Corazones entrelazados.

Una vez cambiamos de tema, le explico a Roswaal sobre la necesidad de obtener piedra caliza y su uso para mejorar la calidad del hierro y, en el futuro, del acero. Sin vacilar, él responde:

—Costuul es el principal exportador de piedra caliza; ellos comparten la gran montaña que poseemos. Es allí donde tengo mi segunda mansión.

Roswaal me entrega un mapa rudimentario que muestra nuestra ubicación relativa. Aunque no es muy detallado, sirve como una ayuda para comprender mejor la situación: efectivamente estamos separados por esa montaña imponente.

El descubrimiento del manantial de agua ya era una señal de que podría haber piedra caliza en la montaña. Esto significa que, si investigamos a fondo, podríamos establecer una mina de este valioso recurso.

Sin embargo, el lugar está infestado de peligrosas mabestias y necesitará ser limpiado.

Supongo que será mi tarea cuando regrese. De todas formas, sin munición no podemos hacer mucho al respecto. Me despido de ambos y me dirijo hacia mi habitación; ahora es crucial que me concentre en las elecciones.

Necesitamos obtener el apoyo de uno de los sabios para demostrar que nuestro campamento tiene el poder necesario para competir con los demás. Mientras camino hacia mi habitación, la noche se presenta clara y brillante bajo la presencia majestuosa de la luna.

Continúo caminando y justo cuando estoy a punto de llegar, veo a Emilia parada junto a mi puerta. Al notar mi presencia, ella me saluda con una sonrisa.

—Buenas noches, Marco —dice Emilia acercándose a mí—. Ha sido un día agotador para ti; debes estar cansado.

En efecto, hoy he avanzado en muchas tareas y ha sido un día realmente productivo. Además, gracias al cuidado puesto en reparar mi puerta, me siento bastante bien en general a pesar del arduo trabajo realizado.

Aprovecharé también parte de la noche y mañana para entrenar; reanudar mis sesiones combate con alguien tan hábil como Ram sería muy beneficioso.

—Tú también debes estar agotada después dedicarte tanto tiempo a perfeccionar tu discurso —respondo, reconociendo su esfuerzo.

La tarea de Emilia en este día era sumergirse por completo en la práctica de su discurso. No le exigí nada más que eso. Aunque, obviamente, ella se presentó durante el entierro; sin embargo, después debía continuar con sus labores.

Emilia asiente y la invito a adentrarse en mi santuario personal: mi habitación.

Desde aquel entonces no hemos tenido una conversación formal. Me imaginaba que estos días los pasaría ociosa, pero me sorprende gratamente descubrir que ha estado trabajando arduamente al igual que todos nosotros.

Por unos instantes, Emilia ojea su entorno antes de tomar asiento en el borde de la cama. Sus pies se mueven con ternura sobre el aire mientras yo me libero del peso de mi chaqueta y tomo lugar en una silla cercana.

A decir verdad, los uniformes no son incómodos del todo; sin embargo, llevarlos puestos ininterrumpidamente ciertamente agota el espíritu humano.

Emilia viste su clásica pijama con elegancia innata y su apariencia indudablemente cautiva mis sentidos.

Su mirada amatista irradia felicidad plena; supongo que ha pasado un buen día lleno de productividad y satisfacción interiorizada. Sin duda alguna tiene algo importante para compartir conmigo.

—¿Te gustaría escuchar lo que he practicado hoy? —me pregunta con timidez, pero también ansias por ser escuchada.

Así pues, anhela mostrarme los frutos de sus esfuerzos actuales. Considero esta ocasión como propicia e incluso tengo interés genuino en conocer lo que ha preparado. Por ende, acepto su oferta de inmediato.

Emilia se levanta con gracia y me dirige una mirada cargada de nerviosismo contenido.

—Es un tanto incómodo —confiesa con humildad.

Y es cierto, cuando uno practica algo durante horas interminables, exhibirlo ante alguien más suele ser una experiencia intrínsecamente incómoda.

