Capítulo 3

La joven maldijo en silencio. Aquellos guerreros se habían dado cuenta de que escapaba antes de que a ella le diera tiempo a esconderse entre la inmensa arboleda que cubría el convento por todos sus lados y estaba segura de que ahora la seguían. Cuando su caballo sorteó el tronco que se cruzó en su camino, la capucha de cubría su cabeza cayó a su espalda, dejando al descubierto su larga melena suelta, que ondeaba con la rapidez del animal. En ese instante, Sakura dirigió su mirada hacia atrás para comprobar, con horror, que un caballo negro la seguía a toda prisa.

Al instante, dirigió su mirada hacia adelante y clavó las espuelas con fuerza para que el caballo fuera más deprisa, algo que logró inmediatamente. Su corazón latía con fuerza desmedida, temerosa de ser atrapada por ese hombre que la seguía y que había gritado su nombre con tanta fuerza en medio de la lluvia en el patio del convento.

Sakura lanzó una maldición cuando estuvo a punto de caer del caballo después de que este se escurriera en un enorme charco de agua que se había formado en el bosque debido a la lluvia caída durante toda la tarde. Sin embargo, logró sujetarse fuerte a las riendas y seguir a lomos del animal. Recorridos varios metros, Sakura volvió a mirar atrás con la esperanza de que el hombre sí hubiera caído en el charco, pero para su sorpresa este había acortado la distancia con ella y le gritó:

—¡No podrás escapar de mí, muchacha!

El corazón y el estómago de Sakura se encogieron por el miedo. Pero ¿quién demonios era ese hombre y qué quería de ella? No se había metido en líos desde que estaba en el convento y estaba segura de que antes de que su padre la encerrara allí tampoco había hecho algo fuera de lo normal para que ese guerrero se molestara en ir a buscarla en medio de una tormenta.

En ese momento, se preguntó dónde estarían los demás hombres que lo acompañaban, pues en el claustro había muchos más, pero se dijo que no importaba. Lo único en lo que debía pensar era en escapar de él y ya de paso desaparecer para que su padre no la encontrara jamás y la castigara por haberse ido del convento.

Un enorme terraplén se interpuso entre la joven y su huida, por lo que, con una maldición, Sakura giró el caballo hacia su derecha, sabedora de que unos metros más adelante había un puente sobre un río y tal vez ahí podría perderlo de vista si lograba llegar a una cabaña que había cerca de ese lugar, donde poder guarecerse hasta que el peligro hubiera pasado.

Por eso, con paso apresurado, Sakura condujo al caballo hacia ese puente y cuando este apareció en su campo de visión gracias a la luz de la luna, una sonrisa de alivio estuvo a punto de dibujarse en sus labios. Apretó el paso como pudo y comenzó a subir las tablas que conformaban el puente. No obstante, cuando llegó a la zona más alta de este, abrió sus ojos desmesuradamente y tiró con fuerza de las riendas del caballo para evitar seguir adelante y chocarse contra el contingente de hombres que tapaba la única salida posible del puente.

Con el corazón desbocado, Sakura instó al caballo para que diera la vuelta para escapar por otro lugar, sin embargo, el guerrero que la había seguido hasta allí comenzó a subir por el puente, acercándose a ella con el rostro contraído por la ira. Sakura se aferró con fuerza a las riendas y miró de nuevo hacia atrás. Los guerreros no apartaban la mirada de ella en ningún momento, por lo que era imposible escapar.

El sonido de los cascos del caballo del líder volvió a llamar su atención, por lo que giró la cabeza hacia él. Las manos le temblaban mientras observaba cada movimiento del guerrero, esperando que sacara la espada y le diera la estocada final por algo que desconocía. Sakura tragó saliva y elevó el mentón con orgullo. Si iba a morir, no dejaría entrever el pánico que realmente sentía.

—Sois demasiado escurridiza, muchacha —comenzó el guerrero con la voz ronca y peligrosa.

Itachi se acercaba a ella lentamente, sabedor de que su presa estaba atrapada y no podía escapar de él. La vio mover el cuerpo con una leve sacudida por el miedo y su cuello se hinchó cuando tragó saliva. Bien. Eso le gustaba, que tuviera miedo de él, pues no iban a tener piedad con ella si el padre de la joven no la tenía con su hermano.

