Capítulo 1: Unos Seres Especiales
Para Lesly el haber nacido ciega nunca le significó un gran inconveniente. Al menos no uno que le hubiese impedido llevar una vida –aunque corta– relativamente normal; y no sólo porque desde pequeña recibió la educación y cuidados especiales que necesitaba, sino porque en realidad nunca pareció haberlos necesitado.
En su escuela, en la casa hogar, había quienes aseguraban y perjuraban que sus otros sentidos estaban tan agudizados que hasta podía escuchar el zumbido de las luces del semáforo peatonal cada vez que este cambiaba de rojo a verde. Muy raras veces necesitaba la ayuda de alguien más para pasar a la siguiente vereda, a no ser que el tráfico estuviese muy concurrido. Raras veces necesitaba ayuda para desenvolverse en su día a día, ya fuera al vestirse en la mañana o a la hora en que ayudaba a poner la mesa para cenar.
A los que sabían de su condición ya ni raro se les hacia que fuera al cine con amigos, suponiendo todos ellos que le bastaba con sentarse a escuchar el audio y poner a trabajar su imaginación.
O quizá no es que Lesly contara con un oído tan agudo y una imaginación muy activa. Quizá simplemente podía disfrutar de la película al igual que otros niños porque también tenía bien sabido lo que pasaba en ella, como también sabía que ropa ponerse cada día, cuando era de cruzar la calle o en que orden había que colocar los cubiertos y de que lado iban los vasos.
Lo que fuere, a sus once años contaba con más libertad. Para entonces Amanda y la Srta. Hepburn ya daban por hecho que podía valerse por si misma; motivo por el cual priorizaron en el cuidado de los más pequeños aquel día que fueron de excursión al parque estatal Gran aventura.
Ocurrió a la hora del almuerzo, en que las dos encargadas repartían sandwiches y cajas de jugo a los pequeñines que se aglomeraban a las puertas del autobús del orfanato de Michigan, en medio de un tumulto de risas y griteríos.
Al suyo Lesly lo mantuvo intacto en su bolsa mientras se iba por su lado, pues tenía pensado dárselo al primero que quisiera; tal vez desmenuzarlo y arrojárselo a las aves y a los peces del río. En ultimo caso podría tirarlo a la basura a la primera oportunidad que nadie la viera hacer eso; pero el jugo si se lo acabó todo, hasta dejar la caja vacía y compacta. Desde esa mañana no había tenido mucha hambre, pero si una sed tenaz; la cabeza le había estado doliendo a ratos y otros se estuvo sintiendo letárgica y febril. Con lo mucho que estuvo esperando ese día, contaba con que al menos el aire fresco de la naturaleza le sentara bien.
Preciso por ser de los huérfanos más grandes a su cuidado, la Srta. Hepburn no tuvo problema en que fuera explorar los alrededores, si acaso advirtiéndole que no se alejara demasiado.
Lo que la mujer ignoraba es que de hecho esa sería la ultima vez que vería a aquella niña de pelo blanco y tez pálida a la que tanto quería como a su propia hija.
Quien, pese a que mantenía sus ojos cerrados al andar, bien podía vislumbrar el sendero a sus pies; y es que, por muy abiertos que los tuviese, con esos ojos jamás habría visto nada, ni tampoco lo hubiese necesitado.
Total, que su caminata la condujo hasta un claro. Allí vislumbró la silueta blanca de alguien sentado en un tocón a la orilla del lago Gran aventura, tal cual vislumbraba su entorno, es decir cómo un boceto trazado a mano alzada en escala de grises.
–Sube, baja y al revés... –oyó canturrear a la joven. Sonaba a que era una joven muy encantadora la que tenía en frente suyo–. Masa el conejito y volverá después. Pliégalo al medio y has un moño así, como dos orejas de masa y anís. Sube y baja y salta otra vez. Este conejito volverá después...
Sólo hasta que se animó a acercársele obtuvo una visión un poco más clara de ella. Era una chica delgada, dueña de una frondosa cabellera, tan larga que de ponerse en pie le llegaría a los tobillos. Vestía una blusa de mangas cortas y unos jeans a juego con un par de botas que suponía eran de cuero. Pero lo que más destacaba en su persona era un simpático sombrero de copa que tenía puesto de lado en un ángulo imposible. Si se acercaba un poco más, quizá llegaría a vislumbrar que lo tenía sujeto con un cinto... O pudiera que no.
–Oh, hola –la saludó volviéndose hacía ella. En sus manos sostenía un ramo de flores recién cortadas, que para Lesly no eran más que un montón de motas grises–. ¿Quieres una?
Tras una breve vacilación, la niña estiró la mano para recibir la flor. Sonaba a que era una muchacha muy simpática además de encantadora y no había nada que temer.
