Era realmente todo un milagro que su buena y queridísima amiga Astrid todavía no lo haya matado, era aún más milagro el hecho de que siguiera ayudándolo, moviendo cajas, acomodando objetos y recuerdos, farfullando por lo bajo y descargando toda su rabia contra el pobre desgraciado de turno que se le ocurriera dejar de trabajar y sentarse por más de un segundo en alguno de los muebles que ya habían instalado en el lugar adecuado de su nuevo apartamento.

Puede que hubiera sido un poco extremo haber encargado a unos cuantos de sus hombres a que espantasen lo suficiente a la pobre pareja de empresarios que llevaban viviendo seis años en el edificio para que decidieran vender apresuradamente el lugar, pero es que la posibilidad de estar a tan solo unos escasos metros de su angelito, la posibilidad de poder abrir la puerta y encontrársela allí mismo.

Dioses, ya lo sentía muchísimo por esos dos pobres desgraciados que tuvieron que llevarse el susto de sus vidas, pero es que él necesitaba estar con su angelito.

—¡Levanta el culo, Snotlout! —el gruñido de Astrid lo saca, a regañadientes, de sus ensoñaciones. Intentando que no se escuche el leve gruñido que se le escapa entre los labios, Hiccup se voltea levemente para ver como Snotlout se volvía a poner de pie de un salto. En esta ocasión, no como las tres anteriores, Snotlout no necesito que Astrid le diera una buena hostia para entender que tenía que hacerle caso sí o sí.

Que supiera cómo reaccionar no significaba en lo absoluto que no estuviera terriblemente frustrado y cansado.

—Repetidme por qué coño estamos haciendo todo esto.

Sonriendo de oreja a oreja, alzando su lata de cerveza hacia su amigo, Hiccup le responde. —Porque sois unos maravillosos amigos que comprenden que ayudarme con la mudanza es lo correcto —le da un sorbo a su lata, sintiendo la amargura de la cerveza, procediendo a apretujarse contra la pared en el momento que Ruffnut intenta pasar con las manos ocupadas por una caja llena de platos.

Luego de dedicarle una inmediata peineta, Snotlout resopla con molestia.

—Ya sé que te estamos ayudando con la mudanza, imbécil, mi pregunta es por qué coño te estás mudando de la mansión a un apartamento del tamaño de tu antigua habitación.

Hiccup alza una ceja por la confusión. No comprendía por qué Snotlout insistía con que el lugar era minúsculo, no negaba que cuando se lo comparaba con la mansión de los Haddock este nuevo lugar quedaba en completo ridículo, pero estaba más que seguro que no cualquiera se podía permitir un apartamento tan amplio y bien ubicado en la ciudad. La sala era amplia, conectada a la cocina por la derecha y con inmensos ventanales a la izquierda, unas vistas magníficas definitivamente. Había un baño privado en la habitación principal, otro al lado al cuarto de invitados y un pequeño espacio que seguramente estaba pensado para hacer de oficina. El lugar estaba más que bien.

Tuffnut se asoma desde el pasillo que conduce a la habitación principal. —Espera, ¿lo preguntas por la rabia o por qué realmente no sabes?

Con ambos brazos extendidos, Snotlout señala al gemelo Thorston.

—¡Eso es lo que os he intentado decir! ¡No lo entiendo! ¡No lo entiendo en lo absoluto! ¿¡Por qué narices te estás mudando!?

Antes de que Hiccup pudiera responde, Heather señala con desgana la puerta principal. —Tengo entendido que se quiere tirar a la tía que vive enfrente —ante las carcajadas de Snotlout y la sonrisa de suficiencia de Heather, Hiccup rueda los ojos y bufa con molestia.

—No seas idiota, es mucho más que solo sexo.

—Hiccup, ni habéis hablado —señala con obviedad Astrid—. Llevas unas cuatro semanas obsesionado con ella, pero ella no sabe que existes, no sabe que te le vas a acercar y, oh, claro, no sabe que tienes su puto teléfono conectado a su cuenta y que llevas cotilleando, por decirlo de una forma amable, todas sus conversaciones privadas.

Hiccup le dio otro sorbo a su cerveza. —No veo porque nada de eso tendría que ser relevante con el hecho de que va a ser mi esposa y la madre de mis hijos.

