CAPÍTULO 18

El cielo que por la mañana había estado soleado de manera incandescente comenzó a cerrarse por enormes nubes grises y poco antes de llegar a los arrozales el agua cayó incesante sobre sus cabezas, no era una lluvia torrencial, pero sí lo suficiente para ser incómoda. Ambos corrieron a toda marcha para refugiarse en el granero.

—¡Ah! ¡Dejé mi blazer sobre el árbol! —se quejó Utahime mientras veía por la puerta como la prenda se empapaba.

Gojo se rio de ella, por su parte ya se había echado sobre unas pacas de heno.

—Quedará todo el campo cubierto de lodo —seguía lamentándose la pelinegra, desganadamente—. ¿Qué debería hacer?

Utahime estaba al ras de la puerta, meciéndose adelante y atrás con los brazos por detrás del cuerpo para aminorar el golpeteo de su cadera contra la madera de la puerta. Veía y veía el campo figurando en su mente que podía hacer al respecto para acabar con esos gusanos.

Las gotas de agua caían de sus negros cabellos hasta su blusa, se habían mojado más de lo que esperaban, aunque gracias a la lluvia la zona seguramente refrescaría y no sufrirían tanto calor. El agua sobre Utahime había dejado entrever un poco el sostén que llevaba debajo. La blusa blanca del uniforme, que ahora era más transparente y ceñida, perturbó todavía más la psique del peliblanco. Gojo echó la cabeza atrás, harto de sus propios pensamientos.

"Fea" tenía que repetírselo tanto como podía para no acabar admitiendo que, en realidad, a sus ojos, Utahime era todo menos eso. Tenía una cara pequeña y redonda que, fuera de lo que calificaría como guapa, era más bien linda y adorable.

Encontraba particularmente atrapante el hecho de que se resistiera tanto hacia su persona. Era diferente a Shoko, por ejemplo, que era la mujer con quien más tiempo compartía, ella también le era indiferente, pero en otro sentido. Por lo regular Ieiri no se dejaba molestar por él y en ocasiones también ella lo fastidiaba de vuelta: como cuando le decía inútil por no poder usar la energía maldita inversa. Su relación con Shoko era más parecida a la de una hermana mayor.

Transcurrieron varios minutos e instintivamente Utahime hizo lo que siempre hacía, se olvidó por completo que no estaba sola, como su compañero no emitía ruido alguno permitió dejarse llevar por el ambiente apacible de la lluvia.

Gojo se acomodó silenciosamente de lado en dirección a ella y prestó atención a lo que sus oídos estaban captando: una canción. Utahime tenía una voz increíblemente hermosa. Cantaba una canción que él no conocía, sin embargo, la letra era romántica y muy dulce. Ella seguía contemplando la lluvia mientras mecía su cuerpo contra la puerta. La agradable voz de Utahime poco a poco iba inundando el ambiente y se sentía como una cálida caricia.

Las miko del clan Iori eran educadas para llevar a cabo cánticos y bailes espiritistas, no era de extrañar que le hubiera tomado gusto a cantar. Satoru recordó vívidamente en su interior la sensación de la energía maldita correr por su cuerpo.

En su décimo cumpleaños, como regalo de parte de la familia Iori, ofrecieron una danza ceremonial, en la cual, dentro del espectáculo demostrarían el ritual hereditario de ellas. Utahime había sido partícipe de la ceremonia, aunque no era la bailarina principal, la cual se suponía debía usar su ritual en Gojo en un punto del baile. La protagonista estaba tan abrumada por la imponente presencia del niño de los seis ojos que no pudo hacerlo ante los nervios: temía ser juzgada o desvalorizada su técnica ante alguien tan superior como lo era Gojo Satoru, el portador del ritual Sin Límites y los seis ojos. La única, entre las cinco mujeres que danzaban, que tuvo el valor de encararlo y ofrecerle la valía del ritual de la Zona Restringida Única, fue Utahime. Danzó con fuerza, no tanto por mostrarse ante Satoru, sino para no permitir que el clan Gojo entero pensara que se trataba de una ofensa, ella debía proteger también a su familia.

