Palabras

Los Hufflepuffs de séptimo y octavo parecían bastante receptivos a la idea de una fiesta en la sala común de Slytherin, pero también estaban de acuerdo en no invitar a Pansy Parkinson, que se había convertido en una especie de paria en los pocos días que habían pasado desde el comienzo del curso. Ginny no intentó hacerles cambiar de opinión. Aún no había perdonado a Pansy por intentar vender a Harry a Snape y a los Carrows el año anterior.

Antes de que Hermione y Ginny se marcharan de la sala común de Hufflepuff, Ron pagó el precio de que su hermana se empapara de vinagre. Las chicas lo dejaron con caquis saliéndole de las orejas a intervalos regulares.

Decidida a divertirse para variar e ignorar el hecho de que Malfoy sabía que esa noche iba a saltarse algunas normas, Hermione subió a su dormitorio para refrescarse para la fiesta. De camino, sació su curiosidad por saber a dónde había ido Malfoy antes y se asomó por la sección cóncava de la pared por la que había desaparecido. La entrada oculta se abría en una esquina estrecha y daba a un pasadizo estrecho como un balcón. Era pequeño, con una exposición mínima a los elementos. Hermione dudaba que alguien que no fuera un Ravenclaw supiera que estaba allí. Desde luego, ella no lo sabía.

Sintiendo que su descubrimiento había sido muy anticlimático, se reprendió a sí misma por su curiosidad y ascendió por la escalera de caracol hasta la entrada de la sala común. Allí se encontró cara a cara con el mismísimo ex Slytherin. Estaba fuera de la torre de Ravenclaw, frente a la aldaba con cabeza de águila.

—Maldita sea, no sé...

—¿Malfoy? —preguntó Hermione, deteniéndose a su lado—. ¿Estás atascado en el acertijo?

Puso los ojos en blanco al verla.

—Ah, maravilloso. Aquí está la cerebrito de Gryffindor para traer la salvación. Vamos, Granger... salva el día. Es el poema más imbécil que he oído nunca.

Ignorando su irritabilidad, se volvió hacia la aldaba de bronce.

—¿Y bien? —preguntó, inclinando la cabeza.

—Herimos sin movernos. Envenenamos sin tocar. Soportamos la verdad y la mentira. No debemos ser juzgadas por nuestro tamaño. —recitó el guardián.

Hermione se movió incómoda donde estaba, ajustándose el pesado bolso que llevaba al hombro.

—No me sorprende que no puedas adivinarlo.

Mirándola con desdén desde la punta de la nariz, Malfoy dio un paso adelante para meterse en su espacio personal y hacerse el intimidante. No era difícil, ya que le sacaba por lo menos quince centímetros en altura. Cuando estuvo así de cerca, Hermione notó que sus ojos tenían un ligero tinte azul, en lugar de ser grises como ella siempre había supuesto que eran.

—No hace falta que me lo restriegue por la cara, profesora, —se mofó.

Hermione se sintió incómoda de que su cara estuviera tan cerca de la suya como para estar discutiendo sobre el tono exacto de sus iris. Levantó la barbilla desafiante, enfrentándose a su mirada altiva con su propia medida de desprecio. Se fijó en la orgullosa curva de sus labios, con la hendidura en el centro, como un arco tensado para ser liberado.

—Desglósalo, —desafió—. Herimos sin movernos... envenenamos sin tocar...

—No me interesa la lógica, Granger. Me interesa entrar en la maldita torre.

Hermione sintió su aliento en la cara. Negándose a dejarse amedrentar por él, replicó con su voz más irritante:

—Nunca aprenderás si siempre te dan la respuesta. Inténtalo de nuevo. Soportamos la verdad y la mentira... no debemos ser juzgadas por nuestro tamaño.

—¡No lo sé!, —hizo un mohín, separándose para cruzar el rellano.

—Sé que no, —suspiró profundamente.

—¿Qué significa eso?, —preguntó con los ojos brillantes.

—"Herir sin moverse, envenenar sin tocar, soportar la verdad y la mentira, no ser juzgada por el tamaño..." —repitió. Luego, volviéndose hacia el guardián, respondió—, Palabras. Nuestras palabras hacen todas esas cosas.

—Bien razonado, —elogió el guardián mientras la puerta se abría hacia dentro.

Inmóvil, Malfoy se quedó allí un momento, digiriendo lo que ella le había dicho.

