Terry y Candy se casan, tratare de terminar todas mis historias especialmente esa para las que me siguen pueden buscarme en Wattpad.
Corazón salvaje segunda parte del libro Titulada Candy (Mónica)…
Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenece sino a Kioko Mishuki y Yumiko Igarashi y la historia Corazón Salvaje le pertenece a la escritora mexicana Caridad Bravo Adams. Este fic es hecho con fines recreativos no pretendo buscar ningún tipo de remuneración o reconocimiento, simplemente lo comparto con ustedes porque realmente me gusta la historia y los personajes de Candy.
¡Holaaaa meus amores! Reportándome de nuevo, no tengo mucho tiempo, desde que empezaron mis clases, No me maten por favor.
La historia tendrá tres partes como la trilogía original, "Eliza (Aimé) y Terry (Juan)", " Candy" (Viene siendo el libro de Mónica), Candy
(Mónica) y Terry (Juan) y la última el desenlace y final (Viene siendo el libro de Juan del Diablo versión Terry Pirata)
Realmente espero que sea de su agrado. Ya sin más que añadir, los dejo con la lectura. Disfruten la segunda parte del libro.
Segunda Parte
Capitulo Doce.
Candy (Mónica) y Terry (Juan)
Aún encendido de ira se han vuelto hacia Candy, los ojos de Terry, y cambian de expresión para llenarse de sorpresa. Candy es casi otra mujer: una dulce mujer doliente y débil, que tiembla a su pesar, que se estremece de rubor y de angustia tan sólo al sentir cerca de Terry del Diablo, heridas sus pupilas por el sol brillante que en tantos días no contemplara, mareada por el golpe de la brisa del mar que llega despeinándola. Y Terry cambia de voz, de expresión y de tono tras los largos minutos que lleva mirándola, para asegurar:
_ Yo impediré que estos idiotas te molesten más de la cuenta.
_Ese joven no me estaba molestándome, se acercó amable y respetuoso, y no había ninguna razón para tratarlo mal.
—¿Opinas entonces que debo presentarle mis excusas? — declara Terry en tono burlón.
_ No opino nada. Supongo que en este barco todos, y yo la primera, estamos sometidos a su capricho y a su voluntad
—A mi voluntad, que rara vez se mueve por caprichos. No quiero que en la larga fila de tus quejas de Terry del Diablo incluyas la de haberte obligado a familiarizar con los marineros de mi barco. Además, oficialmente eres mi esposa... Nos casamos, ¿verdad? No creo que a ti se te ocurra dudarlo, como al doctor Faber. No creo que quieras negarlo... Muy atrevido Segundo en hablarte de la forma en que lo hizo, en quedarse detrás de la puerta esperando que te asomaras. Pero si todo ello te agradó, no hay más que hablar. Por lo demás, su idea no fue mala... ¿Quieres bajar a tierra?
_ ¿Ahora?, para ellos ya se fueron.
—Hay otro bote y otros brazos que reman mejor que los de Segundo... Kuki, se quedará cuidando el barco, y yo te llevaré hasta tierra... Sentada en el pequeño bote, arrebujada en su chai de seda roja, sintiendo que de pies a cabeza la baña aquel sol caliente y espeso como miel dorada, Candy mira acercarse, a cada golpe de remo, la costa. Aun no comprende por qué se ha dejado llevar, suave y mansa, agradecida casi, en aquel bote que tan liviano parece para los recios brazos de Terry. Este ha soltado un instante el remo para decir adiós con la mano al muchachuelo oscuro que quedó en la goleta, y Candy vuelve también la cabeza para mirarlo, correspondiendo a sus gestos de despedida.
Luego, sus ojos, aun temerosos, se vuelven a Terry:
_ ¿No tiene miedo el niño de quedar solo a bordo?
—¿Kuki? ¡Bah! En peores sitios ha quedado solo. No tiene miedo; al contrario, se alegra de que se le dé importancia. Además, será por poco rato. Voy a darle un poco más al remó para llegar por una playa más fácil. La madre Holanda todavía no le ha regalado un puerto, ni creo que les haga falta. Reciben pocas visitas por acá, y están mejor que si llegaran muchas...
_Nunca vi, nada más bello que la isla.
—Vista desde aquí, parece el Paraíso, ¿verdad? Pero ya tendrá rincones de infierno... Donde hay más de cien hombres, ya se sabe: hay pobres y ricos, nobles y plebeyos, amos y esclavos, razas privilegiadas...
