DISCLAIMER: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer pero todo lo demás es mío.

Grupo de Facebook con imágenes del capítulo: Feeling the Reading: Bella Bradshaw.

.

🌊 ❤️ 🌊

.

A la mañana siguiente es Edward el que me despierta para ver amanecer.

El cielo tiene tonos naranjas y rosados en la zona donde se une al mar Mediterráneo mientras que si miras hacia atrás el cielo continúa oscuro.

Edward se sienta sobre los sofás situados en la zona de popa mientras que yo lo hago entre sus piernas, recostada sobre su pecho.

La costa está en silencio, tan solo se escuchan aves.

Los barcos que nos rodean están lo suficientemente lejos como para sentir que estamos solos y la isla de Tagomago queda a nuestra izquierda.

Estoy cubierta con una camisola blanca de lino pero aún así la brisa marina de primera hora de la mañana me hace acurrucarme más contra Edward buscando calor.

Ambos hacemos alguna foto y vídeos con el móvil mientras el cielo se torna cada vez más naranja y el sol sale de dentro del mar. Cuando está lo suficientemente arriba ya no siento frío.

-Buenos días- le digo dándole un beso.

-Muy buenos- repite besándome- ¿quieres desayunar?

-Quiero dormir- respondo riendo.

-Muy bien. Vuelve a la cama, yo te despierto en un rato- me asegura mientras me pongo en pie.

Vuelvo al camarote para continuar durmiendo durante algo más de una hora.

Cuando vuelvo a levantarme son cerca de las nueve, el sol ya calienta y estoy sola en el barco.

Tampoco estamos donde antes porque no hay barcos alrededor ni se ve la isla de Tagomago. La costa queda muy lejos, a mis espaldas.

-¿Edward?- pregunto avanzando por el barco.

Me siento como en el inicio de esas películas de misterio donde se ha cometido un crimen.

Veo el reloj, los airpods y su teléfono en el asiento del piloto.

La ropa que llevaba esta mañana también está sobre los sofás de la proa.

Frunzo el ceño y miro hacia el mar. Está plato, en calma, ni una ola.

¿Cuánto tiempo tengo que darle antes de empezar a ponerme histérica?

Me asomo por la barandilla tanto de la proa como de la popa y no veo nada.

En la nevera hay leche y sobres de café instantáneo. Así que desayuno eso junto a una pieza de fruta de pie, apoyada contra la encimera del barco.

Miro el reloj de mi muñeca impaciente pensando en qué hacer pero mis preocupaciones se van literalmente por la borda cuando oigo movimiento en el agua y Edward sube al barco por la plataforma de la zona de popa.

Está desnudo y solo trae puestas unas gafas de buceo y un tubo de snorkel.

-Estaba preocupada- digo acercándome a él.

-Solo he estado en el agua 20 minutos. Antes de sumergirme he ido a echarte un vistazo y estabas muy dormida- dice limpiándose las gotas de agua de los ojos.

-Déjame una nota la próxima vez ¿vale?- le pido.

-Vale nena- responde sonriente secándose con una toalla de ducha con el emblema de la compañía de alquiler de barcos.

-¿Dónde estamos?

-Al sureste de Ibiza. Eso de ahí es el sur de la isla- me indica señalando las paredes rocosas que están a nuestra espalda- eso de ahí es la isla de Mallorca- dice señalando al frente. Se aprecian montículos rocosos pero está demasiado lejos como para diferenciar algo más- y eso es Formentera. He preferido alejarme un poco de la ruta habitual de los barcos para estar más tranquilos. Hoy es viernes y no habrá tanto tránsito como mañana pero aún así estará abarrotado de barcos.

-Mientras dormías he estado buscando los mejores lugares por donde navegar y en esta zona hay una gran pradera de Posidonia Oceánica, un alga protegida que solo nace aquí, en el Mediterráneo. Hay que nadar un poco porque está prohibido fondear sobre ella así que si quieres vamos juntos ahora.