—Sé que no lo harás, pero tal vez te convendría pensar en ese acertijo en particular, —amonestó Hermione, volviéndose para entrar.

Se le resbaló el pie en el escalón y tuvo que estirar las manos para agarrarse, su mochila cayó al suelo y se partió por la costura. Libros, pergaminos, frascos de tinta y plumas se desparramaron por el rellano. Esperaba darse un buen golpe contra el suelo de piedra y se preparó para ello, pero no fue así.

Malfoy la había agarrado del brazo para evitar que se cayera. Volvió a levantarla sujetándola por el brazo.

—Suéltame, —le pidió frenéticamente. La mano de él seguía enredada en el antebrazo de ella.

Él la soltó y ella se frotó el lugar donde la había agarrado; estaba directamente encima de la cicatriz que Bellatrix le había hecho el mayo anterior en la propia casa de Malfoy, aunque cubierta conscientemente con la manga de su rebeca. Era probable que él no lo supiera.

Malfoy cogió su varita y, por un momento, Hermione pensó irracionalmente que iba a hechizarla. En lugar de eso, la utilizó para reparar su mochila. Los libros que había sacado de la biblioteca aquella mañana volaron de nuevo dentro de ella, junto con los frascos de tinta y otros materiales (que, por suerte, seguían intactos). Su mochila flotó un instante antes de posarse sobre su hombro, como nueva.

—No soy muy bueno con las palabras, Granger, —le informó con sencillez, y luego desapareció en la sala común delante de ella.

Hermione se quedó mirando el lugar donde él había estado parado por un momento, el destello de sus ojos grises como la pizarra atravesando su mente. ¿Quizá fue eso lo que McGonagall vio cuando lo nombró prefecto...?

Se sacudió, racionalizando que no había razón para que siguiera parada frente al guardián de Ravenclaw. Teniendo cuidado de no resbalar esta vez en el escalón de entrada, entró y se dirigió directamente al dormitorio de las chicas de octavo año, manteniendo la cabeza gacha por si acaso Malfoy estaba en algún lugar de la sala común.

Su encuentro había sido demasiado raro. ¿Y qué había estado haciendo antes en ese balcón escondido?

Hermione tiró la mochila sobre la cama, observó con satisfacción la habitación vacía y cogió el cepillo para el pelo y se dirigió al pequeño cuarto de baño que había junto al dormitorio.

Al otro lado de la puerta se oyeron ruidos húmedos y salpicaduras, interrumpidos por toses y arcadas. Alguien estaba vomitando en el baño del fondo.

—¿Hola? —Hermione llamó tímidamente, incómoda.

Una pausa en los repugnantes ruidos, seguida de una descarga de agua, señaló el final de la purga. La puerta de la cabina se abrió de golpe y Daphne Greengrass salió, pálida.

—¿Necesitas ayuda para ir al Hospital? —preguntó Hermione, con aire serio, a pesar de que la chica ex Slytherin nunca había sido más que grosera con ella.

Daphne no dijo nada, pero se dirigió al lavabo más alejado de Hermione y empezó a lavarse los dientes. Molesta por no haber obtenido ni siquiera una respuesta de su renuente compañera de dormitorio, Hermione accedió a la petición tácita de que dejaran en paz a Daphne. Empezó a asearse como si la otra chica no estuviera allí.

Cuando Daphne hubo terminado, se enjuagó la boca metódicamente y luego se volvió hacia Hermione.

—No es justo.

—Oh, ¿ahora hablamos?, —soltó bruscamente.

—No sabía qué decir.

—Estabas vomitando a propósito, —se dio cuenta.

—Sí, —asintió Daphne.

—¿Por qué?

Mírame, —gritó la chica, señalando su cuerpo. Era intimidantemente alta, probablemente casi un metro ochenta, pero también corpulenta—. ¡Nadie quiere estar con una chica alta! Y menos una gorda alta.

Hermione se quedó en silencio por segunda vez en menos de media hora, ante una antigua serpiente que se comportaba de un modo muy poco propio de Slytherin.

—No esperaría que lo entendieras, —continuó Daphne, malinterpretando el silencio de Hermione—. Tienes la altura justa, y estás delgada.

Sintiendo que la vergüenza se apoderaba de sus mejillas, Hermione se señaló a sí misma y anunció:

—Ratón de biblioteca. Nacida de muggles. ¿Recuerdas? En algunos círculos, ninguna de las dos cosas se considera exactamente deseable.

