Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi, y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams.
Se que tengo historias basada a mi imaginación, pero de esta novela fue mi favorita y fue una de las mejores novelas de los 90, es por cierto yo era una bebe de meses ya que nací en el 94, pero mi abuelita siempre me conto la historia de ese pirata y que encantada cuando crecí, compre en Cid y leí el libro y está novela y se convirtió en mi favorita y simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Terry (Juan), Eliza (Aimé)", " de ahí viene la parte más romántica Candy (Mónica y Terry (Juan),) y la última el desenlace y final de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfrútenla…
Primera Parte
Terry (Juan) Y Eliza (Aimé).
Capítulo 1
La tormenta de octubre ruge sobre el inquieto Mar de Máyame... Es de noche, y las ráfagas de un viento huracanado hacen estrellarse contra los acantilados de rocas las olas gigantescas, que caen luego, en hirviente manto de espuma, bajo el azote de la lluvia.; Negro está el cielo; y la tierra, como sobrecogida. Es la costa brava que se abre, primero en pequeñas ensenadas, en playones estrechos, y luego, unos pocos metros más allá, se convierte en selva espesa... Tierra antillana sobre la que ondea la bandera de Francia...
AI mismo tiempo que la fragata, que ya se acoge a la rada de Florida, un pequeño bote desvencijado ha ganado milagrosamente la arena de una diminuta playa próxima a la ciudad, y su único tripulante salta, metiéndose en el agua hasta la cintura, para arrastrar el frágil cayuco, librándolo de la furia renovada de los elementos...
La luz vivísima de un rayo ha iluminado de pies a cabeza al audaz marinero, que en noche tal arriba a la ensenada. Es fuerte y ágil; con flexible soltura de felino da unos pasos alejándose del mar, para erguirse después, como calculando-el peligro del lugar en que dejó su bote. Tiene la piel tostada por intemperie; ancho y fuerte el cuello; los hombros, cuadrados; las caderas, estrechas; las manos, callosas, y los pies descalzos, que parecen aferrarse como zarpas a la tierra que pisan, Puede tener apenas unos doce años...
El ominoso estampido de un trueno agitabas sombras nocturnas. .. El muchacho, dominando su primer movimiento de, temor instintivo, mira de frente al firmamento oscuro, donde marcan los rayos los latigazos de su vivida luz, y exclama:
-¡Santa Bárbara!
Por un momento parece vacilar, mas no es por temor. La horrible noche no le produce espanto... Sólo calcula, con mirada certera, qué camino debe seguir para llegar más pronto a la ciudad cercana, cuyas luces se apiñan alrededor de la bahía.
Palpa el pequeño sobre que como un tesoro lleva entre sus ropas mojadas, mira de nuevo al bote que dejara sobre la arena y echa a andar con paso silencioso y rápido...
-Si no se da usted prisa, llegaremos tarde a la fiesta del Gobernador, amigo Grandchester- dijo Albert.
-¿Prisa? Nunca me di prisa por nada ni por nadie, amigo Albert; sin contar con que llueve a cántaros. Pocos serán los invitados que no se retrasen esta noche, y además, el Mariscal Pont Mery llega en esa fragata que vio usted entrar hace veinte minutos escasos. Él es el invitado de honor...
-No más que usted, amigo mío. La fiesta es en honor de ambos, y el coche está aguardando desde hace mucho rato.- dijo Albert.
-Está bien, amigo Albert... Vamos, pues... Richard Grandchester se ha puesto de pie con ademán de elegante fastidio... Ha dado unos pasos a través de la lujosa estancia, y se detiene en medio del vestíbulo, con gesto de extrañeza al oír los fuertes aldabonazos que repentinamente cubren el lugar con sus ecos... Disgustado, interpela altanero a su criado:
-¿Quién llama de ese modo, George?- pregunto Richard.
-Iba a verlo en este momento, señor -responde el criado-. No sé quién pueda ser el atrevido...- dijo George.
-Pues ponlo en su lugar -ordena, tajante, señor Grandchester. Una ráfaga de Viento y lluvia hace irrupción, silbando, en el elegante vestíbulo; y airado, Richard Grandchester grita:
-¡Cierra esa puerta, estúpido!
Antes que el criado logre cerrarla, el importuno visitante ha penetrado de un salto; los revueltos cabellos mojados sobre la frente, el cuerpo semidesnudo chorreando agua sobre las alfombras... tan sorprendentemente atrevido y audaz, que Richard Grandchester y Albert retroceden al verle, apagada la indignación por la sorpresa...
-¡Caramba! -exclama Albert.
-¿Pero qué es esto? -indaga Richard
-Busco al señor Richard Grandchester... -explica el muchacho con decisión.
-Debe ser un loco, señor... -interviene el criado-. ¡Voy a...!
- no hagas nada ¿Qué quieres?
- ¿Es usted don Richard Grandchester? -inquiere el muchacho-. ¿Es usted, señor?
-Sí, soy yo... Pero tú, ¿quién eres? ¿Y qué diablos te pasa para atreverte a llegar a mi casa de esta manera?
-Mi nombre es Terry. Vengo desde el Cabo del Diablo para traerle esta carta. El señor Bertolini se está muriendo y dijo que tenía usted que llegar antes de que él acabara. Si es usted de veras el señor Richard Grandchester, venga conmigo... Traje mi bote para llevarlo... ¿Vamos...?
El muchacho ha dado un paso hacia la puerta, pero se detiene observando el rostro de Richard Grandchester que le mira estupefacto, en la mano el mojado sobre de la carta que acaba de entregarle…Es un hombre alto y distinguido, que viste con extraordinaria elegancia... A su lado" Albert, su amigo y notario; rechoncho y bondadoso, mueve la cabeza como si no pudiese dar crédito a lo que está viendo y escuchando, y con. Sorpresa y disgusto a la vez, pregunta: '
- ¿Llevar al señor Richard en tu bote?
-¡Como digo yo ese chiquillo que es un loco...! Lo mejor será llamar para que vengan a llevárselo... -insiste el criado George.
-¡Quieto! -ordena Richard. Luego, como recordando, Terry murmura-: Bertolini... Bertolini
-Dijo que fuera usted en seguida, que él, por desgracia, no podía esperar demasiado. Sí. salimos ahora mismo, al amanecer estaremos allá.
-Bertolini se está muriendo...: - susurra Richard
-Eso aseguró el curandero... Que no llegará a mañana...; Y le dejó un remedio, pero él no se lo quiso tomar y me mandó con esta carta... Dijo que usted tenía que ir allá...
-Pues está completamente equivocado. No conozco a ningún Bertolini... –exclama Richard, ceñudo.
-¡No es posible, señor! Si es usted don Richard Grandchester...
-¡No conozco a ningún Bertolini! -recalca éste. Se vuelve hacia su amigo y le invita-: ¿Vamos, Albert?
-¡Pero, señor... . -se lamenta el muchacho, Ha salido seguido del notario, sin volverse a mirar al muchacho, y salta; el cochero del pescante para abrirle la puerta del carruaje. Por un instante contempla la mojada carta, la hunde luego en su bolsillo, y entrando al coche ordena con voz fuerte:
-Al palacio del Gobernador. ¡Pronto!
El muchacho se acerca, gritando implorante:
-¡Señor... señor... señor...!
Todo es inútil. El coche se ha alejado; el muchacho vacila un instante, y luego echa a andar bajo la lluvia que azota la calle...
Albert, el notario de la familia Grandchester, con las gruesas manos apoyadas sobre la empuñadura 'de plata de su bastón, mira de reojo al hombre que va a su lado. A pesar de la brusca respuesta dada al muchacho, a pesar de su gesto glacial, Richard Grandchester parece hondamente conmovido, profundamente preocupado. Tiene los labios apretados y las mejillas pálidas... Las inquietas manos cambian a cada instante de posición y con frecuencia palpan el húmedo sobre guardado en su bolsillo... Al fin, el notario, tras mirar y remirar, arriesga una palabra:
-¿No va usted a leer esa carta? Puede tratarse de .algo real-mente Importante. Cuando se obliga a un niño a venir desde el Cabo del Diablo hasta la ciudad, para traerla en una noche como ésta... será porque ese Bertolini, a quien usted no conoce, tiene absoluta necesidad de decirle algo... -Baja la voz y, en tono insinuante, explica-: Bertolini-.. A mí ese nombre me suena...- dijo Albert
-¿Cómo...?- exclamo Richard.
-De momento no pude recordarlo, mas ahora voy haciendo memoria... Andrés Bertolini llegó a Máyame unos quince años. Pertenecía a una de las más distinguidas familias de Nápoles... Trajo dinero para comprar una hacienda, y adquirió una bien extensa al Sudeste de la isla, con grandes naciones de café, tabaco y cacao. Pronto se convirtió en un hombre opulento, alegre y liberal, franco y expresivo, como la mayor parte de los italianos, y trajo consigo a su esposa: una bellísima muchacha de la que usted estaba locamente enamorado, Eleonor...- dijo Albert.
-¡Basta!, no menciones ese maldito nombre -le ataja, airado, Richard.
-Perdón... No creí importunarle. Me sorprende que no recuerde a Bertolini. Usted estaba en Saint-Pierre cuando los días de su desgracia..."
- ¿A qué llama usted su desgracia? - pregunto Richard.
-El principio de su desgracia fue la fuga de su esposa, porque era tu amante...
- ¿Qué trata de insinuar? - exclamo Richard, para no hablar del tema.
