Terry y Candy se casan, tratare de terminar todas mis historias especialmente esa para las que me siguen pueden buscarme en Wattpad.
Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.
Segunda Parte
Capitulo Once.
Candy (Mónica) y Terry (Juan)
—No pienso nada, y si se ha acercado usted a mí sólo para atormentarme...
—Todo lo contrario... Antes quise decírtelo, pero le pediste al médico que se quedara en mi lugar, supongo que para pedirle protección y ayuda... Por eso he tomado mis precauciones. Yo no soy de los que se dejan atrapar, ni de los que sirven de juguete al capricho de las mujeres. —Ha espiado el rostro de Candy, ha quedado aguardando su protesta, sus súplicas, acaso sus lágrimas, pero nada cambia en el pálido rostro de la enferma... Ni una frase, ni un gesto, ni una palabra... Y recuerda—: Los barcos se hicieron para navegar, no para estar anclado
—Opino igual: los barcos se hicieron para navegar Todo lo contrario... Antes quise decírtelo, pero le pediste al médico que se quedara en mi lugar, supongo que para pedirle protección y ayuda... Por eso he tomado mis precauciones. Yo no soy de los que se dejan atrapar, ni delos que sirven de juguete al capricho de las mujeres. —Ha espiado el rostro de Candy, ha quedado aguardando su protesta, sus súplicas, acaso sus lágrimas, pero nada cambia en el pálido rostro de la enferma... Ni una frase, ni un gesto, ni una palabra... Y recuerda—: Los barcos se hicieron para navegar, no para estar anclados Todo lo contrario... Antes quise decírtelo, pero le pediste al médico que se quedara en mi lugar, supongo que para pedirle protección y ayuda... Por eso he tomado mis precauciones. Yo no soy de los que se dejan atrapar, ni de los que sirven de juguete al capricho de las mujeres. —Ha espiado el rostro de Candy, ha quedado aguardando su protesta, sus súplicas, acaso sus lágrimas, pero nada cambia en el pálido rostro de la enferma... Ni una frase, ni un gesto, ni una palabra... Y recuerda—: Los barcos se hicieron para navegar, no para estar anclados
_Opino igual los barcos se hicieron para navegar.
—Y nosotros vivimos en un barco. —Terry ha vuelto a quedar silencioso, mirándola, aguardando sus palabras, y la tranquila mansedumbre de Candy parece inquietarle—: ¿No te importa seguir el viaje?
_ ¿Cambiarían en algo sus proyectos que me importara? –Candy ha entornado los párpados. Parece ausente y lejana. Sin poder contenerse, Terry llega hasta el borde mismo Del lecho y se mantiene Al verla temblar.
_No tengas miedo no voy hacerte nada.
_No tengas miedo lo único que podría hacerme ya es matarme, y eso no me importa, ¡Se lo he rogado tantas veces en vano!
_—¿Me has tomado, como tu doctor Faber, por un pirata, por un asesino profesional? Pero, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás llorando? —Ha visto rodar una lágrima por la pálida mejilla de Candy; una lágrima que escapa furiosa de los párpados entornados—. No llores. .. Te hace daño. .. No tienes por qué llorar ni por qué asustarte. -No va a pasarte nada, absolutamente nada. ¿No basta que yo te lo digo? Si necesitas otro médico más adelante, lo tendrás...
_El doctor Faber es mi amigo, apunta Candy sin quedarse, contener, ahora no tengo a nadie.
_Amigos, no te hacen falta, en el luzbel, en cuanto a mi.
_No me toque usted Terry.
—Naturalmente que no la toco. No se preocupe, no tengo ningún interés en tocarla. Quédese en paz.
Hondamente sentido por la actitud de Candy, Terry ha abandonado la cabina, subiendo a cubierta donde casi se tropieza con su segundo que parece seriamente agitado, y vuelve con frecuencia la cabeza para mirar hacia la costa cercana, por encima de la borda. Intrigado, Terry pregunta:
_ ¿Qué tienes que te pasa?
—¡Por fin...! Ahí están ya los muchachos con las pipas de agua. También compré un barril de galleta y un poco de carne salada... Sus otros encargos están ahí: las frutas, la ropa y el espejo. Acababa de ponerlos en el bote, salté otra vez para buscar aguardiente y tabaco, cuando...
_Traíamos un enfermo, a barbo.
