Adrián revisó el contenido de su mochila. Entre otras cosas útiles, llevaba la figurita con forma de gato que lo avisaría en cuando Ladybug necesitase su ayuda.
También había guardado allí dentro una rosa para Marinette.
—No sé si es buena idea —opinó Plagg—. Se supone que ella ya no es tu novia, ¿verdad?
—No es una rosa roja —aclaró él—. No tiene sentido romántico, ¿ves? Es de color amarillo, que significa amistad, gratitud, admiración… y varias cosas más, creo. —Se frotó la nuca con timidez—. Es solo para desearle suerte con todo. Y para pedirle disculpas por adelantado por el lío que vamos a organizar, aunque eso, claro, no se lo puedo decir como Adrián.
Existía la posibilidad, naturalmente, de que todo fuese idea de ella. Porque existía la posibilidad de que Marinette fuese Ladybug.
Y, en ese caso, Adrián podría regalarle todas las rosas rojas del mundo.
Sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos pensamientos de su mente. Guardó en la mochila un poco de queso para Plagg (lo que hizo que el kwami se refugiase dentro como una bala), se la echó al hombro y salió de la habitación.
Fue a despedirse de Nathalie, que estaba trabajando en el antiguo despacho de su padre, atendiendo a una llamada. Le indicó con un gesto que se marchaba.
—Un momento, por favor —dijo ella al teléfono. Puso la llamada en espera y se volvió hacia él—. ¿Te vas ya? Nos vemos entonces en un rato en el Gran Palais. Placide te está esperando fuera.
—No necesito que me lleven, Nathalie —respondió él—. Iré andando, voy a salir con mucha antelación.
Pero ella negó con la cabeza.
—No es por ti, sino por él. —Bajó la voz—. Necesita sentirse útil de alguna manera porque ya no va a ser nuestro chófer —le reveló.
—¿Ah, no? —se sorprendió Adrián—. ¿Y eso por qué? No lo habrás despedido, ¿verdad?
Su padre había amenazado a menudo con despedir al enorme y leal guardaespaldas, pero nunca había llegado a hacerlo.
—No, es por las nuevas normas ecológicas de la ciudad —explicó Nathalie—. Todos los coches de combustión deberán ser sustituidos por vehículos eléctricos en los próximos meses, así que he tenido que deshacerme del nuestro. No hay problema, ya he encargado un coche nuevo que cumpla los requisitos, pero son todos de la factoría Tsurugi, ya sabes: esos nuevos modelos que no necesitan conductor.
—Como el de Kagami, sí —asintió él.
—Así que ya no vamos a necesitar un chófer —concluyó ella—. Y, como tú ya no estás en el foco mediático, en teoría tampoco necesitas guardaespaldas. Placide es un buen cocinero y tampoco se le da mal la jardinería, así que encontraremos trabajo para él en la mansión, pero mientras tanto se siente… un poco desplazado. ¿Lo entiendes?
—Creo que sí —respondió Adrián—. No hay problema, entonces. Le pediré que me acompañe al Grand Palais.
—Gracias. Estará encantado de hacerlo.
El chico asintió, y Nathalie regresó a su llamada. Adrián se despidió con un gesto y cerró la puerta tras él.
Encontró al guardaespaldas sentado en la escalinata con aire desdichado, contemplando el lugar donde solía estar aparcado el coche familiar. Adrián no se había fijado antes, pero era cierto que hacía un par de días que ya no se encontraba allí.
—Tengo que ir al Grand Palais, al ensayo del evento de Marinette —le dijo al hombretón. Sabía de sobra que se trataba de un homenaje a la memoria su padre, pero él se sentía mejor si lo consideraba simplemente así: «el evento de Marinette»—. ¿Tendrías la bondad de acompañarme?
El guardaespaldas se animó de inmediato y se puso en pie de un salto. Adrián le sonrió. Le resultaría más complicado transformarse en Cat Noir si tenía que perderlo de vista primero, pero no tuvo valor para dejarlo en casa y, de todos modos, ya estaba acostumbrado.
Cuando llegaron al Grand Palais, Adrián se detuvo ante la escalinata e inspiró hondo. No solo iba a volver a ver a Marinette por primera vez desde que habían dejado de ser novios (al, menos, sin la máscara, rectificó), sino que, además, probablemente Ladybug ya estaba en el interior del edificio preparando su trampa para el Polillón, y necesitaría contar con Cat Noir. Existía la posibilidad, además, de que ambas fuesen la misma persona. Lo cual significaba que los retos que ambos tenían por delante serían todavía más complicados. Cerró los ojos un momento.