-No insinúo, amigo Richard... recuerdo como sucedió las cosas y que Bertolini juro públicamente matar al hombre que se había llevado a su mujer, pero el nombre de aquél quedó en el misterio. Ella desapareció para siempre y no supimos cómo murió, y Bertolini se dio a todos los vicios: bebía, jugaba, buscaba la compañía de las peores mujerzuelas del puerto... Al fin perdió la finca y, totalmente arruinado, desapareció él también. Pero recordando, recordándolo bien, recuerdo aun como Eleonor era su amante, estando casada con este…
El coche se ha detenido frente a la puerta de la casa del Gobernador, más Richard Grandchester no se mueve... Tenso, crispado, vuelto hacia el notario, parece esperar sus últimas palabras, que Albert pronuncia como a desgana, con una sutil insinuación resbalando de cada frase:
-Tiene usted la buena memoria más abominable que conocí jamás.
- ¡Por Dios, amigo Richard, es mi oficio...! Son tantas las historias que se escuchan cuando se manejan papeles de familia, que con frecuencia son el reflejo de dramas de alcoba. Por lo demás, Bertolini fue un hombre interesante... Sus asuntos dieron mucho que hablar y su desgracia por culpa suya...
-No me interesa su desgracia. ¡Nunca fui su amigo!
-A veces, con ser enemigo basta para interesarse, además ten un poco de dignidad, te metiste con su mujer- dijo Albert.
-No quiero hablar del pasado. – dio Richard.
-A veces es importante hablar del pasado- dijo Albert.
- ¿Qué quiere decirme Albert? - pregunto Richard.
- ¿Me autoriza para que hable francamente? - pregunto Albert
- ¿Acaso no estoy pidiéndole que lo haga? - dijo Richard.
-Pues bien...; creo que debería usted leer esa carta, e ir a ver a su enemigo Bertolini, al Cabo del Diablo... -"
Richard Grandhester, nervioso; ha oído las palabras del notario, y con gesto de rabia estruja en su bolsillo aquella carta que el muchacho le entregara momentos antes. Luego sonríe, tratando de vestir de ironía la inquietud que apenas puede ya disimular:
- ¿No tenía tanto empeño en que llegásemos temprano a la fiesta del Gobernador? - pregunto Richard. Hace media hora era lo más importante que tenía usted que hacer.
-Y ahora, ¿qué? ¿Le parece más importante a usted el Gobernador y su fiesta, o recoger el último aliento de ese vicioso, de ese borracho, de ese desdichado caído en todos los vicios, sólo porque una mujer le ha engañado contigo?
-No me hables así- dijo Richard.
-Era su esposa, él la amaba -responde Albert con suavidad-. Lo cubrió de vergüenza y él no logró jamás encontrarse con el agresor...
- ¡No lo encontró porque no quiso buscarlo!, no me haga la culpa de toda su desgracia, porque yo tampoco he sido feliz- dijo Richard, con ira concentrada.
-Tal vez porque usted supo ocultarse bien, nunca lucho por lo que quiso, Eleonor se casó con ese hombre porque usted la rechazo para salvar el honor de su familia, después volvieron a encontrarse cuando esta estaba casada y seguía de amantes porque era una vergüenza que una plebeya se casara con alguien de la realeza.
- ¿Piensa usted que yo era un cobarde? - pregunto Richard.
-No, claro que no puedo pensándolo. Sin duda, eras capaz de afrontarlo todo a todo, pero para evitar el escándalo por los demás, tenía obligaciones graves, y Eleonor Bertolini no lo ignoraba a pesar que era casada... estaba a punto de darle un hijo a ese hombre...esa mujer estando casada, seguía siendo su amante y yo no lo culpo, amigo Richard... Son pecados del hombre... pero pecado más grave me parece no acudir a la llamada de un moribundo...
- ¡Basta, Albert! Iré allá. - dijo Richard
- ¡Por fin Perdóneme por haber insistido tanto! Le conozco amigo Grandchester, y sé que hay cosas que no se las perdonaría a usted jamás.
-Entonces, ¿quiere usted presentar mis excusas al Gobernador? - pregunto Albert.
-Con verdadero gusto, amigo mío. - dijo Richard.
-Pues vaya. -De pronto Richard exclama-: ¡Un momento...!
-No es preciso que me recomiende la discreción más absoluta –aclara Albert comprensivo-. Es... mi oficio, amigo Richard.
….
La tormenta ha amainado. El mar está casi tranquilo, y un viento fresco, casi frio, llega con la proximidad del alba, barriendo las nubes.
El frágil bote, que resistió la tempestad, encalla en la arena de una profunda grieta, tallada en la roca viva por los golpes del mar, y otra vez salta el muchachuelo metiéndose en el agua para sacar a tierra la barquilla, dejándola a salvo. Luego, sus pies descalzos, endurecidos por la intemperie, trepan por los peñascos afilados, primero con agilidad de felino, después más lentamente, como si no quisieran llegar hasta el lugar a donde van... Ya en lo alto del farallón de rocas, parece como si fuesen de plomo... se detienen a cada instante, tiemblan como si fueran a tomar otro rumbo, y al fin llegan hasta el hueco sin puerta, entrada de la mísera cabaña que es la única habitación, humana en el Cabo del Diablo.
Una voz de enfermo, cargada de rencor, pregunta:
- ¿Quién es?
-Soy-yo: Terry...- dijo el chico.
- ¡Terry del Diablo! - exclamo.
Del camastro donde yace, con febril esfuerzo se ha incorporado un hombre que más parece, un despojo humano: la piel sobre los huesos; las mejillas hundidas; sucios, crecidos y revueltos el cabello y la barba... la boca, un hueco crispado de dolor... por vestidos, unos sucios andrajos. Inspiraría compasión profunda si no fuese por su mirada: ardiente, audaz, desafiadora, cargada de odio, relampagueante de rencor, como cargadas de odio y amargura suenan cada una de sus palabras.
- ¿Y el perro que te mandé buscar? ¿Viene contigo? ¿Dónde está? ¿Dónde está el maldito Richard Grandchester? ¡Corre... llámalo! Tráelo, dile que pase... ¡Un poco más y no puedo aguardarle!
-No vino conmigo-se excusa el muchacho.
- ¿No...? ¿Por qué? ¿No hiciste lo que te dije, maldito? ¿No llegaste a su casa? No me obedeciste, ¿eh? Ahora verás…- grito el enfermo.
Ha tratado de levantarse, pero cae de nuevo sin fuerzas, para quedar inmóvil, extenuado, los ojos vidriosos... El muchacho le mira impasible, sé acerca paso a paso, con una expresión extraña en sus profundos ojos altaneros, y afirma:
-Sí; llegué a su casa... -. Dijo Terry
- ¿Y le diste la carta? - pregunto.
-Sí, señor, en la mano. - dijo Terry.
- ¿Y no vino después de leerla? - pregunto molesto.
-No la leyó. Dijo que no conocía a nadie que se llamara Bertolini...- afirmo Terry.
- ¿Dijo eso el perro? - exclamo molesto.
-Y se fue en coche a una fiesta donde lo estaban esperando. - afirmo Terry.
- ¡Maldito! ¿Y tú qué hiciste entonces? ¿Qué hiciste? - pregunto desesperado Bertolini.
- ¿Qué iba a hacer? Nada- dijo Terry.
- ¡Nada... Nada! Sabes que me estoy muriendo. -. Sabes que necesito que venga, ¡y no haces nada! ¡Tenías que ser quién eres…- dijo Bertolini, desesperado!
- ¡Pero, padre...! -suplica el muchacho.
- ¡No soy tu padre! ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No soy tu padre. ¡Cuando esa maldita Eleonor volvió a buscarme, cuando vino a buscar mi amparo, ya te traía en los brazos... ¡No eres hijo mío! Si ella, además de engañarme, me hubiera robado un hijo mío, yo la habría matado. Pero no, volvió con el hijo de otro, con el hijo de ese canalla... ¡Tú eres hijo de un canalla! - dijo Bertolini rencoroso.
- ¿Hijo de quién? - pregunto… ¿De quién... ¿de quién? – pregunto Terry asombrado.
- ¿Quieres saberlo? Para decírselo, lo mandé llamar. Hijo de él, de ese, del que se iba en coche a una fiesta mientras yo veo acercarse a la muerte... Del que me lo quitó todo, del que me lo robó a la mujer que ame para ser amante de este, porque tu amada decente madre amaba a esa canallada- dijo molesto.
- ¡No entiendo... no entiendo! - dijo Terry con rabia.
- ¡Pues entiéndelo! Ese señor que te volvió la espalda, ese señor que te dijo que no me conocía... ¡es tu padre!
- ¿Mi padre... ¿Mi padre...? -balbucea el muchacho en el paroxismo de la sorpresa.
-Pero no te preocupes... tampoco te conocerá ¡Qué asco! - rio Bertolini.
-Señor Bertolini... repítame eso. ¿Mi padre...? ¿Dijo usted que mi padre es el gran señor...? - murmuro el muchacho sorprendido.
-Tu padre es Richard Grandchester. ¡Díselo a todo el mundo, grítalo en todas partes! Tu padre es ese maldito de Richard Grandchester... A él le debes toda tu desgracia. Le debes la miseria, le debes la vergüenza, le debes tu desnudez y tu hambre...Le debes el insulto que han de echarte a la cara cuando seas hombre, porque él manchó a tu madre! Todo eso le debes... Y ahora, cuando lo llamo porque me estoy muriendo, porque Vas a quedarte solo, se va a una fiesta donde lo están esperando jajajaja, no te quiero porque no eres hijo mío, sino hijo de ese maldito- dijo Bertolini.
