La Fuerza de la Determinación
Los disparos implacables no dan tregua, la batalla se prolonga y con cada minuto que pasa, también se acumulan más heridos. Aunque hemos logrado mantener nuestras posiciones, los rostros de todos muestran el agotamiento que proviene de un esfuerzo continuo.
No tengo dudas de haber sido responsable de más de cuarenta muertes por mí mismo. El campo de batalla es un paisaje infernal, salpicado de sangre y fragmentos desgarrados de cuerpos, resultado de las devastadoras explosiones de los cañones. Sin embargo, el problema que nos atormenta es la escasez de balas, pues el lote que preparamos es todo lo que planeamos utilizar a lo largo del año.
Por fortuna, el número de enemigos ha ido disminuyendo, lo cual podría significar dos cosas: o bien están tramando alguna estratagema peligrosa o están quedándose sin hombres. Es inimaginable manejar a una multitud tan numerosa, y estoy convencido de que yacen más de cuatrocientos cadáveres dispersos en este desolado lugar. Solo se puede lograr algo así si capturan a la gente de los pueblos cercanos y la convierten en carne de cañón.
Poseen una fuerza que se asemeja a un pequeño ejército, una masa de hombres desesperados. Sin embargo, su inteligencia deja mucho que desear, ya que persisten en atacarnos con cuchillos en mano. A medida que nos damos cuenta de su aproximación, abatimos al último de ellos, lo cual genera un silencio abrumador que nos envuelve. Nadie celebra la victoria, todos permanecemos alerta, esperando que nuevos enemigos aparezcan en cualquier momento.
Algunos soldados aprovechan el breve respiro para recargar sus armas, mientras que otros se sientan exhaustos, buscando un instante de descanso en medio del caos.
Al principio, no entendía por qué se les imponían horarios de trabajo tan rigurosos a las personas de las fábricas y herrería. Llegué a pensar que estábamos esclavizándolos, pero ahora comprendo que era una medida necesaria dada nuestra situación desesperada.
Solo nos queda un pequeño lote de balas, por lo que no podríamos aguantar mucho más.
Sofia me hace una señal indicando que los cañones han dejado de funcionar. Suspiro aliviado al ver que esto ocurre en el momento adecuado. Sin duda alguna, si el general no hubiera tomado la decisión de concentrar todos nuestros esfuerzos en la producción de balas y armas, todo esto hubiera sido imposible de llevar a cabo.
Seco el sudor de mi rostro mientras recargo mi arma, y una ola de esperanza se esparce entre los soldados. Sin embargo, desde el bosque podemos percibir algo extraño en el aire.
Intentamos ver con atención y, de repente, algo sale volando por los aires. Nuestros ojos siguen su trayectoria hasta que el cuerpo sin vida cae cerca de uno de los capitanes. El capitán, sorprendido, se acerca al cadáver y lo apuñala con la bayoneta de su arma.
¡Boom!
En ese instante, el cadáver explota con un estruendo ensordecedor, desencadenando una onda de viento que arrastra consigo una nube de polvo. Cierro los ojos instintivamente para protegerme de la fuerza del impacto, pero los gritos de dolor de mis compañeros resuenan en mis oídos. Rápidamente, más de esos cadáveres empiezan a caer del cielo.
—¡Retrocedan! —grito desesperado, intentando que todos se pongan en movimiento. Los magos de tierra que se han quedado atrás comienzan a erigir domos protectores para resguardarnos de los ataques. Sin embargo, puedo ver que varios cultistas emergen del bosque, y entre ellos hay alguien que se destaca.
Es pequeño, con una estatura similar a la de un niño, pero a su alrededor los cadáveres son levantados y lanzados como títeres macabros.
Un nuevo adversario ha hecho su aparición y no tenemos manera de protegernos contra él. La desesperación se apodera de nosotros, pero no podemos permitir que el miedo nos paralice.
—¡No abandonen! ¡Debemos proteger a nuestros seres queridos! —grito con todas mis fuerzas mientras los magos crean techos de tierra sobre nosotros, formando una barrera improvisada.
—¡Han matado al capitán Keer! —grita un soldado, mientras trata de auxiliar a los heridos que yacen en el suelo, luchando por su vida.
Debí haberlo supuesto. Todo por mi exceso de confianza. El general nos advirtió que el enemigo podría contar con algún tipo de explosivos, pero jamás imaginé que recurrirían a tan repulsiva táctica: utilizar cadáveres como armas explosivas.
Apunto mi arma hacia los cultistas, y con una última muestra de determinación, abro fuego. Sin embargo, ellos, en un último esfuerzo, levantan varios pilares de tierra para protegerse de las balas, creando coberturas cada vez más cercanas. Utilizan los cadáveres como escudos improvisados mientras avanzan hacia nosotros. Es una tarea ardua dar en el blanco cuando los magos de tierra se encuentran resguardados tras esa barrera defensiva.
