Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino le pertenecen a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi, y la historia Corazón Salvaje no me pertenece sino a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
¡Holaaaa! Yo de nuevo por aquí, por lo que veo tuvo buena aceptación el fic ¡Yupiiii! —Brinca de felicidad porque de verdad le gusta esta historia— Estoy muy feliz porque les guste.
Bueno en este capítulo veremos la continuación del anterior y sucesos posteriores de Corazón Salvaje con Candy y Terry.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, " Eliza (Aimé) Terry (Juan)", de ahí viene la parte más romántica "Candy (Mónica) y Terry (Juan)" y la última el desenlace y final de "Terry (Juan del diablo)" versión (Terry Pirata)
Acercándose al final de la primera parte… todavía falta mas o menos para terminar con la primera parte… pero casi estamos acercándonos al final
Primera Parte...
Terry (Juan) Eliza (Aimé).
Capitulo 11
—¡Mi Anthony!
—Mamá…
Ansiosamente, como si las pocas horas de ausencia hubieran sido largos años, Rosemary Grandchester estrecha a su hijo contra el pecho, le separa después un poco para mirarle con aquella sonrisa de emoción y de orgullo que sube a sus labios cada vez que le ve, y se interesa:
—¿Hicieron buen viaje? Tardaron mucho. Yo ya estaba inquieta…
—Vinimos despacio para no fatigarlas más de la cuenta. Y, además, mirábamos el paisaje… Aquí están. No creo que sea preciso una presentación…
—De ninguna manera —niega Elroy acercándose—. Estoy encantada de volver a saludarla, Rosemary.
—Bienvenida a esta casa, Elroy. Mejor dicho: Bienvenidas. Candy, Eliza
Las chicas saludaron con cortesía a su tía Rosemary.
Ha mirado con ansia a Candy, como midiendo y valorando su casta belleza. ¡Qué linda y señoril parece bajo su traje negro! La frente pura bajo las colitas rubias, profunda la mirada y el gesto dulce y grave. Rosemary la contempla exquisita, perfecta, pero Candy ha sonreído echándose suavemente a un lado, al aclarar:
_Que bella mi amada sobrina Candy, que gusto que hayas venido.
—Gracias, señora de Grandchester. Aquí tiene usted a Eliza.
—¡Oh…! —reacciona Rosemary, sorprendida—. También es muy bella, —luego, afectuosa, exclama—: Hija mía… creo que puedo llamarla así, ¿verdad?
—Naturalmente, madre —interviene Anthony en tono jovial—. Y mi único anhelo es que, cuanto antes, puedas hacerlo con todos los derechos. Cada día que pasa modifico el proyecto de apresurar la boda, dándole mayor brevedad a la espera.
—Es lo que yo digo. ¿Para qué esperar? —afirma Rosemary.
Candy queda triste.
—Tía, recién llegamos … —reprocha débilmente Eliza.
—No te ruborices, hijita, tu también estas hermosa —dijo Rosemary sonriendo. —.
_Gracias tía.
_La boda será dentro de cuatro semanas.
_ ¿Tan rápido?
_Claro que sí, pero si recién acabamos de llegar.
_Si, pero ya no puedo esperar más, yo quiero ver a mi hijo casado lo mas pronto posible, ¿Tu que opinas Elroy?
Elroy mira la tristeza de su hija Candy, pero aun así acepta que su hija Eliza se case con el hombre que ama.
_Si tú ya lo has decidido, quiere decir que esta bien, para que esperar más.
La señora Elroy ha dicho exactamente lo que yo pienso: ¿Para qué darle plazos a la felicidad? Mi hijo te quiere y, según sus informes, tú correspondes a sus sentimientos. No hay nada, pues, que se oponga a que esa boda, que todos deseamos, se celebre en seguida.
—¿En seguida? —casi se escandaliza Eliza.
