Callejón Diagon

Parpadeando, Hermione tardó un momento en percibir las paredes de color beige neutro del dormitorio de su infancia, en lugar de la piedra habitual de los dormitorios de Hogwarts. Tres estanterías llenas de libros abarrotaban la habitación, dejando poco espacio para otros objetos, como el baúl del colegio a los pies de la cama y la gran morsa de peluche de su infancia.

En su mesilla de noche había una pequeña lámpara de cerámica de un color rosa asqueroso que claramente no había elegido para sí misma. Junto a ella había una foto enmarcada del Trío de Oro de cuarto curso. Al igual que otras fotografías de magos, la imagen se movía: Harry, Ron y Hermione llevaban sus bufandas de Gryffindor y se reían de una broma que habían compartido hacía mucho tiempo, mientras la nieve caía suavemente detrás de ellos.

Despertada por el olor a café que se preparaba abajo, Hermione se incorporó y se estiró con dificultad. Estaba empapada, pues se había quedado dormida con la ropa húmeda del día anterior. Crookshanks era una larga mata de calor a los pies de la cama y la miraba con reproche por haberle molestado.

Se tomó su tiempo para vestirse para el desayuno, aún no estaba preparada para ver a sus padres después del incómodo giro que había tomado la conversación de la noche anterior. Sabía que no lo entenderían. ¿Cómo iban a entenderlo? No formaban parte del mismo mundo en el que ella se había sumergido tan a fondo. Pero estaba segura de que Harry y Ron tampoco apoyarían su decisión, y ellos sí pertenecían a su mundo.

La cuestión era que, aunque Hermione estaba feliz de estar en casa con sus padres (algo que, hacía tan solo un año, no tenía garantizado), también se daba cuenta de que, con la excepción del Encuentro, tenía por delante toda una quincena sin ver a Draco.

Eran dos semanas de no verle en clase, de no hacer rondas de patrulla dos veces por semana, de no verle estudiar en la sala común y de no encontrárselo fuera de los baños de prefectos.

Aunque una quincena no era mucho tiempo en el gran esquema de las cosas, ¡catorce días eran casi medio mes!

La verdad era que ya le echaba de menos. Echaba de menos aquella sonrisa impía y su seco sentido del humor... la forma sarcástica y exasperante en que cuestionaba todo lo que ella decía... echaba de menos aquellas largas pestañas dorado oscuro que enmarcaban sus ojos azul grisáceo perfectamente almendrados... echaba de menos ver sus largos dedos sosteniendo con elegancia una pluma y realizando una caligrafía soberbia... echaba de menos su sabor cuando la besaba suavemente... el sabor de la pasión creciente cuando el beso se hacía inevitablemente más profundo... echaba de menos cómo esas manos se enredaban en su pelo y tiraban de ella para acercarla... echaba de menos su sentido interno de la caballerosidad, la parte de él que mantenía lo más enterrada posible... echaba de menos...

Basta, se reprendió Hermione, interrumpiendo bruscamente aquel peligroso hilo de pensamientos. No te obsesiones con él. Ya estás demasiado apegada a él para tu bienestar.

Bajó a desayunar en un estado tanto de depresión como de ansiedad.

.

.

—Sigue sin gustarme la idea de que te cases con ese chico, Hermione.

Era la quinta vez que el señor Granger pronunciaba esas palabras desde que el desayuno había sido puesto sobre la mesa, cuyos restos acababan de ser retirados. La señora Granger se estaba sirviendo una segunda taza de café. La sien de Hermione empezó a palpitar.

—Bueno, es lo que hay, papá.

—No veo por qué es necesario. Entonces, no puedes tener un matrimonio mágico algún día... ¿y qué? ¿No puedes tener uno normal cuando llegue el momento? Tu madre y yo lo hicimos, y nos va muy bien.

—Se trata de mucho más que de mi futuro cónyuge, sea quien sea. —Subiéndose la manga izquierda, mostró la Marca Tenebrosa a sus padres. Era notable la diferencia de reacciones entre los magos, que sabían lo que representaba, y los muggles, que solo la veían como un tatuaje—. Ahora tengo esto. Es de Draco y odio mirarla.