-Vale- acepto enérgica.

-He encontrado el equipo de snorkel en este compartimento- dice levantando uno de los sofás y dejando a la vista un gran cajón repleto de elementos acuáticos.

Saca otro par de gafas, otro tubo y unas aletas.

-Solo hay un par, ¿lo quieres?- me ofrece.

Asiento.

-Voy a cambiarme- le digo yendo hasta las escaleras que bajan al camarote.

-Aquí no hay nadie cariño y yo creo que ya te he visto desnuda muchas veces como para que te de vergüenza.

-Puede venir un barco en cualquier momento- discuto.

Edward se ríe.

-Aun así no pasaría nada. En Ibiza todas las playas son nudistas así que si ver a alguien desnudo en la costa no es nada alarmante, hacerlo en medio del mar menos aún.

-Te haré caso- digo convencida quitándome la camisola y quedándome tan desnuda como él.

Edward me ayuda a colocarme el tubo de snorkel y a saltar al mar desde la plataforma de popa.

El agua está más fría de lo que esperaba pero es soportable.

Es la primera vez que me meto al mar completamente desnuda y siento una sensación de libertad y conexión con la naturaleza increíble. No llevar nada de ropa me hace estar plenamente consciente de cada parte de mi cuerpo sintiéndose más liviana.

Cuando ambos estamos en el agua me da la mano y me indica hacia donde nadar antes de sumergirnos.

El barco está sobre una zona bastante profunda, al menos no logro ver el fondo. Pero a medida que nadamos hacia la costa ibicenca voy siendo capaz de ver peces de distintas especies y finalmente vislumbro esa manta verde de la que Edward me ha hablado.

Las hojas se mueven con la corriente marina y son de un verde muy vívido. Nada que ver con las algas color oliva o amarronado a las que estoy acostumbrada.

Me aventuro a bajar un poco más para tocarlas pero rápidamente me doy cuenta de que están más profundas de lo que creía y es arriesgado.

Pasamos la mañana nadando en el mar así que no es de extrañar que estemos agotados al volver al barco.

-¿Formentera?- me pregunta Edward quitándose el equipo de snorkel.

-¿Qué hora es?- le pregunto de vuelta secándome con una toalla.

Edward coge su móvil que sigue donde antes y mira la hora.

-Casi las doce. Podemos atracar en Formentera, comer allí y regresar al barco. O quedarnos en la playa.

-¿Crees que vamos a tener mesa en algún sitio de Formentera sin reserva?

-Creo que tengo un amigo de un amigo que conoce al dueño…- comienza riendo.

Me río con él por sus intenciones de echarle morro para conseguir mesa sin reserva en un restaurante en Formentera en temporada alta.

-Entonces vamos- le animo- ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿Tener que ir a un supermercado de Formentera y comprar sándwiches?

Edward se ríe conmigo y se acerca a darme un beso.

-Primero ducha- le digo sintiendo la sal en mi piel.

-Ducha juntos para no malgastar el tanque de agua dulce- me pide.

Ducharnos juntos fue una aventura porque el espacio era extremadamente reducido.

Edward tuvo que aclararme el pelo porque no podía girarme sobre mí misma.

A la salida nos ayudamos mutuamente a embadurnarnos con crema solar aunque los dos teníamos ya un tono rojizo en las mejillas.

Edward se puso a los mandos del barco mientras yo tomé el sol en cubierta.

-Vístete- le ordeno viendo que llegamos a una zona donde hay más barcos llena de gente.

-Yo no tengo vergüenza, me da igual que me vean- me guiña.

-Pero a mí no me da igual que todos vean lo que es mío- digo bajando la vista a su pene.

-No te pongas celosa, solo te da a placer a ti- se ríe de mí.

-Más le vale- digo en tono de broma.

Ambos nos vestimos con ropa de calle antes de meternos de lleno en el barullo de tránsito marino.