«Todo saldrá bien», se repitió a sí mismo.
El vigilante de la entrada los dejó pasar en cuanto Adrián se identificó. Al parecer, Nathalie ya había avisado de que acudiría. De modo que avanzó hacia el interior del recinto, seguido de su guardaespaldas y mirando a su alrededor con curiosidad.
Habían instalado una pasarela en medio del salón principal, y había gente apresurándose de un lugar a otro: técnicos de luces y sonido, encargados de vestuario, modelos… Adrián localizó a Narcisa un poco más allá; la joven estaba ocupada transmitiendo instrucciones a uno de los operarios, y él aprovechó para pasar de largo antes de que lo descubriera. No tenía nada contra ella, pero quería ver primero a Marinette, y estaba seguro de que Narcisa lo entretendría un buen rato si se cruzaba con él.
Preguntó por los vestuarios a la gente que pasaba, y así llegó hasta el reservado donde se estaban realizando los últimos ajustes a los trajes. Halló a Marinette arrodillada junto a una modelo que vestía una larga falda con vuelo. Le estaba terminando de coser el dobladillo y tenía una cinta métrica sujeta entre los dientes. Adrián sonrió. El gesto de concentración de Marinette le resultaba dolorosamente cómico y tierno a la vez, y fue consciente de pronto de lo mucho que la añoraba.
«Ojalá seas tú, milady», pensó.
Esperó a que terminase su tarea y, cuando la modelo se marchó, carraspeó suavemente detrás de Marinette.
Ella se sobresaltó y se levantó como movida por un resorte.
—¡A… Adrián! —exclamó al verlo—. ¿Cómo…? ¿Qué…?
—Lo siento, no pretendía asustarte —dijo él. Pero no era del todo cierto, porque en el fondo las reacciones de Marinette le parecían muy divertidas—. He venido a ver el ensayo, si te parece bien. Y a darte ánimos —añadió.
Ella se sonrojó un poco.
—¿Si me parece… bien? Pero todo esto lo hacemos por tu padre, Adrián. No tienes que pedir permiso para venir.
Él se frotó la nuca, azorado.
—Lo sé, pero también soy consciente de que has trabajado mucho en esto. Muchísimo más que yo, de hecho, que me he desentendido de todo desde el principio. Ahora me sabe mal haberte dejado sola, Marinette.
Ella negó con la cabeza.
—No he estado sola, esto lo hemos hecho todos juntos en la escuela. Y no tienes por qué sentirte mal. Ahora entiendo que necesitabas distanciarte un poco de todo esto. El imperio de tu padre, el foco mediático, todo… lo que pasó…
—Es verdad, y por eso quería venir hoy…, para asistir al ensayo y poder apreciar tu trabajo… sin cámaras ni multitudes. Si te parece bien.
Marinette se rió.
—No tienes que pedirme permiso, Adrián, ya te lo he dicho. Me alegro de que hayas venido —añadió con timidez.
Él sonrió.
—¿De verdad?
Marinette asintió. Cruzaron una mirada llena de ternura y se fundieron en un abrazo.
Adrián cerró los ojos y la estrechó contra su pecho, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas. La echaba muchísimo de menos. Había tratado de mantenerse alejado de ella para protegerla y para centrarse en su misión, pero estaba claro que no había logrado olvidarla.
Cuando se separaron, los ojos de ella también estaban húmedos. Adrián tragó saliva, abrumado por la emoción.
—Bueno, y… ¿cómo te va? ¿En general? —logró decir, con cierta torpeza.
Marinette sonrió.
—Muy bien. Muy ocupada, claro, con todo este lío… Pero me voy arreglando. ¿Y tú? ¿Estás a gusto en tu nueva escuela? ¿Con… Cérise? —añadió en voz baja.
—Ah, sí, todo va bien, aunque creo que tenemos demasiado tiempo libre —respondió él, sin captar la insinuación—. No estoy acostumbrado, la verdad. Es raro.
—¿Ya terminaste el curso de cocina?
—Estamos haciendo repostería. Y debes saber que no se me da demasiado mal —añadió, sonriendo.
