Capítulo 12

Kisashi caminó por el pasillo como alma que llevaba al diablo. Hacía dos días desde que había encontrado vacía la celda del prisionero Uchiha y aún no podía explicarse qué podía haber ocurrido.

—¿Cómo es posible que se haya escapado sin más? —vociferó—. ¡Sois unos inútiles!

A pesar de que había preguntado uno por uno a sus hombres, ninguno había podido darle explicación a lo sucedido. La noche en la que al parecer había escapado nadie había visto ningún movimiento extraño entre los muros del castillo ni fuera de ellos. Es como si de repente el Uchiha se hubiera desvanecido y a pesar de haber buscado por todos los rincones nadie lo había encontrado, por lo que llegó a la conclusión de que alguien dentro del castillo lo había ayudado, pero nadie parecía ser tan listo como para urdir un plan tan perfecto y que nadie lo descubriera. A menos que...

Kisashi se paró en medio del pasillo, haciendo que su hombre de confianza estuviera a punto de chocar contra él, aunque logró parar a tiempo.

—¿Sabes si mi esposa salió de su dormitorio el día que desapareció el Uchiha?

—No lo sé, señor.

—Ve tú a recibir a mis hijos y a los demás, que ya han regresado de la tierra de los Uchiha, mientras, yo iré a hablar con Mebuki.

Asintió y se dirigió hacia la salida del castillo mientras Kisashi se quedaba en medio del pasillo pensando en lo que se le había ocurrido. La rabia lo recorría por dentro, incapaz de creer que su esposa hubiera podido hacer algo así, pero solo había una forma de descubrirlo, así que se encaminó hacia el pasillo del comedor, pues sabía que Mebuki estaría allí junto con las doncellas cambiando las flores por otras frescas cortadas de ese mismo día.

Efectivamente, Mebuki sonreía mientras disfrutaba del colorido jarrón que estaba preparando esa mañana. Desde hacía dos días su corazón parecía estar más tranquilo, sabedor de haber hecho bien las cosas por primera vez en su vida en lugar de dejar todo a Kisashi, que cada vez parecía más loco.

Varias doncellas se encontraban con ella en ese momento y mientras unas decoraban otros jarrones, las demás limpiaban la plata. Pero todas, incluida Mebuki, dieron un respingo cuando la puerta del salón se abrió de golpe y chocó con fuerza contra la pared. Todas temblaron a su alrededor y, para su sorpresa, la propia Mebuki se mantuvo impasible y serena, aunque sus manos temblaron ligeramente, pero las apretó contra su cuerpo para disimular.

—¡Fuera! —vociferó Kisashi.

Las doncellas obedecieron y salieron del salón casi corriendo, temerosas de la ira de su laird. Sin embargo, Mebuki esbozó una pequeña sonrisa, pues sabía a lo que se iba a enfrentar en los próximos minutos, pero no tenía miedo. Ya no. El recuerdo de su hija y la expresión de gratitud del Uchiha le dieron fuerzas.

Kisashi caminó hacia ella con parsimonia, como un cazador que sabe que su presa no puede escapar de

él.

—¿Por qué sonríes, mujer? —le preguntó con desprecio.

—¿Una esposa no puede hacerlo cuando ve a su esposo? —respondió con simpleza.

Kisashi paró a menos de un metro de ella y, en ese instante, Mebuki se sintió ligeramente pequeña

respecto a él. Su marido la miró mientras ella le sostenía la mirada con inocencia y, sin previo aviso, el guerrero le dio una sonora bofetada.

Las flores que Mebuki sostenía entre sus manos cayeron a sus pies y ella chocó contra la mesa, tirando sin querer el jarrón que amorosamente había estado preparando.

—Supongo que no eres ajena a que el Uchiha ha escapado.

—¿Cómo voy a serlo si vociferas continuamente en el pasillo? Estoy segura de que se habrán enterado hasta en el poblado.

Kisashi la aferró con fuerza por el mentón y la acercó a él. La mujer torció el gesto al sentir el aliento fétido de su marido cerca de ella, pero después lo miró a los ojos.

—¿Qué sabes del Uchiha? —El silencio de su esposa fue lo único que recibió—. ¿Acaso tienes algo que ver?

Kisashi la soltó con desprecio y la miró esperando una respuesta, que llegó en forma de risa. Mebuki no pudo evitarlo, pero después de tantos golpes y desprecios recibidos por él ya le había perdido el miedo, por lo que su cuerpo solo pudo reaccionar a lo que el rostro iracundo de su esposo le hacía sentir.