El Satoru de diez años fijó su vista en la niña que baila para él. La energía maldita que emanaba en su cuerpo comenzó a fluir a borbotones, un poder inconmensurable que no podía pensarse ser aún más fuerte… Pero lo fue. A su corta edad Satoru aún no entendía muchas cosas, sin embargo, sabía que él era especial y que cargaba con una fuerza que muchos trataban de arrebatársela. Admitía que se sintió indignado de que pensasen que pudiera necesitar ayuda, aunque el flujo de poder que marchaba por su cuerpo no se sentía del todo mal. Miró a Utahime, desdeñándola con la mirada: ¿Cómo se atrevía esa niña a hacerle sentir tal ambivalencia ante su propia energía maldita?

Desde entonces, solo cruzó palabra con ella hasta la primavera de ese año, cuando coincidieron en la preparatoria. Ninguno de los dos había hecho mención sobre el décimo cumpleaños de Gojo Satoru.

—No cantas tan mal.

El comentario de parte de Gojo la asustó, como no recordaba que estaba ahí, pegó un brinco que le hizo golpearse contra la puerta.

—Me olvidé que estabas aquí, que susto —dijo tocándose el pecho. El corazón le latía a mil por hora.

—¡¿Cómo puedes olvidar qué estaba aquí si llevamos todo el día juntos?! —renegó ofendido y con mala cara.

—Trato de no pensar en las cosas horribles que me pasan…

—Quieres que te arroje a los gusanos ¿verdad?

—¡Ni lo menciones! Se me eriza la piel solo de imaginarlo.

Utahime se abrazó a sí misma, pasando sus brazos por debajo de su busto y en consecuencia haciéndolo resaltar más. Las mejillas de Satoru se tiñeron cual carmín ante sus más impuros pensamientos. Juraba que lo hacía a propósito.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó molesto, había volteado la cara en dirección opuesta y recargaba su mentón sobre la palma de su mano.

—No parece que quiera dejar de llover. Podemos salir así o esperar en definitiva a que pare de llover.

—Esperemos entonces.

—¿Qué clase de maldición crees que haya dejado el usuario maldito?

—Una que puede pasar desapercibida totalmente. Supongo que deseaba que la situación llegara a este punto para obligar al viejo a vender sus tierras.

—Parecía laborioso, aunque, sencillo cuando lo vi en papel. Esta misión es más dura de lo que imaginé —comentó con decepción, Iori.

—Si no descubrimos dónde está el cuerpo principal será imposible terminar rápido.

—No quiero estar atrapada no sé cuántos días contigo. Qué pesadilla.

—No eres la única, descuida.

—En cuanto pare de llover, veamos cuales son nuestras opciones.

La lluvia no se detuvo hasta casi caída la noche. En la oscuridad poco podía ella hacer para localizar a las pequeñas maldiciones y encontrar solución. Gojo podría verlas debido a su energía maldita, sí, pero resultaba igual de inútil sin saber nada del cuerpo principal.

Decidieron separarse nuevamente para encontrar algo que pudiera ser útil en su búsqueda. No estarían ahí por siempre, solo suspirando por su fatídica misión.

Gojo abarcó el terreno posterior y el más cercano al pueblo, por más que caminaba nada le daba un indicio de que rayos pasaba en ese lugar. Estaba realmente harto y eso que solo habían pasado unas diez horas desde que llegaron.

—¿Qué hace aquí? —preguntó Gojo con mal humor.

En su camino se había encontrado con un hombre bastante viejo que empujaba una carreta con algunas vasijas.

—Volvía a casa y me quedé atorado —explicó mostrando las ruedas de la carreta que se habían atascado en el lodo—. No puedo sacarla —se disculpó con timidez.

—A ver, hágase a un lado.

Aunque no lo hizo de buena fe, sino más bien para sacárselo de encima, Gojo empujó la carreta con mucha facilidad. El anciano exclamó sorprendido y alegre al verse salvado por la juventud.

—Te lo agradezco mucho —le sonrió, inclinando la cabeza—. Aprovecha bien esos músculos.

Gojo hizo un ademán de despedida y siguió su camino. El hombre tomó lugar y volvió a empujar la carreta. Tras unos metros más, Satoru lo escuchó quejarse nuevamente, la carreta se le había atorado otra vez. El hechicero de clase especial puso los ojos en blanco al sentirse agobiado ante la inutilidad del anciano. Molesto, volvió a donde él.

