Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino le pertenecen a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi, y la historia Corazón Salvaje no me pertenece sino a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.

¡Holaaaa! Yo de nuevo por aquí, por lo que veo tuvo buena aceptación el fic ¡Yupiiii! —Brinca de felicidad porque de verdad le gusta esta historia— Estoy muy feliz porque les guste.

Bueno en este capítulo veremos la continuación del anterior y sucesos posteriores de Corazón Salvaje con Candy y Terry.

La historia tendrá tres partes como la trilogía original, " Eliza (Aimé) Terry (Juan)", de ahí viene la parte más romántica "Candy (Mónica) y Terry (Juan)" y la última el desenlace y final de "Terry (Juan del diablo)" versión (Terry Pirata)

Primera Parte...

Terry (Juan) Eliza (Aimé).

Capítulo 14

Terry realizando su viaje para ver a su querida Eliza.

¡Arríen el foque! ¡Listos para lanzar el ancla! ¡Un bote preparado para tomar tierra!

—¿Ahora mismo? No puede ser… —refuta el segundo.

—¿Cuándo te olvidarás de decir eso? ¡Un bote para saltar a tierra!

—¿Con cuántos hombres para el remo, patrón?

—Conmigo basta…

—¡Que linda estás, hija… pero qué linda! Mírate un momento en el espejo…

Las blancas manos de Rosemary acaban de prender la corona y el velo sobre los brillantes cabellos de azabache de Eliza Andrew, mientras Elroy sonríe emocionada y las tres doncellas arreglan cuidadosamente los pliegues sobre la larguísima cola del traje de desposada.

—Ya puede sentirse feliz mi Anthony… y orgulloso el padrino que va a llevarte del brazo al altar.

—Aquí está tu rosario y tu pañuelo. Que Dios te bendiga, hija mía. ¡Qué linda estás… qué linda eres! —Se entusiasma Elroy Andrew.

El último alfiler de la cuidadosa toilette ha sido prendido, y las mujeres, que llenan la amplia alcoba, rodean a la novia entre comentarios y cuchicheos. No hay duda que Eliza está más linda que nunca en estos momentos. Por rareza están pálidas sus mejillas siempre sonrosadas, y en el rostro color de ámbar brillan, más ardientes y profundos, los grandes ojos marrones claros. Tiembla la boca roja, trémula como un botón de rosa encarnada, y hay, a pesar suyo, un fulgor de profunda satisfacción en las pupilas cuando al mirarse en la luna de Venecia, que le devuelve su imagen, se halla a sí misma codiciable y bella. Saliendo de su momentánea abstracción, pregunta:

—¿Ya es la hora?

—Hace rato… pero déjalos que esperen —aconseja Rosemary—. Hoy, aquí, la única persona verdaderamente importante eres tú, Eliza.

Ésta ha sonreído, escuchando el murmullo elegante que llega hasta ella. Jamás la casa de Grandchester, ni en sus mejores tiempos, pareció más brillante que aquella noche. Como un ascua relucen sus mármoles, sus bronces, sus espejos, sus adornos de Sévres, sus vajillas de plata… Las flores desbordan en todos los floreros y forman un camino perfumado desde la escalinata de piedra hasta la pequeña iglesia blanca, a cuyos flancos se agrupan los trabajadores de Campo Real y de las fincas vecinas, los cocheros y lacayos de los caballeros que llegaron de Saint-Pierre, los campesinos de muchas leguas a la redonda… Dos filas de criados, sosteniendo en alto antorchas, iluminan el trecho, que una noche nublada hace profundamente oscuro. De pronto, Eliza se vuelve a la señora Andrew se indaga:

—¿Dónde está Candy?