Marinette se rió.
—Mi padre estará encantado de saberlo —comentó.
Adrián la miró, alarmado.
—Pero le has dicho…
—Sí, sí, le he dicho que ya no estamos juntos, por supuesto —respondió ella—. Pero eso da igual. Tú siempre serás bienvenido en nuestra casa, Adrián.
Él la contempló sin saber qué decir, con un nudo de emoción en la garganta. Ella le sostuvo la mirada. Por un momento, ambos estuvieron a punto de volver a abrazarse, y tal vez…
Los ojos de Adrián se deslizaron hasta los labios de Marinette, recordando cómo era besarla. Pero se esforzó por volver a la realidad y desvió la mirada, incómodo.
—Ah, yo… te he traído algo. Para… para darte ánimos y… y desearte suerte —balbuceó. Echó mano a la mochila y sacó la rosa para ofrecérsela—. Toma, para ti. Vaya, está un poco aplastada…
—No pasa nada —lo tranquilizó ella—. La pondré en agua y revivirá, ya lo verás. —Tomó la flor que él le tendía y aspiró su aroma—. Muchas gracias, Adrián.
De nuevo cruzaron una mirada, y ambos sintieron una extraña sensación de dejà vu: dos adolescentes enmascarados en lo alto de la Torre Eiffel, una rosa amarilla…
Adrián carraspeó, azorado.
—En el lenguaje de las flores, las rosas amarillas significan…
—Amistad —completó ella con suavidad—. Sí, lo sé.
Él se quedó mirándola, desolado al comprender que, en el fondo, no deseaba ser solamente su amigo. Pero, si Marinette fuese de verdad Ladybug…
Marinette apartó la vista, ruborizada, y Adrián fue consciente de pronto de que se la estaba comiendo con los ojos.
—Debería… debería volver al trabajo —murmuró ella, incómoda.
—Sí. Sí, lo siento. No pretendía distraerte.
—Ha sido muy dulce por tu parte venir a animarme, Adrián. Te lo agradezco de verdad. Oh, y ahora que lo pienso… ¿has venido con Nathalie? —preguntó de pronto.
Adrián recordó entonces que Nathalie era su sospechosa número uno y que tanto él como Ladybug deberían estar vigilándola. Se sintió estúpido por haberlo olvidado. Estaba tan pendiente de su reencuentro con Marinette que lo había pasado por alto.
—No, yo… me he adelantado. Pero ella no debería tardar en llegar.
Como si la hubiese invocado, en ese mismo momento Marinette recibió una notificación en su móvil.
—Es Narcisa. Dice que Nathalie ya está aquí.
—Voy a reunirme con ella, entonces —dijo Adrián—. No te entretengo más. Nos veremos después… ¿durante el ensayo?
—Claro. —Aún con la rosa en la mano, Marinette se puso de puntillas para besarlo en la mejilla—. Gracias por venir, Adrián. Me he alegrado mucho de verte.
—Yo también. Deberíamos… deberíamos quedar más a menudo, ¿no crees? Después de todo, somos amigos.
—Sí —murmuró ella—. Deberíamos.
Pero parecía un poco triste, y Adrián se preguntó si lo echaba de menos tanto como él a ella. Si ese era el caso, entonces seguir viéndose simplemente como amigos solo les haría daño a los dos. Al menos, mientras no fuesen capaces de superar la relación que habían dejado atrás.
Cuando Adrián se marchó, Marinette se quedó contemplando con melancolía la rosa que él le había dado.
—Creo que todavía le quieres —opinó Tikki.
—Sí —susurró ella—. Pero eso da igual, porque de todas formas yo no sería capaz de renunciar a Cat Noir, así que… supongo que ya tomé mi decisión.
El kwami se quedó mirándola, apenada, pero no dijo nada. Marinette sacudió la cabeza.
—Pero ahora no es momento de pensar en eso, Tikki. Si Nathalie ya está por aquí, tenemos que poner en marcha nuestro plan y provocar una akumatización. ¿Lista?
Tikki no tuvo ocasión de responder, porque en aquel momento sonó el teléfono de Marinette. Era Narcisa, y ella sonrió.
—Allá vamos —dijo, antes de responder—. ¿Sí? Narcisa, ¿va todo bien?
