El sol se deslizaba hacia el horizonte, bañando las tierras de Lord Lupin con un resplandor dorado. Draco Malfoy, acompañado por Harry Potter y un contingente de soldados, se adentraba en aquellos dominios, con el palacio a tan solo dos horas de distancia.
— Ha cambiado tanto la comarca — comentó Harry, observando los campos que se extendían ante ellos.
— Siete años han transcurrido — respondió Draco, su voz teñida de nostalgia — Todo cambia, incluso nosotros.
De repente, el sonido de una campana resonó en el aire, y un pregonero apareció en el camino, su voz elevándose por encima del bullicio de la comitiva.
— ¡Lady Astoria Lupin se ha casado con el caballero Percy Weasley! — exclamaba con fervor, repitiendo el anuncio para que todos lo oyeran — ¡Lady Astoria Lupin se ha casado con el caballero Percy Weasley!
Draco se detuvo en seco, su rostro palideciendo al escuchar las palabras que parecían clavarse en su corazón como puñales de hielo. Con movimientos mecánicos, descendió de su montura y se dirigió hacia el pregonero, su capa ondeando tras él como una sombra oscura.
— ¿Qué son esas noticias que gritas? — preguntó Draco, su voz apenas un susurro cargado de incredulidad y furia contenida.
— Lord Lupin nos ha ordenado anunciar la noticia del casamiento de su hija — explicó el hombre, sin percatarse de la tormenta que se gestaba en los ojos de Draco — Ahora será llamada Lady Astoria Weasley.
La multitud murmuraba, algunos con sorpresa, otros con alegría, pero para Draco, el mundo parecía haberse detenido. La ira se apoderó de él, una furia ardiente que consumía cualquier rastro de cordura. Con un rugido que brotó de lo más profundo de su ser, Draco se giró hacia Harry y los soldados.
— ¡A los caballos! — ordenó, su voz retumbando con autoridad — ¡Cabalguemos a toda velocidad hacia el castillo de Lord Lupin! ¡No habrá descanso hasta que lleguemos!
Los soldados obedecieron al instante, y la comitiva se transformó en una marea de cascos y armaduras, galopando a través de las tierras con una urgencia que presagiaba un encuentro inminente.
En la penumbra de su alcoba, Hermione se encontraba sumida en profundos pensamientos. La noticia del matrimonio de Astoria y Percy había corrido como pólvora, su padre se encargó de esparcir la noticia con los pregonero en cuanto tubo el certificado de matrimonio que su hermana se encargó de enviarles, era un claro aviso de su negativa a regresar, y con ello, la se habría posibilidad de un enlace entre ella y Lord Draco Malfoy se hacía cada vez más tangible. La joven sabía que el honor de su familia estaba en juego; un escándalo de tal magnitud no solo mancharía el apellido de su familia, sino que también podría significar la ruina de su padre y el deshonor del ducado de Lupin ante los ojos del rey, los caballeros ni se atrevería a volver al castillo para convertirse en caballeros.
Hermione caminó hacia la ventana, observando cómo las estrellas casi terminaban de titilar en el cielo nocturno para dar paso al amanecer. La idea de un matrimonio arreglado siempre le había parecido distante, aunque varias veces comió ansias, el amor era algo reservado para las páginas de los libros de historia o las tramas de las novelas románticas que tanto disfrutaba leer en secreto. Sin embargo, ahora la realidad golpeaba a su puerta con la fuerza de un ariete, y la decisión recaía sobre sus hombros.
— ¿Es esto lo que sigue? Supongo que este es mi debes, después de todo. — se preguntó en voz baja, su reflejo en el cristal mostrando la duda en sus ojos.
La respuesta no era sencilla. Por un lado, estaba la lealtad a su familia y la preservación de su estatus social; por otro, su anhelo de libertad y la posibilidad de un amor verdadero. Hermione siempre había sido una mujer de fuerte voluntad e inteligencia aguda, capaz de resolver los enigmas más complejos y enfrentarse a los desafíos más arduos.