—¿Candy…? —balbucea Elroy—. Pues… pues no sé. Supongo que…

—Aquí la tienes —señala Rosemary

En efecto, Candy se acerca, y es la única que no ha cambiado de aspecto: con su eterno traje negro de mangas largas y alto cuello, con sus rubios cabellos peinados con la misma sencillez de siempre, con el pálido y exquisito rostro sin afeites donde el cansancio dejó su huella, con sus grandes ojos a la vez puros y profundos, altivos y sinceros. Y dirigiéndose a Rosemary, explica:

—El padrino está en la puerta esperando a Eliza. Y le ruega a usted que ponga en sus manos esto.

—Ponlo tú misma, hija mía, no faltaba más. Rosemary ha sonreído afectuosamente, observando, tal vez con el deseo de adivinar sus pensamientos, aquel bello rostro enigmático. Pero Candy, sin vacilar, pone el blanco y perfumado ramo de novia en la mano de Eliza, al tiempo que indica:

—El último detalle, hermana. Ya no te queda sino ir hasta el altar.

—¿No me deseas buena suerte? —pregunta Eliza con un rumor de sorna en la voz.

—Con toda el alma, hermana —afirma Candy con la mayor sinceridad.

Lentamente se acerca al altar la bellísima novia, apoyada la mano en el brazo del viejo Gobernador, que parece imponente bajo la bordada casaca de su uniforme de gran gala. La flor y nata de Saint-Pierre, de la isla entera, está en estos momentos bajo el techo de la iglesia de Campo Real, que brilla como una llamarada de oro bajo la luz de millares de velas. Junto a Anthony, lánguida, y pálida bajo el severo traje negro, Rosemary vive el minuto de emoción intensa que le da aquella boda, mientras los ojos de Anthony, fijos en Eliza, la miran como si con ella se acercase toda la dicha del mundo.

—Iriza, Eliza Andrew Villiers, ¿quieres por esposo a Anthony Grandchester Valois?

—Sí quiero…

La mano del sacerdote se ha alzado para bendecir aquellas dos frentes que se inclinan junto al altar, y en el silencio de las respiraciones contenidas vibra la emoción de aquel minuto, tan distinta en los diversos corazones… Hay lágrimas en los ojos de Rosemary y en los de ; hay una sonrisa bondadosa, indulgente, de madurez, en los labios del hombre que representa la autoridad de Francia en la lejana isla tropical; hay una plenitud de dicha pura en las claras pupilas de Renato; hay un extraño fulgor enigmático en los ojos de Eliza… y un poco apartada de los demás, junto a la puerta lateral del templo, las manos sobre el pecho, como si quisieran contener el latido desorbitado de aquel corazón que ahoga su dolor en silencio, Candy asiste a la ceremonia, casi como ausente. Sus labios están resecos y febriles; sus ojos, envidriados de tristeza, no saben ya de llanto; sus rodillas se doblan suavemente, como si fuera mucho para ellas el frágil peso de su cuerpo; y el pensamiento; que se quema en sí mismo, que arde alumbrando y consumiéndose como las velas del altar, se reconcentra en dos palabras que son una oración:

—¡Dame fuerzas! ¡Dios mío… dame valor y dame fuerzas…!

Ya brilla el aro de desposada en el dedo de Eliza, ya cayeron sobre la bandeja de plata las trece arras de oro, ya la mano del sacerdote se alza de nuevo, y sus labios van susurrando:

—Las casadas están sujetas a sus maridos como al Señor, por cuanto el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia. Vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a su Iglesia y se sacrificó por ella, porque está escrito en el Segundo Libro del Génesis, Versículo 24: «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se juntará con su mujer y serán los dos una misma carne». Cada uno de vosotros, pues, ame a su mujer como a sí mismo, y la mujer obedezca y respete a su marido… Unidos para siempre quedáis, hijos míos, con el santo y fuerte lazo del matrimonio, más fuerte aún en los que, como vosotros, tenéis el deber de dar ejemplo. Que sea vuestro hogar el modelo para los que menos saben y menos tienen. Que sea vuestra vida espejo y norma de virtudes cristianas, de bondad y prudencia, y sean la paz y la felicidad en este mundo, y la salvación eterna en el otro, los premios que el Señor os otorgue. Amén.