Sus amigos se quedaron completamente quietos y en silencio mientras lo observaban con cejas alzadas y muecas de incredulidad o asco. Finalmente, Tuffnut se hundió en hombros y borró la confusión de su rostro en unos rápidos segundos.

—Bah, no es ni de lejos lo más loco que ha hecho alguien del grupo por echar un polvo —comentó restándole importancia justo antes de encaminarse hacia el pequeño cuarto que haría de oficina. Hiccup frunce el ceño por la confusión porque sabía perfectamente que ya habían llevado todo lo que correspondía a esa habitación, además que Tuffnut no llevaba nada encima, antes de que Hiccup pudiera decidirse si seguirle o no, o de decirle algo o no, Astrid le reclama lo siguiente.

—Espero que no estés planeando sencillamente meterte en su piso como un completo psicópata —le dice mientras se cruza de brazos, dejando bastante claro lo que estaba insinuando con tan solo una mirada rabiosa—. Sabes perfectamente que tu madre no lo aprobaría.

Aunque muchos se solían confundir con ese hecho, la verdad es que no era su padre quien manejaba sus negocios más sórdidos y oscuros, lo cierto era que la tapadera del casino y el poder en los bajos mundos era todo herencia que venía por parte de su madre, que a su vez lo había heredado de la familia de su propia madre. La familia Slange llevaba generaciones enteras —seguramente desde los momentos más oscuros del crack del 29, aquella época en la que las víboras más peligrosas empezaron a lucir sin temor alguno sus colmillos— liderando sin problema ni contrincante digno el bajo mundo, no por ser la familia más extendida mundialmente, tampoco por haber acumulado mucha más riquezas que el resto, mucho menos por ser las más violenta o la más osada. Los Slange se habían mantenido desde sus fundadoras gracias a que eran la familia más estable, la que menos llamaba la atención y la que mejor tratos hacía.

¿Por qué el gobierno de los Estados Unidos de América se molestaría en atrapar a la disimulada familia que causaba menos destrozos cuando otras más peligrosas les dejaban el trabajo mucho más fácil?

Sus trabajadores no llegaban por raptos ni fuerza bruta, no, en lo absoluto. Los Slange recurrían a métodos mucho más elegantes que aquellos tan repulsivos que sus contrincantes empleaban. Los Slange se manchaban las manos, cierto, hasta el fondo, pero se las manchaban en la sangre, no en la mugre. Nadie estaba forzado a llegar hasta ellos, solo a quedarse. Porque trabajar con los Slange significaba haber tocado fondo y aceptar hacer un pacto con el maldito diablo en persona, y uno no puede engañar al diablo.

Cierto es que ellos mismos sabían cómo empujar a la población más vulnerable a la miseria, al punto donde no tendrían más salvación que recurrir a los trabajos más peligrosos y dolorosos. Y cuando toda esa gente estaba ahogándose en la miseria, se veía en la posición de tener que elegir entre aquellas familias compuestas por viejos hombres crueles que destrozarían sus mentes y sus cuerpos o elegir a una familia que les prometería conservar un mínimo de su dignidad… la elección era más que obvia.

Hiccup conocía esas normas, esa lógica, esa falsa moral, desde que aprendió el verdadero negocio de sus padres. Mientras toma otro sorbo de su lata y asiente ante las palabras de Astrid para darle a entender que no tiene de qué preocuparse, el joven se repite que no solo no puede lastimar a su angelito porque lastimarla le destrozaría el alma, sino porque si el heredero de la familia Slange se atreviera a forzar a una completa inocente a estar a su lado sería suficiente para que todos sus trabajadores huyeran despavoridos.

Tenía que hacer las cosas bien.

Deja finalmente la lata y guarda las manos en los bolsillos, mirando fijamente a su amiga, le dice. —Créeme, no tienes de qué preocuparte.

Pero su ceño fruncido no se borra en lo absoluto.

—Eso espero, Haddock, eso espero, porque en la vida te había visto de esta forma y no sé qué esperarme de ti en estos momentos.

Ante eso último, Hiccup ríe con ganas y vuelve a sujetar la lata para alzarla hacia su amiga.

