Punto de inflexión
—No puedo creer que llamaras arpía a mi madre.
—¡No lo siento en lo más mínimo! —Hermione echó humo, usando su varita para desvanecer la salpicadura de vómito del montón de abono profanado—. ¿Por casualidad escuchaste lo que me dijo?
Draco estaba de pie a unos pasos, al final del camino, con las manos en los bolsillos.
—No me has entendido. Me asombra el hecho de que llamaras arpía a mi madre y sigas viva.
Hermione miró con culpabilidad el montón de abono; ahora que había quitado toda evidencia de vómito, solo parecía inocentemente pastoral, pero seguía sintiéndose mal por ello. Por no mencionar que seguía vagamente mareada. Quiso reírse, pero le salió un sollozo estrangulado.
La callejuela de casitas pulcras y patios ordenados que constituía el Hogsmeade residencial se extendía un corto trecho desde los jóvenes antes de girar suavemente de nuevo hacia la calle principal. Al final del camino había una farola alta, junto a la cual se habían apostado la profesora McGonagall y Narcissa Malfoy. Aunque estaban a cierta distancia la una de la otra, ambas parecían tener el mismo objetivo de observar a Hermione y Draco interactuar mientras fingían que no estaban haciendo exactamente eso.
—No estoy seguro de qué hacer con una chica que llora en un lugar público, así que, por favor, no me hagas eso, —pidió Draco sin rodeos. Sus ojos parpadearon hacia donde esperaba su madre y luego volvieron a Hermione.
—No estoy llorando, —insistió indignada. No lloraba—. Estoy... frustrada. Espero que no hayas venido a buscarme para darme una respuesta a este asunto, porque es una decisión demasiado importante para tomarla en el momento.
—Estoy de acuerdo.
Hizo una pausa en el camino.
—¿Estás de acuerdo?
—Eso es lo que he dicho, sí.
—No puedes ser sarcástico en un momento así, Malfoy.
—¿Por qué no? Un poco de sarcasmo suele hacerme sentir mejor.
Hermione suspiró profundamente, pero se relajó visiblemente al admitir que no le apetecía encontrar una respuesta inmediata.
—No puedo creer que quieran que... —No se sintió capaz de terminar la frase—. Ni siquiera somos amigos.
Draco no intentó convencerla de lo contrario, pero admitió:
—Tenía el extraño presentimiento de que algo así podría ocurrir. Después de que Theo me contara lo que había visto sobre el futuro... luego McGonagall convocó esta reunión. Bueno, en realidad no me sorprendió.
Se pararon incómodamente a unos tres pasos el uno del otro. Hermione se dio cuenta de que Draco tenía una mano metida en el bolsillo y la otra giraba distraídamente la varita. Ella reanudó la marcha.
—Tienes que admitir que tenemos una química física bastante buena, —dijo con descaro.
Dirigiendo la mirada al suelo, Hermione empezó a inspeccionar un guijarro con gran interés, cualquier cosa menos encontrarse con sus ojos.
—Eso fue un error.
—Yo no lo considero un error.
—Puede que la palabra "error" sea poco amable, —enmendó—. Solo quise decir que no deberíamos haberlo hecho.
—Pero lo hicimos, —espetó. Unas chispas azules salieron de la punta de su varita, como si estuviera tan irritada como él—. No hay vuelta atrás y posibilidad de cambiarlo, igual que no hay vuelta atrás y posibilidad de arreglar la interrupción del mandala. Nos enfrentamos a las consecuencias de nuestros actos, algo que últimamente se me da bien. Mucha experiencia, ya sabes.
Ella hizo un pequeño ruido de simpatía, que Draco no pareció apreciar, ya que apretó los dientes, molesto. Para calmar su enfado, ella murmuró.
—Siento que te hayas visto arrastrado a todo esto conmigo. Yo no quería esto.
Se quedó pensativo un momento, aflojó la mandíbula y murmuró.
—No fue muy bien, ¿verdad? La reunión.
—No, desde luego que no, —asintió Hermione en tono sombrío. Lanzó una negra mirada hacia el camino donde esperaba Narcissa.
La matriarca de los Malfoy estaba de pie, rígida, cerca de la farola que hacía esquina entre la calle principal y el pequeño callejón por el que Hermione había huido. La cara de la mujer estaba contorsionada en una expresión desagradable que sugería que se había tragado recientemente algo particularmente desagradable. Miró fijamente a un transeúnte, que aceleró el paso al ver su expresión.