—¿De verdad pensabas que iba a quedarme de brazos cruzados mientras tú dejabas a nuestra hija en manos de los Uchiha?

—¿Por qué lo soltaste?

Mebuki dio un paso hacia él y le espetó:

—Te escuché leer la carta que envió Itachi Uchiha y solo pedía que soltaras a su hermano para liberar él a Isla, por lo que decidí ser yo la que lo hiciera, puesto que tú te negaste a hacerlo. Isla es tu hija, ¡tu hija! Y si un padre se niega a ayudarla, no merece ni mi respeto ni mi lealtad, puesto que tú no la tienes para ella.

—¿Cómo te has atrevido a traicionar a tu propio marido? —le preguntó incapaz de controlar la rabia que crecía en su interior.

—Resulta muy fácil hacerlo cuando él te ha traicionado muchas veces. Desde que apareció el Uchiha no te has preocupado por la gente del clan ni tampoco por Isla o por mí. Jamás has pensado en ella como una hija.

—Tienes razón, mujer —le dijo con desprecio—. Para mí ella nunca ha sido mi hija, ni lo será jamás. Kisashi la aferró por el cuello y apretó con fuerza, cortándole la respiración.

—Mereces morir por esta traición, pero tranquila, solo lo haré cuando tu querida hija vuelva a este castillo y le rebane el cuello antes de matarte a ti también. Mientras tanto, puedes esperar a Sakura en la celda de tu querido amigo Uchiha.

Después le soltó el cuello y la agarró con fuerza del brazo para empujarla hacia la puerta. No iba a dejar pasar una traición así, y todos los de su clan debían aprender la lección, incluida Sakura.

No sabía dónde se encontraba, de hecho, pensaba que había muerto, pues ese mullido colchón no era el mismo sobre el que se había tumbado en la celda cuando sus fuerzas no pudieron más. Estaba segura de que la debilidad se la había llevado y estaba muerta, despertando en un lugar extraño y desconocido para ella. Sin embargo, podía escuchar el crepitar del fuego cerca de ella, además de que el calor que desprendía el mismo llegaba hasta ella, haciéndole pensar que tal vez estaba en el infierno por no haber sido la hija que se esperaba de ella.

Sakura intentó agudizar sus sentidos antes de abrir los ojos, pues temía hacerlo y encontrarse en el convento, en caso de estar viva, o peor, en su castillo. Sabía que sus dedos estaban tocando una sábana de buen tejido, aunque no supo adivinar cuál. Tenía la sensación de que la cama era grande, así que la opción del convento la desechó por completo de su mente, ya que la cama que había usado era tan pequeña que apenas cabía ella. Sabía que era una habitación con una gran ventana, pues la luz que llegaba a sus ojos cerrados le indicaba que era de día.

La joven intentó adivinar algo más, pero a sus sentidos no llego más que eso. Poco a poco, animándose a sí misma, Sakura comenzó a abrir los ojos. Los sentía terriblemente pesados e incluso tenía la sensación de que una manada de vacas había pasado por encima de ella, pisoteándola y dejándola sin fuerzas. Frunció el ceño cuando la luz del día le dio de lleno en los ojos, por los que los cerró momentáneamente antes de abrirlos de nuevo para descubrir que estaba en un lugar que desconocía. La cama sobre la que estaba tumbada no era la que los Uchiha le habían proporcionado, pero sabía que esa no era una habitación del castillo de su padre. Entonces, ¿dónde estaba?

Apenas había decoración en el lado izquierdo de la cama, pero cuando giró la cabeza para mirar hacia la ventana por la que entraba la luz, Sakura dio un visible respingo.

—Lo siento, no pretendía asustarte.

La joven abrió la boca para responder, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta tras comprender que el guerrero había vuelto a dirigirse a ella con aquella familiaridad que le ponía el bello de punta, por lo que solo pudo mirarlo detenidamente.

Itachi se levantó del sillón y lentamente caminó hasta la cama, donde se sentó para seguir mirándola. Desde que Tsunade había ido la última vez, las previsiones no habían sido muy buenas para ella, pues la fiebre parecía comérsela lentamente, amenazando con llevársela para siempre. Por ello, desde entonces apenas se había separado de ella, pidiéndole a su hermano Sasuke que tomara las riendas del clan, aunque para las decisiones contara con él.