En cuanto sus dedos se rozaron supo como era aquella joven a detalle, del mismo modo que supo que la flor que le acababa de entregar era una violeta. Su larga cabellera era rubia y resplandecía con la luz del sol; el color de su blusa era celeste marino opaco; sus botas si eran de cuero y tenían la misma tonalidad de negro que sus jeans; su sombrero, inclinado de lado, se trataba de una chistera de seda maltratada. Definitivamente era la joven más encantadora que en su vida habría "visto". Su piel era tersa, suave y casi tan blanca como la suya, presentando en ella un rasgo distintivo que llamó su atención.
–¿Qué son esos? –preguntó Lesly señalando sus mejillas–. ¿Tatuajes?
–¿Estos? –rió la joven tocando la marca en el lado derecho de su cara, que como la de la izquierda tenía forma de un corazón pintado de negro–. Son marcas de nacimiento. De donde vengo son muy comunes... ¿Te cuento un secreto?... Es porque soy una princesa mágica de otra dimensión.
–¡No es cierto! –se carcajeó Lesly–. Que mentirota.
–Pero si soy mágica –insistió la rubia entre risas–. Por eso uso este sombrero tan gracioso. Es un sombrero de mago y ya hasta forma parte de mi nombre. Mis amigos, mis más cercanos amigos, me dicen Star la chistera. ¿Quieres que te enseñe un truco?
Con un ágil y agraciado movimiento, Star se quitó el sombrero y le mostró su fondo vacío a Lesly que curiosa se inclinó hacia él, manteniendo todavía los ojos cerrados.
–Observa: En mis mangas no hay na... Oh, pero que tonta soy... Perdona, olvidé que tú no...
–Descuida –dijo Lesly. Su nueva amiga le estaba cayendo muy simpática, no era como los otros que a la primera la habían llamado tonta y recriminado por andar siempre con los ojos cerrados–. Si sé que no tienes nada en tus mangas, ni tampoco en el sombrero. Continúa.
–Si, ya me lo suponía –secundó Star, en cuyo rostro tatuado se perfiló una minúscula y sutil sonrisa maliciosa.
¡Crac!
Seguido a esto se oyó el crujir de una rama, y al volverse Lesly vislumbró la silueta blanca de alguien más saliendo de entre un montón de árboles grises. De haberse acercado un poco y tenido un mínimo contacto con él (vaya que le habría gustado tocar sus relucientes abdominales al descubierto), a Lesly se le habría caído la baba al encontrarse con un galán latino, musculoso, de esos que sólo aparecían ilustrados en las portadas de las novelas que Amanda acostumbraba a leer en sus ratos libres.
–Hey, Star –oyó que saludaba a la rubia con una voz profunda, que en el acto hizo acelerar el corazón de la peliblanca.
–Hey, Marco –respondió Star al saludo. Enseguida volvió con la niña–. Tranquila, es amigo mio... ¡Oye!
Mas al percatarse que esta mantenía su atención fija en el latino, con la boca abierta, de inmediato chasqueó los dedos cerca de su cara para sacarla de su embelesamiento.
¡Snap! ¡Snap!
–¡Hey! Pon atención que te vas a perder el truco.
–¡Perdón! –se disculpó Lesly volviendo a centrar su atención en ella, pero manteniendo la cabeza un poco gacha para ocultar las manzanitas de rubor que colorearon sus pálidas mejillas.
–Ahora, busca adentro –indicó Star a continuación–. Pero ten cuidado, tiene pequeñas espinas.
Con lo que Lesly metió la mano en el sombrero que sabía estaba vacío y, en efecto, las sintió y si que eran filosas. También sintió la firmeza del tallo y las hojas un tanto rasposas.
–¡Vaya! –exclamó encantada al sacar la flor, que con cuidado acercó a su cara para aspirar el dulce aroma que despedía–. ¡Que bonita!
–Igual que tú –sonrió Star la chistera–. Y al igual que tú también es especial, ¿no es cierto?... Dime, la rosa que tienes ahí, ¿de que color es?
Por supuesto sabía la respuesta.
–... Blanca.
¡Crac! ¡Crac!
Más crujidos.
A lo que Lesly se volvió otra vez, a vislumbrar mentalmente las siluetas blancas de más gente desconocida asomando de entre los árboles grises. Por lo menos había una decena de ellos. Otro en su lugar habría visto gente de las caravanas, ancianos jubilados con gorras de golf flexibles o gorros de pesca con visera larga, mujeres con pantalones elásticos y camisetas holgadas que decían cosas como: ¡ALABADO SEA JESÚS! o VIAJERA FELIZ; veteranos de guerra y compatriotas jóvenes viviendo sus desarraigadas vidas en autopistas y carreteras, quedándose en campings donde se sientan en corro en sillas plegables y cocinan en parrillas.
–Blanca –reiteró Star, que volvió a calzarse su sombrero en el mismo ángulo imposible–. Como tu cabello y tu piel.
Seguidamente tomó la muñeca de Lesly con ambas manos, sujetando el tallo de la rosa blanca con los pulgares e indices teniendo cuidado de no pincharse con sus espinas. Entonces se inclinó a arrancar la flor del tallo de un solo mordisco.