-No me digas eso, porque yo también tengo sentimientos, yo no tengo la culpa de ser hijo de ese.- dijo Terry.
-Un sollozo se quiebra en su garganta, dejando paso a la ternura-. i Terry... Terry, hijo mío...
-¡Señor...!
-Te aborrezco porque eres hijo suyo, pero hay algo con lo que puedes limpiarte, lavarte esa mancha... Cuando seas hombre, busca a Richard Grandchester y haz lo que yo no hice, lo que no tuve el valor de hacer: mátalo. ¡Mátalo! -Y como si en estas palabras hubiese puesto el último hálito de su vida, cae desplomado al suelo.
-¡Señor... señor, señor ¡Respóndame! Lo ha sacudido en vano. ¡Andrés Bertolini no responderá más!
Nadie en la costa; nadie en la honda grieta, entrada de la, estrecha playa; nadie en los imponentes farallones de rocas en los que rudamente se estrella el mar; nadie en lo alto .del promontorio del Cabo del Diablo; nadie en todo cuanto su vista inquisitiva alcanza... Ni alma viviente ni habitación ^ humana... Sólo una cabaña miserable al amparo del negro promontorio que se adentra en el mar: el Cabo del Diablo.
Bien puesto tiene el nombre el abrupto paisaje, ahora más desolado bajo los espesos nubarrones grisáceos que envuelven las montañas... tan bajos, tan cerca de la tierra, como si quisieran también tragársela. Con paso firme. Richard Grandchester va hada aquella cabaña y llama con estentórea voz:
-¡Bertolini!
El nombre suena hueco en la desnuda estancia sin puertas, sin ventanas, sin muebles casi... En el camastro se halla la forma rígida de un cuerpo que se destaca bajo una sábana, in-creíblemente limpia en aquel lugar... Impresionado, Grandchester musita:
-Bertolini...
De un tirón ha Bajado un poco la sábana para ver aquel rostro en el que la muerte puso ya su máscara, y apenas puede reconocer en él al hombre Joven, sano y arrogante, que fue su rival... Hay manchones de canas entre los revueltos cabellos oscuros, entre la espesa barba que cubre las mejillas adelgazadas, y hay también una sombra de suprema paz sobre los párpados cerrados... Estremeciéndose, Richard Grandchester, cubre aquel rostro, y retrocede un paso. ...
Ha llegado tarde, demasiado tarde... Aquellos labios lívidos ya no le entregarán el secreto que guarda... Callan para siempre... Pero la mano de Richard Grandchester palpa nerviosamente en sus bolsillos y extrae el arrugado sobre de aquella carta que aún no ha leído... La guardó como puede guardarse un veneno, un arma, una dormida sierpe emponzoñadora. Pero ahora, frente a aquel cadáver, rasga el sobre y da un paso hacia la ventana sin hojas, por la que penetra la luz lechosa del día que nace...
"Con mis últimas fuerzas te escribo, Richard Grandchester y te pido que vengas a mi lado. Ven sin miedo... No te llamo para intentar una venganza. Es tarde para que yo me cobre en sangre todo el mal que me has hecho y que le hiciste a ella. Eres rico y feliz, amado y respetado, mientras yo, hundido en la abyección y en la miseria, miro llegar la muerte como la única liberación posible. No de repetirte cuánto te odio. Tú lo sabes. Si te matase con el pensamiento, te habría aniquilado; pero sólo yo mismo me he consumido poco a poco en la hoguera de este rencor que me cubre el alma..."
Por un instante. Richard Grandchester, ha interrumpido la lectura para contemplar la forma rígida que destaca bajo el lienzo blanco, sintiendo que la angustia le invade, que le es difícil respirar bajo el techo de aquella cabaña donde todo parece rechazarlo, y otra vez vuelven sus ojos a la lectura...
"Me mata el odio más que el alcohol y el abandono y la muerte de mi esposa. Y por odio he callado durante muchos años. Hoy quiero decirte algo que acaso pueda interesarte. Esta carta la pondrá en tus manos un muchacho. Tiene doce años y nadie se ocupó jamás de bautizarlo. Yo le llamo Terry, y los pescadores de la costa le dicen algo más: Terry del Diablo... Poco tiene de ser humano. Es una fiera, un salvaje... Lo crie en el odio... Tiene su corazón malvado, además, rienda suelta a todos sus instintos a las mujerzuelas del puerto. ¿Sabes por qué?" Voy a decírtelo por si no te decides a venir a escucharme: Es tu hijo..."
La carta ha temblado en sus manos... Con ojos agrandados de angustia mira a todas partes, pero los renglones desiguales le atraen como letreros de fuego, y bebe de un sorbo él resto de veneno de aquellas palabras...
"Si lo tienes delante, míralo a la cara... A veces es tu vivó retrato... Otras, se parece a Eleonor... a esa maldita que me traiciono contigo... Es tuyo... Tómalo... Tiene el corazón envenenado y el alma dañada de rencor. No sabe más que aborrecer... Si lo llevas contigo, será el peor castigo que puedas tener... Si -lo abandonas, será un asesino, un pirata, un salteador de caminos, que acabará en la horca... Y es tu hijo... Tiene tu misma sangre. .. ¡Esa es mi venganza!"
Richard quedo Pálido de espanto primero, rojo de indignación un instante después, ha estrujado aquella carta, último mensaje de su rival vencido, de su enemigo inmóvil para siempre ya; triunfador en la muerte, tanto como en la vida fue derrotado... Con súbito impulso de irrefrenable cólera, ha ido hasta el camastro, descubriendo el rostro del Cadáver, y le espeta, tembloroso de horror y de rabia:
- Mientes! ¡Mientes! ¡Esto no es verdad! .¿Por qué no me esperarte con vida para obligarte a confesar! ¡Embustero! ¡Cobarde! ¡Como siempre fuiste, tenías que portarte, hasta el final! ¡Cobarde, si... cobarde! Jamás me buscaste cara a cara... Jamás, como hombre, me pediste cuentas... Y ahora... ¿por qué no estás vivo? ¿Por qué no me aguardaste? -Ha retrocedido tambaleándose, cegado por un vaho rojo que forma en torno suyo como una atmósfera de irrealidad-. ¡Eres el más vil de los embusteros, pero no vas a alcanzarme con tu torpe venganza! ¡No! ¡No!
-¡Señor Grandchester! -llama, suave, la voz de Albert.
-¡Eso no es verdad! ¡Eso no es verdad!- dijo Richard llorando.
-¡Grandchesterl –insiste Albert, acercándose- ¡Grandchester!
-¡Cobarde... Canalla...! , dijo Richard.
-Amigo mío... ¿pero qué pasa?
Richard se altera.
-Cálmese, por favor... Cálmese...
Richard Grandchester se ha contenido con tremendo esfuerzo, alejándose del camastro donde yace el cadáver, mientras Albert se acerca respetuoso.
-Es un embustero... ¡Un embustero y un canalla...! -sentencia Grandchester con voz sorda.
-Ya no es nada, amigo mío, sino un triste despojo. Déjelo, y vamos...- dijo Albert.
Ambos hombres salieron...
-Me pareció conveniente venir a buscarlo... Bautista me dijo el camino que había usted seguido. Creo que llegué a tiempo... y usted, en cambio, demasiado tarde. Pero venga, vamos...
-Aguarde... Aguarde... ¿Dónde está el muchacho?- pregunto
-¿Qué muchacho?- pregunto Albert
-El que llevó la carta... ¿Dónde está?- pregunto Richard.
-No sé... No he visto a nadie. Supongo que el desdichado Bertolini vivía en la más absoluta soledad.- dijo Albert.
-El niño vivía con él... ¿Dónde está?
-Repito que no he visto a nadie, pero si usted se empeña... ¡Oh, mire.. .!
Richard Grandchester se ha vuelto con viveza'... Muy cerca del camastro, sentado en el suelo, tras los desvencijados muebles de la casa -una mesa y un par de sillas rotas-, está el muchacho que fue hasta Saint-Pierre llevando aquella carta, y arden con un extraño fuego sus ojos oscuros bajo el pelo enmarañado que le cubre la frente...
-¿Qué haces ahí escondido, muchacho? -indaga Albert-. Levántate... Levántate, que el señor te está buscando...
Terry se ha levantado lentamente, sin dejar de mirar a Richard Grandchester, que siente enrojecer sus mejillas bajo aquella mirada... Es una mirada que acusa, que condena... acaso que pregunta...
-¿Estabas ahí? ¿Estabas ahí desde que yo entré? -quiere saber señor Grandchester-. ¡Responde!
-Sí, señor -contesta el muchacho-. Ahí estaba...
-¿Por qué te escondías? –pregunta Albert.
-No estaba escondido... Estaba ahí...- dijo Terry.
-Sin decir una sola palabra... -se queja Richard Grandchester.
-¿Y qué tenía yo que decir?
El muchacho se ha puesto de pie. Es ano para su edad, delgado y redo, inquieto y ágil como un animalillo montaraz, y Grandchester se vuelve a él, sujetándolo bruscamente por los brazos...
-Me has estado espiando, oyendo mis palabras... Sí, ¿verdad? ¿Conocías tú el contenido de la carta que llevaste?- pregunto.
-¿Cómo? – pregunto el muchacho.
-¡Que si habías leído esa carta...! [Responde! -le apremia Richard Grandchester, airado.