—No obstante, es importante hacerlo. Cuando te encuentres frente al público debes irradiar confianza en todo momento —le aseguro con voz apacible y segura.

Ella desvía su atención hacia sus pies por unos breves instantes; luego, aprieta sus manos entre sí mientras dibuja una sonrisa enigmática en su rostro. Intenta extraer fuerzas del mismo aire que nos rodea. Finalmente, me observa directamente a los ojos y comienza a recitar su discurso con una voz clara e impregnada de confianza absoluta.

Yo permanezco silente mientras ella habla; analizo minuciosamente cada matiz de entonación y cada gesto que acompaña sus palabras. Tal como le he enseñado previamente, mantiene la fijeza de su mirada en un punto determinado antes de trasladarla hacia otros horizontes visuales.

Es vital que ella logre abarcar visualmente a todo el auditorio presente; aunque no sea posible alcanzar tal hazaña literalmente debido a las limitaciones físicas del espacio escénico, debe concentrarse durante unos fugaces segundos en diferentes sectores para cautivar la atención colectiva ante lo que tiene por decirnos.

De esta manera todos estarán atentos y expectantes ante cada palabra que brote de sus labios.

Superar la barrera del racismo no es una empresa sencilla, esa es una realidad inmutable para Emilia. Especialmente cuando dicha barrera se origina en un sentido de temor inculcado en todos desde su nacimiento.

El discurso de Emilia, aunque breve, resonó con una profundidad sorprendente. Dado que no teníamos certeza acerca de la duración permitida, optamos por mantenerlo conciso pero lleno de significado.

En la novela, la imagen pública de Emilia había sido dañada en gran medida debido a su actitud pasiva y reservada. Aunque ella logró reparar parte del daño al deshacerse de Subaru, aun así, las personas no la consideraban una competencia legítima.

Sin embargo, al finalizar su discurso con sus intenciones claras y sus ojos llenos de determinación y poderío, pude vislumbrar cuánto ha cambiado desde entonces.

Emilia está lista para brillar con todo su esplendor y estoy ansioso por presenciar las reacciones que provocará en aquellos que se encuentren con esta nueva versión mejorada de sí misma.

—Has realizado un magnífico discurso —le aseguro sin vacilar—. Solo debemos esperar hasta mañana para ver los resultados.

Ella inhala profundamente mientras yo le sirvo un vaso rebosante de agua fresca. Con gratitud palpable en sus ojos amatista, acepta el vaso entre sus delicadas manos y lo lleva a sus labios sedientos.

—Gracias —susurra emocionadamente después de beber el agua calmadamente.

Emilia me devuelve el vaso vacío como muestra simbólica del fin del momento compartido.

—¿Es realmente necesario partir tan temprano? —me cuestiona ella mientras entrega el objeto inanimado a mis cuidados.

Mi respuesta surge sin titubeos:

—Deseo explorar cada rincón de la capital y, además, Baltazar me ha informado acerca de un gremio de herreros sumamente talentosos. Quién sabe, tal vez podamos persuadirlos para que se unan a nuestra causa y aporten su valiosa destreza a nuestro lado.

Mi mayor desafío reside en la falta de mano de obra calificada. Aunque he recibido cartas provenientes de diversas regiones ofreciendo terrenos para vender, y algunos pequeños pueblos cercanos han decidido mudarse a Irlam, lo que realmente necesito son personas con habilidades especializadas. Individuos capaces de liderar a los trabajadores comunes.

—Entiendo —responde Emilia mientras clava su mirada intensamente en mis ojos. Parece querer expresar algo más, aunque sus mejillas empiezan a teñirse lentamente de un rubor nervioso— Yo... me retiraré ahora mismo. Dado que partiremos temprano, sería prudente descansar adecuadamente ¿no crees?

—Sí, descansa bien —le respondo amablemente.

