Capítulo 9
Habían pasado ya dos días desde la última vez que Sakura había visto a Itachi. Desde entonces, este había intentado evitarla a toda costa, por lo que el orgullo de la joven se vio afectado por ello. A cada momento que pasaba entre los muros de los Uchiha se volvía más desesperada. Incluso cuando estaba en el convento nunca se había sentido tan enfadada como aquellos días entre los enemigos. Y lo peor de todo era que no podía salir al pasillo sin la presencia y mirada de Kisame junto a ella. En varias ocasiones había intentado que el guerrero la dejara y volviera a sus quehaceres normales en el castillo, pero este se había negado por completo.
Si Sakura visitaba el comedor, las cocinas o cualquier otro lugar del castillo por curiosidad, Kisame era su sombra. Y aquello la desesperaba, pues si admiraba u odiaba algún lugar, él se enteraba de todo. Y ni hablar de las relaciones con otras personas. Sakura siempre había disfrutado en las cocinas de su castillo, aprendiendo recetas exquisitas, pero como Kisame estaba tras ella en todo momento, cada vez que intentaba ir a las cocinas de los Uchiha, el guerrero resoplaba y maldecía en voz baja, quitándole la idea enseguida, pues no deseaba ver su rostro iracundo. Y cuando intentaba entablar conversación con él, no sabía de qué hablar, desesperándose aún más, por lo que en los últimos días se había sentido sola y frustrada.
Aunque sí había tenido algo bueno, y era que la doncella que se había colado en su dormitorio mientras ella se bañaba no se había vuelto a cruzar con ella. Cada vez que esta la veía, la joven intentaba cambiar de camino y desaparecía entre las sombras del castillo. Sin embargo, sí notaba sobre ella su mirada hasta que se perdía de vista, y aún no entendía ese odio en ella, pues no le había hecho nada desde su llegada al castillo.
Durante esos días, Sakura estuvo pendiente de todo el mundo. Miraba a unos y a otros, especialmente los guerreros y en todos ellos vio algo en común: estaban nerviosos. Supuso que tal vez se debía a que aún no habían recibido respuesta por su padre y no sabían cómo se encontraba el hermano del laird, pero sí sabía que algo tenía que ver con ella, pues la miraban de reojo cada vez que ella cruzaba por el lado de alguno de ellos.
La verdad es que ella misma también estaba sorprendida por el silencio de su padre. Este siempre había sido demasiado impulsivo y estaba segura de que si hubiera querido actuar, lo habría hecho ya, pero seguía estando segura de que jamás haría nada por ella, por lo que temía por la vida del hermano de Itachi después de recibir la misiva con la amenaza sobre su persona.
Ese día, Sakura decidió que necesitaba salir de entre los muros del castillo y alejarse algo más de allí. Desde el piso superior del castillo podía ver en la lejanía las casas de los habitantes del clan y el humo que salía de las chimeneas le daba una extraña sensación de hogar que no había tenido jamás. Y de repente, tuvo la sensación y la necesidad de llegar hasta allí.
Tras colgarse de los hombros la capa, salió al pasillo y se topó con Kisame, que la miró con cierto enojo.
—Me gustaría ir al pueblo —le dijo con simpleza. El guerrero lanzó un bufido.
—Hace un frío de mil demonios, muchacha. Hasta el pequeño lago se ha helado.
—Para eso me he puesto la capa...
Kisame la miró enfadado y apretó la mandíbula con fuerza. Los nudillos de su mano se pusieron blancos cuando ciñó la empuñadura de la espada con unas ansias tremendas de usarla contra ella, pero logró contenerse.
—¿Acaso pretendéis escapar de nuevo?
—Solo deseo salir del castillo y ver algo nuevo. Además, ¿a dónde iba a ir? Estáis deseando sacar la espada y matarme. No podría alejarme ni dos metros...
Kisame bufó.
—En eso tenéis razón, deseo mataros porque me vais a volver loco, muchacha, con tanta caminata.
—Si lo preferís, puedo ir sola —sugirió con esperanza.
—Más quisierais... —respondió entre dientes y haciéndole un gesto con la cabeza para que comenzara a caminar.