-¡Oh, suélteme! Yo no lo estaba espiando... ¡Suélteme! No tiene por qué sujetarme... Tampoco leí la carta.. No sé leer...- dijo el muchacho.
-Naturalmente, amigo Richard -interviene, conciliador, Pedro Noel-. ¡Qué ocurrencia! ¿Cómo va a .saber leer este pobre muchacho!- dijo Albert.
-¿Te había dicho él lo que me escribió en esta carta? ¡Responde la verdad! – Richard se dirige al muchacho, en tono amenazador.
-Ya he dicho que no -responde el muchacho.
-Por favor, amigo Richard –aconseja Albert, Calma. .. Calma…
Richard Grandchester se ha alejado unos pasos, apretados los puños y trémulos los labios, mientras el notario mira bondadosamente al muchacho inmóvil, duro y hosco, y le pregunta:
-¿A qué hora murió .el señor Bertolini?- pregunto.
-No sé... Hace tiempo ya...- respondió.
-¿No has avisado a nadie?- pregunto Richard.
-Llegué hasta las cabañas de allá abajo... Allí me dieron esa sábana... Después me dijeron que vendrían los de la justicia... Pero yo no-estaba espiando a nadie... -insiste con terquedad-. Ese señor dice...
-el señor Grandchester está nervioso por todo cuanto ha pasado. Tu actitud le pareció extraña, pero nada más. Ven acá... acércate un poco... Comprendo que tú también te sientes mal. ¿Qué eras tú del señor Bertolucci? ¿Amigo? ¿Pariente? ¿Criado?- pregunto Albert.
El muchacho se ha erguido. Su mirada, como una flecha, se ha clavado en Richard Grandchester, que vuelve ya sobre sus pasos, mirándolo de frente. Un instante se cruzan en el airé aquellas dos miradas extrañamente iguales... y el notario, tras contemplarles, indaga con suavidad:
-¿No sabes lo que eras del señor Bertolucci? Probablemente, vecino nada más... ¿Eres de la aldea de pescadores que está allá abajo?- pregunto.
-No... Yo vivo aquí... El señor Bertolini era... Era mí: padre...- dijo el muchacho.
-Efectivamente -suspira Richard Grandchester. Creo que este muchacho es hijo de Andrés Bertolini y de su infortunada esposa. La enfermedad y el alcohol debieron enloquecer a Bertolini en sus últimos tiempos... Ha debido decir tantas cosas extrañas, que el pobre muchacho está trastornado...- afirmo.
Su mano temblorosa ha querido posarse en la cabeza de Juan, que con un brusco movimiento lo esquiva. Luego, con gesto de desaliento, Richard Grandchester sale lentamente de la cabaña, y Albert va tras él. Unos pasos más adelante se detiene y el notario interroga a su amigo:
-¿Me permite preguntarle qué va usted a hacer?
-Haré que sepulten a Bertolini con decencia. ¿Querría ocuparse de eso? -contesta Richard Grandchester con tristeza, sereno, ya dueño de sus emociones.
-Naturalmente, si usted lo dispone...- dijo Albert.
-Pienso salir para mis tierras mañana, de madrugada...- dijo Richard.
-¿Y el muchacho?- pregunto Albert.
-Lo llevaré conmigo.- dijo Richard.
-¡Ah... ¡ ¿Pero querrá irse?' No creo que ustedes hayan simpatizado. – dijo Albert.
-Confió en su buena mafia para conquistarlo Albert. – dijo Richard.
-Perdóneme una última pregunta. ¿Leyó, por fin, la famosa carta?- pregunto.
-La leí y la rompí en el acto. Sólo decía locuras y disparates. Por eso sé que Andrés Bertolini estaba completamente loco. ¡Absolutamente trastornado!- dijo Richard.
Albert se ha llevado al muchacho, alejándolo un tanto de la cabaña, rumbo al camino que por otra vía comunica con la ciudad aquel paraje desolado. Han pasado las horas, y los oscuros y rutinarios trámites para dar sepultura al cuerpo de Bertolini tocan ya a su fin. Sólo queda aquel último punto delicado que Richard Grandchester encargara a su diplomático amigo y notario.
-El señor Grandchester va a llevarte con él. ¿Sabes lo que eso significa? Te llevará a su casa, donde van a tratarte bien, donde hay toda clase de comodidades. Tu vida va a cambiar...- dijo Albert.
-¡No... No quiero! -protesta el muchacho, huraño.
-¿Que no quieres? No puedo creerlo. Seguramente no he logrado que entiendas mis palabras... El señor Bertolini ha muerto. No te queda nada qué hacer por acá.- dijo Albert.
-¡No quiero irme!- dijo Terry molesto.
-No seas terco... Vas a una hermosa casa donde gozarás de todas las comodidades, donde vivirás como un ser humano. El señor Richard Grandchester quiere ampararte, es muy bueno...- dijo Albert.
-¡No! ¡No! ¡No es verdad! ¡No quiero ir con él!- decía Terry.
-Pues tendrás que hacerlo, por las buenas o por las malas. No van a hacerte ningún daño... Al contrario... Pero será peor para ti que te lleven a la fuerza, metido en un saco como un mono salvaje.- dijo Albert.
-si me llevan a la fuerza, me escaparé!- dijo Terry molesto.
-Y te volverán a atrapar... -dice el notario, afectuoso-. Pero, ¿por qué eres tan terco, muchacho? Mira... ¿quieres que hagamos un trato? Yo voy a ir con ustedes; pasaré dos o tres días en Campo Real, que es la hacienda del señor Grandchester. Si no quieres quedarte allí, cuando yo regrese para Saint-Pierre, te traigo.
-¿Por qué no me deja con usted desde ahora? Yo sé trabajar en muchas cosas: cortar leña, cuidar caballos... Yo...- murmuro.
-Perfectamente. Te ocuparás de todo eso cuando volvamos a casa. Pero, por el momento, tienes que complacer al señor Grandchester Te equivocas al pensar que no es bueno; es bueno y generoso, posee una linda casa de campo, su esposa es una bella dama, distinguida y amable, y tiene un hijo que poco más o menos tendrá tus mismos años. Seguramente te querrá para que estés con él, para que le acompañes en sus juegos y seas algo así como su pequeño lacayo. Lo vas a pasar bien, Terry- afirmo.
-Yo prefiero quedarme con usted... o que me dejen solo.- dijo Terry.
-Solo no vamos a dejarte. Yo te llevo, y...- murmuro molesto.
-Y me trae... Me trae después... me da su palabra... ¡Yo no quiero quedarme allá!- dijo Terry molesto.
-Bien, hombre, bien. Te llevo y te traigo. Eres un ingrato con el señor Grandchester. Al menos, tienes que tratar de demostrarle tu gratitud por su buena voluntad. Anda, ve para el coche, que allí viene él y tengo que hablarle.
-¿Qué pasa, amigo Albert? -pregunta Richard.
-Se resistió bastante, pero logré amansarlo con la promesa de ir yo con ustedes y traerle de regreso si no se halla a gusto. El prefiere quedarse conmigo, y no lo tome usted a desaire. Es un muchacho raro, pero me temo que extraordinariamente inteligente a pesar de su aspecto rudo y salvaje.- dijo Albert.
-¿Temer? ¿Por qué?- pregunto Richard.
-Es una manera de hablar. Al fin y al cabo, siempre es preferible tratar con inteligentes que con brutos. Este nos ha probado ser un valiente. El viaje que hizo anoche en ese bote, y con esa borrasca, precisa un temple que muchos hombres no hubieran tenido. Parece, además, altivo, reservado, con cierta dignidad natural. Nada de eso es común en quien vive como un mendigo. Se le ve cierta casta...- afirmo. Albert.
-¡Deje en paz su casta! Lo recojo porque supongo que era lo que quería pedirme Bertolini, pero nada más. A mi esposa no tenemos por qué darle detalles de nada de eso. La imaginación de las mujeres todo lo enreda. Esperó que no se sorprenda usted demasiado si me oye contar alguna historia distinta referente al muchacho.
-Me temo que es usted quien va a enredarla, porque apenas se peine y se lave la cara, ese muchacho no podrá pasar por ningún mestizo. ¿Se ha fijado en que es un buen mozo? Sus grandes ojos italianos recuerdan extraordinariamente a los de la infortunada Eleonor Bertolini. ¿No se ha fijado?
Albert le ha observado, viéndole palidecer, apretar los labios. .. Luego, Richard Grandchester encoge los hombros, forzando el gesto despreocupado, al comentar:
-No he tenido tiempo de mirarle bien a la cara. De un modo o de otro, ya se arreglarán las cosas. Y. en el peor de los casos, (todavía soy yo el que manda en mi casa).
Los dos amigos se dirigieron a su casa, Anthony, el segundo hijo de Grandchester, observaba por la ventana a su padre venir con su amigo Albert.
-mamá, mamaíta!.. Por ahí viene ya papá. ¡Por ahí viene... .
Brillantes los ojos de alegría, un momento encendidas por la emoción las mejillas, habitualmente pálidas que enmarcan los lacios cabellos rubios, un muchacho como de doce años ha entrado en la alcoba de la señora Grandchester, que abre los ojos, incorporándose lentamente en la amplia hamaca en que descansa.
-¿Ya? ¿Es posible? ¡Pero si no lo esperaba yo hasta el sábado! .- dijo Rosemary.
Rosemary Grandchester tiene una belleza delicada y frágil... grandes ojos de color turquesa, cabellos rubios, suaves y lacios como los del muchacho, y, como éste, pálidas mejillas de color ámbar.