Ha remado, bordeando a lo largo de la costa de roca viví, hasta encontrar el dorado abanico de una playa. Uvas cálelas y cocoteros la sombrean, llegando casi hasta las mismas aguas del mar. Con la agilidad de un grumete, ha saltado; de un vio lento tirón arrastra por la arena el bote, playa adentro, y, antes de que caiga sobre uno de sus costados, alza como una pluma el cuerpo de Candy y la lleva en brazos hasta la sombra de las palmas...
_Ajajaaja, tomamos posesión de tierra de saber, ¿Verdad?
Hay un silencio religioso que baja del cielo azul al aire tibio y perfumado... Aroma de pimienta, de clavo, de nuez moscada, viejo aroma de las islas de la especiería con que soñaran Kuki y los visionarios navegantes del siglo XV... aroma que Candy, aspira con un ansia impensada, bebiendo de él como una fuerza nueva que su juventud necesita, como un sentido distinto del amor, de las cosas, de la vida... como si la mujer que hay en ella fuese saliendo desde un fondo profundo de cosas falsas para gozar de un modo nuevo de las cosas comunes: la luz, el aire, la salud que vuelve y el vibrar de su sangre de veinte años...
—Ya no estamos muy lejos de "The Botton", "El Fondo", en nuestro idioma. Así se llama la principal población está cerca de Florida, mejor dicho, la única población, pues lo demás son un par de aldeas de pescadores, está cerca de lo que fue el cráter de un volcán hoy apagado. La construyeron los viejos marinos holandeses... Tiene casas amplias, sólidas, limpísimas, casas como las que están cerca a Florida... ¿No viste nunca esas islas, Candy?
_No Terry,
_Ya las veras, valen la pena, En otro estilo, son tan bonitas como mi tierra.
_ ¡Qué hombre tan distinto le parece ahora Terry, sin el duro ceño autoritario, sin la amarga mueca de sarcasmo que endurezca su rostro, ahora sereno, juvenil y franco! Sus azules, ojos miran de frente, ardientes y leales... Su boca, golosa y sensual, podría ser blanda sin el cuadrado mentón voluntarioso, sin la firmeza de las anchas mandíbulas que encuadran en el cuello recio, robusto... Él no se ha vestido de fiesta, como los otros marineros. Lleva los fuertes pies descalzos indiferentes a las piedras y a las espinas. Es hermoso, viril y recio, con la hermosura bárbara de aquella isla de Florida, que es un volcán en medio de los mares. Sobre esas tierras semivírgenes, así como sobre la cubierta del Luzbel, no es el mismo hombre amargo, cruel, salvaje, atormentado, con que chocara Candy, en el valle de los Grandchester... No tiene la mirada insolente ni la sonrisa procaz con que se acercara a las ventanas de la vieja casa de Saint-Pierre... Y Candy, le mira preguntándose por qué ha cambiado tanto, hasta que él habla como respondiendo a su pensamiento:
_ Qué extraño corre a veces el tiempo, ¿verdad? Parece que hiciera cien años que dejamos la Martinica, y son apenas cuatro semanas... ¿Quieres que lleguemos hasta la ciudad? Ya no falta mucho; un solo tramo... Eso sí, cuesta arriba... Pero pesas lo bastante poco para que yo pueda llevarte en los brazos...
_No por Dios, ¿Cómo vas a molestarte?
_ Aquí no se conocen los coches, ni siquiera los caballos. Mulos o burros es lo más que puede encontrarse. Las mujeres de los colonizadores holandeses solían hacerse llevar en literas o en los brazos de un esclavo...
_No es posible, ¿Usaban como bestia a un ser humano?
—Eran gentes distinguidas —señala Juan en tono burlón
—. Aquí se trajeron muchos esclavos de África, y también de Europa. Hace poco más de cien años todavía se vendían en estas islas las cadenas de presidiarios. Se les recogía en grandes redadas en las ciudades de Inglaterra, Francia, Holanda... Eran ladrones, piratas, rateros, vagabundos sin oficio, o pobres diablos sin nombre ni fortuna. En el muelle se subastaban, se vendían por un año, por cinco, por diez, y en este clima morían o cambiaban. Gracioso, ¿verdad?
Verdad, Terry. Es muy hermoso eso que ha dicho usted. Nunca lo había pensado, pero es muy bello.