Nos falta el apoyo de los cañones, lo que significa que debemos pensar con cautela y elegir nuestras acciones sabiamente. Matar al líder, conocido como "el dedo", resulta aún más complicado debido a las explosiones constantes que dificultan nuestro avance y la precisión de nuestros disparos en medio del polvo y el caos. Los cultistas se acercan cada vez más, los heridos se multiplican y nuestra capacidad para avanzar se ve severamente limitada.
Si el general no llega pronto como refuerzo, estamos condenados a perecer.
De repente, una idea se forma en mi mente, una posibilidad que podría poner fin a este horror.
—Después de todo, quizás hay una forma de eliminar a los cultistas. —Dirijo mi mirada hacia uno de mis soldados, alguien en quien puedo confiar. Él me observa con terror debido a la gravedad de la situación, pero sin vacilar, le grito con determinación— ¡Trae las minas de emergencia! ¡Tráeme la caja completa!
Los ojos del soldado se abren con sorpresa, pero asiente rápidamente y se dirige corriendo hacia el almacén del ejército. Solo hay una manera de acabar con "el dedo", incluso si eso significa poner en riesgo mi propia vida.
Cumpliré con mi deber sin titubear.
—¡Capitán Oslo! —me coloco al lado del capitán Oslo, quien parece estar igualmente inmerso en sus pensamientos sobre qué hacer a continuación— Tengo un plan para poner fin a esto, pero debemos estar dispuestos a arriesgarlo todo.
El capitán Oslo sonríe, confiando plenamente en mis palabras.
—¡Como ordene, mi coronel! —realiza un saludo militar y, sin perder un segundo, dispara contra los cultistas.
En cuestión de segundos, los cultistas llegarán a nuestras trincheras. Aunque su número no es abrumador, sin los cañones nos resulta difícil causar un daño significativo a sus estructuras. Eliminar a los magos que se mantienen en la distancia se convierte en una prioridad apremiante, pero el capitán Pest está herido a causa de la explosión, por lo que perdimos a quien es capaz de darle a tal distancia.
En este momento crítico, nuestra estrategia se convierte en nuestra última esperanza, pues solo nos queda confiar en el espíritu del general. El soldado regresa con una pequeña caja que contiene las escasas minas que no fueron instaladas. Lucas y Sofia se acercan, buscando órdenes.
—Instalen las minas y retírense en el momento en que los cultistas entren. Esto provocará su destrucción y creará una barrera protectora —ordeno, mientras poso mi mano en el hombro del capitán Oslo—. Nosotros nos encargaremos del dedo.
El capitán Oslo comprende de inmediato mis intenciones y una expresión de emoción se dibuja en su rostro. Sin duda, Oslo es alguien a quien se puede respetar. Es increíble pensar que no muestra ni un atisbo de nerviosismo en una situación como esta.
—¡Entendido, señor! —responden ambos al unísono, mientras se dirigen a los soldados, dándoles instrucciones enérgicas mientras distribuyen las pocas minas disponibles.
El capitán Oslo y yo tomamos dos minas cada uno, colocando nuestras armas en posición y, saltando la trinchera sorprendemos a los primeros cultistas, quienes no tienen tiempo de balancear sus armas antes de ser abatidos por disparos certeros en la cabeza.
Corremos a toda velocidad hacia la cobertura más cercana que han creado los cultistas. Sin perder un segundo, apuñalamos a los cultistas que se encuentran en ella y continuamos corriendo. A medida que los cultistas se percatan de nuestra presencia, comienzan a aproximarse, pero dejamos una de las minas detrás de nosotros, evitando así ser alcanzados.
Nos esforzamos al máximo para escapar de su alcance.
Estas minas son defectuosas, ya que no tienen la misma potencia que las instaladas previamente. No obstante, resultan perfectas para esta situación. Ambos continuamos corriendo a toda velocidad, disparando solo a aquellos que nos atacan por el frente.
De repente, una explosión estalla detrás de nosotros.
¡Boom!
Unas afiladas púas de hielo se extienden, aniquilando a los cultistas que nos perseguían. Buscamos refugio y nos movemos en otra dirección para evitar ser vistos por el dedo. Recargo mi arma, pero la cerradura se traba rápidamente y mi pulgar queda atrapado.
En ese mismo instante, dos cultistas emergen de las sombras, y mi instinto de supervivencia se activa de inmediato. Intento apartar rápidamente mi dedo, pero uno de ellos lanza su cuchillo hacia mí. Ágilmente, me deslizo para esquivarlo, pero no logro evitar que alcance parte de mi brazo, provocando un intenso dolor que se propaga por mi cuerpo.
Oslo, con su puntería certera, dispara a la cabeza de uno de los cultistas y se abalanza sobre el otro, hundiendo la bayoneta en su pecho. Sin pensarlo, agarro las vendas de tela que nos otorgaron para proteger nuestras heridas. Con mano firme, aplico un torniquete para detener el sangrado y, al mismo tiempo, cargo mi arma.
—¡Coronel! —Oslo se acerca apresuradamente hacia mí, pero lo detengo con un gesto de mi mano.
—Estoy bien, ya estamos cerca. Solo necesitamos una cosa más.