—¿Va al pueblo de al lado? —preguntó Gojo, quitando al anciano del bastidor.

—Así es.

—Le ayudaré a llevarla, súbase atrás —le ordenó.

—Oh, no quisiera causarte molestias.

—Me causará más si se queda aquí.

—Entiendo. Entonces ¿podría abusar de tu amabilidad? —dijo, subiéndose al carrito.

—Más bien de mi fuerza…

Utahime inspeccionaba las zonas por las cuales ya habían intentado abrirse paso, nada parecía haber cambiado, salvo que había más gusanos por las explosiones que ellos habían causado más temprano. La luna llena estaba comenzando a asomarse después de una tarde tan nublada.

No era sencillo el poder encontrar un camino que pudiera usar o le fuera de utilidad. Era un dolor de cabeza el intentar terminar esa misión. Debía hacerse una nota mental de no volver a meterse en una pelea, barra, discusión con Gojo para que no la volvieran a castigar de esa forma.

Entre los arbustos, el sonido de las ramas en movimiento la hizo estar más alerta. Cuando prestó total atención, pudo darse cuenta de que se trataba de unos niños escondiéndose de ella. Utahime se asomó por encima del arbusto y miró a los pequeños.

Tendrían alrededor de unos seis y ocho años. Estaban asustados de ser descubiertos por un desconocido.

—¡¿Qué hacen aquí de noche?! ¡Es peligroso! —Utahime los regañó de inmediato, sin embargo, al notar que los niños se inquietaron por su tono de voz, cambió de actitud—. Pueden hacerse daño, salgan de ahí, vamos.

—Lo siento, señorita —dijo con pena el más pequeño.

—Está bien —le frotó la cabeza y bajó hasta ponerse a su altura—, ¿no te has hecho daño? —sonrió con dulzura.

El niño negó con la cabeza y apretó la mano del otro jovencito.

—¿Qué intentaban hacer tan tarde en los arrozales? —Utahime se dirigió al mayor.

—E–escuchamos que había alguien preguntando por los campos, sólo queríamos ayudar… —relató con tristeza.

—¿Por dónde cruzaron? Están todos llenos de lodo.

—Hay una vereda que pasa del pueblo por detrás de los arrozales.

—Nos escapamos por ahí —confesó el pequeño.

—¿Tú no te has hecho daño? —le preguntó al más grande.

—Me raspé la rodilla ayudando a mi hermano. Pero estoy bien.

—De acuerdo —Utahime se puso de pie—. Volveremos al pueblo, no es seguro que estén aquí solos.

—Señorita —el niño menor tomó la falda de Utahime—. ¿Tú harás qué crezca el arroz?

—¿Eh? ¿Quién te dijo eso?

—El joven con cabeza de viejito se lo dijo al señor Usui.

—¿Cabeza de viejito…?

Utahime hizo una mueca, y comenzó a reírse, lo más seguro es que se estuvieran refiriendo a Gojo. Los niños probablemente estaban cerca cuando tuvieron la conversación con el dueño.

—Haré que crezca —dijo con plena confianza y volvió a sonreír.

—¡Así el abuelo no tendrá que salir lejos para trabajar! —dijo con entusiasmo el más grande.

—Vuelve tarde y muy cansado…

"Esta maldición, puede que no sea mortal, pero, está afectando la vida de las personas del pueblo. Todo porque alguien quería aprovecharse de estas tierras."

—Volvamos a…

Un sonido chillante aturdió sus oídos, el campo se tornó con un ambiente más pesado, podía sentir como los gusanos de los arrozales comenzaban a vibrar en respuesta.

Los tres estaban cubriéndose los oídos ante el incesante sonido. Los pequeños parecían temerosos. Las condiciones para que el cuerpo principal apareciera se habían cumplido, los niños lo habían provocado sin saberlo. Tenía una forma escalofriante que asemejaba a una gigantesca polilla, batía sus alas en el cielo nocturno, amenazante. La luz de la luna llena hacía brillar su asqueroso cuerpo. Uno de los niños gritó aterrorizado de ver aquella cosa enorme.

—¿Pueden verla? —preguntó asombrada, Utahime.