–¡Oye! –chilló la niña–. ¡Las flores no se comen!
–Yo digo que si –repuso Star la chistera con la boca llena.
–Pero esta era especial –se lamentó Lesly, en cuya mano quedó sólo el espinoso tallo descabezado.
–Amor –la rubia mascó y tragó–, las especiales son las que saben mejor.
Aunque tarde, fue ahí que Lesly supo que algo andaba mal, y no necesitaba de un don como el suyo para darse cuenta. No había podido pensar con claridad ese día que no se estuvo sintiendo bien... Pero... Además de eso... Sonaba tonto... Pero... Tenía la rara sensación de que... Su mente... Sus pensamientos... No parecían del todo suyos.
–... Ya tengo que irme –dijo, casi suplicando. Para empezar, ¿cómo supo la tal Star la chistera que era ciega, si nunca se lo dijo? ¿Y cómo adivinó que podía ver con el poder de la mente?–. La Srta. Hepburn me está esperando.
–¡No, quédate! –las manos casi en los huesos de Star agarrotaron con rudeza la delicada muñeca de Lesly, quien en ese momento oyó que los extraños salían de sus escondites y se aproximaban a paso acelerado–. Quédate otro rato y te enseño más magia.
–¡AY! –protestó la niña, luchando por soltarse–. ¡Me lastimas!
Pero La chisterano cedió. Su sonrisa, que hasta antes vislumbraba radiante y repleta de dientes blancos, se acentuó abriéndose y deformándose anormalmente ancha, con un único y descolorido diente gigante que se asemejaba a un colmillo asomando de ella.
Presa del impactó, Lesly abrió los ojos de golpe, con lo que Star la soltó y se echó para atrás al impactarse ella también. La parte blanca en sus ojos era rojiza como la sangre, mientras sus iris presentaban un blanco purulento como el de la leche cortada. A la hora que dispusiesen de ella, Star mandaría a que se los vendaran con tal que esto no les arruinase el apetito.
Hasta entonces, la peliblanca ahí quiso aprovechar la ocasión para echar a correr, pero al dar media vuelta sintió que las manazas del latino de voz profunda se clavaban en sus hombros y la obligaban a volverse nuevamente a Star, quedando ambas frente a frente.
–Bien hecho, Marco... –la oyó cecear, silbante a travez de ese enorme colmillo amarillento. Lo que hizo que a Lesly se le helara la sangre, tanto o más al vislumbrar en el acto un centello fantasmal emerger de sus ojos–. Eres una cosita muy especial... ¿No es cierto?
La indefensa niña intentó gritar por ayuda, pero el latino musculoso se lo impidió al cubrirle la boca con una de sus manos titánicas, momentos antes que los demás extraños se abalanzaran vorazmente sobre ella al igual que una jauría de feroces hienas sobre un impala herido.
Al día siguiente, la policía se estaría movilizando en su búsqueda tras recibir la denuncia de la administración de la casa hogar. Mas todos sus esfuerzos serían en vano.
Mientras tanto, en un pueblo aledaño de Michigan había otro niño de pelo blanco llamado Lincoln Loud, quien junto a su pequeña hermana acababa de llevar a cabo un operativo para evitar que un grupo de indefensas ranas fueran disecadas en la clase de biología.
–Lamento que el director Huggins te castigara –dijo Lana, que era como se llamaba su hermana, camino de regreso de la escuela.
–Está bien –contestó Lincoln resignado, pero satisfecho–. Lo que importa es que las ranas están a salvo y todo volverá a la normalidad.
No del todo. Al pasar junto al Buffet Franco-Mexicano Jean Juan, los dos se detuvieron en seco y entre ambos leyeron en voz alta lo que rezaba el anuncio a la entrada del restaurante.
–¡¿Especial de esta noche: Enchiladas de pato asado?!
Ni cortos ni perezosos, Lincoln y Lana fueron en ayuda de cuantos patos pudieran rescatar, trabajando codo a codo como hermanos; pues todo esto sucedió poco antes que su relación se deteriorara al Lincoln romperle el brazo a Lana en un arrebato de furia, desencadenando aquello una desgracia peor a la anterior para la familia Loud.
Pero al afiche de Desaparecida con la foto de Lesly que pegaron en la otra puerta del restaurante, a ese ni en cuenta lo tomaron. Ni siquiera para apreciar que la susodicha tenía cierto parecido con su hermana Lucy.
Como ya había sucedido con otros miles de infantes, a su cuerpo se lo tragó la tierra y su esencia fue engullida a grandes bocanadas.
*Nota del autor: un agradecimiento especial para J0nas Nagera y Dstriker21 por haberme permitido usar a la protagonista de "Déjame ser tus ojos" para dar inicio a esta nueva adaptación de una de las obras del maestro del horror y el suspenso.
