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❀ ═══════ • II • ═══════ ❀

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En lo alto del despejado cielo, la luna en todo su esplendor iluminaba con su brillo la cueva donde se encontraban una pequeña niña de cabello rosa y el Tercer Hokage de Konohagakure. El anciano observaba con una mirada triste en sus arrugados ojos a la niña que estaba de espaldas a él.

Uchiha Sakura había dejado de sollozar hace un buen rato, pero sus lágrimas no cesaron en ningún momento, llorando en silencio. Sin ser consciente de su dōjutsu activo, su mirada roja y negra se mantenía pegada hacia la mochila de su hermano que estaba junto a la suya en el suelo. Era lo único físico que le quedaba de él, lo demás eran recuerdos.

El líder de la aldea abrió muy grande los ojos y quedó sorprendido cuando Sakura se giró hacia él. La niña poseía el legendario Mangekyō Sharingan. Era consciente de que, en la actualidad, solo había una persona con ese poder de la cual él tenía conocimiento, pero nunca había tenido la oportunidad de contemplarlo de primera mano.

Sakura, que estaba con su mirada perdida en algún punto de la ropa del hombre mayor, dirigió finalmente su mirada peculiar al rostro de éste. Sarutobi Hiruzen dejó su asombro a un lado y sus facciones entristecieron nuevamente al percatarse de la mirada acuosa, vacía y triste que le daba la niña. En otras circunstancias nunca hubiera mirado directamente a un usuario de tal poder, pero se permitió hacerlo porque la pequeña que tenía frente a sí no era un enemigo, sino una niña que había perdido lo único que tenía en esta vida y se sentía responsable por ello.

La voz de ella lo sacó de sus cavilaciones.

—Él… Él dijo que debían implantarme… sus ojos —habló en susurros mientras apartaba nuevamente su mirada vacía del anciano.

Él asintió en comprensión y dio un paso hacia ella antes de hablar.

—Sakura-chan. —La peli-rosa parpadeó con cansancio y lo miró ya sin el Mangekyō Sharingan en sus ojos que regresaron a ser verdes—. Debemos irnos.

—Un —soltó un monosílabo de afirmación, asintiendo con levedad. Se dio la vuelta para buscar algo en su mochila y de esta sacó una blusa idéntica a la que llevaba puesta. Limpió sus mejillas mojadas, pero fue inútil porque volvieron a mojarse con sus lágrimas—. ¿Podría…? —Sakura se volvió hacia el Hokage y en un susurro dolido, mirando hacia el suelo donde caían las gotas de su llanto, le dijo—: ¿Podría girarse mientras cambio mi blusa?

—Por supuesto, adelante —concedió mientras se giraba para darle privacidad, con sus manos cruzadas tras su espalda, su vista puesta en el suelo rocoso de la cueva—. Siento mucho lo de tu hermano, Sakura-chan. —Un suspiro cansado salió de sus labios rodeados de arrugas—. Y por todo lo que has tenido que pasar a tan corta edad.

La niña se apresuró a quitarse la blusa manchada con sangre, sintiendo que en su lugar era ácido que le quemaba la piel que entraba en contacto con la humedad escarlata. Saber que era de su hermano mayor, de la herida que le arrebató la vida, no ayudaba a darle consuelo. Hizo una bola con la prenda y la guardó en su mochila rápidamente para no tenerla más en sus manos.

—Ya puede girarse. Y no fue… su culpa, señor. —Un sollozo involuntario se filtró entre sus palabras.

Sarutobi acató la orden de la niña y no pudo evitar sentir la amargura inundar su ser junto a una pesadez en el estómago al ver la triste imagen frente a él. Una pequeña niña con el rostro enrojecido por el llanto, las mejillas empapadas y el corazón destrozado.

La imagen de otro niño de pelo negro que pronto despertaría y se vería en la misma condición de Sakura vino a su mente. Dos niños que debían pagar por los errores de los adultos. Dos niños que debían cargar con las consecuencias, que él mismo no fue capaz de evitar, para impedir que personas inocentes murieran solo por la ambición de unos pocos.

El sacrificio de unos para salvar a muchos, pensó con pesar. Ese lema era una constante en el mundo ninja, una constante que como líder de una aldea no estuvo a la altura de manejar y que ahora significaba el sufrimiento de inocentes niños.

Quitando esos pensamientos que debía llevarse a la tumba, retomó su postura seria reprimiendo todo rastro de tristeza que sintiera y le indicó a la pequeña que era hora de marchar rumbo a la aldea. Estaban a pocos kilómetros de Konoha, lo que le había permitido salir de forma apresurada cuando recibió el repentino mensaje de Ryōsuke sobre el ataque sorpresa que habían sufrido.