El guerrero jamás se había sentido tan desesperado durante esos casi cuatro días. A pesar de haber evitado a Sakura durante varios días, lo único que había conseguido era que el sentimiento que había aparecido en él fuera aún mayor, por lo que su humor no fue el mejor. Itachi había soportado los gemidos de dolor de la joven, sus delirios, sus palabras sin sentido a veces, aunque otras demasiado claras en las que lo único que consiguió, sin saberlo, fue aumentar el odio que el guerrero sentía hacia el padre de Sakura, pues se notaba a leguas que la joven tenía un miedo atroz hacia él. Y sin saberlo, lo había llamado inconscientemente en su delirio, algo que le había derretido las pocas defensas que le quedaban al guerrero con ella. Había pedido su ayuda para evitar regresar junto a su padre y él, sin pensárselo, le había hablado para calmarla, prometiendo cuidarla. Y para su sorpresa, el sonido de su voz había logrado calmarla, y así hasta ese momento en el que había despertado.

—Estás bien... —dijo ella, extrañada, mirando rápidamente hacia su costado—. ¿Cuántos días llevo aquí?

—Casi cuatro —respondió Itachi—. Y sí, estoy mejor, aunque aún tengo algo abierta la herida.

—Vaya, lo siento —dijo con simpleza provocando una sonrisa en el guerrero—. ¿Te ríes de mí?

—Me ha hecho gracia que me pidas perdón.

—Bueno, fue mi clan quien provocó tu herida.

—Y la tuya... —respondió al instante el guerrero—. Y me parece que debo ser yo quien pida disculpas en nombre de mi hermano y del clan. Sasuke no sabía que estabas herida cuando te metió en la celda.

Sakura se encogió de hombros.

—Yo tampoco lo sabía. Pensaba que estaba débil por toda la sangre de tu herida. —La joven frunció el ceño—. ¿Y por qué me sacasteis de allí? ¿Os lo dijo Karin?

Itachi mostró extrañeza en el rostro.

—¿Karin? ¡No! Cuando desperté y mi hermano me contó que estabas allí, me levanté enseguida. ¿Por qué nombras a la sirvienta?

Sakura respiró hondo e intentó incorporarse, obviando el dolor de su costado y la debilidad que la atenazaba.

—Tal vez no deberías moverte. —Pero ella no le hizo caso.

—Cuando estaba intentando parar la sangre de la herida, llegó la doncella y le pedí ayuda, pero me dijo que no me ayudaría porque habías roto con ella.

Itachi apretó los puños con fuerza y le rechinaron tanto los dientes que Sakura creyó que iba a rompérselos.

—Es cierto que a veces compartía mi cama con ella, pero solo era eso. Nada más. Ella se hizo ilusiones con algo que nunca existió. Pero lo que me cuentas... Podrías haber muerto...

—Bueno... no pasa nada. Yo no quiero causarte más problemas, y menos con la gente de tu clan. Itachi alargó una mano y, para sorpresa de Sakura, aferró la suya.

—No me los causas —le dijo mirándola a los ojos.

La joven sintió cómo subía el calor a sus mejillas al sentir su tacto y recordar el beso que le había dado en las caballerizas justo antes del ataque. Había podido sentir la pasión y la fuerza del guerrero, provocando en ella la sensación de anhelar más de él, pero estaba segura de que después de lo que había hecho su padre, él jamás pondría sus ojos sobre ella.

Sakura lo miró fijamente y se perdió en aquella mirada en la que podía ver la fuerza de las aguas del mar. Y en ese momento, un pinchazo en el centro de su pecho le hizo desviar a mirada, pues sabía que Itachi no era para ella. Se dijo que era una tonta por haberse hecho ilusiones con la persona equivocada, pues siendo enemigos jamás sería el uno para el otro. Pero cuando Itachi levantó la mano y puso dos dedos bajo su mentón para levantárselo, Sakura necesitó de toda su fuerza para aguantar las lágrimas.

—El problema, si es que se puede llamar así, lo tengo yo...

—¿A qué te refieres? —preguntó ella con inocencia.

Itachi la miró a los ojos y se obligó a reunir todas sus fuerzas para no lanzarse hacia ella y besar de nuevo aquellos labios voluptuosos que parecían llamarlo una y otra vez para ser capturados por los suyos. Sus sentimientos se agitaron de repente, y todo él palpitaba de ardor por ella. El cuerpo de ambos se estremeció y cuando sus dedos temblaron contra la barbilla de ella, Itachi se apartó, dejando a una aturdida Sakura sobre las sábanas, sin saber que todo su ser temblaba por sentir y recibir más.

Y no le respondió, sino que Itachi se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta. Su cuerpo había comenzado a reaccionar ante ella y temía hacerle daño, pero se sentía rabioso consigo mismo por no ser capaz de enfrentarse a lo que pasaba por su mente y su corazón. Temía no ser correspondido y aunque la joven le había devuelto el beso en las caballerizas con el mismo ardor, tal vez solo se había debido a la sorpresa.

