el hombro de Cat Noir y él le rodeó la cintura con los brazos. Ella evocó brevemente el romántico baile bajo la luna llena que había compartido con Adrián, en Nueva York, un millón de años atrás. Lo apartó de su mente.

Porque en aquel momento solo deseaba estar con Cat Noir. Así, tal vez. Para siempre, quizá.

—Te quiero —le susurró entonces él al oído, y ella se derritió entera.

—Yo también te quiero —respondió en el mismo tono—. Muchísimo.

Se separaron un poco para mirarse a los ojos. Cat Noir le sonrió con suavidad. Su mirada estaba tan repleta de afecto que Ladybug se quedó sin aliento.

—No está mal para una primera cita, ¿verdad? —comentó él.

Ella se rio con suavidad.

—Nada mal —reconoció—. Lo estoy pasando muy bien.

Volvieron a abrazarse. Habían dejado de girar y estaban quietos en mitad de la pista, pero a ninguno de los dos le importó.

—Podría acostumbrarme a esto —dijo entonces Cat Noir, con cierta prudencia.

Y Ladybug interpretó correctamente sus palabras: «Podría ser feliz a tu lado», quería decir.

Se le humedecieron los ojos.

—Yo también, gatito. Yo también.

Cruzaron una mirada intensa, repleta de promesas… y de temores. Cat Noir tragó saliva.

—Pero no… no deberíamos, ¿verdad? Porque todo es muy complicado y porque después, cuando esto tenga que acabar, será… mucho más duro para los dos.

Ladybug no respondió, porque no sabía qué decir. Los ojos de Cat Noir estaban repletos de incertidumbre y ella le devolvió una mirada cargada de melancolía. Tras un pesado silencio, él despegó los labios por fin.

—¿Y si…? —empezó.

Pero de pronto se encendió una luz en alguna parte y los dos se separaron con brusquedad. Y Philippe, el dueño de la pista de hielo y ex patinador profesional, se presentó allí, muy desconcertado.

—¿Ladybug? ¿Cat Noir? ¿Qué hacéis aquí a estas horas? ¿Hay un akuma? —preguntó, mirando alarmado a su alrededor.

—¡No, no, qué va! —se apresuró a tranquilizarlo Cat Noir—. No hay ningún akuma, por el momento. Nosotros solo…

—Hemos venido a entrenar —continuó Ladybug—. Con nuestros poderes de hielo. Para estar preparados por si… por si vienen los malos.

Philippe se rascó la cabeza, no muy convencido.

—¿A estas horas?

—No queríamos molestar al resto de patinadores ni tampoco llamar la atención.

—¡Eso es! —confirmó Cat Noir—. Además, estamos practicando nuevas estrategias de combate que son… hum… secretas… y necesitábamos un poco de discreción.

—Estábamos seguros de que la pista abría a las ocho de la mañana —añadió Ladybug—. Perdón por las molestias, Philippe.

—Bueno, son las siete ya —replicó él—. Esta es la hora a la que suelo llegar yo todas las mañanas.

—¿¡Las siete!? —exclamaron los dos superhéroes a la vez. Cruzaron una mirada de incredulidad.

—Sí, mirad, ya está a punto de amanecer —confirmó Philippe, señalándoles el cielo que se veía a través de las ventanas, que ya comenzaba a clarear.

—¡Se nos ha hecho tardísimo! —dijo Ladybug—. Tenemos que marcharnos ya. ¡Muchas gracias por todo, Philippe!

—¡Y recuerda lo de las estrategias secretas! —añadió Cat Noir—. Ante todo, ¡mucha discreción!

—Ya vendremos otro día a hacernos fotos para tu Instagram —le prometió Ladybug.

Philippe se despidió de ellos, aún un poco desconcertado, y los dos héroes de marcharon por donde habían venido.

Se detuvieron en un tejado cercano y revirtieron la transformación para volver a ser la versión habitual de Ladybug y Cat Noir. Una vez hecho esto, cruzaron una mirada llena de incertidumbre.