—Al menos tú nunca fuiste Slytherin, —protestó Daphne, algo del color volviendo a sus mejillas enfermizas con el esfuerzo de su discusión—. Hay tanto odio hacia todos nosotros después de la guerra. Hemos tenido que permanecer unidos. Debido a mi Casa y a mi familia, nadie va a quererme si no soy absolutamente preciosa. No puedo hacer nada con mi altura... así que me purgo.

—Todo está revuelto. Todavía hay muchos prejuicios después de la guerra. Ahora es tu oportunidad de demostrarle a la gente que no eres una temible sangre pura de Slytherin...

—¡Pero soy una temible sangre pura de Slytherin!

—Apuesto a que eres más que eso. —Hermione negó con la cabeza.

Daphne suspiró profundamente. Le rugió el estómago. Parecía abatida.

—Es una mierda no tener amigos en este estúpido gallinero.

Hermione recordó que Daphne había formado parte anteriormente de la pandilla de chicas Slytherin de Pansy Parkinson, a menudo rondando a Malfoy, Crabbe y Goyle.

—¿Y Malfoy y Zabini?

—Oh, pero son chicos, —Daphne puso los ojos en blanco—. ¿Tienes idea de lo molestos que son los chicos para pasar el rato con ellos todo el tiempo?

Hermione se limitó a enarcar una ceja mirando a la otra chica.

—Oh, cierto, —se dio cuenta—. Potter y Weasley.

—Sabes, ser amiga de Harry también tiene sus desventajas. Es solo un conjunto diferente de prejuicios.

Daphne resopló con incredulidad.

—¡Hablo en serio! Hay todo tipo de atención no deseada, —amplió, pensando específicamente en la prensa.

—Es mejor tener demasiada atención que ser ignorada de forma flagrante, —discrepó la otra chica.

Hermione no estaba de acuerdo, pero no lo dijo.

—Sabes, podrías intentar ser amiga de las chicas de nuestro dormitorio. No somos tan malas y nunca nos diste una oportunidad.

—Siendo Slytherin después de la guerra...

—...no tiene por qué ser tan malo, —terminó Hermione por ella, señalando el retrete del fondo con el cepillo del pelo.

Daphne hizo una pausa larga y empezó a retorcerse las manos. Su estómago volvió a rugir.

—No sé qué decir.

Hermione pensó en los objetivos de McGonagall respecto a la unidad entre las casas y en su inesperado éxito a la hora de hacer nuevos amigos.

—Seré tu amiga, —se ofreció, en voz baja.

—Pero eres Gryffindor... y una san... —empezó Daphne, pero se dio cuenta justo a tiempo. Corrigió—, nacida de muggles.

—Sí, —respondió Hermione con sencillez, porque era cierto.

—Ni siquiera sé cómo ser amiga de alguien como tú.

—Apostaría a que el Sombrero Seleccionador no te colocó en Ravenclaw porque fueras mala aprendiendo. Esta noche celebramos una fiesta en la sala común de Slytherin. Deberías venir, —sugirió Hermione, sonriendo.

—¿Que vais a hacer qué?

—Todo el mundo quiere ver las terroríficas mazmorras. Será divertido.

Sacudió la cabeza enérgicamente, parecía a punto de llorar.

—No estoy preparada para volver allí. Pasé mi primera noche de regreso comparando cada pequeña cosa en Ravenclaw con todo lo que extrañaba de Slytherin.

La sonrisa de Hermione desapareció; conocía esa sensación con precisión. Dejándolo pasar, intentó una táctica diferente.

—Bueno, al menos vamos a traerte algo de comer. Seguro que tienes hambre.

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Aquella noche, cuando los Ravenclaw empezaban a prepararse para la fiesta no autorizada, Hermione insistió en que Daphne al menos les hiciera compañía en su dormitorio. Al principio, a las otras chicas les costó un poco dejarla entrar en su grupo, pero después de unos minutos en los que Daphne no insultó a ninguna de ellas, siguieron el ejemplo de Hermione y empezaron a incluirla con cautela.

—¡El encantamiento del pelo aún aguanta! —se regocijó Lisa, viendo cómo Hermione se echaba hacia atrás la mitad superior del pelo, dejando que el resto colgara suelto.

—Vas a tener que enseñármelo, —Hermione sonrió.