Tuvimos que esperar cerca de una hora a que nos dieran permiso para atracar en el puerto de Formentera y después Edward habló por teléfono para conseguirnos mesa en el restaurante del amigo de su amigo.

Funcionó porque me dijo que en cuanto llegásemos podríamos comer.

Lo cierto es que me moría de hambre porque ayer la cena fue de picoteo, hoy el desayuno tan solo un triste café con leche y después de estar toda la mañana nadando estaba famélica.

El restaurante se encontraba muy cerca del puerto, tanto es así que pudimos ir caminando.

Agradecí entrar en el interior por la sombra y el aire acondicionado.

Edward y el dueño del restaurante se saludaron amigablemente y hablaron de un tal Oliver, que no sé quién es pero al parecer es el amigo que ambos tienen en común.

Nos dejamos guiar por las recomendaciones del camarero al que avisamos de que teníamos bastante hambre.

De entrantes nos puso pan, aceitunas y aceite de oliva para mojar, mejillones de roca guisados con la receta clásica del restaurante y unas patatas bravas hojaldradas que estaban de muerte. Como plato principal probamos el arroz negro con langostinos y alioli y Edward se atrevió a comer postre mientras que yo me conformé con un café con hielo.

-Siento que la comida del barco no sea muy gourmet- digo mientras remuevo mi café y él toma su sorbete de piña con helado de coco.

-La comida en un barco nunca es gourmet, la compañía sí lo es- responde guiñándome un ojo.

Sonrío y estiro mi brazo para tocar el suyo sobre la mesa.

-De todas formas me gustaría pasar por alguna tienda y comprar alguna cosa más-

-Vale.

Alargamos un poco más la sobremesa sobre todo por la pereza que nos da salir al exterior a pleno sol.

Aprovechamos ambos para ir al baño antes de abandonar el restaurante y buscamos alguna tienda local donde comprar algo de comida.

Encontramos un pequeño supermercado donde compramos algo de embutido, cafés ya preparados para tomar, picos de pan, bollos, hummus, dos botellas de vino blanco de las que Edward se encaprichó, por supuesto agua, fresas y no podían faltar las patatas fritas de bolsa marca Sal de Ibiza.

Cargados los dos con bolsas de plástico volvimos al puerto.

Colocamos todo en la nevera haciendo tetris y salimos a mar abierto.

Llevamos el barco frente a la costa de San José y echamos el ancla.

Edward estaba cansado y yo también, además el sol era implacable a las cuatro de la tarde.

Nos echamos una siesta juntos en el camarote poniendo la alarma en el móvil para no dormir demasiado.

Cuando nos despertamos eran las seis de la tarde y aunque seguía haciendo calor, era mucho más soportable, sobre todo porque volvimos a lanzarnos al mar. Esta vez tan solo nadamos usando nuestros cuerpos, nada de equipo de snorkel.

Sobre las ocho volvimos a ponernos en marcha para ir hasta Es Vedrá. Bordeamos el peñón apreciando sus rocas y vegetación mientras Edward me explicaba cosas.

Es un islote de propiedad privada y está prohibido desembarcar ahí sin permiso de los dueños. Está llena de energía, de hecho es un potente centro magnético en la tierra y por eso numerosos barcos han sufrido problemas en los sistemas de navegación al acercarse. También me cuenta medio en broma medio en serio que algunas personas han afirmado haber visto luces saliendo del islote o fuertes ruidos emitidos bajo el mar que mantienen alejados a los peces.

Mientras me lo cuenta él conduce el barco y yo estoy ensimismada intentado imaginar lo que él me dice en las rocas que tengo frente a mí.

-¿Hacemos noche aquí?

-¡Ni hablar!- le respondo.

Algunas de las cosas que me ha contado me han puesto los pelos de punta y no quiero arriesgarme a ser una leyenda más.

Edward se ríe.

-En general Es Vedrá tiene fama de aportar energía positiva a todas aquellas personas que la observan así que si la contemplamos de cerca o nos bañamos en sus aguas estaremos algo así como ''bendecidos''.