McGonagall, mientras tanto, esperaba en el lado opuesto de la calle y observaba su entorno con calma, aunque había cierta rigidez en su postura, más incluso de lo habitual. En conjunto, parecían casi guardaespaldas que recorrían la zona.
—Me pregunto por qué McGonagall no intentó explicarlo todo por separado, —reflexionó Draco—. Mis padres siguen siendo muy... Bueno, tienen una visión estrecha del mundo y una idea errónea de lo que creen que debería ser. Siento que mi madre te atacara como lo hizo. Voy a hablar con ella.
—¿Cómo puedes simplemente "hablar" con tu madre? Eres su hijo. Probablemente no te escuche.
Sacando la mano del bolsillo, Draco señaló el voluminoso anillo que llevaba en el dedo índice.
—Este es el anillo de mi familia. Significa que soy el jefe de mi casa.
—Pero ¿tu padre...?
—Ya no es quien administra la herencia, —dijo con firmeza, volviendo a meterse la mano en el bolsillo—. Soy yo ahora y lo he sido durante más de dos años. Aunque les debo a mis padres cierta lealtad filial, solo consulto sus opiniones por respeto a ellos. Mi madre no debería haberte dicho a ti ni a tus padres lo que dijo. Fue impropio e innecesario. Por no mencionar que ya no puedo entender por qué ella y mi padre siguen con esa mentalidad pro-sangre pura. Si la guerra me enseñó algo, es que la superioridad de la sangre es claramente una mierda.
Guau. Atónita, Hermione miró a Draco durante un buen rato hasta que él empezó a inquietarse bajo su mirada. Se preguntó si él era consciente de lo mucho que había cambiado.
—Para ser justos, mi padre no facilitó las cosas. Sigue siendo muy susceptible conmigo, incluso sobreprotector, desde que tuve que obliviarlos a los dos. Cuando les devolví la memoria, les expliqué lo mejor que pude que lo había hecho para protegerlos. Mamá lo entendió y me perdonó casi de inmediato, pero papá tardó tres días enteros encerrado en su despacho en poder siquiera mirarme como es debido. Dijo que se sentía como si de alguna manera hubiera fallado como padre. —Empezó a mordisquearse el labio inferior, consternada—. Creo que eso ha vuelto a salir hoy.
—Parece que nuestros padres tienen inseguridades sobre su incapacidad para controlar las acciones de sus hijos.
—Esa es una observación astuta.
—Es del único tipo que las hago.
Hermione puso los ojos en blanco, sintiéndose un poco menos mareada que antes.
—Draco, —dijo de repente, volviéndose a mirarlo. Parecía muy cansado, con hinchazones moradas bajo los ojos y, a pesar de su descaro, tenía la boca fruncida—. Ambos tenemos más de diecisiete años, lo que nos convierte en adultos a los ojos del mundo mágico. Entiendo que el colegio pueda considerarnos menores de edad en algunos aspectos por nuestro papel de estudiantes, pero podemos tomar nuestras propias decisiones sobre este lío, ¿verdad?
Le lanzó una mirada irónica antes de replicar.
—¿Te refieres a elegir entre Escila y Caribdis? Claro que podemos. Nadie puede obligarnos a nada.
Un profundo suspiro de alivio acompañó su declaración.
—Eso es bueno.
—Pero como dijiste, esto es mucho para asimilar de una sola vez. Vamos a consultarlo con la almohada.
—Bien. Quiero ser capaz de hacer mi propia investigación antes de tomar cualquier decisión. ¿Y si hay algo que este alquimista pasó por alto? ¿Cómo es posible que una persona, incluso un experto, haya calculado todas nuestras opciones en solo veinticuatro horas? No veo cómo puede reducirse solo a divorciarse o lograr lo casi imposible. Tiene que haber otro camino si buscamos bien.
—Podría ser, —concedió Draco, aunque no parecía convencido.
—Y todavía quiero hablar con mis padres sobre... —Se quedó mirando el final de la calle con una repentina y espeluznante comprensión apareciendo en su rostro—. ¿Están mis padres solos en un establecimiento mágico?
Se encogió de hombros.
—Aún están en la habitación de las Tres Escobas. McGonagall se fue detrás de ti y les aconsejó que no se movieran. Yo la seguí, y mi madre me siguió a mí.
—¡Tengo que volver con ellos!, —exclamó. Podría haberse dado una bofetada por estar tan centrada en sí misma como para olvidarse de ellos—. ¡No pueden protegerse aquí, son muggles!
Sin decir nada más, y antes de que Draco pudiera protestar, Hermione desapareció con un crujido.