Para que el dedo pueda liderar a su séquito, necesitará bajar de su posición actual. Debido al estruendo de las balas y los cadáveres explosivos, es probable que nadie escuche su descenso. Esta, sin duda, será la última batalla, ya que nos encontramos solos en esta cobertura.
Desde aquí puedo vislumbrar a los pocos cultistas que avanzan hacia las trincheras. Sin embargo, los disparos se vuelven cada vez más escasos, lo que significa que pronto nos quedaremos sin balas.
Oslo y yo esperamos pacientemente, aguardando el momento oportuno para lanzar nuestro ataque. Los cultistas atraviesan las trincheras, pero justo en ese instante todas las minas se activan en cadena, desatando un mortal aluvión de espinas que atraviesan a los cultistas que intentaron adentrarse.
Rápidamente, los pocos que quedan comienzan a saltar por encima de las trampas, dejando esa batalla en sus manos.
Nosotros tenemos una tarea pendiente.
El dedo empieza a descender y se dirige hacia donde se encuentran los magos. Oslo y yo nos movemos sigilosamente entre las coberturas, acercándonos cada vez más. Un pequeño pilar, creado por los magos para poder tener una mejor visión, indica que existe la posibilidad de que nos vean si nos levantamos demasiado. Cuando estamos lo suficientemente cerca, podemos escuchar sus voces.
—¡Inútiles! —el dedo retuerce su cuerpo con desprecio—. Se dejan vencer por unos míseros humanos. Son realmente patéticos —dice mientras toma la cabeza de uno de los magos y hunde su mano en la garganta de otro, derribándolo al suelo.
Oslo y yo nos miramos, sin estar seguros de si es el momento adecuado. Justo en ese instante, el cultista saca un extraño dispositivo de su bolsillo. Parece utilizarlo para intentar ver algo, pero lo que escucho me proporciona cierto alivio.
—Así que es un dispositivo de comunicación. —Desde el dispositivo se oye la voz de la señorita Emilia, lo que me llena de satisfacción al saber que sigue con vida.
El cultista, presa del terror, lanza aquel dispositivo al suelo y se sujeta la cabeza con desesperación, cerrando los ojos por un instante. Oslo y yo no desperdiciamos ni un segundo y aprovechamos esa oportunidad para arrojar las minas al aire con determinación. Las cargas explosivas trazan una trayectoria ascendente, dirigiéndose implacables hacia el último monstruo que queda en pie.
Agarramos nuestros rifles y disparamos sin piedad a los magos que aún se mantienen de pie. Sus intentos por reaccionar son en vano, ya que caen uno tras otro, vencidos por nuestras balas certeras. Sin embargo, el cultista nos observa con furia en sus ojos, lo que nos lleva a actuar de inmediato, intentando alejarnos de su alcance.
Entre la nube de polvo que se levanta, diviso algo que se aproxima velozmente hacia nosotros. Trato de moverme rápidamente, pero es inútil. El objeto atraviesa una de las coberturas y me lanza violentamente al aire. Choco con una pared de tierra, sintiendo el impacto retumbar en mi cuerpo, mientras Oslo se lanza al suelo para evitar el embate.
A pesar del dolor que me embarga, ignoro el malestar y esbozo una sonrisa ante el descuido de aquel monstruo.
—Al final, no son más que unos bastardos descerebrados —musito con voz entrecortada, justo antes de que una de las minas impacte contra él.
¡Boom!
Las espinas salen disparadas en todas las direcciones con violencia desmedida. El dedo, sin tiempo para emitir un grito, es atravesado repetidamente, mientras que la explosión resultante termina por destruir por completo el lugar. Contemplo la escena con una sonrisa en mis labios, aunque no puedo evitar contener el dolor que me aguijonea.
Un dolor infernal se desata en mi pecho, dejando en claro que aquel golpe ha fracturado algunas de mis costillas. Intento incorporarme, pero en el intento solo consigo escupir una bocanada de sangre. Oslo, levantándose rápidamente, corre hacia mí con expresión preocupada.
—¡Alsten! —grita, mientras se acerca velozmente.
Me mira con profunda inquietud, pero yo no dejo de sonreír. Él extiende su brazo para ayudarme a levantarme. Esto ha llegado a su fin, pues ya no escucho más disparos, lo que indica que también ha concluido la batalla en esa dirección.
Ahora solo nos queda esperar a los otros dos, quienes seguramente han librado una contienda aún más feroz y desgarradora.
Emilia y yo avanzamos hacia aquel lugar, pero no logramos atrapar a ningún dedo, ya que estos preferían suicidarse antes de caer en manos de Emilia. Al eliminar al último, comprendo que solo falta uno. Puck ya pasó de su hora operativa, por lo cual solo somos ella y yo.
—¿Estás seguro de que puedes seguir adelante? —pregunta Emilia, preocupada por mi bienestar.