Estaban el uno junto al otro, pero ya no se atrevían a abrazarse o a tomarse de la mano, y mucho menos a volver a besarse. Porque la luz de la mañana comenzaba a despuntar sobre los tejados de París, y muchas personas podrían verlos.

—Entonces… ¿quieres que… lo repitamos algún día? —dijo Ladybug, con timidez.

—O alguna noche —puntualizó Cat Noir—. Sí —dijo por fin, tras un instante de silencio—. Sí, me gustaría mucho.

—A mí también.

Se miraron sin saber muy bien qué otra cosa añadir. Estaban el uno frente al otro, pero no se atrevían a tocarse siquiera, por miedo a que alguien pudiese descubrirlos.

—Pero no podemos hacer esto todas las noches —continuó Ladybug—. Quiero decir que yo no he dormido nada y dentro de un rato tengo que ir a clase y…, en fin, sobreviviré, pero no creo que sea bueno pasarnos todas las noches en vela.

—No —coincidió Cat Noir—. Tenemos que estar descansados y alerta para luchar contra… contra el Polillón. Y derrotarlo —añadió tras una pausa.

Ladybug captó la idea implícita en sus palabras. «Y derrotarlo para que podamos volver con las personas a las que realmente amamos».

Desvió la mirada, apenada.

—Pero podemos volver a quedar, dentro de unos días —prosiguió él, ajeno a los confusos sentimientos que turbaban el corazón de su compañera—. ¿Sabes? Creo que tengo una idea para nuestra próxima cita.

Ladybug se animó un poco.

—¿De verdad?

Él asintió sonriendo y le guiñó un ojo.

—Sí, pero es un secreto.

Ella se rio.

—Esperaré con impaciencia a que llegue el momento de descubrirlo, minino.

—No te decepcionaré, milady —respondió él.

Se inclinó para besarle la mano y ella lo contempló mientras lo hacía, sonriente, repleta de amor por él.

Se despidieron y se marcharon cada uno por su lado. Mientras se alejaba por los tejados en dirección a su casa, sin embargo, en la mente de Ladybug no dejaba de martillear la pregunta que Cat Noir había lanzado al aire, pero no había terminado de formular:

«¿Y si…?»

«¿Y si no tuviese que acabar?».


Al día siguiente, Adrián acudió a la escuela silencioso y pensativo, y no se debía solo a que no hubiese dormido en toda la noche. En el taller de cocina habían llegado al módulo de repostería, y todo lo que hacían le recordaba Marinette.

—Adrián, ¿cuánto rato hace que has metido los croissants en el horno? —oyó entonces la voz de Cérise.

—¿Qué? ¿Cómo? —Un leve tufillo a quemado lo devolvió bruscamente a la realidad—. ¡Ay, no!

Los dos se apresuraron a rescatar los croissants. Por suerte, solo se habían chamuscado un poco.

—Adrián, ¿te encuentras bien? —le preguntó entonces el profesor—. Te veo un poco despistado hoy.

—Sí, es que… es que no he dormido muy bien.

—Bueno, en ese caso, puedes irte a casa a recuperar sueño. ¡El descanso es más importante que los croissants!

«¿De verdad?», pensó él. Sabía que los padres de Marinette madrugaban muchísimo cada mañana para que el barrio tuviese pan y croissants recién hechos desde muy temprano. A él le habían enseñado desde muy pequeño que no había recompensa sin sacrificio. Quizá le habían exigido demasiado para la edad que tenía entonces, pero era muy consciente de que así era la vida adulta y no se imaginaba cómo iban a enfrentarse a ella los chicos y chicas de aquella escuela. Si alguno de los alumnos del taller decidía en un futuro abrir su propia panadería, ¿qué iba a hacer? ¿Quedarse en la cama cada vez que no tuviese ganas de trabajar o juzgase que no había dormido lo suficiente?

Pero no discutió, porque sabía que era una batalla perdida. La filosofía de aquella escuela era la que era, y había sido él, después de todo, quien había decidido separarse de Marinette para matricularse allí.

—Gracias, profesor —se limitó a murmurar.

Antes de irse, sin embargo, ayudó a Cérise a recoger los restos de sus croissants fallidos.

