Twilight y sus personajes pertenecen a Stephanie Meyer. "Solace" es una historia de fanficsR4nerds. La presente traducción ha sido realizada con su autorización y no tiene fines de lucro.

¡Gracias, Sully!


Capítulo 10

—¿Cómo estuvo tu día?

Inclino mi cabeza para mirar a Edward. Estamos acostados en nuestra cama improvisada en el establo y, aunque es relativamente temprano, me encuentro completamente exhausta.

—Pasé el día con Alice —digo, inclinando mi cabeza hacia abajo para que no pueda ver ningún miedo en mi cara. Alice no dijo nada sobre la madre Maria cuando regresamos a la cabaña, aunque no he podido deshacerme de la urgencia de su mensaje.

Edward me acaricia la espalda. —Esperaba que las dos se llevaran bien —confiesa. Vuelvo a mirarlo—. Alice es amable, pero testaruda. Siempre ha sido demasiado atrevida, demasiado imprudente. Le vendría bien una amiga tranquila y con los pies en la tierra. —Su mano aprieta suavemente mi cintura cuando habla y me sonrojo.

—Entonces no estoy segura de ser la influencia que quieres para ella —murmuro en su pecho. Soy una persona nerviosa y agitada. Estoy lejos de estar aplomada o tranquila.

Los dedos de Edward apartan mi largo cabello de mi espalda y tararea. —No estoy seguro de que te veas claramente —dice en voz baja. No sé qué hacer con eso.

Sintiendo que la ansiedad aumenta en mí, trago y respiro para tranquilizarme. —¿Cómo estuvo su día?

Edward sonríe un poco y me reconforta ver una mirada tan despreocupada en su rostro. —Trabajo duro. —Se ríe—. Pero fue maravilloso pasar tiempo con mi padre y mis hermanos. Siempre he conocido a Liam como un niño exigente. Es casi un hombre y es bueno conocerlo como tal —hace una pausa y luego sonríe—. Y a Alec. —Se ríe—. Nunca lo he conocido más que como un bebé. Él heredó todo lo travieso de mis padres y sin nuestros hermanos mayores para mantenerlo bajo control —vuelve a reír—, creo que será quien haga que a mi padre le salgan canas.

Mi corazón se aprieta por él mientras sonrío.

—¿Crees que tu familia vendrá a visitarnos? —pregunto, levantando una de mis manos para trazar las fuertes líneas de músculos sobre su estómago.

—Se lo mencioné a mi padre —admite Edward—, me gustaría que vuelvan a ser parte de mi vida —hace una pausa y me mira—. Nuestras vidas —corrige.

Sonrío. —A mí también me gustaría eso —admito. Aunque Alice me llevó a un viaje francamente aterrador hoy, no puedo negar que mi corazón estaría feliz de ver más a la familia de Edward.

—No puedo decirte lo que significa para mí que los hayas acogido a todos —dice suavemente.

—Es fácil —le digo— cuando todos me acogieron primero.

Una sonrisa feliz está en el rostro de Edward, e inclino mi cabeza hacia abajo, mis dedos atrapan el vello claro esparcido sobre su pecho.

—Bella. —Su voz es tranquila, casi vacilante.

—¿Eh? —pregunto, soñolienta, cálida y contenta en sus brazos. Deja escapar un suspiro que me mueve hacia arriba y luego hacia abajo contra su pecho.

—¿Qué dirías…? —Su voz se apaga y me concentro en su rostro para ver que parece un poco nervioso—. Lo que quiero decir es... —hace una pausa de nuevo, y su mano libre se levanta, frotándose el cabello. Tira ligeramente de él hasta que está en posición vertical—. Quiero formar una familia.

Mi cuerpo se enfría. —¿Una familia? —pregunto, mi corazón late aceleradamente en mi pecho.

Los ojos de pino de Edward se encuentran con los míos. —Siento que te he esperado durante mucho tiempo —dice en voz baja—. No quiero esperar más por los niños.

Tengo dudas sobre esto. Por un lado, estoy de acuerdo con él. No tengo prisa por tener hijos en sí, pero ciertamente no me importaría.

Pero, por otro lado, recién ahora estoy aprendiendo a sentirme cómoda en sus brazos y sé lo que se necesita para tener un bebé.

La idea de hacer eso, incluso con Edward, envía un frío pánico a través de mi cuerpo.

—¿Bella?