_ Una enferma, patrón, una enferma que... Bueno, usted es quien sabe... Pero para mí que el médico nos estaba denunciando. . . Algo tendrá que denunciar... Usted sabrá si tiene algo que denunciar... Pero me dejo cortar la cabeza sí antes de una hora no tenemos aquí la visita del capitán del puerto con sus guardias
_ Antes de una hora, estaremos fuera del canal.
Por eso mandé subir los botes y correr a los muchachos... Yo podré hacerle cara a usted como hombre, patrón, pero a la hora que los del otro lado quieran cerrarnos el paso, soy el segundo del Luzbel, y nada más
—No tenemos por qué huir de nadie. Zarparemos porque llegó la hora de zarpar y hay buen viento... Que la gente se prepare... Coge el timón tú mismo, y pon proa al Norte hasta que yo te dé orden de lo contrario...
Una brusca sacudida estremece al Luzbel, virando ya en el canal. ... Dos violentos bandazos indican que el viento sopla ya sobre las velas grandes, y crujen a su impulso los cables y las gavias...
_Señora de Andrew ¿Es usted?
—He regresado a cuanto pudieron correr los caballos.
Necesito ver a Anthony, hablar con él inmediatamente... ¡Ay, Albert! El barco de ese hombre maldito no está en el puerto y, según me han informado, ni siquiera pasó por allí... ¿Dónde está Anthony? Necesito hablarle, decirle... Sí, decírselo todo. ¡No callaré más! Me estoy muriendo por haber callado, por haber hecho caso de todos, por haber obedecido a la propia Candy cuando me mandó callar. ..
_Déjeme ir donde está Anthony. .. Déjeme decirle... —
Rosemary se detiene un momento al ver acercarse Rosemary, y exclama—: ¡Ah, señora Grandchester..!
Elroy, acabo de ver el coche. Me dijeron que usted llegaba de Saint-Pierre...
—He llegado desesperada, Necesito hablar con Anthony. En el acto... ¿Estaba con usted? ¿Dónde está? Por favor.
Albert, búsquelo, llámelo... Vea que me faltan las fuerzas...
_Abrumada, sintiendo que se doblan sus rodillas. Elroy Andrew, se ha desplomado en una butaca de aquel, despacho donde el notario la ha conducido, y mientras corren las lágrimas de la triste madre, Rosemary Grandchester, parece disponerse a dar otra batalla, al recomendar al anciano notario:
Cierre esa puerta. Albert. Y usted. Elroy, tenga un momento de calma...
Es imposible esperar más. Es preciso que las autoridades intervengan, que se avise a los puertos, que se busque por todas partes... ¡Es necesario salvar a mi hija Candy! ¡Yo soy la culpable! Debí haber gritado... No debí haber consentido jamás...
—Sí, Elroy, debió usted haber hablado antes, mucho antes. No debió haber consentido jamás que Eliza, se casara con mí Anthony, pero ya está hecho. El delito de callar se ha realizado, y ahora es preciso seguir callando...
_ Ustedes hicieron todo esto: Usted, Eliza, Candy. Mintieron, engañaron, alzaron un tinglado de mentira y de farsa... Ahora está en juego el corazón, el honor, la vida entera de mi hijo, y no va usted a clavar otro puñal en su alma ya desgarrada... ¡No va usted a destruir con una palabra la obra de mi lucha titánica!
_ ¿Qué pretende usted, Rosemary? ¡Mi hija está en manos de ese pirata!
_ Ella eligió su camino; ella aceptó todo el riesgo, con tal de salvar la vida de su hermana y la felicidad de Anthony...
_ Candy sabía lo que le aguardaba... o sabía nada. ¿Cómo podía saberlo? Ella y yo pensábamos, esperábamos que ese hombre la dejaría volver a su convento, y allí fui yo directamente al llegar a la capital...
_ Pero en su convento nada saben de ella... Corrí después a nuestra vieja casa, traté de indagar entre los amigos y conocidos. Nadie sabe nada. Entonces fui a las oficinas del puerto, pero nada pudieron decirme del barco de ese hombre, sino que no le han visto desde hace muchos días.
_ ¿Comprende usted lo que eso significa? Ese hombre arrastró a mi hija a su barco, la obligó a seguirlo...a la vez no fue obligada. Ella le había aceptado como esposo legítimo...
_ Ella se dejará matar antes de ser suya, y ese infame la ha arrastrado a la fuerza para consumar su venganza. Le creo capaz de todo...