Con una sonrisa en los labios, Sakura se apartó de la puerta de su dormitorio y se dirigió hacia las escaleras. Sabía que estaba poniendo a prueba la paciencia del guerrero, pero en parte la divertía. No era su intención y realmente nunca se había comportado así, pero su carácter había cambiado visiblemente desde que estaba entre los Uchiha y había comprobado que no la habían dañado y que tal vez no tendrían intención de hacerlo.
Sakura escuchó soltar el aire con fuerza al guerrero a su espalda y su sonrisa se amplió, aunque intentó
que él no la viera para evitar que le prohibiera salir del castillo. No obstante, cuando al llegar al piso inferior se cruzaron con Itachi y Malcolm, su sonrisa se congeló y, de repente, sintió miedo al pensar que no la dejarían salir. Los miró con seriedad y descubrió que ambos se acercaban a ellos. A pesar de la distancia que en ese momento los separaba, Sakura descubrió que sus rostros mostraban una irritación profunda. Sobre ella sintió las miradas de ambos y supo que algo nuevo y desconocido para ella había sucedido.
Su corazón se aceleró y tragó saliva con fuerza. Los esperaron al pie de las escaleras y con nerviosismo, Sakura aferró la tela de la falda de su vestido, como si así pudiera sentir más protección frente a ellos.
—Señor... —dijo Kisame a su espalda.
Estaba acorralada. Sabía que si los hermanos no le hacían algo, tal vez lo haría el guerrero a su espalda, por lo que intentó mantener la calma y no enojarlos más de lo que ya parecían. Cuando los hermanos llegaron a su altura, Sasuke no pudo resistir la tentación de sacar la daga de su cinto y dar un paso hacia ella, pero Itachi lo frenó. Sakura dio un paso hacia atrás, pero se chocó contra la espalda de Kisame, que maldijo en un susurro, y después miró al laird.
—Acaba de llegar el hombre al que envié a vuestro clan con la misiva. Sakura apretó con más fuerza la falda.
—¿Y cuál es la respuesta de mi padre?
—No hemos recibido respuesta. Expulsaron a Udon negándose a responder, así que debo suponer que vuestro padre se ha negado a soltar a mi hermano a pesar de teneros a vos retenida.
—¿Y qué pensáis hacer? —preguntó con cierto miedo.
—Mataros —respondió Sasuke en el lugar de Itachi.
Su hermano lo miró con enfado y volvió a poner su brazo entre Sasuke e Sakura.
—Ya os dije que mi padre no haría nada por mí. Jamás me ha querido. Itachi suspiró y se llevó una mano a la frente. Parecía cansado.
—He pensado que si colaboráis con nuestro clan para que podamos salvar a nuestro hermano, podríamos hablar de las condiciones para soltaros.
Sasuke lo miró con sorpresa e Sakura con cierto anhelo, pero a la vez miedo. Irse del castillo Uchiha era algo que había deseado desde que puso un pie allí, pero... aquello conllevaba no volver a ver al guerrero que tenía frente a ella. Y frunció el ceño cuando lo pensó. ¿Por qué le preocupaba tanto no verlo más? Las historias de caballeros que se enamoraban perdidamente de una mujer solo existieron en la Edad Media. Y eso ya era cosa del pasado.
—¿Me escucháis, muchacha?
La voz de Itachi penetró en sus sentidos y se obligó a alejar esos pensamientos. Lo miró y descubrió que el joven entrecerraba los ojos mientras la observaba con atención, como si quisiera adivinar sus pensamientos. Sakura carraspeó, incómoda, y lo miró.
—Os he dicho...
—Ya sé lo que habéis dicho, pero comprenderéis que no es una decisión que deba tomar a la ligera.
—El tiempo se acaba para mi hermano —insistió—. No puedo daros mucho más.
—Pero mi madre está en el clan, y a ella no quiero que le ocurra nada con mi decisión.
—La tendremos en cuenta, muchacha. Sakura suspiró.
—Entonces dejad que me lo piense durante mi paseo por el pueblo.
Sasuke elevó una ceja y resopló, desviando la mirada hacia Itachi, esperando su respuesta.
—Está bien. Tenéis un par de horas.
