Ya nada Importa
—¿Qué tal me veo? —dice Emilia mientras miro perplejo al horizonte.
En ese solemne instante, los recuerdos comienzan a atravesar mi mente como afiladas espinas. El dolor fantasma se extiende implacable por todo mi cuerpo, haciéndome tambalear en un torbellino de agonía. Observo mi brazo, aquel que antes faltaba, y siento cómo todo vuelve a la vida. Mi pulso se desboca descontroladamente, y mi corazón amenaza con rendirse ante la carga aplastante de culpa y desesperación.
Fue mi propia estupidez la que nos llevó a esta pérdida, y ahora es el momento de enmendar las cosas. No importa que el deseo de rendirme asalte mi mente, no importa si tengo que arrastrarme por el abismo, el descanso solo es para aquellos que verdaderamente lo merecen.
Ahora debo seguir adelante, tengo responsabilidades que cumplir, aunque mi espíritu tiemble y mis emociones amenacen con desbordarme.
—¿Estás bien? —Emilia intenta tocarme, pero reacciono, esbozando una sonrisa forzada. No puedo permitirme ceder a las turbulencias que agitan mi ser en este momento crucial.
Debo hacer las cosas bien, sin importar lo que suceda.
—Escuchen. —Dirijo mi mirada a Emilia y Rem—. Pronto Alsten vendrá, necesito que le digan que se dirija al pueblo de inmediato. Activen la medida de protección T01. Ahora debo irme. Vayan al pueblo sin demora, no se detengan por nada.
No importa qué.
—¡Marco! —ambas gritan, pero antes de que puedan alcanzarme, tomo una decisión drástica.
Sujetando a Beatrice con firmeza, me arrojo por la ventana. Mientras caemos en picado hacia el abismo, ella, sorprendida y aterrada, pronuncia un grito ensordecedor:
—¡Murak!
El efecto de la gravedad se hace sentir de inmediato, mientras la presión sanguínea aumenta vertiginosamente, recordándome que estoy vivo, aunque deseara lo contrario. Justo antes de estrellarme contra el suelo, utilizo la magia del viento para impulsarme y dirigirme rápidamente hacia el pueblo que espera mi llegada desesperadamente.
El destino ha trazado su camino, y yo, con el corazón destrozado y el alma en llamas, me lanzo a la vorágine sin titubear.
El miasma que se arremolinaba en mi cuerpo comienza a calmarse mientras Beatrice utiliza su magia para mitigar su influencia. A medida que viajo a toda velocidad, en cuestión de minutos, llego al pueblo anhelado. Con cautela, introduzco maná en mi garganta, tratando de controlar lentamente el miasma que amenaza con desbordarse dentro de mí.
—¡Gente de Irlam! —grito con determinación, provocando que todas las miradas se eleven hacia mí. Aguardo unos instantes hasta que todos a mi alrededor se concentran en mis palabras y prosigo—. ¡Se instaura la medida de protección T01! ¡Les ruego que evacuen hacia la escuela siguiendo las indicaciones del ejército! ¡No se alteren ni presenten resistencia!
Las personas comienzan a mirarse entre sí, consternadas por la noticia. Los soldados son los primeros en actuar, al percibir la seriedad de mis palabras, se apresuran a guiar a la gente hacia un lugar seguro. Los capitanes dan órdenes a sus subordinados, y estos se agrupan rápidamente en un punto determinado.
Caigo frente a ellos con determinación, sin vacilar ni dudar, y comienzo a hablar con voz firme y carente de emociones.
—¡Soldados! La batalla ha llegado, el culto de la bruja se acerca y necesitamos actuar sin demora —comento, sin que se asome ni un ápice de emoción en mis palabras.
Lucas me observa con sorpresa, comprendiendo que la mujer a la que enfrentamos está involucrada en todo esto. Los capitanes se miran entre sí, y solo tres de ellos mantienen su mirada fija en mí.
Uno de ellos es Oslo, un hombre ya entrado en años con cabello blanco y una mirada penetrante. Su habilidad como francotirador y su agudo sentido del sigilo le han valido un gran reconocimiento en el ejército. Su escuadra se dedica a tareas de reconocimiento y ataques sigilosos, aunque aún están en proceso de perfeccionamiento.