—Pero, sin embargo, no fue usted capaz de impedir que llegara hasta sus hijas. Sufrió usted su presencia, toleró su amistad...
_ ¡No, no, ese hombre no pisó jamás mi casa! ¡Lo juro! La verdad es que yo nada sabía... Temía, sospechaba... Eliza, era sólo una niña caprichosa, alocada... Su culpa...
Elroy ha callado desesperada, como detenida entre los dos abismos a que pueden llevarle sus palabras, y fieramente Rosemary Andrew se impone:
_ Quiero pensar que no hubo en Eliza verdadera culpa, quiero creer que se trató de una locura sin importancia, de un estúpido y caprichoso devaneo... Creo y juzgo que toda la culpa es de ese canalla, de ese pirata...
—No quiero disgustarla, pero no es esa mi opinión, doña Rosemary —interviene Albert, que ha estado observando la escena guardando un discreto mutismo—. Terry estaba transfigurado de felicidad por el amor de la que juzgaba le era fiel...
—No interesan aquí los sentimientos de ese bastardo a quien no creo capas de amar como usted pretende. Albert- desprecia Rosemary con odio y rencor en la voz—. Tengo que pensar que él, y sólo él, fue culpable, o no podría perdonar a la que es esposa de mi hijo. Me fuerzo a la indulgencia para la que es ya una de Grandchester, porque lleva el nombre de mi casa y porque será madre de un Grandchester, prefiero pensar lo que dijo Eliza son puras palabrerías. Defiendo los míos, a los que llevan mi sangre, y, por esa sangre y ese nombre, he defendido a
Eliza contra mi propio hijo... ¡La he salvado de una muer[1]te cierta, porque yo sí sé que mi hijo Anthony es capaz de matar, y sé también que hubiera tenido toda la razón y todo el derecho!
—Pero es que yo... —pretende protestar tímidamente la angustiada Elroy, Usted calló cuando debió haber hablado. Ahora quiere hablar, cuando es necesario que calle. No pude impedir el primer error, pero no permitiré que se produzca el segundo ¿Me obliga entonces a abandonar a Candy? Anthony tiene influencias, amistades... él puede hacer que detengan ese barco...
—Haremos lo posible, pero sin que intervenga Anthony. Que mi hijo no sepa, que no sospeche, que ninguno de ustedes dos diga una sola palabra que pueda dar pábulo a que renazcan sus sospechas... ¿Ha entendido? Albert?
Albert ha inclinado la cabeza Sin contestar. Rosemary junta las manos, mirándola con ansia, y es Rosemary quien dispone decidida y rápida:
_ Vuelva usted a Saint-Pierre, Rosemary y aguárdeme en su casa. Dentro de unas horas estaré en ella. Iremos juntas a ver al Gobernador, solicitaremos toda la ayuda de las autoridades, haremos cuanto sea preciso, pero que ni una sola gota de este fango alcance a mi hijo... Acompáñela usted, Albert, y no olvide mis palabras. ¡El único culpable de todo esto es Terry del Diablo, y nada importará si es necesario hacerlo ahorcar!
Buena marcha llevamos, patrón. Quince nudos desde que salimos de María Galante. Si viráramos a estribor amaneceríamos en Monserrate, podríamos detenernos a comprar lo que nos hace Lista, y...
—No vires para ninguna parte. Dije proa al Norte. Han pasado dos días... Con las velas henchidas, inclinado hacia estribor, tensos por la fuerza de la rápida marcha los cordajes y los manteles sobre la arboladura elástica, cruza el Luzbel como si volara. Más que un barco se diría una gaviota que pasa arrastrando sobre la espuma las blanquísimas alas, una saeta que va a un punto fijo con un solo propósito: alejarse, poner leguas y leguas de mar entre la frágil nave y todo cuanto dejaron allá abajo
Pronto van a faltarnos provisiones, patrón —insiste Segundo.
—Nos aprovisionaremos más adelante, echaremos un bote en cualquier costa desierta, pero hoy no... ni mañana.
_ ¿Entendiste?
Candy, ha despertado estremecida, como siempre que sus ojos recorren el reducido panorama de aquella cabina semidesierta. Es como si mirase las paredes de su cárcel, como si volviese a la conciencia de aquella extraña esclavitud en la que hasta la esperanza de escapar se apaga. Pero al volverse con gesto doloroso, los grandes ojos dulces, tristes y cándidos del niño negro le llegan al alma como un cálido aliento de ternura.