Si no fuera por el miasma que nos rodea, las batallas habrían sido mucho más sencillas. Los enfrentamientos mágicos son frenéticos y desafiantes, pero gracias a mi experiencia he ido adquiriendo un instinto de combate. Además, la curación de Emilia ha permitido sanar algunas de mis heridas, de lo contrario, me habría visto obligado a retirarme. Emilia es asombrosamente fuerte y, si no fuera por sus descuidos ocasionales, sería una formidable guerrera.
Todos aprendemos de alguna manera, supongo.
—Estoy bien, solo siento que el maná en mi cuerpo está ejerciendo demasiada presión —respondo, sin dejar de mantener la mirada al frente.
Ella no dice más, continuamos avanzando hasta llegar a una pequeña explanada. Frente a nosotros se erige el primer pilar de hielo, que se eleva a más de diez metros de altura, y observamos a varios cultistas congelados en su base.
Luego, dirigimos nuestra mirada hacia la construcción que Petelgeuse utilizó para ocultarse. Similar al inicio de una mazmorra en un videojuego, su apariencia abandonada la convierte en la entrada hacia la batalla final contra el jefe supremo.
Trago saliva y avanzo con cautela, buscando alguna señal de Petelgeuse. Sostengo la mano de Emilia, sabiendo que así podré ayudarla en caso de que necesitemos esquivar algún peligro repentino.
De repente, desde el interior de la construcción se escuchan unos pasos, cada uno más fuerte que el anterior. El eco de aquellos pasos se convierte en una presencia abrumadora. Pronto, una serie de carcajadas resuenan desde el interior.
Los aplausos se hacen cada vez más audibles. Varios cultistas emergen de entre los arbustos, quedándose al margen de la explanada como si estuvieran esperando algo más. Las risas se vuelven siniestras y el agarre de Emilia se intensifica, mientras que yo me preparo para cualquier ataque que pueda venir.
—¡Vaya, qué trabajador tan excepcional! ¡Has matado a mis queridos dedos! ¡Has venido hasta aquí, entregándome a la medio demonio! —exclama Petelgeuse, asomándose desde la entrada de la mazmorra.
Sus palabras son seguidas de un aplauso, al que todos los cultistas a nuestro alrededor se unen en complicidad. Observo a mi alrededor, alerta ante un posible ataque, pero Petelgeuse parece confiado. Agita su mano con emoción mientras se acerca a nosotros.
Emilia, con una rápida y hábil manifestación de su magia, crea varias estacas de hielo en un intento de intimidar al enemigo. Sin embargo, Petelgeuse no muestra ningún signo de temor. Respiro profundamente, tratando de mantener la calma en medio de la tensión palpable.
—¡Eres un trabajador incansable! ¡Con tanto fervor en tu corazón podrías haber alcanzado la grandeza! —dice Petelgeuse inclinándose, su rostro ahora reflejando una expresión de tristeza—. Tal pasión es digna de un arzobispo. Es lamentable que la última vacante ya haya sido ocupada, pero, aun así, puedes ser parte de nosotros.
—¿Amor? —Emilia gira la cabeza hacia mí, mientras yo intento encontrar las palabras adecuadas. Su agarre se afloja, y eso solo provoca más risas en Petelgeuse.
—¿No le habías contado? —Petelgeuse sacude la cabeza con pesar—. Bueno, no es necesario que un simple recipiente se entere de todo.
Emilia aprieta los puños y exclama con indignación.
—¡No soy un recipiente! ¡No tengo nada que ver con la Bruja de la Envidia! —su brazo se tensa con fuerza, revelando su determinación.
Petelgeuse, al escucharla, estalla en risas estridentes mientras la señala rápidamente y responde:
—Tú eres un recipiente, siempre lo has sido, y así lo dicta mi gran amor —Petelgeuse saca de su manga un libro de profecías —mi destino supremo dicta que debes pasar las pruebas y, si eres lo suficientemente competente, ella vendrá a este mundo.
El rostro de Emilia comienza a contorsionarse, un profundo terror asoma mientras se sostiene el estómago. Petelgeuse se ríe, su risa es tan poderosa que parece que sus cuerdas vocales están a punto de desgarrarse.
—Permíteme presentarme —Petelgeuse se endereza, mirándonos a ambos—. Arzobispo del Culto de la Bruja, representante de la Pereza. Petelgeuse Romanee—Conti... ¡Death!
Inclina su cuello en un ángulo de noventa grados, mostrándonos el alcance de su locura. Me preparo para lo que sea que venga, pero él continúa sonriendo como si no fuéramos más que simples peones en su juego.
—Eres un trabajador excepcional. Permíteme conocer tu nombre, has traído a la medio demonio y no tuve la cortesía de preguntar por tu nombre —Petelgeuse muerde su propia mano, tratando de contenerse—. ¡Tu amor es verdaderamente maravilloso!
En el preciso momento en que las palabras escapan de los labios de Petelgeuse, Emilia clava su mirada en él y despliega un poderoso y gélido arsenal de estacas de hielo, preparándose para lo que pueda desencadenarse a continuación. El brillo azul intenso de su magia destella en sus ojos.