—Te queda muy bien, —dijo Daphne con un cumplido sincero, y una leve sonrisa se dibujó brevemente en su rostro. Estaba panza abajo en su cama de cuatro postes, observando cómo tres de sus compañeras se preparaban para la fiesta a la que ella no asistiría.

—Padma accedió a mirar hacia otro lado por la noche cuando le dije adónde íbamos, —mencionó Sue, mirando hacia la única cama vacía de las cinco. Padma tampoco asistiría—. Premio Anual y todo eso...

—¿Cómo es la sala común de Slytherin, Daphne? —preguntó Lisa. La ex-Hufflepuff había aceptado la presencia de la chica con más rapidez que Sue al principio.

—Es todo subterráneo y las paredes son de cristal para poder ver el lago, —explica Daphne—. Por la noche oyes el movimiento del agua a tu alrededor, que te adormece. Es muy relajante.

—Me muero de ganas, —sonrió Sue.

—¿Estáis listas, chicas? —preguntó Hermione, dirigiéndose hacia la puerta.

—Espero que os divirtáis, —dijo Daphne reclinándose sobre la cama, con aire divertido.

—¡No puedo creer que estemos haciendo esto! —chilló Lisa. Las tres chicas bajaron de la torre de Ravenclaw y salieron al pasillo del quinto piso. Lisa enlazó sus brazos con los de sus compañeras a ambos lados—. ¡Ni en mis mejores sueños pensé que sería tan feliz en Ravenclaw como en Hufflepuff!

—¡Aww, Lisa! —arrulló Sue.

—¿Alguna de vosotras huele algo... raro? —se preguntó Hermione, moviendo la nariz. Era un olor rancio, como el del sótano sucio de alguien.

—Ahora que lo mencionas...

—Creo que viene del balcón, —dijo Sue, señalando el mismo que Hermione había explorado aquel mismo día.

Al asomarse por la esquina de la alcoba oculta, las chicas descubrieron a Malfoy, Nott y Zabini fumando. Si alguno de los chicos se sorprendió ante la repentina aparición del grupo de chicas de Ravenclaw, sus caras no delataron nada.

—¡Vaya, vaya, mirad quienes son! —anunció Nott, saludando a las tres mientras exhalaba una bocanada de humo tanto por las fosas nasales como por la boca—. Un tercio del Trío de Oro y sus lacayas sustitutas.

Hermione entrecerró los ojos.

—No tiene gracia, Nott. Diez puntos menos para Gryffindor por fumar en las instalaciones del colegio. Otros diez menos para Ravenclaw por cada uno de vosotros dos.

Le habría encantado reprender más a Malfoy por participar a pesar de ser prefecto, pero se abstuvo.

Zabini tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó de un pisotón. Malfoy exhaló un rizo de humo y miró a cualquier parte menos a Hermione. Ella también estaba decidida a no establecer contacto visual con él, todavía desconcertada por el incidente anterior delante del guardián de Ravenclaw.

—Habría pensado que te alegrarías de que estuviéramos haciendo algo muggle, —sugirió Zabini distraídamente, con el aire de quien comenta el tiempo a un desconocido. Su voz era inesperadamente suave, como el filo dentado de una pluma.

Nott miró a las chicas de arriba abajo, con una sonrisa pícara.

—¿Van a algún sitio, señoritas? ¿Una fiesta quizás?

—No creí que fueras capaz de dejar los libros, Granger. Estoy impresionado —se burló Nott, dando otra larga calada a su cigarrillo y soplando el humo hacia ella.

—¿Por qué sigues hablándome? —preguntó Hermione, ampliando su postura y apartando el humo—. No es como si fuéramos amigos... no me gusta hablar contigo... un sentimiento que estoy segura es mutuo.

—Er, nos adelantaremos, Hermione, ¿vale? —sugirió Sue, que parecía ansiosa por irse. Lisa miraba abiertamente a los chicos como si fueran una banda de selkies aparecidos mágicamente—. Nos vemos cuando termines aquí...

—Tonterías, señoritas, parece que les vendría bien una escolta, —protestó Nott, tirando su cigarrillo al suelo y pisándolo de la misma forma que lo había hecho Zabini—. Vamos, Blaise. Enseñémosles a estas dos el camino a la sala común de Slytherin...