Al momento siguiente, sus pies aterrizaron en los crujientes tablones del salón privado de las Tres Escobas. Aunque tanto Todd como Natalie se sobresaltaron al ver su repentina aparición, Hermione solo se sintió agradecida de que estuvieran a salvo y sin ser molestados.
—Menos mal, —suspiró, mitigada.
—¿A dónde fuiste corriendo?, —jadeó Natalie, cruzando la habitación para estrechar las manos de Hermione entre las suyas. Había estado paseando por la habitación de la misma manera que Hermione lo había hecho fuera hacía unos momentos.
Todd, que se había sentado pesadamente en una de las sillas de madera y enterrado la cara entre las manos, se levantó ahora para envolver a su hija en un abrazo que calaba los huesos. Cuando por fin la soltó, su expresión reveló que estaba algo avergonzado de sí mismo.
—Siento haber gritado. No debería haberme dejado llevar por mi mal genio.
—No pasa nada, papá.
—No te vas a casar con ese chico, ¿verdad?, —quería saber Natalie.
—Draco y yo no decidiremos nada hoy. Lo hemos hablado y estamos de acuerdo en que lo mejor para nosotros es investigar por nuestra cuenta y asegurarnos de que estas son realmente las únicas salidas.
—Odio no poder arreglarlo por ti.
—Lo sé, papá. Odio haberme metido en este lío en primer lugar.
—Esa mujer es posiblemente una de las personas más desagradables que he conocido. —Natalie se estremeció al pensar en Narcissa Malfoy—. Casi me gustaría poder hacerle una endodoncia sin anestesia, pero entonces tendría que tocarla.
—Natalie, qué grosera, —señaló Todd, pero sonreía agradecido ante el sentimiento de su mujer, como solo podía hacerlo un compañero dentista.
La puerta de la habitación se abrió de golpe una vez más, haciendo que los tres Granger dieran un respingo. La intrusa resultó ser McGonagall, que parecía tan severa como agotada. Examinó a Hermione por encima de los cristales de sus gafas y la reprendió.
—Señorita Granger, nos ha dado un buen susto, primero cuando huyó y luego cuando desapareció sin avisar.
—Lo siento, profesora. No me pareció correcto dejar a mis padres aquí solos. Este es un pueblo mágico, después de todo.
Tanto Todd como Natalie parecieron avergonzados ante esta afirmación, pero Minerva asintió con la cabeza.
—Estoy segura de que hicieron lo correcto, y sus sentimientos son admirables. Todos debéis saber que Narcissa Malfoy se ha marchado a su casa ante la insistencia de su hijo, que estuvo de acuerdo en que era lo mejor. —Con aprobación, continuó—: Mientras tanto, el señor Malfoy ha accedido amablemente a esperar abajo el tiempo que sea necesario para permitir a su familia algo de intimidad mientras discuten el asunto que nos ocupa.
—¿No está esperando una respuesta? —desafió Todd, con los ojos brillantes y las fosas nasales encendidas.
La directora lo miró fijamente.
—El señor Malfoy, la señorita Granger y yo debemos regresar juntos al castillo, en el carruaje en el que vinimos. No puedo permitir que un alumno recorra los terrenos tan lejos solo, y menos después de semejante calvario... y espero que me perdone, doctor Granger... pero a mi edad, me parece que ya no puedo subir al castillo a pie sin cierta dificultad.
—Lo entendemos, directora, —dijo Natalie con suavidad, poniendo una mano en el hombro de su agitado marido.
Volviéndose hacia Hermione, los ojos de Todd seguían tormentosos cuando pidió.
—Háblame de esa familia Malfoy, Hermione.
—Estuvieron involucrados en la guerra en la que luchaste, ¿no? —presionó Natalie.
—¿Les doy un poco de intimidad?, —preguntó la directora aclarándose la garganta.
—No. Por favor, quédese, profesora.
—Muy bien. Minerva se acomodó en la silla más cercana y apuntó con la varita a la jarra de agua alegre, que empezó a servirle un vaso.
Hermione se sentó y miró a sus padres.
—Tal vez queráis sentaros. Es una historia muy larga.
Cuando accedieron, sentándose a la mesa y mirándola expectantes, Hermione respiró hondo. Había hablado con sus padres sobre la guerra, por supuesto, había sido necesario cuando empezó a sufrir ataques de pánico, pero nunca había entrado en muchos detalles sobre acontecimientos concretos. ¿Cómo se lo tomarían? ¿Lo entenderían? ¿Tratarían a Draco con compasión?