—¿¡Qué pretendes insinuar con ese amor!? —Emilia gira la cabeza hacia mí, esperando encontrar en mi rostro la misma sorpresa que ella experimenta.
—El miasma de la bruja —respondo sin titubear, buscando transmitirle calma y seguridad a través de mis palabras.
Los ojos de Emilia se abren de par en par, llenos de sorpresa. Su respiración se vuelve más agitada mientras mira frenéticamente a su alrededor, desorientada. Un tropiezo accidental la lleva a caer al suelo, lo cual solo provoca una risa aún más estridente por parte de Petelgeuse.
—¡El amor que hay en su interior es poderoso! ¡Es increíble! ¡Amor, amor, amor, AMOR! —Petelgeuse se acerca lentamente, continuando con su manía de morderse las uñas, casi como si saboreara el éxtasis de su propia locura.
Mantengo mi atención en Emilia, ignorando los excesos de Petelgeuse, y trato de ayudarla a levantarse. Sin embargo, ella rechaza mi mano con vehemencia, mirándome con disgusto como si yo fuera un monstruo indescriptible.
—No soy tu enemiga, Emilia. Esto es un asunto delicado, pero debes confiar en mí —le digo con voz suave, extendiendo de nuevo mi mano hacia ella.
En ese momento, parece que Emilia está entablando una conversación con Puck, así que espero pacientemente para saber qué decisión tomará. Finalmente, Emilia toma rápidamente mi mano y me dejo guiar por su agarre, levantándola con cuidado del suelo.
—Necesito hablar contigo cuando esto termine —ordena Emilia con firmeza, mostrando su determinación.
—Sí, te prometo que abordaré todos los temas que podamos —respondo, dirigiendo mi mirada nuevamente hacia Petelgeuse.
Apunto mi rifle hacia él, mientras la neblina mágica creada por Emilia comienza a envolver el entorno. Tenemos una oportunidad ahora. Es el momento de demostrar que, con una buena preparación, eliminar a Petelgeuse no es tan difícil como parece. La posibilidad de derrotarlo se abre ante nosotros.
Aprieto el gatillo y el disparo retumba en el aire, dirigido hacia Petelgeuse. Sin embargo, este no muestra ninguna señal de inquietud, ya que sus manos ya se encuentran en movimiento para protegerlo. Disparo dos veces más, buscando crear una falsa sensación de confianza.
Retiro el cargador vacío y rápidamente lo reemplazo por uno cargado con energía mágica Yang. Necesitaremos toda la fuerza que podamos reunir para enfrentar lo que se avecina.
Los cultistas se lanzan hacia nosotros, mientras Petelgeuse comienza a gritar y a crear brazos adicionales sin cesar. En cuestión de segundos, la cantidad de extremidades se multiplica hasta superar los cincuenta, oscureciendo mi visión ante semejante abrumadora cantidad.
Emilia se lanza valientemente al ataque contra los cultistas, esquivando con dificultad los múltiples brazos que intentan atraparla. Yo me acerco decidido a Petelgeuse, capturando toda su atención.
—¡Es una lástima que hayas llegado a esto! ¡Semejante amor! ¡Es un desperdicio! —Petelgeuse se retuerce mientras arroja todos sus brazos hacia mí, desatando su furia y determinación.
Aprovecho ágilmente mi movimiento para esquivar uno a uno los brazos que se abalanzan hacia mí. Sus movimientos son rápidos, pero con concentración y destreza logro esquivarlos uno tras otro, evitando ser alcanzado por sus embates.
—¡El huma! —grita Emilia con determinación desde la espesa niebla que nos rodea. De repente, múltiples estacas brillantes se materializan a su alrededor y salen disparadas en todas direcciones, atravesando a los cultistas que se interponen en nuestro camino. Los destellos luminosos de sus estacas cortantes iluminan el caos de la batalla.
Petelgeuse se defiende de los ataques, pero aprovecho esa distracción para acercarme aún más. En un rápido movimiento, abalanza un gran puño en mi dirección, pero actúo con una agilidad sobrehumana.
—¡Murak! —grito con determinación, dando un salto ágil que me posiciona en el aire por un instante, evitando por milímetros el devastador golpe del puño de Petelgeuse. Mi cuerpo se mueve con fluidez y gracia, desafiando la gravedad.
Petelgeuse, frustrado por su intento fallido de ataque, arremete una vez más, desplegando múltiples brazos para intentar atraparme. Sin embargo, empleando magia de viento, me deslizo hábilmente entre sus ataques, esquivándolos con precisión milimétrica. Deshago la magia de viento justo cuando Petelgeuse crea más brazos, anticipándome a sus movimientos.
En ese instante crucial, Emilia dispara con fuerza contra Petelgeuse, mientras Puck, se interpone con agilidad para protegerla de los brazos que amenazan con alcanzarla. Su coordinación y trabajo en equipo son impresionantes, demostrando la solidez de su vínculo.
—¡Qué gran coordinación! ¡Qué gran diligencia! —exclama Petelgeuse, llevándose una mano a la cara mientras su expresión se retuerce en una mezcla de enojo y frustración—. No puedo esperar para que la gran prueba de amor se cumpla.
