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Una pequeña niña de no más de siete años corría desesperada entre la espesura del bosque. Apenas podía ver por dónde iba en la oscuridad de esa noche a pesar de la gran luna que deslumbraba en el cielo. Concentraba sus sentidos únicamente en esquivar los árboles que se interponían en su camino mientras dejaba que las ramas de los arbustos arañaran sus brazos y piernas sin cuidado.

Sus cabellos, largos hasta sus hombros y de un exótico color rosa, se movían al compás del viento debido a la velocidad a la que iba. Llevaba puesta una blusa sin mangas de un azul índigo, una falda hasta medio muslo de color negro y debajo unos pantalones por encima de la rodilla del mismo tono, unas sandalias ninja negras completaban su vestimenta. Con sus enormes y hermosos ojos jades bañados en lágrimas buscaba con insistencia a la causa de su desesperación y angustia.

Más adelante, a una distancia no muy alejada de la niña, se podía ver que una batalla estaba llegando a su fin en un claro del bosque. Los sonidos del metal chocando contra metal, árboles siendo golpeados y quebrándose y los gritos de lucha fueron opacados por los jadeos de agonía que alertaron a la niña; el silencio sepulcral que le siguió la obligó a apresurar su paso para llegar al lugar.

Ella paró en seco con la respiración agitada cuando llegó finalmente al claro, encontrándose con un escenario nunca antes visto por sus ojos en toda su corta vida: un verdadero campo de batalla. Los árboles destrozados y con fuego consumiendo sus hojas, shuriken y kunai clavados por todo el suelo como si fuera una plantación de flores, la tierra agrietada, y sangre, mucha sangre tiñendo el pasto como si fuera rocío matutino.

El olor a carne quemada inundó sus fosas nasales.

Luego de observar toda esa escena, posó su vista en unas llamas negras que se encontraban ardiendo a un costado del sitio y del cual provenía ese intenso olor. Entrecerró un poco los ojos para enfocar mejor su visión y pudo divisar al menos seis cuerpos inertes, ardiendo y consumiéndose por el fuego negro que los rodeaba.

Se asustó, ella conocía esa técnica.

Con el corazón golpeteando frenéticamente contra su pecho y el miedo apoderándose de su mente, buscó con la mirada por todo el claro a la persona que sabía había ejecutado esa técnica. A unos metros de las llamas negras, recargado al pie del tronco de un árbol, se encontraba un joven que mantenía una de sus manos en su vientre con insistencia.

—¡Hermano mayor! —gritó la niña y de inmediato corrió en dirección al muchacho, que ya había detectado la firma de su chakra con anterioridad.

—Prin… cesa —susurró con dificultad al divisar la borrosa silueta de su hermana pequeña dirigiéndose a él a toda prisa, con la angustia marcada en su aniñado rostro.

El joven, que contaba con solo quince años, era un chico muy atractivo, con rasgos varoniles, alto, y su cuerpo en buen estado daba a entender que entrenaba mucho. A diferencia de la niña, que poseía la piel clara como una porcelana, su piel era más tostada, aun así, contrastaba con su cabello que era de un color negro azabache, el cual lo llevaba corto y un poco alborotado con dos mechones largos a los lados que enmarcaban su rostro. Sus ojos eran afilados y oscuros cual ónix, pero que en ese momento mostraban un rojo sangre con tres tomoes alrededor de la pupila.

En el momento que la niña llegó a él se arrodilló a su lado descuidadamente, pero los raspones de sus rodillas quedaron en segundo plano al percatarse del estado alarmante en el que se encontraba su hermano. Tenía varias cortadas en el cuerpo y el rostro, incluso un par de shuriken se mantenían incrustadas en su pierna derecha. Sus prendas, que eran un conjunto de color negro conformado por las típicas sandalias ninja, una playera de manga corta y cuello alto, y un pantalón por encima de los tobillos, estaban rasgadas en los bordes y quemadas al igual que algunas partes visibles de su cuerpo. Desde su ojo derecho, el cual mantenía cerrado, estaba el rastro de lo que habían sido dos espesas lágrimas de sangre que terminaban en su mentón.

Ella ahogó un sollozo cuando, al bajar la mirada hacia donde su hermano mantenía la mano, se encontró con una herida muy profunda, seguramente hecha por una katana, de la que no dejaba de brotar sangre a borbotones. Su mirada se desvió nuevamente al rostro del mayor cuando se percató de que intentaba hablarle.

—Tenías que… quedarte en la c-cueva —articuló con dificultad, luego hizo una mueca por el dolor que lo atravesó repentinamente, asustando más a su hermana.

—Shh. No te esfuerces. Trataré de pedir ayuda. Resiste, hermano mayor —dijo entre sollozos que deformaban su voz infantil.

La desesperación inundó más su pequeño cuerpo, no sabía cómo actuar en una situación así, le aterraba pensar que no podría salvar a su hermano mayor de las garras de la muerte.