Un momento ha desaparecido su gesto doliente ante la noticia que acaba de traerle su hijo. Y ya de pie, da unos pasos apoyándose en los delgados hombros de éste.
-¿Estás seguro que es tu papá quien llega?- pregunto.
-Pues claro, mamá, George vino corriendo a avisar. Dice que desde i lo alto de la loma vio a papá en su caballo blanco, y detrás los tres coches de la caravana. A lo mejor vienen llenos de regalos...- dijo Anthony.
-¿Para ti?- pregunto.
-Para ti, mamaíta. Si ha llegado barco de Francia, papá te traerá de todo: telas de seda, perfumes, bombones y todas esas cosas que siempre te trae. Yo le pedí un reloj de bolsillo. ¿Me lo traerá?- pregunto.
-Seguramente, hijo. Pero llama a Dorothi... Tengo que peinarme, que vestirme...- dijo Rosemary.
-¡Señora, señora...! Dicen que el señor está llegando para acá -exclama Dorothi, irrumpiendo en la alcoba.
-¿Tú ves? ¿Tú ves, mamaíta? (Ya. está aquí)
-¡Jesús! Ayúdame a peinarme. . De cambiarme de ropa no hay tiempo, pero...
-La señora está, como siempre, linda y arreglada. No miente la doncella mestiza. Como siempre, la; señora de Grandchester, está impecable. Un fino traje blanco adornado con amplios encajes, medias de seda, zapatos de tacón y un fino aderezo con el que muy bien podría presentarse en cualquier centro elegante de su tierra natal. Sin embargo, sólo está en la gran casa, centro de las plantaciones de Campo Real, mansión enorme y sólida, de amplísimas estancias suntuosas, grandes lámparas y pisos brillantes como espejos; tan lujosa, tan señorial, con sus' lunas de Venecia y sus consolas doradas, que resulta anacrónica en el corazón de aquella isla americana, tórrida y salvaje; pero es digna morada ,de la frágil dama que avanza paso a paso sobre el pulido parque, una mano apoyada en el brazo de su doncella favorita, otra sobre la dorada cabeza de aquel hijo único tan extraordinariamente pareado a ella.
- ¡Ahí está papal -grita Anthony, alejándose alborozado! Ha corrido al encuentro del jinete que ya se detiene frente a la entrada principal y desmonta de un salto del brioso caballo, arrojando las riendas a la media docena de sirvientes que han acudido para atenderle y saludarle.
Y desde la semipenumbra de la ancha galería, Rosemary Grandchester, contempla, con ojos de celosa enamorada, la figura varonil, altanera y gallarda, ante la que todos se inclinan, porque él amo de Campo Real es soberano indiscutible de la tierra que pisa.
-¿Me trajiste el reloj, papá?- pregunto Anthony, acercándose a su padre.
-No; hijo. No tuve tiempo de buscarlo.- dijo Richard.
-¿Y la caja de colores? ¿Y las cuerdas para mi mandolina?- pregunto el niño Anthony.
-Lo siento, pero en este viaje no hubo tiempo para buscar nada.- dijo su padre.
-Richard... -murmura, acercándose a su esposo.
-Rosemary... ¿cómo estás? -indaga Richard, afectuoso y tierno.
-Como siempre... Pero dejemos mis achaques. ¿Cómo es que has regresado tan pronto? Todavía no te esperábamos...- dijo Rosemary.
-Supongo que no te disgusta el que haya adelantado mi regreso -contesta Richard en tono jovial.
-¿Disgustarme? ¡Qué cosas dices! Es una sorpresa gratísima; pero una sorpresa, al fin y al cabo. ¿Qué pasó? ¿No llegó la fragata que esperaban? ¿Suspendieron las fiestas preparadas en honor del Mariscal Pontmercy? ¿O acaso le traes tú?- pregunto Rosemary.
-¡Oh, no, no!. Ni siquiera he visto al Mariscal Pontmercy. - dijo Richard.
-¿Qué ha pasado? ¿Alguna desgracia? El tiempo ha estado terrible estos últimos días...- dijo Rosemary.
-No, ninguna desgracia. La fragata entró sin novedad y las fiestas deben estarse celebrando.- dijo su esposo.
-Pero...- murmuro Rosemary.
-No me interesó quedarme a ellas, Rosemary. Eso es todo.- dijo Richard.
-Pensé que te agradaría departir con un compatriota ilustre. Seguramente traerá cosas interesantes qué contar. Podríamos tener noticias...- dijo Rosemary.
-¿Chismes de salón o intrigas políticas? ¿Para qué puede servirnos aquí, querida? Estamos a siete mil millas de Francia y hasta el sol nos alumbra a distintas horas.- dijo Richard.
-No por eso podemos olvidar a nuestra patria-le reprocha Rosemary.
-No querida, estoy aquí Porque está mi casa, está .mi hijo y estás tú. En esta isla, que sólo para tu salud ha sido inhospitalaria. ¿Pero no sientes curiosidad en ver lo que, te traigo?
- Se ha vuelto hada el macizo de flores que envuelve la escalinata, entrada principal de aquella mansión, donde acaban de detenerse los tres carruajes que forman la caravana que le seguía. Uno totalmente vacío, del otro descienden ya sus servidores particulares, y del tercero, que es el más próximo, baja Albert casi arrastrando al hosco muchacho que ha sido su compañero de viaje. Las finas cejas de la señora Rosemary se juntan en un gesto de extrañeza que es casi, casi de disgusto, al comentar:
-Albert... ¿Pero a quién trae?- pregunto disgustada.
-A alguien que puede entretener tus ratos de ocio y los de nuestro hijo Renato -explica Richard.
-¡Un muchacho!- salta, alegremente, Anthony -. ¡Me trajiste un amigo, papá!.
-Justamente. Has dicho la palabra exacta. Te he traído un amigo. Me agrada mucho que lo hayas entendido en el primer momento. Un amigo, un compañero...- dijo Richard contento.
-¿Pero qué estás diciendo. Richard? -interrumpe Rosemary con disgusto reprimido.
-Traiga usted a Terry, Albert -le indica a éste, Richard.
-Señora Rosemary -saluda Albert, aproximándose-, es un gran honor para mí el poder presentarle mis respetos. -Luego, dirigiéndose a Anthony y exclama-: ¡Hola, buen mozo!
-Buenos días, señor Albert -responde Anthony.
-Este es Terry... -explica Richard, presentándolo, al muchacho.
-¿Terry? ¿Terry qué? –Quiero saber-, dijo Rosemary.
-Por el momento, Terry, es un huérfano desamparado, que solo espero que no falte un rincón en esta casa tan grande.- dijo Richard.
-Terry ¿Qué?, quiero saber -recalca Rosemary, con retintín.
-Me llaman Terry del Diablo -aclara el hosco muchacho, imperturbable.
-Jesús, María y José -se escandaliza Rosemary persignándose.
- Hay un momento de estupor general, y también alguna risa ahogada, cuando Albert, mundano, interviene:
-Excúselo, señora. El diamante todavía está sin tallar.
-Ya lo veo... Y sin separarlo de la broza -dice Rosemary, en tono mordaz-. Los caballeros son una verdadera calamidad. A ninguno de los dos se les ha ocurrido bañar a este muchacho antes de meterlo en el coche.
-Es un olvido que puede remediarse -explica Richard, conteniendo su manifiesto disgusto-. Hazte cargo de él, Ana. Llévalo al baño, arréglalo, péinalo y ponle ropa limpia de Anthony.
-¿De Anthony? -se extraña Rosemary.
-No creo que ya pueda usar la mía, es más alto que yo- dijo Anthony, pero de todas maneras le buscare un traje.
-Ni cabe en la de mi hijo.- dijo Rosemary, molesta.
-Todo puede compaginarse -interviene Albert, conciliador-. Seguramente no faltará ropa de alguien, que pueda servirle.
- Paula es la encargada de la ropa de los jornaleros -aclara despectiva la. Señora Grandchester-. Pídele una camisa-y unos pantalones para este muchacho.
-Ahora que recuerdo yo "tengo un traje que me queda grande, mamá -ofrece Anthony-. Todavía no lo he estrenado, precisamente por eso: Es el de paño azul...
-Lo mandaron de regalo tus tíos desde Francia -se opone Rosemary con creciente disgusto.
-Se lo ha ofrecido de buena voluntad –comento Richard en tono suave, pero con determinación-. No le cortes el impulso generoso, Rosemary; Nuestro Anthony tiene; ropa para vestir a diez muchachos. Ve con Terry, hijo, y piensa que, para él éste es un mundo nuevo por el que tú. Vas a guiarlo. -Volviéndose a su esposa, le suplica con amabilidad-: Tú ven conmigo, querida. Yo también voy a ponerme un poco más presentable. -Y alzando la voz, llama al criado-: George... Lleva al señor Noel a la habitación que suele ocupar y encárgate de que nada le falte.
-Por mí no se molesten -se disculpa Albert-. Me considero de la casa.
-Y lo es. Dentro de media hora, Rosemary nos hará servir un aperitivo que tomaremos juntos antes de sentarnos a la mesa, ¿verdad? Hoy te veo muy bien, tienes muy buena cara, Rosemary, Seguramente podrás acompañarnos y será un gran placer para nosotros. La mesa es otra cuando tú nos acompañas...- dijo Richard.
Ha salido Albert, seguido por el criado, y quedan solos los esposos Grandchester.
Rosemary no puede ocultar los celos que le corroen el alma, al preguntar:
-¿Quién es ese muchacho?- pregunto molesta.