Sakura asintió, pensativa, y retomó la marcha. La sensación de libertad y regocijo que había experimentado cuando pensó en ir al pueblo había desaparecido. En su lugar, apareció un extraño sentimiento de culpa y desesperación que provocaba que poco a poco se encogiera y todo a su alrededor se volviera negro. Tenía dos opciones: ayudar a los Uchiha para rescatar a su hermano de las garras de su padre o... No quería ni pensarlo.
Tras ella sentía la presencia de Kisame y estaba segura de que su mirada estaba puesta en su espalda, como si quisiera ser el primero en conocer su decisión. Sakura caminaba deprisa hacia el pueblo, como si tuviera la esperanza de alejarse del guerrero para poder pensar con claridad y sin la presión de su mirada, pero cuanto más deprisa caminaba, más se acercaba él.
Finalmente, suspiró y se rindió. No podría deshacerse de él en ningún momento, por lo que intentó poner toda su atención en el pueblo para así liberar su mente durante unos instantes y retomar sus pensamientos con más fuerza.
—¿Por qué hay tanto movimiento? —le preguntó a Kisame.
—Hoy hay un mercadillo donde varios comerciantes de los pueblos más cercanos venden sus productos
—le respondió.
La cercanía con la que había sentido sus palabras hicieron que Sakura mirara al guerrero y descubrió que parecía estar más relajado desde que habían ido al pueblo, algo que agradeció. Una nueva sonrisa apareció en el rostro de Sakura, que también alivió su tensión. Paso a paso, caminaron entre los puestos del mercadillo. Era la primera vez que Sakura iba a uno, pues su padre siempre le había prohibido acudir a los que montaban en su castillo, ya que no quería que comprara nada. Pero en ese momento, tampoco tenía la necesidad de adquirir nada de lo que veía, tan solo disfrutar con la mirada. Había varios puestos de frutas, otros de artículos hechos con madera, diferentes tipos de tés, ropajes... infinidad de cosas que llamaron la atención de Sakura y que admiraba ver cómo los vendedores discutían con los compradores por una rebaja en el precio. Y a pesar de las miradas de recelo de los allí presentes, Sakura se sintió como una más.
En un momento dado, la joven miró a Kisame con una sonrisa y lo vio resoplar, cansado de estar allí.
—¿No te gusta el mercadillo?
—Esto son cosas de mujeres, no de hombres —respondió con sequedad.
Sakura se encogió de hombros y señaló a un vendedor que hablaba con un habitante del pueblo.
—A menos que estén disfrazados, esos son hombres...
El guerrero la miró de soslayo y murmuró algo que no logró entender, lo cual la hizo reír para sorpresa del guerrero y de ella misma. Hacía demasiado tiempo que no se escuchaba reír, y le gustó. A pesar de saber que estaba prisionera en ese clan, reconoció que estaba recibiendo mejor trato que el que su propio padre le había dado, por lo que sus músculos se relajaron.
Caminaron hacia el otro lado del mercadillo y algo llamó su atención. Descubrió que había un grupo de unas diez personas hablando muy fuerte y parecían estar preocupadas. Pensó que tal vez se trataba de algún malentendido si alguien había intentado robar, pero Kisame la cogió del brazo con fuerza para acercarse más y descubrir algo que le heló la sangre:
—¡Está en el lago! —dijo una mujer con desesperación.
—La capa de hielo es fina y podría romperse en cualquier momento.
—¿Qué ocurre? —preguntó Kisame tras acercarse a ellos.
Los allí reunidos los miraron y una mujer se acercó a él desesperada. Lo aferró con fuerza por la camisa y lloró.
—Mi hijo se ha escapado y está en medio del lago, pero se están abriendo rajas en el hielo y podría caer al agua. ¡No sabe nadar!
Kisame maldijo y, aferrando a Sakura del brazo, ambos corrieron hacia donde fueron los demás. El lago era pequeño, pero poseía cierta profundidad que podría provocar la muerte de una persona que no supiera nadar. Sakura tembló al ver al niño, de apenas cinco años, sobre el hielo formado sobre el agua. Desde la orilla vio que este había comenzado a resquebrajarse y, efectivamente, si no actuaban pronto, el niño caería al agua y moriría ahogado. Su madre lloraba de rodillas en la orilla y le pedía que no se moviera, que irían a por él, pero el niño, asustado, estaba comenzando a ponerse nervioso y se movía con inquietud, haciendo que desde la orilla escucharan con claridad el sonido del hielo al resquebrajarse.
