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❀ ═══════ • IV • ═══════ ❀

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Los días fueron pasando de forma monótona para la nueva habitante de Konoha. La pequeña Sakura empezaba a adaptarse a su nueva vida de manera lenta, aunque aún no tenía completamente asimilada su situación.

La peli-rosa todavía mantenía la esperanza de despertar de esa horrible pesadilla y que todo fuera como antes. Despertar en la mañana y tomar el desayuno que era preparado con tanto amor por su madre; aprender las técnicas que su padre le enseñaba, mejorarlas en los entrenamientos con su hermano para luego mostrarle a sus padres que había conseguido dominarlas; las comidas en familia, las risas, los juegos, abrazos, paseos, regaños, alientos.

Esperaba con desesperación el momento en el que se terminara ese mal sueño, una parte de ella se negaba a aceptar una realidad tan triste en la que estaba acompañada únicamente por la soledad. Pero en la vida no todo se desarrolla como uno quisiera y la realidad era otra, ella no estaba atrapada en ningún sueño.

Esa realmente era su triste realidad, su auténtica verdad. Ni sus padres ni su hermano mayor estarían junto a ella nunca más, estaba sola. Y mientras los días transcurrían con extrema lentitud, se iba convenciendo de ello cada vez más.

Inconscientemente había formado una rutina que rara vez rompía. Despertaba antes de los primeros rayos de sol de la mañana, preparaba su desayuno y su almuerzo para la Academia. Al despertar tan temprano, salía una hora antes de la hora de ingreso a clases y daba un paseo por la Aldea, memorizando cada calle, comercio y lugar para no perderse en un futuro. Luego de eso, llegaba veinte minutos antes del comienzo de las clases para encontrar un buen asiento. Comía su almuerzo en un lugar cerca de la entrada de la Aldea, bajo los árboles o en alguna de las bancas que estaban dispuestas a los lados del camino.

Terminadas las horas de clases, emprendía el camino de regreso a su departamento donde, ni bien llegaba, hacía sus deberes y luego daba otro paseo o iba a entrenar en secreto a un campo de entrenamiento un poco alejado que había encontrado en una de sus caminatas. Cuando los rayos de sol del atardecer desaparecían y las primeras estrellas ya resplandecían en el cielo junto al astro lunar, regresaba a su casa a ducharse, cenar y dormir para el día siguiente comenzar de nuevo su rutina.

La mayoría de las veces, en la Academia, se sentaba sola en alguna mesa apartada porque nadie quería estar cerca de "la rara extranjera" como la habían apodado; o junto al chico rubio del primer día de nombre Uzumaki Naruto, con el cual de vez en cuando se reunía en las horas de descanso entre clases —por iniciativa del niño, que se acercaba a ella con cierta timidez de ser rechazado—, pero no más de eso ya que prefería estar sola de momento.

Se había dado cuenta de que Naruto era excluido y nadie lo quería tener cerca, tanto los niños de la Academia como los habitantes de la Aldea. No sabía el por qué del comportamiento de la gente, pero la ponía furiosa que trataran así al pobre niño, y en más de una ocasión había salido en su defensa ante tales injusticias. A su parecer, Naruto era agradable y gracioso, lleno de energía, a veces se metía en problemas, pero se había dado cuenta que él solo buscaba que le prestaran atención. Él, al igual que ella, estaba solo.

Por otro lado, estaba su "pariente lejano" —como le decía en su mente—. Sakura se había impuesto la meta de acercarse a él y ser su amiga, pero con el transcurso de los días comprendió que no sabía cómo interactuar con los demás. Nunca había estado con otros niños y Sasuke tampoco se lo hacía más fácil: se recluía de todos, no dejaba que nadie se le acercara, siempre se mantenía distante e indiferente.

Por una parte, le parecía todo muy irónico con respecto a la forma de actuar del niño ya que ella hacía prácticamente lo mismo, solo que no por voluntad propia, sino que a ella le excluían por ser "rara", una "extranjera". Y, por otra parte, ella no soportaba a la gente que juzgaba sin antes conocer, y prefería evitar mezclarse con personas así cuando las reconocía.

Además, a Sasuke parecía molestarle sobremanera la presencia de los demás. También estaba el hecho de que las niñas lo perseguían a todas partes por ser guapo, cosa que no le agradaba al pelinegro. Siendo ella una niña temía que, si se acercaba a él, pensara que era otra de sus locas acosadoras cuando en realidad solo quería que no se sintiera solo y hacerle saber que ella lo entendía.

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El sol se iba ocultando lentamente tras el horizonte, algunas nubes en el cielo iban tomando una tonalidad naranja-rojiza y las sombras iban haciéndose cada vez más profundas. En la aldea de Konoha, la cálida y agradable tarde de verano era acompañada de una leve brisa que hacía más ameno el soportar el calor de la estación.