—Es bastante feo, —comentó Natalie, arrugando la nariz como si alguien hubiera rastreado algo desagradable hasta su casa en el fondo de sus zapatillas.

Poco dispuesta a explicar lo que representaba y exacerbar el asunto, Hermione volvió a bajarse la manga y añadió lastimeramente:

—También tengo toda su artritis.

—El chico es un adolescente, —se burló Todd—. ¿Cómo puede tener artritis?

—¡Draco fue torturado, papá! Se ofreció voluntario para ser torturado en lugar de su madre. —Con sentimiento, añadió—: Y los magos oscuros en los que depositó ciegamente su confianza lo torturaron tanto con magia que tiene dolores todos los días... y ahora yo también los tengo.

—¡Oh! —exclamó Natalie—. ¿Necesitas algún antiinflamatorio? Tengo Ibuprofeno.

—¡No estáis entendiendo el punto, ninguno de los dos!

—Es difícil sentir lástima por el chico cuando estamos ocupados preocupándonos por ti, —señaló su padre.

Hermione suspiró y cerró los ojos, apretándose el puente de la nariz. No es que pensara que sus intenciones fueran malas, pero odiaba disgustar a sus padres.

—Me reuniré con Draco en su casa el 26 de diciembre, como habíamos planeado. Entonces decidiremos cuándo sería el mejor momento para...

Vaciló.

Para que nos casemos. Para atarnos aún más con la esperanza de que un día, cuando deshagamos todas estas ataduras sobre ataduras, nos libere a los dos por completo... ¿y luego qué?

—...Para hacerlo, —terminó suavemente.

.

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En el momento en que Hermione apareció en el Callejón Diagon y sus pies se posaron sobre los adoquines de la conocida calle, el estrés de la discusión con sus padres pareció desvanecerse sobre sus hombros.

La mayoría de las tiendas de las calles acababan de abrir por la mañana. Aunque muchos inquilinos habían abandonado sus tiendas durante la guerra, casi tres cuartas partes ya habían vuelto a abrir. Vio los grandes escaparates de Madam Malkin, Túnicas para Todas las Ocasiones, donde se exhibían nuevos conjuntos de ropa de mago: desde los uniformes estándar de Hogwarts hasta los últimos modelos de túnicas de vestir se mostraban con orgullo en maniquíes que guiñaban el ojo a los compradores que pasaban. La tienda de calderos de Potage, situada al lado ("¡Nuevos estilos de calderos en stock!"), lucía una pancarta en la entrada que proclamaba que acababa de reabrir esa semana.

Hermione consultó su lista de Navidad antes de ponerse a ello, deleitándose con la normalidad de comprar regalos para sus amigos y familiares. Vio a Luna que la saludaba desde la botica, que nunca había cerrado, ni siquiera en los peores momentos de la guerra, y le devolvió el saludo con una sonrisa. Padma y Parvati Patil entraban en la recién reabierta Madam Primpernelle, una pequeña tienda que vendía pociones de belleza y productos para brujas. Hermione nunca había entrado en la tienda, demasiado rosa para su gusto.

Emporio de la Lechuza permanecía cerrado con tablas, aunque todavía había excrementos y egagrópilas de lechuza esparcidos cerca de sus instalaciones, bajo las jaulas vacías que bordeaban la calle. Sortilegios Weasley seguía tan colorida como siempre, pero los numerosos escaparates estaban vacíos y un pequeño cartel en la puerta principal explicaba que la tienda estaba cerrada hasta nuevo aviso. Apresuró el paso, con la esperanza de poder ver a George en Navidad.

Hermione no tardó en sumergirse en sus compras y se dio cuenta de que agradecía no tener que preocuparse por nada más estresante que qué color de pañuelo de Twilfitt y Tattings combinaría mejor con el pelo de Ginny, o regatear el precio de un par de sujeta libros antipolvo para el despacho de su padre, de Equipamiento Mágico de Sabihondos.