Itachi abrió la puerta del dormitorio para salir de allí. Necesitaba el aire fresco de la mañana para despejarse y recuperar la calma que tanto anhelaba. Sin embargo, cuando dio un paso hacia el pasillo, la voz de Sakura rompió sus escasas barreras.

—¿Itachi? —El guerrero vio sorpresa en su voz, pero no fue eso lo que llamó su atención.

Creía recordar que aquella era la primera vez que Sakura utilizaba su nombre y si antes lo había hecho, había sido bajo la ironía. Pero esta vez no había sentimiento de odio en medio, sino sorpresa y anhelo, el mismo que él tenía hacia ella y que estaba consumiéndolo por dentro. Su hermano Shisui le había dicho que no pasaba nada por expresar las emociones, pero la única vez que su hermano Sasuke lo había hecho... lo había cambiado para siempre.

Volvió a entrar y cerró la puerta. Después se giró hacia ella y dio un par de pasos en su dirección. Sakura

lo miraba con extrañeza, sin comprender lo que estaba sucediendo, por lo que se recolocó entre las sábanas y esperó a que fuera Itachi quien hablara primero.

—El ataque me ha hecho ver la verdad de todo. Desde que te encontramos no has hecho más que insistir en que tu padre no te quiere y que no haría nada por salvarte, pero lo que jamás imaginé era que fuera capaz de atacarnos así sabiendo que tú estabas dentro. Lo que te ha sucedido —le dijo señalando su herida— es culpa mía. Fui yo quien urdió el plan para sacarte del convento y traerte aquí y por ello has resultado herida. Me equivoqué, y lo siento. Para liberar a mi hermano, he hundido tu vida. Mi intención no era hacerte daño.

Itachi balbuceó algo que Sakura no logró entender y antes de que la joven tuviera tiempo para responder, el guerrero se dio la vuelta y salió del dormitorio con las palabras que realmente quería decir atascadas en la garganta.

—Maldita sea... —susurró cuando estuvo fuera. Y después de eso, fue a hablar directamente con sus hermanos.

Sakura, por su parte, se había quedado totalmente asombrada por las palabras de disculpa del guerrero. Le agradaba que la tratara con esa familiaridad y hubieran dejado por fin el trato formal a un lado, pues eso le hacía pensar que entre ellos había un acercamiento.

Una sonrisa tímida se dibujó en los labios de Sakura mientras recordaba cada una de las palabras de Itachi. Algo extraño pareció removerse dentro de ella y aumentaba a cada minuto que pasaba. Le habría gustado decirle algo, lo que fuera, para que no pensara aquello que le había dicho, pues ella no sentía que le había hundido la vida. Al contrario, la había hecho ver su propia fortaleza en la adversidad, por lo que se veía totalmente capaz de vivir una vida fuera del convento y sin la ayuda de sus padres. Pero lo que sí había conseguido el guerrero era calar hondo en su corazón. A pesar de haberla secuestrado y en parte usado para recuperar a su hermano, Sakura veía en Itachi a un hombre de honor, leal y apasionado y aquella fachada huraña y tosca tal vez se debía al mando que ejercía.

Sakura se dejó caer contra las sábanas con la sonrisa en los labios, la cual aumentó cuando una doncella le llevó una bandeja de comida y su estómago rugió, indicándole que hacía días que no probaba bocado.

Tras pedirle a la doncella que subiera a Sakura algo para comer, Itachi se dirigió al pequeño salón donde muchas veces se habían reunido los tres hermanos en soledad para hablar entre ellos sin la presencia de los sirvientes. Y, tal y como esperaba, tanto Sasuke como Shisui se encontraban allí hablando animadamente.

—¡Hermano! —exclamó este último con alegría—. ¡Qué bueno verte! ¿Cómo está la enferma?

—Ha despertado y parece que está mejor —respondió mientras se servía una copa. Shisui le dio un manotazo en la espalda.

—¿Y qué, hay boda?

Itachi lo miró de reojo, pero no respondió, lo cual hizo que lanzara una sonora carcajada.

—¿De verdad te han faltado arrestos para decirle que sientes algo por ella? Itachi se giró hacia él y lo señaló con el dedo.

—El día que tú te enamores, te recordaré este momento y me reiré tanto de ti que tendrás que matarme para dejar de escucharme.

Shisui rio ante sus palabras y le enseñó su vaso para brindar por él.

—Hermano, yo jamás pienso casarme. Hay demasiadas hembras en el mundo a las que les gustaría probar mi... —dijo señalando su entrepierna.