—¿Qué te pasa? —le preguntó ella en voz baja—. Llevas unos días muy serio. ¿No van bien las cosas con… Marinette?

Él se detuvo un momento, pensativo. Se dio cuenta entonces de que aún no le había contado a su amiga que lo había dejado con su novia. Se encogió de hombros y decidió que no tenía sentido ocultarlo más.

—No, Marinette y yo… ya no estamos juntos —le respondió en el mismo tono.

Cérise reaccionó con un gesto de calculada sorpresa.

—Oh, no, Adrián, lo siento mucho…

—No, no pasa nada. Hace ya un tiempo que lo dejamos, en realidad, y estamos bien los dos, hemos quedado como amigos. No ha sido nada traumático, solo… la vida nos ha llevado por caminos diferentes. Es todo. Estoy bien, de verdad.

Cérise entornó los ojos y lo observó, pensativa, sin saber cómo tomarse aquella revelación. Ella llevaba un tiempo tratando de separar a la pareja para castigar a Marinette y aislar a Adrián todavía más, pero no tenía noticia de que lo hubiese conseguido ya. Marinette no le había contado a Narcisa nada al respecto, y Adrián también se lo había callado, al parecer. Por otro lado, ella no había captado emociones negativas en ninguno de los dos. Algo de tristeza y melancolía en algún momento puntual, pero no la desesperación que habría imaginado que les causaría una ruptura más o menos traumática. Por el contrario, en los últimos días Adrián parecía hasta feliz e ilusionado.

Enamorado, tal vez.

Y las emociones que lo habían llevado a quemar los croissants aquella mañana no eran particularmente negativas tampoco. Dudas e incertidumbre, quizá.

Pero no tristeza. Ni dolor.

¿Le estaría mintiendo, acaso? Cérise frunció el ceño y dirigió una rápida mirada a los anillos gemelos que adornaban el dedo de Adrián. Quizá había llegado el momento de poner en marcha la siguiente fase de su plan…, pero primero tenía que asegurarse de que el chico se había quedado completamente solo. Para que nadie pudiese ayudarlo cuando llegara el momento de la verdad.


Adrián salió al patio cargado con la mochila, dispuesto a regresar a casa y echar una siesta. Pero caminaba arrastrando los pies, y se dio cuenta de que no tenía prisa por marcharse en realidad…

…Y de volver a la mansión donde lo esperaba Nathalie.

Se estremeció. No había empezado a sentirse a gusto en aquella casa hasta la muerte de su padre, y se había sentido culpable por ello. Después, al revelarle Ladybug el secreto de Gabriel Agreste, había empezado a recordar a su padre de otra manera. Se había quitado un gran peso de encima, en cierto modo, y había llegado a soñar que podría llegar a ser feliz junto a Nathalie y Marinette.

Pero, por descontado, aquello no podía durar.

Porque todo apuntaba a que Nathalie era la nueva portadora de la mariposa, la sucesora de Monarca. Y, desde que había empezado a sospecharlo, Adrián ya no estaba a gusto en su casa, donde vivía en tensión, temeroso de que Nathalie descubriera su identidad secreta.

Se sentó en el patio, junto al muro, para hacer tiempo. Contempló casi sin verlos los anillos gemelos que lucía en su dedo. Cada mañana, al levantarse, sentía tentaciones de quitárselos y sepultarlos en lo más profundo de alguna caja de los recuerdos, como un secreto del que se avergonzase. Si no lo había hecho aún era, en primer lugar, por la memoria de su madre. Y, en segundo lugar, porque le había prometido a Marinette que siempre los llevaría.

Pero, claro, Marinette no conocía toda la verdad sobre Gabriel Agreste.

Suspiró y hundió el rostro entre las manos, abrumado.

Entonces se dio cuenta de que no estaba solo. Un poco más allá, en el mismo muro junto al que se había sentado, estaba Alix haciendo grafitis.

—Hola —la saludó con cierta prudencia.

Ella respondió algo ininteligible, porque llevaba puesta la máscara protectora. Adrián supuso que sería un saludo.