—¿Quiénes sois? —preguntó cuando al fin recuperó algo de valentía—. ¿Qué queréis de mí?

Antes de responder, Itachi bajó del caballo y se acercó más a ella. Sakura se puso más nerviosa, temerosa de que sacara su espada y la degollara sin contestar. No obstante, a pesar del temblor que sentía en sus piernas, la joven también desmontó y volvió a mirarlo con orgullo. Este se encontraba a solo un par de metros de ella y ahora que lo veía tan cerca se sintió pequeña frente a su imponente figura.

—Soy Itachi Uchiha, muchacha, laird de mi clan.

—¿Uchiha? —preguntó ella, sorprendida.

Sabía que su padre no había sido nunca muy amigo de ese clan, pero desconocía lo que pudiera haber hecho para enfurecerlos tanto.

—Y os buscamos para llevaros a mi castillo. La joven frunció el ceño, sin comprender.

—Yo no pienso ir con vos a ningún lado. No se me ha perdido nada en vuestro clan. Itachi chasqueó la lengua y dio un paso más hacia ella, lo cual la hizo temblar.

—Pero a nosotros sí se nos ha perdido algo en las tierras de vuestro padre.

—Pues id a buscarlo —le espetó la joven con gracia.

El guerrero sonrió de lado y la luz de la luna le iluminó el rostro bajo la lluvia. Sakura estuvo a punto de dar un traspié consigo misma al ver tan de cerca la belleza de ese hombre. Muy a su pesar, su mente lo vio altamente atractivo y el peligro que lo rodeaba le hizo desear más.

—Vuestro padre tiene retenido a mi hermano pequeño —le explicó.

—Mi padre, no yo. Hace más de un mes que estoy en el convento, así que no tengo culpa de lo que le ocurra a vuestro hermano.

—Tenéis razón. Es vuestro padre quien tiene la culpa, pero seréis vos quien lo pagaréis.

Sakura sintió que se quedaba sin respiración tras escuchar sus palabras. Dio un paso atrás y deseó poder correr hacia el otro lado del río para escapar de él, pero su propio caballo se interpuso, cortándole la única vía de escape.

—En las Tierras Altas —siguió el guerrero— no importa que lo hayas hecho o no, pero sí pagarás las consecuencias.

El guerrero llevó la mano a la empuñadura de la espada y aunque no hizo movimiento alguno que indicara que iba a sacarla, Sakura no necesitó más para saber que iba a morir a manos de aquel hombre.

—No tengo por qué morir por lo que ha hecho mi padre —aseguró. Itachi sonrió a medias.

—¿Quién ha dicho que vais a morir? Al menos de momento... Vendréis a nuestro castillo e intentaremos negociar con vuestro padre.

La joven negó con la cabeza lentamente mientras infinidad de pensamientos pasaban por su mente. Creyó que por el camino sería ultrajada, manoseada, usada al antojo de aquellos hombres, golpeada y asesinada... No los conocía, por lo que no podía confiar en su palabra. Durante un segundo, sus ojos se dirigieron hacia la barandilla del puente y tuvo una idea. Después, miró al guerrero y le dijo:

—Antes prefiero la muerte.

Y sin darle tiempo a Itachi para responder, Sakura corrió hacia la zona más alta del puente e intentó tirarse por él. Sin embargo, las rudas y fuertes manos de Itachi la detuvieron. Sakura lanzó una exclamación al sentirlas en su cintura y cuando al intentar soltarse las manos de Itachi rozaron sus pechos, la joven lanzó una exclamación de sorpresa e indignación.

—¡No estoy dispuesta a morir en vuestras manos por algo que no tiene que ver conmigo! —vociferó.

—Seréis nuestra prisionera y si vuestro padre no cumple y no suelta a mi hermano, entonces sí moriréis.

Sakura intentó apartarle las manos mientras se retorcía con todas sus fuerzas, pero la fortaleza del guerrero era tan superior que le fue imposible.

—Estáis muy equivocado al pensar que mi padre haría cualquier cosa por liberarme —le espetó—. Yo no valgo nada para él.