Necesito sorprenderlo. Emilia lo tiene contra las cuerdas, pero si quiero aprovechar esa ventaja, debo infligirle heridas graves. Solo me queda una opción si quiero sorprenderlo de verdad.
—¡Oye! —grito, capturando la atención de Petelgeuse y provocando que su mirada se fije en mí—. Sabes, su amor por mí es mucho más profundo que el que siente por ti. De hecho, creo que solo me ama a mí.
Una risa desafiante escapa de mis labios, mientras el rostro de Petelgeuse se contorsiona con furia. Me observa con odio desenfrenado y, enfocándose en mí, todos sus brazos se lanzan desesperados en un intento frenético de golpearme. Pero con movimientos rápidos y precisos, aprovechando mi dominio de la magia del viento, logro esquivar la mayoría de sus embates, deslizándome entre ellos con una destreza imparable.
—¡Emilia, tapate los oídos! —exclamo con urgencia, provocando que Emilia, en un instante de reacción, cubra sus oídos con las manos. Mi mirada se dirige hacia Petelgeuse, con una sonrisa desafiante en el rostro detiene sus ataques por un momento, intrigado por lo que estoy a punto de hacer.
El tiempo parece suspenderse en el aire, permitiéndome reflexionar sobre mi siguiente movimiento. En ese instante crucial, comprendo que ha llegado el momento de la batalla final. Debo demostrar, sin importar las circunstancias, que haré lo que sea necesario para salir victorioso.
Cuando el flujo del tiempo se restablece, Petelgeuse retrocede por primera vez, sus ojos reflejan temor, envidia y un odio profundo hacia mí. Desesperado, lleva las manos a su rostro y, con sus uñas afiladas, comienza a arrancarse la piel en un gesto perturbador.
—No puede ser, No puede ser, No puede ser, No puede ser, ¡NO PUEDE SER! —repite Petelgeuse una y otra vez, mientras todas sus manos desaparecen, dejando a la vista su expresión de incredulidad— No puede ser, No puede ser, No puede ser...
El semblante de Petelgeuse se transforma en uno de rabia y desesperación. En un instante, despliega decenas de manos nuevas, sus ojos arden en furia y sus lágrimas se mezclan con rastros de sangre. Desesperado, comienza a morder y devorar sus propios dedos, lamentándose de su destino. Emilia queda atónita ante esta escena macabra, incapaz de asimilar lo que está presenciando.
Aprovechando la conmoción, actúo de inmediato, sin darle tiempo a reaccionar. Levanto mi rifle y lo apunto directamente a su pecho, consciente de que aún no puedo acabar con su vida mientras siga cargando el hechizo. Con decisión, aprieto el gatillo, disparando una bala que se dirige directamente a su pulmón.
Aunque Petelgeuse intenta bloquear descuidadamente el proyectil con una sola mano, la bala atraviesa su pecho sin dificultad.
Petelgeuse cae de rodillas, sorprendido por lo que está sucediendo. Aprovecho ese momento para retroceder, pero él no me dará la oportunidad de escapar fácilmente.
—¡Debes morir! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡MUERE! —grita Petelgeuse con furia desatada, mientras decenas de brazos se abalanzan contra mí, destruyendo el suelo y levantando una densa nube de polvo. La avalancha de extremidades oculta la luz del sol y me envuelve en un remolino caótico y desesperado.
Intento esquivar desesperadamente, pero la tierra a mis pies se convierte en un enemigo traicionero que me atrapa sin piedad. Mi descuido al olvidar que Petelgeuse poseía esa magia se hace evidente. Con un rápido intento de usar magia de fuego para hacer estallar el suelo, me doy cuenta de que el tiempo se agota.
—¡Camino de carámbanos! —grita Emilia con determinación, mientras realiza un movimiento ascendente con su mano.
En un abrir y cerrar de ojos, un sendero de hielo se forma frente a mí, y cientos de estacas afiladas emergen de él, destruyendo las manos que se acercaban y continuando su letal trayectoria. El suelo se convierte en un paisaje de destrucción. Emilia salta hacia mí, pisando con fuerza el terreno y agarrándome del brazo para apartarme del peligro.
La autoridad de Petelgeuse intenta anular las estacas, pero solo logra golpear el suelo impotente, incapaz de detener su avance.
—¡Eres una medio demonio! ¡Deberías quedarte solo para ser utilizada! ¡NO ERES NADIE! ¡Eres solo un recipiente! —Petelgeuse se aferra desesperado a su cabeza, tratando de acercarse a nosotros.
Emilia despliega su magia de sanación sobre mí, sus ojos miran hacia adelante mientras su aliento se agita en una ventisca gélida. El consumo de su maná ya está pasando factura, aunque tenga la capacidad de usar tanta magia tan poderosa, tiene un precio. Se la ve cansada, mientras mi puerta está al borde de perder el control.
Necesito aprender a dominar el miasma que arde en mi interior, sin excepciones.