Con rapidez, Kisame se quitó el cinto de la cadera y lo tiró a un lado. Se quitó las botas y luego la chaqueta mientras Sakura lo miraba con el ceño fruncido.
—Espero que no intentéis escapar mientras rescato al niño, muchacha —le dijo con seriedad.
Sin embargo, Sakura no respondió a sus palabras, sino que se limitó a poner la mano en el brazo del guerrero y a mirarlo fijamente.
—El hielo casi no soporta el peso del niño, mucho menos el vuestro.
—Nuestro deber es proteger al clan.
—Sí, pero en cuanto pongáis un pie sobre el hielo, se romperá. Si me dejáis, yo soy más pequeña que vos y tal vez soporte mi peso. Además, sé nadar.
Kisame frunció el ceño y los allí presentes callaron de golpe, incapaces de creer que una enemiga se ofreciera a rescatar a un Uchiha.
—No me miréis así. Se trata de un niño, no importa a qué clan pertenezca.
Y sin esperar respuesta por parte de Kisame, Sakura se quitó la capa que la protegía del frío. Cuando la brisa se coló entre su ropa, sintió un escalofrío, aunque también fue por miedo. Temía que por un error suyo ese niño muriera y le echaran también la culpa de eso, pero estaba segura de que podría salvarlo, por lo que intentando no sentir vergüenza, dejó caer la falda de su vestido sobre la hierba. Esta tenía muchas capas de tela y hacía que la joven pesara más, por lo que se quedó en camisola ante todos.
—Como a vos os ocurra algo, sabéis que Itachi me matará —le advirtió Kisame antes de que se lanzara hacia el lago.
—Entonces, rezad para que no pase nada —le dijo Sakura.
La joven se quitó las botas y poco a poco, midiendo la velocidad de cada paso, fue acercándose al niño. La suerte estaba de su parte y el hielo aguantaba a la perfección su peso, pero no podía relajarse. Sakura contenía el aliento en sus pulmones, temerosa de que el simple hecho de respirar pudiera romper el hielo. Y antes de que pudiera darse cuenta, se detuvo a tres metros del niño.
—Hola, pequeño —le dijo con calma—. ¿Cómo te llamas?
—Nagato. Tengo miedo... —susurró llorando.
—No lo tengas. Los Uchiha sois unos valientes. ¿A que sí?
El niño asintió limpiándose las lágrimas.
—Y estoy segura de que quieres ser un fuerte guerrero cuando seas mayor. Nagato volvió a asentir.
—Entonces debemos irnos pronto para que puedas comenzar a entrenar con tu padre.
El rostro del niño se iluminó y dio un paso hacia ella, que le tendió una mano, pero el hielo hizo un chasquido bajo sus pies.
—Pero tiene que ser despacito, para no hacernos daño. ¿De acuerdo?
La propia Sakura se sorprendió de la calma que mostraba en esos momentos. Apenas podía sentir la planta de los pies debido al frío que penetraba por sus calzas, pero sabía que debía mantenerse serena ante la situación. El silencio a su alrededor era abrumador y durante unos segundos tuvo la sensación de que Nagato y ella se habían quedado solos en medio del lago.
Lentamente, el niño caminó hacia ella y a cada paso que daba, los chasquidos se hacían más sonoros. Sakura sabía que el hielo se estaba rompiendo y que caerían en cualquier momento, por lo que debían darse prisa.
Cuando Nagato llegó hasta ella y se abrazó a la joven, ella lo rodeó con sus brazos, pero al instante lo aferró por los hombros para que la mirara.
—Debes darte prisa en llegar a la orilla. Cuando estés allí, iré yo.
Sakura sabía que si caminaban juntos, el hielo se rompería, por lo que debían ir por separado.
—Pero...
—Recuerda que eres un guerrero Uchiha —le dijo con una sonrisa aterrada—. Así que debes hacerme caso y ser valiente.
Nagato asintió y se separó de ella. El hielo volvió a crujir bajo sus pies e Sakura cerró los ojos mientras rezaba como lo hacía en el convento. Después abrió los ojos y descubrió que el niño ya casi había llegado a la orilla sano y salvo. Una sonrisa se dibujó en su rostro y finalmente se decidió a regresar ella también.