—¡Marinette! —exclamó su compañera al otro lado del teléfono—. ¿Tienes idea de dónde están los zapatos? ¡Francine no los encuentra por ninguna parte, faltan quince minutos para que empiece el ensayo general y tengo a todos los modelos sin calzar!
—¡Voy enseguida! —respondió ella, disimulando una sonrisa.
Se reunió con sus compañeras junto a la pasarela. Con ellas había una docena de modelos, chicos y chicas, ya vestidos con la ropa que iban a exhibir, pero aún con sus propios zapatos.
—¿Tengo que salir así? —se quejó una de las modelos; iba perfectamente peinada y maquillada, lucía un precioso vestido de noche… y llevaba puestas unas zapatillas deportivas que echaban a perder el aspecto general del conjunto.
—¡Mis zapatos! —gemía Francine—. ¿Qué ha pasado con mis zapatos?
Marinette inspiró hondo, lista para iniciar su representación. Todo el vestuario del evento lo había diseñado ella misma, pero el calzado era obra de Francine. La chica había trabajado muchísimo en cada par de zapatos que había diseñado, había escogido los materiales e incluso los había confeccionado personalmente. Marinette sabía lo importante que aquel desfile era para Francine pero, en el fondo, no podía sentirse culpable por estropeárselo. No solo porque sabía que lo iba a arreglar todo después, sino, sobre todo, porque no podía olvidar que Francine había amenazado de muerte a Adrián tiempo atrás en la feria, cuando la habían akumatizado.
Frunció el ceño, preocupada de pronto. No había contado con que Adrián estaría presente en el ensayo. Si Francine iba a ser akumatizada otra vez, quizá él volvería a estar en peligro también.
Intentó no pensar en ello.
—Oh, no, Francine, tengo malas noticias —exclamó entonces—. Resulta que la empresa de mensajería ha cometido un error y ha enviado tus cajas con los zapatos… ¡a Hong Kong!
Sobrevino un silencio horrorizado. Todos miraron a Marinette con incredulidad, y ella se preguntó si no habría inventado una historia demasiado inverosímil. Pero entonces una de las modelos dijo:
—¡Oh, a mí me pasó eso una vez! Por alguna razón, un paquete que tenía que recibir aquí en París terminó en Singapur… ¡tardaron un mes en localizarlo y reenviármelo a la dirección correcta!
—Sí, ese es el problema —asintió Marinette, fingiendo que se sentía muy compungida—. He hablado con los responsables y solucionarán el error, pero los zapatos… no llegarán hoy…, ni tampoco estarán a tiempo para el sábado. Lo siento, Francine.
Todos miraron a Francine con profunda lástima. Ella se había quedado pálida, incapaz de asimilar lo que Marinette le acababa de contar.
—Pero… pero… todo mi trabajo… —balbuceó.
—Recuperarás tus zapatos tarde o temprano y seguro que podrás usarlos para el próximo desfile que organicemos —continuó Marinette—. Aunque es una pena que no podamos contar con ellos el sábado, con toda la prensa que acudirá al evento… —dejó caer.
Francine dejó escapar un gemido de angustia. Narcisa se quedó mirándola con una curiosa expresión calculadora.
—Es una pena, sí —murmuró.
Pareció que iba a añadir algo más, pero en aquel momento llegaron Nathalie y Adrián.
—¿Hay algún problema? —preguntó la mujer—. Francine, ¿te encuentras bien?
Ella ahogó un sollozo y salió corriendo sin mirar atrás.
—Voy a consolarla —dijo Narcisa enseguida, con voz cantarina—. Después de todo, ¡es mi mejor amiga!
Se fue tras ella, y Nathalie se quedó mirándolas con desconcierto.
—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué no os habéis puesto los zapatos todavía? —añadió al detectar las zapatillas deportivas y los botines de calle en los pies de los modelos.
Marinette le resumió la situación, sintiendo en todo momento los ojos de Adrián fijos en ella. Nathalie frunció el ceño, se ajustó las gafas y dijo:
—Bien, esto es lo que vamos a hacer: hoy es el ensayo general, así que desfilaréis con los zapatos que habéis traído. Para el sábado habrá calzado de la marca Gabriel Agreste para todos. Francine, Narcisa y Marinette me ayudarán a elegir en el catálogo de las últimas temporadas los modelos que se ajustan mejor a cada conjunto. Y en cuanto a los zapatos perdidos… —Hizo una pausa, pensativa—. Lo principal es recuperarlos —concluyó por fin—. Cuando los tengamos aquí, ya pensaremos qué hacer con ellos. Quizá podamos organizar más adelante otro evento benéfico centrado en los complementos —sugirió.