—Es que estoy perdidamente enamorado, mi querida Astrid, ni tan siquiera yo me reconozco en estos momentos.

Es su prima quien, entre carcajadas, le responde, o más bien, se burla de él. —Madre mía, te ves ridículo, Hiccup, esperemos que no hagas uno de tus berrinches cuando todo esto no te sirva para nada y ella sencillamente no esté interesada en ti.

—Recuérdame jamás presentártela —masculla rodando los ojos con molestia—. Terminemos con esto de una buena vez, me estoy empezando a hartar bastante de todas vuestras tonterías.

—Eh, si quieres ayuda para mover los dichosos muebles, tienes que aguantar tonterías —le responde bruscamente Snotlout—. Pudiste haber contratado a alguien que no te causara tantas molestias, genio.

Hiccup suspira frustrado. —¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Una agencia de mudanzas hubiera llamado mil veces más la atención que vosotros, necesito pasar desapercibido por el momento. No quiero llamar su atención por el momento.

Ve a Astrid haciendo una mueca rara. —Siento curiosidad por saber cuál es ese dichoso plan del que no dejas de hablar… pero al mismo tiempo siento que no quiero saberlo porque seguramente es la mayor gilipollez que se le haya podido ocurrir a un ser humano con neuronas.

Tuffnut vuelve a asomarse desde el pasillo, de alguna forma ha aparecido del lado contrario por el que se fue, definitivamente Hiccup jamás sería capaz de comprenderlo.

—No me digas que Hiccup tiene neuronas ¡no te creo!

—Os pienso matar a todos vosotros.

Fishlegs se voltea indignado. —¿¡Pero yo qué he hecho!?


Dioses… se iba a volver completamente loco.

Había considerado que podía soportarlo, que podía ser fuerte y esperar a tenerlo todo listo antes de ser demasiado idiota y lanzarse sin pensarlo a la acción, pero es que se iba a volver completamente loco si no podía tenerla en ese preciso momento.

La había escuchado, la había escuchado hablar por teléfono un día que estuvo a punto de salir al mismo tiempo que ella. Se había quedado completamente quieto, sin nada de respiración, escuchándola al otro lado de la puerta, sintiendo una terrible tentación de salir dando un portazo, correr hacia ella y sencillamente tomar cada parte de su precioso cuerpo como puramente suyo. Estaba perdiendo la cabeza por ella, estaba perdiendo por completo la poca cordura que le quedaba. Se moría de ganas de encontrársela en alguno de los dos ascensores que había en el edificio, ponerse de rodillas delante de ella, encontrar su sitio entre sus preciosas piernas y demostrarle con su lengua y sus dedos cuánto la deseaba y veneraba. Se moría de ganas de encontrársela llamando a su puerta por cualquier motivo, eso era lo menos importante, solo la quería llamándolo, esperando a que le abriera, necesitando algo de él, tal vez directamente a él. Quería tomarla de la cintura y aprisionarla contra cualquier pared, tomar posesión de sus labios, marcar su cuerpo entero con chupetones y besos húmedos, hacerla tocar el cielo una vez le dejara tomar su debido y merecido espacio entre sus piernas.

Sencillamente lo quería todo de ella, y vaya que iba a obtenerlo. No solo porque haría lo que sea para conseguirlo, sino porque lo necesitaba de la misma forma que necesitaba oxígeno para respirar, de la misma forma que necesitaba comida para mantenerse con vida.

No solo la necesitaba, es que sencillamente se la merecía, era su justa recompensa. No es que se quejara de todo lo que estaba haciendo para poder estar a su lado, después de todo el proceso se estaba haciendo mucho más complicado de lo necesario era por decisión propia, por hacerlo todo sencillamente perfecto, para asegurarse de tenerla para siempre consigo. Por algo se había mudado justo delante de ella para vigilar que ningún idiota se atreviera a tocarla, por algo se había quedado con su antiguo móvil y había empezado a recaudar todo tipo de información sobre ella, por algo se había asegurado —de maneras violentas y pacificas a la misma medida— que ninguno de los imbéciles que se habían contactado ya por esa bendita aplicación llegaran a causar una verdadera buena impresión en ella. Todo ello era para que su angelito, su Elsa, se diera cuenta que no había mejor opción que él.