Apretándola aún con más fuerza contra su pecho, Itachi acercó sus labios al oído de ella y le dijo:

—Entonces, rezad por vuestra alma.

Sakura sintió auténtico pánico entre sus brazos y al notar que la presión de sus enormes brazos aumentaba, supo que no tendría escapatoria posible. Las fuerzas y la determinación le fallaron, haciendo que todo su mundo se volviera negro y, como si fuera un muñeco, se desmayó en sus brazos.

Castillo del clan Haruno

Mebuki, la madre de Sakura, caminaba por el pasillo con determinación. Durante muchas horas había estado pensando en lo que debía decirle a su marido. Siempre había intentado mantenerse al margen de las cosas que sucedían en su clan, ya que Kisashi, cuando esta intentaba meterse, la despreciaba y no la escuchaba, pero ya no podía soportar más lo que sus ojos veían a su alrededor. Esa misma mañana había bajado al poblado para hacer unas compras junto con algunas doncellas y por las calles había sido consciente de que la gente del clan se estaba empobreciendo y casi muriendo de hambre sin que el laird se ocupara de ellos.

Desde hacía días, Kisashi había estado únicamente preocupado del prisionero que habían llevado al

castillo y parecía haberse olvidado de los que eran sus vecinos y realmente deberían preocuparlo. Y Mebuki no podía más.

Desde hacía poco más de un mes parecía haber envejecido veinte años. Para ella la vida en el castillo era un auténtico infierno, pues no era más que un adorno para su marido, pero poco a poco había ido ganando fuerza con el paso de los días. Desde que Kisashi le comunicó que había pensado en meter a Sakura en un convento había intentado interceder por ella, incluso le había propuesto casarla con algún laird de los alrededores, pero su marido no la había escuchado. Este no entendía que su hija era la única vía de escape que tenía la mujer, ya que se sentía demasiado sola entre aquellas frías paredes, y desde que Sakura no estaba, Mebuki parecía haberse armado de valor para enfrentar a su marido en más de una ocasión. La soledad que le había dejado su hija logró convertirla en valentía y ahora estaba dispuesta a enfrentarse a Kisashi para interceder por su gente.

Los pasos de la mujer resonaban en la soledad del castillo. Se había cruzado con un par de guerreros del clan, pero desde que había girado en el pasillo para dirigirse a las mazmorras, todo se volvió silencioso. Tan solo cuando estuvo al pie de las escaleras escuchó a voz atronadora de su marido. Y dudó. Sus manos temblaron ligeramente, ya que descubrió que Kisashi estaba realmente enfadado, pero había tardado mucho en armarse de valor para llegar allí como para, de repente, dejarlo por miedo.

Respirando hondo, Mebuki comenzó a bajar. Sus ojos se fueron acostumbrando a la poca luz de las antorchas y cuando estuvo abajo, se llevó una mano a la boca para evitar lanzar el grito de sorpresa y horror que subió hasta su garganta.

Un joven, poco más pequeño que su hija Sakura o tal vez de su edad, yacía en el suelo con el rostro sangrante. En su kilt descubrió los colores de los Uchiha y estaba segura de que su marido con eso llegaría a declararle la guerra al clan vecino, ya que le habían dicho que era el hermano pequeño del laird.

El joven respiraba con cierta dificultad y había sido golpeado en numerosas ocasiones, ya que uno de sus ojos se había hinchado hasta el punto de apenas abrirlo y sus mejillas estaban ennegrecidas por los golpes, además de la sangre que salía de una de sus sienes y su labio inferior. En ese momento, Shisui Uchiha tosió y aferró su mano al estómago, donde segundos antes, Kisashi lo había pateado.

—Eres un desgraciado, Uchiha. ¡Nadie se atreve a pisar mis tierras para robar!

Kisashi no recibió respuesta, pero Mebuki vio que el joven levantaba la mirada y esbozaba una sonrisa sangrienta antes de lanzar una carcajada que fue inmediatamente cortada por un ataque de tos.

—¡Serás desgraciado! —vociferó Kisashi antes de levantar su puño para volver a golpearlo. Sin embargo, la voz de Mebuki lo interrumpió.