Marinette miró a Nathalie, gratamente sorprendida.
—¡Eso sería maravilloso! —exclamó—. Seguro que Francine lo agradecerá mucho.
Nathalie inclinó la cabeza con una sonrisa.
—Vamos, vamos, todos a vuestro sitio —dijo entonces—. En cuanto vuelvan Narcisa y Francine comenzaremos el ensayo.
El grupo se dispersó, y Nathalie se alejó también. Marinette se quedó mirándola, pensativa.
—¿Realmente se han perdido los zapatos? —dijo entonces la voz de Adrián a su lado, sobresaltándola.
Ella se volvió hacia él, dudosa. No podía decirle que las cajas de Francine no estaban en Hong Kong después de todo, sino bien escondidas en un armario en el almacén. Por supuesto que podrían contar con los zapatos para el desfile del sábado. Marinette no era tan cruel como para haberlos enviado a Hong Kong de verdad.
—Eso dicen en la empresa de mensajería —respondió—. Qué mala pata.
—Sí —coincidió él—. Muy mala pata. No habéis empezado con buen pie —añadió, alzando una ceja.
Fue entonces cuando Marinette se dio cuenta de que ella misma había hecho un juego de palabras sin querer. Por supuesto, Adrián no lo había dejado escapar.
«Cat Noir tampoco lo habría hecho», pensó de pronto.
Iba a responder cuando, de pronto, se oyó un chillido en alguna parte y una carcajada maléfica. Recordó entonces que toda aquella escenificación tenía por objetivo exactamente eso: la akumatización de la pobre Francine.
Varias personas salieron corriendo de un pasillo, pidiendo auxilio a gritos. Marinette miró a su alrededor.
—¿Y Nathalie? ¿Dónde está Nathalie?
—Allí, mira. —Adrián señaló a la mujer, que contemplaba la escena con desconcierto junto a la pasarela—. No ha salido de la sala en ningún momento.
Marinette asintió. Una parte de ella encontró extraño el comentario de Adrián, puesto que él no tenía por qué saber que sospechaba de Nathalie y todo aquello tenía por objeto comprobar si era ella quien se dedicaba a akumatizar a los ciudadanos de París. Pero la información era útil y valiosa, por lo que no la cuestionó.
—Adrián, tienes que ir a esconderte, ponerte a salvo… —le urgió.
Él le dirigió una mirada curiosa.
—Y tú también, ¿verdad? —preguntó—. Mi guardaespaldas ha venido conmigo. Él nos protegerá a ambos hasta que lleguen Ladybug y Cat Noir.
Marinette dejó escapar una risa nerviosa.
—Sí, sí, claro… Podemos escondernos juntos…
En aquel momento, Francine irrumpió en la sala. Lo más llamativo de su traje de supervillana eran las botas altas de colores brillantes que calzaban sus pies. Lo más destacable de sus nuevos poderes era el ejército de zapatos que la seguía, rebotando por el suelo como si tuviesen vida propia.
—¡A por ellos, mis pequeños! —exclamó la villana—. ¡Acabad con estos inútiles que han echado a perder mi trabajo! ¡Me vengaré de todos ellos!
Cuando Marinette se volvió hacia Adrián, descubrió que él ya no estaba allí. Supuso que habría corrido a reunirse con el guardaespaldas y se sintió un poco decepcionada porque, después de todo, no la había esperado. Pero era mejor así, decidió.
Se ocultó bajo la pasarela y, cuando se aseguró de que nadie la veía, pronunció las palabras mágicas. Y después envió la señal de aviso para Cat Noir.
Adrián había dejado sola a Marinette para buscar un lugar adecuado donde esconderse. Cuando estaba a punto de pronunciar la fórmula para la transformación, el gatito negro que guardaba en la mochila comenzó a maullar. El chico sonrió.
—Milady necesita nuestra ayuda —murmuró—. ¡Plagg, garras fuera!
Se reunió con Ladybug instantes después. La heroína lo aguardaba tras la pasarela, en el mismo lugar donde poco antes se había ocultado Marinette.