Y lo que es más importante, ¿por qué le importaba de repente esa última pregunta?
Soltó la respiración contenida... y entonces les contó todo.
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—No quiero que Hermione tenga que hacer las patrullas a solas con ese chico, —insistió Todd con fuerza. Tenía los puños apretados sobre el regazo.
—No sería muy difícil hacer que la señorita Patil o el señor Macmillan cambiaran las rotaciones, —replicó McGonagall con suavidad. Parecía esperar que el señor Granger reaccionara así.
—Por favor, no cambie la rotación, profesora, —contradijo Hermione suplicante, lo que le valió una mirada de sorpresa tanto de su madre como de la directora.
Todd la miró indignado.
—¡No estoy seguro de por qué te obligaron a estar a solas con él en primer lugar, dada la historia que acabas de relatarnos!
—Papá, por favor, escúchame. Luché en esa guerra, sé lo que estoy haciendo...
—¿Qué estás haciendo exactamente? —preguntó Natalie.
Hermione cerró los ojos, esperando que su respuesta fuera clara.
—Si cambio de turno ahora, inevitablemente se extenderá por el castillo el rumor de que Draco me hechizó a mis espaldas o algo igualmente nefasto. Desgraciadamente, ese es el clima social que reina entre los estudiantes después de aquella horrible guerra. Sembrará semillas de desconfianza, que dañarán el lento avance que estamos haciendo en el proceso de reconstrucción. En su lugar, os pido que confiéis en mí, y en Draco, para no comportarnos de forma inapropiada. Soy consciente de la magnitud de tal petición, dadas las circunstancias. Pero al dejar las patrullas como están, nos darás tiempo para determinar si hay otras formas de salir de este lío que podamos descubrir a través de nuestra propia investigación.
—Oh, cariño, —suspiró Natalie. Parecía exasperada e intensamente orgullosa de su hija.
—No me gusta, —admitió Todd a regañadientes—, pero diste un bonito discurso, calabacita. Hace años que no consigo hacerte cambiar de opinión sobre ningún tema que te interese, así que hazlo a tu manera.
—Arreglaste que yo fuera prefecta con Malfoy a propósito para hacer una demostración, ¿verdad?, —preguntó Hermione, volviéndose hacia McGonagall.
—Astuta observación, señorita Granger. Creí que podrías encargarte de él si llegaba el caso, y desde luego fuiste lo bastante valiente para enfrentarte a él. Fue otra de las razones por las que no te nombré Premio Anual. El Sr. Malfoy es inteligente. Quería estar segura de que tomaba la decisión correcta al ofrecerle una rama de olivo. Tuvo que tomar muchas decisiones difíciles durante la guerra, algunas de las cuales ningún niño debería enfrentar, y de la mayoría creo que ahora se arrepiente. Además, el profesor Dumbledore vio algo que creía que podía redimirse en Draco Malfoy... y Albus, como suele ocurrir, era extraordinario a la hora de determinar el carácter de una persona.
—Por eso me pediste que lo vigilara, —afirmó. No era una pregunta.
—Sí.
—Pero eso fue muy arriesgado, —susurró Natalie, agitada—. ¿Y si estabas equivocada y él hubiera... no sé... torturado a Hermione, o la hubiera matado cuando estaban solos?
—Draco no ha sido más que un caballero conmigo, —intervino Hermione antes de que su padre pudiera hablar. De pronto recordó lo que Draco y ella habían hecho juntos en las gradas de Slytherin la noche de Halloween, y luego detrás del cuadro en el cuarto piso. Casi parecía mentira. Intentó disimular su leve sonrojo forzando más palabras—: También es un excelente compañero de estudio, como descubrí cuando investigábamos el mandala. Vamos a intentar encontrar juntos una salida a este embrollo... y solo determinaremos un curso de acción cuando consideremos que nos hemos informado adecuadamente. Solo pido que esto permanezca en secreto mientras tanto.
—Por supuesto, —aceptó McGonagall al instante.
Tanto Todd como Natalie asintieron, aunque parecían inquietos. La señora Granger rompió el incómodo silencio.
—Estarás en casa para las vacaciones de Navidad, ¿verdad, amor?
—Sí, mamá. No me lo perdería.
Apartando un rizo suelto detrás de la oreja de su hija, Natalie la besó en la mejilla.
—Haz que nos sintamos orgullosos.
—Siempre lo ha hecho, —dijo Todd con tristeza—. Aunque no nos gustara.
Papá sigue disgustado, concluyó Hermione. Necesita tiempo.