Se habían ido antes de que Hermione tuviera tiempo de darse cuenta de lo que había pasado. Miró al único compañero que le quedaba, que tenía el cigarrillo entre los labios. Vio cómo aspiraba lentamente el humo maloliente. Cuando exhaló, Hermione no pudo decidir si su aspecto era atractivo o vil.

Palideció ante su propio pensamiento. ¿Atractivo?

—¿No tienes que estar en algún sitio, Granger? —preguntó Malfoy en voz baja.

—¿Pensé que te había pedido que apagaras eso? —le miró con el ceño fruncido.

—En realidad, lo único que hiciste fue quitar puntos por fumar aquí, —inhala.

—Los cigarrillos van contra las reglas...

—Lo sé, —exhala.

—Son terribles para la salud, —insistió.

Otra vez, lo sé.

—¿No te importa que te estén matando lentamente? —preguntó.

—En realidad no, —inhala.

—Pero... ¿por qué no? —Hermione lo miró fijamente.

Exhala. Terminó con el objeto de contrabando y pulverizó el resto con la punta del zapato. Con un movimiento de su varita, hizo desaparecer las colillas.

—Me condeno si lo hago y me condeno si no lo hago. Ya que eso me pone en un callejón sin salida, será mejor que lo haga.

Abrió la boca para hablar, pero no se le ocurrió una respuesta adecuada.

—¿Vas a dejarme pasar? —Ladeó una ceja y se acercó a ella por el estrecho balcón.

En silencio, se hizo a un lado. A pesar de que ahora había espacio de sobra para que él diera la vuelta, se detuvo frente a ella.

—¿Sí? —su respiración se entrecortó vergonzosamente mientras preguntaba.

—"Herir sin moverse, envenenar sin tocar, soportar la verdad y la mentira, no ser juzgada por el tamaño...", —murmuró. El humo residual del cigarrillo de su ropa y de su aliento empezó a hacerle llorar los ojos—. He estado pensando en ello.

—¿Y? —preguntó esperanzada.

—Solo quería que lo supieras, —se encogió de hombros.

—Oh. —Casi se sintió decepcionada, aunque no estaba segura de lo que hubiera querido que dijera.

Hermione se puso rígida cuando Malfoy alargó la mano y atrapó parte de su pelo entre los dedos. Se lo había dejado suelto hasta la mitad para la fiesta, y el encantamiento de Lisa aún lo mantenía milagrosamente suave, liso y brillante.

—Huh, —fue todo lo que dijo antes de soltar la mano.

Por alguna razón, aquel simple gesto había dejado a Hermione con la lengua tan trabada como un Neville Longbottom de tercer curso siendo interrogado por un iracundo profesor Snape. Ya no le interesaba la fiesta ni ver a sus amigos. En lo único que podía pensar era en las palabras "pensar en ello" y en un par de ojos azul grisáceo.

Estaba a punto de marcharse sin decir una palabra más, pero al sentir su inminente huida, ella soltó:

—No lo entiendo.

—¿Qué es lo que no entiendes, Granger? —Malfoy se detuvo, aún de espaldas a ella.

—Nada.

—Puede que sea la primera vez, —se giró parcialmente para mirarla de reojo.

Luego, como era la pregunta que realmente quería que le respondieran, preguntó:

—No entiendo por qué te pusieron en Ravenclaw. ¿Por qué no te dejaron en Slytherin? A otros los pusieron en sus antiguas casas. ¿Por qué a ti no?

—Porque pedí no volver allí, —arqueó una ceja pálida hacia ella.

Hermione solo pudo mirar mientras Malfoy se retiraba sin decir palabra, sus pasos se iban apagando lentamente, como el olor a cigarrillo y las ideas preconcebidas que tenía de él.

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Nota de la autora:

Por fin, ¡tenemos el comienzo de algo de Dramione! Un gran agradecimiento a iwasbotwp por ayudarme a moderar mis inanes divagaciones.

Gracias también a todos los que han dejado un comentario. Me encantan las críticas, me hacen sonreír inapropiadamente en público. Pero también aprecio los comentarios que me dejan críticas constructivas amables, que son esencialmente un tesoro. Algunas personas me han corregido amablemente algunas cosas, incluso cuando he expresado inadvertidamente algunas cosas que podrían resultar ofensivas. Siempre me alegra oír este tipo de cosas y hacer cambios. Esta historia ha evolucionado muchas veces y, sinceramente, agradezco mucho que la gente se tome el tiempo de educarme a mí o a los demás de forma civilizada.