Me río de sus palabras porque no le pega nada este misticismo.

-¿Como un bautismo?-

-Más como una boda si lo hacemos juntos- me indica guiñándome un ojo.

Me río y niego.

-Suena genial pero mira el mar.

En cuanto nos hemos acercado a Es Vedrá el barco ha comenzado a moverse muchísimo debido a las fuertes corrientes. No me quiero imaginar si en vez de en barco hubiéramos venido en lancha o peor aún que nos zambulléramos en el agua.

-Es por la magia de Es Vedrá. Es curioso que el mar esté extremadamente en calma hoy y que aquí haya estas corrientes ¿no crees?

-Edward vale, o voy a empezar a tener miedo de verdad- le digo en serio pero riendo.

Él se ríe de mi miedo y cuando terminamos de bordear el islote alejamos el barco para tener mejor perspectiva de la puesta de sol.

Al poner distancia con Es Vedrá el barco retoma la calma y las corrientes son normales de nuevo.

Sin duda Es Vedrá tiene algo, magnetismo o energía pero como ha dicho Edward, es mágica.

A nuestra espalda tenemos el mirador con el mismo nombre del islote pero que ya es parte de la isla de Ibiza y un poquito a la izquierda está cala D'Hort. No se distingue a nadie desde esta distancia pero Edward me asegura que el mirador estará atestado de gente.

Contrario al amanecer ahora coloca el barco mirando hacia el horizonte y usamos los sofás de la zona de proa.

Lo que no ha variado es nuestra posición porque Edward sigue albergándome entre sus piernas y mi cabeza sigue apoyada en su pecho mientras vemos el atardecer más mágico de todos.

También hacemos fotos al sol, a Es Vedrá y a nosotros.

Probablemente sean de las fotos juntos que más me han gustado porque denotan felicidad y nada de postureo.

Mis pelos son un desastre recogidos con una pinza, nuestras mejillas están rojas, al igual que nuestros hombros y la ropa es de todo menos glamurosa. Edward tan solo lleva unas bermudas y yo la camiseta negra que él llevaba anoche.

Cuando el sol se pone frente a nuestros ojos giro mi cabeza buscando que él me bese.

El momento no puede ser más perfecto.

-Gracias por regalarme este momento- dice contra mis labios.

-Te amo- le respondo.

La sesión de besos continua hasta que el sol se ha metido completamente y ya solo quedan algunos resquicios naranjas sobre el mar.

Ponemos el barco en marcha pero en lugar de avanzar por la costa oeste de la isla volvemos a donde estábamos antes, al sur, frente a Es Cubells.

-¿Por qué hemos vuelto?

-Porque la costa de Es Cubells es extremadamente escarpada pero hay algunas calas preciosas a las que solo se puede acceder desde el barco.

Asiento entendiendo el por qué.

-¿Cenamos?- propongo.

-Estoy muerto de hambre.

Me río porque yo también lo estoy cuando de normal con la comida que hemos tenido hoy estaría saciada hasta la hora de dormir.

-Si seguimos aquí muchos más días voy a engordar- digo colocando el embutido en un plato.

Edward me mira raro.

-¿Qué?

-Nada- niega poniendo los cubiertos en la mesa.

-Ese nada suena como un algo- le rebato.

-Si te lo digo te enfadarás.

Frunzo el ceño.

-¿Y si te prometo que no me enfadaré?

Él suspira y continua poniendo la mesa. Creo que finalmente no va a decirme nada pero luego habla.

-Estás muy delgada.

-No es verdad- le discuto riendo.

-Me encantas y amo tu cuerpo pero has perdido peso desde que volvimos- confiesa serio mirándome.

-Hace eones que no me peso- digo restándole importancia.

-No hace falta, yo te lo noto. Cuando te cojo en brazos no pesas nada.

Me quedo callada sin saber qué decir.

-Te ha molestado- dice llegando hasta mí.