—¡Justo a tiempo, gatito! —dijo ella, sonriendo.
—Listo para la acción, tal como me dijiste —respondió él—. Llevo un rato rondando por aquí de incógnito, pero ponme al día, por si se me ha escapado alguna cosa.
Ella inspiró hondo.
—Bien, pues tenemos una akumatizada, como estaba previsto —resumió Ladybug—. He estado vigilando a Nathalie y no parece que sea la persona que estamos buscando. —Dudó un momento—. También puedo hacer una lista de la gente que estaba aquí, en la sala principal, cuando todo comenzó. Ninguno de ellos habría podido transformarse en el Polillón para akumatizar a Francine sin que el resto nos diésemos cuenta.
—¿Y Marinette?
—No, Marinette tampoco —se apresuró a responder ella.
—Quiero decir que no la veo por ninguna parte. ¿Estará bien? Esta chica akumatizada es la misma que los atacó a ella y a Adrián en la feria, ¿no?
—Sí, sí, pero Marinette está a salvo, me he asegurado de ello. En cambio, Adrián… Está aquí también, y yo no había contado con eso. Temo que la akumatizada intente atacarlo otra vez.
—Adrián está a salvo con su guardaespaldas, acabo de verlo hace un momento. —Cat Noir hizo una pausa y se quedó mirando a su compañera, pensativo. Si al final resultaba ser Marinette, toda aquella conversación era absurda. Especialmente porque tenía la sensación de que no era la primera vez que la mantenían—. Entonces, ¿qué hacemos ahora? ¿Derrotamos a la señorita y sus zapatos o investigamos un poco más?
Ladybug reflexionó.
—La akumatización ha sido casi inmediata, y nuestro enemigo no cuenta con el prodigio del caballo —dijo—. Tiene que estar por aquí cerca, Cat Noir. Quizá siga transformado todavía.
Él asintió.
—Entendido —dijo—. Entonces, uno de los dos distraerá a Miss Zapatos mientras el otro registra el edificio, ¿es así? ¿Me encargo yo de la distracción, como siempre?
Ladybug pareció dudar un momento.
—Creo que esta vez lo haremos al contrario, gatito —decidió por fin.
Cat Noir la miró con perplejidad. Por lo general lo hacían al contrario, para que ella tuviese tiempo de pensar en un plan para derrotar al villano de turno. Además, si Ladybug era realmente Marinette, conocería mejor que él a las personas que trabajaban en el evento y sería capaz de darse cuenta si faltaba alguien.
—¿Estás segura?
Ladybug asintió.
—Sí. Me gustaría interrogar personalmente a Miss Zapatos… y a la persona que habla en su cabeza. Tú, mientras tanto, explora el edificio y pon a trabajar ese oído felino tuyo. A ver si captas algo interesante…
—¿Como un Polillón agazapado en un armario mientras susurra maldades a una pobre chica obsesionada con el calzado?
—Por ejemplo —sonrió ella.
Se despidieron con un gesto y Ladybug salió de su escondite para acudir al encuentro de la villana.
—¿Me estabas buscando, Francine? —le espetó.
Ella se volvió hacia la superheroína, acompañada por una docena de zapatos que saltaban amenazadoramente a su alrededor.
—Oh, ¿me recuerdas?
—¿Cómo olvidar a la chica que quería vengar la memoria del gran Gabriel Agreste? —replicó Ladybug—. Veo que estás haciendo todo lo posible por estropear este acto de homenaje también. Me parece que sigues sin tener claras tus prioridades.
—¡Yo seré su sucesora! —chilló ella—. ¡Y no esa trepa de Marinette, que está donde está por haberse ligado al hijo del gran Gabriel Agreste!
La sonrisa de Ladybug se esfumó.
—La envidia es una cosa muy fea, Francine. Si te dedicas a contar bulos para disimular tu falta de talento, no llegarás demasiado lejos, ¿sabes?
La villana rechinó los dientes, furiosa. Ladybug sabía que estaba siendo cruel, pero necesitaba provocarla para que perdiera los nervios y hablara más de la cuenta.
—¡No son bulos, es la verdad! —chilló Francine—. ¡Y Marinette lo sabe, y por eso ha perdido mis zapatos a propósito, para hacerme fracasar y que yo pueda hacerle sombra! ¡Porque no sería nadie sin Gabriel y sin Adrián!
