Dado que Lila ya sabía que su identidad como Narcisa había sido descubierta, Ladybug y Cat Noir no dudaron en presentarse en casa de las Gialla para recabar información. Allí comprobaron que, en efecto, la madre de Narcisa, Loretta Gialla, era sordomuda. Cat Noir sabía un poco de lenguaje gestual, pero no lo suficiente, por lo que tuvieron que comunicarse mediante textos escritos.
La señora Gialla, que se había mostrado muy sorprendida ante la visita de los superhéroes, les explicó que su hija Narcisa era una joven promesa de la interpretación y que en aquellos momentos se encontraba en México rodando una película. Ladybug le preguntó por sus estudios en la escuela Gabrielle Chanel y Loretta respondió con extrañeza que, en efecto, Narcisa se había matriculado allí, pero que no había llegado a asistir a clase ni un solo día, puesto que poco antes de comenzar el curso le habían ofrecido un papel en aquella película y no había querido dejar pasar la oportunidad.
—Pero… Narcisa ha estado yendo a clase todos los días —respondió Ladybug, perpleja.
Mientras tecleaba aquellas palabras en su yoyó para que la señora Gialla las leyera, Cat Noir paseó la vista por la sala en la que se encontraban. Había fotografías de su anfitriona y también de la chica que vivía con ella, pero no era Narcisa, sino… Lila. El superhéroe llamó la atención de su compañera sobre aquel asunto y ella abrió los ojos, muy sorprendida.
—¿Esta chica es… Narcisa? —le preguntó a Loretta, mostrándole una de las fotos.
Ella asintió. Ladybug, sin comprender nada, le mostró en la pantalla de su yoyó la foto de Narcisa tal como ellos la conocían. Su madre sonrió y escribió entonces:
«¡Es un disfraz! Porque se hizo muy famosa cuando la eligieron para ser el avatar de los anillos Alliance, a pesar de que utilizó un pseudónimo para aquel trabajo. Desde entonces sale a la calle con ese aspecto, con la peluca y las gafas, para evitar a los fans».
Ladybug y Cat Noir cruzaron una mirada estupefacta. La señora Gialla parecía plenamente convencida de lo que decía, lo cual significaba que no era una cómplice de Lila, sino una víctima más de sus mentiras.
La superheroína escribió entonces:
«Tenemos entendido que Narcisa fue adoptada. ¿Es así?».
En este punto, Loretta les dirigió una mirada cautelosa y se limitó a asentir, sin más.
«¿Hace poco?», añadió Ladybug.
La mujer asintió de nuevo, pero no ofreció más detalles. Ladybug se dio cuenta de que, por alguna razón, aquel era un tema delicado para ella. Recordó los documentos de adopción falsificados y se preguntó si, en aquel asunto en particular, madre e hija serían cómplices, después de todo.
Pero había otro tema urgente del que tenían que ocuparse, y Ladybug temía que, si presionaban a Loretta acerca de la adopción de Lila, se cerraría en banda y se negaría a seguir colaborando.
—Necesitamos contactar con Narcisa cuanto antes, señora Gialla —dijo entonces Cat Noir, acompañando la frase con gestos en el lenguaje de signos.
Ella los miró a ambos con preocupación, pero alcanzó el móvil y marcó el número de su hija.
De inmediato saltó un mensaje en la pantalla: «El número marcado no existe».
Loretta palideció. Volvió a intentarlo y después introdujo las cifras manualmente, pero el resultado fue el mismo. Sus manos se movieron con nerviosismo:
«¿Qué está pasando? ¿Dónde está Narcisa?»
Ladybug y Cat Noir cruzaron una mirada.
—Es rápida —murmuró ella.
Él asintió con gravedad. No les cabía duda de que Lila, sabiendo que la habían descubierto, se había apresurado a borrar todas las huellas de aquella falsa identidad. Pero la angustia de Loretta era genuina, y Ladybug se preguntó si «Narcisa» se molestaría en darle alguna explicación, después de todo, o se limitaría a desaparecer de su vida sin más.
«Quizá sea un problema de cobertura», escribió para tranquilizarla. «México está muy lejos de aquí».