No, no se estaba quejando en lo absoluto, solo creía que se lo merecía porque, después de todo, aquel travieso angelito llevaba cuatro noches seguidas ocupando por completo sus sueños.

Anoche había sido la ocasión en la que había podido disfrutar más de ella, la ocasión en la que se había sentido más real.

En aquel sueño no había estado en su habitación del apartamento, sino que estaba de regreso en la mansión, rodeado de pétalos rojos y por la fragancia de unas velas que le recordaban a la zona roja del casino —esa zonita a la que las chicas que necesitaban más dinero arrastraban a sus clientes más generosos—. Estaba sentado en el borde de la gigantesca cama, intentando comprender qué pasaba cuando de pronto aquellas suaves manos empezaron a acariciar sus muslos lentamente.

Ella se había colocado entre sus piernas, de rodillas, con una preciosa sonrisa juguetona en los labios y unos ojos suplicantes. Su finas manos subían y bajan desde las rodillas hasta su cinturón, jugueteando con él, tentándolo por completo.

—Por favor —le había susurrado mientras la veía como desabrochaba su pantalón lentamente, acercándose más a su entrepierna.

Él había soltado un gruñido justo antes de sujetarle el mentón a su precioso angelito para acariciar su mejilla derecha con el pulgar.

—Dioses, eres perfecta —había mascullado, frustrado por la terrible presión en su entrepierna, asfixiándose penosamente en las ganas que tenía de tirarla contra esa misma cama, ponerse encima y quedarse enterrado en ella para siempre. Era exactamente eso lo que quería, lo que necesitaba para poder vivir en paz. No le daría lo que estaba pidiendo, le dolía no hacerlo, pero es que ahora mismo él necesitaba algo diferente. Le aparta la mano de su muslo izquierdo y él mismo se da unas cuantas palmadas, indicándole donde realmente tenía que estar—. Ven aquí, ahora —le ordena y ella no le refuta nada, solo mantiene esa preciosa sonrisa en su rostro.

Se restriega contra el cuerpo de él mientras se levanta, presiona levemente sus hombros para obligarlo a recostarse por completo en la cama. Mueve sus caderas en círculos una vez ha colocado cada pierna a cada lado de su cuerpo, deja que él se dé un festín visual con la lencería de encaje negra que llevaba y que contrastaba de una forma sencillamente deliciosa con su piel pálida y blanca.

—Dioses —vuelve a mascullar a la vez que toma su cintura para apretarla todo lo posible contra su erección. La necesitaba, la necesitaba demasiado, la necesitaba en ese preciso momento y para el resto de su vida.

Ella se inclina sobre él, aún removiendo lenta y cruelmente sus caderas, para que ambos se puedan ver a los ojos. Ella solo deja un corto beso en sus labios, pero en cuanto siente que se está moviendo, Hiccup toma su nuca y presiona con brusquedad sus labios. Le da la vuelta a la situación, colocándose encima de ella, manteniendo bien abierta sus piernas, gruñendo al sentir cómo las manos de ella terminan de remover lo suficiente su pantalón para que él pudiera tomarla por completo.

Había estado a punto de tomar su merecido premio cuando se despertó bruscamente porque su gato negro, Chimuelo, había dejado caer uno de sus juguetes sobre su cabeza.

Cuando volvió a la realidad y entendió que estaba ocurriendo, miró con rabia a su querido compañero que, desde el estante más cercano a su cama, se lame desinteresado la pata derecha, como si él no hubiera tenido nada que ver con lo que acababa de ocurrir. Hiccup gruñe desesperado contra la almohada.

Ya ha tenido suficiente, le hubiera gustado recaudar un poco más de información, asegurarse de presentarse como el perfecto —como el único— candidato, pero iba a perder la cabeza si seguía atrasándolo.

Elsa iba a ser suya.


Antes de que pudiera haberse dado cuenta, Elsa se encontraba en la situación de tener que agachar la cabeza y admitir que las cosas estaban saliendo tan bien como Anna había asegurado por tanto tiempo. Puede que se estuviera encontrando con uno que otro idiota gracias a la aplicación, pero en sí las cosas estaban saliendo bastante bien. Bueno, más o menos.