Ambos asintieron temerosos.

—¿Usted si ve a los gusanos? —preguntó el mayor.

—Sí…

La maldición al sentirse observada fue de inmediato sobre ellos. La velocidad de su vuelo era admirable, sin embargo, Utahime estaba lo suficientemente cerca como para poder ayudarlos a esquivar el ataque. La maldición polilla pasó al ras del suelo, levantando una polvareda. Utahime tomó de inmediato al niño pequeño y se lo echó al hombro, al más grande lo jaló del brazo para emprender la huida. Tenía que asegurarlos antes de siquiera pensar en pelear con aquella cosa.

La polilla emitió un sonido ensordecedor, los pequeños trataron de tapar sus oídos, Utahime protegió los suyos con energía maldita y siguió corriendo, tratando de dejarla atrás.

"No voy a poder sacarlos de aquí sin pelear", fue su pensamiento inmediato.

La maldición dejó de emitir ruido y voló sobre ellos, preparando su siguiente ataque.

—Corran tan rápido como puedan. No miren atrás —les dijo Utahime cuando los puso en el suelo.

—Señorita —lloró el más pequeño.

—Corran, por favor —les suplicó.

El mayor de los dos niños tomó a su hermano y ambos salieron disparados.

Utahime miró a la maldición, sus manos se colocaron en la postura correcta y recitó el cántico de su ritual. A la mierda la regla de no usar conjuros, la vida de personas estaba en riesgo y no se quedaría de brazos cruzados solo por evitar un castigo.

La energía maldita fluyó por su cuerpo con mayor potencia y preparó su puño para impactar contra la maldición.

"Si no puedo detenerla aquí…"

Utahime contraatacó la embestida de aquella maldición, había volado directo hacia ella y la recibió con un puñetazo en la cara. Logró frenarla, pero eso no bastaría para derrotarla. La polilla movió sus alas y volvió a elevarse para embestir nuevamente, Utahime se preparó, debía darles más tiempo a los niños para que corrieran seguros.

Del cielo, pequeños destellos comenzaron a caer sobre ella. Eran gusanos, los mismos que había estado produciendo en los arrozales, solo que esta vez los estaba usando como si fueran un bombardeo. La explosión sirvió como distractor para que aquella maldición pudiera ir en busca de los pequeños.

Aun con todas esas asquerosas maldiciones sobre ella, Utahime salió de la explosión con heridas leves y persiguió a la maldición pudiendo darle otro golpe para derribarla gracias al vuelo bajo que llevaba. Cuando estaba a punto de darle el ataque que pensaba podía finiquitarla, la maldición volvió a elevarse y voló en círculos por el campo.

Los niños llegaron hasta el granero y al cabo de un par de minutos Utahime los alcanzó.

—¿Están bien? —preguntó muy preocupada. Estaba además cerciorándose que no tuvieran alguna herida.

—Estamos bien —dijo el más grande. Tímidamente limpió sus lágrimas para no dejarse ver débil.

—Se esconderán en el granero hasta que yo les diga que pueden salir, no abran ni se les ocurra salir —les indicó con autoridad.

—Tengo miedo.

El más pequeño comenzó a llorar asustado, Utahime se agachó hasta él y acarició su cabeza, dándole una sonrisa muy cálida para transmitirle plena confianza en que saldrían bien librados.

—Yo voy a protegerte, no te preocupes.

Dicho esto, ambos niños se encerraron bien dentro del edificio. Utahime afuera, analizaba cómo iba a hacer para alcanzar aquella maldición que surcaba los cielos muy por encima de su rango de ataque.

Con el susto de los pequeños, no había pensado en Gojo y en donde podría estar, ¿por qué no se había mostrado o había hecho algo siendo que era tan fanfarrón? De pronto sintió una inquietud en su estómago, temía que algo le hubiera pasado, pero ¿cómo no podría haberle hecho frente con su habilidad? ¿Es que acaso había otra maldición todavía mayor? ¿El usuario maldito habría aparecido y atacado? Decenas de escenarios pasaban por su mente, no quería imaginarse que había sido derrotado, lo peor de todo es que no tenía tiempo de averiguar que había sucedido.