El otro es Pest, un joven de apenas dieciocho años. Perdió a sus padres durante un ataque de las mabestias, lo que lo impulsó a unirse al ejército movido por la ira. Con cabello rojo oscuro que evoca el color de la sangre misma y un rostro desprovisto de emociones, impone un temor palpable. Él se ha destacado por cumplir sus deberes de manera impecable, sin titubeos ni vacilaciones. Podría considerarse el soldado perfecto según los estándares de mi mundo, pero siento una profunda pena por él y su situación.
—¡A sus órdenes, mi general! —responden los tres al unísono, lo que provoca una reacción en cadena entre los demás soldados, quienes adoptan la misma postura de compromiso y obediencia.
Los soldados se dispersan y Oslo se queda a mi lado.
—Avisa a los constructores para que creen trincheras. Todos deben colaborar. El ataque vendrá por la entrada principal del pueblo —señalo en dirección al bosque que se divisa a lo lejos.
—¡Sí, mi general! —Oslo realiza un saludo militar y se pone en movimiento.
Los soldados se dispersan en todas direcciones, siguiendo las órdenes impartidas. Oslo, sin embargo, se mantiene a mi lado, listo para cumplir con sus deberes.
Con determinación en mi voz, le ordeno:
—Avisa a los constructores que creen trincheras de defensa. Todos deben colaborar. El ataque vendrá por la entrada principal del pueblo —señalo hacia el bosque que se divisa a lo lejos, donde se oculta la amenaza.
Oslo, sin vacilar, realiza un saludo militar y se pone en movimiento, dedicado a ejecutar la tarea asignada.
Sé que el ataque es inevitable, pero si logro eliminar a Petelgeuse antes de que su influencia se extienda, los efectos serán disminuidos. Con Beatrice a mi lado, volamos hacia la escuela donde se encuentra el mago especialista en magia Yang.
Al llegar, el hombre se apresura hacia mí, su rostro reflejando preocupación por lo que ha escuchado. Me guía hacia un lugar apartado, apartándome del bullicio y la agitación que llena el ambiente. En ese momento, me enfrento a la angustia y la ira desatada por las decisiones de Roswaal, quien, a pesar de tener conocimiento de la situación, ha decidido no presentarse. La rabia hierve dentro de mí.
Su voz tiembla de temor mientras exclama:
—¡El culto de la bruja ha llegado, ¿verdad?! —sus palabras son un reflejo del miedo que ha invadido su ser.
Sin poder contenerme, tomo al hombre por ambos brazos y lo empujo con fuerza, provocando que pierda el equilibrio y caiga al suelo. Mi voz es lacerante, cargada de enojo:
—Que sea la última vez que te atrevas a hacer eso —respondo con furia contenida—. Ahora que el peligro se acerca, no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Refúgiate como todos los demás y confía en que todo saldrá bien.
El hombre, con expresión molesta, me lanza el cargador de balas Yang antes de levantarse, clavando su mirada en mí con molestia evidente. Baja la cabeza y, con un tono temeroso, murmura:
—Es culpa de la medio demonio.
El arrebato de ira me domina y, sin pensarlo dos veces, tomo al hombre del cuello y lo estrello contra el suelo con violencia. Sus ojos se abren desmesuradamente ante la sorpresa, intentando desesperadamente agarrar mi brazo para liberarse. Mi agarre en su cuello se intensifica mientras lo observo con ira desenfrenada. El hombre, atrapado en mi furia, me mira con miedo, luchando por respirar.
—¿Te atreves a decir eso en presencia de la señorita Emilia? ¿Te atreves? —mi voz es un gruñido amenazante, mientras aprieto con más fuerza, provocando que el hombre intente invocar magia para defenderse.
Con mi maná superior, rechazo su magia con una presión avasalladora. El ambiente se carga de tensión, el poder mágico se descontrola debido al miasma que aún persiste en mí. Mi mirada se llena de odio y desprecio mientras el hombre comienza a llorar, desesperado y suplicante.
—Te advierto, esta es la última vez. —Suelto su cuello, permitiéndole respirar con dificultad—. La próxima vez... ¡te mataré!