El alba apenas comenzaba a romper la oscuridad cuando Lord Draco Malfoy, seguido de cerca por Harry Potter, cruzó las imponentes puertas del castillo Lupin. La luz del amanecer se filtraba a través de las altas torres, bañando el rostro de Draco con un resplandor suave, pero no había calidez en su mirada.
Draco se dirigió a un sirviente, —Llévame con Lord Remus, sin demoras.
Sirviente terminó asintiendo con respeto — Por supuesto, mi lord. Os acompañaré de inmediato.
Lady Nymphadora, con su característica empatía, se acercó al joven Harry, quien parecía llevar el peso del viaje en sus hombros.
—Harry Potter has viajado toda la noche. Te he preparado una habitación para que puedas descansar.
Harry aceptó con una sonrisa cansada— Gracias, Lady Nymphadora. Aprecio su hospitalidad.
Con un gesto gentil, ella ordenó a los siervos que cuidaran de los caballos y atendieran a los soldados, asegurándose de que todos fueran bien recibidos.
En la privacidad de su estudio, Lord Remus esperaba, su expresión grave ante la llegada de Draco.
Draco usó un tono de voz que escondía un mar de emociones— Lord Lupin, necesito saber si es verdad... lo de Astoria y Percy.
—Es cierto, Draco. —afirmó con pesar — Se han casado hace unas horas cuando supieron que venias en camino. Fue una decisión impulsiva, pero hecha con amor.
Draco cerró los puños — ¡No puedo creerlo! — murmuró improperios —Pero no hay tiempo para lamentos. Necesito una esposa, alguien que pueda ayudarme a criar a mi hermano. Desde que nuestros padres murieron, él es mi responsabilidad.
— ¿Y quién sería esa dama, Draco? — se atrevió a preguntar Remus, al parecer tenía algo en mente el joven caballero y esperaba que no fuera lo que estaba pensando.
— Sé que tiene otra hija, todos en sus tierras dicen que ella tiene la inteligencia y la fortaleza que necesito a mi lado. — soltó con una mirada firme y desafiante— Hasta mis soldados halagan su belleza. De lo contrario llevaré este caso ante el rey y pediré la disolución del matrimonio de Astoria para luego rechazarla.
La propuesta de Draco resonó en la estancia, dejando a Remus perplejo ni siquiera tuvo oportunidad de Lupin enojarse o reaccionar, debido a que la puerta se abrió con un silencio que contrastaba con la tensión de la sala. Hermione Lupin, con la gracia que la caracterizaba, entró en la estancia. Vestía un traje de seda azul que realzaba el tono de sus cabellos castaños, rizados y bien ordenados, caían sobre sus hombros como cascadas de chocolate puro. Su presencia era como una brisa fresca en un día de verano, y aunque su entrada fue discreta, su belleza y porte hicieron que incluso Draco Malfoy sintiera un temblor inesperado en su interior, en su adolescencia nunca le ocurrió con Astoria.
—Padre —dijo Hermione con voz firme, pero en sus ojos se reflejaba la determinación de quien está dispuesto a cambiar su destino—, me ofrezco como Prometida Sustituta.
Remus Lupin, cuyas preocupaciones se reflejaban en las arrugas de su frente, la miró con sorpresa y orgullo.
—Hermione, hija mía, ¿estás segura de lo que propones? —preguntó, su voz cargada de una mezcla de admiración y preocupación.
—Sí, padre. Lo he pensado hasta grabar mi silueta, Sé que es mi deber proteger a nuestra familia y evitar problemas políticos que puedan surgir —respondió ella, su mirada cruzándose con la de Draco, desafiante y serena al mismo tiempo.
Draco, aún recuperándose de la sorpresa inicial, no pudo evitar admirar la valentía de la joven.
—No tenía idea de que tuviera un hermano, Lord Draco —comentó Hermione, sí, había escuchado parte de la conversación. su tono indicó que había más en juego que simples alianzas—. Pero si es la familia lo que te preocupa, entonces tienes mi palabra de que estaré a la altura de las circunstancias.