Se quedó mirándola, pensativo. Aquella chica menuda y descarada poseía el increíble poder de viajar en el tiempo. En algún lugar, quizá en el interior de su mochila, se escondía Fluff, el kwami que la transformaba en Bunnyx.

Alix, por tanto, lo sabía todo: lo que había pasado y lo que estaba por pasar.

Sabía, también, que él era Cat Noir. Y otras cosas como, por ejemplo, la identidad de la nueva mariposa. Debía de saberlo, reflexionó el chico. Él mismo había sido portador del prodigio del conejo durante aquella noche de locos en la que Monarca, con la ayuda de Félix, le había robado los prodigios a Ladybug. Sabía perfectamente, por tanto, cómo funcionaba la madriguera. Sabía que desde allí podía ver cualquier cosa que sucediese, hubiese sucedido o fuese a suceder en la línea temporal.

Pero, por descontado, Alix no se lo revelaría a nadie.

¿O tal vez sí? Adrián recordó su primer encuentro con Bunnyx, cuando se habían enfrentado a Grafitempo. La superheroína les había dado algunas pistas sobre el futuro que los aguardaba.

Tal vez…

—Oye, Alix —dijo entonces—. Me gustaría hablar contigo un momento, si es posible.

De nuevo, ella le respondió desde detrás de la máscara protectora.

—¿Cómo dices?

Alix se quitó la máscara.

—Que ya lo sabía —repitió—. De hecho, te estaba esperando, gatito.

Adrián dio un respingo y miró a su alrededor. Pero estaban solos.

Alix sonrió, dejó el spray de pintura en el suelo y fue a sentarse a su lado.

—¿Qué? ¿Necesitas una consejera sentitemporal?

—¿Sentiqué?

—Es una consejera sentimental que además resulta que viaja en el tiempo y sabe lo que está por venir —resumió ella—. Créeme, sé lo que te pasa por la cabeza. Porque he visto de dónde vienes… y a dónde vas.

Adrián agradeció internamente que Alix fuese una persona tan franca y directa, porque él no habría sabido por dónde empezar a plantear la cuestión.

—¿Puedes… puedes hacer eso? —preguntó—. No lo de viajar en el tiempo, eso ya lo sé. Me refiero a… aconsejar a las personas que no deberíamos saber… lo que está por venir. Se supone que es un conocimiento que tienes que guardarte para ti misma, ¿verdad?

Alix dudó un momento.

—No es algo que debería hacer, por lo general —admitió—. Pero es que he visto… un nudo.

—¿Un nudo?

—Una encrucijada, si lo prefieres así. Un punto en el que el destino del mundo cambia en un sentido o en otro… dependiendo del resultado de un evento en concreto.

Adrián la miró con los ojos muy abiertos, impresionado.

—¿Y cuál de los dos caminos… es el bueno? —preguntó.

—Los dos lo son. No hay un camino bueno y otro malo en este caso. Ambos son… diferentes. Pero solo uno de ellos es el camino que debo guardar yo. El otro… ya no depende de mí y, por tanto, no puedo ver a dónde conduce… hasta el final.

—¿Qué quieres decir? ¿De quién dependerá, entonces?

—Bueno, de mí, también, pero no exactamente… de mí. Quiero decir que habrá otra Bunnyx…, pero ya no seré yo.

—¡Ah! —Adrián lo comprendió por fin—. ¿Te refieres a una versión diferente de ti misma en un universo alternativo?

—¡Exacto, muy bien! —Alix lo contempló con cierta sorpresa—. ¿Cómo sabes…? Ah —recordó—, aquel asunto con vuestros clones malvados, ¿verdad? Ah, espera… ¿eso ha pasado ya? ¿O no ha pasado todavía? Ay, no… No me habré ido de la lengua, ¿verdad? —se preocupó.

—No, porque sí que ha pasado ya —se rio Adrián—. La misma noche en que pasaron tantas cosas, de hecho, que parecía imposible que sucediese nada más.

—Bien, eso lo simplificará todo un poco —prosiguió Alix, aliviada—. Verás, normalmente el tiempo fluye de una forma determinada en cada universo y no se puede cambiar. Porque, si se altera el equilibrio, pueden suceder… toda clase de catástrofes. La línea temporal puede llegar a borrarse por completo.

