—Está en el hospital general de Tokio.
—¿Está? —escuchaba mi voz muy lejana. Cómo si estuviera debajo del agua.
El oficial apartó la mirada apenado. Se veía incómodo.
—Lo siento, señora Tsukishiro. El otro pasajero murió al impacto.
—¡No! —me levanté de golpe. Había sido una pesadilla, un recuero.
Policía, miedo. Hospital, desesperación. Funeral, vacío.
—Con un carajo, ni en mis sueños puedo tener un poco de paz —espete con lágrimas en los ojos.
Me tarde un poco en recuperar la compostura. Esas pesadillas eran las que me hacían vivir en carne propia otra vez ese fatídico día, las que hacían que el agujero en mi pecho doliera y me quitaba la habilidad para respirar. Recordé la técnica que mi terapeuta me enseñó cuando recién comencé a ir. Se suponía que me ayudaría a regresar a su momento, lo que fuera que eso significara.
5 cosas que pudiera ver: mi lámpara, Kero, mi sortija de matrimonio, mi espejo, mi alfombra.
4 cosas que pudiera tocar: mi cobija, mi playera, el poste de la cama, Kero (hice trama, pero valía ¿no?)
3 cosas que pudiera escuchar: Mi respiración y la de Kero.
2 cosas que pudiera oler: el incienso y a Kero, que creo que necesita un baño.
1 cosas que pudiera probar: mi aliento matutino.
Se que me enfocaba mucho en Kero pero era mi único amigo en el mundo. Bueno, eso no era cierto. Era el único amigo que no me miraba con lástima. Kero era un golden retriever de 5 años que había encontrado en la perrera hace tres años. No sabía cómo alguien pudo abandonarlo, pero también no entendía cómo pudieron abandonarme a mi… intenté la técnica de nuevo. Estaba en terreno peligroso.
Cuando vi a Kero, supe que era lo que buscaba. Era un perro gigante que se creia tan pequeño como un chihuahua. Quizá en su vida anterior eso había sido. Ahora era un gigante perro de majestuoso pelaje dorado que me adoraba y yo a él. Nos dábamos compañía y cariño.
Cuando me sentí lista para moverme, le di de comer a Kero y me metí a bañar. Había despertado más temprano de lo normal pero eso significaba que hoy si llegaría temprano al trabajo. Era maestra de primaria de 3er grado. Era un trabajo a veces difícil, a veces imposible pero siempre gratificante.
Cómo no estaba en apuros decidí desayunar algo más nutritivo que una barra de granola. Había bajado mucho de peso en los últimos tres años, mi doctor me había dicho que tenía que mejorar pero no lograba conseguir las ganas de hacerlo. Esa fue otra razón para encontrar una mascota, el darle de comer me recordaba que yo también debía hacerlo. Preparé arroz con huevo y sentí cierta melancolía; era su favorito. Respiré hondo y sacudí mi cabeza. Tenía que enfocarme en otra cosa.
Revise mi teléfono y noté 57 mensajes en mi grupo de chat con mis amigas. Suspire. No tenía ganas de leer esa novela, así que guardé el teléfono para hacerlo después. Mientras comía, esperé a que Keto terminara su comida para sacarlo. Me sentía mal dejándolo solo tantas horas durante el día pero sabía que el en cierta manera disfrutaba tener la casa sola.
Me despedí de Kero y salí a mi carro. Cuando revisé la hora, me pegué un susto.
—¡Hoe! Madrugué, ¿porque voy tan tarde?
Sentí mi teléfono vibrar y lo revisé rápido pensando que sería un compañero de trabajo o mis amigas aumentando mis notificaciones. Cuando vi el nombre me congele.
Li Syaoran
Bufé.
—¡Déjame en paz, maldita sea!