—Está mejor, ¿verdad, mi ama? Ya no tiene fiebre... Seguro que ya no le duele la cabeza...
_ No, ya no me duele Kuki.
—¿No va a comer? El amo me dijo que le preguntara. Aquí hay de todo: té, galletas, azúcar y una cesta de frutas grande, grande. El amo dijo que eran para usted y que no las tocara nadie. Para usted sólita mandó a Segundo que las buscara, porque el médico dijo que eso era lo que tenía que tomar. Antes, cuando usted estaba más mala, el amo mismo le hacía tomar jugo de pina y de naranja, y té con mucho azúcar, y me mandaba a mí que lo preparara. Yo sé prepararlo, mi ama.
_ ¿Quiere que le haga una taza? Si no come nada se va a morir de hambre, mi ama.
—Supongo que es lo mejor que puede pasarme...!
—|¡Ay, no, mi ama, usted no va a morirse! ¡Lo que yo tengo llorado y rezado para que no se muera...! Yo y los otros; todos en el barco queríamos que usted se curara... El Anguila, el Francisco, el Julián... y el Segundo, que es el que manda más después del amo, estaba que mordía y que daba patadas, porque decía que el amo la iba a dejar que se muriera, y que si el patrón hacía eso era como para matarlo...
_ ¿El segundo...? ¿El segundo dijiste? uno se llama, y es el segundo en el Luzbel. Qué gracioso, ¿verdad?
_ Entre las almohadas, Candy sé ha incorporado con algo parecido a una sonrisa en los pálidos labios, y a su sonrisa responde la de Kuki, mostrando la doble sarta de sus dientes blanquísimos, aprovechando el ademán para insistir:
_ ¿Le hago el té, mi ama?
—Si te empeñas, hazlo... Oye, Kuki, ¿dónde estamos?
_ Dios sabe yo no veo, solo veo mar.
_ ¿No sabes tampoco donde vamos a llegar?
—Ni yo ni nadie. El barco lo lleva el amo, y cuando el Segundo o el Anguila cogen el timón, van por donde él les manda.
_ ¿no les interesa saber? ¿Mucho confían en él?
_El Patrón sabe
_ ¿Sabe? Repite Candy con miedo.
—A lo que parece, lo dudas, y no hay razón para dudarlo. Catorce años llevo recorriendo este mar de Norte a Sur, de arriba abajo, de Monserrate hasta Lakewood, ... ¡Catorce años! aún ha llegado hasta el centro de la cabina, mirando a Candy, que al verle cambia; aprieta los labios, vuelve a dejar caer la cabeza sobre las almohadas y queda otra vez inmóvil, mientras él la contempla dolorido un instante, para sonreír luego con gesto de sarcasmo, al decir:
_Parece que mi presencia te aumenta la fiebre.
_El ama no tiene fiebre- dice Kuki.
—Buena noticia. Vamos a tener que celebrarla, y como no hay aguardiente a bordo, será con té. Trae otra taza para mí, Kuki. Anda...:
La mano de Candy, extendida un instante como para impedir la salida de la estancia de Colibrí, ha caído sobre las sábanas, y su mirada rehúye la de Terry, mientras el corazón parece apresurar sus latidos. Es una angustia, es un secreto espanto el que le produce la presencia, ahora serena y grave, de Juan. Sin embargo, mirándolo despacio, cuánto ha cambiado... ya no viste sus ropas de caballero; se diría un marinero más, la gruesa camiseta de anchas rayas, el blanco pantalón descuidado, la gorra de visera oscura echada hacia atrás mostrando la frente despejada y un mechón de rebeldes cabellos... Ahora, con las mejillas rasuradas, sin la llama del alcohol en los ojos oscuros, parece más joven, su voz no suena a cólera ni hay un fermento tan amargo en sus palabras:
Ya veo que estás mejor. No sabes cuánto lo celebro. Al no necesitar otra vez de médicos nos ahorras una escala.
Es una positiva ventaja...
_ ¡Vaya! Al fin te has dignado hablar en mi presencia. Algo vamos ganando.
—¿Para qué me atormenta?
_ No quiero atormentarte, a menos que sean para ti un tormento mi presencia y mis palabras más vulgares. Es muy difícil evitarse en un barco tan pequeño, teniendo un solo cuarto y muchas leguas de mar por delante...