_ ¿Volvamos al luzbel Santa Candy? Surca el bote en el espejo de las aguas claras, limpias, azules, doradas apenas por la lejana llamarada de crepúsculo... Pero Candy, no mira al mar ni al cielo... Mira aquel rostro varonil, ahora otra vez sombrío, aquellos negros ojos profundos y ardientes...contempla al hijo de Eleonor Bertolini como si le mirase por primera vez...
…
¡Eleonor! CON CUANTO placer vuelvo a verla, y en qué momento tan oportuno llega...
Su Excelencia, el Gobernador General de la Martinica, ha ido al encuentro de la señora Grandchester y se inclina ceremoniosamente para besar la mano que ella extiende.
Es en una de las ampliad salas de la casa de Gobierno de Saint-Pierre, y por los balcones que dominan parte de la ciudad, y del puerto, se ven el mar y el cielo. Tras responder con sonrisa forzada al personaje, Rosemary, mira inquieta hada la puerta que comunica con la antesala, y el caballero que la observa parece adivinar su pensamiento:
_ ¿Viene alguien con usted?
_Eloy de Andrew, Pero quisiera antes, si es posible hablar yo sola con usted.
Como guste... Pero repito que las casualidades se encadenan. Me disponía a enviar un correo especial a Campo Real encomendando a usted una carta para la señora Andrew, de un doctor Faber, a quien creo recordar haber conocido en Guadalupe … Pero tome asiento y dígame primero la causa de su visita ... Creo que llevaba usted veinte años sin venir a Saint-Pierre …
Algunos menos. … Vine para ver embarcar a mi Anthony hacia Francia...
—En efecto... Fue en los días en que llegaba yo a Saint-Pierre a hacerme cargo del puesto que justamente dejaba un pariente de los Andrew. Él me recomendó en forma muy especial a su prima política y hasta ahora no he tenido oportunidad de hacer nada por ella.
—Ahora la tendrá, Gobernador. No vengo por mí, sino por esa madre atribulada. Pero es tan personal, tan delicadamente reservado el asunto que la atormenta...
_ ¿Es referente a su hija Candy? Desgraciadamente, hasta me llegaron rumores que tomé por habladurías, como es natural, y no hubiera creído en ellos sin la interesantísima carta del doctor Faber.
_ ¿Cómo es apropósito de?
—El doctor Faber escribe a su madre, en nombre de Candy. La muchacha está gravemente enferma... —Según el médico me cuenta, se trataba de una fiebre maligna...
h, no, no! —se indigna Rosemary—. ¿Quién sabe lo que habrá hecho con ella ese salvaje, ese pirata...?
El doctor Faber habla bien de él... Y perdóneme, Sofía, pero me han asegurado que la boda fue en Campo Real precisamente, y que el hijo de usted fue padrino de esa boda desigual...
—Es cierto. Mi hijo lo hizo por su esposa. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero nunca pensamos que ese hombre procediera de la manera que lo ha hecho... Eleonor de Andrew, está desesperada... En nombre de nuestra antigua amistad, es preciso que yo le ruegue que se hagan las cosas de manera que no se perjudique el nombre de mi hijo, que no sea traído y llevado a causa, del parentesco...
Se lo ruego... Quiero salvar del escándalo a mi hijo, y también a Eliza. Ella es ya una Granchester ¿Usted comprende? No quiero que, por ningún motivo, por ninguna razón, los comentarios malintencionados puedan mezclarla en nada de esto... Elroy Andrew va a pedirle que haga usted detener la goleta de Terry del Diablo. Sabe Dios a dónde llegará en su pena y en su desesperación de madre... sabe Dios a qué extremo llegue para lograr de usted lo que desea.
Pero, Rosemary, en realidad no la comprendo. Viene usted a pedirme que ayude a Elroy de Andrew, y al mismo tiempo me ruega que desoiga sus súplicas...
_ Todo parece un contrasentido, lo comprendo muy bien, pero yo también soy madre, y si nuestra amistad puede darme alguna validez, alguna fuerza, sirva ésta para detener el escándalo que mancharía a mi hijo sin remedio, a menos que ese hombre sea castigado por otros delitos...
No creo que falten motivos para ello, aun omitiendo los de esta desdichada boda.
_ ¿Es un delito haberse casado con la señorita de Andrew? —comenta irónico el Gobernador.
_ ¡Por favor, entiéndame! Prométame...