Abandono el lugar con un peso en el corazón, advirtiéndole al hombre que guarde silencio absoluto sobre lo sucedido. Ya no me importa si decide renunciar, pues en este momento tengo otras prioridades. Con las balas en mi poder, mi única meta es enfrentarme a Petelgeuse. Aunque los remordimientos intentan aflorar, los aparto de mi mente.
Ahora debo concentrarme en lo que vendrá.
La academia se convierte en un bullicio de personas, todas ingresando con semblantes temerosos pero organizadas en sus acciones. Los soldados se despliegan con precisión, brindando ayuda a aquellos que encuentran dificultades para moverse. Este lapso es crucial para evitar cualquier daño innecesario al inicio del ataque.
En medio de la multitud, Emilia y Rem se abren paso hacia mí a toda velocidad, sus rostros reflejando preocupación y anticipación. Sus ojos recorren el escenario, captando la obediencia generalizada de las personas que siguen las órdenes sin hacer preguntas. La sombra del pasado, marcado por el terror de las mabestias, sigue impregnada en los corazones de todos. Saben que algo grave está ocurriendo, pero ninguno se atreve a romper el silencio con preguntas temerarias.
—Marco, el coronel Alsten trajo... —comienza a decir Emilia, pero interrumpo su voz con determinación.
—Ha traído consigo a una chica que lleva el miasma en su interior —respondo sin vacilación, permitiendo que mis palabras expresen la gravedad de la situación.
Ambas me observan con sorpresa, pero es el rostro de Emilia el que experimenta un cambio drástico, pasando de la confusión a una mezcla de temor y duda. No puedo evitar sentir cómo su mirada escudriña mi rostro, detectando la falsedad en mis palabras.
—Lucas ya me había mencionado que esta chica provenía de un pueblo lejano —miento descaradamente, tratando de desviar la atención—. Todo esto ya había sido informado previamente desde la capital. Roswaal partió a investigar, pero nunca imaginé que estuvieran tan cerca.
Emilia debe percibir mi engaño, pero también comprende que ahora no es el momento para discutirlo. La situación es demasiado apremiante.
—La chica está infectada con miasma, pero solo la dejé dormida y mi hermana está a cargo de su vigilancia —afirma Rem, visiblemente enfadada por lo ocurrido.
Emilia nos observa a ambas, sus labios temblorosos mientras su mirada se desplaza hacia las personas que nos observan de reojo. La gente tiene una noción aproximada de lo que está sucediendo, son conscientes de que Emilia es indirectamente responsable, pero temen pronunciarlo en voz alta.
Conocen las consecuencias que eso podría acarrear.
De repente, Emilia empieza a tambalearse, amenazando con caer al suelo. Actúo rápidamente, agarrando su brazo y levantándola con firmeza.
—¡Tienes que ser fuerte ahora! No permitas que el miedo te controle. Esta gente te necesita más que nunca. —La sujeto por los hombros, haciendo que nuestros ojos se encuentren en un intento de transmitirle fuerza—. Eres la más fuerte de todos aquí. Defiéndelos con esa fuerza.
Emilia me mira sorprendida. No puedo precisar qué expresión exacta tiene en su rostro, pero sus ojos reflejan gratitud y una chispa de determinación. Me sonríe mientras aprieta los puños, aceptando el desafío.
—Sí, tienes razón —responde con determinación en su voz.
Comprendo que Rem es demasiado vulnerable para lo que se avecina. Aunque yo puedo resistir gracias a mi capacidad para percibir los movimientos de Petelgeuse, los sentidos de Rem no son suficientes para enfrentarlo. Es mejor que ella y Beatrice se queden atrás para proporcionar apoyo y curación. Si algo sale mal, no necesito sobrevivir. Estoy dispuesto a aceptar mi destino.
Si llega el momento.
Que así sea.
—Emilia y yo iremos al bosque —doy la orden con seriedad, fijando mi mirada en ambas.
Beatrice es la primera en reaccionar. Me agarra del brazo con rabia, gritándome con enojo.
—¡¿Vas a abandonar a Betty?! —me mira con furia desatada— Eres un mentiroso, supongo.