—¿A dónde vamos?
—No vamos a ninguna parte. Esta es nuestra casa, aquí habitamos. Espero que algún día serás lo bastante razonable para llevarte a tierra sin peligro de que me delates.
—Pero, ¿qué se propone con todo esto?
—¿Yo? Nada. Vivimos... Este es mi trabajo, ésta es mi casa. Podría ser una cabaña, o un palacio. ¿Cómo pensaste que podría ser tu vida casada con un marinero? ¿Querías que te dejara en el puerto? No, ya tuve una experiencia y me costó muy cara: quien deja una mujer en el puerto corre el peligro de no encontrarla, o de encontrarla junto a otro.
_ ¡Oh, basta, basta de burlas y de sarcasmos! ¿Hasta dónde va a llevar esta horrible farsa? ¿No se ha vengado lo suficiente ya? ¿No se ha cobrado en mí el mal que pudo hacerle mi hermana? ¿No está ya satisfecho?
_ Satisfecho, ¿de qué? Esto no es una farsa. Tengo entendido que nos casaron de verdad, y yo...
Candy, se ha incorporado violentamente, sintiendo que sus mejillas arden. No podría soportar ni una palabra más, no podría sufrir la alusión que le espanta en labios de Terry. Enloquecida se ha puesto de pie, ha querido dar un paso, huir, pero sus rodillas se doblan. Impidiendo que caiga, la sostienen los brazos de Terry. Un instante tiembla en sus manos el cuerpo frágil, casi desmadejado... La ha alzado como a una criatura; Semi-desmayada ha vuelto a ponerla blandamente sobre la litera, y queda contemplando el pálido rostro por donde otra vez corren las lágrimas.
—Iba a dejarte en María Galante, iba a entregarte al doctor Faber para que te devolviese a tu casa, a los tuyos... Eso fue lo que quise decirte, para eso le pedí al doctor que nos dejase hablar a solas, pero no quisiste escucharme. Preferiste hablar con él, congraciarte para que me delatara; preferiste calumniarme, traicionarme, burlarte otra vez de mis sentimientos, de mis estúpidos sentimientos...
—¡No, Juan, no...! —protesta Candy confusa
_ ¡Sí! Quisiste que me acosaran como a una fiera, abusar de que soy Terry sin nombre, apoyándote en los de tu casta, en los de tu clase... Quisiste vencerme, ¡y no me vencerás con esas armaa! ¡Te lo juro! ¡No volveré a tener piedad!
_ ¡Terry! Yo no le dije al doctor Faber que le delatara... Sólo le pedí que escribiese a mi madre, que le dijese que estoy viva. ¡Lo juro! ¡Lo juro! Sólo quise tranquilizarla, calmar su horrible angustia... ¿Es que no comprende, Terry? Yo no le pedí eso al doctor Faber. ¡Se lo juro, Juan! No miento, no he mentido jamás, sino en la horrible circunstancia que usted conoce. Y no mentía por mí... Por mí no vale la pena de mentir. Le juro que no le pedí ayuda al doctor Faber. ¿Me cree usted? ¿Me cree?
_ Supongo que debo creerla —acepta Terry, dándose por vencido. Blandamente ha vuelto a dejarla sobre las almohadas, y se pone de pie separándose unos pasos de la litera—. Pero en este caso, una vez más ha pagado usted por las culpas ajenas...
_ Se ha alejado con el paso silencioso y elástico de sus pies descalzos, y Mónica le mira a través de sus lágrimas, roto de nuevo el dique de su llanto, pero roto también el nudo horrible de su terror, sintiendo que respira, considerando, por primera vez, que el hombre que se aleja no es una fiera, no es un bárbaro, no es un salvaje. Que acaso lata un corazón humano bajo el duro pecho de Terry del Diablo...
_ Muy despacio, ha vuelto a incorporarse, ha ensayado dar unos pasos agarrándose a las paredes, a los muebles... Ha llegado hasta la pequeña ventana redonda, cuando un violento tumbo de la nave la hace vacilar, casi caer... Y el negro muchachuelo que se ha deslizado sigilosamente al interior de la cabina, acude solícito en su auxilio, con un angustiado:
_Dorothea… Dorothea.