—Sí, Rosemary, la entiendo, aunque lo que me pide usted es bastante complejo. Y antes de pedir que prometa nada, permítame que haga pasar a esa madre que espera.
El Gobernador se ha acercado a la puerta y ha invitado a pasar a, ofreciéndole galante uno de los lujosos sillones, al tiempo que le explica:
_ Señora de Andrew del diablo, Grandchester, tengo una misión que cumplir con usted. Se trata de una carta que me ha sido recomendada hacer llegar a su conocimiento. He aquí su contenido "Excelencia, me dirijo a usted, en vez de hacerlo directamente a la señora Elroy de Andrew, por ser un asunto delicado y grave era el que sentiría pecar de indiscreto.
Junto con estas líneas va una carta que le ruego ponga en las manos de esa dama, cumpliendo la súplica de su hija Candy, que llegó a estas costas en la goleta nombrada El Luzbel, enferma de verdadera gravedad..."
_Dios mío... Dios mío… Dios mío
Elroy de Andrew ha bajado la frente, como abrumada por aquel dolor que las palabras escuchadas reavivan y encienden, y el Gobernador detiene un instante la lectura para mirarla con sincera pena, alza luego la mirada inteligente, buscando el rostro de la señora de Grandchester, pero Rosemary, se ha apartado de ellos y parece mirar por elbalcón abierto que domina la ciudad de Saint-Pierre. Por lo que el Gobernador prosigue la lectura:
Extraordinaria me pareció la presencia en un barco como ése, de una dama como la joven señora Andrew, cuya distinción y belleza formaban un rudo contraste con la pobreza del ambiente, con la incomodidad y a la estrechez de la cabina de una goleta de cabotaje como es el Luzbel, y tentado estuve de dar parte a las autoridades inmediatamente. Pero el estado de la enferma era demasiado delicado para permitirme otra cosa que tratar de salvar su vida, y a ello me puse con el mayor empeño, aunque con muy pocas esperanzas.
Al ir a buscarme, me habían dicho que se trataba de la esposa del patrón de la goleta, un mocetón rudo y descortés, a quien ofrecí en el acto trasladarla al buen hospital que tenemos en ésta. El se negó rotundamente, ganando con ello mi inmediata antipatía; pero, después, debo confesar que su actitud modificó mis primeras ideas..."
_ ¿Como?... ¿Cómo? ¿Qué dice? – indaga Elroy.
Siga usted escuchando —aconseja el Gobernador—: "Se mostró con ella solícito, cariñoso y atento, no omitiendo gasto ni esfuerzo para proporcionarle comodidades, y no se separó un instante de su cabecera mientras la vida de su joven esposa estuvo realmente en peligro..."
_Es increíble ¿De veras dices eso? Por usted misma puede leerlo, doña Catalina. Y dice algo más... "Cuando ella pudo hablar normalmente, en su plena razón, quiso hacerlo a solas conmigo, y él se alejó con absoluta discreción. Aproveché el momento para ofrecerle mi ayuda en cuanto necesitara de mí, pero ella me rogó tan sólo que escribiese a la señora De Andrew, tranquilizándola con respecto al estado de su salud y de su suerte.
Con toda clase de reservas cumplo este encargo en la carta que le adjunto. Tranquilizo, o trato de tranquilizar, a la señora De Andrew, en la forma que ella me pidió que lo hiciera. A usted quiero decirle que algo. muy extraño ocurre entre esa desigual pareja. Decidido a no abandonar a una compatriota en situación tan crítica, quise abusar de mi influencia pidiendo a su Excelencia el Gobernador de Guadalupe, casualmente de paso en María Galante, que usara de toda su autoridad para hacerles desembarcar y pasar unos días en tierra, pero alguien debió dar aviso al patrón del Luzbel...
_ ¿se fueron?, ¿verdad? —interrumpe Elroy, en un arranque de ansiedad—. ¿Se fueron, o ese médico, a quien Dios bendiga, logró...?
—Un momento, escuche... "No sé si a causa de una conversación con él, en que acaso fui indiscreto, o por el aviso que supongo, la goleta levó anclas inmediatamente emprendiendo repentina fuga. En vano tratamos de detenerla, comunicándonos por cable con las islas vecinas. Sólo supimos que habían puesto proa al Noroeste, aprovechando el buen viento para desaparecer "Creí un deber poner esto en conocimiento de usted y de los familiares de esa joven, criatura exquisita a la que me unió vivísima simpatía desde el primer momento. No tengo autoridad ni medios de hacer nada más que lo que he hecho. Si algo quieren o pueden hacer por ella, estoy incondicionalmente a la disposición de ustedes. Doctor Emilio Faber, Director General del Hospital de Grand Bourg, en María Galante, Antillas Francesas".