Emilia cierra sus ojos delicadamente y una dulce sonrisa se dibuja en su rostro. Da media vuelta y emprende el camino hacia la puerta. Sin embargo, justo cuando su mano está a punto de posarse sobre la manija para abrirla, se detiene repentinamente. Juega distraídamente con un mechón de su cabello sin decir palabra alguna.

Justo cuando estoy por pronunciar algún comentario al respecto, ella estalla en voz alta:

—¡Yo! Eh... —Emilia da media vuelta hacia mí y parpadea varias veces mientras intenta evitar mi mirada directa—. Si no te molesta... yo quiero decir...

Con un notorio rubor cubriendo sus mejillas e incapaz de mantener el contacto visual conmigo por mucho tiempo seguido, Emilia utiliza gestos animados mientras continúa hablando:

—¡Quiero dormir contigo!

—¿Eh? —miro hacía ella, sorprendido por sus palabras.

Observo a Emilia con asombro mientras ella se da cuenta de lo que acaba de decir. Rápidamente cubre su boca y se acerca hacia mí nerviosamente. Sus ojos buscan desesperadamente cualquier punto en la habitación, mientras sus manos se mueven inquietas tratando de explicarse.

—¡No es eso! Quiero decir... —Emilia frente a mí baja tímidamente la cabeza y añade en un tono suave, lleno de ternura—. Quería decírtelo cuando conversamos anteriormente, pero como nunca llegaste no pude hacerlo.

Alza la vista nuevamente, sus orejas ahora rojas y sus labios ligeramente temblorosos revelan el esfuerzo que está realizando para expresar sus sentimientos.

—Estoy un poco nerviosa y tú mencionaste que cuando duermes junto a Beatrice te sientes tranquilo. —Juguetean sus manos mientras intenta transmitir su último pensamiento. Cierra los ojos brevemente antes de exclamar con determinación—: ¡Así que quería probar si lo mismo ocurre cuando estoy contigo!

Sus ojos me miran con anhelo, su mirada se clava en la mía y, quizás sin darse cuenta, adquiere un matiz seductor. Se inclina hacia mí mientras sus mejillas se tiñen de un suave rubor. Sin embargo, para mi sorpresa, su expresión cambia repentinamente y una tristeza melancólica se refleja en sus ojos.

—¿No quieres? —pregunta Emilia mientras las orejas caídas hacia abajo revelan su desilusión.

—¿Acostarme contigo? —respondo con una sonrisa juguetona, intentando molestarla.

Ella cambia de posición abruptamente y me da la espalda.

—¡No es lo que crees! —exclama Emilia cubriendo su rostro con las manos.

Comprendo perfectamente por qué reacciona así. Ella entiende el significado detrás de sus palabras y todo lo que implica. A través de mis enseñanzas personales sobre educación sexual y biología detallada, ella ha adquirido una mejor comprensión de estas cuestiones.

Sin embargo, aún no le he enseñado nada acerca del romance. Creo firmemente que esto es algo que debe descubrirse más allá de meras palabras explicativas.

De cualquier manera, por precaución he compartido con ella todos los conocimientos necesarios e incluso hemos tenido conversaciones exhaustivas al respecto.

Es por eso por lo que últimamente nuestra cercanía física ha disminuido considerablemente; cada vez que nos encontramos en situaciones íntimas como esta, ella se pone nerviosa.

Es realmente tierno verla así. De alguna manera reconfortante.

Me acerco a ella, me agacho a su lado y sonrío. Aunque no se mueve, logra percibir mi presencia. Intenta mirar hacia atrás, pero al encontrarse con mi mirada, desvía rápidamente los ojos.

Posicionándome detrás de ella, susurro con calma en su oído:

—Por supuesto, podemos dormir juntos si eso es lo que te hace sentir bien.

En un instante casi mágico, una pequeña neblina parece escapar de sus orejas. Ella asiente mientras continúa en esa posición vulnerable y expectante.

—Si... gracias.

En el momento mismo de su respuesta, somos transportados a otro lugar. Al mirar a mi alrededor, veo que estamos en el laboratorio; frente a mí se encuentra una niña de cabellos dorados que me observa con pucheros mientras se acerca hacia mí.