_KuKi ¿Qué ha pasado? … Nada, mi ama, que el amo agarró el timón y cambió de rumbo para estribor. El amo está contento; le regaló a Segundo el tabaco que le quedaba, y Segundo dijo que íbamos para la isla de Saba. Es una isla chiquita, pero los marineros están muy contentos, porque allí vamos a comprar queso, tabaco y carne. Es muy bonito ver la tierra después de tanto mirar el mar, ¿verdad, mi ama?
_Yo ni siquiera había visto el mar.
Por la redonda ventana, Candy queda mirando el mar y aspira con ansia aquel aire impregnado de salitre y de yodo, sintiendo que corre más de prisa por sus venas la sangre, que vuelve la vida, esa vida que ha sido para ella tan dura, tan cruel, tan amarga, pero a la que se aterra su juventud con una extraña fuerza, tras haberse sentido agonizar, y profetiza:
Creo que me gustará ver la isla de Saba.
….
Fin del Flash Back
CERRANDO LA SUAVE curva elástica que forman las Antillas Menores, desde las islas Vírgenes hasta las costas, broche de oro y esmeralda en el magnífico collar de las islas de Sotavento, se alza Saba, verde como que emerge de las aguas azules del Caribe con su redonda costa de roca viva, con la apretada maraña de su boscaje florecido de bugambilias, bibiscos y poincianas, perfumada del aroma penetrante de la nuez moscada, cuyos árboles crecen en las estrechas grietas que son como pequeños valles alargados. Y arriba, en lo alto, cerca de lo que fuera en otro tiempo cráter de un volcán, la pequeña ciudad holandesa, con sus pocas calles en escalera, de limpísimas casas del más puro estilo flamenco, sus pequeños jardines bien cuidados, sus aceras de azulejos brillantes y sus gentes plácidas y lentas, que parecen vivir al paso rítmico de un clima siempre igual, en el éxtasis de su maravilloso paisaje.
_ Le queda muy bien ese traje, mi ama.
_ Kuki ¿por qué entras sin llamar? —reprende Candy, levemente sobresaltada.
—Perdoné, mi ama, pero vi por la rendija que ya estaba vestida. Le queda muy bien ese traje.
Candy ha hecho un esfuerzo para contener la sonrisa in[1]evitable que las ingenuas palabras de Kuki han llevado a sus labios. Frente a aquel espejo que sin una palabra ha colgado Terry, en la única cabina del Luzbel, acaba de mirarse ataviada con el vestido que trajera Segundo de María Galante, y siente la impresión de estar casi desnuda. El fino cuello adelgazado emerge del encaje que bordea el escote, las mangas llegan apenas a la mitad del brazo. En cambio, la falda es larga y ancha, pero ceñida en la cintura, mostrando el fino talle flexible. Ha peinado en dos trenzas sus dorados cabellos que caen sobre la espalda, nimbo rubio de su belleza ahora más frágil, más idealizada que nunca...
Con movimiento de pudor instintivo, se arrebuja en el chai de seda roja y el vivo color da vida nueva a sus pálidas mejillas. Sin embargo, retrocede vacilante, con una protesta:
_ No puedo salir así. Necesito mi ropa, mi traje negro... ¿Dónde está? ¿Cuándo me lo quitaron?
_ No sé, mi ama. Pero salga, salga que ya estamos llegando. ¡Mire la montaña! Salga, mi ama, salga...
Candy, se ha acercado a la redonda ventanilla. En efecto, están muy cerca ya de tierra. Allí, como al alcance de la mano, está la playa rubia, con el verde cinturón de palmeras sombreando sus arenas doradas, y un sol caliente baña todo el paisaje. Es el sol de otro mundo, de otra vida... Como electrizada, va Candy, hacia la puerta del camarote, que se abre de par en par para dejarle paso.
_ ¡Ya estamos en la tierra, patrona! ¿No quiere usted bajar? -
_No es la gallarda figura de Terry del Diablo la que está frente a ella. Un instante se estremeció pensando que era él quien se acercaba, pero el hombre que se ha apresurado a franquearle la puerta es el segundo del Luzbel. Es menos alto, menos recio, menos arrogante, tiene los ojos claros, los cabellos castaños, y hay en su rostro juvenil, hoy pulcramente rasurado, un gesto a la vez solícito y curioso. Su pecho es ancho, sus manos callosas, pero sus pies no están descalzos ni viste la burda camiseta marinera de todos los días, sino las frescas ropas claras, típicas de los habitantes de las tierras cerca de Lakewood.