—¡Kisashi! Tengo que hablar contigo.

El aludido se volvió hacia su mujer, sorprendido por la forma en la que le había hablado. Con el rostro iracundo, se acercó a ella y la aferró fuertemente del brazo, alejándola de allí.

—¿Se puede saber qué demonios haces aquí, mujer?

Mebuki hizo un gesto de dolor, pero se aferró a la valentía que la había llevado hasta allí.

—He venido aquí porque es el único sitio donde puedo encontrarte estos últimos días.

—Pues ya me has visto, mujer. Ahora, lárgate.

Kisashi la empujó hacia las escaleras, pero ella, tras tropezar, se irguió y lo encaró de nuevo.

—No he venido a verte, sino a preguntarte qué piensas hacer con la gente del clan. Su marido frunció el ceño, pero ella continuó.

—Esta mañana he ido al pueblo y he visto que la gente pasa hambre. ¿No crees que eso es más importante que golpear a un chico?

Kisashi dio un paso hacia ella y la señaló con el dedo índice.

—¿Quién te crees que eres para meterte en los asuntos del clan?

—Soy tu mujer. Y como esposa del laird me preocupa mi gente, algo que a ti parece que se te ha olvidado desde que apresaste al Uchiha.

—Lo más importante ahora es descubrir si este desgraciado pisó nuestras tierras con algún otro fin que el de robarnos.

—Te equivocas. Nuestra gente, nuestro clan... eso es lo importante. ¿Cuántos años tiene este joven, los mismos que Sakura? ¿Qué va a hacer él en tu contra?

—¡Es el hermano del laird Uchiha, Mebuki! Estoy seguro de que cruzó la frontera para espiarnos y declararnos la guerra.

Mebuki negó con la cabeza.

—Estás loco —le dijo para sorpresa de ella misma y la de los guerreros de su marido—. Jamás has sabido llevar el clan.

Mebuki recibió una bofetada como respuesta a sus palabras, pero no le importó. Aquella no era la primera vez que le pegaba. De hecho, ya estaba acostumbrada, pues cada vez que algo no le salía bien o como él esperaba, regresaba al castillo directamente a golpearla. Mebuki se llevó una mano al rostro y lo frotó, pero levantó la cabeza con orgullo y miró a los ojos de su marido.

—Tú qué sabrás... —le dijo con desprecio—. No eres más que una simple mujer que no supo darme un primogénito varón.

Mebuki abrió la boca para responder, pero la risa del prisionero la sorprendió tanto que ningún sonido salió de su garganta. Ambos dirigieron la mirada hacia él y la mujer vio cómo Shisui se había erguido levemente y miraba a Kisashi con gesto burlón.

—Así que el laird Haruno necesita golpear a una mujer para sentirse por encima de ella... No me extraña que no hayas sabido llevar bien la jefatura del clan. El apoyo de una mujer es lo que has necesit...

No pudo acabar, pues uno de los hombres de Kisashi le dio un puntapié, provocando que el rostro del joven se tornara lívido por el dolor. Mebuki estuvo a punto de defenderlo, de la misma forma que él había hecho, pero sabía que si lo hacía, su marido sería capaz de matarla allí mismo, por lo que se mantuvo quieta en el sitio.

Kisashi se acercó de dos zancadas hacia el prisionero y le dio un par de puñetazos, haciéndole escupir más sangre. Mebuki miró hacia otro lado, incapaz de poder soportar tanta violencia, y solo dijo:

—¡Déjalo ya y preocúpate por tu gente!

Kisashi, iracundo, se volvió hacia ella y se puso a su lado al instante. Después la agarró del brazo y la empujó sin miramientos hacia las escaleras, haciendo que la mujer trastabillara y estuviera a punto de caer.

—¡Vuelve a tus obligaciones de mujer y no te metas en las cosas de los hombres!

Mebuki le dirigió una última mirada antes de obedecer y subir las escaleras, aunque antes de perderse en el pasillo del piso superior, logró escuchar una última cosa:

—Y tú, maldito Uchiha, me dirás lo que quiero oír o derramaré tu sangre como la de un perro.