Aquella posibilidad pareció aliviar a Loretta, pero no del todo. Insistió en preguntar a los superhéroes para qué buscaban a su hija. Y Ladybug, que no quería preocuparla sin necesidad, se limitó a contestarle que estaban buscando testigos de la akumatización que se había producido en el Grand Palais dos días atrás y que tenían entendido que Narcisa era una de las organizadoras del evento, pero que, visto lo visto, aquella información debía de ser errónea.
Se despidieron de Loretta y se detuvieron a deliberar en lo alto de un tejado.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó entonces Cat Noir—. ¿Vamos a buscar a Cérise?
Ladybug negó con la cabeza.
—Lila no sabe que hemos desenmascarado esa identidad —respondió—. No debemos darle ninguna pista. Por lo que Félix nos ha contado, ni siquiera tiene idea de que hemos descubierto que las tres son Lila, así que yo no iría tampoco a preguntarle a la señora Rossi por su hija. Probablemente nos contaría alguna historia absurda, como la de la señora Gialla, y solo conseguiríamos poner a nuestro objetivo sobre aviso.
Cat Noir resopló.
—Entonces, ¿qué? ¿La dejamos ir por ahí cargada con un montón de prodigios? —Movió la cabeza con desaprobación—. Sé que te parece que ya no es algo urgente porque hemos recuperado los anillos de Adrián, pero sigue siendo peligrosa. Y te odia: como Ladybug y como Marinette.
Ella se había quedado pensativa, pero alzó la cabeza de pronto ante las últimas palabras de su compañero.
—¡Eso es: me odia! Y no sabe que Marinette y Ladybug son la misma persona.
—¿Y? —preguntó él, sin comprender a dónde quería ir a parar.
—Intentó manipular a Adrián…, o sea, a Félix…, para que fuese a decirme un montón de cosas horribles. Está obsesionada conmigo, ¿no lo ves? ¡Hará lo posible por estropear el evento esta noche! Solo para hacerme quedar mal delante de todo el mundo.
Cat Noir la miró, dubitativo.
—¿Crees que se atreverá a presentarse allí después de todo? Ya hemos desenmascarado su identidad como Narcisa…
—Estará allí como Cérise, seguro —replicó Ladybug, muy convencida—. No sabe que la hemos descubierto, y la única persona que podría reconocerla es Adrián. Que, por descontado, no va a asistir.
—¿No va a asistir? —repitió Cat Noir, alzando una ceja—. Lila ya no tiene sus anillos…
—Me da igual. Hasta que no la atrapemos y recuperemos todos los prodigios que me ha confiscado, Adrián tendrá que quedarse escondido. Ya he encargado a Félix que lo mantenga a salvo y bien lejos de esa bruja intrigante.
Su compañero abrió la boca para replicar, pero finalmente decidió dejarlo pasar.
—Tengo entendido que muchos de tus antiguos compañeros de clase acuden también a la misma escuela que Cérise y Adrián —dijo sin embargo, en voz baja—. ¿No podrían reconocerla ellos?
Ladybug pestañeó un momento con desconcierto.
—No… no los he invitado —murmuró entonces—. Lo cierto es que he tenido tantas cosas en qué pensar últimamente que he perdido el contacto con mis amigos.
Se cubrió el rostro con las manos, mortificada. Cat Noir colocó una mano tranquilizadora sobre su hombro.
—Ha sido una época extraña —le dijo con suavidad—. Pero pronto terminará. Atraparemos a Lila, recuperaremos todos los prodigios perdidos y todo volverá a la normalidad.
Ella alzó la cabeza para dirigirle una mirada repleta de incertidumbre.
—¿Será así… de verdad? —se atrevió a preguntar.
Cat Noir no supo qué responder, pero su corazón se aceleró un instante mientras recordaba las palabras de Alix: «En un momento dado de tu historia te toparás con un nudo que generará una realidad alternativa. Cuál de los dos futuros elijas dependerá de ti.»
Todo parecía indicar que se estaban aproximando al momento en el que su realidad se dividiría en dos. Uno de aquellos caminos conduciría a la derrota de Lila. El otro los mantendría luchando contra ella durante varios años más.
«Dependerá de ti».
Cat Noir sacudió la cabeza. Aún no tenía la menor idea de lo que significaba aquello ni por qué razón podría escoger no derrotar a Kallima, llegado el momento. Pero no podía permitirse el lujo de elegir el camino equivocado.