Me doy cuenta de que me está mirando y me aclaro la garganta. —Quieres tener hijos —susurro—. ¿Lo antes posible?

Edward se encoge de hombros. —Dentro de un año —dice en voz baja—. Es...— Él frunce el ceño. —¿No quieres esto?

Trago fuerte. —Quiero tener hijos —digo en voz baja.

Edward vuelve a fruncir el ceño, su cuerpo se aleja del mío para apoyarse en un codo y mirarme. —¿Sin embargo? —pregunta.

Me siento, doblo las rodillas contra el pecho y envuelvo los brazos alrededor de las piernas. —Yo... —¿Cómo le digo? ¿Cómo le explico el miedo y la vergüenza que siento cada vez que pienso en la intimidad que debería haber entre nosotros? ¿Cómo le cuento que mi alma quedó marcada en nuestra noche de bodas y que todavía no he podido encontrar una manera de curarla?

—Háblame, por favor —me pide Edward, sentándose para mirarme. Parece frustrado, su cabello es un desastre.

Mis ojos se llenan de lágrimas. —Tengo miedo —admito, mi voz es tan suave como el chillido de un ratón.

Las espesas cejas de Edward se hunden en confusión. —¿De qué?

De ti. No puedo decirlo, pero lo veo en el rostro de Edward cuando entiende. El color desaparece de su rostro y una expresión de horror se apodera de sus rasgos.

—De mí —gruñe—. Tienes miedo de mí.

Sus palabras caen como rocas entre nosotros, aplastándome hasta que estoy a punto de jadear por el dolor de todo. No sé cómo explicar mi miedo, cómo describir la herida abierta que dejó en mí nuestra noche de bodas. Ni siquiera sé si es a él a quien temo o al recuerdo de lo que nos hicieron. No sé nada, y mi incapacidad para explicarme hace que el dolor en mí sea cada vez más profundo.

Edward se pone de pie y lo miro más allá de las lágrimas corriendo por mis mejillas. —¿A…dónde vas? —croo.

—Necesito aire —dice con voz fría, dolorida, distante. Antes de que pueda detenerlo, se pone la túnica y baja las escaleras, con las botas todavía tiradas junto a nuestra cama.

En el momento en que escucho la puerta del establo abrirse y cerrarse de nuevo, dejo escapar un gemido de dolor, sollozando sobre mis rodillas.

Soy una persona horrible, terrible por infligir mis heridas a Edward.

Edward no regresa al establo. Apenas duermo, dando vueltas sobre las mantas, esperando que vuelva a mí.

Pero él no lo hace.

Con las primeras luces del amanecer, me visto y bajo de la buhardilla, con la intención de encontrar a Edward. Necesito hablar con él, necesito que comprenda que no es a él a quien temo, sino simplemente al dolor de lo que sucedió entre nosotros.

No está en el establo y me pregunto si pasó la noche en la casa, tal vez compartiendo cama con uno de sus hermanos.

El sol aún no ha salido del todo y, sobre mí, el cielo es como un moretón de color púrpura pálido. El mundo de abajo está cubierto de rocío y su aroma se impregna en el aire, llenando mis pulmones.

Estoy cruzando el jardín cuando veo una forma alargada tendida bajo un manzano. Hago una pausa, dándome cuenta de que es Edward.

¿Durmió afuera?

Con el corazón en la garganta, me preparo antes de dirigirme hacia él.

La hierba es suave y la humedad del rocío silencia mis pasos.

Estoy casi a su lado cuando se despierta, sus ojos se abren mientras se sienta abruptamente. Dejo escapar un pequeño grito cuando veo el brillo de su cuchillo, aparentemente sacado de la nada, apuntándome.

—Bella —jadea, sin aliento, como si acabara de correr una gran distancia. Deja caer el cuchillo y este cae ruidosamente a la hierba—. Bella, lo siento. —Hay un cierto frenesí en él, y me doy cuenta de que esto debe estar relacionado con sus gritos en medio de la noche. Me arrodillo en la tierra blanda junto a él, mis manos encuentran sus mejillas mientras sostengo su rostro.

—Estás a salvo —le susurro porque es lo único que sé decir para ayudarlo a calmarse.

El salvajismo en sus ojos comienza a desvanecerse y, por un momento terrible, veo un vacío en él que me hiere. Luego parpadea y sus ojos se centran en mí como si me viera por primera vez.