Los ojos penetrantes de Rem se clavan en los míos, buscando desesperadamente una manera de expresar lo que su silencio oculta. Sus labios se tensan, sellando las palabras que luchan por escapar de su alma atormentada. Acepto su silencio y me inclino hacia Beatrice, dejando que mis dedos se deslicen suavemente sobre la cabeza de Beatrice, cuyos ojos nunca abandonan mi rostro.
—No sucumbiré en esta batalla. Me dirijo en compañía de la persona más poderosa de todas, aquella que posee la facultad de curar, al igual que tú. —Mi mirada se dirige a Beatrice, y una sonrisa se dibuja en mis labios—. Confía en mí, quédate aquí para que puedas emplear tus dones de salvación en beneficio de cuantos soldados sea posible, ¿me lo prometes?
Un momento de profundo silencio envuelve a Beatrice, sumida en una introspección llena de incertidumbre. No deseo cargar nuevamente con el peso de tal responsabilidad, pues no estoy seguro de soportar presenciar su sacrificio una vez más. Aun retengo en mis recuerdos el eco de sus dulces susurros, el calor de su presencia desvaneciéndose entre mis manos.
Aquella fue la única opción, pero me niego a revivir tal agonía.
Si Beatrice logra salvarme y ello implica atravesar el umbral de no retorno, temo perderme en un laberinto de desesperación. Si debo arrebatarle la vida y se me prohíbe contemplar su rostro una vez más, si todo queda reducido a cenizas y desolación, prefiero ni siquiera contemplar esa triste posibilidad.
Aunque Beatrice se esfuerza por sonreír, sus ojos revelan el trasfondo de su sonrisa forzada, la carga que lleva a sus espaldas.
—Betty te aguardará, más te vale regresar sin falta de hecho —responde con una mirada penetrante, clavando sus ojos en los míos como un desafío.
—Te prometo que retornaré para envolverte en un abrazo como el que nos envuelve ahora mismo —proclamo, estrechando a Beatrice con fuerza, en un intento desesperado por apaciguar la tormenta de emociones que me consume.
Tras un lapso que parece eterno, Beatrice responde a mi abrazo, aferrándose a mí con una fuerza desmedida hasta que finalmente nos separamos. Entonces, sus ojos se posan en Emilia, quien parece sumida en la confusión y la desorientación. Emilia, a su vez, se ve sorprendida por la mirada de Beatrice, quien parece a punto de revelar un secreto profundo.
—Ya no eres la niña que llegó a esta mansión. Has crecido, has florecido más allá de toda medida imaginable supongo —asegura Beatrice, esbozando una sonrisa cargada de significado y sabiduría.
Los ojos de Emilia se abren de par en par, incapaz de asimilar las palabras que emergen de los labios de Beatrice. Emilia, presa de sus propias emociones, cubre su boca con las manos, luchando por contener el torrente de sentimientos que amenaza con desbordarse. Entonces, dirige una mirada al cielo, una mirada que refleja la determinación más firme que jamás haya albergado en su interior.
—He cambiado y seguiré cambiando, incansablemente —proclama Emilia con una determinación que resuena en cada sílaba, en cada fibra de su ser.
Rem también dirige su mirada hacia Emilia, reflejando asombro en sus ojos. Si hablamos de transformaciones, indudablemente la de Emilia ha sido la más notable. Con cada día que pasa, ella gana confianza en sí misma y en sus habilidades. La responsabilidad de su muerte recae sobre mis hombros, pues no le revelé las habilidades de Petelgeuse en un intento por protegerla.
Emilia es mucho más fuerte de lo que creí.
—Rem y Beatrice se quedarán para brindar atención a los heridos. Emilia y yo nos encargaremos de acabar con el enemigo —ordeno con determinación.
Todas asienten en acuerdo. Rem y Beatrice permanecerán en el campamento para cuidar de los heridos. Mientras tanto, yo debo tener en cuenta mi propia condición: el miasma que se agita en mi interior limita mi capacidad para utilizar la magia en su plenitud. Si la empleo en exceso, podría desencadenar una explosión en mi puerta espiritual. Por lo tanto, debo controlar mi ansia de usar magia espiritual y ceñirme a los hechizos que domino con destreza, evitando problemas innecesarios. Solo la usaré cuando sea estrictamente necesario.
Debo esperar la señal. En el momento en que la mina sea activada, Emilia y yo nos dirigiremos al lugar designado. No importa qué, mi objetivo es acabar con Petelgeuse.