—Será así —le aseguró a Ladybug con firmeza—. Te lo prometo.
Ella sonrió.
—Entonces no podemos dejar pasar la oportunidad de tenderle una trampa a Lila —insistió—. Si se presenta en el Grand Palais esta noche, yo tengo que estar allí.
—¿Tú? —repitió él a media voz.
Ladybug asintió.
—Como Marinette —respondió—. Tú, en cambio, no debes presentarte allí como Cat Noir, o ella sospechará algo.
—Quieres hacer de cebo para tenderle una trampa —comprendió él. Frunció el ceño—. Eso es muy peligroso, milady.
—Sería muy peligroso si Marinette fuese solo Marinette —replicó ella, guiñándole un ojo—. Pero resulta que Marinette es también Ladybug. Y Lila no lo sabe.
Él inclinó la cabeza, pensativo.
—Entiendo. ¿Qué necesitas que haga yo?
—¿Puedes estar en el evento… sin transformar? Necesito que te quedes cerca para entrar en acción si las cosas se ponen feas.
Cat Noir lo pensó. El día del ensayo general había podido presentarse allí como Adrián Agreste, pero ahora, después de todo lo que había pasado, no estaba seguro de que fuese buena idea repetir la jugada. Y entonces se le ocurrió una idea.
—Es posible, sí —respondió, sonriendo.
Ella le devolvió la sonrisa.
Lila paseaba arriba y abajo en su guarida subterránea, luchando por controlar su ira para que no nublase su sentido común. En un rincón, Nooroo la observaba temeroso. Ella se había quitado el resto de los prodigios y los había guardado en un joyero de múltiples cajones porque no soportaba el parloteo de todos los kwamis. Nooroo, por el contrario, estaba bien adiestrado. El tiempo que había pasado en manos de Gabriel Agreste le había enseñado a mantener la boca cerrada.
Una vez más, Lila había subestimado a Ladybug. Tenía que haber sabido que la heroína haría lo posible por incumplir su parte del trato y salvar a Adrián. Y ella había cometido el error de volver a presentarse en la mansión Agreste bajo la identidad de Narcisa, a pesar de que sabía que los superhéroes sospechaban de ella. Pero la posibilidad de controlar a Adrián Agreste le había resultado demasiado tentadora como para dejarla pasar.
Respiró hondo. Había perdido los anillos, pero aún tenía un buen número de prodigios en su poder. Tendría que renunciar a la identidad de Narcisa, pero aún le quedaba Cérise. Y, aunque ya no pudiese chantajear a Ladybug gracias a Adrián…, todavía conservaba un as en la manga.
Encendió el ordenador y observó, pensativa, el collage de fotografías que había dispuesto en la pantalla. Todas ellas mostraban a Cat Noir y Marinette Dupain-Cheng… juntos. En una de ellas salían del cine y él la protegía de la lluvia con su paraguas. En otra, ambos bailaban entre risas delante del puesto de André, el heladero. En varias más, el superhéroe corría por los tejados llevándola en brazos, tratando de mantenerla a salvo del ataque de Heladiador.
Lila no tenía claro qué había entre ellos dos. En las notas que había rescatado del portátil robado a Tomoe Tsurugi había un comentario con respecto a aquellas fotos. Parecía redactado por Nathalie, aunque, por lo que decía, era Gabriel quien se había percatado de ello. Decía: «Cat Noir siente algo por Marinette Dupain-Cheng. Investigar si podría ser un punto débil». Parecía claro que ninguno de los tres había ido más allá, quizá porque Marinette había empezado a salir con Adrián y Cat Noir no parecía haberse sentido afectado por ello.
Pero el superhéroe había estado profundamente enamorado de Ladybug durante mucho tiempo, caviló Lila. Y, aparte de su compañera enmascarada, la única chica a la que había prestado algo de atención había sido Marinette. De una forma o de otra, era importante para él. Quizá tanto como Adrián lo era para Ladybug.