Emilia se alza con una determinación inquebrantable, fijando su mirada en Petelgeuse mientras su energía fluye a través de ella. Con un gesto decidido, crea cientos de estacas que flotan en el aire, jadeando por el esfuerzo. Su voz resuena con firmeza y convicción, desafiando a aquellos que la menosprecian:
—No importa lo que digan de mí, no importa lo que los demás crean. Seré fiel a mí misma, incluso si cambio, incluso si tengo que sufrir. Mientras haya personas que me amen.
Sin darle tiempo a reaccionar, Emilia se lanza valientemente contra Petelgeuse, quien se ve obligado a protegerse ante su implacable asalto. Sus brazos comienzan a desmoronarse mientras ella continúa invocando su poder. Aprovecho esta oportunidad para cargar mi hechizo, consciente de que esta ventana temporal es única y debo exprimirla al máximo.
—¡Mi nombre es Emilia! ¡Más vale que lo grabes en tu mente antes de que acabe contigo! —Emilia sonríe decidida, mientras ataca con todas sus fuerzas.
Petelgeuse grita en su intento desesperado por contraatacar, pero Emilia no le da respiro. En cuestión de instantes, ha desatado todo su poder contra él, pero esta batalla aún no llega a su fin. En ese preciso momento, Puck emerge de la cabeza de Emilia y me dirige una mirada, guiñándome un ojo que promete que va a darlo todo.
—¡Aprecia la verdadera fuerza! —exclama Puck, mientras en un abrir y cerrar de ojos conjura el hechizo de la estaca de nitrógeno. Una enorme estaca se materializa, imponiéndose sobre todo lo demás.
Con un rápido movimiento, Puck la lanza, mientras Petelgeuse, asustado por la gran cantidad de maná, intenta detenerla. Todos sus brazos se lanzan hacia Emilia, pero Puck ejecuta su ataque sin titubear. La estaca atraviesa velozmente cada una de las manos de Petelgeuse, dejando a su paso una estela blanca. Justo cuando está a punto de impactarle, Petelgeuse grita desesperado.
—¡Ul Dona! ¡Ul Dona! —Petelgeuse crea varias barreras de piedra, pero una a una son destruidas por la estaca. Su desesperación no cesa— ¡Ul Dona! ¡Ul Dona! ¡Ul Dona! ¡UL DONA!
Finalmente, una explosión arremete contra él. El nitrógeno se esparce, congelando todo a su alrededor. Una neblina blanca se levanta, ocultando el resultado, pero sé que esto está lejos de acabar.
Emilia tambalea, y rápidamente la sostengo, colocándola con delicadeza de rodillas en el suelo. Ha realizado un espléndido trabajo, pero ahora es mi turno de concluir esto.
Le dedico una sonrisa a Emilia, y ella me mira directamente a los ojos. En su confiada mirada, veo que sus dudas se han disipado. Me sonríe y me ofrece su puño, como suelo hacerlo yo
—Te lo encomiendo a ti —dice Emilia.
Choco mi puño contra el suyo, devolviéndole la sonrisa. Una emoción indescriptible recorre mi cuerpo. No puedo evitar sentirme emocionado. Tomo mi rifle con firmeza y lo coloco en mi espalda. Dirijo mi mirada hacia el frente y me preparo para avanzar.
Un último esfuerzo.
—Sin problemas, déjamelo a mí. —Doy un fuerte pisotón, concentrando el maná en mi cuerpo, imponiéndolo sin importar las consecuencias. Grito con determinación:
—¡RA MURAK!
Salgo disparado a una velocidad vertiginosa hacia la ubicación de Petelgeuse.
El destino aguarda y esta batalla está cerca de llegar a su fin.
Como si esperara tomarnos por sorpresa, una horda incontable de brazos se despliega desde Petelgeuse y se abalanza contra mí. Su voz se desgarra en un grito furioso y lleno de odio.
—¡Eres solo una basura! ¡Cómo te atreves! ¡Te mataré! —Petelgeuse se alza en el aire, eclipsando con su autoridad toda luz a su alrededor—¡Te mataré! ¡Te mataré! ¡Te mataré!
Desesperado, Petelgeuse escupe sangre, en un último acto de resistencia antes de caer en la muerte. Quizás aún tenga la creencia de que puede renacer, pero pronto descubrirá la verdad.
Empuño mi kukri y la cargo con maná, preparado para el asalto. Esquivo hábilmente cada uno de sus brazos que se abalanzan hacia mí, rompiendo el suelo y volviendo a atacar sin cesar. Sin embargo, debido a la poca gravedad que me rodea, un ligero impulso de viento me envía volando lejos.
Utilizo una combinación de magia Yin y magia de viento. Mientras esquivo, continúo acercándome a mi enemigo. Los brazos se agolpan frente a mí, pero con mi kukri los voy cortando uno a uno. Avanzo sin temor, pero una extraña sensación se apodera de mí mientras mi corazón late con fuerza.