Echó un vistazo a Adrián, que la escuchaba muy atento. Lo recordó vestido de blanco, con aquellos ojos azules fríos e inhumanos, y se estremeció sin poderlo evitar.

Trató de centrarse.

—Algunas veces, sin embargo —continuó— hay cosas que pueden suceder de dos maneras diferentes. Y cada una de ellas da lugar a un universo nuevo, como dos ramas que brotan del mismo árbol. ¿Entiendes?

—Perfectamente —asintió Adrián—. He leído mucha ciencia ficción.

—El caso es que vosotros dos…, Ladybug y Cat Noir…, tendréis la llave de uno de esos nudos temporales. Dependiendo de lo que elijáis, la historia seguirá como estaba previsto y llegaremos al futuro que guarda la versión adulta de mí misma… o generaréis una nueva línea temporal en la que las cosas serán… diferentes.

—¿Mejores o peores?

—No lo sé, porque no será mi línea temporal y, por tanto, no puedo ver más allá desde mi madriguera. Pero ninguna de las dos será catastrófica, en cualquier caso. Y eso es lo que importa.

Adrián inclinó la cabeza, abrumado.

—¿Le has contado esto a Ladybug? —le preguntó.

—No, porque ya sabes cómo es, se agobiaría muchísimo, se pasaría todo el tiempo preguntándose si debería hacer esto, lo otro o lo de más allá… y necesita la mente clara para enfrentarse a los desafíos que están por llegar.

—Entonces, ¿por qué me lo cuentas a mí?

—Porque soy tu consejera sentitemporal, ¿no te acuerdas? —Le dio un codazo amistoso—. A ver, no se me dan muy bien estas cosas, pero sé que tienes el corazón dividido. —Adrián enrojeció levemente—. Te diría que no vale la pena que sufras por eso, pero supongo que no me harías caso —suspiró Alix—. Así que voy a contarte algo que ya sabías: en el futuro que protege la Bunnyx adulta, y del que ella ya os ha hablado alguna vez… aún no habéis derrotado al Polillón.

—Lo suponía, sí —murmuró Adrián—. Y es un futuro a muchos años vista, ¿verdad?

—Sí. No puedo decirte cuántos, lo siento. Pero sí te voy a contar algo que no sabías: en la otra línea temporal, la que surge a partir del nudo del que te he hablado… venceréis en cuestión de semanas.

Adrián se quedó sin aliento.

—¿Lo dices… lo dices en serio? —Alix asintió, muy seria—. ¿Y qué tenemos que hacer para que eso suceda?

—No te lo puedo contar. Pero tú tendrás la llave, y lo sabrás cuando llegue el momento.

—Pero…

—¿Entiendes también por qué te lo cuento a ti y por qué lo hago ahora que tienes… el corazón dividido?

Adrián frunció el ceño, pensativo, hasta que consiguió atar todos los cabos.

—Marinette —dijo por fin—. Si vencemos al Polillón tan pronto como dices, podría intentar reconquistarla… y mantener con ella una relación más o menos normal, si ella quisiera volver conmigo. En cambio, si vamos a tardar años… tendré que decirle adiós… del todo.

—Desde tu punto de vista, sí, así son las cosas —respondió Alix crípticamente.

—Pero, si renuncio a Marinette y nos embarcamos en una guerra a largo plazo con el Polillón… —prosiguió él—, ¿qué pasará con Ladybug… y conmigo?

—Ya lo sabes —contestó ella.

El corazón de Adrián se aceleró. Si la guerra se alargaba, y tanto él como Ladybug renunciaban definitivamente a las personas a las que aún amaban…, quizá podrían estar… juntos.

—Pero no podríamos… revelarnos nuestras identidades, ¿verdad?

—No es conveniente —admitió Alix—. Aunque, por otro lado, solucionaría un montón de problemas absurdos… pero causaría otros bastante graves —añadió, deprisa—. Como el fin del mundo, por ejemplo.

—¿Hablas… en serio?

—Claro que sí. Y lo sabes perfectamente.