Lila no había podido evitar preguntarse qué tenían aquellos dos para llamar la atención de los superhéroes. No obstante, finalmente había llegado a la conclusión de que, después de todo, Ladybug y Cat Noir eran adolescentes corrientes debajo de la máscara. Dado que Gabriel Agreste había resultado ser su enemigo, parecía inevitable que frecuentasen el círculo de Adrián y sus amigos, a los que habían tenido que salvar a menudo de villanos akumatizados. Adrián era un modelo famoso y, bien pensado, tampoco era de extrañar que Ladybug se hubiese prendado de él. Y en cuanto a Marinette…, en fin, su relación con Cat Noir resultaba más difícil de explicar. Pero existía, o había existido en algún momento, como probaban aquellas fotografías. Y Lila estaba dispuesta a aprovecharse de ello.
Todo aquello no la desviaba de su plan principal, sin embargo. Hacía ya tiempo que tenía algo preparado para la noche del homenaje a Gabriel Agreste. El hecho de que hubiese perdido los anillos de Adrián o de que Ladybug y Cat Noir hubiesen desenmascarado a Narcisa no era más que un pequeño contratiempo que no impediría que llevase a cabo su plan original. De hecho, resultaba esencial seguir adelante si quería que Cat Noir cayese en la trampa. Porque necesitaba mantener a Ladybug ocupada con un desafío que requiriese toda su atención.
Frunció el ceño, pensativa. Para poner en marcha su plan necesitaba acudir personalmente al Grand Palais. Pero no podría hacerlo como Narcisa, y en cuanto a Cérise… En teoría, era una identidad segura, todavía. Pero ¿y si se presentaba en el evento alguno de los amigos de Adrián, los que la conocían del colegio? ¿Cómo iba a justificar su presencia allí?
Tomó entonces una decisión: prescindiría de la identidad de Cérise y se presentaría disfrazada de otra persona. Alguien del cátering, probablemente. Nadie prestaba nunca atención a las personas que servían los canapés.
Además, tampoco podía dar por sentado que Ladybug no fuese a descubrir a Cérise también. Quizá ya estaba investigando a las personas que rodeaban a Adrián Agreste. Y Lila no podía arriesgarse a que atase cabos.
Llevada por un súbito impulso, tomó uno de sus teléfonos y llamó al número de la mujer que se consideraba la madre de Cérise.
Ella respondió a la llamada enseguida.
—¡Cariño, qué alegría! No esperaba que llamaras tan pronto. Con la poca cobertura que tienes en la sabana…
—Todavía es un horror y seguro que se cortará enseguida, pero tengo que contarte algo urgente…
—¿Sí? Dime, ¿qué es? ¿Has tenido algún problema?
La voz de Marie Bianca sonaba preocupada al otro lado del teléfono, pero Lila no sintió el menor remordimiento al continuar:
—No, no, ninguno en absoluto… Es solo que estamos siguiendo a una manada de elefantes para protegerlos de los furtivos. Y vamos a entrar en un valle donde no llega ninguna clase de señal, ni siquiera la de los satélites. Así que no podré llamarte en un tiempo. Quizá sean varios días.
—Oh, Cérise…
—Lo sé, madre, yo también te voy a echar mucho de menos…, ¡pero alguien tiene que proteger a los elefantes! Solo quería avisarte de que no podrás contactar conmigo…
La conversación no se alargó mucho después de aquello, porque Lila no lo permitió. Fingió que las interferencias le impedían seguir hablando y cortó la comunicación.
Apagó el teléfono y lo depositó sobre la mesa, pensativa. Podría haber destruido la tarjeta sin más y eliminar su identidad como Cérise con la misma facilidad con la que se había deshecho de Narcisa Gialla. Pero quería conservarla, por si acaso Ladybug no la había descubierto, después de todo, para volver a utilizarla en el futuro.
Se volvió hacia la pared del fondo, junto a la cual tenía expuesta su colección de pelucas. Eligió una rubia, con el cabello recogido. No era la primera vez que se disfrazaba de camarera; existía la posibilidad, de hecho, de que alguna de las personas del catering hubiese servido también en el hotel Le Grand Paris y la recordase de entonces, lo cual reforzaría su disfraz. Escogió luego una ropa discreta que la camuflaría a la perfección entre los camareros y unas lentillas azules que ocultarían sus ojos verdes.
Después, una vez preparado el disfraz, se dispuso a ultimar los últimos detalles de su plan.