—Bueno, es una forma de decir. Me refiero al tiempo indispensable para preparar las cosas, ya que el único inconveniente que suele haber en estos asuntos, que es el no conocerse bien, es imposible en un caso como el
de ustedes, pues son amigos desde niños. —Luego, dirigiéndose a la señora Rosemary, afirma—: Son muy bellas sus hijas. Elroy. Bellísimas ambas. Cada una en su tipo, me parece perfecta.
—Es usted muy amable, Rosemary —agradece Elroy
—Amable fue la naturaleza siendo tan pródiga con ellas. De Eliza ya tenía muchas noticias por Anthony , pero Candy me ha sorprendido extraordinariamente, y apenas concibo que quiera usted encerrar en un convento semejante encanto…
En la cocina, se presenta Dorothi, la empleada de la familia Andrew.
_Bienvenida a nuestra casa.
_Gracias, ¿Dónde dejo mis cosas?, en su cuarto, dentro de la cocina, hay varios cuartos para criadas como nosotras, la que mas te gusta, elije.
_Claro.
Dorothi, se dirige dentro de la cocina, había varias habitaciones para criadas, habitaciones sencillas, pero bonitas y arregladas, ella elije la que mas le gusta y se queda ahí, luego se dirige a la cocina para ayudar a las demás criadas a servir el almuerzo.
_Lo que no entiendo, es porque el señor Anthony se va casar con la señorita Eliza, si cuando eran niños se querían mucho, hasta parecían enamorados.
_Lo que pasa, es que la niña Candy, decidió meterse de monjita, pero al parecer se arrepintió, es por eso el joven Anthony, tomo a la niña Eliza como esposa.
_Bueno si la señorita Candy no quiso casarse con el señor Anthony, esta bien que se case con la hermana, con tal de ver a mi niño feliz. - dijo Pony.
_A mi no me parece, dijo Flanmy, la sobrina de George, yo siempre pensé que la señorita Candy y el señor Anthony se querían mucho, sino que la señorita Eliza se metió en ese compromiso con su demasiada coquetería.
_Mi niña es una santa, no es loca como usted cree, no permitiré que hable mal de mi niña Eliza- dijo Dorothi, defiéndela.
_Perdóname, no debo hablar mal de nadie, yo solo soy una simple sirvienta, con permiso
La ahijada de Rosemary se dirige a la sala.
¡Ah! Flanmy… acércate…
De la semipenumbra de la ancha galería, con suavidad de sombra, ha surgido Flanmy, acercándose lentamente. Viste lo mismo que las otras doncellas que, de cerca o de lejos, miran a las viajeras: la falda amplísima, el corpiño ajustado, el redondo escote rematado por un ancho encaje y el típico pañuelo de Madrás cubriendo su cabeza, a la moda de las mujeres nativas. Pero son de oro macizo las argollas que penden de sus orejas, de filigrana coral y perla los collares que cubren su cuello. Usa medias de seda y va primorosamente calzada. También sus manos, cuidadas con esmero, revelan su verdadero lugar en aquella casa opulenta, y su presencia silenciosa hace que asome la curiosidad a los ojos de Elroy y de Eliza. Dándose cuenta de ello, Rosemary explica:
—Flanmy, es mi ahijada. Mi hija adoptiva, como quien dice. Ella se ocupará de agasajarlas a ustedes más que yo misma, ya que, por desgracia, tengo tan poca salud que todo en la casa está en manos de ella. —Luego hace la presentación oficial—: Flanmy, ésta es Eliza…
—Tanto gusto… —saluda Eliza en forma por demás fría.
—Es mío el gusto y el honor. ¿Cómo están ustedes? ¿Han hecho buen viaje?
—Excelente, hijita, excelente —agradece Elroy la deferencia de la mestiza—. Pero confieso que no puedo más… son muchas horas en ese coche.
—Llévalas a sus habitaciones, Flanmy —ordena Rosemary—. Pero, espera un momento. Creo que yo también puedo ir con ustedes.