No necesitó idear un plan para subir, de nuevo la polilla gigante se disponía a embestir. Cuando el inevitable choque se dio, Utahime fue capaz de llevarse media cabeza de la maldición a mano limpia, aunque antes de azotar contra el suelo parte de la cola golpeó el estómago de Utahime, haciéndola retroceder una buena distancia. Aun revistiendo su cuerpo con energía maldita había dolido mucho, tuvo que quedarse un momento de rodillas para tomar aire.

La polilla cayó sobre el suelo y se retorció en aparente dolor, ni siquiera ese había sido un golpe mortal, era muy resistente. Al regenerarse, las alas crearon un remolino que nubló la vista de la pelinegra, tenía la guardia baja al estarse recuperando, el ataque de la maldición sería potencialmente letal si llegaba a darle.

Mientras se dirigía hacia ella, la mitad trasera del cuerpo de la polilla desapareció como por arte de magia. El dolor que experimentó la maldición hizo desviar el ataque que iba dirigido a Utahime. Con las alas maltrechas tomó vuelo a las alturas.

Gojo había llegado en el momento justo para salvarla. Había sido muy preciso con ese azul para solo atacar a la maldición y no llevarse a Utahime de paso.

—Gojo… —dijo con alivio Utahime.

—Te dejo sola un momento y mira que pasa —dijo a modo de broma. Utahime parecía alterada y debía tranquilizarla.

—Hay unos niños escondidos en el granero. Debemos protegerlos.

—¿Qué hacen unos niños aquí?

—Estaban jugando…

—¿Cómo apareció esa maldición? —preguntó mientras veía la polilla, que ya había regenerado su cuerpo.

—Salió de la nada, me tomó por sorpresa.

—Lo que haya sido, ya tenemos a nuestro cuerpo principal —sonrió satisfecho.

—Debe ser una maldición de primer grado. Su regeneración es muy rápida.

—La acabaré de un golpe —dijo muy seguro.

Satoru se preparó y lanzando nuevamente su técnica de azul, esta vez arrancó por completo la cabeza de la maldición. El golpe había sido muy crítico, sin embargo, tal cual había desaparecido volvió a regenerarse.

—¿Qué rayos? —dijo furioso, estaba seguro de que su golpe había sido fatal.

—No importa cuantas veces lo golpee antes, siempre vuelve a regenerarse.

—¿Son dos? — se preguntó confundido.

—¿De qué hablas?

—El núcleo de su energía maldita… Hay dos —dijo con seguridad al enfocarse en la maldición, sus ojos azules brillaron más intensamente.

—Solamente puedo percibir uno —dijo Utahime.

—Puede esconder su presencia tan bien, es muy sutil.

—Si acabamos con los dos núcleos… Deberíamos ser capaces de exorcizarla.

—Haré volar todo su asqueroso cuerpo.

Las palabras de Gojo se materializaron en un cúmulo de energía maldita que dio paso a un gran azul con el cual estaba seguro de poder poner fin a todo de una vez por todas. Sin embargo, la polilla logró reaccionar a tiempo a la energía maldita de Satoru como para mover su cuerpo y evitar que el núcleo escondido fuera eliminado.

—No entiendo —dijo Utahime—, yo pude golpearla en varias ocasiones y no fue tan rápida para esquivar.

—Mi primer ataque debió haberla tomado desprevenida, pero ahora espera a que vayamos por ella.

—Debe reaccionar a la cantidad de energía maldita, determinando que debe esquivar con mayor prioridad.

—Me está colmando la paciencia.

—Usemos a Picopincho —le propuso Utahime de manera seria.

—¿Qué? —Gojo arqueó una ceja, extrañado por la propuesta.

Utahime fue por el arma, que se había quedado en el granero. La gran polilla sobrevolaba por todos los arrozales.

No podía creer lo que sus ojos veían, Utahime había partido a la mitad la herramienta maldita que les habían entregado. Se acercó nuevamente a Gojo y le dio la mitad del arma.

—Solo tú puedes ver el núcleo escondido, apunta a ese y yo le daré al otro —le ordenó, muy confiada.

—¿Crees qué serás capaz de darle? —chistó Gojo ante la arrogancia de Utahime.

—Encárgate de tu parte, yo haré la mía.

—Pareces muy segura…

—Sabe que atacaremos, no podemos fallar.