-No-

-No me mientas. No quería decírtelo.

-No me ha molestado pero no opino como tú.

-Me sigues pareciendo la mujer más sexy y preciosa que he conocido nunca- me anima besándome.

-No necesito que me hagas sentir bien porque no me siento mal. Es solo que yo no lo he notado.

Él coge mi mano y me la pone entre mis pechos, noto mi esternón sin dificultad. Luego la lleva a mi costado y traza con uno de mis dedos mis costillas que también se aprecian sin dificultad.

-Tal vez tengas razón- le digo soltando su mano y apartando su mirada de la mía.

-Sé que has estado muy estresada en el trabajo y que cuando has estado conmigo has comido pero no sé si cuando te metes 12 horas en la oficina comes.

Intento no tomármelo como una crítica porque sé que él lo dice preocupado por mí.

-Lo hago- le aseguro-

-No quiero sonar como un padre pero te quiero sana, no quiero verte…

-Enferma- termino por él.

-Débil iba a decir. Prométeme que comerás aun cuando el estrés sea máximo.

-Haré lo que pueda- respondo recordando el nudo que suelo tener en mi garganta cada vez que siento que el trabajo va a poder conmigo.

-Bella.

-Lo prometo papá- le respondo besándole los labios.

-Bien, vamos a meter comida en ese cuerpo- me dice arrastrándome a la mesa.

Es él el que termina de colocar todos los alimentos y el que sirve el vino.

Mientras cenamos hacemos un planning del día de mañana y nos terminamos el vino tumbados en los sofás de proa.

Hay muy pocas estrellas, tampoco se ve la costa, tan solo un faro a lo lejos y luces de otros barcos que están más metidos en el mar.

Nos quedamos adormecidos en la cubierta hasta que despierto por el frío de la brisa marina y levanto a Edward para meternos al camarote.

El sábado lo pasamos recorriendo calas cuyo acceso solo puede hacerse por mar y practicando snorkel sobre las zonas más rocosas que es el hábitat perfecto para los peces más bonitos.

Tomamos el aperitivo en el barco que consistió en patatas fritas de bolsa y cervezas, éstas últimas sí venían dentro de la nevera del navío.

Sustituimos la siesta por sexo y vimos la puesta de sol frente a cala Comte.

El domingo subimos a la zona norte de la isla pasando por Es Portitxol, cala Benirrás, cala Xarraca, Portinaxt…

Es una zona en la que yo nunca he estado y Edward me promete traerme otro día.

-Estando aquí se me olvida que la ciudad existe- le confieso tumbada en la plataforma a nivel del mar de la popa.

-Me pasa igual- responde sentado a mi lado.

-¿Alguna vez has pensado en vivir en Ibiza?

-Alguna vez pero David que pasa largas temporadas aquí me ha dicho que en invierno todo es muy diferente, la isla está casi desierta.

Me río.

-Casi desierta suena muy bien. Entiendo que por tu trabajo el que un lugar esté casi vacío no es bueno pero como turista o como persona que vive en la isla tener esta maravilla para ti solo debe ser espectacular.

-Eso sí es verdad. ¿Volvemos al puerto?

-No- digo en tono de queja- quedémonos un poquito más- le pido tocándole la espalda.

Edward se ríe pero acepta.

-Te has quemado- digo tocándole los hombros.

-Se me olvidó ponerme crema esta mañana.

-Póntela ahora o irá a peor- le digo poniéndome en pie y yendo a coger la crema que está en las últimas.

Me arrodillo detrás de él que continua con los pies en el agua y le echo crema por toda la espalda, los hombros y su pecho.

-No quiero estar rodeado de gente después de estar solo aquí contigo.

Sonrío con tristeza porque no hay alternativa.

-Yo tampoco pero tienes que trabajar- le digo repartiendo la crema.

-No quiero irme a Las Vegas- dice como un niño con una rabieta.

Me río y le beso la mejilla.

-Solo unos días y luego yo volveré.