—Apóyate pues en mi brazo, mamá —ofrece Anthony.
—No es preciso que se moleste usted… —empieza a disculparse Eliza.
—Al contrario, hijita —la interrumpe Rosemary—. Es un placer del que no quiero privarme. Ojalá y esos cuartos sean del agrado de ustedes. Hemos puesto el mayor empeño. ¿Vamos?
—Esto es lo que llamamos un plantador; y es, para mí, la mejor bebida de la tierra después del famoso ron-ponche —explica Anthony con entusiasta jovialidad—. Y hasta todavía me parece mejor y más apropiada para el clima. Pero, sobre todo, es cosa del campo. En Saint-Pierre se bebe poco. Es jugo de piña con ron blanco, y el complemento ideal para algo que vamos a comer inmediatamente: los acrés de la amistad. ¿Quiere usted hacer que los sirvan, Flanmy?
Flanmy ha respondido sólo con un movimiento de cabeza, desapareciendo tras la amplia puerta. Están en aquel lado de la ancha galería anexa al comedor, donde, según costumbre martiniqueña, se pasa largo rato tomando aperitivos o cocteles antes de pasar a la mesa. Criados color de ébano, vestidos de blanco, se mueven llevando y trayendo carritos cargados de licores y botellas. En grandes jarras de cristal se sirven las bebidas frescas, jugos de frutas reforzados con ron, y en bandejas de plata, entre otras golosinas, las pequeñas frituras cargadas de especies, símbolo de amistad y bienvenida en las antillanas islas francesas de Guadalupe y la Martinica.
—Esto, supongo que sí lo han comido ya —advierte Anthony.
—Naturalmente —replica Eliza—. Nos estás tratando como a extranjeras.
—Como a una soberana que pisa por primera vez su pequeño reino quisiera yo tratarte, Eliza. Tengo la pretensión de que Campo Real es un mundo nuevo, un mundo en miniatura, pero un mundo al fin, y ese mundo les está saludando, en este momento, con lo mejor que tiene. Aquí hay un nuevo coctel de mi invención.
—¿Qué es? —indaga curiosa Eliza.
—Una variedad del plantador: jugo de piña, pero con champaña en vez de ron. ¿Qué te parece?
—¡Fantástico! Lo mejor que he tomado en mi vida.
_Que bueno, la boda se celebrara en la capilla Santa María, porque todos los Grandchester, se han casado.
_Bueno si tu lo dices, así será.
_Lo importante es que Eliza sea una gran esposa para mi hijo, lo atienda como se debe, lo ame y le de muchos hijos, porque ¿Para eso se casa, no linda?
_Si tía.
—En ese caso, le pondremos tu nombre, Eliza, y brindarán por ti nuestros nietos cada vez que lo beban. Hay un estallar de murmullos y risas de aprobación, mientras a una indicación de Sofía pasan todos al lujoso comedor de la mansión de Campo Real.
La suntuosa comida toca a su fin. Ya han pasado a un salón próximo para tomar los licores y el café, y a compartir éstos, así como a conocer a las Andrew, han llegado propietarios de fincas vecinas. Aprovechando el momento en que nadie la mira, Candy ha escapado de todo eso, ha bajado las escalinatas de piedra, ha cruzado el jardín y se aleja de la casa, como si huyera. Parece que se asfixia, que se ahoga bajo los artesonados del techo, entre las lujosas paredes tapizadas como para otro clima, como para otro mundo. No puede más. A los vapores de aquellas cálidas bebidas traicioneras se encienden en su mente mil imágenes atormentadoras, y es fuego, en vez de sangre, lo que circula bajo su piel. No puede ya soportar la presencia de Anthony. No puede verlo junto a Eliza, encendidos los ojos de amor y de pasión. No puede soportar la hipócrita sonrisa con que ella parece responder a aquel amor que él brinda apasionado y ciego.
