Disclaimer: Los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es LyricalKris, yo solo traduzco con su permiso.


Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to LyricalKris. I'm only translating with her permission.


Capítulo 12

Normalmente, cuando Bella lo introducía a algo nuevo, ella prácticamente vibraba en su lugar. Ella lo llamaba geekenergía, una energía alimentada por el descubrimiento de algo maravilloso, algo que la mayoría del resto del mundo no sabía como apreciar apropiadamente. A él le encantaba que ella encontrara algo profundo en estas pequeñas historias tontas.

Hoy, sin embargo, Bella estaba callada. A menudo, ella apenas podía apartar la mirada de él, buscando su reacción. Y pobre de él si se le escapaba algo que ella creía que era crucial. Ella siempre terminaba poniendo pausa así podía explicarle por qué era tan tonto por perderse algo muy obvio.

Edward mantuvo la mirada al frente, procesando el programa en caso que ella realmente estuviera prestando atención. Aunque la mayoría de su atención estaba fijada en el problema en cuestión. Era extraño. Él debería haber sentido algún nivel de satisfacción. Después de todo, su misión, el objetivo de su estancia en la Tierra, era ayudar a Bella a salir de la peligrosa red que había sido tejida a su alrededor. El primer paso era que ella llegara a la conclusión de que sus amigos estaban demasiado involucrados como para que ella los salvara.

Verlo, ver el sufrimiento escrito en todo su rostro se sentía horrible. Él quería calmar su dolor. Podría haberlo hecho, pero seguramente eso no podía ser excusado como acupresión. La acupresión no curaría lo que estaba roto en ella.

No. Ella tenía que llegar a esta dolorosa conclusión por sí misma. Aún así, él podía aliviar un poco de ese dolor. De manera humana.

Una manera muy humana.

Varias noches atrás, Rosalie había llegado a casa del trabajo estresada. No había nada sobrenatural sobre Emmett. Él no podía resolver su problema. No podía decirle que ella no tenía que volver al trabajo al día siguiente. Aún así, él había aliviado su dolor. Había frotado su nariz a lo largo de su oreja, creía que Edward no podía escuchar. Entonces... Bueno...

—No puedes estar asustado, ¿o sí?

Edward echó un vistazo para encontrar a Bella mirándolo, una pequeña sonrisa asomándose en las esquinas de su boca.

—¿Asustado? —preguntó él, porque eso no tenía sentido. ¿Por qué tendría miedo? Incluso siendo humano, seguramente debía saber que un programa de televisión ficticio no era algo aterrador.

—Este eres tú ahora mismo. —Bella se agachó en su asiento, frunciendo el ceño y cruzándose de brazos firmemente sobre su pecho.

Él resopló e hizo un esfuerzo para relajarse.

—Asustado no. Creí que dijiste que este programa era sobre ángeles y demonios.

—Eso no es lo que dije. Los demonios aparecerán pronto pero Castiel, ese es mi bebé, no aparece hasta el primer episodio de la cuarta temporada. —Ella le sonrió—. Entonces, es todo Destiel, esos son Dean y Castiel, todo el tiempo. —Se inclinó como si fuera a susurrar un secreto—. Jasper dice que estoy loca con todo el asunto de Destiel. Serás capaz de emitir el voto decisivo.

—Eso sí suena aterrador.

—Jasper dice que soy un poco intensa al respecto. —Sus ojos se apagaron mientras pronunciaba su nombre de nuevo, la preocupación se apoderó de ella tan rápido como se había aliviado.

—Pensándolo bien, supongo que asustado es una buena palabra para lo que siento. —Levantó el control y puso pausa el video—. Aunque no es miedo por la mujeres de blanco y María Sangrienta.

Ella parecía desconcertada por eso.

—¿A qué te refieres? Creía que estabas disfrutando del programa. Y, ¿estás loco? Si no hubiera visto cada episodio de Supernatural un millón de veces, estaría acobardándome bajo las mantas en estos momentos.

—Ah. —Edward rodeó sus hombros con su brazo y se arrimó hacia ella. Él sujetó su mejilla y frotó un pulgar sobre sus labios—. Para ser honesto, Bella, la única cosa en el universo que me asusta eres tú.

La besó entonces, un beso serio. Dejó caer su mano de su mejilla a su hombro y entonces por su brazo. Llevó su otra mano a la parte trasera de su cuello, por debajo de su cabello. Ella suspiró en su boca y pasó los dedos por su columna.

—¿Qué es lo que más le temes? —preguntó Bella, su voz ronca. Ella no se había apartado, así que sus palabras vibraron contra los labios de él. La emoción de ello, la manera en que él estaba demasiado consciente de su cuerpo y el de ella y la manera en que se movían juntos, jamás dejaría de cautivarlo.