Parecía que acababa de empezar a superar su ansiedad cuando el letrero de "Ollivander's: Fabricantes de Varitas Finas desde el 382 a.C." estaba ante ella, colgando de sus goznes y partido en dos pedazos. Entonces se preguntó cómo estaría el señor Ollivander tras ser rescatado del sótano de la mansión Malfoy, donde al parecer había languidecido durante varios meses, siendo torturado de forma intermitente.

Pensar en aquella horrible noche en la mansión Malfoy puso a Hermione nerviosa por volver a ver a Draco. Se compró una pluma nueva en Scrivenshaft para intentar distraerse. Casi funcionó, o eso se dijo a sí misma.

Acababa de comprar la tradicional Seda dental con sabor a menta para sus padres (como eran dentistas, estos caramelos eran una de las ventajas que más les gustaban del mundo mágico) y estaba revisando la lista de la compra. Solo le quedaban Harry y Ron. Por suerte, Artículos de Calidad para Quidditch seguía en activo.

Guardando la lista en el bolso, donde todas sus compras se habían reducido para mayor comodidad, casi se había quitado de la cabeza a un tal Malfoy, cuando se topó de frente con alguien muy sólido.

—Oh, lo siento mucho... —se quedó boquiabierta—, ¿Draco?

Efectivamente era Draco, aunque llevaba las gafas (que Hermione nunca le había visto llevar en público) y un gorro de invierno que cubría la mayor parte de su característico pelo platino. El resultado final era que no se parecía mucho al Malfoy que ella conocía, hasta que lo miró de verdad. Los transeúntes estaban demasiado enfrascados en sus compras navideñas como para dedicarle una segunda mirada, a pesar de la notoriedad de su familia.

—¿Qué haces aquí?

—Mencionaste que estarías por aquí hoy. Quería verte.

—¿A mí?, —murmuró ella, con las mejillas teñidas de rosa ante la insinuación de que la había echado de menos. Se sintió aliviada de no haber sido la única a la que dos semanas le habían parecido mucho tiempo—. ¿Por qué?

Se limitó a encogerse de hombros, sin dejar de mirar las calles adoquinadas repletas de compradores navideños.

—Bueno, si quieres acompañarme, iba a comprar unos guantes de Quidditch nuevos para los chicos. Los de Ron están un poco gastados, y Harry perdió los suyos el año pasado cuando estábamos huyendo. Ha estado usando unos viejos que le prestó Charlie. No sé nada de lo que hay disponible, así que quizá puedas ayudarme, —ofreció.

Poniéndose un poco más erguido cuando quedó claro que ella no iba a desentenderse de él sin más, Draco le recomendó:

—Querrás Artículos de Calidad para Quidditch, es por aquí.

Los dos pasaron un rato en la abarrotada tienda mirando guantes deportivos. Hermione no se había dado cuenta de que habría tantas opciones. También fue una suerte que el dependiente estuviera tan ocupado, ya que Draco se relajó aún más al no ser reconocido. Pasó unos minutos explicándole a Hermione lo que cada par ofrecía a un jugador de Quidditch y, al cabo de un rato, ella se dio cuenta de que no recordaba la última vez que le había oído hablar tanto de seguido.

—¿Cuáles querrías para ti?, —preguntó—. Nada excesivamente caro, eso sí.

Se lo pensó un momento y cogió un par sin dedos de la pared donde estaban colgados.

—Estos.

Comprobó el precio.

—Perfecto, compraré dos pares entonces.

—Por supuesto que no.

—¿Por qué no?

—Son ligeros, flexibles y sin dedos, —explicó—. Sirven más para evitar el frío del viento en las manos que para otra cosa, perfectos para un Buscador. Puedes dárselos a Potter.

Pero...

—Estos, por otro lado... —sacó un juego diferente de otro estante—, son gruesos y reforzados. La destreza no es tan importante. Estos se los puedes dar a Weasley. Están pensados para suavizar el golpe de coger la Quaffle una y otra vez, que es lo que un Guardián necesita en un buen par de guantes.

Hermione llevó sus compras al agobiado dependiente y le pagó, guardando los últimos regalos en el bolso para envolverlos más tarde.