Cuando encontraba a alguien que le gustaba en lo más mínimo, esa persona de momento a otro sencillamente dejaba de contestar en lo absoluto, ya sea porque no volvía a conectarse o porque sencillamente la dejaba en visto. Aquello era exasperante, pero una que otra persona seguía hablando, charlando un poco, permitiendo que se pudiera conocer un poco mejor, y lo cierto es que hasta ahora no había pasado nada realmente grave ni desagradable.

Aquella noche que gran parte de su grupo de amigos estaba presentes en su apartamento era la noche que finalmente se había decidido por llevar a cabo aquel plan que Mirabel había planteado hace tantos días. Por lo que le había comentado su hermana, Rapunzel seguía sin sentirse del todo cómoda con la idea, por lo que todo el mundo había aceptado detenerlo en cuanto vieran que la rubia estaba evidentemente incómoda.

A diferencia de otras ocasiones, aquella noche se les iban a unir Hans, que había sido amigo de la infancia de Elsa desde aquella vez que de niños los padres de él juraban que podrían forzar alguna especie de relación romántica para unir las empresas de ambas familias —una lastima para los Westergaard que su hijo menor realmente no sentía ningún interés por las mujeres—, también iba a estar Kristoff, que había sido novio de Anna en aquella rara etapa de su vida en la que ambos intentaban fingir que eran heteros. Y como añadido muy reciente, estaría Tadashi, porque la última vez que se habían reunido con el novio de Mérida había sido cuando se los presentó y ella insistía con que era tiempo que dejaran de excluir a su pobre novio de las quedadas amistosas.

Así que allí estaba el gigantesco grupo, tomando aquellos cócteles que Hans había perfeccionado a lo largo de los años, siendo Mérida principalmente la que se burlaba de Elsa, quien intentaba disimular que nada le afectaba.

—¿Sigues con el juramento de no volver a tomar? —pregunta Mérida con fingida incredulidad mientras Elsa solo sigue comiendo del picoteo que había preparado. En ese momento, la pelirroja acerca su copa al rostro de su amiga—. ¿No quieres ni un poco?

—Mérida, se amable —la regaña Tadashi sin voltear a mirarla, sacándole risillas a algunos de los presentes, provocando que susodicha rodase los ojos.

—No estoy haciendo nada malo —se defiende con falsa indignación, pero sencillamente no puede contener las risas

Hans entonces deja una copa de un helado líquido celeste frente a Elsa. —Venga, es tu favorito, sin alcohol —remarca lo último con una sonrisa antes de apoyar el rostro en una de sus manos—. No me lo vas a rechazar, ¿verdad que no? Eso estaría muy feo de tu parte.

Elsa rueda los ojos. —¿Sin nada de alcohol? —pregunta alzando una ceja, tomando la copa.

—Ni una gota —le asegura, guiñándole un ojo con coquetería—. ¿No confías en el bueno de Hans?

—Sí, sí, sí que confío en ti, llorica —asiente repetidas veces para luego darle un corto sorbo a la bebida ante la fija mirada de él. Finalmente, Elsa hace una mueca—. Sabe diferente.

Hans alza una ceja. —Porque no tiene alcohol, reinita.

—No me llames así, señor de las patillas.

—Dijiste que me quedaban bien.

—Sí, te quedan bien, pero eso no quita que sean raras.

—Me lastimas, me partes el corazón —y a ello le siguen otros miles de lamentos a los que Elsa solo asiente una y otra vez con una sonrisa burlona.

Kristoff entonces se acerca al comedor con una sonrisa burlesca. —¿Habéis terminado de coquetear? ¿Podemos empezar ya con la tontería que se le ocurrió a Mirabel?

Ante la queja que se escucha desde la sala por parte de la menor de las hermanas Madrigal, Elsa, Mérida y Hans sueltan una risilla.

En cuanto lo tiene cerca, Elsa se cuelga del brazo de Hans. Se sentía tan raro que ahora le llevara una cabeza, recuerda perfectamente aquella época en la que era incluso un poco más alta que Hans.

—No te preocupes, Kristoff, no planeo robártelo, todos sabemos que no soy precisamente su tipo… por mucho que sus padres lo intentaran.