Desataremos una masacre contra esos desalmados. No fue en vano que me preparé meticulosamente. Fui un insensato al dejarme llevar por mis emociones. Frotándome los ojos, me aseguro de tener una visión clara de lo que enfrentaremos.
Los magos montan trincheras, mientras que los soldados colocan cajas de municiones. Esta preparación es crucial, ya que se avecina una batalla prolongada. Ellos resistieron una vez, lo cual indica que serán capaces de hacerlo de nuevo.
El regreso se encargará de llevar a cabo las cosas de manera impecable. Conozco sus planes, por lo que no habrá ningún contratiempo.
Ahora es el momento de que cada uno cumpla su parte. Me enorgullece ver que resistieron en aquel entonces, lo cual significa que todo mi esfuerzo no fue en vano. Si logramos salir de esta situación, se completará el inicio de una nueva fuerza.
Sin darme cuenta, alguien toma mi mano. Giro la cabeza para ver quién es y me encuentro con Emilia, quien me sonríe de manera juguetona. Ella eleva mi mano y la coloca en su pecho, cerrando los ojos. Sin saber qué está sucediendo, pronuncia unas palabras:
—Marco, tú también tienes secretos, pero quiero que sepas que no siempre tienes que ser fuerte —abre los ojos y me mira fijamente—. Puedes ser tú mismo cuando quieras.
Permanezco atónito, sin entender el motivo de sus palabras. Busco en mi mente, pero no puedo recordar haber dicho algo incorrecto. Dirijo la mirada hacia Beatrice, pero ella evita mi mirada. Sonrío incómodo mientras retiro suavemente mi mano de la suya.
—Tranquila, estoy bien —respondo—. Solo estoy un poco cansado. Después de la reunión de la selección, tendremos unas buenas vacaciones.
Una mentira piadosa. No vi rastro de la ballena, por lo que supongo que este ataque no está relacionado con eso. Todo tiene una razón. Espero que Roswaal traiga información útil; si no es así, no dudaré en dispararle en la cabeza para calmarme.
—General Marco, señorita Emilia. —Aparece Alsten a mis espaldas, interrumpiendo mis pensamientos.
Realizo un saludo militar, permitiendo que ambos podamos hablar. Alsten me mira con una expresión compleja. Puedo sentir su miedo, pero también la presión que le impide mostrarlo. Él es el coronel del ejército y el siguiente en el mando cuando ni yo ni Emilia estamos presentes.
—Coronel, ahora que todo está listo, necesito que tengas en cuenta algo. —Pongo mi mano en el hombro de Emilia y explico—. La señorita Emilia y yo iremos a acabar con el arzobispo del culto. Existen posibilidades de que nos enfrentemos a personas muy poderosas, por lo que necesito que, si encuentras algo que supere tu comprensión, seas tú quien guíe a los demás en el camino correcto.
Alsten parece confundido, pero entiende a qué me refiero. De todo el ejército, solo a él le he revelado la información sobre la mayoría de los arzobispos. Después de todo, si no estoy presente, él es quien toma las decisiones.
Es algo que también haré con Emilia.
—Si no encontramos otra salida, deberemos recurrir al plan de contención como último recurso. Aunque implique un sacrificio humano, al menos permitirá proteger a los civiles —añado con gravedad y determinación.
—¡Sí, mi general! ¡Cumpliré con mi deber sin vacilar! —exclama Alsten, despidiéndose de Emilia y retirándose con paso firme.
La última barrera defensiva, la cual emplea minas estratégicamente colocadas para congelar el entorno circundante, toda la academia será aislada. Será un sacrificio doloroso, ya que significa que todo el ejercito debe perecer, pero nuestra prioridad es salvaguardar las vidas de los inocentes. Rezo para que no lleguemos a necesitar utilizarla.
¡BOOM!
Casi de manera sincronizada, mientras Alsten se aleja, un temblor violento sacude la tierra. Alzo la vista al cielo y observo con asombro cómo múltiples pilares de hielo se alzan majestuosamente. Todos contemplan los pilares con una mezcla de temor y anticipación. El destino parece haber cambiado, esta vez el bucle ha tomado un rumbo distinto. Quizás mi advertencia ha surtido efecto. Mi mirada se cruza con la de Emilia, quien irradia determinación.