—No sabía que hubiera tantos guantes de Quidditch, —admitió cuando los dos salieron de Artículos de Calidad para Quidditch y volvieron a la calle principal del Callejón Diagon—. Resulta que fue una suerte que vinieras hoy. En mi ignorancia, habría comprado algo que no era.

Hizo un gesto con la mano, pero Hermione se dio cuenta de que sus labios esbozaban una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Quieres ir a comer?

La sonrisa burlona se le escapó y los ojos de Draco volvieron a parpadear alrededor de ellos, hacia la multitud que seguía sin prestarles atención.

—¿Me estás pidiendo una cita?

¿Lo estoy haciendo?

Curiosamente, parecía nervioso de que ella pudiera estarlo.

Después de todo, nos vamos a casar pronto... Arriesgándose, respondió:

—Solo si quieres que lo sea. Si no, es solo una comida.

—No creo que muchos de los propietarios de restaurantes de aquí desearan servir a alguien de mi familia ahora mismo.

—Podríamos ir a Londres, —ofreció Hermione alegremente—. Conozco un sitio que está al final de la calle y tiene comida deliciosa, muy informal. Nadie nos conocerá allí.

—¿Londres muggle?

Ella se limitó a asentir, preguntándose qué parte de la recomendación le causaba más consternación.

—Nunca he estado, —dijo lentamente.

—No es tan diferente, —le aseguró—. La gente es gente, solo que no hay magia, eso es todo.

Ella esperó, dándole tiempo para pensárselo.

—¿Por qué no?, —murmuró finalmente, con voz decididamente insegura.

—Excelente. Pero... antes, otra cosa. —Mirando ahora a su alrededor para asegurarse de que no había fisgones, le dijo—: Había planeado ir al Callejón Knockturn mientras estaba aquí hoy.

Blanco como ya estaba, Draco palideció visiblemente. Tirando de ella hacia un callejón cercano, que estaba lleno de cubos de basura desbordados en lugar de compradores, le preguntó:

—¿Por qué?

—Quiero ver si tienen Horquilla de Sierpe. Por si acaso.

—Una mujer como tú no pertenece a un lugar como ese.

—Ya he estado allí antes, Draco.

Al reconocer su mirada de firme determinación, tragó saliva con fuerza y Hermione notó que su nuez subía y bajaba pesadamente por la garganta.

—De acuerdo. Solo... —la arrastró hacia el callejón y la alejó de la concurrida calle—. Tenemos que disfrazarnos. Ninguno de los dos debe ser visto allí, cada uno por sus propias razones.

—Vale, trato hecho. ¿Pero podemos darnos prisa? Estos cubos de basura apestan.

Tal vez Draco estuviera de acuerdo con lo de los cubos de basura, porque él mismo se tiñó el pelo de un castaño arenoso nada excepcional con un oportuno movimiento de varita. El cambio, combinado con sus gafas, le hacía parecer otra persona. Aunque Hermione normalmente apreciaba el aspecto de Draco con gafas, no estaba segura de que le gustara sin su característico pelo rubio. De algún modo, era mucho menos él.

—Nada de hechizos en el mío, —estipuló implacable—. No he olvidado lo que pasó cuando Lavender Brown intentó hechizarme el pelo en tercer curso. Puedo transfigurar mi abrigo y sombrero para ocultarme mejor.

—Tu abrigo en una capa, —le recomendó con una mueca ante su terquedad—, y ponte la capucha.

Disfrazados, Hermione y Draco se escabulleron de nuevo en el bullicio de la calle principal de tiendas. En pocos minutos llegaron a la puerta de hierro forjado que marcaba la entrada al Callejón Knockturn. La única señal que identificaba el lugar era un viejo trozo de madera con letras descascarilladas clavado en la pared exterior de la tienda más cercana.

—¿Estás segura...?, —empezó, mirando nervioso de nuevo a su alrededor.

—Vamos, —decidió Hermione por los dos, cogiéndole de la mano y tirando de él.

A diferencia del caos organizado del iluminado Callejón Diagon, Knockturn era relativamente oscuro y lúgubre. Mientras muchas de las tiendas de Diagon empezaban a reabrir, la mayor parte de Knockturn había sido apresuradamente tapiada o desmantelada. La calle empedrada estaba llena de cristales rotos, y delante de la fachada de una tienda vacía había una gran quemadura que había dejado un cráter infranqueable en la mitad del camino.