Sasuke sonrió y negó con la cabeza.

—Y si no te decides... tal vez yo podría agradecerle a la muchacha Haruno lo que su madre hizo por mí...

—¿Quieres morir? —le preguntó Itachi dándole un golpe en el hombro. Shisui sonrió y levantó las manos en señal de paz.

—De acuerdo, hermano. No pienso quitártela... Itachi frunció el ceño y se sentó frente a Sasuke.

—No es mía.

—De momento... —respondió Shisui con una sonrisa antes de sentarse a su lado. Itachi resopló y bebió de su vaso.

—Bueno, ahora que todo parece más tranquilo que estos días, supongo que nos contarás qué sucedió con los Haruno.

Shisui lanzó un largo suspiro y se pasó una mano por el rostro. Desde que había llegado a su hogar las

señales de los golpes habían disminuido, por lo que tan solo le quedaban moratones de un color amarillento que casi llenaban su rostro y parte de su costado. Y todo gracias a los emplastos que Tsunade le había dado para acelerar la cura de los golpes.

—Pues si no te importa, voy a hacer un resumen. Kisashi Haruno pensaba que habíamos ido a sus tierras para algo más que para robar ganado. Estaba obsesionado con que le confesara que estábamos espiando para atacarlos.

Sasuke levantó una ceja y soltó el aire de golpe mientras Itachi se mantuvo impasible.

—A diario me golpeaba para que le dijera lo que él quería oír y, vaya, alguna vez pasó por mi mente. Lo reconozco —dijo mientras se dejaba caer contra el sofá.

—¿Y viste algo raro en ellos, algo que indicara que nos iban a atacar?

—No, pero me dio la impresión de que está loco. Siempre estaba irascible y enfadado, incluso con su mujer. Un día bajó para echarle en cara que ha dejado de preocuparse del clan y la trató como a un animal.

—¿Y por qué crees que te soltó la mujer?

—Ya os lo dije, quería que dejáramos libre a su hija.

Itachi suspiró. Deseó que no fuera así. No quería despedirse de Sakura tan pronto. Aunque la verdad es que no quería despedirse de ella jamás. No quería devolverla a su clan, y menos con un hombre como Kisashi, que seguramente la devolvería al convento o mucho peor, la castigaría por haberse dejado secuestrar.

—Yo no quiero acelerar nada, hermano —siguió Shisui—, pero le di mi palabra a la mujer de que le devolveríamos a su hija.

—Lo sé, lo sé —dijo Itachi con cierta desesperación en la voz—. Pero dime tú qué harías. ¿Le devolverías a Sakura a su padre conociendo cómo es? Hay que pensar en algo para que su madre sepa que no le vamos a hacer nada, pero para que Sakura no vuelva a caer en las garras de su padre.

El guerrero se levantó del sofá y caminó de un lado a otro mientras intentaba pensar con claridad. Los tres se mantuvieron en silencio durante unos segundos hasta que Sasuke le habló:

—¿Puedo darte mi opinión?

—Por favor...

Sasuke apoyó los codos en las piernas y se inclinó hacia adelante con la mirada fija sobre su hermano.

—Si estás enamorado de ella y no quieres que regrese a su castillo, pero sí calmar a su madre para que no piense que Shisui la ha traicionado, cásate con ella. Es la mejor opción. Podemos enviarle una misiva para advertirle de que su hija está bien entre nosotros y que te vas a casar con ella para que Kisashi no se aproveche.

Itachi respiró hondo y soltó el aire poco a poco. Su corazón comenzó a latir con fuerza a medida que las palabras de su hermano tomaban sentido en su mente y sus pies volvieron a moverse de un lado a otro, esta vez, nervioso.

—Lo que sugieres es una locura, Sasuke.

—¿Una locura? ¿Por qué?

—Tal vez ella no quiera casarse, y yo no pienso obligar a nadie a hacerlo. Esa no es mi idea de matrimonio.

Shisui se levantó y se puso frente a él.

—Hermano, no sabes si para ella sería una obligación. Tómate tu tiempo, piénsalo y cuando estés preparado, díselo.

—No tenemos tiempo. ¿Y si su madre piensa que la hemos traicionado y envían otro ataque? Shisui levantó una ceja y sonrió.

—Me dio la sensación de que la mujer no quería que su marido se enterase de que había sido ella la que me liberó, hermano. Tenemos unos días de margen.

Sasuke también se levantó y puso una mano en el hombro de Itachi. Este lo miró y vio la seriedad en su rostro.

—Piénsalo. Y si es verdad que no la quieres junto a ti, mañana podríamos devolverla junto a los suyos.