—¡Buarh! —un torrente de sangre brota de mi boca, el maná se desvanece y veo cómo todos los brazos se dirigen hacia mí.
El tiempo parece desacelerarse a mi alrededor, mientras observo cómo esos brazos se acercan peligrosamente. Pienso en mis opciones, pero la única salida sería hacer estallar el maná en mi interior, aunque eso podría destruir mi puerta. Es todo lo que puedo hacer en este momento.
Comienzo a cargar mi puerta, pero una voz susurra en mi oído.
—Te ayudaré, así que protege a mi amada hija a partir de ahora. —Puck se funde conmigo en un instante, y siento una fuerza inmensa brotar desde mi interior. Mi agotamiento se disipa mientras mi cuerpo se reconstruye.
En ese mismo instante, grito con todas mis fuerzas.
—¡MURAK! —con un impulso, me elevo hacia los cielos. No sé qué hizo Puck, pero mi puerta vuelve a funcionar. Petelgeuse no duda en lanzarse al ataque, pero con rápidos impulsos de viento logro esquivar sus embestidas en el aire.
Un último esfuerzo.
La determinación arde en mi interior mientras me preparo para el enfrentamiento final.
Con decisión palpable, desenfundo mi rifle, sosteniéndolo firmemente frente a mí. La bayoneta, imbuida en maná, reluce con un brillo etéreo mientras me lanzo con determinación hacia Petelgeuse. A una velocidad vertiginosa, atravieso su campo de autoridad, desafiando su intento de sorprenderme.
Cada brazo que se alza para atacarme es atravesado por mi avance implacable, dejando a su paso estelas de sangre y fragmentos deshechos. Algunos de sus apéndices logran sujetarme, pero rápidamente los aniquilo con llamas ardientes.
En apenas unos segundos, me encuentro frente a él, enfrentando su mirada atónita. Aunque su boca proclama gritos llenos de ira, yo le devuelvo una sonrisa desafiante, consciente del as bajo la manga que tengo preparado. De mi bolsillo, extraigo una esfera de cristal negra como el abismo nocturno, un objeto cuyo propósito desconoce por completo
La lanzo con maestría. Petelgeuse, en un último intento desesperado por protegerse, agita sus múltiples brazos en un vano esfuerzo. Pero nada puede detener lo que está destinado a ocurrir. Sin importar sus intenciones, sé que la forma más efectiva de poner fin a su existencia es aniquilando su alma.
—¡Presencia el poder de la mejor maga Yin! —mi voz resuena en el campo de batalla, mientras empuño mi arma y apunto con precisión milimétrica. En el momento exacto en que la esfera de cristal se alinea con el corazón de Petelgeuse, aprieto el gatillo.
Un estruendo ensordecedor sacude el aire. La bala sale disparada, traspasando la esfera de cristal en un trayecto certero que sigue una línea inalterable hasta perforar al enemigo. El semblante de Petelgeuse pasa de la sorpresa al regocijo, pero rápidamente es interrumpido por la inminente realidad.
—¡Si mi alma es destruida, también lo será la tuya! —sus palabras brotan entre estertores de sangre, mientras se desploma hacia el suelo. Su autoridad se desvanece gradualmente, mientras la esfera de cristal comienza a absorber todo lo que la rodea, devorando la energía circundante.
Una sonrisa de triunfo se dibuja en mis labios mientras contemplo la agonía de Petelgeuse. Sigo flotando en el aire, testigo privilegiado del acto final que le aguarda. El Shamack de Beatrice, impulsado por la magia Yin que fluye en sus venas, se manifiesta como una vorágine poderosa capaz de consumir almas.
Pero cuando la magia Yin y la magia Yang convergen, se convierte en un fuego purificador que puede incinerar incluso el espíritu más retorcido.
La bala que utilicé actúa como el catalizador perfecto para este proceso, un hechizo voraz que solo puede ser empleado contra aquellos al borde de la muerte. Es la prueba irrefutable de que soy capaz de cumplir cualquier objetivo que me proponga, sin importar lo desafiante que parezca.
Me asomo ligeramente la lengua, desafiante, mientras Petelgeuse me observa con una mezcla de rabia y desconcierto.
—Mi alma no puede ser arrebatada, pues ya tiene un dueño. Si te revelara quién es, tal vez sentirías celos —le guiño un ojo, provocando un balbuceo impotente en su boca antes de que caiga al suelo, víctima de su propio destino.
—¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡Muere! ¡MUERE! —Los gritos desesperados de Petelgeuse se entremezclan con lágrimas de sangre, como un canto funesto al inexorable final que le aguarda.
Tomo mi rifle con decisión, aferrándolo con firmeza mientras apunto directamente al rostro desfigurado de Petelgeuse. La adrenalina bombea a través de mis venas, y puedo sentir la carga mágica que se acumula en el arma, aumentando la gravedad que lo envuelve.
En ese preciso instante, cuando la bala está a punto de atravesar la última barrera que protege al arzobispo del pecado, un grito desesperado y doloroso desgarra el aire, resonando en mis oídos.
—¡PADRE GUISE!