—Coqueteando en tu habitación, supongo —comenta Beatrice con picardía, tomando mi mano.

El golpe es contundente. Emilia se levanta y contempla su entorno: lo que antes era la biblioteca perdida ahora aparece ante ella organizada y transformada. Sus ojos reflejan sorpresa ante este cambio repentino.

Después de examinar cuidadosamente el lugar, Emilia reacciona con vehemencia:

—¡No es eso! —exclama con fuerza cerrando los ojos como si quisiera bloquear las nuevas imágenes que se despliegan ante ella.

—Hmpf! Eso dices ahora, supongo —reprocha Beatrice sin perder su aire travieso.

Yo las observo a ambas con una sonrisa. Me alegra ver cómo han congeniado tan bien desde que hicimos aquel contrato especial.

Especialmente me complace ver cómo Beatrice ha logrado abrirse más emocionalmente hacia otros seres humanos.

Es como si fuera un gato pequeño encontrando confianza entre extraños.

Agradecido por ese pensamiento fugaz, acaricio la cabeza de Beatrice mientras emito una breve risa llena de complicidad:

—Me alegra ver que ambas se llevan bien.

Emilia me mira sorprendida por mi respuesta y luego dirige su atención hacia Beatrice, sonriendo con alegría.

—¡Sí! Beatrice es muy linda —comenta Emilia con un puchero juguetón mientras la observa— aunque a veces puede ser malvada.

Beatrice no dice nada en respuesta, pero su expresión tranquila revela que también disfruta de la compañía de Emilia en cierta forma.

—Por supuesto, mi princesita siempre será la más hermosa —afirmo mientras acaricio el mentón de Beatrice. Es normal que le haga estos cumplidos; sin embargo, cuando lo hago delante de los demás, ella suele reaccionar de manera especial.

Ella coloca una mano sobre su pecho y exclama con alegría:

—¡Naturalmente de hecho! La Betty de Marco siempre será la más linda supongo —afirma Beatrice con una sonrisa.

La atmósfera se llena de una dulce complicidad entre nosotros tres. En ese instante fugaz, puedo vislumbrar el vínculo único que nos une como familia elegida por el destino.

Tras ese instante efímero, Emilia curva sus labios en una sonrisa rebosante de dulzura y se acerca a Beatrice para acariciar su cabeza con ternura. La atmósfera se llena de un aire ligero y cálido, como si el nerviosismo que anteriormente embargaba a Emilia hubiera sido disipado por completo.

Beatrice, sin embargo, opta por guardar silencio ante la iniciativa de Emilia. Quizás lo hace por mí, pero deseo fervientemente que sea porque siente una conexión más íntima con ella.

—Sin duda eres maravillosa —susurra Emilia con una risita juguetona bailando en sus labios.

La anticipación del mañana pesa en el aire mientras nos preparamos para descansar y recargar nuestras energías. Con movimientos coordinados, caminamos hacia la cama envuelta en seductoras sábanas de seda.

Para evitar cualquier atisbo de incomodidad en Emilia, es decidido que Beatrice ocupara el lugar intermedio entre nosotros dos. Es la elección más sensata no solo pensando en su confort sino también considerando mi vínculo especial con Beatrice.

Emilia admira extasiada el amplio espacio remodelado que antes solía ser conocido como "la biblioteca prohibida". Sus ojos se detienen cautivados por los detalles exquisitos y las mejoras realizadas mientras se acomoda grácilmente al borde de la cama.

—Ahora lleva consigo un nombre nuevo: laboratorio de ingeniería supongo —corrige Beatrice con ímpetu e incontenible orgullo.

Yo me reclino sobre mi lado de la cama, observando con deleite cómo Beatrice se acomoda entre nosotros dos. Pareciera que somos una familia unida por un vínculo indestructible.

Sin lugar a duda, fue una decisión acertada haber tomado este rumbo en nuestras vidas.