Sin fuerzas para acercarse, Candy ha escuchado los saludos, los parabienes; ha visto los abrazos, las manos que se estrechan, y ahora, transida de un dolor sin nombre, ve cruzar a Eliza, del brazo de Anthony, por la estrecha senda de flores que lleva a las puertas de la iglesia, y les mira alejarse y perderse, como si toda la luz del mundo se apagara de un golpe, como si se abriese la tierra para tragarse toda la belleza de la vida, como si perdiera en un instante toda su razón de existir, y en voz baja, reza:

—Hágase, Señor, Tu voluntad, así en la tierra como en los cielos…

La luz deslumbradora y violenta del rayo cercano es lo único que alumbra la playuela desierta, los altos acantilados de rocas, el mar enfurecido, todo aquel imponente concierto de naturaleza salvaje y desencadenado, que hace sonreír a Terry del Diablo, como si con todo ello escuchase la vieja música terrible que envolvió su infancia: El Cabo del Diablo, el pedazo de costa más áspera de todo el litoral, y aquella anónima playuela escondida, desconocida, casi inaccesible, que es para él entrada exclusiva y secreta a la cercana ciudad de Saint-Pierre.

A una sola flexión de sus brazos de Hércules, ha metido el bote playa adentro, librándole de la posible furia del mar. Va a echar dentro los remos cuando algo se mueve bajo el banco, e indaga airado:

—¿Qué, es eso? ¿Quién está ahí?

—Soy yo, patrón…

—¡Rayo del infierno! ¿Y qué demonios viniste a hacer? ¿Cómo te metiste ahí? ¿Por qué hiciste eso? ¡Contesta!

—Yo quería venir con usted, patrón… quería conocer a la ama nueva…

—Entrometido —pretende regañar Terry, pero su voz desdice su gesto—. ¿Quién te dio permiso de desobedecerme? ¿Y si se hubiera volcado el bote antes de llegar a tierra?

—Con usted no se vuelca. Y si se vuelca, yo sé nadar también. Me sé tirar desde lo más alto y llegar hasta el fondo buscando una moneda.

—Ya… supongo que has tenido que buscar monedas hasta en el fondo del infierno —acepta Juan. Y adoptando un gesto severo, rezonga—: Pero cuando yo doy una orden es para que se cumpla. Dije que bajaría solo y tú fuiste a esconderte en el bote.

—Yo ya estaba aquí, patrón. Desde por la tarde me había metido para que me trajera. Yo quería venir con usted. Si necesita algo en tierra, ¿quién va a servirle, mi amo?

—Bueno, está bien, Kuki. Ven, trepa por aquí… Vas a conocer la buena tierra de la Martinica, y vas a ver a la ama nueva…

Terry ha empezado a subir los acantilados con paso firme y rápido, y el pequeño Colibrí le sigue con gran esfuerzo, hasta que de pronto advierte con entusiasmo:

—¡Allá hay luces, patrón!

—¡Quieto! No es allí donde vamos. Es más cerca… por este lado. La casa está a oscuras…

—¿Eso es una casa?

—Sí, Kuki. Ésa es la casa de tu ama.

—Pero está durmiendo… —se desilusiona el muchacho.

—Tal vez duerme… y sueña con Terry del Diablo. ¡Pobre de ella si soñara con otro!

—¿Pobre de ella?

—Todavía no sabes de eso, Kuki. Pero cuando un hombre quiere a una mujer, la quiere solo para él o no es un hombre. ¿Comprendes?

La mano ancha y recia se ha apoyado en la espalda del muchachuelo, zarandeándole en ruda caricia. Luego pasa sobre la redonda cabeza de cortísimos cabellos rizados, y le explica, orgulloso:

—Tu ama es la mujer más linda que has visto nunca, Kuki.