Vio que Kisame se acercaba al hielo y le tendía una mano, desesperado.
—Por Dios, muchacha, volved —le gritó.
—Me sorprende ver que os preocupáis por mí, Kisame —bromeó para intentar mantener la calma.
La joven escuchó una maldición por parte del guerrero y algo sobre ahogarla con sus propias manos, pero ella solo podía estar pendiente del sonido del hielo y los surcos que se hacían en el agua congelada a medida que avanzaba. Sentía que bajo sus pies se movía algo, como si el agua bajo el hielo se moviera con oleaje, pero sabía que era imposible. Y cuando apenas le faltaban cinco metros para llegar a la orilla, un sonido aterrador se escuchó bajo ella y de repente, todo se rompió. Sakura solo tuvo tiempo de mirar a Kisame por última vez y lanzar un grito antes de que el suelo de hielo desapareciera bajo ella, llevándola a la oscuridad reinante del fondo.
Lo que sintió en ese momento no podía describirlo. Como si infinidad de dagas se clavaran en su cuerpo debido al frío, Sakura abrió la boca bajo el agua para lanzar un grito de dolor, pero este fue ahogado. Sus pulmones se quedaron sin aire y a menos que no saliera a la superficie moriría ahogada. Sakura intentó mover sus piernas, pero estas se habían quedado entumecidas por el frío y no respondían, por lo que agitó desesperadamente los brazos para salir, pero estos se movían lentos hasta que, de repente, un musculoso brazo se aferró a su cintura y tiró de ella hacia arriba con fuerza, sacándola por fin de las profundidades
del lago. Sakura tosió e inspiró aire desesperadamente. El pelo se le había pegado al rostro y casi no podía ver, por lo que lo apartó de un manotazo antes de dejarse llevar por aquel brazo hacia la orilla.
—Gracias, Kisame —logró decir aún sin poder enfocar bien la vista.
—Me parece que ahora mismo no quiere vuestro agradecimiento, sino mataros con sus propias manos
—dijo una voz grave junto a su oído mientras la arrastraba los últimos dos metros.
Sakura dio un respingo al reconocer aquella voz y giró la cabeza hacia el hombre que había sido su salvador y que la apretaba contra su poderoso cuerpo cincelado en piedra. Itachi apenas la miraba, pues tenía toda su atención puesta en llevarla fuera del agua y a pesar de la frialdad, Sakura tuvo la sensación de que algo extremadamente caliente recorrió todo su cuerpo hasta posarse donde el guerrero tenía la mano.
Para su sorpresa, Sasuke se lanzó a ayudar a su hermano y aferró el brazo de Sakura para ayudarla a salir. Las piernas de la joven apenas podían mantenerla en pie por el entumecimiento, por lo que trastabilló un par de veces hasta que logró llegar a la altura de los allí reunidos.
Lo primero que hizo fue dirigir una mirada de arrepentimiento a Kisame, que la observaba con una mezcla de sorpresa y, efectivamente, ganas de asesinarla. Después miró a Sasuke, cuya expresión también era parecida a la del otro guerrero y, tras esto, miró con una sonrisa al niño para intentar quitar hierro al asunto. Este se encontraba en los brazos de su madre, la cual la miraba con el agradecimiento escrito en sus ojos, aunque sin atreverse a acercarse a ella para demostrárselo, pero al instante se deshizo de ellos para correr hacia Sakura, a la cual abrazó y, para su sorpresa, besó en la mejilla.
—Tú también has sido muy valiente —le dijo con su voz aniñada mientras ella intentaba recuperar el aliento—. Si le preguntamos al laird, a lo mejor podría aceptarnos como guerreros.
La inocencia del niño le sacó una sonrisa y le revolvió el pelo. Después se puso de nuevo en pie y descubrió que sus piernas estaban recuperando su fortaleza.
—Podemos preguntarle ahora...