Ya era de noche cuando Marinette llegó al Grand Palais. Se había puesto un vestido coqueto pero sencillo, que no rivalizara con los de las modelos que iban a desfilar por la pasarela. En el bolso en el que se ocultaba Tikki llevaba el dispositivo para alertar a Cat Noir cuando necesitara su ayuda. Si había olvidado alguna cosa, decidió, ya era tarde para volver atrás. Lo cierto era que el evento no le importaba demasiado, puesto que a Adrián no le hacía ilusión y, al fin y al cabo, todo aquello había sido idea de Narcisa, es decir, de Lila. Así que Marinette no podía evitar sentir cierto recelo al respecto.
Cuando entró en el edificio descubrió que ya estaba lleno de gente. Todos muy elegantes, personas de recursos, por descontado, puesto que el precio de la entrada era bastante alto, debido a que la recaudación se destinaría a fines benéficos. Marinette miró a su alrededor, un poco perdida. Localizó a Nathalie revoloteando de aquí para allá con su tableta en la mano. Se disponía a acercarse a ella cuando una voz conocida la retuvo:
—¡Marinette! ¡Marinette!
Ella se dio la vuelta con sorpresa para encontrarse con su amiga Alya, que la saludó con un abrazo.
—¿Cómo estás? ¿Lista para tu gran momento?
—Alya, ¿qué haces aquí? —pudo farfullar Marinette, perpleja.
—Recibí una invitación, como todos los demás, claro —respondió ella; señaló al fondo de la sala, donde estaba su grupo de amigos del colegio Françoise Dupont, que la saludaron desde lejos con alegría—. Nos las hizo llegar la señorita Sancoeur, e imaginamos que venían de tu parte. ¿O fue cosa de Adrián? —Antes de que Marinette pudiese responder, Alya continuó—. Por cierto, ¿no ha venido él contigo? Nino y yo lo hemos estado buscando, pero no lo hemos visto. Ni siquiera responde a los mensajes.
—No, Adrián… no va a venir.
—¿Cómo? ¿No va a venir al homenaje a su propio padre? ¿Cómo…?
—¡Baja la voz! —susurró Marinette.
Arrastró a su amiga hasta un rincón más discreto y miró a su alrededor, indecisa. Aún no le había contado que Adrián y ella ya no estaban juntos. Tampoco había tenido ocasión de hablarle de las dudas del chico acerca de aquel evento en particular. Pero, de todos modos, no era momento para tratar aquellos temas; tenía muchas cosas que hacer.
—Adrián no ha venido por seguridad —le reveló en voz baja—: pensamos que el Polillón estará aquí esta noche. —Alya la miró con sorpresa, y ella continuó—: ¿Y sabes qué? Hemos descubierto su identidad: ¡es Lila!
—¡No! —exclamó su amiga, perpleja—. ¿Estás segura? —Marinette asintió, y Alya frunció el ceño, reflexionando—. Pero ¿cómo consiguió hacerse con el prodigio?
—Es una larga historia —respondió Marinette, recordando que Alya no conocía el secreto de Gabriel Agreste—. Pero voy a necesitar que estéis todos con los ojos muy abiertos, por si os tropezáis con ella. Aunque es muy posible que vaya disfrazada.
Alya pestañeó con desconcierto, pero luego asintió, decidida.
—¿Qué quieres que hagamos si la encontramos? Ya no tenemos nuestros prodigios —le recordó, y Marinette fue consciente de pronto de que el día anterior había ido a visitar a sus amigos, uno por uno, para pedirles que le devolvieran los prodigios… y, acto seguido, se los había entregado todos a Kallima. A Lila—. ¿Pasa algo malo? —siguió preguntando Alya, al detectar el gesto desconsolado de su amiga—. Pudiste devolvérselos a Su-Han, ¿verdad?
—No —murmuró ella—. No, lo siento. La Polilla me los robó —resumió.
—¿Qué?
—Ahora es mucho más poderosa que antes, así que no os enfrentéis a ella, ¿de acuerdo? Si la veis, dad la alarma y poneos a salvo.
—Pero… pero… ¿¡cuándo pensabas contarme todo esto!?
Marinette inspiró hondo.
—Lo siento, Alya, de verdad que ha sido un día muy largo. Te prometo que te lo contaré todo con calma más adelante, ¿de acuerdo?