—Usted me dijo un día que tenía los ojos como luceros…

—Como luceros sobre el mar le brillan los ojazos marrones claros, y es toda ella… como una flor. Sí, Kuki: como una flor de fuego, ardiente y apasionada, quiero tenerla todos los días en mis brazos, no soportaría que mi mujer fuera de otro, me volvería loco, antes la mato que sea de otro, Eliza es mi vida…

—¿Ella no sabe que usted llegó? Usted dijo que le mandaba cartas con el pensamiento…

—¡Qué tonto eres! —ríe Terry verdaderamente divertido—. Pero ya te avispará ella. Son las mujeres las que, al fin y al cabo, lo avispan a uno, y las que le enseñan buenas maneras… ¿No me ves a mí? Nunca pensé que una mujer me hiciera esperar al raso, hasta que amaneciera… pero quiero llegar como un caballero. ¿Tú sabes lo que es un caballero, Kuki?

—Sí sé, patrón… Es un hombre que va a caballo…

—También es eso —ríe Terry a carcajadas—, y me has dado una idea. Si yo comprara un buen caballo, si nos presentáramos vestidos de otra manera, no con estos harapos mojados… Vamos a comprar ropa Kuki. —Una ráfaga huracanada, de viento y lluvia, hace maldecir a Terry—: ¡Rayo del infierno! Vuelve a llover, y tú estás temblando. ¿Tienes frío?

—No, patrón.

—¿Cómo que no, si das diente con diente? Vamos a la taberna del Sordo. No nos vendría mal algo qué mascar y algo qué beber. —Vacila un momento y exclama—: ¡Claro que no sé cómo me aguanto para no tocar esa puerta…!

Ha dado un paso hacia la casa oscura y cerrada, se ha acercado a la ancha puerta del frente… saltando como un picaflor. Colibrí va tras él, y advierte:

—La puerta está cerrada por fuera, patrón. Mire: un candado…

—Pues es cierto. Una argolla y una cadena con otra cerradura… Esto quiere decir que no hay nadie en la casa.

Con violenta ira repentina, ha sacudido aquella cadena que cruza entre argollas reforzando la vieja puerta, pero al violento tirón cede la podrida madera y la mano audaz empuja decidida. Terry del Diablo ha penetrado sin vacilar. Una amarga desilusión, una impaciencia irresistible, que es terrible sospecha, le impulsa. No se ha detenido para entrar como una tromba a través de las desiertas habitaciones, donde todo denota que aquella casa ha sido abandonada para un largo tiempo: las ventanas sin cortinas, las camas deshechas, las paredes sin cuadros ni imágenes… Como por instinto, se detiene en el centro de la que fuera alcoba de Eliza. Una fuerza extraña parece envolverlo, como si aún flotara en el ambiente algo de ella, como si la delatase el sutilísimo perfume que aún parece persistir, como si el espejo de luna verdosa guardase en su fondo, misteriosamente, aquella imagen que le obsesiona. Y, sin poderse contener, murmura:

—Eliza… Eliza… ¿Dónde estás, Eliza?

Sin ella es como si, de repente, el mundo estuviese vacío: todo ha perdido su razón y su objeto. Le parece moverse en un mundo irreal, hasta que la oscura figurilla de Kuki se agita tras él, haciéndole volver a la realidad:

—¿No está aquí el ama, patrón? ¿Se fue de viaje?

—¿De viaje? ¿De viaje has dicho? —se alarma Terry, dominado por repentina ira—. ¿Adónde y por qué? ¿Por qué?

—¿Por qué no le pregunta a algún amigo, patrón? —insinúa tímidamente Kuki—. ¿No tenía amigos el ama nueva?

—Mucho me temo que demasiados, pero no los conozco ni sé nada de ellos.

—¿Y usted, patrón? ¿No tiene amigos?

—¿Yo? ¿Amigos yo? No, Kuki, creo que no los tengo. Me temen o me atacan, me odian o me respetan, pero nadie es amigo de Terry del Diablo. Solo te tengo a Don Albert que es como un padre para mí.

—Yo sí, patrón seré su amigo —afirma Kuki, en un arranque infantil.