En lugar de los caminos entrecruzados y ordenados que caracterizaban al Callejón Diagon, estos senderos se torcían de forma caprichosa. No se cruzaron con nadie, salvo con un par de brujas que, al igual que Hermione, llevaban la cabeza cubierta con profundas capuchas en sus capas para evitar ser reconocidas.

La primera tienda abierta que encontraron era más bien un pequeño tugurio que se había fundido con la pared entre dos escaparates cerrados. Desde el escaparate, una mujer de dientes torcidos cubierta con un mantón raído les sonrió con dientes musgosos mientras pasaban a toda prisa. El cartel pintado a mano sobre la puerta indicaba que era adivina. Hermione se preguntó qué pensaría Theodore de ella.

Dos puertas más abajo, en el escaparate había un juego de porcelana descascarillada con rosas negras. Un pequeño cartel al lado decía: ¡Maldito! Cerca de allí, los propietarios habían colocado una capa de invisibilidad hecha de pelo de demiguise en un maniquí al que le faltaban casi todas las pestañas.

Hermione se detuvo un momento cerca de la puerta.

—¿No tendrán...?

—Ahí no encontraremos lo que buscas, —le aseguró Draco, sin molestarse siquiera en detenerse—. Venden artículos para el hogar: muebles, ropa, ese tipo de cosas.

Siguieron adelante. En otra curva había una pequeña taberna llamada Las Piedras de Salazar.

—Ese sitio sirve a vampiros, entre otras bestias, —informó Draco a su compañera con un pequeño escalofrío—. Me sorprende que sigan en el negocio; oí que el tabernero le pasaba información a Greyback durante la guerra. Vámonos rápido.

Hermione no necesitó que se lo dijeran dos veces. Por fin llegaron a lo que parecía ser el final del Callejón Knockturn, cuyo final se extendía en un callejón sin salida. De los siete espacios en alquiler, solo tres permanecían abiertos.

El primero era un escaparate con un rótulo de filigrana de oro rosa que parecía demasiado nuevo para el resto de su entorno; en él había sobre todo aparatos de tortura y otras máquinas y reliquias de aspecto igualmente horrible, todo pulido con un brillo casi maníaco. Al echar un segundo vistazo, Hermione se dio cuenta de que se trataba de una especie de museo y no de una tienda.

El segundo era una librería destartalada llamada Obscurus Books. Una neblina verdosa llenaba el local y un único libro del escaparate era un compendio de información sobre pentagramas.

—Ni se te ocurra, —gruñó Draco, apartando a Hermione de la ventana.

—¿Pero y si el libro que necesitamos...?

—Solo hay un sitio donde conseguir lo que buscas, y no quiero quedarme aquí más tiempo del necesario. —Con eso, la llevó a la última tienda al final del camino, que era Borgin y Burkes.

El tintineo de una campanilla anunció su llegada. Aun así, pasaron unos instantes antes de que el aceitoso señor Borgin saliera de la trastienda. Hermione se dio cuenta de que el hombre tenía bastante menos pelo que la última vez que lo había visto y las mejillas más hundidas.

—¿Puedo ayudaros?

Draco se aclaró la garganta y con una voz muy distinta a la suya, tan sorprendentemente parecida a la de su padre que hizo estremecerse a Hermione, respondió:

—Buenas tardes, Borgin.

Los ojos del hombre se abrieron de par en par y tartamudeó:

—¿S-Señor Malfoy? Perdóneme, no le reconocí... pero claro, habrá necesitado disfrazarse para venir de visita.

—Tengo poco tiempo, Borgin. Estoy buscando algo en particular.

—P-Por supuesto. ¿Qué...?

A Hermione le intrigó comprobar que el señor Borgin parecía realmente asustado de ver a Draco en su tienda. Recordó la semana anterior al comienzo de su sexto curso, cuando ella, Harry y Ron lo habían seguido hasta ese mismo establecimiento. ¿Qué había ocurrido entre ellos desde entonces? ¿Se había equivocado al pedirle a Draco que volviera?