-Rosemary querida, cálmate...- dijo Richard
-Y tú respóndeme... ¿Quién es ese muchacho? ¿De dónde lo sacaste y para qué le has traído aquí? ¿Por qué no me contestas?- pregunto molesta.
-Voy a contestarte, pero por partes. Se llama Terry y es un huérfano... - -dijo Richard
-Eso ya lo dijiste -le interrumpe Rosemary, nerviosa-, y es lo único que sé. Se llama Terry del Diablo... una respuesta bastante insolente de su parte, cuando nadie le preguntaba nada.
-No hay insolencia en su respuesta, Se trata del apodo que le daban los pescadores, por el lugar en que estaba ubicada la cabaña de sus padres.- dijo Richard amable.
-¿Qué lugar era ése? – pregunto Rosemary.
-Bueno... cerca de lo que llaman el Cabo del Diablo. –Dijo Richard, intentando restarle importancia-. Hay allí una aldea de gentes muy humildes, muy pobres, que remiendan redes y componen barcos. Entre esa pobre gente...- afirmo.
-Entre esa pobre gente hay muchos huérfanos, hay muchos muchachos mendigos y miserables en los arrabales de Saint Pierre. Jamás se te ocurrió traer a ninguno, y mucho menos dárselo a tu hijo como amigo... como hermano, diría yo.- dijo Rosemary, molesta.
-Rosemary!-exclama Richard.
-¡Es la forma en que has traído a ese pordiosero! -exclama Rosemary, arrebatada ya por la ira-. Y creo que tengo derecho a preguntarte: ¿por qué lo traes así? ¿Qué tienes tú qué ver con él? ¿Por qué no puede vestirse con ropa de los jornaleros, y pretendes que estrene los trajes de Anthony? ¿Por qué ha de ser nuestro hijo quien tiene que darle la bienvenida, y es en esta casa donde hemos de encontrarle un rincón, habiendo cien barracones de jornaleros donde siempre cabe uno más?- dijo molesta.
-Siempre te tuve por mujer de nobles y generosos sentimientos cristianos, Rosemary- dijo furioso Richard.
-No me falta la caridad para los desgraciados- dijo amarga Rosemary.
-Cuando se trataba de desmoralizar a. los que son mis servidores, a los que por fuerza tengo que hacer que me conozcan como señor y amo. No puede manejarse una hacienda, que es como una provincia, sin el respeto absoluto a una autoridad, sin disciplina y sin castigos que obliguen a respetarla. Por eso discutimos en más de una ocasión. En este caso... Richard.
-En este caso, todo es diferente. Lo sé, lo veo y lo palpo. No es una obra de caridad lo que estás haciendo. Es una obra de reparación. Ese muchacho te importa por ti mismo. Te importa mucho... demasiado...- dijo Rosemary sospechosa.
-Pues bien, Rosemary... Sí... Voy a decirte la verdad. Ese muchacho es el hijo de un hombre con el que yo me porté mal. Un hombre que se arruinó por culpa mía. Ha muerto dejándolo en la más espantosa miseria. Creo un deber de conciencia, ampararlo. -Duda un momento-. ¿Qué pasa? ¿Por qué me miras de ese modo? ¿Es que no me crees?- pregunto Richard nervioso.
-Me parece muy extraño, por tu nerviosismo, Has arruinado a muchos, y no trajiste sus hijas a casa... mejor cabría pensar la historia de otro modo. ¡Ese muchacho es el hijo de una mujer a la que tú has amado, es hijo de Eleonor- dijo Rosemary molesta!
Con esa acusación recta y precisa, como un venablo disparado contra la fría coraza de indiferencia con que en vano pretende revestirse Richard de Grandchester, han ido las palabras de Rosemary dando justamente en el blanco. Por un momento ha pareado a punto de estallar en uno de sus arranques de violenta cólera. Luego, lentamente, se ha dominado, porque aquella mujercita rubia y frágil, doliente como una flor de estufa, es la única persona que parece tener la facultad de amansar en él los ímpetus bravíos, de resolver sus tormentas en una sonrisa o en un gesto ambiguo que cuaja después en forzada actitud galante.
-¿Por qué te empeñas en pensar siempre lo que más pueda mortificarte? •-. -Pienso mal para acertar... y acierto, por desgracia.- dijo Richard molesto.
-En este caso, me parece extraño tu actitud de gratitud, ¿De qué amor es el fruto esa criatura? ¿Por qué no tiene nombre? Ese hombre a quien arruinaste, a quien quieres satisfacer recogiéndole el hijo, ¿qué apellido tenía? ¿Cómo se llamaba?- pregunto molesta Rosemary.
-Bueno, el caso es que el muchacho es hijo natural de este hombre de que hablo, q no llegó a darle el apellido... Se descuidó, son cosas que pasan. Al prometerle hacerme cargo de él, tranquilizaba, además, su conciencia. Y no querrás que falte a la promesa que hice a un hombre que murió bendiciéndome, sólo porque en esa linda cabecita le ha entrado una idea tan descabellada como la que acabas de manifestar.- dijo Richard.
-No me vas a convencer con historias sentimentales...- dijo Rosemary molesta.
-Entonces tendré que concretar las cosas: he prometido, he jurado ayudar al muchacho... No creo que pueda molestarte en lo más mínimo. Yo mismo me encargaré de educarlo...- dijo Richard.
-¿Cómo a otro hijo...? -insinúa amargamente Rosemary.
-Como un amigo y leal servidor de Anthony -corta, tajante, Richard. Le enseñaré a quererlo, a defenderlo como un hermano para nuestro hijo," a prestarle su ayuda y su protección cuando llegue el caso, recuerda que nuestro hijo es un poco débil, en cambio ese muchacho, es fuerte, salvaje, podrá protegerlo siempre-afirmo.
-¿ese muchacho va a proteger a nuestro hijo?- pregunto molesta.
-¿Por qué no? Nuestro hijo no es fuerte ni audaz. - afirmo
-Me lo echas en cara como si yo fuera la culpable de que mi hijo fuera débil- dijo molesta.
-No, Rosemary, no quiero llevar esta discusión adelante, pero si hemos de considerar la verdad, nuestro hijo, por un exceso de cuidados y mimos de tu parte, no es lo que debiera ser para las luchas y responsabilidades que caerán sobre él el día de mañana. Ya te lo dije antes: le falta valor, fuerza, audacia. Tiempo es que comience a adquirirlas cuanto antes'.- dijo Richard.
-Mi hijo irá a educarse a Europa. No quiero que se haga hombre en este medio salvaje y cuando sea joven mi amado hijo se casara con la tierna Candy, la hija mayor de Eloy Andrew. – dijo contenta.
-Deja de hablar ridiculeces Rosemary, los compromisos arreglados, no duran para siempre- dijo Richard enfadado, tú no sabes lo que pasara en el futuro, no sabes de quien se enamorara Anthony.
-Me estas faltando el respeto Richard, Anthony y Candy, son los mejores amigos, mi hijo me dijo que es la niña de su corazón, siempre paran juntos, no hay mejor esposa para Anthony que no sea la tierna Candy- afirmo contenta.
-Hay Rosemary, contigo no se puede hablar, evidentemente de que Candy y Anthony, sean los mejores amigos y lleven una hermosa amistad, no quiera decir que en el futuro se puedan casar, además son prácticamente niños, deja que ellos crezcan y descubran sus sentimientos por sí solos, bueno no quiero discutir por tonterías.
-¿Tonterías son mis planes? – pregunto Rosemary enfadada.
-No quiero discutir, pero yo como padre tengo otros proyectos contrarios para nuestro hijo quiero que se haga hombre aquí, que conozca a fondo el terreno en que tenga que desenvolverse por sí mismo, que sepa gobernar, el día de mañana, el pequeño reino que voy a legarle, si hubiéramos tenido una niña, serías tú la que dijeras sobre ella la última palabra pero es un muchacho y necesito que se haga un hombre. Por eso hablo y mando, no quiero que lo engrías como si fuera bebito, porque no lo es, amo a mi hijo, por eso necesito que se haga hombre independiente- afirmo.
-¿Y ese chiquillo que trajiste...?- pregunto enfadada.
-Ese chiquillo es casi un hombre ya, y servirá a las mil maravillas para mi empeño. Me encargaré de enseñarle que todo se lo debe a Anthony y que es su deber dar la vida por él si es preciso. [Esa será mi venganza! -
-¿Venganza de qué?- pregunto sin comprender.
-Del destino, de la suerte, o como quieras llamarle. Te ruego que no hablemos más del asunto, Rosemary Déjame a mí arreglar las cosas.- dijo
-¡Júrame que lo que me has dicho es verdad!- dijo no convencida.
-Puedo jurártelo. No te he dicho nada que sea mentira. Además, no estoy haciendo nada con carácter definitivo. Sólo trato de darle al muchacho una oportunidad de probar que vale la pena ayudarlo. De lo que él me demuestre ser, dependerá su porvenir. Si tiene en las venas la sangre que dice que tiene, sabrá demostrarlo.- afirmo.
-¿Qué sangre?- pregunto Rosemary.
Albert, llega en el preciso instante en que la situación se hace ya insostenible entre los esposos, dice: ¿Puedo entrar?..
-Adelante, Albert -invita Richard, aspirando profundamente y agradeciendo en su fuero interno la llegada de su amigo-. Llega usted en el momento oportuno de que tomemos ese aperitivo de que hablé antes. No te molestes, Sofía. Yo mismo ordenaré que lo traigan. -Y al decir esto se aleja, dejando solos a Rosemary y a Albert.