Remus se levantó de su asiento, caminando hacia la ventana para contemplar el amanecer que ahora llenaba de luz la habitación.
—Necesito tiempo para pensar antes de siquiera dar mi consentimiento —dijo finalmente, volviéndose hacia ellos—. Mientras tanto, Lord Malfoy, os invito a desayunar juntos. Es importante que os conozcáis mejor, ya que nunca han cruzado palabra.
Draco y Hermione sintieron con una mirada solemne.
El comedor del castillo Lupin era un espectáculo de luz matinal, con los primeros rayos del sol filtrándose a través de las vidrieras. Draco y Hermione se sentaron uno frente al otro en una mesa elegantemente dispuesta, pero la distancia entre ellos era más que la que marcaban los cubiertos. Ambos mantenían una postura firme y fría, como dos estatuas talladas en mármol.
Hermione, con su característica compostura, se servía té con precisión quirúrgica, mientras que Draco jugueteaba con la cuchara, su mente evidentemente en otro lugar. El silencio entre ellos era palpable, cargado con el peso de las decisiones tomadas y las que estaban por venir.
Finalmente, Draco rompió el silencio con una pregunta que reflejaba su incomodidad.
— ¿Es costumbre tuya escuchar tras las puertas? — preguntó, su tono intentando ser indiferente, pero con un filo de acusación.
Hermione levantó la vista, sus ojos chispeando con una mezcla de ofensa y desafío.
— No tengo tal costumbre, Lord Malfoy — respondió con frialdad —. Pero cuando se trata del futuro de mi familia, no me detendré ante nada para protegerla.
Draco asintió, reconociendo en ella la misma determinación que él sentía por su propio hermano.
— Entonces estamos en la misma posición — dijo, su voz suavizándose ligeramente —. Ambos buscamos lo mejor para los nuestros.
El desayuno continuó en un silencio más cómodo, con ambos reflexionando sobre el camino que les había llevado hasta allí.
Draco, con una sonrisa torcida, decidió aligerar el ambiente otra vez, necesitaba hacerla hablar no se creía aquello de que fuera por la familia y el honor.
— Debo admitir que me sorprende tu interés en los asuntos políticos y familiares — comenzó, mirando a Hermione con una chispa de humor en sus ojos —. Aunque, si mal no recuerdo, tenías un particular interés en mis entrenamientos con la espada cuando yo tenía 14 años. Siempre estabas ahí con tus 10 años, observando desde la ventana de tu padre.
Hermione, quien había estado tomando un sorbo de té, casi se atragantó al escucharlo, y rápidamente se compuso para responder.
— Eso es completamente falso, Lord Malfoy — replicó, su rostro mostrando una indignación fingida —. Si alguna vez miré por esa ventana, fue por casualidad. Además, ¿quién dice que era a usted a quien observaba? Podría haber sido a Harry Potter.
Antes de que Draco pudiera responder, una risita se escuchó desde debajo de la mesa. Ambos dirigieron su mirada hacia abajo, donde un pequeño Edward, el hermano menor de Hermione, emergió con una sonrisa traviesa.
— Hermione siempre dice que le gustan los rubios — anunció el niño con la inocencia propia de su edad, señalando el cabello de Draco.
Draco alzó una ceja, mirando a Hermione con una sonrisa burlona.
— ¿Así que es verdad? — preguntó, divertido por la revelación. — ¿te gusta mi cabello?
Hermione, ahora sí, no pudo evitar sonrojarse, aunque más por la interrupción de Edward que por la acusación, nunca había dicho tal cosa en su vida.
— Edward, no es apropiado escuchar conversaciones ajenas — le reprendió, aunque sin poder ocultar una sonrisa ante la ocurrencia del niño.
El desayuno, que había comenzado con formalidad y frialdad, se transformó en una ocasión más ligera y amena, gracias a la intervención inesperada de Edward y la disposición de Draco y Hermione a dejar de lado, aunque fuera por un momento, las formalidades de su encuentro.