Sin nada más que decir, los Granger recogieron sus pertenencias y volvieron a bajar las escaleras. Draco esperaba pacientemente en una mesa apartada; si estaba molesto por el tiempo que llevaba esperando, no lo parecía.
Antes de que nadie pudiera sugerir lo contrario, Natalie se le acercó.
—Hermione nos ha explicado lo que ocurrió durante la guerra y el papel que desempeñaste en ella. También insiste en que, a pesar de un pasado turbulento, este año no has sido más que un caballero con ella. Me gustaría disculparme por la forma en que mi marido y yo nos hemos comportado al enterarnos hoy de esta noticia. Espero que tú y Hermione puedan llegar al fondo de esto.
Todd gruñó, pero Hermione sonrió a su madre en señal de gratitud.
—Sus disculpas son innecesarias a la luz del comportamiento de mi madre, —respondió Draco con ecuanimidad—. Su hija es una bruja extraordinaria. Estoy seguro de que haremos todo lo posible para encontrar una respuesta alternativa.
Una vez que Todd y Natalie se marcharon, la directora condujo a sus alumnos al carruaje que los llevaría de vuelta a Hogwarts. Como antes, Draco ayudó a subir a las dos mujeres antes de subir él mismo y, sin más preámbulos, volvieron a subir por el camino hacia Hogwarts. El camino era relativamente recto, lo que hacía que el paisaje fuera poco variado. Hermione se sentía agotada y deseaba irse a la cama, a pesar de que apenas era hora de cenar.
Pero McGonagall, al parecer, tenía algo más que impartir.
—Señorita Granger, señor Malfoy, tengo algo más que mencionarles a ambos, que creí mejor hacer en privado y no delante de sus padres.
Toda la conversación habría salido mejor si se hubiera llevado así, reflexionó Hermione con desagrado. No se sentía especialmente caritativa con McGonagall en aquel momento.
—Mi amigo alquimista también advirtió contra la participación en las relaciones sexuales, en caso de que desees perseguir la desvinculación del mandala de otra manera que no sea el divorcio.
Guau, McGonagall sí que sabe ser directa, se maravilló Hermione, segura de que tenía la cara roja como un rábano; no se atrevía a mirar a Draco. Intentó pensar en una respuesta, pero su mente parecía repentinamente llena de galimatías. Por suerte, Draco respondió por los dos.
—Aunque innecesario, se agradece que esta advertencia se haya transmitido en privado, profesora.
McGonagall inclinó la cabeza.
—En vista de que vamos a trabajar juntos en una estrategia de salida, me pregunto si podríamos tener la carta que le enviaron.
—Una idea excelente, señor Malfoy.
Minerva entregó la carta, dejando que Hermione y Draco superaran su vergüenza leyéndola en silencio durante el resto del viaje en carruaje de vuelta al castillo. La directora los despidió en la entrada del colegio, separándose mientras se dirigía al Gran Comedor para cenar temprano.
Solos, Draco y Hermione permanecieron un momento incómodos en el vestíbulo.
—No tengo ningún apetito después de eso, —admitió en voz baja—. Creo que voy a subir un rato a la torre de Ravenclaw. ¿Vienes?
Draco negó con la cabeza.
—Después de ese calvario, necesito un cigarrillo. O diez.
Por una vez, Hermione no lo culpó. Sintiéndose mucho más tranquila una vez que lo perdió de vista, supuestamente para ir a las mazmorras, subió sola y ensimismada a la torre de Ravenclaw. Sin darse cuenta de cómo lo había hecho, se encontró frente a la aldaba con cabeza de águila.
—¿Qué tiene raíces que nadie ve, es más alto que los árboles, arriba muy arriba sube, y sin embargo nunca crece?
Con lentitud, su cerebro descifró la pregunta y Hermione tardó bastante más de lo normal en contestar.
—Una montaña.
—Bien hecho, —felicitó la aldaba de la puerta, balanceándose hacia dentro.
Afortunadamente, en la sala común no había obstáculos. Hermione se retiró directamente a su dormitorio y se vistió para ir a la cama, corriendo las cortinas a su alrededor en su cama y cayendo directamente en un sueño agitado.
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Nota de la autora:
Os felicito si os habéis dado cuenta del guiño a El Hobbit en la adivinanza del guardián de Ravenclaw. También quiero dar las gracias a todos los que han dejado comentarios. Os aprecio mucho.
Por último, un saludo a MammaWeasley27, que hizo el beta de la primera mitad de este capítulo. Gracias a todos.