_ ¡Es preciso ir tras ellos! —salta Elroy, con desesperación—. Es preciso detener ese barco... Es preciso salvar a mi Hija... Usted puede hacerlo. Gobernador... Usted puede dar órdenes contra él, hacer que los detengan en el primer puerto...
_ ¡Es preciso ir tras ellos! —salta Elroy, con desesperación—. Es preciso detener ese barco... Es preciso salvar a mi Hija... Usted puede hacerlo. Gobernador... Usted puede dar órdenes contra él, hacer que los detengan en el primer puerto...
No sé hasta qué punto, señora Andrew, En nada de lo que dice esta carta hay motivo para detener a nadie. Todos sabemos que su hija aceptó libremente a ese hombre por esposo... Digo, es lo que tengo entendido, la boda fue en Campo Real y usted misma consintió en ella. Comprendo que para una madre debe ser un vivo sufrimiento una unión desigual, pero no existiendo un delito...
_ ¿No podría usted hallarlo revolviendo los archivos del puerto? —apunta Rosemary, abandonando la ventana y acercándose al Gobernador—. ¡No creo que le falten delitos a Terry del Diablo! Si puede hacerle detener sin mencionar para nada el asunto de esta boda...
—O mencionándolo, si es preciso. Es la vida de mi hija la que está en juego. ¡Haré cualquier cosa para Salvar Candy!
_ ¿Por qué no piensa también en salvar a Eliza? Calle usted. Elroy. Que la pena no la haga desvariar. Dubitativamente ha mirado el Gobernador a las dos damas;
Luego, oprime el botón de un timbre y va hacia la puerta franqueando la entrada a una ordenanza, al que recomienda:
Haga buscar cuidadosamente todos los datos referentes a la goleta Luzbel y al patrón qué la manda, y vuelva en el acto a traérmelos...
—¿Buscará usted otro delito? —indaga Rosemary vivamente —. ¡Terry del Diablo no merece consideraciones de ninguna especie! Sobran delitos y testigos contra él.
—¡Salve a mi hija como sea! ¡Gobernador! —suplica Elroy.
—como sea, no! —rechaza Rosemary con decisión—. Mi hijo Anthony es víctima inocente de todo esto, y no debe seguirlo siendo... Haga usted lo que pueda. Gobernador, sin que una sola gota de fango salpique a mi hijo, porque me pondré contra todos con tal de defenderlo a él.
—¡Listos para zarpar! ¡Cada uno a su puesto! Sobre la desnuda cubierta ya se mueven, a la voz de Terry, los tripulantes del Luzbel. Un airecillo fresco hincha blandamente las velas que poco a poco van subiendo el foque, la mayor, el trinquete... Ya el ancla está fuera; ya el Anguila, con las dos manos en el timón, aguarda, las órdenes del rumbo nuevo; pero Terry se detiene, vacila un momento y entra en la cabina empujando la entornada puerta.
_ ¿No quieres despedir a Florida desde la cubierta? ¡Ah, caramba... Candy a está frente al espejo! Ha atado a su cabeza uno de esos pañuelos de colorines que usan las mujeres del pueblo, pero al ver a Terry, se lo quita enrojeciendo. Sobre la mesa hay varias faldas, blusas, collares, un frasco de perfume, un espejo de mano... Venciendo el rubor, sonríe Candy al hombre que se acerca, con una extraña sonrisa que está muy cerca de las lágrimas:
_ Supongo que se volvió usted loco cuando mandó comprar todo esto...
_ ¿Es de tu gusto? ¿Te queda bien? Sé que es la ropa, que no te corresponde, pero es la única que pudimos encontrar hecha.
No era preciso comprar nada. Es absurdo que me obligue a aceptar sus regalos de esa manera. Puesto que te acepté por esposa, es lo menos que puedo hacer. Con más razón no habiéndote dado tiempo para recoger tu equipaje.
No debo aceptarlos, no puedo, no quiero... por... por... No halla la palabra que logre expresar sus sentimientos, porque apenas acierta a comprender ella misma lo que
siente: es alegría y pena, emoción y vergüenza, rubor y gratitud.