—¿Tú sí? Puede ser… Bueno, ven… vámonos de aquí…

—¿Y qué va a hacer patrón?

—Buscarla, buscarla y dar con ella donde quiera que esté e iré a la casa de Don Albert y preguntare.

Antes de la noche de Bodas, la nana Dorothi, la complice de Eliza, le da las hierbas anticonceptivas y el remedio para que Anthony no se de cuenta que ya no era una doncella, sin saber que Flanmy lo estaba viendo todo.

_Toma ese remedio mi niña, no se como haras, para pasar la noche sin amor.

_No te preocupes por eso nana, yo soy bien astuta, Anthony nunca sabrá que fui la amante de Terry del diablo, el único hombre que amo y aunque no me case con el nunca, yo seguiré con el hasta el final, lo que me preocupa es que el nunca vendrá, tengo tanto miedo perderlo y que este en brazos de otra, no lo soportaría, sentiría que me moriría, Terry es mío y de nadie más.

_Ahora piensa que eres casada, olvídate de este sujeto, toma rápido.

Eliza en su habitación, empezó a sentirse mal con el medicamento que tomo y sangro un poco en su parte intima , en el servicio higiénico se limpia con un pañuelo la muestra de que ella ya no era una doncella, así su nana le ayuda con su secreto.

_No te preocupes niña, el tonto de Anthony nunca sabrá de eso, puedes estar tranquila, yo guardare todo, tu estate lista y tranquila para tu noche de bodas. – sin saber que Flanmy, la ahijada de Rosemary sabia todo y estaba dispuesta a desmarcar a Eliza lo mas pronto posible.

_Pobre el joven Anthony no sabe con la zorra que se casó, merece sufrir como un tonto por dejar a una bella niña como Candy, amo al señor Anthony siempre supe que no era para mí, pero por lo menos hubiera sido feliz si se hubiese casado con una linda doncella como la señorita Candy a casarse con una víbora como la señorita Eliza.

Eliza estaba esperando en su habitación a su amado esposo, de todas maneras se sentía triste sabia que no sentía amor por él, pero su ambición valió mas así que estaba dispuesta a usar a Anthony para no quedar en la ruina, recuerda que la familia Andrew estaba con medio económico bajo.

—¡Eliza, mi vida…!

Eliza se ha estremecido, volviendo la cabeza vivamente. Está sola junto a la balaustrada de aquel ancho portal que rodea la casa, frente al departamento preparado especialmente para ellos en el ala izquierda. Ha llegado escapando del bullicio, todavía con el blanco traje de desposada, y aspira con ansia el aire fresco y húmedo de la noche lluviosa, mientras mira correr las nubes negras, despejando a trozos el transparente cielo tachonado de estrellas.

—No sabía dónde estabas —explica Anthony—. Te he buscado por toda la casa…

—Escapé porque no soportaba ya tanto bullido y tanta gente.

—Pronto estaremos solos, mi vida.

—¿Pronto? ¡Quién sabe! Eso no depende de tu deseo. Si hubieras hecho las cosas como yo quería, habríamos tomado el camino de Saint-Pierre inmediatamente después de la boda, y que se quedaran aquí de fiesta hasta el amanecer si querían. Pero con este sistema del tiempo de nuestros abuelos…

—Son sólo unas horas de paciencia, y han sido meses de adelanto en nuestra boda. Si hubiéramos hecho las cosas como tú querías, aún estaríamos esperando que acabasen de reparar la casa de Saint-Pierre. No estaría yo a tu lado como estoy en estos momentos: con el dulce derecho de llamarte mía…

Ha querido besarla, pero ella esquiva el beso. Ahora que la boda se ha realizado, siente una angustia extraña, algo muy parecido al miedo. Acaso teme la necesidad de dar a Anthony una explicación desagradable. Acaso es más punzante el disgusto que desde hace días crece en ella. Acaso el hecho de sentirle cerca con todos los derechos de esposo, provoca en ella frialdad y despego; pero comprende que no puede menos, que disculparse:

—Me siento mal, Anthony. Me duele la cabeza…

—Es natural, mi vida. Los nervios, el ruido, la obligación de saludar continuamente, de responder a todos, de sonreír a todos… Sin embargo, yo aún puedo decir, como decían nuestros abuelos: ¡Hoy es el día más feliz de mi vida! ¿No sientes tú lo mismo, Aimée? ¿No me respondes?