—¿Dormiste aquí toda la noche? —pregunto, mi voz es un susurro.

Traga espesamente. —Yo no... —Hace una pausa, sus ojos recorriendo mi rostro antes de mirar por encima de mi hombro. —Sí.

Su respuesta me duele, aunque la esperaba.

Mis manos rozan sus mejillas muy suavemente y él se inclina hacia mi tacto, con los ojos cerrados. —Lamento haberte lastimado —susurro, con lágrimas acumulándose en mis ojos. Sus orbes verdes se mueven para encontrarse con mi mirada. No protesta y su silencioso reconocimiento del dolor que le he infligido me hiere profundamente.

Edward se mueve, quitando su rostro de mis manos y lo dejo ir, mis manos se sienten inmediatamente frías cuando se aleja de mí.

—Edward, yo... —empiezo, pero realmente no sé qué decir. No sé cómo decir lo que necesito, ni siquiera sé cómo expresarlo con palabras.

—Bella, por favor —dice, cerrando los ojos con fuerza—, no deseo hablar de eso.

Las lágrimas se deslizan por mis mejillas mientras observo el dolor parpadear en su rostro. Quiero mejorarlo, pero no puedo porque el problema soy yo.

¿Y cómo puedo cambiarme a mí misma?

Después de unos momentos, Edward abre los ojos, primero mirando hacia el cielo iluminado y luego hacia el suelo. Levanta una mano y se la pasa por el cabello antes de dejar escapar un largo suspiro.

—Debería cambiarme —dice, poniéndose de pie—. Le prometí a mi padre que lo ayudaría nuevamente hoy.

Ni siquiera puede mirarme mientras se aleja, dejándome bajo el manzano con lágrimas en las mejillas y un dolor hueco en el pecho.

—Eso es todo, cariño. Bien, golpes uniformes.

La voz de Esme es un bálsamo suave y calmante para el dolor que todavía me recorre. He estado ayudándola a hacer pasteles toda la mañana y ha sido una gran distracción para mí.

Bueno, mayormente.

Alice va y viene, sus tareas la llevan por toda la granja mientras yo me quedo con Esme, trabajando para perfeccionar mi corteza. Cada vez que veo a Alice, me da un guiño conspirador que me recuerda nuestra visita a la madre Maria y los sombríos presagios que ella me dio. Entonces mi corazón tropieza con el dolor que estoy guardando por Edward, y como una flor en una inundación, me encuentro marchitándome, queriendo acurrucarme sobre mí misma para de alguna manera proteger los restos destrozados de mi corazón herido.

Afortunadamente, Esme me obliga a concentrarme y no puedo permanecer en el dolor dentro de mí por mucho tiempo antes de que ella me ponga otro postre delante.

Está claro que al mirar los hermosos pasteles de Esme y luego mirar los míos con grumos, no tengo ningún don para hornear.

Aun así, ella es paciente conmigo mientras avanzo a tropezones en el trabajo y le estoy agradecida.

Creo que me volvería loca sin esa tarea en la cual concentrarme.

Mientras trabajamos, Esme coloca la tetera sobre el fuego y saca un frasco de hierbas apretadas. Sirve un poco en una taza y percibo su olor.

—¿Qué es eso? —pregunto, intrigada por el aroma floral.

—Es una mezcla especial —me dice, sosteniendo el frasco en alto—. Es para prevenir el embarazo. Esperaba que en este momento estaría pasando por el cambio y no tendría que preocuparme por tal cosa, pero, lamentablemente, todavía no ha sucedido.

Mi cara debe mostrar mi alarma.

—¿Qué pasa? —pregunta, dejando el frasco.

—¿Qué cambio?

Las cejas de Esme se fruncen ligeramente. —¿No conoces el segundo cambio para las mujeres? —Cuando sacudo la cabeza, ella se sienta a mi lado—. Ocurre más adelante en la vida, a menudo cuando las mujeres se acercan a los cincuenta años, aunque a algunas les sucede antes y a otras más tarde —dice encogiéndose ligeramente de hombros—. Nuestros cuerpos pasan por otro cambio, algo así como cuando comenzamos nuestras hemorragias mensuales, pero esta vez, el cambio las detiene.

Mis ojos se abren con sorpresa. —¿Quieres decir que se acortan? —pregunto.