Ladybug alzó una ceja.
—No es eso lo que yo he oído, ¿sabes?
—¡No me importa lo que hayas oído, Tontabug! Ella dice… —Se interrumpió de pronto y rectificó—: Es lo que dice todo el mundo.
Pero Ladybug había atrapado esa información al vuelo.
—Ella —repitió con una sonrisa de tiburón—. Muy interesante, Francine. Cuéntame más…
Las estancias y pasillos del Grand Palais estaban repletas de zapatos saltarines. Cat Noir se abrió paso entre ellos, golpeándolos con su bastón, pero eran irritantemente insistentes y no dejaban de perseguirlo. Aún así, se las arregló para llegar hasta los vestuarios, donde encontró a un grupo de personas escondidas. Se habían encaramado a una de las mesas y estaban rodeadas de zapatos enrabietados que trataban de alcanzarlos.
—¡Cat Noir! —exclamó una de ellas, un técnico de sonido—. ¡Por favor, sálvanos!
—¡Los zapatos nos atacan! —gritó una de las modelos.
El superhéroe echó a todos los zapatos fuera de la habitación y cerró la puerta para que no volviesen a entrar.
—¿Habéis visto a Nathalie? —preguntó entonces.
Todos negaron con la cabeza. Cat Noir se dio cuenta entonces de que iban descalzos.
—¿Vuestros zapatos también se han vuelto locos? —preguntó.
—Sí, cobraron vida, se nos salieron de los pies y nos atacaron —gimió una costurera.
Cat Noir tomó nota mental de aquello y trató de tranquilizarlos.
—¡No os preocupéis, Ladybug y yo lo arreglaremos todo! Vosotros quedaos aquí, a salvo, y no abráis la puerta para nada. Ah, esperad un momento… —añadió.
Alzó su bastón y sacó una fotografía del grupo, para poder mostrársela más tarde a Ladybug y descartar sospechosos. Después les dio las gracias, se despidió de ellos y salió de nuevo al pasillo. Los zapatos lo atacaron, pero, aunque eran molestos, no se trataba más que de… zapatos. Mientras avanzaba por el pasillo, golpeando calzado a diestro y siniestro, Cat Noir se preguntó si el nuevo Polillón estaba perdiendo facultades…
…Y entonces oyó la voz de Nathalie.
Alzó las orejas de inmediato. La voz procedía de uno de los cuartos de baño portátiles que habían instalado para el evento. Cat Noir se acercó en silencio y pegó el oído a la puerta.
—¿Cómo que no sabes dónde está? ¡No es posible, tenemos que localizarlo de inmediato! Este nuevo villano parece que está obsesionado con él… Así que Adrián no estará a salvo hasta que Ladybug y Cat Noir no recuperen el prodigio perdido…
Cat Noir tragó saliva, emocionado, y llamó con suavidad a la puerta.
—Señorita Nathalie… Soy yo, Cat Noir. ¿Todo bien?
La puerta se abrió apenas un poco, y Nathalie asomó la cabeza. Seguía siendo ella. No se había transformado en una supervillana con aspecto de mariposa.
Cat Noir se sintió muy aliviado. Ya hacía rato que estaba convencido de que el Polillón tenía que ser otra persona, pero le había sentado bien confirmarlo.
—Cat Noir, el guardaespaldas de Adrián lo ha perdido de vista —dijo ella, preocupada—. Temo que esta nueva akumatizada intente hacerle daño también.
—Adrián está a salvo —la tranquilizó él—. Acabo de verlo escondido en un armario. Le he dicho que no salga de allí hasta que todo esté solucionado.
Ella se mostró muy aliviada.
—Gracias. Ojalá podáis solucionar esto cuanto antes.
—Estamos en ello —respondió él.
Siguió recorriendo el edificio. No encontró al Polillón por ninguna parte, pero se topó con más personas escondidas. Les hizo fotos con la excusa de que necesitaban hacer una lista de todo el mundo para poder asegurarse después de que estaban todos a salvo, y no dejó de notar que Marinette no estaba con ninguno de los grupos. En otras circunstancias, se habría preocupado. Pero, conforme pasaba el tiempo, más convencido estaba de que su amiga se hallaba, en realidad, oculta tras la máscara de Ladybug.