Él besó su mejilla y a lo largo de su mandíbula. Chocó su barbilla con su nariz, y cuando ella echó su cabeza hacia atrás, él presionó un beso en su garganta.

—Me temo que quiero hacer mucho más que besarte.

Bella trazó la yema de su pulgar por los labios de Edward, mirándolo a los ojos. Una sonrisa lenta y sexy apareció en su rostro.

—¿Por qué no vamos a mi cuarto, y podemos hablar sobre qué más quieres?

Edward no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Bella soltó un chillido cuando él la lanzó sobre su hombro y corrió con ella hacia su cuarto. Ella rio, sus manos cayendo aleatoriamente en su espalda mientras lo golpeaba en venganza. Él cerró la puerta del cuarto con una patada y la lanzó sobre la cama, subiendo y cerniéndose sobre ella. Llenó su rostro de besos, sorprendido ante la urgencia que lo envolvió entonces.

—¿Puedo tocarte? —preguntó Edward, inhalando profundamente para calmarse. Se apoyó sobre un brazo, mirándola.

Su rostro estaba sonrojado, pero su sonrisa era amable, esa sonrisa que ella usaba cuando estaba a punto de decirle que él era dulce. Ella deslizó sus dedos por su pecho.

—Sí, cariño. Por supuesto.

Sorprendido de nuevo ante cómo ese simple nombre cariñoso, un nombre que millones de humanos se llamaban, podía hacerlo incluso más... ¿Qué era él? ¿Qué era esto?

Edward movió sus dedos desde su cuello y hacia abajo. Tomó su pecho por encima de su camiseta, y por qué esa simple caricia, la suave curva de su cuerpo a través de una camiseta por Dios santo, lo excitaba, no podía entenderlo. Él comprendía los cuerpos humanos como máquinas, pero experimentar uno... Bastaba decir que ser dueño de un cuerpo humano era extraño.

Sin embargo, la ventaja de entender el cuerpo como una máquina era que él sabía exactamente qué hacer con uno. Conocía cada terminación nerviosa, cada zona erógena. Sentó a Bella y le quitó la camiseta.

Bella era paciente. Por lo que él sabía cómo estaba hecho un cuerpo, la reacción de Bella era un misterio. Su cuerpo se arqueó con sus caricias cuando le hizo cosquillas en su vientre. Sus reacciones eran diferentes. Cuando plantó su boca en su pecho, soplando aire caliente contra la tela de su sostén, ella rio, y frotó la parte trasera de su cuello. Cuando él desabrochó su sostén y usó sus manos, pasando sus dedos a lo largo de la parte baja de sus pechos y sus pulgares por sus pezones, ella gimió, intensificando el agarre en su cabello.

—Quiero saborearte —dijo Edward. Lo que él realmente quería decir era que quería escucharla. Desde ya, el sonido de su placer era lo mejor de su mundo. Había servido a entidades que los humanos hubieran considerado dioses. Había estado presente cuando este universo en particular había surgido. Aún así, de todas las cosas que él había hecho, cómo había servido a la humanidad, nada parecía tan satisfactorio como la idea de servirle a ella. Podía oler su excitación, conocía el sabor que exudaban las feromonas.

—Oh, Dios. —Ella jaló de su camiseta—. Ni siquiera estás desnudo.

Él bajó la cabeza y succionó su cuello.

—Tú tampoco.

Bella tarareó. Deslizó sus manos por la espalda de él y levantó su camiseta.

—Arreglemos esto primero. —Lo miró—. Si estás de acuerdo con eso.

Él le permitió quitarle la camiseta, pero entonces rápidamente tomó sus manos. Las sujetó a los costados de su cabeza y se inclinó sobre ella, sentándose a horcajadas.

—Estoy más que cómodo contigo, pero esta noche, me gustaría concentrarme en ti. —Bajó la cabeza para atrapar sus labios.

La manera en que ella gimió en su boca fue toda la respuesta afirmativa que necesitaba. Girando así estaba apoyado sobre un brazo, él dejó que su mano vagara entre ellos y la frotó entre las piernas. Encontró el cierre de sus jeans y lo bajó, tentándola con la punta de sus dedos en sus bonitas bragas.

Cuando Edward la ayudó a quitarse la ropa, se arrodilló sobre la cama, simplemente mirándola. Cuando ella intentó doblar una pierna, para sentirse menos vulnerable, él la sujetó por el tobillo.

—¿Necesitas instrucciones? —preguntó Bella, bromeando.