Con una sacudida, se dio cuenta de que había estado de pie junto a un tarro de metro y medio de alto con lo que parecían globos oculares humanos variados y, con un ruido de asco sorprendido, se apartó.

—¿Algo para la dama, quizás? —sugería Borgin.

—No, Borgin. Estoy buscando algo de Horquilla de Sierpe.

—Muy difícil de conseguir, Horquilla de Sierpe, —musitó nervioso el hombre—. Una vez tuve un pequeño ejemplar, pero de eso hace casi diez años.

A Hermione se le encogió el corazón y, por primera vez, habló:

—¿Será capaz de conseguir alguno? ¿Si se lo pidiera a las personas adecuadas?

Aunque su rostro seguía oculto por la capucha, podía sentir la mirada de Borgin clavada en su cráneo, sus fríos ojos azules intentaban calcular cuándo había oído su voz antes, o si la había oído. Levantó la mano para bajarse más la capucha. Draco tenía razón, no quería que la identificaran aquí.

Un destello de su muñeca llamó la atención del dependiente.

—Señora, es muy posible que no se haya cosechado ninguna Horquilla de Sierpe desde la única pieza que vendí hace una década. Pero... si no me equivoco, lleva usted un lujoso tesoro en la muñeca: todo un conjunto de gemas que indicarán la diferencia entre verdades y falsedades. ¿Me permite?

Miró con sorpresa la pulsera de pequeñas piedras azules que Harry y Ron le habían regalado el día de su cumpleaños.

—Preferiría que no, gracias.

El señor Borgin dio un paso atrás, con cara de decepción.

—Por supuesto, por supuesto... aunque con gusto buscaría una Horquilla de Sierpe a cambio de semejante recompensa.

—No, gracias, —murmuró cortésmente Hermione, confusa.

—Parece que no puedes ayudarnos, Borgin, —concluyó Draco. Hermione pensó que sonaba un poco aliviado—. Le deseamos un buen día.

Los dos salieron de la tienda lo más deprisa que pudieron, agradecidos por haber dejado atrás al grasiento dependiente. Cuando llegaron a la puerta que conducía de nuevo al Callejón Diagon, Hermione sintió que nunca antes había estado tan agradecida de ver el tramo de calle iluminada. Utilizaron el mismo callejón desierto de antes para que Draco se quitara el encantamiento del pelo, devolviéndole su rubio natural, mientras Hermione volvía a vestirse como antes.

—¿Por qué se interesó tanto Borgin por mi pulsera?, —quiso saber mientras se subía la cremallera del abrigo.

—A mí también me gustaría saber de dónde has sacado esa cosa. Te he visto llevarlo, pero no sabía lo que era.

—Harry y Ron me lo regalaron por mi cumpleaños. ¿Es realmente tan valioso?

—Eso explica por qué no querías cambiarlo, y bien por ti. Esa escoria no merece tenerlo y definitivamente habría obtenido la mejor parte del trato.

Draco alargó la mano para cogerla y examinar la pulsera que llevaba en la muñeca. Un cosquilleo recorrió a Hermione y, por un breve instante, recordó su aventura prohibida a puerta cerrada. Deseó besarle.

—Estas piedras son increíblemente raras, sobre todo las que se han tallado para joyería. Todas las gemas conocidas en el mundo están vendidas. Aunque todos los recursos de mi familia de antes de la guerra estuvieran intactos, me costaría mucho hacerme con una. Me encantaría saber cómo la consiguieron Potter y Weasley, —concluyó.

—De repente, yo también, —murmuró.

Como si acabara de darse cuenta de que la tenía de la mano en un callejón lleno de basura apestosa, Draco le soltó la mano y murmuró:

—Vámonos de aquí.

—Creo que aceptaste comer, —le recordó rápidamente.

—Un mago no debe faltar a su palabra.

.

.

El local que Hermione conocía en el cercano Londres muggle estaba a un par de manzanas del Caldero Chorreante y era más una charcutería que un restaurante. Antes de que salieran del pub a las abarrotadas calles de más allá, transformó la capa de Draco en un chaquetón negro para que llamara menos la atención.