Rosemary ha hecho un vago ademán de detenerle, tensa el alma en la respuesta no obtenida a sus últimas palabras, pero queda inmóvil, turbada por aquella mirada con que Albert, parece envolverla, adivinando hasta sus más recónditos pensamientos.
-A veces vale más no ahondar demasiado en las cosas, ¿ver-dad? Admitir, sin profundizar demasiado, que hasta los mejores hombres tienen, caprichos, debilidades y cometen errores lamentables, que con un poco de indulgencia pueden disimularse,-evitando males mayores.- dijo Albert.
-¿Qué trata de decirme, señor Albert?- pregunto Rosemary.
-En concreto nada, señora. Hablaba por hablar, como hablo muchas veces; pero mientras cruzaba esta preciosa casa, para acercarme aquí, pensaba que son ustedes un matrimonio realmente dichoso y que conservar esa felicidad merece cualquier pequeño sacrificio de amor propio.- dijo Albert.
-¿Para qué me está preparando. Albert? - pregunto Rosemary molesta.
-Para nada, señora... ¡qué ocurrencia! Es usted demasiado sensata para necesitar de un consejo mío, más si por casualidad me preguntara cuál es en mi opinión la mejor forma de llevarse con el señor Grandchester yo le respondería que esperara. Mi padre, que fue notario de los Grandchester, en Francia, me decía siempre: "La cólera de un Grandchester es como un huracán: violenta, pero pasajera". Oponerse a ella en el momento del arrebato, es una verdadera locura. Pero pronto pasa, y entonces es el momento de reparar lo que destrozaron...- dijo Albert.
-No entiendo, lo que quieres decirme, lo único que sé es que no me gusta la presencia de ese chiquillo- dijo Rosemary molesta.
-No se enfade, señora, recuerda que las mujeres son más hermosas cuando sonríen – dijo Albert,
Rosemary trata de sonreír, pero igual no soportaba la presencia de ese muchacho, llamado en su casa, ni menos como un hermano para su hijo.
…
Por otro lado, Anthony con su corazón, bondadoso, tierno llevo a Terry, en su habitación y lo hizo probar su traje que lo quedaba grande.
Terry, no estaba a gusto vestirse como Anthony, a él le gustaba andar como siempre.
Pero Anthony, lo empezaba a querer como un hermano, el hermano que nunca tuvo y le dijo:
-Pruébate hermano Terry, quiero que andes bien vestido, desde ahora tu vida va cambiar, no estarás solo, me tendrás a mí que te va querer como un hermano y a mi padre que te amara como un padre, pruébate esa ropa, te vas a ver bien guapo, más guapo que yo- dijo Anthony sonriendo.
Terry, al mirar ese dulce gesto de su hermano menor, le dice:
-Está bien, me lo probare, en ese momento se probó la ropa de su hermano.
Al terminar de cambiarse, Terry, parecía otro joven.
-¿Ves que bien, estás? Pareces otro chico. Mírate en el espejo -dice Anthony a Terry.
-¿El espejo...?- pregunto Terry.
-El espejo, claro... Aquí. Mírate.- dijo Anthony, llevando a Terry a su espejo.
- ¿No habías visto nunca un espejo?- pregunto Anthony.
-Tan grande, no. Es como un pedazo de agua quieta- dijo Terry, pasando la mano sobre el espejo,.
-No le pases la mano, que lo ensucias –prohíbe George, el criado, al entrar a la habitación, cogiendo su mano.
-Déjalo en paz. Papá dijo que no lo molestara nadie.- dijo Anthony, defendiendo a su hermano.
-¿Y quién lo está molestando? ¿Qué más quiere él? Terry ha retrocedido un paso para mirarse de pies a cabeza en el espejo que tiene delante. Es, efectivamente, como un gran trozo de agua quieta que le devuelve entera su imagen... una imagen en la que parece otro, aunque es la primera vez, en los doce años de su vida, que puede contemplarse como ahora lo está haciendo. Hay un gran asombro de sí mismo en la oscura mirada. Aunque tiene la misma edad que tu Anthony Grandchester, es bastante más alto; su cuerpo, delgado y musculoso, tiene agilidad de felino; sus manos son anchas y fuertes, casi como las de un hombre; su frente es amplia y altanera, y sus rizados cabellos castaño oscuro, ahora peinados hacia atrás, la dejan libre, dándole un vago parecido con el señor de Campo Real; la nariz es recta; la boca, firme y apretada en gesto amargo, que haría demasiado duro aquel rostro infantil sin los grandes ojos, aterciopelados... aquellos admirables ojos azules, iguales a los de Eleonor Bertolini.
-No sé quién será ella, ni tampoco me interesa, a partir desde ahora Terry es como un hermano para mí, es uno más de la familia, así que no lo moleste- dijo Anthony.
Terry sintió felicidad con la amistad de Anthony… y le dijo a George:
- A mí nadie me hace daño, porque tú no me conoces George, alguien que me trata mal o le hace daño a mi amigo, le hago pagar cien veces peor, soy capaz de matar con sangre fría a los que me desprecian o tratan mal a mi gente... Jajajajaja.
George tembló de miedo, era un muchacho salvaje…
-Ahora, ven para que te vean papá y mamá. - dijo Anthony
-¿Con el señor...? ¿Con la señora...?- pregunto Terry.
-¡Pues claro! El señor y la señora son papá y mamá.-
-Para ti, pero no para éste -interviene George, despectivo-. Yo creo que no debes llevarlo al salón.- afirmo.
-¿Por qué no? Papá me dijo que tenía que enseñarle toda la casa, mis libros, mis cuadernos, mis trebejos de pintar, mi mandolina y mi piano- dijo Anthony.
-Enséñale todo lo que gustes, más si no quieres disgustar a la señora, no lo lleves al salón, ni a su cuarto, ni a donde ella pueda mirarle. ¿Entendiste? Y tú, entiéndelo también: si quieres quedarte en esta casa, no te pongas por delante a la señora.- dijo George.
Solo, en aquella aislada habitación que es a la vez biblioteca y despacho, Richard Grandchester ha vuelto a leer la carta que hundiera, arrugada, en sus bolsillos. La ha leído lentamente, desmenuzándola, deteniéndose en cada palabra, tratan-do de penetrar hasta el fondo cada una de sus frases. Después va hacia la pared central y, apartando unos libros, busca en el fondo de un estante la puerta disimulada de una pequeña caja de hierro, y arroja allí el papel, como si le quemara las manos.
-¡Eh! ¿Quién anda ahí? -indaga al oír cerrarse, cautelosa-mente, una puerta.
-Yo, papá.- dijo Anthony.
-Anthony, ¿qué haces escondiéndote en mi despacho?- pregunto Richard.
-No estaba escondiéndome, papá. Entraba para darte las buenas noches...- dijo Anthony.
-En todo el día no había vuelto a verte. ¿Dónde estabas?- pregunto su padre.
-Con Terry...- contesto Anthony.
-¿Cómo le quedó, por fin, tu traje?- pregunto su padre.
-Como hecho para él. A mí me quedaba grande, muy grande. Lo que no le sirvieron fueron mis zapatos. Se lo mandé decir a mamá con Bautista, más ella dijo que no importaba que estuviera descalzo. Pero eso es feo, ¿verdad?- dijo Anthony dulce.
-Sí, muy feo. ¿Dónde está ahora Terry?- pregunto su padre.
-Lo mandaron acostarse.- dijo Anthony.
-¿Dónde...?- pregunto el duque.
-En el último cuarto del patio de los criados –explica Anthony, en tono compungido-. George dijo que así lo mandaba mamá.
-¡Ya! ¿Y por qué no te acercaste a mí en todo el día?- pregunto Richard.
-Porque andaba con Terry, y George dijo que mamá no quería que Juan se le pusiera por delante. Y como tú has estado todo el día con mamá... Claro que tú me habías mandado llevarlo por toda la casa, mas como dijo eso George... ¿Hice mal?- pregunto Anthony.
-No. Tienes que obedecer a tu madre, como es natural.- dijo Richard.
-¿Y a ti no?- pregunto Anthony.
-A mí más que a nadie -contesta Richard, tajante-, Mañana nos pondremos de acuerdo tu madre y yo. Ahora, ve a acostarte. Buenas noches. ..- dijo Richard.
-Buenas noches, papá.- dijo Anthony.
-Aguarda... ¿Qué te parece Terry? – pregunto Richard.
-Me encanta, lo quiero como un hermano- dijo Anthony contento.
-¿Te has divertido con él? ¿Has jugado? ¿Le has enseñado tus cosas? – pregunto Richard.
-Sí, pero no le gustaron. Estaba muy serio y muy triste. Después salimos al jardín... nos fuimos más allá, y entonces comenzó lo bueno: Terry sabe montarse en los caballos sin ensillarlos, y tirar piedras, tan fuerte y tan alto, que alcanza a los pájaros que van volando... Y caza lagartijas y sapos. Cogió viva una serpiente con una horqueta que hizo de un palo, y le dio vuelta y la metió en una caja. Y no lo mordió, porque él sabe cómo agarrarla. Me dijo que si tuviéramos un bote iba yo a ver cómo se pesca... porque él sabe tirar las redes y sacar peces.-dijo Anthony.
-Me lo imagino. Supongo que ése fue su oficio.- dijo Richard.
- ¿De veras, papá? ¿No es mentira que él puede andar solo en un bote por el mar?- pregunto Anthony.
-No es mentira... pero sigue contándome. ¿Qué más pasó con Terry?- pregunto Anthony.