Vio a lo lejos a su guardaespaldas, caminando de forma extraña, como si sus pies tirasen bruscamente de él. Frunció el ceño, extrañado. Iba a acercarse cuando, de pronto, sus propios pies dejaron de obedecerlo.
—¡Eh! —exclamó—. ¿Qué es lo que pasa?
Echó a correr involuntariamente hacia el salón principal. Sus pies se movían solos, arrastrándolo contra su voluntad. Se aferró a una puerta y trató de mantenerse quieto, pero sus pies se sacudían como movidos por una fuerza invisible.
Y entonces lo entendió.
No eran sus pies, eran sus botas.
Pero las botas formaban parte del traje de superhéroe y no se las podía quitar sin más. De modo que, tras asegurarse de que no había nadie por los alrededores, murmuró:
—Plagg, garras fuera.
Y volvió a transformarse en Adrián.
De inmediato, sus zapatillas se sacudieron hasta salírsele de los pies. Adrián contempló con perplejidad cómo se alejaban botando pasillo abajo.
—¿Qué voy a hacer, Plagg? —murmuró—. Si me transformo otra vez, mis pies no me obedecerán.
—Pues invoca un traje sin zapatos cuando te transformes. Ya ves qué problema —replicó el kwami.
—¿Puedo hacer eso? ¿No seré vulnerable en esa zona… como Aquiles con su talón?
—Eso fue un despiste de Kaalki, pero será mejor que no se lo menciones, porque aún se pone mala al recordarlo. Algunos superhéroes llevan cascos y gorros y vosotros no, y eso no significa que seáis vulnerables en esa parte, ¿verdad?
—Entiendo —asintió Adrián—. Siendo así… ¡Plagg, garras fuera!
Volvió a transformarse, pero en esta ocasión se concentró para modificar su traje. Cuando miró hacia abajo, comprobó satisfecho que aún tenía los pies descalzos.
Recordó entonces que el traje de Ladybug era de una sola pieza, sin calzado que pudiera quitarse; y que, si ella estaba enfrentándose a Francine en aquel momento, quizá no tendría ocasión de modificarlo para que la supervillana no lo controlara.
Y se apresuró a acudir al rescate de su compañera.
La encontró peleando contra la villana en el salón principal. Se movía de forma extraña, dando saltos, como si luchara contra su propio cuerpo.
—Oh, ¿no te puedes quitar los zapatos? —se reía Francine—. ¡Entonces estás condenada a hacer todo lo que yo quiera!
—¡Jamás! —gritó Ladybug.
Cat Noir intervino en el momento adecuado y saltó entre las dos para proteger a su compañera.
—¡Busca refugio, milady! —exclamó—. ¡Necesitas un traje que no lleve calzado!
Ella se fijó entonces en sus pies desnudos y su rostro se iluminó con una sonrisa.
—¡Entendido, gatito!
No hubo mucho más que hacer después de aquello. Cat Noir distrajo a la villana hasta que Ladybug regresó, transformada en superheroína pero con los pies descalzos, y entre los dos la derrotaron sin mayor problema. No convenía, tampoco, que su enemigo en la sombra… o enemiga, más bien…, sospechara que estaban alargando el enfrentamiento a propósito para sonsacarle información.
Cuando Francine volvió a la normalidad y todos se reunieron en el salón, Marinette llegó corriendo para informar de que los zapatos no estaban en Hong Kong, después de todo, y que la persona de la agencia de mensajería con la que había hablado se había equivocado al consultar el código de seguimiento en el ordenador.
Mientras todos se mostraban aliviados porque el problema se había resuelto satisfactoriamente, Cat Noir miró a su alrededor: Ladybug se había marchado sin que él se diera cuenta.
Antes de destransformarse, sin embargo, le había enviado un mensaje al bastón: «Nos vemos esta noche, donde siempre, para evaluar el resultado de la misión».
NOTA: Estamos entrando en el último tercio del fic, más o menos, así que a partir de aquí ya se irán desvelando secretos y nos encaminaremos hacia la recta final de la historia. No sé lo que tardaré en acabarla porque igual pueden ser 8 o 10 capítulos más, y voy a intentar mantener un ritmo constante de publicación (cada dos semanas, más o menos), pero esta semana que viene tengo mucho trabajo y no sé si voy a poder escribir, así que quizá el próximo capítulo se retrase un poco con respecto a lo previsto. Pero seguirá :).