Él sonrió con satisfacción y cosquilleó la parte interior de sus rodillas.

—Eres una obra de arte. ¿Sabías eso? —Se inclinó para besar su tobillo y pasar su lengua a lo largo de su pierna—. El conjunto único de características que conforman tu forma física. Piernas largas. —Tocó la maraña de vello oscuro entre sus piernas—. Cabello marrón. La forma de tus pechos. El corte de tu nariz. Tu barbilla. Esos ojos. Bella, eres una maravilla. Podría observarte por horas.

—Eso podría volverse incómodo —dijo Bella, pero sus ojos estaban iluminados con un brillo que Edward jamás había visto en ellos antes. No había ni una pizca de su previo tormento.

¿Ella podía sentir lo mismo que él? ¿Cómo si nada más en el mundo importara excepto ellos dos? No había nada sobre qué preocuparse. Ni plazos en los que él debía preocuparse. Ni amigos en los ella debía preocuparse. Ellos eran las únicas dos personas en toda la existencia.

Edward besó y mordisqueó la parte interna de los muslos de Bella. Le encantaba poder hacerla retorcerse. Encontró su clítoris y presionó su lengua contra este, lamiendo primero. Se humedeció los dedos y jugó con sus labios.

—Oh, diablos. —Los dedos de ella se hundieron en la piel de su hombro—. Edward Cullen, eres un maldito mentiroso.

Él levantó la cabeza.

—¿Cómo así?

—Has hecho esto antes.

Él apoyó la cabeza sobre su rodilla doblada.

—Puedo asegurarte que no es así. —Por supuesto que él no lo había hecho, pero tampoco era propenso a rasgos tan humanos como la vergüenza. Él había sido un guerrero. No había necesidad de ser tímido con esto—. Sin embargo, hay una gran cantidad de manuales prácticos sobre el tema.

—¡Eso es, eh... ah! —Levantó las piernas, y empujó las caderas contra su boca mientras él entraba en ella con su lengua—. Mierda. Dios. Eso... Eso se llama porno, raro. No intentes, agh, ser tímido conmigo. Manual, mi trasero.

Edward se arrodilló y colocó las piernas de Bella sobre sus hombros, levantando la parte baja de su cuerpo de la cama. Ella chilló, tratando de estar acostada de nuevo, pero él la sujetó, dándole un pellizco en el trasero.

—Sé varias cosas que podría hacerle a tu trasero.

—¡Ah! ¿Dónde está mi dulce e inocente flor? Santo cielo, Edward. —Mientras él la volvía a bajar y retomaba su exploración con su lengua, ella flexionó las piernas contra su espalda—. Eres tan bueno con tus manos.

Esa era otra cosa buena sobre ser un ángel. En sus años de observación, Edward había notado que los humanos no eran buenos haciendo dos cosas al mismo tiempo. Por el otro lado, Edward tenía dos manos, una boca, y varios poderes a su disposición. Él podía haberla hecho correrse con una simple caricia, pero suponía que eso sería hacer trampa.

En cualquier caso, sus poderes sobrehumanos hubieran sido excesivos. Se tomó su tiempo, archivando fragmentos de su tiempo con Bella. Cómo sabía, cómo olía, cómo respondía cuando él era brusco, cuando era gentil.

El sonido de ella alcanzando el éxtasis seguramente fue el mejor momento de la existencia de Edward.

Mientras él tomaba su forma flácida y dócil en sus brazos, se le ocurrió a Edward que era extraño. Bella había estado consistentemente reescribiendo sus mejores momentos. Él era mayor de lo que podía expresar. En su trabajo como ángel, había observado y facilitado, con otros, la evolución que llevaría a la existencia de la humanidad. Entre los humanos a los que se le había asignado, hubo reyes, inventores, y sabios.

Antes de Bella, los humanos habían sido su misión. Los ángeles estaban hechos para adorar una causa superior a ellos. Con bastante frecuencia en la historia, los humanos habían adorado a los ángeles, no al revés. El concepto que Edward tenía sobre sí mismo, sobre su propósito, estaba cambiando casi día a día.

Mientras Bella regresaba a sí misma, no habló. Tampoco lo hizo él. Simplemente permanecieron acostados juntos, acariciando el rostro del otro con la punta de dedos que pronto se humedecieron por los besos. Él comenzaba a darse cuenta que los humanos no tenían idea de su propia insignificancia. Se adoraban unos a otros. ¿Y por qué no deberían hacerlo? ¿Por qué no deberían cuando podía ser así?

Mucho después que Bella se quedó dormida, Edward reflexionó sobre el atractivo de la humanidad, sus limitaciones, y la frágil humana en sus brazos.