—Contestaré cuando se haya ido el último invitado.

—Algunos van a pasar aquí la noche. Por fortuna, los menos. Como amainó la lluvia, muchos se disponen a regresar, y el Gobernador entre ellos. ¿Sabes que aproveché la ocasión de hablarle de alguien que me interesa mucho?

—¿A ti? ¿Quién?

—Un amigo a quien no conoces, pero en el que pienso como candidato a la administración de Campo Real. Tengo muchos proyectos y necesito tener a mi lado colaboradores capaces, que compartan mis ideas plenamente… —Vacila un momento al observar que Eliza no le presta atención, y casi se disculpa—: ¿No te interesa lo que digo?

—No es el tema del que desea oír hablar una mujer unas horas después de casarse. Pero como en ti los asuntos de la finca son una obsesión…

—Perdóname, pero es algo tan ligado a nuestra vida… Campo Real, tú y yo, somos la misma cosa, para mí al menos. De nuestros sentimientos depende el bienestar de mucha gente, y nosotros también, en cierta forma, dependemos de ellos. Es la cadena de la vida, ahora más fuerte que nunca, porque teniéndote a mi lado, en mi Campo Real, el mundo para mí se encierra en este valle… Aunque, no te asustes… escaparemos de él siempre que quieras.

—Por mí gusto estaríamos bien lejos ahora y siempre.

—¿Siempre? ¿No te gusta la finca? ¿No sientes, como yo, que nuestro hogar está en ella?

—Mi hogar todavía no sé dónde está…

—¿De veras? ¿Es posible?

—Si te empeñas en obligarme a hablar…

—Pues sí. En cualquier caso, prefiero que seas sincera. ¿Qué te pasa, mi Eliza? No pensé encontrarte así en estos momentos. Hay en ti algo extraño, desconcertante… ¿Por qué, mi vida? ¡Te quiero tanto!

Se ha acercado más a ella, la ha tomado por el fino talle, atrayéndola a sí, y ella siente el impulso de rechazarlo, pero se contiene. Piensa que en el cercano salón dorado, lo mejor de Saint-Pierre celebra susbodas. Piensa que es la señora D'Autremont , envidiada por todas las muchachas casaderas de la sociedad en que habita. Piensa que es de oro su cadena, y sonríe… sonríe ahogando la protesta de su alma y de su cuerpo:

—No me hagas mucho caso, Anthony. Estoy cansada y nerviosa… Me gustaría tomar un poco de champaña…

—Desde luego… Aquí lo tienes… mira… ven…

La ha hecho cruzar el umbral del gabinete que precede a la alcoba. Sobre el bordado mantel de una pequeña mesa, hay golosinas en bandejas de plata: dulces, frutas, y un cubo de hielo del que emergen dos botellas de champaña. El propio Anthony llena las copas, pone la de él en los labios de ella y murmura apasionado:

—Eliza… mi amor… mi esposa…

Han bebido, y las copas se llenan de nuevo una y otra vez, siendo vaciadas entre sonrisas y besos… Un último relámpago pone su pincelada lívida sobre el cristal de los espejos; luego, la luna asoma, pálida y fría, y Eliza comenta:

—Ya se fue la tormenta…

—¡Te adoro, Eliza! —Anthony ha vuelto a besarla, la ha alzado en brazos suavemente, y cruza con ella la cortina de raso de la dorada alcoba, mientras murmura sin poder dominar su pasión—: ¡Te quiero! ¡Te quiero! - pensado en Terry.