Ha cruzado un bosque de cacao, un platanal espeso, y se detiene contemplando, entre los troncos flexibles de las palmas de coco, la enorme hoguera encendida frente a una barraca. También hay fiesta en aquel mundo bajo y lejano; también, como allá arriba, los aromáticos licores circulan aquí de mano en mano, y los gruesos dedos negros tamborilean sobre los parches. Es una música salvaje, monótona y ardiente: música arrancada al corazón del África, música que en la tierra antillana tiene, sin embargo, un nuevo sentido, un vaho de naturaleza primitiva, de pasiones desatadas, a cuyo ritmo se agitan en danzas lúbricas los negros cuerpos. Y el alma torturada de la novicia,
se estremece. Temblando, las blancas manos se juntan para la oración:
—Señor… Señor… dame valor, dame fuerzas. Arráncame a todo esto. Vuélveme a mi convento. Vuélveme a mi convento, Señor…
—¡Candy! —exclama Eliza acercándose sorprendidísima a su hermana.
—¡Eliza! ¿Qué haces aquí? ¿Qué buscas? —se alarma Candy saliendo de su momentánea abstracción.
—Caramba… es lo que iba a preguntarte yo precisamente: ¿Qué haces aquí? No es éste tu lugar. —Luego, con la ironía rebosando en sus palabras, comenta—: Sería fantástico que te gustara todo esto…
Ha vuelto la cabeza para mirar, a través de los árboles, la larga fila de mujeres negras, que se trenza y retuerce alrededor de la hoguera, como una enorme sierpe. Van semidesnudas. A la luz rojiza brilla el sudor sobre las carnes prietas. De pronto, entran los hombres. Llevan, también, los torsos desnudos, en alto los machetes de trabajo en cuyas hojas tiembla, como sangre, el resplandor de la hoguera.
—A mí esto me fascina y, al fin y al cabo, somos hermanas —recalca Eliza sin abandonar su tono irónico—. Tenemos puntos de contacto, algunos muy notables. Este puede ser uno de ésos.
—¿Para qué dejaste a Anthony? ¿Dónde? ¿Por qué? —soslaya Candy, haciendo caso omiso de la mordacidad de su hermana.
—No te preocupes por él. Está encantado de la vida bebiendo sus refrescos con champaña. ¡Qué infantil, qué ridículo me resulta Renato a veces! ¡Oh!, pero no te molestes en indignarte.
De todos modos, me casaré con Él
. No se desprecia un partido semejante. Es, efectivamente, el hombre más rico de la isla.
—¿Y sólo por eso…?
—Por eso y por todo lo demás, Santa Candy…
—¡No me llames así! —estalla Candy, ahora indignada de verdad.
—Ya sé que no lo mereces. Te gusta este espectáculo salvaje, lo prefieres a la contemplación de Anthony… tu Anthony.
—¡Ni es mío ni tienes por qué llamarlo de esa manera!
—Claro que no es tuyo. Eso ya lo sé. Nunca fue tuyo. Te diste el lujo de quitármelo, o de hacer que me lo cedías; pero, en realidad, nada me diste, porque no tenías nada que darme.
_El que eligió fue él, y me eligió a mí. ¿Qué quieres, hermana? Mala suerte… Pero, vamos… mamá te echó de menos. Me preguntó dónde estabas y yo salí a buscarte. Por una vez me tocó a mí el papel de hacer volver al redil a la oveja descarriada pero si tardo demasiado, nos echarán de menos a las dos.
—¡Vuelve tú, que eres la que importa que estés allí!