Esme niega con la cabeza. —No, se detiene por completo. Bueno, a la mayoría de las mujeres les pasa. Algunas tienen un sangrado persistente durante unos meses, pero sí, eventualmente se detiene. Es en ese momento que ya no podemos tener hijos.

Estoy impactada por esta información. ¿En algún momento seré demasiado mayor para tener hijos?

—¿Duele?

Esme se encoge de hombros. —No lo sé de primera mano —dice a la ligera—, pero algunas mujeres me han dicho que hay síntomas leves. Otras han informado de sensaciones mucho más desagradables.

—Entonces, ¿bebes este té para evitar el embarazo? —pregunto, mirando su taza.

Ella asiente. —Sí, bueno, mi marido tiene un apetito voraz —dice guiñándome un ojo—, supongo que no tendría diez hijos si no fuera así.

Ella se ríe mientras yo me sonrojo, emocionada y avergonzada de estar hablando de algo así con ella.

—No sabía que las mujeres pudieran controlar nada de esto —digo, sacudiendo la cabeza.

—Querida, tenemos mucho control. El problema es que a la mayoría de las mujeres no se les enseña cómo hacerlo.

Considero esto. Mis hemorragias mensuales a veces son dolorosas, pero no tan molestas como cuando era más joven. Supongo que es porque he aprendido a afrontarlas.

Pienso en Esme, quien aparentemente tiene mucho conocimiento en esto. Por supuesto que sí, dado que tiene diez hijos.

Se me cae el estómago cuando me doy cuenta de lo que Esme quiere decir con apetito voraz. ¿Cómo ha logrado soportar tanto tiempo la agonía de todo esto? ¿Cómo no la ha roto?

—M-mamá —digo lentamente sin querer preguntar, pero más temerosa de no saber—, ¿puedo preguntarte sobre…? —hago una pausa, mis mejillas se sonrojan—. ¿C-cómo manejas el dolor?

Las cejas de Esme se fruncen. —¿Del parto? Querida, después del quinto, ellos empiezan a salir solos —dice, sacudiendo la cabeza.

Me sonrojo. —N-no —tartamudeo—. No dar a luz... —Dejé que mi voz se apagara.

El ceño de Esme se profundiza. —¿Qué pasa, cariño?

Hace demasiado calor en la cabaña. Siento como si mis mejillas se fueran a incendiar si se calientan más. —¿D-deja de doler? Para.. .— hago una pausa, tragando el nudo en mi garganta—, ¿acostarte con tu marido?

Estoy roja como un tomate. Puedo sentirlo, ardiendo en mis mejillas y cuello. Si me desnudara, probablemente descubriría que todo mi cuerpo está rojo por la vergüenza.

—¿Qué? —pregunta Esme, con los ojos muy abiertos—. Querida, no me duele. —Sus ojos se estrechan—. ¿Mi hijo ha estado abusando de ti? —Su rostro se vuelve tan oscuro como una nube de tormenta y me apresuro a corregirla.

—¡N-no! —Casi le grito—. No, no es... —Hago una pausa, arrepintiéndome de haber mencionado esto.

—Cariño, háblame —suplica Esme, su mano cubre la mía—. Te prometo que todo lo que me digas quedará entre nosotras.

Mis ojos se llenan de lágrimas. Ahora que tengo la oportunidad de hablar de ello, tengo las palabras atascadas en mi garganta. ¿Cómo puedo confesar mi culpa y mi vergüenza?

Esme debe sentir mi conflicto porque se acerca y pasa una mano por mi cabello. —Un compañero atento se asegurará de que se satisfagan tus necesidades —dice amablemente—. Él estará consciente de tu cuerpo y te evitará cualquier dolor.

Siento que mis ojos se abren ligeramente. —¿Se puede hacer sin dolor?

Esme sonríe suavemente. —Querida, esto debe ser placer, la antítesis misma del dolor.

Esta noticia es impactante para mí. Nunca en mi vida había escuchado semejante afirmación.

—¿Placer? —pregunto, apenas capaz de entenderlo.

Esme asiente. —Es tanto placer que tus dedos de los pies se curvan —susurra. Eso me provoca una risita de sorpresa y ella sonríe—. Cuando tú y Edward han estado juntos, ¿ha hecho él algo para ayudarte?

Es mortificante hablar con su madre sobre esto, pero como no tengo a nadie más a quien recurrir, me quedan pocas opciones más.