Intentando esbozar una sonrisa, Sakura se giro hacia Itachi, que apretaba los puños con fuerza y la miraba con fijeza a tan solo un metro de ella. Él también respiraba con dificultad y, a diferencia de ella, su cuerpo no temblaba por el frío, como si no fuera capaz de sentir su ropa mojada por el agua helada. La joven se quedó sin aliento al ver su pelo mojado cayendo a cada lado de su rostro y el kilt del guerrero pegado a su escultural cuerpo, dejando entrever su piel. Sakura tragó saliva, pues sentía que su garganta se había quedado seca con aquella espectacular visión, además de que la mirada del guerrero parecía haberse ensombrecido a cada segundo que pasaba.
Pero el silencio que se había instaurado entre todos fue roto de nuevo por la inocencia de Nagato, que se aferró a la cadera de Sakura y miró a Itachi.
—Señor, los dos hemos demostrado nuestra valentía y querríamos ser guerreros como usted.
Sakura intentó esconder la sonrisa, pero le fue imposible, y volvió a revolver el pelo de Nagato. Y cuando la joven abrió la boca para desviar la atención, Itachi respondió al niño.
—Cuando tengas unos años más, podrás entrenar con mis hombres —dijo para sorpresa de Sakura, que no pudo evitar dedicarle al guerrero una sonrisa.
Al instante, la madre del niño lo agarró del brazo y pidió disculpas a Itachi. Tras esto se marcharon y dejaron sola a Sakura junto a los tres guerreros, que la miraron fijamente. Sakura tembló con más fuerza y se puso las botas y la falda sobre la ropa mojada. Tras esto, se colgó de los hombros la capa y los miró. Su cuerpo temblaba por el frío, pero poco a poco volvía a la normalidad, aunque la brisa no dejaba de azotarla, haciéndole castañear los dientes.
Inconscientemente, Sakura esbozó una sonrisa tímida y miró a Itachi.
—Supongo que el paseo ha terminado.
Itachi suspiró y la agarró del brazo, empujándola hacia el camino del castillo.
—Suponéis bien, muchacha.
Sakura agradeció que sus piernas volvieran a tener la fuerza de antes para poder seguir el paso del guerrero, que caminaba con paso firme y rápido hacia la fortaleza. El silencio se instauró entre los cuatro y en poco tiempo la muralla del castillo los protegió de la brisa fría.
—Kisame, ya me ocupo yo de ella. Vuelve a tus quehaceres.
Sakura lo vio asentir y tras dirigirle una última mirada a la joven, se alejó de ellos. Itachi la condujo hacia la puerta principal y cuando por fin estuvieron dentro, el laird se volvió hacia su hermano.
—Pídele a Shisune que prepare un caldo caliente y que alguna de las doncellas lleve una tina con agua caliente a mi dormitorio.
Y en ese momento, Sakura fue consciente de nuevo del frío que recorría su cuerpo. Apenas podía sentir los pies y los dientes le castañeaban tanto que temió que se le rompiera alguna pieza. Y cuando pensó en una
bañera caliente, estuvo a punto de lanzar un suspiro de placer, pero logró contenerse al ser consciente de la ira que mostraba Itachi, que la aferraba con tanta fuerza del brazo que pensó que quería rompérselo.
Cuando por fin llegaron al piso superior, en lugar de acompañarla a su dormitorio, se desvió hasta el suyo propio, para sorpresa de Sakura. La empujó dentro de la estancia y esta vez sí suspiró al sentir el calor con el que la chimenea los recibió.
La joven se acercó rápidamente al calor del fuego y sintió que sus músculos se desentumecían, sin embargo, volvió a temblar cuando escuchó la voz enfadada de Itachi.
—¿Por qué demonios habéis hecho eso?
Sakura se giró hacia él y descubrió que estaba tras ella, a menos de un metro. La joven se encogió de hombros y respondió:
—Si fuera mi hijo el que corriera peligro, no me importarían los colores de la persona que lo salvara.
Era un niño, un inocente, y él no tiene culpa de las enemistades de nuestros clanes.
—¿De verdad no os ha importado que fuera un Uchiha? Su padre era uno de los guerreros que me acompañó a secuestraros en el convento.
La joven volvió a encogerse de hombros.
—No me importa. Repito que él no tiene culpa de nada.
Sus palabras callaron a Itachi, que la miró fijamente. Y al cabo de unos segundos, volvió a hablar, dejando sin palabras a Sakura.
—Desnudaos.