Porte y traje hacen perfecto juego con los de la lindísima muchacha que un instante quedaría en la puerta de la cabina, como deslumbrada, y que balbucea:
_ ¿Bajar yo?
_ Hay un bote listo para echarlo al agua. Se siente mejor, ¿verdad? Colibrí dijo que ya estaba curada y no sabe cuánto nos alegramos todos... ha extendido la mano señalando a los otros tres tripulantes del Luzbel, que ahora parecen totalmente olvidados de su trabajo, inmóviles junto a la borda, fijas en ella las miradas, tensos por la emoción invencible que aquella presencia femenina trae a sus mentes rudas y cándidas.
Con pudor instintivo, Candy, se ha envuelto más en el rojo chai.
El amo dijo que todos podíamos bajar. ¿No va a bajar usted también, patrona? —insiste Segundo.
—No va a bajar contigo. Acaba de largarte a cumplir mis encargos y regresa con ellos en el término de la distancia si no quieres pasarlo mal. ¡Todos aquí de vuelta dentro de una hora! ¡Acaben de largarse!
—No va a bajar contigo. Acaba de largarte a cumplir mis encargos y regresa con ellos en el término de la distancia si no quieres pasarlo mal. ¡Todos aquí de vuelta dentro de una hora! ¡Acaben de largarse!
Aún encendido de ira se han vuelto hacia Candy, los ojos de Terry, y cambian de expresión para llenarse de sorpresa.
Candy, es casi otra mujer: una dulce mujer doliente y débil, que tiembla a su pesar, que se estremece de rubor y de angustia tan sólo al sentir cerca de Terry del Diablo, heridas sus pupilas por el sol brillante que en tantos días no contemplara, mareada por el golpe de la brisa del mar que llega despeinándola. Y Terry, cambia de voz, de expresión y de tono tras los largos minutos que lleva mirándola.
Continuará
…
Ahora contesto sus comentarios en mi sección favorita, olvida lo que dije, me quedare hasta terminar mis historias y todas mis historias, mas esta que es la favorita de muchos...
Ah solo esta historia se la paso a mi primita de catorce años si llega a participar en Fanfiction, para que la puedan leer de nuevo, gracias por todas hermosas chicas, gracias a sus bellos comentarios me animo a seguir con todos mis comentarios.
Contestando sus comentarios en mi sección favorita:
Mia8111: Gracias hermosa por tus bellos comentarios.
CCarolaragon: Si mi bella amiga, gracias por seguirme en esta hermosa adaptación, espero que así me sigas en todas, ah sí Terry es un casca rabias, pero lindo.
Blanca G; Gracias linda, tienes una duda, si pues yo cuando miré por primera vez la novela pensé que Aime, no estaba embarazada, pero si queda embarazada, le hace creer que el hijo que espera es de Juan, pero él no es tan tonto para no darse cuenta que el hijo es del choncho de su hermano Renato, solo que mi versión es más apegada al libreto original y a mi imaginación, no he tomado tanto a la telenovela, porque deseo serlo diferente.
Guest: Gracias linda por tu apoyo, bellas palabras.
SARITANIMELOVE: Como siempre, agradecida por tus hermosos comentarios, mi bella amiga, un fuerte abrazo a la distancia si mi primita entra se la pasare esta bella historia para que la vuelvan a leer, no se sabe entrara, pero esta es la favorita de muchos. mil gracias, mi versión no toma mucho a la telenovela, es más apegada al libreto original y a mi imaginación. Yo siempre quise que Juan y Mónica navegaran por el mar, cosa que en la novela no existió. Te invito a leer mis otras historias.
Luzarda: Gracias bella por tu comentario e apoyo, en esta hermosa adaptación, espero que sea de tu agrado este bello capitulo, te invito a leer mis otras historias.
Marialuisa Casti: Mil gracias, muy bellas palabras. A todas las que me leen.
Elvia Soan: Gracias linda, por tu apoyo y también por compartir en tu hermoso grupo de Corazón Salvaje, de la hermosa Edit. Gonzales y Eduardo Palomo, que descansen en paz estos bellos actores. Comparto tu idea son tan parecidos a mi Candy rubia como la preciosa actriz y mi bello Terry como ese guapote actorazo, su cabello largo, mil gracias.
Ya estamos en la parte de Mónica, Casi estamos en la mitad de la historia...
Continuaremos terminar las que faltan...
Bendiciones
Maggie Grand.