-Se burlaron de él en la barranca porque andaba descalzo y con mi traje de paño azul... Le dio una trompada al que estaba más cerca, el cual era más grande que él, y lo tiró de espaldas. Los demás se fueron. Pero no vas a castigarlo, ¿verdad, papá?- pregunto Anthony.
-No. Hizo lo que me gustaría que tú hicieras si se rieran de ti alguna vez.- dijo Richard.
-Pero de mí no se ríe nadie... Se quitan el sombrero cuando paso, y si los dejo, me besan la mano.- dijo Anthony.
-Bueno mi niño, lo que quise decir es que aprendas a defenderte, a valerte por ti mismo- dijo Richard.
-Sí, papito, aprenderé- dijo Anthony, no permitiré que nadie me haga daño.
-Oye hijito, ¿Qué raro que no has sido a visitar a Candy?- pregunto.
-No, pude papito, pero ya me daré tiempo para visitar a mi mejor amiga, además ahora solo quiero estar más cerca de Terry, conocerlo como hermano, para que él se sienta más a gusto con mi amistad- dijo Anthony contento.
-Gracias hijo, eres un buen muchacho- dijo Richard.
-Hijo tu madre esta empecinada, con la idea de que te cases con Candy, cuando seas mayor, ¿Sientes algo por ella?- pregunto.
-Papito, apenas tengo 11 años, no pienso en matrimonio, todavía no está en mis planes, pero acepto que Candy es muy hermosa, quizás me pueda casarme con ella cuando sea mayor, pero no me gusta que mi madre se meta en mis planes porque yo voy a crecer y tendré que tomar mis decisiones por mí mismo- dijo Anthony.
-Así me gusta que hables, que aprendas a ser independiente poco a poco, te quiero hijo- dijo Richard.
Richard se ha puesto de pie con gesto extraño. Ha acariciado el cabello de su hijo; lo empuja suavemente hasta la puerta del despacho y lo despide:
-Vete a dormir, Anthony. Hasta mañana- dijo Richard.
Richard Grandchester ha cruzado su enorme casa, llevando en la mano una pequeña lámpara de petróleo, ha atravesado el patio de los criados hasta llegar a la entornada puerta de aquel último cuarto, donde sobre un jergón de paja, rendido por las duras emociones del día, duerme el pequeño Terry.
Un instante alza la luz, iluminándolo. Mira el pecho desnudo, la cabeza bien formada, el rostro de nobles y regulares rasgos... Así, con, los ojos cerrados, parece borrarse en él el parecido maternal, y los duros rasgos de la raza paterna destacan en el rostro infantil...
-¡Hijo! ¿Hijo mío...? ¡Quizás... Quizás... ¡ Una duda sutil y penetrante, una duda que al brotar parece romper en su corazón algo duro y frío, subiéndole del pecho a la garganta, como puede subir la lengua quemante de una llama, ha inundado el alma de Richard Grandchester. Solo, contemplando a aquel niño que duerme, ha sentido por fin el impulso buscado en vano desde antes... Puede que Bertolini no mintiera, puede que fueran verdad sus últimas palabras... Y, por primera vez, no es un sentimiento indefinible, mezcla de curiosidad y rencor, lo que le llena el alma. Es como un hondo orgullo, como una profunda satisfacción, un violento deseo de que, en verdad, sea de su propio tronco aquélla rama robusta, ruda y audaz, síntesis ardiente de su espíritu de aventura y de combate. Cualquier hombre podría estar orgulloso de pensar hijo suyo a aquel muchacho extraordinario, endurecido como un hombre frente a la desgracia, y la pregunta se hace afirmación en sus labios:
-¡Hijo mío! ¡Sí! ¡Hijo mío...!
Con emoción que le hace temblar, descubre los rasgos iguales: la frente recta y altanera, las cejas anchas y pobladas, el enérgico mentón cuadrado y duro, los largos brazos musculosos, el pecho alto y ancho... y, por contraste doloroso, piensa en Anthony, rubio y frágil, aun cuando brilla en sus ojos claros la mirada de una inteligencia superior; en Anthony, tan igual a su madre, heredero legal de su fortuna y su apellido, su único hijo ante el mundo...
-¡Richard! -le interpela Rosemary con voz alterada, penetran-do en el humilde recinto-. ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí? ¿Qué significa esto?
-Soy yo el que puedo preguntarte -dice Richard, rehaciéndose de la sorpresa-. ¿Qué significa esto, Rosemary? ¿Por qué no estás ya descansando?
-¿Puedo acaso descansar, cuando tú visitas a este demonio?- pregunto Rosemary molesta.
-No hables así, de ese muchacho- dijo Richard molesto.
-¿Quisiera saber desde cuándo vas tú, con una lámpara, comprobando y velando el sueño de los criados?- pregunto Rosemary molesta.
-¡No es un criado!- dijo Richard molesto.
-¿Qué es? ¡Dilo de una vez! ¡Dilo... porque no entiendo tu cariño por ese niño sargento- dijo Rosemary molesta!
-¿Eh? ¿Qué? -es Terry que despierta a causa de las alteradas voces-. El señor Grandchester. La señora...
-No te muevas... quédate donde estás... Duerme... descansa y mañana ve a buscarme en cuanto te levantes -le dijo Richard.
-¡Para que me hagas el favor de llevártelo de esta casa!- dijo Rosemary molesta.
-¡Calla! ¡No vamos a hablar delante del muchacho! Bruscamente la ha tomado del brazo, obligándola a salir al patio, encendidos los ojos con aquel arrebato de cólera violenta que le es tan peculiar, y con ira a duras penas contenidos, la acusa:
-¿Es que has perdido el juicio, Rosemary?
-¿Crees que me falta razón para perderlo? -se exalta Rosemary. ¿Crees que no tengo motivos para estar desesperada? ¡Estabas ahí, viéndole dormir, contemplándole como nunca miraste a nuestro Anthony!
-¡Basta, Rosemary, basta...!- dijo Richard furioso por la ira de su esposa, ya no sabía que decir…
-¡Ese niño es tu hijo! No puedes negarlo. Es tu hijo. Tu hijo con esa maldita mujer con la que siempre me has engañado. ¿De qué charca lo sacaste para traerlo a mi hogar, para darlo por compañero a mi hijo?- pregunto Rosemary amarga.
-¿Vas a callarte?- dijo Richard molesto.
-¡No! ¡No me callaré! ¡Que me oigan los sordos! ¡Porque no voy a tolerarlo! ¡Es hijo tuyo y no lo quiero aquí! ¡Sácalo de esta casa! ¡Sácalo, o seré yo la salga con mi hijo!- dijo Rosemary molesta.
-¿Quieres dar un escándalo?- pregunto molesto Richard.
-¡No me importa! ¡Saldré para Saint-Pierre! El Gobernador. ..- dijo Rosemary molesta.
-¡El Gobernador no hace nada sino lo que a mí me dé la gana!- dijo Richard molesto.
Asegura Richard bajando el tono de voz, que lo vuelve más amenazador-. ¡Vas a hacer el ridículo!
-El Mariscal Pontmercy fue amigo de mi padre, conoce a mis hermanos... ¡El tendrá que ampararme! ¡Porque yo...!- dijo Rosemary amarga.
-¡Calla! ¡Calla!- grito Richard, molesto, casi dándole una golpiza a su esposa...
-¡Papá.. .! ¿Qué le haces a mamá...? –grita Anthony, acercándose angustiado.
Richard ha bajado la mano y locamente apretaban sus manos; ha retrocedido tambaleante, mientras su hijo le hace frente con impulso fiero:
-¡No la toques! ¡No le hagas daño, porque es mi madre, mi madre es sagrada...!- dijo Anthony molesto, decepcionado de su padre.
-¡Anthony! –exclamo su padre.
-¡Yo te mato si tú le pegas a mamá!- dijo Anthony, llorando.
Anthony ha retrocedido aún más, apagada de pronto su rabia, totalmente desconcertado... Un momento mira sus manos que llegaron hasta el cuello de Rosemary, luego; bruscamente, vuelve la espalda y se pierde entre las sombras...
-¡Anthony!... ¡Hijo!... -exclama Rosemary, rompiendo a llorar.
-Nadie te hará daño, mamá. Nadie va a hacerte nunca daño. Al que te haga daño, ¡yo lo mato!
Anthony, abraza a su madre, pensando que era una víctima, sin saber que quiere desaparecer a Terry de su casa, A Rosemary no le caía bien Terry porque sospecha que es hijo de su esposo con su ex amante Eleonor.
Continuará…
…
Primer capítulo de Corazón Salvaje... Como dije al principio, es una adaptación a las obras de la inigualable Caridad Bravo Adams, no tengo muy buena memoria, así que cualquier cosa puede pasar en esta historia, siempre creí que mi hermoso Terry podría ser el perfecto pirata Juan del Diablo y mi adorable Candy, como la tierna Mónica, no se olviden que cuenta las participaciones antagónicas de Eliza como Aimé y Anthony como Renato.
No se pierdan el segundo capítulo de Corazón Salvaje, es una historia de amor con el adorado pirata Terry y la Santa condesa Candy Pecosa…
Fue mi novela favorita, por eso lo hice una adaptación. Jejeje, quien me acompañe con esta aventura y sueño de ver a mi Terry como el pirata Juan del Diablo. Disculpa si tuve un error en la redacción, espero que les guste este fic…
¿Qué les pareció esta historia?, gracias por sus comentarios y espero que me sigan apoyándome con sus comentarios.