Ella asintió, se colocó su mochila a la espalda y cargó con la que contenía las pertenencias de su hermano como si fuera el mayor de los tesoros. Una vez en la entrada de la cueva, Sarutobi la cargó en brazos —para su sorpresa— y, dirigiéndole una pequeña sonrisa reconfortante, emprendió el camino hacia Konoha lo más rápido que su desgastado cuerpo le permitió. Rumbo a la aldea que se convertiría en su nuevo hogar.

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Dos semanas después de aquella tragedia, en una habitación del hospital de Konoha se encontraba una linda niña con exóticos cabellos de color rosa recostada en la cama. Las paredes y el piso eran completamente blancos al igual que las sábanas y las cortinas, haciendo que sus peculiares colores llamativos fueran los únicos que destacaban en el lugar. Por la ventana entraban los cálidos rayos del sol del atardecer que iluminaban la habitación y una cálida brisa veraniega que indicaban el buen clima de afuera.

Unos golpes en la puerta alertaron a la niña e hicieron que se acomodara mejor en su cama, sentándose contra el respaldar de ésta para recibir a las visitas. La puerta se abrió y los pasos de dos personas ingresando resonaron contra las baldosas del piso.

—Sakura-chan, Hokage-sama ha venido a visitarte —informó la enfermera que había estado cuidando de ella. Le regaló una cálida sonrisa a la pequeña, aunque en ese momento no pudiera verla ya que tenía sus ojos vendados.

—Hokage-sama —saludó con una inclinación de cabeza.

—¿Cómo te encuentras hoy, Sakura-chan? —preguntó el anciano con una pequeña sonrisa en su rostro, cruzando sus brazos detrás de su espalda en su habitual pose.

—Muy bien, gracias por preguntar, señor —respondió con el mismo tono de respeto que venía empleando con él.

Abrió la boca como si quisiera agregar algo más, pero no se atrevió a hacerlo y solo se mordió el labio inferior. Ésta acción no pasó desapercibida para los mayores en la habitación, siendo la enfermera la primera en romper el silencio que se había formado después de sus palabras.

—¿Sucede algo, Sakura-chan? ¿Tienes algún dolor? —cuestionó con preocupación, dirigiéndose al lado derecho de la cama de la niña.

—No… Es solo que… Yo… me preguntaba ¿cuándo me quitarán las vendas?

—Mmm… Déjame ver. —Buscó el historial de la paciente y leyó los papeles por unos segundos que fueron tortuosos para la peli-rosa. Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de hablar de nuevo—. Estás de suerte. Ya puedo quitártelas en este mismo instante.

Y de ésta manera, la mujer empezó a quitarle las vendas que rodeaban su cabeza, sin prisa y con delicadeza, haciendo sentir a Sakura como si hubieran pasado horas hasta que terminó de hacer su tarea. Sus manos acomodadas en su regazo sujetaban las sábanas en puños, demostrando con ese simple gesto lo nerviosa que estaba, aunque ella se mantuvo firme en su lugar aparentando serenidad como la niña fuerte que quería ser.

Al día siguiente de su llegada a la aldea, el Hokage había sugerido que era mejor implantarle los ojos de Ryōsuke lo más pronto posible para así evitar las consecuencias del Mangekyō. A espaldas del consejo de la aldea y con un selecto equipo de ninjas médicos, programó la operación para esa misma tarde después de ser sometida a las pruebas pertinentes. Por supuesto, los involucrados fueron notificados de que serían puestos bajo un genjutsu bajo la fachada de ser una misión clasificada para proteger la identidad de Sakura, así como también para que no supieran que estaban manipulando el dōjutsu; siendo una orden directa del líder de la Villa, nadie lo contradijo y la acataron como una misión más.

Ahora, dos semanas después, ahí se encontraba ella. Sentía miedo e incertidumbre de lo que ocurriría cuando abriera sus ojos. Pero no lo demostraría, ella era una Uchiha y su padre le había dicho que los Uchiha eran ninjas fuertes, como su hermano mayor.

Permaneció con los ojos cerrados luego de que la enfermera terminó de retirar el vendaje completo.

—Puedes abrirlos ahora, pequeña —alentó la mujer mientras esperaba expectante, al igual que el Hokage, para comprobar el resultado de la operación.