Es Mérida quien más se ríe ante ese último comentario.

Cuando finalmente todos están en la sala, Tadashi trastea un poco para conectar la pantalla del teléfono de Elsa con el televisor para que no estuvieran todos apretujados para poder ver los diferentes perfiles. En cuanto abre la aplicación, el primero que se le aparece es un chico sin camiseta que presumía de sus músculos. Tenía la piel levemente bronceada y los pectorales cubiertos por unos pocos vellos, sus ojos marrones eran juguetones y su mentón mostraba una barba de pocos días. Su sonrisa ladina era algo tonta, pero en el sentido tierno de la palabra.

Rapunzel casi se ahoga con su cóctel cuando lo ve, entre toses, rechaza ese perfil. —Es mi ex novio, pasa de él.

Anna la mira con la boca abierta, Rapunzel se hunde un poco en su asiento ante la mirada fija de su novia. Con las mejillas sonrojadas, Rapunzel intenta defenderse.

—Venga, todas tenemos nuestro pasado —se apresura a defenderse señalando a Kristoff que responde con una buena carcajada.

—Oye, mal no estaba el sujeto —comenta risueño Hans, removiendo su cóctel en la copa—. Tenía buenos abdominales.

—Tengo tantas preguntas —murmura Anna, aún encerrada en el tema de antes—. Que sí, que todas hemos tenido nuestro pasado de intentar ser heteros —se apresura a aceptar cuando su novia vuelve a señalar a Kristoff—. Pero, joder Punzie, yo estuve de novia con el tío con la masculinidad menos frágil que me encontré, ese de ahí era el rey de los heterosexuales adictos al gimnasio.

Rapunzel bufa. —Era el típico malote del instituto y yo quería rebelarme contra mis padres, ya está.

—¿Cuánto tiempo estuvisteis saliendo? —pregunta Elsa, ignorando deliberadamente el siguiente perfil que tenían delante, justo como hacía el resto del grupo.

La rubia se queda pensando un largo rato ante la pregunta. —Buah, ya ni me acuerdo, solo sé que fue cuando me di cuenta de que era lesbiana y que él se lo tomó bastante bien. A los pocos meses me llamó borracho para decirme que volviéramos, pero después de eso no volvimos a hablar demasiado.

Hans hace una mueca. —Oye, de verdad que estaba bueno, lo has rechazado muy rápido.

—No, no, me parece lo mejor —se apresura en aclarar Elsa—. ¿Te imaginas lo incómodo que sería el encontronazo? Paso de dramas.

Luego de rodar los ojos, Isabela señala a la pantalla. —¿Qué tal ella? Es mona.

Y no mentía, la pantalla ahora mostraba una guapísima muchacha que sencillamente arrebataba el aliento con esa pícara mirada verde y coqueta. Tenía unas curvas de ensueño, una piel tostada y una preciosa melena oscura y ondulada.

—Madre mía, que guapa que es —comenta Honeymaren por lo bajo—. Esmeralda —lee el nombre del perfil—, oye, si al final no te resulta con ella, puedes pasarle mi contacto —bromea para luego darle un sorbo a su cóctel.

Elsa le da un leve empujón en el hombro antes de ponerse a leer la descripción que había dejado la chica para presentarse. Era un año mayor que ella, definitivamente mucho más activa físicamente —danza, salidas diarias de varias horas, asistencia anual a cualquier tipo de carnaval o festival, entre otras muchas otras actividades—. Le pareció encantadora, interesante, decidió aceptar el perfil, preguntándose qué pensaría aquella tal Esmeralda de ella.

La aplicación mostró al siguiente sujeto, el grupo entero hizo una leve mueca al tener en claro con una simple vista que el muchacho era evidentemente unos cuantos años menor que Elsa. Su nombre era Jim, tenía un estilazo envidiable con esa enorme chaqueta aviadora, esa pequeña cicatriz bajo un ojo y el corte de cabello rapado a los lados con unos mechones marrones cayendo sobre su rostro. Era cuatro años menor, demasiados para el gusto de cualquiera, tuvo que rechazarlo.