—Pinchopico no es un arma poderosa, así que tendrás que usar tu fuerza física para ayudarle a atravesar su cuerpo.

—Lo sé.

—Las polillas se sienten atraídas por la luz ¿no? —Gojo sonrió con suficiencia—. Le daré un espectáculo de fuegos artificiales. Entonces atacaremos.

—De acuerdo —asintió con plena confianza.

—No lo eches a perder, debilucha.

—Cuando acabemos con la maldición, recuerda que el plan fue mío —lo señaló con su mitad de la herramienta maldita, Gojo sonrió.

Ambos tomaron rumbos opuestos y se posicionaron para lanzar su ataque. La gran polilla volvió a ensordecerlos con su chirrido, era difícil apuntar cuando los oídos les zumbaban tanto.

Ni el estruendoso ruido fue impedimento para que Satoru hiciera explotar su gran poder en el aire, lo cual provocó el aturdimiento de la polilla al sentirse desorientada por un breve instante. Ambos hechiceros estuvieron de acuerdo al cruzar miradas y los dos apuntaron hacía la gran polilla, pero justo cuando iban a lanzar, la maldición había empezado a moverse por todo el cielo de manera impredecible.

Alzando la mano, Gojo le pidió a Utahime que suspendieran su ataque, pero ella se negó y le indicó a base de señas el proseguir de su plan. Al hechicero de grado especial no pareció agradarle la idea, pero ¿qué podían perder? Si no funcionaba, ya vería él que hacer. Sinceramente no confiaba en que Utahime pudiera hacerlo.

Ambas partes de Picopincho salieron disparadas hacía la maldición, que seguía moviéndose de una manera errática por los cielos, Gojo estaba seguro de que le daría y justo cuando su mitad atravesó la cola del cuerpo, la otra fecha, proveniente de Utahime dio directo encajando en el corazón de la polilla.

La maldición dio un chillido aún más horrible que los usados para atacar: era el final. Los gusanos de los arrozales vibraron en estrés y explotaron todos al mismo tiempo, solo que esta vez para desaparecer y no dejar rastro alguno.

Era una victoria. Habían derrotado al cuerpo principal.

—Realmente lograste hacerlo —dijo Satoru con bastante sorpresa.

—Te dije que lo haría —comentó con orgullo la pelinegra, poniendo sus manos sobre sus caderas.

—Bueno… Misión cumplida.

—¡Ah! ¡Los niños! —Utahime corrió al granero para darles las buenas noticias—. Pueden salir, ya pasó todo —les habló Utahime mientras abría la puerta del granero.

—¡Señorita!

Gritaron los dos niños y corrieron a abrazar a la hechicera. Ella les acarició la cabeza y sonrió muy alegre. Los niños se asomaron hacía los arrozales, no pudiendo ver ya a los gusanos que antes los aterraban, mucho menos a la polilla.

—¡El joven viejito tuvo razón! —dijo el más grande.

—¡Acabaste con ese monstruo! —gritó emocionado el más pequeño.

Utahime volvió a reírse de la descripción de Gojo, a él se le incendiaron los ojos de furia… ¿cómo se atrevía expresarse así de él? Miró a los niños de manera despectiva y golpeó la cabeza de Utahime para que dejase de reírse.

—¡Gojo!

—El trabajo fue en equipo —les habló a los niños.

—Gracias joven con cabeza de viejito —dijeron al unísono los dos niños, haciendo una regencia.

—¡Los voy a golpear!

La pelinegra volvió a reírse aún más fuerte, era super gracioso. Gojo no tuvo más remedio que rodar los ojos, de cierta forma, él también estaba feliz por el resultado de la misión. Había descubierto cosas interesantes.

Utahime sintió algo caer sobre su cabeza, era la chaqueta de Gojo. Lo miró extrañada y él le señaló el estómago. Su camisa se había rasgado completamente y no se había percatado de ello.

Ambos hechiceros llevaron a los pequeños hasta el pueblo, pidiéndoles que no hablaran sobre lo que habían visto, pues eso podría traerles problemas. Los dos estuvieron de acuerdo y se despidieron.

—Todo resultó mejor de lo que esperábamos y pudimos terminar esto en menos de un día.