—No lo creas. Aún hay dos vecinos de visita. Anthony te agradecerá que los entretengas… Todo lo que le obligue a no ocuparse sólo de mi le molesta. Claro que a mí no me interesa, pues yo preferiría quedarme aquí. Es la primera cosa interesante que veo en Campo Real, porque lo que es la momia de mi suegra y el caserón pintado de purpurina, es como para morirse de aburrimiento. —Eliza ríe suavemente y objeta con sorna—: No me mires con cara de espanto. Las cosas son tal como las pensé. Esto se puede soportar un mes al año… el resto lo pasaremos en Saint-Pierre. Te aseguro que el arreglo de la casa de la capital va a empezarse de inmediato y completamente a mi gusto. Ya tengo la palabra de Anthony. ¿Te sorprende?
—De ti no me sorprende nada. Pero óyeme, Eliza: no vas a hacer desdichado a Anthony. ¡No lo consentiré!
—¡Haré lo que me dé la gana, y ni tú ni nadie…!
—¡Eliza…Eliza…! —la interrumpe la voz de Anthony que la llama desde lejos.
—Ahí está. Salió a buscarme —señala Eliza, plenamente satisfecha—. No puede estar sin mí… No puede vivir sin mí. ¿Comprendes? Él, y no tú, me da con eso todos los derechos.
—¡Eliza… Eliza…! —vuelve a llamar Anthony, ahora ya más cerca del lugar donde se hallan las dos hermanas.
—Aquí estoy, Anthony…
Solícitamente acude Eliza al encuentro de Anthony, mientras, a favor de la oscuridad, Candy retrocede, buscando pasar inadvertida bajo la sombra de los grandes árboles. No, no podría soportar en ese momento la presencia de él, esa presencia que ha llegado a ser como un martirio: martirio de los sentidos, a los que atormenta su voz y sus palabras para otra mujer; martirio de su alma, crucificada en cada palabra de ternura, en cada ademán de solicitud, en cada muestra de amor con que tanto soñara en vano…
—Eliza querida, ¿qué has venido a buscar aquí? —reprocha Anthony cariñosamente.
—Nada especial, querido. Salí sin rumbo a tomar un poco de aire, oí de lejos la música, vi el resplandor de las hogueras y me acerqué, pero no demasiado…
—No es para ti eso, Eliza —Anthony la ha tomado del brazo, dejando resbalar su mano de caballero sobre la fina piel, sintiendo en alma y carne la influencia de la noche, del ambiente, de la tierra dulce y salvaje; la sugestión de aquéllos cuerpos brillantes y semidesnudos que se destacan a lo lejos, en la más lúbrica de las danzas, y propone—: Vámonos de aquí, Eliza,
—¿No te gusta verlos bailar? Espera un momento. ¿No sabes lo que significa esa danza? Yo sí. Tuve una nodriza negra. Desde muy niña me dormía arrullándome con canciones como ésa. Una canción primitiva y monótona con sabor a mundos lejanos, a naturaleza exuberante: una canción de amor y de muerte…
Eliza ha pensado en Terry con un ansia que le enciende los labios, con un sacudimiento que es el resbalar de un escalofrío sobre su piel: Terry … salvaje como el mar bravío que abraza la isla ardiente, estrechándola, envolviéndola en sus fieras caricias, como si quisiera sepultarla, hundirla, acabar con ella para siempre, para al fin destrozarse sobre sus farallones de rocas o besarla en sus breves playas rubias… Terry , el loco, el pirata, que se fue jurando volver con la riqueza, para pagar, con la moneda comprada en sangre, su rescate de un mundo a otro…
—Vamos, Eliza —ruega Anthony con amorosa suavidad. El brazo de él
oprime su talle dulcemente, sus labios la buscan para un beso contenido y tierno, caricia vacía que ella está a punto de rechazar y que, al fin, acepta cerrando los ojos, como algo que resbala sin dejar huella.
Van muy juntos bajo los árboles y tras ellos marcha Candy, tan leve el paso que ni siquiera crujen bajo sus pies las hojas secas, crucificada el alma en su tormento, mientras cada vez oye más tenues las roncas voces de la fiesta negra, las que ella también escuchara desde la cuna en una canción de amor y de muerte.