El siguiente era dos años mayor que ella, tenía una melena rubia un poco alargada, una mandíbula cuadrada y unos lindos ojos azules. Su nombre era John Smith y los chicos se pasaron unos largos minutos haciendo bromas con que parecía el nombre más falso que se le pudiera ocurrir a cualquiera en la faz de la tierra.

—Será un espía —ríe Kristoff.

—Un agente secreto del FBI mandando para investigar a los Queens mediante Elsa —propone segurísimo de sí mismo Hans.

—No seáis ingenuos —regaña Tadashi—, es evidentemente un alienígena intentando infiltrarse en la sociedad americana, es más que obvio, chicos.

El resto del grupo decide ignorarlos tras debatir que podrían darle una oportunidad al rubio de mandíbula perfecta. Luisa medio que sigue el chiste de los muchachos, porque argumenta que se ve demasiado ideal, demasiado estereotípico. Anna defiende al sujeto porque, por favor, ahí ponía que era británico, y todo el mundo era débil por un sujeto atractivo con un buen acento británico.

Volvió a salir un sujeto, ahora alguien de la edad de Elsa. Un sujeto de complexión bastante delgada pero aún así de anchos hombros. En su rostro se mostraba una coqueta sonrisa que solo podría definirse como perfecta, tenía unos preciosos ojos marrones y una cabellera que se veía irrealmente sedosa incluso a través de la pantalla. Su nombre provocó unas risillas.

—Merlín —lee Mirabel en voz alta—, un nombre algo inusual, para diferenciarlo bien del anterior.

Merlín era atractivo, se veía algo altanero en sus fotos, pero era innegable que era bastante guapo y leyendo su descripción se dieron cuenta no solo de que compartía muchos gustos con Elsa, sino que también era un romántico perdido.

Le propusieron que le diera una oportunidad, y Elsa aceptó.

El siguiente llamó la atención de todos.

Su piel estaba levemente bronceada, no al nivel de el ex novio de Rapunzel, pero no era pálido en lo absoluto. Unas cuantas pecas decoraban su rostro, su sonrisa levemente torcida era innegablemente encantadora y sus ojos verdes, aunque no miraban a cámara, robaban el aliento a cualquiera. Su cabello castaño, levemente rojizo, era un completo desastre que no tenía sentido miraras por donde quisieras mirar, pero de alguna manera solo mejoraba su imagen en lugar de hacerle parecer desaliñado. Sus fuertes brazos estaban cubiertos por negros y enormes tatuajes que le daban un aspecto irresistible, y sobre sus anchos hombros se paraba un gato negro, que era el motivo por el que el sujeto no estaba mirando a cámara.

—Si no te lo follas tú, me lo follo yo —suelta sin vergüenza alguna Hans antes de darle un sorbo a su bebida, sin despegar la mirada de la pantalla, su novio asiente.

Elsa no reacciona en lo absoluto a lo que comentan sus amigos. Se entretiene con el resto de las fotos de su perfil. Era obvio que sabía lo que hacía, era obvio que reconocía sus mejores atributos y que sabía que era lo que le interesaba a la chica promedio. Remarcaba las venas de sus manos y los anillos que decoraban sus dedos, las fotos estaban tomadas para que sus anchos hombros y sus brazos tatuados llamaran inevitablemente tu atención, y esos ojos, aquel sujeto sabía perfectamente que esos ojos derretían a cualquiera.

Tenía un nombre algo raro en verdad, pero no es que hubiera algo de malo en ello.

Hiccup Haddock.

Era dos años mayor que ella, siempre había sido un amante de los animales y durante muchos años se dedicó a cuidarlos contribuyendo económicamente con diferentes veterinarias y presentándose como voluntario. Le gustaba mantenerse en forma pero no estaba obsesionado con el gimnasio. No era un hombre con mucho tiempo libre, pero sabía darle su tiempo a las cosas importantes. Y si querías saber de dónde venía ese nombre tan raro, solo tenías que mandar un mensaje y preguntarle.

Elsa sonríe tontamente ante el perfil mientras lo acepta, y la única razón por la que no empieza a escribirle de inmediato es porque todos los presentes serían capaces de verlo.

Anna le da un leve empujón en el hombro, Elsa solo rueda los ojos mientras sigue sonriendo.

Sí, su hermana menor le había ofrecido un muy buen consejo en verdad.