Aunque se había acercado al Caldero Chorreante con algo más que un poco de temor, el pub estaba tan abarrotado de gente por las vacaciones que apenas un alma prestó atención a la joven pareja que se dirigía al mundo muggle... o si lo hicieron, nadie les detuvo. Hermione agradeció que, entre el sombrero y las gafas de Draco, este pareciera casi anónimo. Era consciente de que el Profeta haría su agosto si los descubrían juntos.

No había hablado mucho desde que se instalaron en una mesa en la esquina de la pequeña charcutería, pero Hermione se dio cuenta de que eso se debía principalmente a que estaba muy ocupado mirándolo todo. El lugar estaba repleto de muggles que descansaban de sus compras navideñas.

—¿Draco? —Le dio un golpecito en el brazo que descansaba sobre la mesa.

Había estado observando con fascinación a un empleado que utilizaba hábilmente el cortador de carne detrás del mostrador, pero su atención se centró ahora en ella.

—¿Mm?

—La camarera vendrá enseguida a preguntarnos qué queremos. Probablemente deberíamos mirar el menú.

Pero después de unos instantes de hacer precisamente eso, Draco murmuró:

—¿De verdad los muggles se comen un bocadillo de lengua?

—Es lengua de vaca, —aclaró—, y sí, algunos lo hacen. —Volvió a su menú.

Pero Draco siguió mirando a su alrededor con curiosidad. Se inclinó sobre la mesa hacia ella para susurrarle:

—¿No sabe ese hombre que es de mala educación comer con el sombrero puesto?

Hermione miró al hombre en cuestión.

—Eso es una kipá, la lleva como parte de su religión.

—Oh. —Volvió a sentarse, sus ojos se desviaron a la mesa, de nuevo al hombre, y luego a la cara de ella—. Conozco la religión.

—¿Los magos no tienen religión?, —preguntó, cerrando su propio menú.

Draco negó con la cabeza.

—La mayoría de nosotros creemos en cosas que podemos ver y probar.

—Mis padres son católicos, pero no vamos a la iglesia a menudo como familia. Mamá va casi todos los domingos, pero papá dice que en realidad no es para él, y solo va en festivos importantes o cuando mamá le obliga.

—¿Qué se considera un festivo importante?

—Probablemente iremos en Nochebuena. Papá también suele ir en Semana Santa.

Draco tenía un montón de preguntas sobre esta práctica, que Hermione contestó lo mejor que pudo antes de que la acosada camarera se acercara por fin.

—Siento la espera, —se disculpó la mujer—. ¿Qué desean?

—Tomaré el fresser de salmón y queso crema, por favor, —ordenó Hermione.

—¿Alcaparras y cebolla?

—Sí.

—Gracias, —dijo la camarera y cogió el menú. Ahora se volvió hacia Draco—: ¿Para usted?

Parpadeó distraídamente un par de veces ante el menú y murmuró:

—Lo mismo que ella.

—Muy bien. —La camarera también cogió su menú—. ¿Compota de manzana o crema agria con sus tortitas de patata?

Se encontró con la mirada perdida de Draco.

—Oh, nunca los ha probado, —explicó Hermione—. ¿Podrías traernos un poco de cada?

Una vez que la mujer se marchó a hacer el pedido, la joven pareja permaneció en silencio durante un momento.

—Supongo que no entiendo el sentido de depositar tu fe en algo que no puedes probar que existe, —opinó Draco, al final.

—La religión no es tan desesperanzadora. Se supone que te hace sentir que hay una razón por la que suceden las cosas, aunque ahora no las entiendas. O que te cuidan, incluso cuando el resto del mundo parece haberte dado la espalda. Es depositar tu fe en la esperanza.

—Creo que... —empezó, pero se detuvo al fijarse en ella.

—¿Qué?

—Nada. Es una estupidez.

—Dímelo.

—No.

—¿Por favor?

Soltó una profunda exhalación por la nariz y, con la voz más baja que pudo conseguir sin que sus palabras desaparecieran por completo, confesó:

—Creo que lo más parecido que he sentido nunca a la religión es cuando estoy contigo.