No Cuide ignorar que todo aquello representa la mayor parte de sus ahorros del rudo capitán del Luzbel, y, sin embargo, él lo ofrece con una disculpa en los labios:
Te ruego que los uses. No son dignos de una Andrew, pero te sientan bien... mucho mejor que tu eterno traje negro. Y ahora, si quieres decirle adiós, asómate inmediatamente porque ya casi no se ve.
—¿Dejamos ya la tierra? ¿A dónde vamos ahora, Terry?
_ ¡Rumbo al Sur!
Contra todo, contra todos, así parece navegar el Luzbel por las azules aguas del Caribe, henchidas las velas, ágiles los flancos, cortante la proa, todo él nervio, rapidez, tensión vibrante... Es como una flecha blanca cuyo arco templado es la rueda de aquel timón que ahora empuñan las manos de Terry, anchas y fuertes, y que le pregunta a Candy, como bromeando
_ ¿Te atreverías a llevar el timón?
_Tanto como eso, te parece lo difícil.
—No lo creas. Acércate, ponte aquí... aquí, en mi puesto.
_ Así... Ahora, toma el timón con las dos manos... es muy suave cuando el mar está bueno. Te bastará hacer girar esta rueda a un lado o a otro para que el barco cambie su rumbo. Perfectamente muy bien... Claro que hay que mantener el rumbo indicado, recordar dónde están los bajos, los bancos, cualquier cosa en la que podamos chocar o encallar... ¡Cuidado, que nos harás dar vueltas en redondo! Te estás torciendo a estribor; mantén la rueda más derecha, así..., ¿ves? También hay que mirar las velas pues dependemos del viento. Si él se niega a soplar, podemos pasar semanas enteras mirándonos los unos a los otros...
—¿Por qué dejadlos tan pronto la isla de Florida? Sólo lo que hicimos había que hacer en ella. ¿Para qué quedamos más tiempo del necesario, exponiéndonos?
_Exponiendo a que Terry no contesta. Sus anchas manos cálidas se han puesto sobre las de Candy en el timón y van guiando, como a través de ellas, la fina embarcación cuyo rumbo se tuerce a estribor, y Candy comenta:
_ Ha torcido usted, el rumbo a la izquierda.
_Si, ahora he sido yo, Nosotros decidimos estibar.
_ ¿A dónde llegaríamos si siguiéramos, navegando hacia el estibar?
—Llegaríamos a Santa Catalina mucho mayor que Saba Florida. No hay allí ningún puerto que valga la pena, pero si continuáramos caeríamos en San y allí si tenemos una ciudad de diez mil habitantes por lo menos Basseterre... Está también el Fuerte de Tyson, en fantásticas ruinas; la famosa colina del azufre, todo al pie del monte Misery, una elevación de cuatro mil y pico de pies. La isla se extiende luego en una larga franja de tierra, terminando en una península en cuyo centro hay una laguna, y, a menos de una milla, el islote conocido por Nieve, que es como Florida: un cono en medio de los mares.
_Conoce usted muy bien, todo esto.
—Como estas manos conozco yo las Antillas... Las ha abierto frente a ella: anchas, duras, recias y, sin embargo, llenas de calor y de vida. Candy no recuerda haber visto nunca unos manos como aquéllas … Hablan de luchas, de trabajos, de energía y voluntad... Sobre la palma de la izquierda está la línea blanca y fina de una antigua cicatriz, lo bastante profunda para calcular que fue grande la herida que dejara esa huella, y, curiosa, Candy pregunta:
_ ¿El timón lo hizo esto?
—No; ni el timón ni el remo. El filo de un cuchillo, Santa Candy. Lo tomé por la hoja con todas mis fuerzas
_ ¿Es absurdo? ¿Por qué?
—Imagino que, por instinto de conservación, por un ansia absolutamente insensata de prolongar la agonía que era entonces mi miserable existencia... -Tendría yo diez años ¡es increíble! ¿Y le atacaron con un puñal? En la mano de un niño, esa herida debió ser...
Pudo dejarme inútil, pero la sangre que brotó de ella calmó por el momento el rencor de aquél para quien mi vida era una ofensa.
_ ¿Le hirió usted a un hombre?