La joven abrió desmesuradamente los ojos y tragó saliva ruidosamente. Cuando al fin pudo reaccionar, negó con la cabeza.
—¿Cómo se os ocurre semejante disparate? —preguntó casi tartamudeando y realmente nerviosa.
Sakura tembló con más fuerza y se abrazó a sí misma, como si con ese simple gesto hiciera cambiar de opinión al guerrero, que comenzó a quitarse la ropa. La joven abrió mucho los ojos y desvió la mirada, intentando contener la rojez que subió a sus mejillas.
—¿Qué hacéis? ¡Sois un desvergonzado!
—Me desnudo —respondió con simpleza—. Y por vuestro bien, deberíais hacer lo mismo.
—¡No pienso hacer semejante cosa frente a vos! —vociferó. Itachi levantó una ceja y la miró de arriba abajo.
—Si no lo hacéis vos, tendré que hacerlo yo —la amenazó.
La joven negó con la cabeza y dio un paso atrás hasta pegarse contra la pared. Y cuando Itachi dejó caer al suelo la última prenda que tapaba su cuerpo, Sakura dejó escapar una exclamación de sorpresa y vergüenza. Sus mejillas se tiñeron de rojo intenso y miró hacia otro lado, aunque sus curiosos ojos no pudieron evitar mirarlo de nuevo en todo su esplendor. Esa era la primera vez que veía a un hombre desnudo y, aunque no podía compararlo con otro, Sakura llegó a la conclusión de que era el más hermoso y poderoso que había visto jamás.
Se decía una y otra vez que no debía mirarlo, pero el cuerpo del guerrero parecía llamarla y continuamente desviaba la mirada hacia él.
—Estáis helada y antes de que enferméis, debéis quitaros la ropa y bañaros.
Tenía razón. Los dientes le castañeaban cada vez más y sentía tan fría su piel que tenía miedo de perder el sentido del tacto por completo. No obstante, se negó a hacerlo frente a él.
—No es mi intención llevaros a mi catre.
El guerrero esperó que la joven no se diera cuenta de la mentira que acababa de decirle, pues desde hacía días no podía quitársela de la cabeza y su cuerpo no hacía más que desear verla sin ropa y acariciar su aterciopelada piel. Y aunque su mente le repetía una y otra vez que era su enemiga, su cuerpo le decía otra cosa. Cuando esa mañana los habían seguido hasta el pueblo y la había visto jugarse la vida por un niño del clan y caer al agua helada, lo que había sentido dentro de él había sido entre desasosiego y preocupación. Para su sorpresa, al ver que perdía pie sobre el hielo y desaparecía en el agua helada había corrido desesperadamente hasta meterse él también dentro del lago. Al buscarla y no encontrarla, algo dentro de él sintió un vacío terrible, pero cuando su mano logró tocarla y envolvió el brazo alrededor de su cintura, se sorprendió a sí mismo rezando para que no hubiera muerto.
Se había equivocado al dejar su cuidado junto a Kisame. Debió ser él quien mantuviera sus ojos pegados a ella en todo momento y se dijo que a partir de ese momento, quisiera Sakura o no, las cosas cambiarían.
Ahora que se mostraba desnudo ante ella se sentía poderoso y seguro de sí mismo, y el efecto y turbación que causaba en la joven en parte lo divertía. Por primera vez en su vida, un simple juego como
aquel entre un hombre y una mujer lo deleitaba y deseaba llegar al final.
Itachi dio un paso hacia ella al ver que seguía turbada y sin moverse, pero su cuerpo aumentaba los escalofríos. La joven, al verlo más cerca, abrió los ojos desmesuradamente y negó con fuerza.
—Prefiero morir de frío a desnudarme ante vos —le espetó la joven huyendo de él y alejándose del guerrero, pero sin saber que se acercaba peligrosamente a la cama.
En ese instante, unos nudillos insistentes llamaron a la puerta y segundos después, un par de doncellas entraron en el dormitorio, obviando la desnudez de su laird, y dejaron cerca de la chimenea una bañera, que llenaron en pocos minutos con agua humeante.
Tras esto, y para estupefacción de Sakura, abandonaron el dormitorio y volvieron a dejarlos solos, momento que aprovechó la joven para intentar huir del cuarto, pero con dos zancadas, Itachi la atrapó de nuevo y la encerró entre sus poderosos brazos.