—¿Estás contenta, Eliza? —inquiere Anthony con timidez.
—Pues claro, tonto, ¿no lo ves?
—Nos casaremos en seguida. Mi madre lo desea y la tuya también. No hay ninguna razón para esperar más tiempo… ¿O es que no estás segura de tu amor?
—¿Lo estás tú del tuyo, Anthony? Mira, yo soy caprichosa, no siempre estoy de buen humor. Puede que algunas veces goce con hacerte rabiar un poquito. Es mi manera de querer a la gente…
—Entonces, ¿he de traducir por amor tus caprichos?
—Naturalmente. Cuanto más te exija y más te moleste, será porque te quiero más. Cuanto menos lógica le encuentres a mis razonamientos, será que estoy más y más enamorada. Pero, claro está; tienes que quererme tú de la misma manera para soportar eso. Si no estás loco por mí…
—¡Estoy loco, Eliza! —asegura Anthony con vehemencia.
—Y es por eso que yo te adoro…
Ahora es ella quien le echa los brazos al cuello, quien busca sus labios una y otra vez. Han dejado atrás la arboleda espesa, pisan ya las veredas de arena de los jardines, cuando una sombra inquieta surge frente a ellos con unas palabras iniciales de disculpa:
—Perdón por interrumpir…
—¡Flanmy…! —estalla Anthony visiblemente disgustado.
—Dispénsenme. La señora me mandó que los buscara. Las visitas se van… preguntan por ustedes… ¿Debo decir que no les encontré?
—No tiene por qué decir ninguna mentira —responde Anthony conteniendo a duras penas su mal humor—. Vamos inmediatamente a despedirnos de ellos.
Con paso rápido se han dirigido hacia la casa. Flanmy les mira un instante, vacila, alza la cabeza, y sus ojos oscuros distinguen una forma entre las sombras. Es Candy Andrew, que da unos pasos hasta llegar al banco de piedra, desplomándose en él como sin fuerzas y cubriéndose el rostro con las manos. Sin el menor ruido, Yanina se acerca a ella, indagando con frialdad:
—¿Se siente mal? ¿No puede soportar el espectáculo?
—¿Eh? ¿Qué está diciendo?
—Usted venía detrás de ellos… No, no se moleste en negarlo, la vi perfectamente. Si no se siente demasiado mal, debería ir al salón. También notaron su ausencia… y puede haber comentarios…
—¿Y a usted qué le importa? —se encrespa Mónica, movida por una ira repentina.
—Personalmente, nada, por supuesto —responde Flanmy con suave ironía—. Sólo cumplo con mi deber de velar por la tranquilidad de la señora de Grandchester. El médico ha prohibido para ella las emociones fuertes. Necesita vivir en paz y sentirse feliz. En Campo Real puede arder la casa, con tal de qué ella no se entere. Todo cuanto yo hago es para eso, y el señor Renato lo sabe. Aquí no importa nadie más que la señora de Grandchester . ¿Comprende?
Candy, se ha erguido, pálida y fiera, con un relámpago fulgurante en las pupilas. Pero frente a su cólera, a punto de estallar violentamente, la mestiza baja la cabeza en ademán sumiso, y ofrece sincera:
—Por lo demás, señorita Andrew, aunque supongo que no le interesa, quiero decirle que cuenta usted con todas mis simpatías y con mi sincero deseo de ayudarla si alguna vez lo necesita.
—¡Jamás he contado sino conmigo misma, señorita…! —rehúsa colérica Candy.
—Yanina, simplemente —aclara la mestiza, suave y dócil—. No soy sino una criada de confianza, de absoluta confianza y absoluta lealtad para los Grandchester. Ahora, con el permiso de usted… yo sí necesito estar junto a mi ama cuando las visitas se despidan.
Candy arde de ira, pero se han secado sus lágrimas, se ha erguido su talle, se ha sentido, de repente, fuerte y altanera, y con paso firme va hacia la escalinata de piedra.