_ El que era esposo de mi madre. Viví junto a él lo que fue mi primera docena de años. Tengo entendido que mi madre murió al darme a luz, o muy poco tiempo después. El, naturalmente, me odiaba... Muchas veces quiso acabar de una vez, matándome de repente. Esta fue una de ellas. Otras, se contentaba con verme agonizar de hambre o de miedo...
_ ¿Y no había nadie que le amparase a usted? No había nadie, y aunque lo hubiese habido, ¿a quién podía importarle aquello? No teníamos vecinos... era en la cabaña que aún se alza sobre el Peñón del Diablo, donde sólo entraba poco pan y mucho aguardiente. A veces, yo huía de aquel infierno, desaparecía durante semanas enteras, vivía entre los peñascos o entre los matorrales, alimentándome de raíces, de los moluscos que arrancaba a las rocas de la playa... qué sé yo...
_ ¿Y no se acercó a nadie a pedirle protección?
_ ¿Quién la ofrece a un muchacho callejero, salvaje, perverso, ladronzuelo, que no conoce más que las peores palabras y los peores sentimientos? Tras valgo poco, volvía desnudo, extenuado, hambriento...
_Y ¿Aquel hombre?
—Bertolini lo tomaba de distintas maneras
_ ¿Bertolini...? —se interesa Mónica—. No es la primera vez que escucho ese nombre. He oído comentarios acerca de él, lo recuerdo perfectamente. ¿Ese fue el hombre que envenenó su corazón?
_ Si —confirma Terry indiferente—. Uno de ellos, acaso el peor de todos, porque es el que se mezcla a mis primeros recuerdos. Me enseñó a odiar la compasión; sólo siendo como él, cruel y perverso, lograba que su furia se aplacase un tanto. Fue mi maestro en todas las artes de mala ley: me enseñó a beber, a jugar con ventaja, a arrebatar las cosas por la fuerza a los más débiles, a mentir, a robar, a vivir sobre aviso como una fiera acorralada, y me enseñó algo más: a maldecir el nombre de la mujer que me había llevado en su seno... Como la maldecía él...
_ oh no ese monstruoso! No es posible que un ser humano llegue a ese extremo. ¿Cómo pudo ensañarse así?
_ Yo era el recuerdo vivo, insultante, de la traición que había destrozado su existencia. Todo el odio feroz que le inspiraban los que me dieron el ser, caía sobre mí a todas horas, en todos los momentos... Y si voy a ser justo, no es a él a quien más debo aborrecer, sino al que me dejó en sus manos, al que mal y tarde quiso recogerme, sólo por el horror de que su sangre acabase en el cadalso: el padre de Anthony Grandchester, que fue el mío también..
—] Así fue la historia...! —exclama consternada Candy.
—Sí. Ya la sabes entera, o, cuando menos, en su mayor parte. Y ahora que tu curiosidad está satisfecha, échala a un lado como yo la echo.
Ha soltado bruscamente su mano izquierda de las de Candy que la aprisionaban, y afirma las dos sobre la rueda del timón, variando con rapidez el rumbo de la nave. El tumbo violento hace vacilar a Candy en sus pies, y él la sujeta obligándola a volverse.
Mira allá. Es San Eustaquio... Pasaremos de largo frente a él, y mañana echaremos el ancla en Basseterre. Ya verás, es una hermosa tierra. Te prometo un buen paseo en ella... quería decirle una sola cosa: Que empiezo a comprenderlo... Creo que debería decir mejor: que le comprendo pieriamente...
Sobre el cielo de un azul oscuro profundo, tachonado de estrellas, ven ya los ojos de Mónica la silueta gigante del Monte Misery... El aire es tibio y suave, el mar sereno, como si fuese una laguna sus inquietas aguas, una laguna sobre la que borda encajes de plata la luna nueva...
Candy, ha dejado caer sobre los hombros el chai de seda que un instante cubriera su cabeza, y se estremece al sentir fija en ella la mirada de Juan, que le dice:
_ ¡Qué blanca te ves bajo la luna! Blanca y brillante, como si tú también fueras una estrella... Y algo de eso tienes... Eres como una estrella reflejada en un charco... Parece que está cerca, pero sólo se ve el reflejo... En realidad, está muy lejana, a millones de millas... ocurrencia! —se ruboriza Candy sintiéndose halagada—. ¿Por qué dice usted eso? No creo que sea una afirmación justa. Cuando esta tarde le aseguré que le comprendía...