—No voy a dejar que las doncellas lleven otra tina a vuestros aposentos, así que será mejor que os bañéis aquí.
—¡Jamás! —vociferó la joven intentando soltarse de su amarre.
Pero Itachi la empujó hacia la bañera y, sin previo aviso, la tomó entre sus brazos y la dejó caer dentro del agua. Sakura lanzó una exclamación de sorpresa mientras parte del agua cayó a los pies del guerrero, que se dispuso a ponerse otra ropa, dejándola con una mueca de disgusto en el rostro.
Y a pesar de que no estaba de acuerdo con las formas de su secuestrador, Sakura se contuvo para evitar lanzar un suspiro de alivio cuando por fin sintió cómo los pies y las piernas comenzaban a latir con fuerza y a despertar por el calor del agua. Poco a poco su entumecido cuerpo fue despertando y entrando en calor. Y aunque a su espalda escuchaba el movimiento del guerrero, Sakura se relajó levemente en la bañera, haciendo caso omiso a su presencia.
La joven hizo un guiño cuando la ropa se ciñó más contra su cuerpo y deseó poder quitársela, pero se contuvo. Se sentó en la tina y miró cómo el fuego consumía el tronco lentamente. Aquel movimiento era hipnótico y un intenso sueño comenzó a apoderarse de ella, pero cuando sus ojos parecían no aguantar más abiertos, la presencia de Itachi se hizo patente a un lado de la bañera, obligándola a ponerse de nuevo en alerta.
—Pensaba que saldríais del agua nada más caer en la bañera —bromeó.
Sakura lo miró y descubrió que ya se había vestido, algo que la decepcionó en parte y alegró por otra. La joven lo miró en silencio y elevó el mentón con orgullo.
—Debería daros vergüenza tratar así a una dama.
—Es verdad, debería. —Se encogió de hombros—. Pero no lo siento...
Sakura abrió la boca, sorprendida por su respuesta y, enfadada, le lanzó agua para salpicarle. El guerrero se miró las botas lentamente y después levantó la mirada fija para observarla mientras soltaba el aire poco a poco, mostrando su enfado.
—No me tentéis, muchacha, u os arrepentiréis.
Sakura lo miró con mala cara y finalmente desvió el rostro. Estaba deseando salir del agua, pero no se atrevía con él frente a ella, pues tendría que quitarse la ropa.
—De ahora en adelante seré yo quien os vigile a todas horas. Sakura levantó la mirada rápidamente y lo miró asombrada.
—¿Por qué? No he hecho nada.
—Únicamente quiero evitar que vuelva a suceder lo que ha ocurrido en el pueblo.
—No podéis estar conmigo todo el día. Tenéis obligaciones como laird y vuestro dormitorio no está al lado del mío.
—Por eso me acompañaréis a cualquier lugar y dormiréis conmigo.
Sakura abrió los ojos desmesuradamente y sin darse cuenta de que su ropa se le había pegado al cuerpo, moldeándolo, se levantó de la bañera y lo encaró.
—No pienso hacer semejante locura.
Pero Itachi apenas la escuchó. Sus ojos se dirigieron raudos hacia las curvas que le ofrecía la joven desde la bañera. Toda la ropa se le había pegado al cuerpo y dibujaba todas y cada una de sus cuervas, llamándole especialmente la atención sus pechos, que parecían pugnar por salir de entre los pliegues de la tela. Y al instante, algo dentro de él se despertó y recorrió lentamente su cuerpo hasta posarse en su entrepierna, donde sintió palpitar su cuerpo.
Se obligó a mirarla a los ojos y carraspeó, incómodo.
—Sois mi prisionera y haréis lo que yo ordene.
—¡Será una deshonra para mí! —exclamó elevando la voz.
—Podéis estar tranquila. No me atraéis en absoluto —respondió con demasiada vehemencia—. Y ahora os daré unos minutos para cambiaros de ropa. Después, vendréis conmigo a donde yo ordene.
Y tras dirigirse con paso rápido hacia la puerta, como si él mismo temiera estar más tiempo junto a ella en esas condiciones, se marchó dando un sonoro portazo y dejando a Sakura con un sentimiento extraño en su interior.