El ocaso estaba en su apogeo cuando la adorable Sakura estaba dando su paseo rutinario como solía hacer desde hace medio año; ese día no se sentía con ánimos de entrenar. En su caminata, un tanto apartada del centro de la Aldea, encontró un camino que conducía a un pequeño muelle rodeado de un lago que le recordó a su antiguo lugar de entrenamiento.

Lentamente dirigió sus pasos hacia el final de la pasarela de madera, con una idea cruzando por su mente. Realizó el sello del tigre para concentrarse y se dispuso a buscar si había algún chakra en los alrededores que le dijera que no estaba sola; al comprobar que nadie la vería, decidió poner manos a la obra.

Posicionándose casi al borde del muelle, separó un poco las piernas y comenzó a realizar unos sellos de manos al tiempo que parpadeaba y sus ojos tomaban un color carmesí.

—¡Katon: Gōkakyū no jutsu! —exclamó y, formando un círculo con el dedo pulgar, índice y medio de su mano derecha, posicionándolo frente a su cara, expulsó por la boca todo el chakra que había acumulado en sus pulmones.

Una enorme bola de fuego se formó sobre el agua del lago.

Mientras expulsaba el fuego, éste iluminaba su rostro y por sus orbes escarlatas pasaban como una película rápida los momentos vividos con su adorado hermano mayor. Una lágrima rebelde escapó de su ojo derecho cuando terminó de realizar el jutsu que caracterizaba pertenecer a ese legendario clan de poderosos ninjas.

Se dejó caer en el muelle tomando asiento en la orilla del mismo, balanceando sus pies, contemplando el final del atardecer e imaginándose que se encontraba en su antiguo hogar. Mientras se perdía en sus recuerdos, finas lágrimas empezaron a brotar de sus bonitos ojos que aún mostraban el Sharingan de tres aspas en ellos.

—Hermano mayor —susurró con angustia, sin apartar la mirada del cielo, sus hombros comenzaron a temblar debido a que intentaba reprimir los sollozos que querían escapar de sus labios.

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Patético.

Así se sentía un pelinegro de ojos tan oscuros como la noche. Sasuke estaba escondido detrás de unas cajas vacías que se encontraban en un callejón. La causa de su, según él, "denigrante situación actual" era que las locas acosadoras en miniatura de su "club de fans" estaban persiguiéndolo por todos lados.

Era sofocante para él tener que estar soportando ser observado "discretamente" —según esas niñas locas—, ser perseguido por todas partes, e incluso que a cada mínima cosa que hacía, esas chiquillas gritaran de la emoción o le dieran ánimos como si fueran su grupo personal de animadoras. Era muy irritante para él, aunque lo supiera disimular muy bien con su expresión indiferente.

Pero esto ya era demasiado.

Había salido a dar un paseo por la aldea para despejar su mente, cuando de repente se vio rodeado de sus locas fans. Él pensaba ignorarlas como siempre lo hacía y pasar de ellas, pero algo llamó su atención: sus expresiones sospechosas. Las niñas tenían unas extrañas sonrisas, un tanto malévolas, plasmadas en sus rostros y no los usuales sonrojos y ojos brillosos que ponían al verlo. La situación no le dio buena espina y un mal presentimiento hizo que se pusiera en alerta, entonces se percató de que algunas llevaban cuerdas que intentaban ocultar inútilmente tras sus espaldas.

La mente del Uchiha comenzó a trabajar a velocidades insospechables, y un segundo después ya había echado a correr a toda velocidad con una manada de locas niñas pisándole los talones, gritando su nombre y persiguiéndolo sin descanso.

Molestas niñas dementes, pensó ofuscado. ¿Para qué querrían atarlo con sogas? Él no estaba dispuesto a quedarse para averiguarlo.

Y ahí estaba él entre esas cajas. Había logrado deshacerse rápidamente de ellas como buen aprendiz de ninja, pero dudaba que desistieran tan fácilmente de su objetivo si se habían puesto de acuerdo para idear un plan como ese.

Tensó todos los músculos de su cuerpo cuando sintió el grito de las niñas acercándose. No era que fuera un cobarde, sino que él tenía su instinto de supervivencia bien activo y sabía que no podía esperar nada bueno de una manada de locas acosadoras. Suspiró aliviado cuando el grupo cruzó frente al callejón y se perdió por una de las calles de la Aldea.

Salió de su patético refugio y se fue en dirección contraria a sus fans; la situación lo puso de mal humor y necesitaba un poco de tranquilidad cuanto antes. Ese era el motivo por el cual había salido de su departamento en un principio, quería un momento para alejarse de sus recuerdos, pero quedó envuelto en una bizarra persecución.

Finalmente se decidió por tomar rumbo hacia aquel muelle olvidado, en el que alguna vez entrenó antes de que todo se torciera, y que ahora era su lugar preferido para estar solo. Sin embargo, cuando llegó al lugar se percató de que no iba a poder satisfacer su deseo de relajación puesto que había alguien más allí. Se extrañó un poco ya que no muchas personas pasaban por ese lugar. Se acercó un poco más hasta divisar la silueta de una niña.