—Seis meses son una enormidad, querida —objeta Anthony.
—¿Te parece…? —titubea Eliza, con astucia.
—Claro que sí, y apelo al criterio de nuestras madres. ¿Por qué no empezamos a prepararlo todo inmediatamente? Se corren las amonestaciones, se reúnen los papeles precisos y, cuando todo esté listo, nos casamos santamente.
—¿Cuánto tardará todo eso?
—No lo sé. Cuatro semanas, cinco, acaso seis…
—¿Nada más? Pues no es posible, Anthony querido. En cinco o seis semanas no puede estar lista mi canastilla de novia. Aunque nos volviéramos locas cosiendo, necesitaríamos poco más o menos los seis meses de que hablé antes…
—Por tu ajuar de novia no te preocupes —interviene Rosemary—. Era una de mis sorpresas pero ya que ha llegado el caso, más vale que se los diga de una vez. Tu canastilla de novia, la más linda que pueda soñarse, estará aquí justamente en ese tiempo: cuatro semanas, cinco, a lo sumo seis…
—Mamá querida, creo que te comprendo —exclama Anthony profundamente contento.
—Desde luego, hijo —conviene Rosemary. Luego, alzando la voz, llama—: ¡Flanmy…!
—¿Me llamaba usted, madrina? —pregunta la mestiza, acercándose.
—Sí; trae la libreta donde apuntamos los encargos hechos a Francia, ¿quieres?
—Sí, madrina, en seguida.
Silenciosa, rápida, diligente, con aquella eficiencia que es su característica y aquella discreción que tanto tiene de indiscreta, Yanina se ha apresurado a poner en manos de la señora de Grandchester la libreta pedida. Han pasado ya varios días desde que las Andrew llegaran a Campo Real, y están juntos en grupo familiar: Anthony, apasionado; Eliza, defendiéndose entre remilgos y coqueterías; la señora Andrew, humilde y sonriente,
tratando de hacer el milagro de dar la razón a todo el mundo; pálida, silenciosa, tensa, Candy Andrew, pendiente de cada palabra, de cada gesto, como espiando el latir de los pulsos de aquel pequeño mundo que Rosemary Grandchester preside con su lánguido gesto de enferma, con la falsa condescendencia de su educación exquisita…
—Exactamente. El pedido se hizo hace casi un mes —corrobora Rosemary, tras consultar la libreta—. El mismo día que me hablaste de Eliza, de tu amor por ella.
—¿Es posible, mamá? —comenta Anthony gratamente sorprendido—. ¡Es que me adivinaste el pensamiento! Eso era lo que yo quería.
—Ya es casi lo único que queda como madre amorosa de un hijo único: adivinarte el pensamiento —observa Rosemary en un arrebato de ternura. Luego, dirigiéndose a su futura nuera, pregunta—: Y bien, Eliza, ¿te has quedado pensativa? Ya no hay problema por tu canastilla. ¿Era ésa tu única preocupación, el único motivo para esperar seis meses el feliz día de tu boda?
—Tal vez Eliza no esté segura de sus sentimientos —sugiere Candy sin poder dominar este acto impulsivo y tratando de desatascar a su hermana.
—¿Qué dices, Candy? —se extraña Sofía.
—Digo que bien puede ser eso lo que la haga dudar. A veces hace falta tiempo para darnos cuenta de una equivocación… —insinúa blandamente Candy.
—¡Tú eres quien se equivoca totalmente! —miente Eliza con gesto agresivo—. De mis sentimientos no hay duda ninguna. Ni la tengo yo, ni Anthony, puede tenerla. Y para que no sigas interpretando las cosas a tu antojo, me decido en este momento: Nos casaremos cuando quieras, Anthony, ¡cuando tú quieras! ¿Dentro de cinco semanas? Pues bien, ¡dentro de cinco semanas seré tu esposa!- miente Eliza
eliza era una esxelente actriz , sabia fingir bien que quería casarse con Anthony, estando aun enamorada de Terry, quería tener a los dos a Terry por su dominante pasión y a Anthony por su dinero.