Adrián inclinó la cabeza, evocando su experiencia con Nightormentor. Muy en el fondo, su mayor miedo era no ser capaz de controlar su propio poder de destrucción. Y hacer daño a quienes más amaba, empezando por Ladybug.

—Quieres decir, entonces… que lo más sensato sería terminar cuanto antes con el Polillón, volver con Marinette y no imaginar… posibles relaciones a largo plazo con Ladybug…

—Yo no he dicho eso —puntualizó Alix—. Solo que tienes las dos opciones, porque en un momento dado de tu historia te toparás con un nudo que generará una realidad alternativa. Cuál de los dos futuros elijas dependerá de ti.

—¿Y qué pasará… con este universo… si elijo el otro? —preguntó él—. ¿Desaparecerá, sin más?

—No, porque tiene un futuro y yo lo he visto con mis propios ojos. Eso significa que otra versión de ti elegirá seguir adelante y prolongar la guerra contra el Polillón.

Adrián sacudió la cabeza, confuso.

—¿Por qué iba a elegir eso? —se preguntó—. ¿Cómo iba a decidir por mi cuenta que París debe seguir bajo la amenaza de un supervillano durante quién sabe cuántos años? Además —añadió—, aunque lo derrotásemos en breve, eso no tiene por qué implicar el final de… mi relación con Ladybug. —Miró de reojo a Alix, preguntándose si habría hablado demasiado. Pero ella no se inmutó—. Quiero decir que podría elegir no volver a intentarlo con Marinette. Y, si Ladybug quisiera, nosotros, simplemente…

«Si Ladybug quisiera», pensó de pronto.

¿Y si se trataba de eso? Si vencían al Polillón a corto plazo, quizá Ladybug decidiera regresar con su ex novio después de todo.

—Es mucho más simple que todo eso —replicó Alix—. Hay muchas más variables en una decisión. Tal vez en un caso tengas información nueva con la que no cuentes en el otro. Quizá no veas el nudo en el momento adecuado y no reacciones en consecuencia. O puede que sucedan más cosas que te lleven a elegir un camino u otro, cuando llegue el momento. No podemos saberlo.

—¿Tampoco tú?

Ella frunció el ceño, pensativa.

—¿Sabes una cosa…? El caso es que estoy bastante segura de que ese nudo no estaba allí antes.

—¿Y eso qué significa?

—Que puede que haya otras personas trasteando con el curso del tiempo. Pero tú no debes preocuparte por eso —añadió—. Es mi trabajo, y el de mi yo del futuro y de las otras dimensiones. Solo quería que supieses que… tienes opciones. Con Ladybug, con Marinette. Da igual. Serás feliz de todas formas. Si no lo estropeáis, claro —añadió, tras un instante de reflexión.

—¿Estropearlo? ¿Cómo?

Alix abrió la boca para responder, pero se lo pensó mejor.

—Creo que ya he hablado demasiado. Lo dejo en tus manos, gatito.

Se levantó y comenzó a guardar sus cosas en la mochila. Adrián se quedó mirándola, pensativo, y solo cuando ella se levantó fue consciente de pronto de que iba a marcharse.

—¿Te vas?

Alix dirigió una mirada de soslayo al mural sin terminar.

—Creo que sí —respondió—. No tiene sentido seguir ahora mismo porque, de todas formas, no lo voy a acabar hasta el martes que viene.

Adrián se quedó mirándola, preguntándose si estaría de broma o no. Con ella, nunca se sabía.

—¿Alix? —la llamó cuando ya se alejaba. Ella se volvió un momento—. Muchas gracias. Por… la charla sentitemporal. O lo que sea.

Ella le dedicó una media sonrisa y dirigió a la puerta de la escuela sin mirar atrás.


NOTA: ¡Ya estoy aquí otra vez! Siento haber tardado tanto en actualizar, he estado muy muy liada. Sigo teniendo trabajo, pero ahora que han pasado las fiestas me puedo organizar mejor y seguir un calendario coherente. Las actualizaciones serán siempre los fines de semana y voy a intentar que sean cada dos semanas, no más. ¡Espero que os esté gustando la historia! ¡Muchas gracias por leer!