—En el camino te revelaré todo lo que necesitas saber —afirmo mientras tomo su mano con fuerza— ¡Es hora de avanzar!
Emilia asiente con determinación y juntos emprendemos una carrera vertiginosa. Fijo mi mirada en el horizonte, tratando de mantener mi mente clara y centrada. Los seguidores del culto no tardarán en llegar, por lo que debemos apresurarnos para enfrentar el inminente destino. Corremos con el corazón palpitando en nuestros pechos, listos para enfrentar cualquier desafío que se nos presente en el camino.
La guerra se avecina y estamos dispuestos a enfrentarla con todas nuestras fuerzas.
El general Marco me entregó instrucciones precisas, y su capacidad para obtener información detallada es enigmática. Aunque no poseo su agudeza mental, cuento con habilidades propias para enfrentar esta situación. Observo los pilares de hielo, imponentes testimonios de las minas estratégicamente colocadas. En el bosque, contamos con un total de cuarenta minas, aunque estimaría que en esa dirección específica hay aproximadamente quince de ellas, ya que las demás han sido distribuidas en diferentes perímetros.
Cada una de esas minas es capaz de segar la vida de cinco, o tal vez con algo de fortuna, hasta diez personas en su radio de acción. Ahora que se ha confirmado que el enemigo se aproxima desde la ubicación señalada por el general, debemos actuar en consecuencia.
—¡Preparen los cañones! —grito con voz firme, mientras el escuadrón de artilleros se coloca en posición en el campo de batalla.
El sonido metálico de la artillería resuena en el aire, anunciando que nos encontramos preparados para el enfrentamiento. En medio de la tensión y la anticipación, siento el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. La guerra se acerca y debemos estar listos para defender a los nuestros, sin importar el costo.
He presenciado el poder destructivo de este armamento, y no puedo evitar maravillarme ante su fuerza avasalladora. El estruendo de la pólvora retumba en mis oídos, recordándome lo único y excepcional que es. Habitualmente, utilizaríamos cristales de fuego, pero el costo de tal recurso es astronómico, y no estamos en condiciones de despilfarrar nuestros escasos recursos, además de que consume maná usarlos.
Dirijo mi mirada hacia mi rifle, el fiel compañero que me ha acompañado en innumerables batallas. A mi alrededor, los soldados se reúnen en las trincheras, pequeños muros de tierra reforzados con púas en su frente. Estas trincheras nos brindan la cobertura necesaria para enfrentar al enemigo y disparar cuando sea necesario.
Todos los civiles han sido evacuados, dejándonos solos para enfrentar la inminente respuesta del culto. Nuestro deber es aguantar hasta el regreso del general y la señorita Emilia. Los soldados me miran, sus ojos reflejan una mezcla de temor y enojo. Entiendo sus sentimientos, pues el ataque que enfrentamos es consecuencia directa de la existencia de la señorita Emilia.
Sin embargo, considero que esas ideas son meras ilusiones; esa joven no es más que una niña esforzándose tanto como nosotros por sobrevivir en este mundo despiadado.
Cada día, después de los agotadores entrenamientos, es ella quien atiende a las heridas de todos sin falta, además de ayudar en nuestras prácticas. Durante la prueba con las mabestias, fue la única que estuvo pendiente de cada herida, cuidando de todos nosotros. Los soldados son conscientes de esto, pero no es fácil aceptarlo. La apariencia de Emilia es desconcertante, y la sombra de la incertidumbre se cierne sobre nosotros. No obstante, sé que en su corazón no hay maldad.
Hay secretos que solo yo conozco y que guardaré celosamente.
«¿No es así, Luna?»
Fuiste arrebatada de mis brazos, arrancada violentamente de mi vida y masacrada por los caballeros de la capital. Aunque me pediste que los perdonara, soy incapaz de hacerlo. Veo en esta lucha una oportunidad de venganza, y debo aprovecharla. Si estas personas se fortalecen, si utilizo la bendición que me concediste para alcanzar mayor poder, si logramos tomar el trono y derribar a los caballeros.
Entonces podré exterminar a todos aquellos que te hicieron daño.