—Es verdad... —susurro yo en respuesta al comentario de Emilia—. Es maravillosa.

Beatrice mira fijamente a Emilia con una ternura profunda y genuina, pero rápidamente aparta su mirada para ocultar sus emociones tras el velo protector de su cabello oscuro.

—Beatrice ha cambiado muuucho —expresa Emilia con voz queda y comprensiva—. Solo te pido que no la consientas demasiado, Marco...

Las palabras reverberan en mis oídos mientras analizo las implicaciones detrás de ellas. ¿Quién soy yo para decidir los límites del afecto y la atención hacia Beatrice? Pero antes de poder responder, Beatrice irrumpe enérgicamente en la conversación tomando posesión de mi brazo.

—¿¡Y quién demonios crees ser tú para sugerir algo así supongo!? —exclama ella desafiante mientras me aferra con fuerza— ¡Mi contratista tiene el deber ineludible de satisfacer todos mis deseos de hecho!

Ciertamente, no tengo ni un ápice de arrepentimiento por las decisiones que he tomado hasta ahora.

—Bueno... hay ocasiones en las que simplemente no puedo resistirme —confieso con una sonrisa cargada de encanto y sinceridad—. Beatrice es tan adorable que mi corazón se rinde ante su encanto.

Beatrice aprieta aún más su agarre en mi brazo, dejando claro que no tolerará ninguna interferencia en nuestro vínculo especial. Emilia sonríe con alegría y la luz de la habitación se desvanece lentamente hasta que solo queda la penumbra envolviéndonos por completo.

Un momento cálido, una tregua en medio de la tormenta que precede nuestra partida hacia la capital. Mi esperanza es que Emilia haya encontrado algo de calma y alivio, pues sé que sus hombros soportan una pesada carga.

—Gracias a ambos, de verdad... los quiero muuuchísimo —susurra Emilia con voz somnolienta antes de sumergirse en un sueño profundo.

Me sorprende lo rápido que logra entregarse al sueño. Sin más opción que seguir su ejemplo, cierro mis ojos y abrazo a Beatrice con ternura mientras anhelo fervientemente que el nuevo día nos traiga experiencias inéditas y permita que nuestros preparativos se desenvuelvan sin contratiempos.

—Descansa, mi querida princesa —susurro quedamente mientras acaricio su cabello sedoso—. Que tus sueños estén llenos de paz y dicha.

Beatrice coloca mi brazo protectoramente alrededor de ella misma y se recuesta sobre mi pecho. Su calor reconfortante me envuelve como un manto tranquilizador en medio del silencio nocturno.

No obstante, nuestro sosiego se ve interrumpido por un murmullo apenas perceptible proveniente de los labios dormidos de Emilia.

—Puck... madre fortuna —balbucea ella entre sueños con cierta vacilación.

Aun cuando exhibe una fachada fuerte ante el mundo exterior, puedo intuir la soledad interna que debe afligir a Emilia. Ha resistido con valentía todos los embates lanzados por el destino, demostrando así su capacidad para superarse a sí misma una y otra vez.

De repente, Beatrice se aparta de mis brazos y se inclina hacia Emilia. Tomando su mano delicadamente en la suya, ilumina mi corazón con un resplandor inesperado incluso en medio de la oscuridad reinante.

En cierta medida, ella comprende lo que Emilia siente y actúa como un bálsamo reconfortante para mi alma.

Los susurros de Emilia cesan gradualmente y encuentran paz mientras duerme plácidamente.

La respiración serena de Emilia es indicio seguro de que está teniendo dulces sueños. Sin lugar a duda, Beatrice es algo extraordinario.

—Eres realmente hermosa... Betty —susurro quedamente antes de dejarme llevar por el abrazo del sueño.

En ese momento efímero envuelto en amor y ternura, nos sumergimos juntos en los misterios del reino onírico donde nuestros deseos más profundos encuentran refugio hasta el amanecer dorado que nos espera al despertar.