—¿Por qué habría aparecido esa maldición de pronto? —se preguntó Gojo. Habían ganado ya, pero estaba intrigado por ello. No quería dejar cabos sueltos.

—Dijiste que se sentían atraídas por la luz. Tal vez fue la luna llena que la despertó.

—Esa es una posibilidad. Debió ser una maldición de primer grado.

—Tenía características muy peculiares.

—Asegurémonos que no quede nada antes de llamar a Hanazawa.

—Oye, Gojo… —a Utahime le tembló la voz. Miró al peliblanco con los ojos vidriosos.

—¿Uh?

—Yo… Rompí a Picopincho.

—¡Oh! Es verdad —se golpeó el puño contra la palma de la mano, como un juez dictando sentencia—. Estarás en problemas —le dijo de manera burlona.

—¿Qué voy a hacer? —se tomó el rostro con sus manos, las mejillas le ardían. Estaba al borde del llanto.

—Alguien será castigada de nuevo —canturreo Gojo demasiado feliz.

—¡Si yo estoy en problemas, tú también!

—¡Yo no fui el que la rompió! —renegó de inmediato.

—La misión era de los dos.

—Eres una…

—Ayúdame a buscar las partes.

Utahime salió corriendo para buscar la mitad de la herramienta maldita que había lanzado, de paso, se aseguraría que todas las maldiciones gusano hubieran sido eliminadas.

Gojo suspiró resignado, de todos modos, ambos habían usado su ritual para poder exterminar a la polilla, aunque siendo justos, el director había dicho que no usarán sus técnicas con los gusanos y esa parte sí la habían cumplido. Esperaba poder convencer a Hanazawa de que no le contara nada al director.

Una vez cerciorándose de que todo estuviera en orden y habiendo recuperado a Picopincho, llamaron a Hanazawa para poder regresar a la escuela, era cerca de medianoche. Al director asistente le pareció increíble que hubieran terminado la misión en, relativamente, poco tiempo. Cuando llegó al campo a recogerlos, Utahime le explicó exactamente que había sucedido y por todo lo que habían pasado, exceptuando, claro, el hecho de que la herramienta maldita estaba partida a la mitad. Ella la tenía envuelta con su chaqueta del uniforme. Hanazawa escuchó pacientemente todo el reporte de los dos hechiceros y acordó junto con ellos que los apoyaría para que no fueran castigados por romper las condiciones de la misión.

En el automóvil, Utahime cayó rendida del cansancio, dado el movimiento del automóvil su cabeza se colocó sobre el hombro de Satoru. Él, al sentirla a su lado, se quedó quieto. Estuvieron discutiendo todo el día y ahora estaba dormida usándolo de almohada, chistó y miró hacia afuera por la ventana. Desde el retrovisor, Hanazawa le dedicó una sonrisa burlona a Gojo, tanto se había quejado por la misión y ahora volvía con ella durmiendo plácidamente junto a él y usando su chaqueta. Gojo no movió ni un cabello de Utahime para no interrumpir su sueño, eso hasta que llegaron a la escuela y tuvo que bajar del auto.

Utahime continuó con su mentira y gracias a su buena conducta y carácter afable no le fue difícil convencer a Hanazawa de ser ella quien regresara a Picopincho al almacén. La escondió bien para que nadie más fuera a encontrarlo y si lo hacían ya no sería responsable. Además, estaba segura de que Picopincho no volvería a ver la luz del día, solo la habían usado para meterse con ellos. Bueno, tal vez, si alguien más fuera a ser castigado como los dos, la herramienta maldita volvería a circulación. Ambos esperaban que eso nunca sucediera, jamás.

—¿Cómo estuvo la misión? —fue lo primero que le preguntó Geto al verlo a la mañana siguiente.

Gojo puso los ojos en blanco y se metió las manos a los bolsillos. Iba solo con la camisa blanca de su uniforme. Suguru hizo una mueca no sabiendo interpretar el lenguaje corporal de su amigo.

—Las maldiciones de campo no son nada —dijo de forma fanfarrona—. Fue sencillo.

—Pues te tomó más tiempo de lo que imaginé —puntualizó para hacerlo enojar.