Mientras Candy, se pone triste porque su hermana se casará con su amado Anthony sin saber que la vida le tiene sorpresa.
…
Continuara…
Aquí les dejo otra canción que identifica a la odiosa antipática y manipuladora de Eliza Andrew (Aimé de Monlar)
Esa hembra es mala … escrita por Gloria Trevi.
Voy a Presentarte a Esa,
La que se duerme en tu cama,
La que es toda una dama,
La que no te pide nada,
Pero le gusta lo mejor.
Voy a Presentarte a Esa,
La que dice que te ama,
La que nunca dice no,
La que daría hasta su vida,
Con tal de hacerte Feliz.
Esa Mujer fue mi amiga,
Maldito sea el día,
Robó lo que más quería,
Y todo por ambición,
Yo sé que ella están bonita,
Que hasta parece bendita,
Pero es un ángel caído,
Ella es una maldición.
Esa hembra es mala,
Esa hembra hace daño,
Esa hembra no quiere,
Esa Hembra te miente,
Esa hembra es mala,
Trae veneno en los labios,
Su caricia es insulto,
Para tú corazón.
Esa Hembra que ama,
Está jugando contigo,
Esa hembra perfecta,
Es puritita traición.
Gracias a todas las que me siguen en esta adaptación a la obra de Caridad Bravo Adams, bueno también incluye mis ideas, ya que es importante también mi imaginación…
Contestare sus rewiw…
Australia77: Gracias por tu comentario, ojala te siga gustando esta historia y me sigas acompañándome de ver a mi Terry como el pirata Juan del diablo.
Alce Alce: Esta historia no lo voy a olvidar nunca y la terminare hasta el final, espero que me sigas acompañándome en esta aventura.
Mia8111: Gracias por tus bellas palabras, si es la mejor novela de todos los tiempos.
Luzarda: Que bueno que te gusta, yo tambien amo a Aimé, pero prefiero a Mónica por su ternura, falta poco para la segunda parte.
Ary81: Gracias por tus bellas palabras y gracias por tu apoyo en mis historias y sobre todo en esta que es la más bonita para mí.
1: Si pronto Candy y Terry tendrán su rencuentro.
Josefina Garcia Acevedo: Gracias por tus bellas palabras.
Elvia Soan: Oh hermosas palabras mi bella amiga juntitas por corazón salvaje, ya pronto viene la parte de Mónica (Candy) y Juan (Terry).
Grace : Gracias mi bella amiga, no te preocupes Candy saldrá despechugada cuando este con Terry, él le hará más viva jejeje.
Dulce Graham: si mi querida amiga es horrible, esa Eliza (Aimé), pagara todas sus maldades pronto.
Blanca G : Ya pronto se entera Terry y le pondrá en su sitio a Eliza por traidora, ella pagara todo el daño que esta haciendo.
Lala Bell1: Si Eliza es una envidiosa, la novela es hermosa, espero que te siga gustando.
SARITANIMELOVE : Gracias por tus bellas palabras, se que es tu novela favorita y que mi adaptación te gusta, espero que me sigas acompañándome.
Carol Aragon : Si Anthony es un tontito en esta historia, pero tiene su final estable y feliz, la única que paga todas sus maldades es Eliza, gracias por acompañarme en esta bella novela, espero que te siga gustando esta adaptación..
Para todas las que leen y me siguen en esta novela, déjame decirles que estoy agradecida por sus comentarios, pronto bajare la otra adaptación de Caridad Bravo Adams … llamada Cadenas de Amargura temática fuerte para adultos, es hermosa al igual que esta bella historia, espero que me acompañen ahí también.
gracias por leer y comentar
bendiciones
Maggie Grand.