Fuera lo que fuera lo que ella esperaba que dijera, no era eso. Hermione sintió que el color se le calentaba en la cara mientras una pizca de emoción le recorría el pecho. Rápidamente le siguieron un montón de emociones con las que luchó y que logró dominar con esfuerzo.

Cuando ella no respondió directamente, las mejillas de Draco adquirieron un color rosado y admitió:

—Sabía que era una estupidez...

—No lo era, —insistió ella.

Draco no estaba convencido, de repente parecía un poco mareado.

—También sabía que era una mala idea que viniera aquí hoy. Como un tonto, ignoré mi intuición.

—¡Me alegro de que te reunieras conmigo! No habría podido elegir el par de guantes adecuado para los chicos, ni visitar Knockturn sin ti.

Pero parecía que no era lo que debía decir. Hermione pudo ver cómo la máscara de Draco volvía a erigirse ante sus ojos y él replicó fríamente:

—Habrían sido falsos, sin duda.

—¡No me refería a eso!

—¿A qué te referías?

—Solo estoy preocupada por nosotros.

Se limitó a mirarla fijamente para continuar, sin decir nada él mismo.

Aturdida por las emociones contradictorias que se agolpaban en su corazón y en su mente, consiguió decir:

—Me preocupa que nos encariñemos demasiado el uno con el otro. Sé que... —Hizo una pausa—. Bueno, tenemos que tratar esto académicamente. No tiene sentido... —Suspiró profundamente, aparentemente incapaz de terminar una frase.

—¿Qué es esto? ¿La famosa señorita Granger sin una respuesta preparada?, —se burló. Había algo de su antiguo yo en su voz, como si ya no estuviera bromeando del todo con ella.

Llegó la comida y la conversación se interrumpió. ¿Cómo puedo hacerle entender lo que quiero decirle cuando ni yo misma puedo expresarlo con palabras?

—¿Querías que fuera una cita cuando te lo pedí?, —preguntó cuando la camarera se fue.

—No estaba seguro, —admitió, escrutando su comida con interés—. Por un lado, sería bueno conocerte mejor. Por otro, no debería intentar conocerte mejor, por el bien de los dos.

—¡Exacto!, —exclamó.

—Entonces estamos en un callejón sin salida. —La miró enarcando una ceja.

—Eso parece.

—¿Cómo te hace sentir que serás mi mujer, incluso en secreto?

Hizo una pausa, jugueteando con su servilleta para tener algo que hacer con las manos.

—No me molesta tanto como una vez pensé que lo haría. Pero ya que vamos a dar este paso, me alegro de que podamos ser amigos primero.

Draco pareció satisfecho con su respuesta, mientras su máscara volvía a caer parcialmente. Un momento después, sus ojos se clavaron en las manos de ella, que retorcían nerviosamente la servilleta.

—¿Cómo te sientes al respecto?, —preguntó.

La mirada fija que Draco le dirigió parecía penetrar en lo más profundo de su alma, y sin embargo fue perfectamente franco cuando contestó:

—Seguramente ya he sido perfectamente claro sobre ese tema, Hermione.

Se sonrojó de un rojo Gryffindor vibrante que le llegaba hasta la raíz del pelo. ¡Es una mala idea encariñarse! protestaba su razón. Pero, aunque se había esforzado por negarlo durante las últimas semanas, la verdad la miraba fijamente a los ojos desde el fondo de dos orbes color pizarra.

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Nota de la autora:

El final de este capítulo lo escribí en Purim, cuando fui a una pequeña charcutería judía a pedir un fresser de salmón y queso fresco (con alcaparras y cebolla), igual que Hermione. Mientras estaba allí, oí a una mujer explicándole a una niña la religión, y su conversación fue de lo más dulce. Inspiró la conversación entre Hermione y Draco... una conversación que realmente necesitaba suceder.

Como siempre, agradezco 100000% a todas las personas preciosas y fantásticas que me dejaron comentarios para leer. También debo dar las gracias a mi beta, iwasbotwp... ¡un montón de purpurina y confeti para ti!