—Pero tomemos más champaña, Anthony —intenta eludir Eliza—. Mucho más champaña. Trae la otra botella.

….

Ahora contestare sus comentarios en mi sección favoritos.

Mia8111: Gracias por su comentario, veo que te esta gustando la historia.

Carol Aragon: Todavía falta regular para la segunda parte, es bonita la historia, Es muy fácil juzgar a Eliza (Aimé) por su forma de ser, pero ella tenia muchas razones para ser así de envidiosa con Candy (Mónica), ya que todos la prefieren a ella, por su bondad, la madre Eloy (Catalina), le tomaba mas importancia a Candy (Mónica) y una madre no debe diferenciar, ni preferir solo a una hija, porque hay los complejos, yo digo por experiencia tenia a una amiga que su madre le comparaba a cada rato con su hermana y ahora vive acomplejada, algunas se vuelven malas, soberbias, otras se vuelven inseguras con baja autoestima, por eso no es bueno comparar, ni siquiera preferir solo a una hija, cada uno tiene diferentes cualidades y defectos, así debemos amarlos. George interpreta a Bautista es malo, Rosemary (Sofia), es villana, ama mucho a su hijo y es capaz de todo para verlo feliz.

Ary81: Todavía falta más o menos para el final de la primera parte, esta un poco mas apegada al libreto original y las escenas de amor entre Juan y Mónica es a la telenovela, esta entre los dos.

Australia77: Gracias por tu hermoso comentario, no todo lo que está aquí se ve en la novela sino también me baso al libreto original

1: Es verdad, que abecés hay personas con el corazon de Candy que le gusta ayudar a los demás, Terry dentro de su rebeldía y carácter fuerte, tiene un corazon de oro, Al principio Anthony es lindo pero después se va volviendo villano, recuerda que el es una victima de Eliza, es por eso que al final cambia y se arrepiente.

Blanca G: Anthony (Renato) va ser el que mas sufre, se llenara de odio, es una víctima de Eliza, (Aime) era una mujer demasiada apasionada que enloquecía a los hombres con su belleza, yo creo que solo estaba enamorado de ella por su belleza y coquetería. La única es que Terry (Juan) era mas inteligente al darse cuenta que no vale la pena se sobrepuso, aunque en el libro Candy y Terry se casaron sin amor a diferencia de la novela que se casaron sintiendo atracción, ya que en la 1993 hubo cambios y mas romanticismo.

SARITANIMELOVE: Que Bueno que has visto la película de Angelica María y Julio Alemán, también es una de mis favoritas, pero deberías ver la telenovela que protagonizo con Martin Cortez es hermosa ahí esta todo lo que realmente paso en el libro, pero es muy difícil de conseguir los capítulos ya que era demasiado antiguo.

Alce alce: Gracias por ese hermoso comentario.

Grace: Si todo lo que dices es cierto amiga, sobre Candy (Mónica), va tener su noche de pación con Terry (Juan), solo que aquí voy hacer que este un poco confundida de lo que siente para unir la Telenovela con el libreto original, pero la pasión será en el barco, ya que en el libro Juan se lleva a Mónica a navegar en el barco, pero su pasión va ser como el de la Telenovela de eso no te preocupes, ellos tendrán su hermosa pasión.

Dulce Graham: Si Anthony es lento con las mujeres no se da cuenta que se ha casado con una mujerzuela como Eliza, pero el pagara las consecuencias y paga el daño que le hizo a Candy por romper el compromiso.

Anyram Marti Sib: Gracias por su bello comentario, se que en el grupo de corazon salvaje me están siguiendo es hermosa la Telenovela, sin embargo, una comentarista me dijo que prefiere la novela mas que el libro, si, pero siempre es bueno saber de literatura. Siempre es bueno saber lo que escribió la verdadera escritora.

Noelia Graham: Prometo publicar todo poco a poco.

Nos vemos en el próximo capitulo de corazón salvaje.

Continuara

gracias por leer y comentar

bendiciones

Maggie Grand.