Ella pareció conforme, aunque Marinette, en el fondo, no le estaba diciendo la verdad: no tenía la menor intención de hablarle de la naturaleza de Adrián ni de sus anillos gemelos.
Las dos amigas se despidieron con un abrazo.
—Ten mucho cuidado —dijo Alya—. Nosotros ya no podemos ayudarte como antes.
—No te preocupes, no estoy sola. Cat Noir ha venido también, y está escondido en alguna parte. Saluda a los otros por mí, ¿vale? A ver si me puedo escapar después y nos vamos a cenar todos juntos.
—Eso estaría muy bien —respondió Alya.
Marinette se alejó de nuevo en busca de Nathalie. La encontró un poco más lejos, hablando con una chica del servicio de catering. Marinette se acercó a ellas y aguardó discretamente en segundo plano.
—… Una de las organizadoras… Melissa, Clarissa o algo así…
—¿Narcisa? —la ayudó Nathalie, y Marinette prestó atención, con los ojos muy abiertos.
—Sí, sí, eso es… Ha llegado un mensajero de su parte y ha traído este paquete.
Le entregó un sobre abultado. Nathalie le dio las gracias y la joven se alejó, no sin antes dirigir una larga y reflexiva mirada a Marinette. Pero ella no se dio cuenta, porque estaba muy interesada en ampliar aquella información.
—Nathalie…
—Ah, hola, Marinette. Gracias por venir tan pronto.
—¿Qué pasa con Narcisa? ¿No ha venido aún?
—Ha llamado para decir que tiene gripe. Se encuentra muy mal y no va a poder estar hoy con nosotros. —Mientras hablaba, abrió el sobre que acababan de entregarle, y Marinette se tensó involuntariamente, sospechando alguna trampa. Pero no era más que una carpeta con un montón de folios y un pendrive—. Este es el discurso que iba a leer, como representante de la escuela Gabrielle Chanel —explicó Nathalie—. Y esto es el vídeo que hay que proyectar en la pantalla —añadió, mostrándole el pendrive—. Dado que Narcisa ya no va a venir, ¿te importaría encargarte tú de leer su discurso? Siento avisarte con tan poco tiempo, pero estas cosas pasan a veces.
Marinette echó un vistazo a los folios. El texto no era más que una serie de lugares comunes sobre la trayectoria de Gabriel Agreste. No vio nada de particular en él, salvo el hecho de que lo presentaba como un ciudadano ejemplar, y tanto ella como Nathalie sabían que eso era mentira.
Y la persona que había escrito aquellas páginas también lo sabía, pensó de pronto.
—Claro, no hay problema —le dijo a Nathalie.
—Perfecto. Las modelos están terminando de vestirse en los camerinos. Francine y los demás están allí. No tendrás mucho tiempo para ensayar el discurso, pero deberías poder leerlo un par de veces al menos antes de que tengas que salir a hablar.
Marinette asintió. En otras circunstancias habría estado comiéndose las uñas de puro nerviosismo, pero se sentía extrañamente tranquila. Porque todo aquello —el homenaje, el desfile, el discurso, la prensa internacional, el público…— había quedado en segundo plano, por detrás de la tarea que tenía en mente: encontrar a Lila y detenerla para recuperar los prodigios robados de una vez por todas.
Se dispuso a despedirse de Nathalie… y entonces vio a Félix entre la multitud.
Adrián tomó aire un par de veces y se adentró en el hall del Grand Palais, procurando adoptar una expresión indiferente. Enseguida fue interceptado por una joven pareja.
—¡Adrián! —lo saludaron—. Eres Adrián Agreste, ¿verdad?
—No, no, lo siento, os habéis confundido. Soy Félix, el primo de Adrián —respondió él, mostrándoles su acreditación.
Ellos se quedaron muy sorprendidos, pero le creyeron.
—Os parecéis un montón —comentó la chica.
—Sí, nos lo dicen muy a menudo —respondió él. Se dio cuenta de que estaba sonriendo amigablemente y se apresuró a componer una expresión fría y distante, más propia de Félix—. Lo siento, tengo que marcharme.
Y se alejó de ellos, sin más.
Se había vestido y peinado como Félix, pero parecía claro que eso no bastaría: tendría que aprender a comportarse como su primo o su disfraz no funcionaría.