—Sólo hemos… Sólo lo hicimos una vez… en nuestra noche de bodas. —Me resulta extremadamente difícil pronunciar alguna de las palabras. Mis ojos se llenan de lágrimas al recordar esa noche y siento que el vacío amenaza con tragarme nuevamente.

—Espera, ¿no han estado juntos desde que él regresó?

Miro el rostro sorprendido de Esme, sacudiendo la cabeza. Levanto la mano para secarme las lágrimas de los ojos.

—N-no puedo —susurro, avergonzado de mi admisión—. Tengo demasiado miedo para dejar que se acerque a mí.

—¿Tienes miedo de Edward? —pregunta, sorprendida.

No puedo retenerlo más, no puedo mantenerlo dentro de mí. Mi confesión brota de mí, quemándome la garganta y la lengua a medida que se revela. —Mi abuela estaba ahí, con tres hombres que no conocía. Se pararon y observaron cómo Edward se acostaba sobre mí. Hicieron que me tomara, observaron mientras yo yacía allí, adolorida, confundida y aterrorizada. Nos observaron mientras nosotros... —mi voz se atasca en mi garganta—. Se suponía que iba a ser privado, pero se quedaron allí y observaron.

Los brazos de Esme me sorprenden envolviendo mi cuerpo y acercándome a su pecho. Huele a las especias con las que hemos estado horneando y me hundo contra ella, los sollozos que he estado reprimiendo brotan de mí. Me acaricia el pelo mientras lloro y me tranquiliza con el tacto de una madre.

Es un abrazo que no sabía que necesitaba, pero ahora que lo encontré, temo no poder dejarla ir nunca más.

—Oh, cariño —tararea, dejando un beso en mi cabello—. Oh cariño.

Me deja llorar hasta que estoy completamente exhausta, con los ojos hinchados y ardiendo.

Coge su pañuelo y me limpia las mejillas con ternura mientras me alejo de ella.

»Lamento mucho que te haya pasado eso —susurra, con lágrimas en los ojos—. Eso fue una violación a ti, a tu matrimonio... —Se calla, sacudiendo la cabeza—. No está bien lo que hicieron.

Levanto la mano para limpiarme una lágrima de la mejilla.

—Quiero poder entregarme a Edward —susurro—, pero cada vez que estoy cerca de eso, recuerdo el dolor, la humillación y la confusión. No he podido dejarlo entrar.

Esme me acaricia el pelo y la veo secarse las lágrimas.

—Entiendo —murmura. La miro sorprendida—. Bella, te hicieron algo que no se puede deshacer —hace una pausa y respira profundamente—. Quiero que consideres que también le hicieron algo a Edward esa noche. No soportas este dolor sola. Esto es algo que ambos comparten.

La miro fijamente. Nunca lo había pensado así. No pensé que él podría haber estado tan destrozado como yo por los eventos de esa noche.

¿Podría estar albergando miedo y ansiedad similares?

»De ninguna manera disminuye lo que has pasado —dice Esme, acariciando tiernamente mi cabeza—, pero te sugiero que consideres hablar con él al respecto. Parece como si ambos tuvieran heridas que podrían necesitar ser curadas.

Me duele el corazón al pensar que Edward podría estar guardando cualquier tipo de dolor como el que he estado agarrando en mi corazón durante los últimos cuatro años. ¿Cómo hemos permitido que se abriera tal brecha entre nosotros?

El dolor en mí todavía es crudo, todavía visceral, pero decido, sentada allí en la mesa de Esme, que esta noche hablaré con Edward sobre ello.

«Anímate, Pajarito».


Nota de la traductora:

Gracias por comentar el capítulo anterior:

aliceforever85, Ali-Lu Kuran Hale, AlmaCullenMasen, AnnieOR, arrobale, Beatriz Gomes2, belen2011yani, Car Cullen Stewart Pattinson, E-Chan Cullen, Edith, Gabi Huesca Mdz, Isabella Salvatore R, Krisr0405, Kriss21, Lady Grigori, Lectora de Fics, Lily, Mapi, miop, Moni Belmudes, Nanny Swan, Noriitha, PRISOL, Roxycanul10, saraipineda44, Smedina, Solecitopucheta, Tefy, Troyis y Tulgarita.

Mi familia está atravesando un momento muy difícil, por lo que es posible que en algún momento no pueda actualizar, por favor estar atentos a cualquier anuncio en mi grupo.