-Pero no vamos a estar solos- me recuerda.

-Algo se nos ocurrirá- le prometo.

-¿Bajamos al camarote?- me pregunta con otro tono de voz.

Me río y le beso.

-¿Para dormir?- digo haciéndome la tonta.

-Claro- responde él siguiéndome el juego.

-No. Aquí- digo chupando su cuello.

-Aquí nos pueden ver con prismáticos sin problema- me recuerda él señalando el barco que está a lo lejos.

-¿Cuándo te has vuelto tan… recatado?

-No lo soy- me responde.

-Entonces…

-Entonces ven aquí descarada- me dice dándome un azote en el culo.

Y sí, hay algo muy excitante en tener sexo en la privacidad del barco pero pudiendo ser vistos por otras personas.

No obstante no me preocupa porque no me conoce nadie.

Dejamos el barco en el puerto sobre las cuatro de la tarde y regresamos a por el coche donde le dejamos aparcado el viernes.

A cada kilómetro que iba avanzando hacia la villa de David peor me sentía.

Edward había conseguido pegarme la morriña que él sentía y eso que aún no había tenido que separarme de él.

Llegar a la casa fue como un jarro de agua fría.

Había mucha gente en la piscina así que entramos por el garaje para evitar encontrarnos con ellos.

Edward me llevó hasta la habitación donde ambos deshicimos las maletas aunque él tenía que volver a hacer la suya porque volaba a las Vegas en unas horas.

Mientras él se duchaba yo observaba por la ventana a la gente en la piscina.

David no estaba por ninguna parte pero parecía más una reunión de parejas que una fiesta como tal.

-Son amigos de David- me dice Edward sorprendiéndome.

Me río y me giro a mirarle.

-No los conozco-

-Son de Paris- me explica mientras se seca el pelo con una toalla- ¿te vas a quedar aquí hasta mañana?

-No sé- finjo dudar- sé cuánto te molesta que te suden las sábanas otras personas.

Él se ríe a carcajadas de mi comentario que ambos sabemos que es cierto.

-Pero no me importa si eres tú la que me las sudas. Quédate aquí, en mi cama, por favor.

-Iba a hacerlo- le digo sacando la lengua y metiéndome al baño para ducharme yo.

Le ayudo a terminar la maleta que en realidad es más una mochila porque tan solo va a pasar una noche fuera.

Bajamos a ver a saludar a David antes de irnos al aeropuerto y nos presenta a sus amigos. Luego llevo a Edward al aeropuerto y regreso a la villa.

Mi vuelo a Barcelona sale mañana antes de comer y hasta entonces me quedaré aquí con David y sus amigos. Ellos me invitan a quedarme a la cena y a salir por ahí después pero deniego educadamente la invitación porque estoy agotada.

Solo he compartido esta cama con Edward una vez, cuando vine al cierre de las discotecas en octubre pero de alguna manera se siente como nuestra cama. Su olor está por todas partes y así me duermo.

.

🌊 ❤️ 🌊

.

¡Hola!

Antes de nada pediros que mañana os paséis por el grupo (Feeling the reading) para ver las imágenes. Ibiza es preciosa bajo el mar y la puesta de sol en Es Vedrá es un must si vais a la isla. Todo el misticismo que Edward le cuenta a Bella es real, podéis googlearlo.

¿Qué os ha parecido el regalo de Bella? A mí me encantaría que me montasen en un yate un fin de semana lejos de la gente y rodeada de las aguas cristalinas ibicencas. Eso sí, como siempre la vida real vuelve y los separa, ¿en qué momento eso dejará de ser así?

Muchas gracias a todas las que os tomáis un tiempo en dejarme un review, un favorito o un siguiendo. Aprecio mucho esos gestos, siento que escribo para alguien y me motiva a escribir más.

Como siempre review = adelanto.

Nos vemos mañana en el grupo de Facebook con fotos de la travesía en barco y el próximo jueves nuevo capítulo ;)