_ Quisiste decir que me compadecías. Lo entendí muy bien... o. Dije comprender, porque comprendí de pronto muchas cosas. Compadecer es distinto... Se compadece, a veces, hasta lo que no entendemos bien; se compadece a todos los que sufren pena... ¿Y quién no sufre en ese mundo? Todos sufren, todos sufrimos... Generalmente, cada uno se ve y siente en sus propios sufrimientos, pero es hermoso ese momento en que el corazón se nos rompe, se nos desborda hacia otro corazón que ha sufrido más, que por torturado tiene derecho a más ternura, a más amor del nuestro...
Ha tomado la mano izquierda de Terry, con rápido moví miento, ha vuelto hacia arriba la palma dura y ancha, y como empujada por un impulso irresistible ha besado, con beso trémulo, la larga cicatriz que la cruza. Candy... —se conmueve Terry profundamente—, ¿Qué haces?
Para su dolor de niño, Terry, para esa pena que nadie supo compadecer, y que a usted todavía le hiere..
Les ha mirado a los ojos, con un ansia nueva, repentina, de asomarse a su corazón, y él palidece, rehuyendo aquella mirada... Bajo su blanca piel como de raso, corre con nuevo ardor la roja sangre tropical. Por un instante, todo se ha borrado: el pasado, los sueños, el recuerdo quemante de otros ojos y de otros labios. En medio de su barco, Terry del Diablo se alza como si todo lo llenase, como si el mundo enteró fuese sus cabellos encrespados, sus brazos robustos, sus labios sensuales, sus grandes ojos azules... tiembla Candy cuando aquella mano ancha aprisiona las suyas, en una presión de caricia, cuando el brazo ciñe su frágil talle, llevándola despacio hasta la puerta sólo entornada de la única cabina del Luzbel... Se siente como penetrada de una fuerza desconocida, y, al mismo tiempo, débil, entregada... No sería capaz de resistir, de protestar... Es como la espuma de aquellas olas que el mar lleva y trae, como algo que pertenece a Terry del Diablo...
—Buenas noches, Candy, que descanses... Duerme bien, pues mañana tendremos un día muy agitado... Hay mucho que ver en esta navegada... Te gustará... se ha alejado sin ruido, con el paso silencioso y firme de sus pies descalzos, y ella queda inmóvil y estremecida, con el nombre de Terry, anudado en la garganta y el calor de aquellas manos anchas ardiéndole en la piel de raso...
_ ¿Por qué la deja en este instante? ¿Por qué no se acerca a ella, como sin duda se acercara la primera noche? Sin él, es como si de pronto el mundo se hubiera vaciado; sin él, se siente sola, y tiene frío... y no puede llamarlo... Una oleada de rubor le enciende las mejillas y se desborda por sus ojos en extrañas lágrimas... Piensa en tantas mujeres que sin duda estuvieron en sus brazos... En las perdidas del puerto, en las mujerzuelas de taberna que seguramente se lo disputaron... Piensa en Eliza, y una oleada candente, de indefinibles sentimientos, la embarga: ira, rencor, vergüenza, acaso celos...
Continuará….
….
Gracias por seguirme en esta bella adaptación, su respectiva autora es Caridad Bravo Adams, ya se están enamorando Candy y Terry, esta bella historia es la que me animo a seguir y continuar escribiendo.
Ahora contestare sus comentarios en mi sección favorita.
Ary81: Gracias. Hermosa por tu apoyo, lindas palabras.
Mia8111: Gracias lindas palabras, hermosa, gracias por tu apoyo.
Dulce Graham: Gracias por seguir esta bella historia, si ya está enamorado, solo faltan que se reconozca sus sentimientos los dos, Candy también se está enamorando de Terry, ya comenzaron a hablarse.
Blanca G: Mi bella amiga, veo que esta es tu historia favorita, si ya está enamorado, ya se comenzaron a hablar, ya estamos en la segunda parte del libro … Mónica, Candy. Solo faltan que reconozca sus sentimientos.
Maria Luisa Casti: Gracias lindas palabras, bendiciones.
Guest: Mil gracias, me apegado más al libreto original e imaginación, eso no existió en la telenovela del 93, me gusto la parte de que Juan se llevara a Mónica a navegar por el mar.
SARITANIMELOVE: Como siempre, muy lindas palabras amiga hermosa, gracias.
Ya estamos en la parte de Mónica, Casi estamos en la mitad de la historia...
Continuaremos terminar las que faltan...
Bendiciones
Maggie Grand.