Genial. Otra niña molesta. Mejor me largo, pensó con creciente fastidio por su mala suerte.

Contrario a sus pensamientos, algo dentro de sí lo llevó a acercarse un poco más y así pudo reconocer que se trataba de la niña silenciosa con extravagante cabello rosa de su clase. Nunca esperó encontrarla en ese lugar, tampoco creía que ella lo hubiera seguido en sus anteriores visitas al muelle y había planeado estar a solas con él.

Ella no era así, era distinta a las demás. Era la única niña que no lo acosaba, perseguía, alababa; es más, se atrevía a decir que ella pasaba completamente de él —como esa niña Hyuuga—, de todos en realidad, a excepción del escandaloso de Uzumaki con el que la veía a veces en los descansos de la Academia.

Aunque, ahora que lo pensaba bien, algunas ocasiones la había pillado observándolo con una mirada intensa, no como las demás niñas que babeaban por él, sino que parecía que iba más allá de sí. Su mirada, la mayoría de las veces era seria, pero la que le dirigía a él en especial era distinta, de tristeza.

En un principio pensó que le veía así por lástima de lo ocurrido con su clan y eso lo molestó; él no necesitaba la compasión de nadie. Luego se percató de que ella trataba de disimular esa misma mirada cargada de tristeza y dolor a todos.

Lo admitía, no podía evitar que sus ojos se dirigieran automáticamente a esa niña y la observaran cada vez que estaba en su panorama; no sabía bien por qué, aunque lo atribuía a que llamaba mucho la atención por su cabello. Se preguntaba el porqué de esos sentimientos que reflejaban sus orbes cuando se perdía en sus pensamientos o creía que nadie la veía, y le intrigaba que no podía ocultarlos muy bien cuando su atención estaba puesta sobre él.

Esa niña simplemente era un misterio para él.

Mientras Sasuke estaba ensimismado en sus pensamientos, inconscientemente sus pies lo llevaron hacia Sakura. A mitad del muelle reaccionó y quedó estático, sin saber qué era lo que estaba haciendo. Afortunadamente para él, Sakura no parecía haberse percatado de su presencia; gracias a eso y ahora que estaba más cerca, pudo notar que sus hombros temblaban ligeramente.

Está llorando.

Lo primero que pasó por su mente fue que debían ser tonterías de niñas, pero algo en su interior le dijo que no era así. Se mantuvo unos cuantos minutos viendo la espalda de la niña que sollozaba en silencio frente a él, sin saber qué hacer o cómo reaccionar. Iba a marcharse de ahí, hasta que la escuchó comenzar a susurrar unas débiles palabras que lo dejaron de piedra en su sitio.

—Todo se ha vuelto tan vacío sin ti… Nada podrá llenar este hueco que has dejado en mi corazón —dijo entre sollozos casi inaudibles, pero que Sasuke oía claramente—. Fuiste mi máximo apoyo, mi mejor amigo, mi todo…

Inexplicablemente, el pelinegro comenzó a sentir de manera palpable la tristeza imbuida en cada palabra, sintiéndola inundar su ser.

—No tienes idea de cuánto echo de menos estar a tu lado… No sé cómo lo hacías, pero cada día encontrabas la manera de hacerme feliz. —Sakura se removió en su lugar, tensando al niño y haciéndolo pensar que había sido descubierto, mas no fue así. Ella dobló sus piernas y las abrazó contra su pecho—. Ahora se me hace tan molesto todo este silencio, tan injusto no tenerte aquí. Quisiera solo desaparecer, pero intentaré ser tan fuerte como tú, tal como te lo prometí. —Un sollozo más fuerte se escapó de sus labios sin poder contenerlo, con su voz temblando a cada palabra—. Aunque te hayas ido, siempre seguirás vivo en mi corazón… Hermano —concluyó mirando hacia el cielo, dejando que sus lágrimas corrieran libres por sus mejillas enrojecidas; necesitaba desahogar sus sentimientos reprimidos, transitar su duelo.

Sasuke solo se quedó ahí, con la mirada pegada a la espalda de la peli-rosa, sin atreverse a hacer el más mínimo ruido e interrumpir ese momento tan íntimo. Supuso que ella había perdido a un ser querido, un hermano, y se estaba despidiendo de él a su manera. Se sintió un intruso en ese momento, por lo que decidió marcharse en silencio.

Él se sintió identificado con el dolor y la tristeza que descubrió que envolvían a su compañera de clases. Ella era como él, y finalmente comprendió su comportamiento, su forma de actuar. Sintió una necesidad de sentarse junto a ella en ese muelle y decirle que él la entendía, demostrarle que no estaba sola, pero no se atrevió.

Esos fueron los sentimientos del joven Uchiha mientras se marchaba con un peso en el pecho, sin saber que acercarse a él para que no se sintiera solo era el objetivo de la niña.

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