—Ah, que ganas de darle una paliza al director —dijo con furia, rechinando los dientes, al recordar que los había metido en una trampa.

—Pensé que culparías a Utahime. Estabas muy seguro de que sería un lastre.

—Nah, no estuvo tan mal —dijo restándole importancia al comentario del pelinegro.

—Me sorprende que digas eso —alzó las cejas. Gojo no era de los que adulaban. Aunque tampoco el comentario era como que un cumplido.

—Los debiluchos tienen formas únicas para salirse con la suya…

—¿Estás hablando de quien creo?

Shoko se había encontrado con el par que iba rumbo al salón de clases. La castaña le arrojó una prenda negra a Gojo, era su saco del uniforme.

—¿Y eso? —preguntó Geto.

—Un préstamo —comentó Gojo, poniéndose la chaqueta.

—Si te escucha, te golpeará —dijo Shoko.

—Quiero ver que lo intente.

Gojo olfateó el cuello de su saco, tenía aroma a suavizante de flores.

Ese día, más tarde, de la bolsa de su blazer encontró un papel con una nota. La caligrafía era muy fina y estilizada, decía "gracias" junto a un dibujo de una pequeña Utahime con una cara graciosa burlándose de él. Era una descarada que no le temía a su nombre, a Gojo Satoru, líder del clan Gojo y el primero en cuatrocientos años en poseer los seis ojos junto al infinito, el hechicero de clase especial. Al parecer, para ella, sólo era un estúpido muchacho más.

Siete meses más tarde un alumno descubrió a Picopincho partido a la mitad en el almacén de herramientas malditas y antes de que el suceso llegara a oídos de alguien que pudiera rastrear al culpable, Gojo Satoru tuvo la fortuna de estar en el momento adecuado. Audaz y elocuente como era, no le fue difícil hacerles creer un rumor…un rumor que venía desde tiempo atrás y contaba la historia de un arma tan única que había sido usada en un combate casi mortal y tras ayudar a sus usuarios a eliminar cierta maldición de grado especial, la herramienta perdió su poder, partiéndose a la mitad. Desde entonces, se había quedado en el almacén como un trofeo olvidado del pasado, incluso el nombre de aquella arma permanecía secreto, había rumores, pero nada que se pudiera corroborar. Los convenció de tratarse de un secreto que debían saber solo los alumnos y estaba estrictamente prohibido que los directores asistentes o los maestros supieran de aquella hazaña, un legado de sus antiguos senpais que habían heredado a las futuras generaciones.

Unos seis años después alguien se habría inventado el nombre de "Asesina nocturna". A la historia se le había sumado y quitado acontecimientos dependiendo del alumno de turno que pasara el mensaje, funcionaba como un teléfono descompuesto, a veces saltaba entre generaciones, como Yuta contándole de ello a Hiroshi.

Gojo, ya siendo un adulto y habiendo inventado él la historia, no tuvo el corazón para decirles la verdad. Hiroshi se lo había contado a Gojo con mucho entusiasmo. Quien sabe cuántos años aquella historia que nació para evitar ser castigado en su juventud seguiría aun expandiéndose entre los alumnos.

Ciertamente, lo averiguaría dieciséis años más tarde cuando Sora también se lo preguntara.


NOTAS

No saben lo mucho que tomó en su momento terminar este capítulo, en específico la parte de la pelea, que dolor de cabeza. Por ello quedó tan largo, ojalá no se hayan aburrido.

Quería mostrar a Utahime peleando y mostrando lo buena que es pese a que no tiene una técnica ofensiva, esto es super importante para que Gojo entendiera qué clase de persona era ella. Su relación mejora mucho apartir de aquí. Es decir, no es que se vuelvan amigos, pero al menos Satoru empieza a verla con otros ojos.

Otro punto clave de la anécdota de los gusanos es hacer énfasis en como Gojo y Utahime trabajan juntos en sus misiones, obviamente si comparamos a estos dos en el 2005 y 2009 vemos como han crecido como equipo.

¿Alguien se esperaba que fuera Gojo quién inventó la historia de la "asesina nocturna"?

El día sábado publicaré el extra!!

Para el siguiente capítulo volveremos al timeline actual, no falta mucho para llegar al punto álgido del fic!!!

Agradezco nuevamente todo su apoyo!!