Lo había acordado previamente con él, por supuesto. Félix no tenía previsto acudir al homenaje a Gabriel Agreste, en realidad, pero se había apresurado a pedir a Nathalie una acreditación de última hora para que Adrián pudiese asistir en su lugar. Parecía lo más sencillo, después de todo. Félix se había hecho pasar por su primo en innumerables ocasiones y había funcionado. ¿Por qué no probarlo al contrario?
Porque, como Adrián acababa de comprobar, él era mucho más famoso que Félix.
Así que, por si acaso, lo mejor sería permanecer en un segundo plano y ser lo más discreto que pudiese.
Se ocultó, por tanto, tras una columna para observar a la multitud desde allí. Aún faltaba un rato para que comenzase el desfile, pero él esperaba poder localizar a Lila, disfrazada o no, antes de que se atenuaran las luces.
—¿Qué haces aquí? —dijo entonces la voz de Marinette a su espalda, sobresaltándolo.
Se dio la vuelta y se ruborizó de inmediato al verla. Estaba muy guapa con aquel vestido, más encantadora que de costumbre, si es que aquello era posible. Pero se había cruzado de brazos y lo observaba con el ceño fruncido, en aquel adorable gesto de enfado tan típico de Ladybug.
—Ma-Marinette —tartamudeó. Recordó entonces que se suponía que era Félix y se aclaró la garganta—. Estoy aquí buscando a Lila, como tú —respondió en voz baja.
—Pero ¿y Adrián? ¿No deberías estar protegiéndolo?
Él ya tenía preparada una respuesta.
—Está con Kagami. Ella lo defenderá.
Pero Marinette negaba con la cabeza.
—Ella ya no tiene su prodigio. Tú eres uno de los pocos que conservan el suyo. Deberías…
—Debería estar aquí, ayudándote a localizar y capturar a nuestra enemiga —interrumpió Adrián—, y eso es exactamente lo que voy a hacer.
Marinette calló, sorprendida ante la intensidad de sus palabras. Adrián alzó la cabeza y trató de recuperar su fingida indiferencia.
—¿La has visto en alguna parte? —preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—No, pero me he enterado de que Narcisa ha puesto una excusa para no venir. No estará aquí esta noche.
—Es lo que esperábamos —asintió él.
—Pero estoy convencida de que Lila habrá venido, disfrazada o con otra identidad, quizá alguna que no conocemos todavía. —La arruga de su frente se hizo más profunda—. ¿Cómo vamos a encontrarla?
Adrián reprimió el impulso de colocar las manos sobre sus hombros para calmarla.
—Cometerá un error tarde o temprano —se limitó a responder—. Estaremos con los ojos muy abiertos.
Marinette asintió, aún sumida en profundas reflexiones. Adrián no podía dejar de mirarla, maravillado, preguntándose cómo era posible que no hubiese visto antes en ella a Ladybug. No pudo evitar pensar que Félix hacía tiempo que lo sabía. Que Marinette se comportaba así con él, como Ladybug, mostrándole una faceta que siempre había mantenido oculta al propio Adrián. Lamentó que su relación hubiese tenido que ser siempre así.
«Pero cambiará», se prometió a sí mismo, «cuando derrotemos a Lila y recuperemos el prodigio». Entonces podría revelarle su verdadera identidad. Y ella ya no tendría que volver a fingir ante él.
—¿Félix? —dijo entonces Marinette, y Adrián se dio cuenta de que se había perdido en sus pensamientos—. Tengo que ir a los camerinos a supervisar a los modelos. Para asegurarme de que todo el mundo se ha vestido con las prendas que le tocan y todo eso, que están perfectamente peinados y maquillados… —Adrián asintió, comprensivo, porque conocía muy bien aquel ritual—. Cat Noir debe de estar por aquí. Si ves algo sospechoso, llámanos. No actúes por tu cuenta, ¿de acuerdo?
Adrián estuvo a punto de decirle que no se le ocurriría, pero se contuvo a tiempo para responder con una réplica típica de Félix.
—Ya lo veremos —murmuró.
Marinette le disparó una mirada irritada, pero no se molestó en contestar. Cuando le dio la espalda para alejarse hacia los camerinos, la expresión de Adrián se dulcificó mientras la miraba. «Ojalá sea esta la última vez que te miento, milady», pensó.