—Lo… siento. No creo que pueda… salir de esta, princesa. —Tosió un poco de sangre después de terminar su frase, respirar se le hacía doloroso por su gran herida.

—No digas eso, hermano mayor, no quiero que me dejes —suplicó en medio de su llanto que se intensificaba con cada segundo que corría. Le tomó la mano libre y se aferró a esta con fuerza; él le correspondió el gesto débilmente, demostrando cuán desesperanzador era su estado.

—Escúchame, alguien vendrá por ti y se encargará de cuidarte en mi ausencia… Dile que deben trasplantarte mis ojos para que no te ocurra lo que a mí cuando despiertes la última etapa de nuestro poder al verme morir. De esa manera no perderás la vista… También tiene que ocultar tu identidad del resto por tu seguridad…

La pequeña peli-rosa tenía los ojos inundados de lágrimas que se derramaban por su rostro enrojecido, mientras hacía un esfuerzo inútil de contener sus gimoteos mordiendo su labio inferior. El dolor de perder a otro ser amado, a su hermano, quien siempre la protegió y cuidó desde el momento en que se quedaron solos en el mundo, era totalmente desgarrador. Él la entrenó para que fuera la mejor ninja y pudiera protegerse a sí misma en el caso de que él ya no pudiera estar junto a ella, y ahora que ese momento había llegado no quería aceptarlo. Se negaba a que se fuera de su lado, era lo único que le quedaba para seguir adelante.

Antes de que siquiera pudiera contradecir a su hermano mayor, unas presencias acercándose a toda prisa la alertaron. Al girar la cabeza para ver de quién se trataba se encontró con un anciano de túnica larga, blanca y roja, que llevaba un sombrero con los mismos colores además del carácter de fuego escrito en él. La otra persona llevaba una máscara de porcelana en su rostro y se mantuvo atrás.

El anciano se acercó a ellos después de salir de su asombro inicial por todo el panorama que se presentaba frente a él e inmediatamente su semblante entristeció cuando se dio cuenta de que no podría hacer nada por el muchacho.

—Hokage-sama —llamó al hombre mayor en un susurro dificultoso.

—Ryōsuke —pronunció el Hokage, frunciendo el ceño al ver más de cerca el deplorable estado del joven.

—Por f-favor, ayude a mi hermano mayor… No deje que muera —suplicó la niña al entender quién era esta persona frente a ellos.

—Princesa —llamó a su pequeña hermana, lamentándose por ver su lindo rostro compungido por el dolor—. El Hokage cuidará de ti… No me queda mucho tiempo. Quiero que vivas y seas feliz. ¿Puedes prometer eso a tu hermano? Haz amigos en la aldea. Continúa siendo una buena niña. Sigue aprendiendo cosas nuevas. Cuando te sientas triste, recuerda los felices momentos que pasamos juntos, también junto a Padre y Madre. Siempre estaremos contigo, princesa. Quiero que seas fuerte, puedes llorar si quieres, pero no te desvíes del camino. —La niña lo miraba atentamente sin dejar de sollozar bajito y sin soltar sus manos unidas. Él le sonrió débilmente y agregó—: Estoy muy orgulloso de ti, Sakura. Vive la vida por los dos. Te amo, pequeña… Siempre serás mi princesa… Y, por favor, no le digas a nadie que eres una Uchiha...

—Lo intentaré. Trataré de ser feliz y seguir adelante por ti. ¡Siempre te amaré, hermano mayor! —exclamó con la voz estrangulada.

El joven hizo un esfuerzo y abrió sus brazos para recibir a su hermanita, ella se lanzó inmediatamente contra él sin importarle mancharse con su sangre. Ambos se abrazaron con todas su fuerzas, intentando prolongar el mayor tiempo posible su último momento juntos, su despedida. Unos segundos después, miró al Hokage con sus ojos oscuros —su técnica ocular desactivada en el momento de la llegada del anciano y su acompañante— antes de hablar.

—Se la encargo —exhaló con su último suspiro.

El Tercer Hokage asintió con convicción, presenciando su última sonrisa de alivio por la aceptación de su petición. Alejó con delicadeza a la niña que lloraba desconsolada sobre el cuerpo inerte de su hermano cuando verificó que ya había dejado de respirar. La cargó en brazos para llevársela de allí, no sin antes darle una señal al ninja ANBU para que recogiera el cuerpo del muchacho y lo llevara a la Villa.

Sakura, que había mantenido los ojos fuertemente cerrados mientras lloraba en el hombro del anciano, quiso dar una última mirada a su difunto hermano. Abrió sus ojos con lentitud, revelando en ellos el Sharingan de tres tomoes, sin embargo, no fue por mucho tiempo. Sus ojos palpitaron y sintió una presión en ellos, el patrón de su poder ocular cambió, giró rápidamente hasta volverse de color negro con la forma de tres pétalos en rojo alrededor de la pupila.

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