Sakura apretó un poco los párpados por la costumbre de haberlos tenido tanto tiempo cerrados, antes de abrirlos un poco y cerrarlos rápidamente debido a la luz que ingresaba por la ventana. Al percatarse de ello, la enfermera se apresuró a cerrarla, dejando solo las tenues luces de la habitación. La pequeña peli-rosa se lo agradeció mentalmente e intentó de nuevo abrir sus ojos poco a poco hasta que se acostumbró nuevamente a la luz. Parpadeando varias veces logró enfocar la silueta del Hokage a los pies de su cama y a la enfermera a su izquierda, mirándola con una dulce sonrisa.

—Veamos. Esto va a molestarte un poco —musitó con su tono amable mientras se acercaba a ella y sacaba del bolsillo de su bata una pequeña linterna—. Sigue la luz. —Examinó sus ojos meticulosamente, moviendo la linterna frente a ella de un extremo a otro, comprobando su comportamiento. Cuando terminó la prueba, le revolvió el cabello rosado por haber sido una niña obediente. Luego, agregó—: ¿Cómo te sientes?

—Bien —respondió sin más. Con su mirada siguió a la mujer que comenzó a hacer anotaciones en su expediente, para continuar inspeccionando la habitación con curiosidad.

Los mayores sonrieron complacidos con el resultado de la operación.

—Entonces, la operación fue un éxito —comentó el anciano.

Él observó con diversión el tierno sonrojo que coloreó las mejillas de Sakura cuando la enfermera le dio un dulce y volvió a revolverle los cabellos con afecto por su buen comportamiento durante toda su estadía, sacándole la primera sonrisa tímida desde que la conoció.

—Tienes unos bonitos ojos negros, Sakura-chan —halagó la mujer, tomando de la mesa de noche junto a la cama un espejo de mano y entregándoselo a la niña.

Ella tomó el espejo con vacilación y lo giró hasta ponerlo frente a su rostro, miró con asombro sus ojos negros en el reflejo que le devolvía el artefacto.

Los ojos de mi hermano, pensó mientras su vista se nublaba un poco, pero rápidamente y con cuidado pasó el dorso de su mano por ellos, quitando cualquier rastro de las lágrimas que querían emerger, y los contempló nuevamente.

—Sí, son bonitos, ¿verdad? —expresó con una sonrisa triste y una mirada que expresaba lo mismo.

Tenía que ser fuerte, por su hermano, por el legado que le confió, para cumplir su promesa, pero eso no significaba que doliera menos.

—Déjanos un momento a solas, por favor —habló el anciano dirigiéndose a la enfermera. Ella asintió y salió de la habitación para continuar con sus labores en el hospital, dejando al Hokage a solas con la pequeña, no sin antes informarles que un médico acudiría más tarde para realizar otro chequeo.

Sarutobi tomó una silla que estaba allí, la acercó al lado derecho de la cama y tomó asiento dando la espalda a la ventana.

—Debemos comprobar realmente si la operación fue un éxito. —Su semblante se volvió serio, teniendo que explicarse mejor al ver la expresión confusa que le devolvía ella—. Intenta activar el Sharingan, Sakura-chan.

—Un —musitó comprendiendo ahora lo que se le pedía.

Cerró sus ojos por un momento, dirigiendo un poco de chakra a sus nuevos ojos para activar su poder ocular. Al abrirlos nuevamente, sus orbes negros pasaron a ser escarlatas con el Sharingan de tres tomoes.

—Bien, la operación funcionó. —Esbozó una pequeña sonrisa de alivio—. Ahora intenta activar el Mangekyō.

Acató nuevamente la orden del mayor, concentrándose y realizando la misma acción de antes. Sus párpados se separaron con lentitud esta vez mientras hacía su aparición el nuevo diseño de su dōjutsu, revelando un patrón de cinco pétalos rojos alrededor de la pupila con un fondo negro, a diferencia de los tres pétalos redondos de la primera vez.

—Mangekyō Sharingan Eterno —dijo con tono reflexivo, observándolo—. ¿Sientes alguna molestia al tenerlo activado?

—No, Hokage-sama. Es la misma sensación de cuando utilizaba el Sharingan para entrenar.

El hombre asintió, luego señaló con un movimiento ligero de cabeza el espejo que reposaba sobre la cama.

—Dale un vistazo, Sakura-chan.

—Un. —Asintió soltando su monosílabo favorito. Tomó nuevamente el espejo y no pudo evitar asombrarse por la forma de su poder ocular: ¡Una flor de Sakura!—. ¡Es… muy bonito! —exclamó con una linda sonrisa en su aniñado rostro.

El Hokage rio levemente ante su reacción, después de todo, ella seguía siendo una niña de siete años, aunque fuera portadora de un poder de tal magnitud como ese.

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